Como todo el mundo sabe, Pablo Capanna, el gran teórico argentino de la ciencia ficción, nació en Italia. Lo que pocos saben es que no tenía autobiografía. El periodista Marcelo Acevedo vio en ese déficit la posibilidad de fortalecer una amistad y cocrear con el maestro unas memorias que son, a la vez, un reconocimiento al ensayista y un homenaje a la ciencia ficción. En esta entrega, un comentario sobre el libro, «Conversaciones con Pablo Capanna», un fresco sobre nuestro primer encuentro con el protagonista y un adelanto del libro. De paso, Capanna también nos revela por qué eran aerodinámicos los automóviles de los ’60, que no eran de carrera ni podían volar.
«Conversaciones con Pablo Capanna», por Marcelo Acevedo. Ediciones Ayarmanot (2017)
Medidas: 14,5 x 20,5 cm. Páginas: 154 Colección No Ficción / Entrevistas. Precio: $250
Conocí a Pablo Capanna en un entorno totalmente vanguardista: fue en las Jornadas Interdisciplinarias de Vida Inteligente en el Universo, celebradas el 20, 21 y 22 de diciembre de 1985 y organizadas por el Centro de Estudiantes de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. El alma mater del evento, un dinámico joven llamado Guillermo Lemarchand, me puso mala cara cuando le dije que había ido para escribir una crónica que iba a publicar en una revista ufológica. El auditorio de Ciudad Universitaria estaba lleno de figuras que años más tarde alcanzarían cierta fama. Otros ya eran celebridades, como Gregorio Klimovsky, quien hizo una suerte de epistemología de la Búsqueda de Inteligencias Extraterrestres (SETI). De “SETI como experiencia mental” habló un desconocido treintañero egresado de Puán, Alejandro Piscitelli. Ligero de modestia, afirmaba estudiar el “desarrollo tecnológico y la estructuración de la consciencia”. (Un lustro después cruzaríamos espadas en Página/12, él como “científico de la complejidad” y yo como “fundamentalista escéptico”). Desde el Caribe desembarcó el doctor en Astronomía argentino Igor Félix Mirabel para referirse a sus trabajos en el Radiotelescopio de Arecibo en Puerto Rico; el biólogo Néstor Bianchi habló sobre evolución y genética de otros seres vivos; Osvaldo Ferrer, astrónomo de la Universidad Nacional de La Plata, abordó la hipótesis de los planetas extrasolares seis años antes de que su existencia fuera confirmada; Bruce Crow, ingeniero del Jet Propulsion Laboratory (NASA), reveló el primer acercamiento de la Sociedad Planetaria con SETI y el Instituto Argentino de Radioastronomía (poco después cerrarían ese acuerdo con dinero de una donación de Steven Spielberg); el sociólogo Guillermo Magrassi, conductor de dos programas de televisión famosos por aquellos años, “La Aventura del Hombre y “Argentina Secreta”, dio una charla donde llamó a “unirnos a los extraterrestres para defendernos de Ronald Reagan” y estuvo también el padre jesuita Ismael Quiles, respetuoso del papel asignado a un sacerdote católico.
El último orador, Pablo Capanna, era para mí una figura inalcanzable y fascinante. Ya había leído todos sus artículos en “El Péndulo” y “Minotauro” y atesoraba mi ejemplar de “El sentido de la ciencia ficción” (1966), primer ensayo publicado en español sobre un género que aún ejercía un poder hipnótico en nuestra generación.
En aquella ocasión escuché por primera vez a alguien relacionar una búsqueda científica con otra de orden metafísico. El proyecto SETI era, también, la búsqueda de un “saber superior”. Frente al temor milenario a la autodestrucción que nos lleva a “encontrar a alguien que nos dé la fórmula”, Capanna reflexionaba sobre la moral de los extraterrestres que la ciencia ficción se animaba a representar en los ‘60, “Star Trek”, en la era de J. F. Kennedy y lagartos repulsivos en los ‘80, en tiempos de Reagan, arriesgándose al psicoanálisis cultural cuando sostenía que esos nuevos fetiches “tal vez surgen por el complejo del colonizador, quien a su vez teme ser colonizado”.
Capanna era un faro en la noche negra. Filósofo, crítico y divulgador, no solo leía los autores que nos gustaban: los entendía a todos. Si algún amigo desconfiaba por su profesión de fe (era parte del staff de la revista católica Criterio), el propio Capanna desmoronaba prejuicios a fuerza de carcajadas. Capanna era, lo sigue siendo, el único capaz de manejar los vasos comunicantes que unen mito, ciencia y ficción. Cuando, al final de su charla, le confié que iba a publicar mi crónica sobre las Jornadas de Vida Extraterrestre en una revista sobre ovnis, no arrugó: no solo tuvo el coraje de darle el número de su teléfono a un ignoto borrego de veintipico, sino que, al tiempo, nos reunimos a tomar un café, más tarde otro y supongo que después de algunos más nos hicimos amigos. Desde entonces cada tanto nos juntamos para hablar de casi todo lo que es posible hablar con Capanna cuando lo que vale la pena en realidad es escucharlo a él, compartimos la amistad con Leonardo Moledo, una relación común que nos dio por años tela para cortar, reencontrándonos con motivo de un libro sobre ovnis que escribió él (“Contactos extraterrestres”, Ed. Claretiana, 1993) y un prólogo, que él escribió para mí.
En la introducción de “Conversaciones con Pablo Capanna”, Acevedo revela un periplo y una admiración parecidas a la nuestra cuando glosa los encuentros que mantuvo con Capanna en su departamento de Villa Crespo antes alumbrar este libro ameno y apasionante, donde el ensayista reflexiona en voz alta sobre temas que, extrañamente, aún no escribió, y revela sus lecturas favoritas sobre los autores que iluminó con inteligencia y tenacidad, entre los cuales destacan Andrei Tarkovski, Philip K. Dick, J. G. Ballard y Cordwainer Smith.
A mitad de camino entre la autobiografía, las lecturas formativas, las historias que lo apasionaron y las reflexiones sobre el género al que entregó gran parte de su vida académica, “Conversaciones…” presenta la inteligencia informada de Capanna en un formato inesperado. Agrega, si fuese posible, raciones de frescura que a veces escasean en sus ensayos clásicos, nos reencontramos con los guiños humorísticos que abundan en sus notas del extinto suplemento “Futuro” y no duda en recordar las colecciones, las novelas y los cuentos que más le gustaron, dando luz verde al lector que ahora irá, raudo, a por ellos.
Marcelo Acevedo, periodista y editor de NAN, pasea a nuestro ensayista por el exacto repertorio de temas que interesan a todo buen lector de ciencia ficción criollo y sale airoso ante un interlocutor con una formación imponente, que trata de disimular su erudición con chistes y anécdotas que ponen a sus memorias el picor agridulce del jengibre. El conciso prólogo de Luis Pestarini, el bonus track escrito por el propio Capanna y el apéndice que orienta al lector recién aterrizado, completan la obra.
Estas entrevistas reunidas no son solamente un necesario, feliz homenaje a Capanna. Sintetizan y sin duda contribuirán a incentivar la lectura de un implacable aventurero filosófico y atento explorador de la imaginación humana.
En Pórtico conocimos a Laura Ponce, colaboradora de Amazing Stories, directora de la revista Próxima y a cargo de la magnífica edición. Ella tuvo la cortesía de autorizarnos a reproducir algunos energizantes fragmentos de “Conversaciones con Pablo Capanna”.
«LA CIENCIA FICCIÓN PROPUSO COSAS QUE LUEGO OTROS HICIERON»
–Tomando otra frase de tu primer libro que dice: “La ciencia ficción configuró el imaginario del siglo XX. La ciencia ficción ha acabado por conformar nuestra vida”, es posible hacer una analogía con otra que le pertenece a J.G. Ballard: “El mundo se está convirtiendo en ciencia ficción. La realidad del siglo XX ha brotado en los márgenes de una literatura que es casi invisible”. ¿Te parece que estamos en los bordes de ese mundo de ciencia ficción que imaginaban los escritores del género?
– Para mí la idea no es que la ciencia ficción haya anticipado las cosas; más bien diría que propuso cosas que después otros se pusieron a hacer. Es como una profecía autocumplida. Escuché a William Gibson decir que su generación se había formado en un ambiente dominado por una estética de ciencia ficción. Los autos de la época en que él era joven tenían unos alerones que los asemejaban a cohetes de Flash Gordon. Pero, ¿para qué sirven los alerones en un auto, a menos que sea de carrera? Eran simplemente un homenaje a la ciencia ficción. Eso configuró una cultura, una estética. Hay ideas que se realizaron porque antes las había sembrado la ciencia ficción. Sobre todo la conquista del espacio, que según Ballard fue el gran sueño de la ciencia ficción. En realidad, pareciera haber quedado a mitad de camino, porque ya no hay urgencia para ir a Marte. Es más una cuestión de prestigio nacional, de saber qué país será el primero en poner una base allá. ¿Por qué se siguen mandando expediciones? Bueno, para decir “somos líderes en la exploración de Marte”. Pero es una cosa que está más cerca de lo deportivo o de las relaciones públicas. Por eso es que a veces uno tiene la sensación de estar viviendo lo que en aquella época se imaginaba, porque se estimuló más la fantasía que la solución de los problemas.
¿Podrías exponer algún ejemplo de esa estimulación fantástica antes que pragmática?
Bueno, todas las tecnologías que se están desarrollando eventualmente para la clonación, para la reproducción in vitro o para que todo el mundo pueda tener hijos. Pero si el planeta está superpoblado esto va contra las necesidades reales, que sería la de darles de comer a todos y garantizarles la salud. Pero estamos pensando que el que no puede también tenga hijos, lo cual es un derecho, pero a nivel colectivo no es una necesidad. Cada vez damos más facilidades para ciertas cosas y después no resolvemos los problemas que creamos. Estuve en una reunión donde se discutía sobre la minería a cielo abierto, que es muy contaminante. Había opiniones a favor, pero la mayoría estaba en contra. Claro, la mayoría está en contra pero a todo el mundo le gusta andar en auto. Todos los presentes tenían auto, pero ¿estaban dispuestos a usar menos el auto para evitar la contaminación? Y ahí empezaron las excusas “y bueno, no sé, habría que buscar otra manera”… Sí, pero lamentablemente no la hay, hay que decidir. La tecnología te da los medios, los fines los tenemos que poner nosotros. Y a veces hay pequeñas soluciones que pueden lograrse con decisión política y consenso. No es que la tecnología nos pase por encima, lo que ocurre es que la velocidad que tiene el desarrollo tecnológico es mucho mayor que la de nuestra capacidad para decidir. Cuando nos ponemos a resolver problemas ya estamos metidos en ellos. Cuando llegás a entender algo y ya es obsoleto.
–Las armas de tecnología de avanzada son otro tema al que se le suele dar relevancia en cierta literatura de ciencia ficción más ligada a la aventura y la acción.
-Las armas futuristas, que son normales en la ciencia ficción, existen en la actualidad pero están en manos de los ejércitos más poderosos, no de la gente. Las armas de tecnología de avanzada no llegaron a generalizarse, al menos por ahora. La delincuencia sigue con las mismas armas de siempre, las de pólvora, porque al ser una tecnología antigua permite la proliferación; cualquiera puede hacerlas, llegado el caso. Mirá, con dos aviones tiraron las Torres Gemelas; no fue ningún tipo de arma sofisticada, sólo la fuerza bruta y el fanatismo.
-¿Qué suponés que nos deparará el futuro en cuestiones de revolución tecnológica?
Creo que va a venir una nueva revolución industrial con la nanotecnología y la tecnología de impresión en 3D. Se hacen piezas de un motor con impresoras 3D y se dice que hasta se puede hacer un motor que funcione mientras se lo va imprimiendo. Está bien, es plástico, pero se puede hacer de metal con una técnica que se llama metal líquido. Es increíble lo que va a cambiar todo, las fábricas no van a ser reconocibles. Otro tema importante en la actualidad es el de los drones. Los hay del tamaño de un avión de línea, que no tiene tripulación y se maneja por radio y los que pesan cincuenta gramos pero pueden volar. Los drones se están democratizando, están al alcance de todos. Los van a usar las empresas para observar qué está haciendo la competencia, la señora para espiar al marido… Va a ser un espionaje generalizado, todo el mundo va a ser espiado y va a poder espiar.
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