Ferdinando Mangiascarpe
Se le ha llamado “caradura”, “vividor” y hasta “cabeza de batería”. Le han recriminado diversas faltas a la ética. Tergiversaciones. Malos tratos. Deudas impagas. Lo que es más grave: le han endilgado desde deslealtad con quienes le habían brindado una sincera amistad hasta compulsión a hacer pagar la cuenta de sus estropicios a personas ajenas, llegando a lavarse las manos y ningunear tales amistades. Su manejo de la diestra lo ha llevado a buscar calor en esferas castrenses y gozar de los beneficios de vivir como si tuviera jinetas, sin haber hecho ningún esfuerzo por obtenerlas. O afirmar sus dotes en la «investigación», siendo denodadamente nulo en tal vocación, reemplazándola, con mayor fortuna, por otra nada menor obtenida merced a sus afanes de figuración. Y eso por no seguir con otras miserias pronunciadas en voz alta por la triste secta de los Pregoneros de la Envidia y la Mezquindad Encarnadas que, sin duda, desconocen su talento oculto, probablemente el único que posee, pero que por su grado superlativo de desarrollo compensa su currículum flaco, relleno con listados recargados de datos que ponen al interesado bajo el efecto de una de sus performances estelares y extremas: lograr ser entrevistado por decenas de medios gráficos, radiales y televisivos donde ¡todo lo que dice carece del más mínimo interés!
Sin embargo, su lado virtuoso y desconocido pasa nada menos que por el arte. No hablamos de un anónimo dibujante publicitario ni de aquel Hombrecito del Sombrero Gris que, siendo un administrativo oscuro y desgarbado, se jacta de titulaciones artificiosas o rimbombantes para ocultar su desdichada condición de Hombre Mediocre. No. Hablamos de un Artista Mayúsculo, capaz de desenvolverse con su sonrisa radiante sobre las tablas, colmar salas enteras de esculturas móviles, pinturas y bocetos y de poner la cara para presentar soporíferos audiovisuales en calles desoladas, en pleno invierno, asestando imágenes de su arte desde el proyector que ha instalado en su casa rodante, trasladando su retórica guevarista como el revolucionario que es: sobre tejados, adoquines y muros de viviendas populares o sobre pantallas improvisadas que le permiten contagiar a los desposeídos de curiosidad por el conocimiento de la vida y el universo.
Ferguson –Carlos Ferguson, pues de él hablamos- es además un artista místico del carajo, que ha logrado representar las fases de sus reiteradas experiencias de abducción por medio de acuarelas, instalaciones y collages que dejamos aquí, a modo de plegaria visual para que la llama de su creatividad (para algunos mentirosa, para otros lúdica, frugal e imaginativa) no se extinga jamás.
Que no te abduzcan nunca, Carlitos. Te queremos así, artista. Todo lo demás es un asunto que, afortunadamente, no nos afecta en lo más mínimo.
Eso sí, que el consumidor no se confunda: reclame el original.
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