El próximo viernes 11 de abril a las 18:30 vamos a celebrar el 15° aniversario de FACTOR en la Biblioteca Popular Ansible del Café Artigas, en Artigas 1850, Ciudad de Buenos Aires.
A propósito del evento, publicaremos —en dos entregas— algunos detalles poco conocidos sobre la historia del sitio. En esta, la primera parte, contamos cómo surgió el logotipo: un objeto digital heredado de su antecesor, Dios.com.ar (2002–2004), y luego rediseñado por nuestro webmaster, Pablo Lozano. Luego contaremos la historia detrás del primer nombre del blog: Factor 302.4, aquella misteriosa fórmula que estimula “una sustancia química del cerebro capaz de proporcionar una autodefensa natural”.
Esta entrega inicial cierra con un intercambio inesperado con el catedrático estadounidense Jeffrey J. Kripal. No solo lo publicamos, sino que además desarrollamos algunas de sus ideas para facilitar una mejor comprensión de su pensamiento.
Over the hills, over the prairies, /down in the pampa, up in the tundra, / and in Paris in spring. And in old Pekin / and in Katmandu. And in Xanadu / I’m bursting out of the ocean’
Más allá de las colinas, más allá de las praderas, / abajo en la pampa, arriba en la tundra, / y en París en primavera. Y en la vieja Pekín / y en Katmandú. Y en Xanadú / estoy estallando desde el océano
Luca Prodan
Por Alejandro Agostinelli
De pronto apareció la figura de Jesús que se descubría el pecho, dejando ver su corazón sangrante. En un pestañeo no era más Jesús sino Clark Kent desabotonándose la camisa para mostrar la ‘S’. Luego, Cristo-Súperman / Súperman-Cristo arrebatado al cielo por un haz coherente de luz. En el otro extremo había un plato volador. No sé por qué, pero me vino la idea de que el tipo iba a reencontrarse con Dios”.
La de arriba es transcripción de un sueño que me impactó tanto que me levanté a mitad de la noche para anotarlo con el mayor detalle posible. No se trata de una epifanía cósmica, un brote místico inducido por consumir sustancias raras, ni el testimonio de mi conversión espiritual a una nueva religión espacial. Fue, apenas, el sueño lúcido que apuntó este cronista en su bitácora de travesías ufológicas allá por 1984. Esa anotación debe ser el señalador de algún viejo libro de ovnis, tarde o temprano reaparecerá.
Describe un juego de espejos, la fugaz transposición entre dos superhéroes de la cultura occidental (y cristiana, desde luego).
A despecho de los amantes de teorías exóticas, si bien la visión llegó en un envase extravagante, mi interpretación no fue esotérica, ni mucho menos, sino racionalista.
Mi sorpresa ante los paralelismos que advertí entre ambos paladines —el de la Justicia Divina y el de la Cultura de Masas— marcó un brusco giro en mi forma de ver los fenómenos que me habían fascinado desde la adolescencia.
De pronto, desde el angelical ET que desciende de su carruaje tecnoespiritual para aconsejar a la humanidad o prestar ayuda, hasta el diabólico Gris que abduce humanos vaya a saber con qué morbosos fines, los seres del panteón galáctico resultaban tener más afinidades con las religiones humanas, la imaginación de los autores de ciencia ficción y las elucubraciones de los aficionados a la ufología, alejados de las metodologías propias de las ciencias y más cercanos a eso tan indefinible que conviene llamar “ciencia popular”.
YO LO SOÑÉ
En mi sueño, a la transfiguración crística de Súperman (y viceversa) no le siguió ninguna interpretación. Fue un destello memorable porque la imagen —no la secuencia, que suele ser una reconstrucción narrativa posterior— me sobresaltó. Aquella yuxtaposición no necesariamente guardaba relación con el Cristo Cósmico venerado por los grupos cristianos de la Nueva Era que integran el movimiento contactista. Tampoco se vinculaba directamente con el alienígena de Kriptón que aporrea delincuentes en las calles de Metrópoli. Pero de la fusión entre ambos había surgido un superhéroe distinto: mitad hijo de la cultura de masas, mitad encarnación del mesías bíblico.
Aquella visión de duermevela no encajaba con ese momento de mi vida. Pocos años antes, mis pasatiempos favoritos consistían en salir de excursión al campo de cohetería al que iba en Banfield a probar mis modelos a propulsión sólida o quedar con Alejandro Chionetti para entrevistar a presuntos testigos de ovnis en alguna provincia del país. Más tarde, si había un salón de juegos a mano, solía pasar la noche desintegrando precarios extraterrestritos digitales en juegos como Space Invaders o Galaga. Todo formaba parte de una misma constelación de obsesiones: el espacio exterior, las tecnologías futuristas, los relatos extraordinarios, la posibilidad —a veces ingenua, a veces seductora— de que ellos estuvieran entre nosotros.
Poco a poco, el acceso a lecturas científicas me empezaba a alejar de mi amor juvenil por las ideas de John Keel y Jacques Vallée y me acercaba a la corriente psicosocial francófona de Michel Monnerie, Tierry Pinvidic y Jacques Scornaux y al escepticismo inglés del boletín Magonia de John Rimmer, Peter Rogerson, Peter Brookesmith y un tal Martin Kottmeyer, el único estadounidense de aquel staff que parecía europeo. Por cuerda separada, con Heriberto Janosch descubríamos la obra de Allan Hendry, el discípulo aventajado de J. Allen Hynek.
Conviene tener en cuenta que la moda de la década del 90 fue el abduccionismo, que aterrizó como una aplanadora en regiones del mundo donde casi no habían ocurrido este tipo de casos, o bien eran relatos asociados con el contactismo mainstream.
Por aquellos años estaba a la orden del día la pelea, cada cual en un rincón del ring apocalíptico, John Mack, con sus alienígenas amigables, y David Jacobs y Budd Hopkins, con sus híbridos hostiles o pasmosamente indiferentes. El trío, so pretexto de estar lidiando con bloqueos o “recuerdos pantalla” extraterrestres, usó la hipnosis para ayudar a los abducidos a recuperar el estereotipo de ovninautas mejor adaptados a la teoría de cada autor.
SUEÑO EN COLORES
Otra preocupación fueron las intenciones de esas extrañas razas, que venían a cumplir con las predicciones formuladas por la cultura del comic, la narrativa pulp y el cine de ciencia ficción. En la ufología se le rendía culto a los índices de extrañeza sin necesidad de buscar pruebas que determinen su credibilidad, o la diferencia entre un evento real y otro imaginario. Era sólo la subjetividad de un relato lo que determinaba esa credibilidad ¡y muchas veces lo que hacía saltar el amperímetro de extrañeza! La extrañeza: vaya subjetividad de esta variable. Semejantes fragilidades no impedían discutir las intenciones de los “visitantes” con pasión cuasi religiosa, abordo de un tren de alucinaciones que no parece tan lejano de las ideas de Heaven’s Gate sobre el Siguiente Nivel y los conspiradores luciferinos.
Ahora, si los humanoides no tenían otra cosa que hacer que secuestrar gente para introducir ideas extrañas como nuevas capacidades para intervenir en el mundo o extraer óvulos o esperma para crear híbridos imposibles, era previsible que el soñante que yo era –a dos aguas entre la ufología y el escepticismo– buscara una salida soñando iconografías maistream.
Sin el marco autorreferencial, que despliego ahora, volqué en 1994 parte de estas ideas en un artículo que publicó el suplemento científico “Futuro” del diario Página/12 que titulé “Platos sobre el agua. Los ET son una metáfora para hablar de nosotros mismos”. No era una tesis llena de revelaciones sino, apenas, un resumen de parte del conocimiento ufológico de la época. Reunía las conclusiones del Informe Roper en el trabajo de Thomas «Eddie» Bullard UFO Abductions: The Measure of a Mistery (1987), el (catastrófico) folleto Experiencias Personales Inusuales (Hopkins, Jacobs y Westrum, 1992) y ensayos de crítica cultural de la mitología extraterrestre (quizá, la primera cita a Kottmeyer publicada en un diario argentino).
La nota cerraba con una significativa escena que relata Betrand Mehéust en Soucoupes volants et folklore (1985).
En un cine-debate organizado en 1979 por la etnóloga Danièle Vazeilles fue proyectado el film Encuentros Cercanos del Tercer Tipo de Steven Spielberg a una comunidad sioux de Sud Dakota como parte de las observaciones para su libro Les Chamanes maîtres de l’univers – Persistances et exportations du chamanisme (1991).
Los chamanes del público notaron la simetría entre distintas fases del film y sus técnicas de éxtasis. Mehéust se preguntó: “¿Cuál es la diferencia entre el ritual iniciático de los hechiceros entrando en sus mundos espirituales y los viajes galácticos que afirman realizar los abducidos?”. Respuesta: “Los abducidos viven episodios alucinatorios no patológicos que los trasladan a estados de conciencia próximos al trance”.
A comienzos de la década de 1990, Vazeilles proponía que los relatos de abducción, las prácticas chamánicas tradicionales y la posesión espiritual pueden ser comprendidos dentro de un marco común de experiencias humanas que trascienden las explicaciones convencionales de la realidad. “Pueden ser parte de una misma experiencia apátrida”, enfatizaba Mehéust. En resumen, el chamanismo no desaparece, sino que migra, muta y se reinserta en nuevos contextos simbólicos, como el cine de ciencia ficción o el plativolismo contemporáneo.
Los encontronazos inesperados con seres fantásticos, en suma, no son privativos de las mal llamadas “culturas primitivas”; ellas sobreviven en las culturas de la modernidad y emergen en las narrativas populares que predominan en el folklore maravilloso-tecnológico del siglo XX, en gran medida –aunque estas opiniones caigan mal a algunos rosarinos–, gracias al fuelle mediático y la industria cultural, sin necesidad de pasarse de rosca apelando a exotismos teóricos e incluso teológicos que complican lo que puede ser más sencillo.
En aquel artículo también rechazaba el molesto estigma que tilda de lunáticos a quienes aseguran haber sido abducidos. Un estudio firmado por el ya fallecido Dr. Nicholas Spanos, de la Universidad Carleton de Ottawa, afirmaba:
Los abducidos no difieren de un grupo de control en sus indicadores de psicopatología, inteligencia, fantasía y sugestionabilidad.”
Spanos aportó algunos datos clave: quienes reportan abducciones suelen tener una fuerte creencia en la existencia de alienígenas, y en el 60% de los casos los episodios están asociados al sueño. La interpretación de estas experiencias como “reales” se vincula con fenómenos como las alucinaciones hipnagógicas e hipnopómpicas, la predisposición a sufrir parálisis del sueño y, además, la posibilidad de compartir sus vivencias con personas “informadas” que refuercen sus fantasías. Todo ello, junto con una sólida convicción subjetiva de haber sido abducidos, encuentra terreno fértil en un entorno sociocultural que fomenta esa narrativa y que, ante la falta de una explicación más ajustada al conocimiento disponible, termina validándola.
ENTRE EL SUEÑO ESPACIAL Y LA PESADILLA NUCLEAR
Quiero decir: tuve aquel sueño en una época en que me volví consciente de que la ilusión de la era de la conquista espacial, en la que estuve envuelto siendo un niño, abría perspectivas fascinantes para la imaginación estadounidense, que aún no terminaba de superar el temor a un ataque atómico soviético, una represalia latente desde Hiroshima y Nagasaki, hasta que la cultura encontró otros cauces para canalizar la angustia apocalíptica. Entonces, sí: el sueño espacial tenía su contracara, la pesadilla nuclear. Y me pareció ver con más claridad el posible significado de esas experiencias, sin importar si aquellas furtivas sombras humanoides fueran protectoras o amenazantes.
Por entonces, seguía pensando que lo inexplicado continuaba arrojándonos en la cara páginas en blanco. Al mismo tiempo, la ausencia de respuestas no debía ser una excusa para construir castillos en el aire, desligándonos de una búsqueda sistemática de evidencias contrastables.
Ahora bien, ¿y Superman? ¿Y Jesús? La posibilidad de imaginar a un superhéroe sagrado ya estaba inscripta en los ensayos sobre la atemporalidad que necesitan sostener los personajes de historieta para que el relato no pierda credibilidad. Umberto Eco abordó este dilema en Apocalípticos e integrados (1968), llegando, más o menos, a la conclusión de que, si bien la confusión temporal es necesaria para que el personaje sobreviva al paso del tiempo y del espacio —por ejemplo, evitando envejecer como cualquier hombre que trabaja, se casa, tiene hijos y muere—, esa condición contrasta crudamente con la minúscula geografía a la que están confinados Clark Kent y su «otro yo»: Metrópolis. Por asombrosos que sean sus superpoderes (y vaya si lo son: él puede ir y venir en el tiempo), el héroe de un barrio no puede constituirse en un dios.
La sacralidad extraterrestre de Súperman, tan parroquial y al mismo tiempo tan potente por su fuerza transcultural, quizá nunca deje de ser un icono irónico de los suburbios. De hecho hoy es, apenas, el logotipo de un blog sobre anomalías culturales publicado en la Argentina.
Las visiones más estrafalarias son fabulosas para echar a volar la imaginación y explorar nuevos horizontes. Sirven para escribir literatura fantástica, dirigir ficciones cinematográficas e incluso documentales que requieren verosimilitud, más que credibilidad. Pero si aspiramos a producir conocimientos científicos, dignos de ser compartidos con bajo margen de error interpretativo, no toda ensoñación está justificada.
Más extraño no significa menos explicable. Es, simplemente, más extraño. No todo lo inexplicable es inexplicado: a veces se trata de algo que todavía no entendemos, y poco más”
El escepticismo no apaga la imaginación; la orienta. Soñar es humano, pero también lo es recordar con lucidez dónde termina la evidencia y comienza el deseo. La imaginación abre puertas allí donde aún no hay certezas, pero es el escepticismo —sustentado en una filosofía informada por la ciencia— el que nos ayuda a discernir cuáles vale la pena cruzar. Porque la puerta que elijamos puede conducirnos a distintas verdades: algunas regresan al mito —valioso para los antropólogos, los etnólogos y los artistas—, otras derrapan en la confusión, y solo unas pocas, con paciencia, rigor y evidencia, nos acercan al conocimiento.
Alejandro Agostinelli / editor de FactorElBlog.com
* Este enfoque también fue explicado en el primer editorial de Dios.com.ar , donde fue presentado Jesuperman por primera vez, en el video del lanzamiento de aquel sitio.
Superhumanos y lo sagrado en la cultura pulp: un intercambio con Jeffrey J. Kripal
Jeffrey J. Kripal es un académico estadounidense especializado en filosofía y pensamiento religioso que actualmente ocupa la cátedra J. Newton Rayzor en la Universidad Rice, en Houston, Texas, donde también ha presidido el Departamento de Religión y el programa GEM (Gnosticismo, Esoterismo y Misticismo). Entre marzo y julio de 2022, por intermedio de Sebastián De Filippi, mantuvimos un breve intercambio de mails a raíz del “origen onírico” del logotipo de FactorElBlog.com
Fue la intriga de Kripal, en verdad, lo que me recordó la existencia de aquel artículo publicado en Página/12. Se lo envié y su entusiasmo me dejó perplejo. Sin duda, estaba ante un apasionado investigador de lo que llama “lo imposible”. Sus intereses abarcan múltiples asuntos: la erótica y ética comparadas en la literatura mística, las traducciones contraculturales de religiones asiáticas en Estados Unidos y la historia del esoterismo occidental, desde el gnosticismo hasta las religiones de la Nueva Era.
Quería contarte un poco lo que estuve pensando. Básicamente, en mi nuevo libro escribo sobre el cristianismo y la doble naturaleza humana-divina de Jesús como un modelo de lo “superhumano”, y también discuto extensamente al Übermensch de Nietzsche como “Súperman” o “superhumanos”. No es exactamente una discusión sobre Jesús como Súperman, ¡pero está muy cerca!
También hablo bastante sobre el trasfondo esotérico o místico de Súperman en Mutants and Mystics. El libro que está por salir (que aún no tengo porque todavía no existe del todo 🙂 está LLENO de discusiones sobre lo superhumano. (N. del E.: se estaba refiriendo a The Superhumanities: Historical Precedents, Moral Objections, New Realities, publicado en septiembre de 2022).
Aprecio muchísimo tus imágenes lúdicas, el título, ¡y por supuesto el sueño! Creo que realmente diste con algo importante ahí, aunque dudo que muchos puedan entender de verdad esa interfaz o conexión entre la cultura popular y la literatura mística comparada.
Creo que los “superpoderes” existen de verdad, aunque prefiero enmarcarlos como aspectos de la conciencia, es decir: dentro de nosotros mismos.”
Para Kripal, si no le he entendido mal, los superhéroes y la ciencia ficción no son solo fantasías culturales: son vehículos simbólicos de experiencias paranormales que quizá no son reales strictu sensu sino que contienen pistas sobre una dimensión más profunda de la existencia. Según él, muchos creadores recurrieron a estos géneros para codificar experiencias extraordinarias que la ciencia convencional ignoró o descartó. Mi lectura del asunto es, o pretende ser, inevitablemente escéptica pero constructiva, no reduccionista: valora la potencia de los extraterrestres o de los superhéroes como productos de la cultura de masas, profundamente atravesados por la imaginación colectiva, sin atribuirles una función de revelación de «otras realidades» por fuera del entramado simbólico que los produce.
Kripal dice que las visiones de autores como Jack Kirby, Philip K. Dick o Whitley Strieber revelan dimensiones espirituales que son reales para sus protagonistas (lo cual podría ser cierto, según el caso), pero agrega que “merecen ser tomadas en serio como fenómenos de la consciencia humana”. Escribe:
Más bien, busco mostrar cómo la experiencia mística moderna como unidad gnóstica (con el cosmos, el espacio, el tiempo, la materia, la mente y las especies) y la ciencia mítica como narrativa totalizadora son dos expresiones profundamente relacionadas del mismo impulso humano, y fundamentalmente religioso: vivir en un mundo significativo, completo, vivo y realmente enorme.”
Para él, hay una “Superhistoria”, como ha denominado a un recurso poético diseñado para capturar todas esas mitologías emergentes y corrientes místicas que se han desarrollado durante los últimos dos siglos en diálogo con las ciencias, en particular (1) la cosmología y la física cuántica, (2) la biología evolutiva, y (3) la tecnología y la escatología.
“¿Qué sucedería si reimaginamos las humanidades como superhumanidades? Si reconociéramos y celebráramos el trasfondo de lo fantástico en nuestras disciplinas humanísticas, se harían posibles mundos y significados culturales completamente nuevos”. Esa es la visión de futuro de Kripal: revivir la dimensión suprimida de las superhumanidades, que consiste en estados alterados de conocimiento, raros pero reales, que han impulsado los procesos creativos de muchos de nuestros autores, artistas y activistas más venerados.
Se le podría llamar a esta visión de Kripal una «hermenéutica de la experiencia anómala» en la que, en vez de probar que lo paranormal existe como hecho físico, él prefiere explorar como experiencias que moldean culturas, creencias y subjetividades. Así, ha encontrado un camino alternativo, o una reversión más ajustada a su propio enfoque, de aquello que buscaban los teóricos de la llamada paraufología, como los Keel o Vallée que yo devoraba en mi adolescencia: abducciones, visiones, sincronicidades y ese no sé qué inefable que algunos llaman “estados alterados de consciencia”, no deben ser descartados como ilusiones psicológicas o manifestaciones socioculturales. Estas experiencias, piensa Kripal, “dan acceso a dimensiones de la mente y la realidad aún no comprendidas del todo por la ciencia”. En suma, propone analizar las consecuencias socioculturales de las experiencias narradas por los protagonistas (artistas, visionarios, posibles testigos de “lo imposible”, etc.) a partir de una serie de fenómenos cuyo aspecto material, su existencia concreta en un mundo donde las cosas, aparte de verse, pueden ser corroboradas y medidas independientemente de sus falibles testigos, no deja de ser una hipótesis pendiente de confirmación.
Kripal sugiere que necesitamos nuevas categorías —ni estrictamente religiosas ni puramente científicas— para abordar lo paranormal como un lenguaje simbólico de la conciencia, una forma de percibir «lo imposible» que está profundamente arraigada en la historia cultural y espiritual de la humanidad.
En mi opinión, estas experiencias, salvo que surjan evidencias en contrario, son más bien construcciones culturales que expresan temores, deseos y mitologías modernas. Entiendo que todavía no se han presentado las condiciones materiales para darle una oportunidad a lo sobrenatural fuera de su dimensión cultural.
La lectura de Kripal apunta a “expandir la conciencia”; yo prefiero reivindicar el asombro y admitir el potencial transformador del yo en circunstancias anómalas, pero sin abandonar el juicio crítico. Hasta el momento, no he encontrado ningún argumento convincente que permita adoptar la idea de “dimensiones ocultas”, “revelaciones latentes que permanecen en zonas inescrutables de la mente” o la de la existencia de una “súper consciencia” para explicar el poder simbólico o el impacto emocional que, indiscutiblemente, poseen estas narrativas.
En nuestros últimos intercambios, le expliqué que mi fascinación por lo paranormal trascendía mi trabajo periodístico. “Si bien mi enfoque es el de un ‘humanista escéptico’, mis conocimientos de antropología me llevan a disfrutar de la producción narrativa popular, artística y experiencial de los testigos, pero también de la narrativa teórica de ufólogos y otros especialistas en lo extraño”. Kripal me contestó: “Oye, coincido contigo en lo del humanismo escéptico, aunque sospecho que para mí es más bien un superhumanismo escéptico 🙂 . Creo que todo es mayormente humano, pero ese ‘humano’ no es lo que creemos.”
Kripal hoy se encuentra trabajando en una Trilogía de la Superhistoria, fuertemente vinculada con su primer proyecto, que sigue su andadura: los Archivos de lo Imposible.
La trilogía tiene tres componentes básicos: (1) cosmología y física cuántica; (2) biología evolutiva; y (3) tecnología y escatología, particularmente en su expresión a través del fenómeno OVNI y las moléculas enteógenas. La trilogía en su conjunto se titula La Superhistoria: Ciencia (Ficción) y Algunas Mitologías Emergentes.
A mi modo de ver, en la escalera del pensamiento humano, en un peldaño habitan la simpatía por las figuras del mundo paranormal y el encanto de las maravillas especulativas que estas ideas inspiran, y en otro, más abajo, bastante más abajo, el embeleso ante promesas irresponsables, como curas milagrosas contra el cáncer o el terraplanismo. No estamos en la misma altura ni respiramos el mismo aire: un descanso invita a provocar la imaginación, el otro puede asfixiar y hacernos descender hacia la negación del conocimiento.
Queda aquí el enlace al sitio web de Jeffrey para quienes desean profundizar en sus ideas, que incluye “la religión como una forma legítima de ciencia ficción, la precognición y la naturaleza ‘bloqueada’ del espacio-tiempo, y los misticismos del siglo XX”.