Una vida entre platillos

El 24 de junio de 2017 se cumplieron 70 años de los primeros platillos voladores y los editores de la revista Brando me encargaron esta nota, que recién ahora publico en el blog porque ya la habían replicado DIVERSA y La Nación. La republico porque, por el aniversario, renació en Facebook y habían quedado en carpeta fotos que entonces no salieron. También es una ocasión para publicar la producción de Gaspar Kunis, editor fotográfico de Brando. La nota es la biografía platillista condensada de un tipo que pasó todas las etapas: ufólogo, escéptico y luego cronista de un universo paralelo, tan fantástico que no parece real, pero lo es.

Por Alejandro Agostinelli

Soy de la generación de los recortes de diarios. Ya desde chico, tema que me interesaba, tema que iba a parar a mi álbum de noticias.

En 1973, cuando comencé a armar mi archivo, palabra grande para describir una montaña de carpetas desordenadas, era incapaz de calcular el valor que iban a tener esos papeles para mí. Entendámonos: para una persona normal el destino obligado de esos recortes es el tacho de basura. Pero yo los atesoro, es carbón que en cualquier momento se puede volver diamante. Después de tres décadas o más de dedicarme al periodismo de lo extraordinario y lo paranormal sé que cada historia donde alguna persona relata acontecimientos inusuales tiene un potencial fenomenal. Son historias que mejoran con el tiempo. Nunca sabemos cuándo puede aparecer un dato nuevo, una conexión inesperada o transformarse en el eslabón de una cadena mayor.

En tiempos de paz, el cielo suele ser una zona de relativa calma: es difícil ver pasar naves aéreas en forma intempestiva. La primera gran noticia del siglo XX que liquidó esa idea comenzó a contarse la tarde del 24 de junio de 1947, cuando un comerciante, Kenneth Arnold, vio desde su avioneta nueve objetos sobrevolar muy rápido el monte Rainier, estado de Washington.

Durante mi adolescencia Fabio Zerpa insistía en que Arnold había visto “nueve tazas de café” voladoras, algo que me confundía, sobre todo porque, a partir de aquella observación, había nacido el término “platillo volador” (flying saucer), que, supuestamente, era la forma de las aeronaves, porque eso eran antes de que técnicos de la Fuerza Aérea de los EE.UU. los rebautizaran Objetos Voladores No Identificados. En 1988 un estudiante de sociología francés, Pierre Lagrange, viajó a los EE.UU. para reconstruir los dos primeros días de los famosos platillos. Era la primera vez que alguien lo hacía. Entrevistó a testigos, familiares y periodistas y determinó que Arnold nunca había visto tazas de café ni, mucho menos, platillos voladores. El piloto dijo que esos objetos eran como búmerangs. Y que volaban “como platillos saltando sobre el agua”. Bill Bequette, periodista del diario East Oregonian, malinterpretó esa descripción de movimiento con otra de forma. Esa metáfora creó el molde cultural donde iban a calzar los testimonios por venir: si esos objetos eran discoidales, eran los “verdaderos” platillos voladores. Y si esos platillos eran reales, entonces se habían “adecuado” a un error periodístico. El equívoco de Bequette enojó a Arnold cuando aún ignoraba que en esa pequeña errata estaba cifrado el destino de un misterio moderno, quizá uno de los más populares del siglo XX.

Cuando uno dice recortes también habla de revistas, historietas y anotaciones. Repasar esas carpetas, 44 años después, es un viaje a la imaginación de un adolescente que nutría sus sueños con lo que veía en la tele, como el final de la misión Apolo, que puso 12 hombres en la Luna, series como Viaje a las estrellas y El túnel del tiempo, películas donde el futuro era el más sombrío retrato de la desolación, como Soylent Green, o representaba pánicos paranormales, como en Carrie, o terrores religiosos, como en El exorcista. Con Javier, mi hermano menor, juntábamos las tiras de una historieta que salía en Clarín, El regreso de Osiris, la odisea espacial que dibujó Alberto Contreras hasta su muerte. Y devorábamos El Eternauta, el Martín Fierro de nuestra generación.

Agostinelli según Nahuel G. Dimarco.

Por aquellos años, los naipes del platillismo estaban barajados de un modo extraño. En esas carpetas esperaban humanoides que hablaban desde la pantalla del televisor o interferían en la programación radial, Hombres de Negro que le habían perforado a tiros la persiana a un ufólogo que, supimos años después, militaba en un movimiento guerrillero, o cuentos casi infantiles que salían en los diarios como la de unos chicos sicilianos a quienes un escamoso reptiliano les dijo: Venid conmigo, os enseñaré mi idioma y os llevaré a la Luna. En esos años intercambiaba cartas con personas increíbles, entre ellas una ecuatoriana que llenaba páginas y páginas de papel de calcar escritas en una letra cursiva minúscula, tal vez empequeñecida por el temor al escepticismo. Me acuerdo de las vueltas que dio antes de confesar su íntima convicción de que el padre de su hijo era un mesías nacido en otro mundo. En su confesión había un dolor grandísimo. Una vez noté tinta corrida por las lágrimas en esas cartas llenas de historias extravagantes.

En los 70 casi no había libros sobre ovnis y las revistas especializadas eran pocas. Sin internet, redes sociales ni cable, la información circulaba a cuenta gotas. Quizá esa carencia incentivaba cierto espíritu inquisitivo. El correo postal era la base de todo intercambio entre países lejanos, y entre el envío y recepción de una carta podían pasar 20 días. Armé mi primera red de corresponsales con algunos compañeros de la secundaria. Formamos el GAIFE (Grupo Aficionado para la Investigación de Fenómenos Espaciales), que editaba un boletín fotocopiado. Cora Cané, en su Clarín Porteño, nos publicó una invitación contactar otros interesados. Llovieron cartas de todo el mundo. Revistas de ciencia ficción como Más allá y 2001 Periodismo de Anticipación también alentaban a los lectores a publicitar grupos de aficionados. Casi todos estos “centros” eran sellos de goma de adolescentes que anhelaban encontrarse con seres afines en el vasto océano cósmico.

Mendoza, 1980. Un congreso de la FAECE no era el escenario ideal para explicar «el ovni del año». Junto a Agostinelli, Guillermo Aldunati.

Durante algunos años creímos en la existencia de testigos vírgenes de la influencia de la ciencia ficción, libres del contagio de los medios y, por ende, capaces de dar fe de las incursiones de naves espaciales de tuercas y tornillos. En 1979 yo era casi el único integrante del GAIFE y con nuevos amigos cofundamos el CEFANC (Centro de Estudios de Fenómenos Aéreos No Convencionales). Desde el nombre se advierte que las ilusiones de cientificismo crecían.

El caso Lorenzutti: Siete fotografías y un testigo. Nota publicada en Fenómenos Aéreos Nro. 3 (CEFANC, 1980).

Queríamos casos reales, pero cuando fuimos a entrevistar a Norberto Lorenzutti, un chico de nuestra edad que había tomado una serie de fotos de un platillo sobre Barrio Norte, no esperábamos encontrar indicios de un ovni de papel pegado en el vidrio de la ventana. Su madre quedó tan impactada que corrió a llevar el material a Zerpa, quien publicó todo en un camino sin retorno. Desde entonces, muchas veces me reencontré con historias así, en las que un engaño o una travesura infantil se le va de las manos a su creador para encallar en los catálogos de narrativas ufológicas. Algo más simpático nos ocurrió con mi coequiper de aquellos años, Alex Chionetti. En Lanús un vecino había denunciado el aterrizaje de un ovni, sobre el que dio toda clase de detalles. En el frente de su vivienda había un círculo de unos siete metros. El centro parecía calcinado por una tobera y había hongos alrededor. Volví a mi casa con dos bolsitas con muestras, una interior y otra exterior, y las colgué en el picaporte de mi cuarto. Al otro día desperté oyendo un pedido de auxilio de mi madre.

–¡María, vení! ¡Vení, urgente! ¡Mirá lo que me han metido en la casa!

La vecina entró y en fracción de segundos dio un diagnóstico inapelable.

–Te han hecho un trabajo.

–¿Eh?

–Te han hecho un maleficio. Esto es magia negra.

–Ay, María, yo sabía que alguien me quería joder.

Cuando, risueño, me acerco para conocer el motivo de semejante ingenuidad, observo espantado cómo, ya en la vereda, las posibles evidencias de un aterrizaje extraterrestre crepitaban en un fuego purificador.

–¡Mamá, esas brujerías son mis muestras!, grité.

Un botánico vio las fotos y dictaminó que la huella había sido causada por una plaga de hongos que crece en forma circular a partir de una seta central que, al morir, deja residuos oscuros, como si fuesen rastros de ignición. Antes de ser atribuidas a marcas de ovnis la gente creía que estas huellas eran rondas de brujas o anillos que dejaban las hadas al bailar. Creáse o no, todavía circulan fotos de anillos de hadas como evidencia del aterrizaje de ovnis.

Al tiempo viajamos a Quilmes para visitar a Alejandra Martínez de Pascucci. En julio de 1968 había contado al diario Crónica su asombroso viaje en un plato volador junto a dos seres de luz. Al comienzo no nos quiso recibir. Por fin entreabrió la puerta y confesó: “Eso fue una mentira mía”. ¿Con qué fin? “Quería llevar a mi hijo a la tele”. El sueño del nene era cantar en Sábados Circulares de Mancera.

Legendario Angel Tonna. Estancia La Aurora, 1980. Foto: Alejandro Agostinelli.

Para aquellas encuestas pioneras también cruzamos el charco. Florencio Escardó, un destacado pediatra cuyano, había descripto en La Nación las maravillas que vio en Uruguay. “En Salto existe un ovnidromo”, dijo. Era invierno de 1980. Con Chionetti no lo dudamos. Debíamos ir. Ya en la estancia La Aurora, su dueño, Ángel Tonna, nos confió que sus campos eran una base de operaciones extraterrestres. Todo comenzó en febrero de 1977 como un caso ovni más: la visión de unos objetos, luces nocturnas y un rayo que volteó parte de un bosque, mató a un perro, esterilizó a un toro y calcinó un ombú que, según Tonna, quedó impregnado de radioactividad: bicho que caía dentro, sucumbía momificado. Nada de esto era cierto, explicaron los ufólogos locales. Pero nosotros queríamos vivir la experiencia y decidimos pasar la noche a campo abierto. Sin linternas, sin carpa, sin mantas, pero con la moral alta y dispuestos a enfrentar lo desconocido. El relato de Tonna era poco convincente, pero su familiaridad con lo extraterreno tenía algo perturbador.

Cuando cayó el Sol señaló las naves.

–Ahí están ¿ven?

–¿Dónde? ¿Dónde?, desesperamos.

–Ahisíto nomás, se aparecen a estas horas.

Era verdad. Dos focos rojizos parpadeaban sobre el horizonte.

Poco antes, cerca de Montevideo, habíamos entrevistado a Juan Froche, un herrero que el 14 de junio de ese año había forcejeado con dos humanoides con tajos en la frente que le quemaron la palma de la mano. También nos reunimos con Carlos Pérez Lavagnini, Carlos Cantonnet y otros miembros de la comisión ovni de la Fuerza Aérea uruguaya, Cridovni, que se había fundado hacía pocos meses. Nos habían contado historias asombrosas. Hablábamos sobre todo eso en medio de la noche y la nada, pisando bosta, salteando alambrados y caminando en dirección a una luz extraña. Hacía frío y nos faltaba abrigo. El resplandor brillaba sobre el horizonte, no se movía, pero esa madrugada aquel misterio era nuestro. La luz titilaba, se apagaba y reaparecía en otro lugar. Chionetti, mayor que yo, se reía de mis quejas. Rezongaba por la hora, el frío, la incertidumbre… ¿Cuánto más íbamos a caminar? ¿Cuál era el límite? Yo estaba cagado en las patas. Alex gozaba. “Somos piezas de un ajedrez cósmico. Estamos perdidos. ¡La inteligencia del fenómeno nos manipula!”, recitó como poseído por el espíritu del profesor Neurus. En algo tenía razón: estábamos perdidos. Esa caminata eterna no acortaba la distancia que nos separaba de la luz. Yo imaginaba que esa nave, o lo que diablos fuera, se nos podía venir encima. Estábamos por cruzar el enésimo alambrado de púa cuando pegué un salto hacia atrás: el metal vibró violentamente.

Agostinelli en La Aurora, invierno de 1980.

–¿Viste eso?, le pregunté algo alterado a Alex.

–¿Si ví qué? Mi amigo miraba a través de los binoculares. Parecía en otra.

–¡Que el alambrado se movió!, insistí.

–¡Qué se va a mover!

El alambrado tembló con más fuerza aún. Mi mente aceleró más rápido que mis piernas: salí disparado de ahí. Mi compañero me siguió el tranco con su pata coja. Mi corazón latía como una Kalashnikov. Doblado de la risa, Alex se disculpó. Me había hecho una broma. Ya está, deserté, me dije. La ufología de campo no es para mí. Yo tenía 17 años. Ya era tarde. Tenía hambre. Hacía frío. Extrañaba a mi mamá. Y el miserable casco de la estancia que no aparecía por ninguna parte.

Jacques Vallée durante la entrevista que le hizo el autor en Victoria, Entre Ríos, 2016.

Al otro día Tonna nos llevó en jeep a la zona de la luz. El paseo incluyó una parada en los asentamientos: el famoso ovnidromo de Salto. “Ellos estacionan acá, usan las mismas huellas”, explicó. Las marcas no eran asombrosas: parecían artesanales, círculos hundidos como si empotraras una cacerola en el barro. Por ahí había una ruta bastante transitada. Algunas naves podían ser faros de automóviles. Otras, luces de un farol. Una luz se prende, la otra se apaga. Dos pueden parecer la misma cosa que se desplaza. Una luz quieta parpadea por muchas razones: cambios de temperatura del aire, ropa tendida movida por el viento, un desperfecto… El resto, magia pura: expectativa (no fuimos a Salto para recolectar tomates), cultura (el copyright de la teoría del juego de ajedrez de Chionetti era de nuestro admirado Jacques Vallée) y sugestión (Tonna, Froche, el relato de ufólogos, nuestras propias conversaciones).

La Aurora convocó a cientos de grupos contactistas. Venían de todas partes. Supimos que habían peregrinado hasta allí seguidores de la “capitana” Perla Perviú o Madre Isis, una mendocina que aseguraba vaticinar y detener tsunamis con el poder de la oración, y los de Trigueirinho, quien más tarde ungió a la estancia uno de los siete centros energéticos de la Tierra. La Aurora también fue un ejemplo de sincretismo católico-platillista. Así como en 1981 apareció un crucifijo marcado en la tierra, en 1987 los Tonna erigieron una gruta para los devotos del padre Pío de Pietralcina, fraile capuchino canonizado por Juan Pablo II en 2002 por poseer el don de la bilocación, los estigmas de Cristo y la capacidad de curar. Parece que a la Iglesia no le gustó esa mezcla: por años sus curas tuvieron prohibido celebrar la misa en el lugar. Ufólogos religiosos y laicos siguieron acampando. En 2005, cuando Tonna falleció, sus hijos se rindieron. Hoy en La Aurora coexisten ofrendas católicas, bricolaje alienígena y leyendas seculares como una visita de Neil Armstrong que el astronauta negó haber realizado. Su esplendor solo fue eclipsado en 1986 con el nacimiento de un santuario ovni turísticamente más atractivo: el del cerro Uritorco, en Capilla del Monte, Córdoba.

Amigos. Roncoroni junto a Agostinelli (8-12-1996).

Algo más ocurrió en 1980. El sábado 14 de junio, pasadas las 19 horas, una gigantesca aureola luminosa cruzó el cielo de casi todo el Cono Sur. Trasparentaba la luz de las estrellas como una enorme nube anular hasta que se extinguió en un tenue punto de luz. Conseguí fotos tomadas en cuatro puntos del país y con Adrián Legaspi, otro integrante del grupo, concluimos que el objeto era demasiado grande y estaba demasiado alto para ser una simple nave de otro planeta. El fenómeno estaba a más de 200 kilómetros del suelo y tenía unos 10 kilómetros de diámetro. No parecía poseer  luz propia sino reflejar los rayos del Sol, que a esa altitud aún lo iluminaba. Lo más probable, estimamos, es que fuera una experiencia en alta atmósfera a cuenta de alguna agencia espacial. En diciembre presentamos nuestras conclusiones en el Congreso Internacional que organizaba en Mendoza la FAECE (Federación Argentina de Estudios de la Ciencia Extraterrestre). Así como suena: ciencia extraterrestre, un concepto que inventó Pedro Romaniuk, el máximo exponente argentino de esa extraña cruza entre esoterismo, tecnología y religión. Todavía me pregunto cómo salí vivo de ahí. Pero valió la pena. Allí estreché lazos con amigos con quienes compartiría nuevas aventuras. Guillermo Roncoroni me invitó a formar parte de la CIU (Comisión de Investigaciones Ufológicas) y de su revista Ufo Press y conocimos a J. Allen Hynek, doctor en astronomía, fundador del CUFOS (Center for Ufo Studies) y el ufólogo más emblemático del mundo: de asesorar el proyecto Libro Azul de la Fuerza Aérea de los EE.UU. pasó a protagonizar un glorioso cameo en la escena final de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, la película de Spielberg de la que también había sido asesor. Por Hynek conocí a Jim Oberg, un investigador que tenía la respuesta: la “nave” del 14 de Junio había sido causada por el ingreso en la atmósfera del combustible del cohete que puso en órbita a un satélite soviético de la serie Kosmos.

Encuentro en París, 1985. Scornaux, Agostinelli, Lagrange y Monnerie. Foto: F. Janson

Otra vez: las cosas, miradas de cerca, son menos raras. Mi viejo, que era importador, me llevó varias veces a Europa. Así pude conocer a las grandes figuras de la ufología española, italiana y francesa. En los 80 nació la escuela psicosocial, impulsada por Michel Monnerie, Claude Mauge y Jacques Scornaux, entre otros viejos ufólogos aburridos de encontrar explicaciones a casos que sus colegas daban por inexplicados. Solo los italianos entendieron que, si la ufología tenía una misión, ésta era hallar las causas de las observaciones. El rol del ufólogo debía ser técnico. Lejos de los fogoneros de mitos, a quienes solo les rinde contar historias sin importarles en lo más mínimo el rigor histórico. Los enfants terribles de la escuela francesa vivían enfrascados en tremendas luchas teóricas. Si a fines de los 70 era transgresor reivindicar la necesidad de investigar un fenómeno ninguneado por el establishment científico, ahora la heterodoxia era pararse en la vereda opuesta. La refutación estaba de moda. Pero ese despertar a la autocrítica fue el bautismo de fuego para jóvenes como Pierre Lagrange, que buscaron el equilibrio, porque el escepticismo a cualquier precio no es distinto a creer a cualquier precio.

Fueron años de una transición climática. Vivencias como las abducciones, que exacerbaron el imaginario platillista como nunca antes, o historias como la captura de naves accidentadas, como el caso Roswell (la conspiración secreta más famosa del mundo), mostraron “realidades alternativas” casi indistinguibles de la ciencia ficción. Eso hizo repensar los orígenes de todo. Ahí, en esa literatura, en esos comics, estaba cifrado el enigma. Los discos espaciales eran comunes en los años 30, en las historietas de Buck Rogers y Flash Gordon, en ilustraciones como las de Frank Paul para Amazing Stories. Después de 1947, cuando  los platillos encarnaron en el mundo real, el cine catalizó ese fervor en El día que paralizaron la Tierra (1951), Invasores de Marte (1953), La guerra de los mundos (1953) o El pueblo de los malditos (1960), todas películas con raptos, implantes y embarazos extraños. Las primeras abducciones aparecían en ese material antes de 1964, cuando Betty y Barney Hill contaron bajo hipnosis el primer encuentro a bordo con alienígenas. Desde luego, la ficción científica no es la única influencia cultural. El ocultismo teosófico, el movimiento rosacruz y el espiritismo aportaron un repertorio completo de ideas que reencarnaron en la subcultura platillista: entes cósmicos creadores de la humanidad, misterios arqueológicos, continentes sumergidos, y fuerzas rivales, unas protectoras o aliadas y otras hostiles.

Entrevista a Bunge del CAIRP, 1992. Mario Bunge, Heriberto Janosch y Agostinelli.

Los años 90 me encontraron con un pie fuera de ufolandia. Todo el tiempo aparecían nuevas religiones inspiradas en los extraterrestres y estudiar los alcances de ese movimiento me interesó más. Mi única demora, que también tuvo sus beneficios, fue cierto recrudecimiento de mi escepticismo: entre 1990 y 1994 formé parte del CAIRP (Centro Argentino para la Investigación y Refutación de la Pseudociencia). Éramos convocados por los medios para sofocar focos de pensamiento mágico rebelde y publicábamos El ojo escéptico, la primera revista argentina sobre misterios que en vez de venderlos los desalentaba. No estuvo mal, fue un master acelerado en pensamiento crítico y una oportunidad para analizar las creencias de la New Age, en auge por aquellos días. Pero un exceso de militancia intoxica el ejercicio idóneo de la profesión, y yo ya era periodista. Curiosamente ese fue el punto que atacó Sandra Russo cuando me rechazó una nota en Página/12. “Un escéptico como vos no puede cubrir el juicio a una vidente”, argumentó.

Pero tampoco es ser justo con mi derecho a cambiar de ideas si mi abandono de las trincheras racionalistas se hubiese reducido a cierta necesidad de reciclarme como periodista imparcial. No, el éxito profesional, o la cantidad de trabajo, no dependen de esas sutilezas. Experiencias personales, un redescubrimiento de la magia en las vidas y el relato de las personas que tienen vivencias extraordinarias y una búsqueda de aprender más sobre los procesos sociales fueron los factores que me llevaron a enderezar la puntería.

Con Martha Green, entrevista en Pilar, 2007.

Tres personas influyeron mucho en mi cambio de rumbo, un hombre y dos mujeres. El antropólogo Alejandro Frigerio me enseñó a acercarme a la dimensión sociocultural de unos fenómenos humanos y me hizo ver que en la ufología, secular o religiosa, se reproducían procesos de estigmatización social que eran más fáciles de visualizar en otras minorías. Emy, una mujer que lideraba una pequeña comunidad new age, me abrió las puertas a su mundo místico pese a que la primera referencia que le dieron de mí fue que yo era un espía del Opus Dei. Su generosidad me permitió conocer por dentro la dinámica de grupos que otras personas, llenas de prejuicios, pueden percibir como sectas extrañas a las que hay que perseguir. Por último, Marta Green. Alguien con ese nombre estuvo en la terraza del Kavanagh en 1954, cuando un grupo de médiums anunció que esa noche una nave de Júpiter iba a sobrevolar el edificio. Buscándola encontré a otra Martha Green, una abuelita encantadora. En un libro, Ozonis, revela su romance con un ser del espacio exterior. Es una larga historia (que cuento en Invasores). Pero cuando la conocí valoré más a las personas que son capaces seguir adelante sin temor al ridículo, pese a la certeza de que vas a tener el mundo en contra. Escuchar a Marta no fue fácil. Fue necesario derrotar prejuicios largamente cultivados.

El viaje de aquel adolescente que creía en los extraterrestres ¿valió la pena? ¿Acaso descenderán alguna vez seres de otros mundos? Ningún hallazgo confirma la tesis que le da sentido a la vocación ufológica. Ni siquiera hay evidencias de que algunos informes puedan enmascarar un fenómeno original. ¿Sobrevivirá la ufología? Ninguna disciplina autodidacta con ambiciones cósmicas puede superar siete décadas de frustraciones, a menos que siga las reglas del mundillo religioso y conspirativo. ¿Qué hacer? Lo que muchos aún hacen: recopilar, observar y estudiar las manifestaciones socio-culturales que dan vida a este imaginario en permanente transformación.

Publicado en Revista Brando, septiembre 2017.

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ENLACES EXTERNOS

Historias del Más Acá. Por Valeria Parente. Revista Rumbos (2009)
«El ufólogo no debe creerle mucho a nadie». Por Martín Llambi. Revista El Federal (2009)
Los enanitos verdes. Por Juan Pablo Bertazza. Radar, Página/12 (2009)
Crónicas sobre la especie más fascinante y misteriosa de la Tierra. Por Cicco (Revista «C» del diario Crítica, 2009)
Crónicas marcianas y argentinas. Por Javier Sinay (Ciudad, 2009).
«Soy un agnóstico en materia de ovnis». Por Nahuel Sugobono (Uno mismo, 2009)
«Todos tenemos un extraterrestre en el placar». Por Juan I. Pereyra (Río Negro, 2011).
Humanos, demasiado humanos. Por Alejandro Agostinelli (Newsweek, 2013)
El Señor de los Platillos. Por Javier Aguirre (Página 12, 2017)
A aquellos hombres verdes. Por Osvaldo Aguirre (La Agenda de Buenos Aires, 2017)

Más notas en AUTORREFERENCIALES , CULTURA ALIEN y MARATÓN OVNI 2017

Entrevista de Diego Zúñiga (2001) «Cada día me gusta menos que me llamen ufólogo»

Carta abierta a los jóvenes ufólogos (1995)

GALERÍA DE IMÁGENES

UNA PRODU DE CUENTO. Aquel mediodía con Gaspar, Diego, Martín y El Colo entramos en un bosque oscuro, extraño y tan frágil como el telgopor prensado. Las ramas se desplomaban por su propio peso y el reloj quedó detenido en un lapso indescifrable. El clima era de expectativa, en eso todos vamos a estar de acuerdo. Era un encuentro previa cita, pero siempre hay sorpresas. Había que andar con cuidado: las hojas crujían como papas fritas y no tenían reposición. Del suelo empezó a trepar una bruma volátil y efímera y del cielo empezó a caer un polvo blanco. El Colo estaba alerta a las luces, Diego a la estabilidad del paisaje y Martín a la lluvia blanca. Un cono de luz cayó justo sobre mi cabeza. El resto estaba apiñado alrededor de la cámara. Extático pero escaso de fe, miré hacia arriba. Gaspar buscaba palabras para quebrar mi escepticismo. “¡Esto es espectacular!”, decía. Bah, lo repetía a cada rato. Nadie me lo va a creer, pero yo estaba bien predispuesto. Nunca pensé que en un momento Gaspar me iba a gritar: “¡Déjate abducir!”. No pudimos repetir la escena muchas veces por el cansancio, el ragú y la falta de talco. Además, el hielo seco tampoco es eterno. Pero así dejamos en puerta la foto para ilustrar la nota “Una vida entre platillos” que acaba de publicar revista Brando de septiembre. El resto sería pura posproducción. Lo mejor de aquel momento es que todavía ignorábamos que poco después íbamos a estar reclamando, con tantos amigos a los que nos corre un poquito de amor por las venas, por la aparición con vida de Santiago Maldonado. Gracias Humphrey Inzillo, Fernanda Nicolini y Tomás Linch. Y a Gaspar y al resto del equipo, desde luego. (Publicado en Facebook, 4 de Septiembre de 2017).

Programa de Congreso de la FAECE en Mendoza, Dic. 1980. Descargar en alta desde aquí.
El «Avistamiento ovni masivo» del 14-07-1980. La revista danesa Ufo-Nyt citó la investigación del CEFANC en su edición de 1983. Descargar en alta desde aquí.
Paolo Toselli (der) entrevistado por Agostinelli en Torino, 1985. Foto: Edoardo Russo.
Conferencias en el Hotel Aconcagua. Mendoza, dic. 1980. Cobertura de la revista Cuarta Dimensión del congreso organizado por Faluk Alem de la filial cuyana de la FAECE.
Congreso de FAECE. Rubén Valle, S. Ocejo, J.A. Hynek, Janosch y Agostinelli (1980). Foto: H.J.
Pareidolia en Boulogne, 1983. Para Agostinelli, la Virgen y ovnis eran «el mismo fenómeno».
Credenciales y tarjetas. En los 80, para ser ufólogo había que ostentar alguna membresía.
Primera nota de Agostinelli sobre ovnis. En La Voz, 23/08/1985. Descargar de aquí.
CIFO, Rosario. Fines del siglo XX. Junto a integrantes del grupo de investigación rosarino.
Años’ 80 en la prensa. Publicaciones de la CIU (Comisión de Investigaciones Ufológicas).
Primer Forum Mundial de Ufología. Brasilia, 1997. El último encuentro ufológico en el que participó Agostinelli. En revista Descubrir publicó Alienígenas en su laberinto (1998).
Noticias del CAIRP. Año 1993, cuando los escépticos salían en los diarios.
Ciencia Vs. New Age en «Futuro». Entre 1992 y 1993, Agostinelli participó en un debate con A. Piscitelli, L. Moledo y otros en el extinto suplemento científico de Página/12.
CAIRP, 1993. De izq. a der: Sergio Pini, Leonardo Moledo, Agostinelli, Raúl Colomb, Klimovsky junior, Enrique «Kartis»Carpinetti, Janosch, Gregorio Klimovsky, Di Pelino, Ellen Popper, Borgo y Top. Abajo: NN, Márquez, NN, De Cinti y señora y el esperpéntico Dr. Navarro. Foto: Enrique Pereira de Lucena
Mensajes cómicos. Diego Viegas y Andrés Torres (1993): parodia del escepticismo.
Catamarán holístico, 1995. Cobertura para La Prensa de un viaje new age a la isla Martín García, acompañando al grupo de Emy, Teatro Místico.
Agostinelli en Brando / Producción realizada por Gaspar Kunis (2017).
Agostinelli en Brando / Producción realizada por Gaspar Kunis (2017).
Puerto Rico, 2006. Agostinelli en la Ruta Extraterrestre PR 303. Un ufólogo local promete desde hace décadas construir un ovnipuerto en ese sector de la isla. Foto: Daniel Altschuler.
La ufología en los ’80. Revista Ufo Press Nro 20 (1984) y publicaciones del CEFANC (1980)
Terraza del Kavanagh. En 2016, el financista Carlos Maslaton invitó a Agostinelli al punto donde tuvieron su «encuentro previa cita» los hermanos Duclout en 1954 (ver Invasores).
Encuentro con Vallée. Fue en Victoria, Entre Ríos, en septiembre de 2016. Aquí, frente al mayor ícono platillista de esa ciudad. Durante el rodaje de Testigo de otro mundo (A. Stivelman, 2018).

El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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