Los visitantes extraterrestres son una obsesión recurrente en el cine, la literatura y muchos otros medios. Pero, ¿de dónde procede esta idea? ¿Cuándo empezó la humanidad a mirar hacia las estrellas, preguntándose quién, si es que hay alguien, nos devuelve la mirada?
Entrelazando la literatura, la filosofía, la religión y los testimonios personales, Chris Aubeck recupera la historia olvidada de cómo la creencia en las visitas extraterrestres se arraigó en la conciencia occidental.
Aubeck eligió a Factor para adelantar algunas páginas del Volumen I de su obra, que abarca desde la Antigüedad hasta 1880.
Por Chris Aubeck
El volumen 1 de Artefactos alienígenas se nutre de siglos de especulación científica, ficción, sátira, aseveraciones y bulos para responder a preguntas como:
¿Cuándo se consideró por primera vez que los ovnis eran naves extraterrestres?
¿Quién fue el inventor olvidado de la teoría de los «ancestros alienígenas»?
¿Quién fue el primer contactado?
¿Por qué en tantos encuentros aparecen entidades rubias y de ojos azules?
¿Dónde se estrellaron por primera vez artefactos procedentes de otros planetas?
¿Por qué tantos informes se refieren a un planeta perdido?
Esta es una investigación única que invita a la reflexión y presenta a escépticos y creyentes una imagen clara de cómo se originó y evolucionó la eterna cuestión de las visitas extraterrestres.
Objetos extraordinarios
Pasé gran parte de mi adolescencia en las bibliotecas, escudriñando libros y periódicos antiguos en busca de lo insólito. A la prensa victoriana le encantaban los misterios, incluso cuando resultaba ser un bulo, así que era fácil encontrar testimonios sobre duendes o monstruos en el bosque. Podía llenar cuadernos enteros con cartas de lectores sobre luces extrañas en el cielo. Hoy en día, por supuesto, muchas hemerotecas se han digitalizado y están disponibles en línea, lo que permite buscar en millones de páginas a golpe de ratón sin siquiera salir de casa. Aún siento esa sensación de descubrimiento cuando mis ojos recorren la página, pero no puedo negar que añoro el olor añejo del papel antiguo.
Un día me llamó la atención un titular:
«Objeto extraordinario. Se dice que ha caído un meteorito en Jamaica.»
En una carta, Frank Cundall, bibliotecario del Instituto de Jamaica, preguntó a los lectores si podían arrojar alguna luz sobre un misterioso objeto que había caído del cielo. Los únicos datos que poseía procedían de un viejo libro de ciencia que le había enviado un ingeniero en Alemania. Estaba desconcertado porque nunca había oído hablar del caso:
Esto es de gran importancia ya que, si las afirmaciones son correctas, muestra que en nuestro sistema planetario, o en el universo, existen, o han existido, planetas habitados por seres inteligentes. Sin embargo, llama la atención que el objeto (que se describe a continuación) no sea generalmente conocido y que ningún museo haya conservado el meteorito en cuestión (1).
Según la historia, un brillante meteoro habría detonado sobre el sureste de Jamaica en agosto de 1862, lanzando fragmentos que se dispersaron por el aire. Un trozo cayó en la parroquia de St. Catherine, a cincuenta metros detrás de tres hombres que se dirigían a su casa junto al río. Bajo la luna vieron una masa de roca, semienterrada en la tierra húmeda. Uno de los hombres, el científico inglés Dr. Hopkins, quedó intrigado. Los meteoritos son raros en las Indias Occidentales y éste era inusualmente grande. Convencido de que era de gran importancia, lo hizo llevar a su laboratorio la mañana siguiente.
La superficie superior del objeto era ligeramente convexa, mientras que la parte inferior era cóncava como un cascarón roto. Un lado presentaba una ranura, como si se hubiera diseñado para insertar un tubo. Hopkins pensaba que todo parecía extrañamente manufacturado. Al frotar una mancha de resina con alcohol y agua destilada, el científico encontró algo aún más impresionante: ¡grabados! Líneas y círculos, dibujos del sol, edificios y vegetación. En un informe para la Asociación Científica de Kingston, el científico concluyó que «el meteorito parece haber sido parte de un arco de piedra y haber llegado desde una estrella […] habitada por criaturas con conocimientos de construcción, dibujo y perspectiva».
La fuente de Cundall, el escritor científico alemán August Böhner, apuntó que el hallazgo era potencialmente revolucionario (2). No se equivocaba: el descubrimiento de vida inteligente más allá de la Tierra transformaría para siempre nuestra visión del cosmos, con consecuencias de gran alcance para la ciencia y la religión.
Si piensas en la década de 1860, lo más probable es que imagines a vaqueros, escenas de Lo que el viento se llevó y Abraham Lincoln. En 1862 Charles Dickens daba conferencias públicas en Londres, Lewis Carroll estaba ocupado con el primer borrador de Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, y Piotr Tchaikovsky aún asistía a clases de música en San Petersburgo. La soberana Isabel II de España se encontraba de visita en Andalucía y Murcia. Nos resulta anacrónico que cualquiera de ellos hubiera podido leer en la prensa sobre algo que se asemejaba a tecnología alienígena estrellada.
No tardé en contactar con historiadores de Jamaica y finalmente descubrí los hechos que se escondían tras el informe de Hopkins, algo que expondré en otro capítulo. Mientras tanto, me gustaría referirme a otro caso que sorprendió a la gente un poco más de un siglo después. El 9 de diciembre de 1965, los residentes de Kecksburg, en el condado de Westmoreland, en Pensilvania, declararon haber visto una bola de fuego que ardía en el cielo. Algunos pensaron que un avión se había estrellado en el bosque. Los voluntarios y la policía registraron el área hasta las dos de la madrugada, pero no hallaron nada fuera de lo común. Dondequiera que cayera, fuera lo que fuera, parecía haber desaparecido sin dejar rastro.
Los astrónomos explicaron el avistamiento como una ilusión óptica causada por un meteorito que pasaba a cientos de kilómetros de distancia. Sin embargo, años después, surgieron nuevos testigos con recuerdos muy diferentes del evento. Un ingeniero describió «una enorme pieza de metal enterrada en el barro». Era «dorado, cobrizo, amarillo, silencioso como un ratón de iglesia», y del tamaño de un Volkswagen escarabajo. Ni puertas ni partes sueltas, solo era un trozo de metal brillante con la forma general de una bellota. En la superficie estaban grabadas marcas extrañas, «no como escritura normal, sino como jeroglíficos del antiguo Egipto». Había ramas rotas por donde había descendido. Otro testigo dijo que unos soldados cargaron el objeto en un camión y se marcharon.
Generaciones de desarrollo científico separan la Jamaica del siglo XIX de la Pensilvania del siglo XX, pero los testimonios son sorprendentemente parecidos. Ambas historias describen un artefacto luminoso que se precipita hacia la tierra. En ambos casos, se presume que la masa es meteórica, mientras otros dijeron que el objeto tenía una forma extraña, hecha de materiales inesperados, con marcas que sugerían un diseño inteligente.
La «bellota» de Kecksburg.
Si se realiza una búsqueda en Google con la palabra Kecksburg, obtenemos más de 100.000 resultados, defendiendo en su mayoría la premisa de que, durante seis décadas, el Gobierno ha ocultado una asombrosa «verdad»: que cuatro años antes de que los astronautas fueran a la Luna, una nave interplanetaria cayó en manos de las fuerzas armadas de los EE.UU. Se trata del evento más publicitado de su tipo después del incidente de Roswell en 1947, en el cual también se ha acusado al ejército de recuperar tecnología alienígena dañada, marcada con símbolos peculiares.
Se ha derramado mucha tinta en este caso. Así que uno tiene que preguntarse: ¿Por qué nadie comparó lo que cayó en Kecksburg con el objeto encontrado en 1862? ¿Por qué ninguno de estos acontecimientos provocó una revolución científica? ¿Son estos los únicos casos registrados? ¿Hay algo en estas noticias que sea real?
Mil novecientos cuarenta y siete
Mi interés por analizar los avistamientos de ovni surgió de una fascinación durante toda mi vida por el folclore y la mitología, combinada con mi aprecio por la ciencia ficción. Siempre ando en busca de algo único o pasado por alto, un auténtico misterio, pero la globalización ha hecho casi imposible distinguir un testimonio original de otro inspirado en Hollywood, un post de Facebook o una serie de Netflix. Prácticamente todo el mundo, en todas partes —desde Madrid hasta Nueva York, desde África hasta las zonas rurales de Asia—, ha sido influenciado por la cultura pop occidental. Superman, un alienígena de Krypton, es tan omnipresente como la Coca-Cola. La contaminación cultural está muy extendida, y la única manera de evitarla en este campo es centrarse en la época anterior a que los ovnis se convirtieran en un circo mediático, antes de que la palabra «ovni» siquiera existiera. Por eso, en mis incursiones en los archivos, me aseguro de que todo lo que escribo sobre objetos voladores o encuentros cercanos procede de fuentes publicadas antes de un año concreto: 1947.
El 24 de junio de 1947, el aviador y empresario estadounidense Kenneth Arnold (1915-1984) aseguró haber visto nueve objetos no identificados que pasaron volando cerca del Monte Rainier, en el estado de Washington. Calculó que se movían a unos 1.900 kilometros por hora, mucho más rápido que cualquier avión de la época. A la vez comentó que los objetos se asemejaban a platillos rebotando sobre el agua, lo que hizo que se les apodara «platillos volantes» (3).
Pronto, cientos de personas decían que también habían presenciado lo mismo sobrevolando sus ciudades y pueblos. ¿Pero qué eran? ¿Eran armas militares secretas o fenómenos meteorológicos raros? El público quería saberlo. Otra posibilidad que se barajó era que los platillos fueran naves espaciales de otro mundo. La única pregunta era por qué parecían reacios a aterrizar.
En una divertida entrevista publicada el 28 de junio, Kenneth Arnold dijo que le encantaría ir a bordo de uno de los platillos para escapar del furor causado por su experiencia. La gente que le rodeaba actuaba de forma muy extraña. Una señora le vio en un café de Pendleton y gritó: «¡Ahí está el hombre que vio a los hombres de Marte!». La mujer salió corriendo del restaurante, sollozando que tendría que «hacer algo por los niños». También recibió una llamada de un predicador atemorizado para advertirle de que los platillos eran presagios del día del juicio final.
«Todo esto se me ha ido de las manos», comentó Arnold con un escalofrío. «La mitad de la gente me mira como si fuese una mezcla de Einstein, Flash Gordon y un loco. Me pregunto qué pensará mi mujer en Idaho» (4).
Sería un error suponer que la gente no estaba preparada mental o culturalmente para la posibilidad de que los extraterrestres vinieran a la Tierra. Por un lado, el contacto interplanetario era un elemento básico en la literatura popular desde hacía tiempo, y muchos de los que reaccionaron ante el avistamiento de Arnold habrían crecido leyendo sobre visitantes de Marte en cómics y cuentos.
El año anterior se había producido un fenómeno parecido en San Diego, California. Testigos alarmados informaron haber visto un objeto alado con forma de bala pasar por encima de la ciudad por la noche, lo que provocó rumores de que había sido «una nave espacial de otro planeta». Meade Layne, editor de la revista esotérica Round Robin, encargó a un médium que se pusiera en contacto con los pilotos. Pudo averiguar que el vehículo se llamaba Careeta, pero no el nombre del planeta del que provenían. (No estaban dispuestos a aterrizar, dijo el espiritista, porque «tienen miedo de la recepción que recibirían»5).
De hecho, el 22 de junio, solo dos días antes de que Arnold informara de su avistamiento, el Dr. Lyman Spitzer, Jr., profesor asociado de Astrofísica de la Universidad de Yale, habló sobre las visitas extraterrestres en la emisora de radio WTIC. Si los marcianos estuvieran millones de años más evolucionados que los humanos, comentó, su tecnología estaría muy por delante de la nuestra. «Si este es el caso, a menos que hayan pasado algún tiempo en una gran ciudad o hayan aterrizado en una fecha suficientemente reciente como para ser fotografiados, nunca sabríamos que han estado aquí. Cualquier hombre que los hubiera visto probablemente no sería creído por nadie más» (6).
Menos de cuarenta y ocho horas después, la teoría del científico se pondría a prueba y se demostraría que estaba equivocada: el público sí quería creer.
Kenneth Arnold muestra uno de los nueve objetos que vio sobre Washington. El hecho de que su descripción de los «platillos» cambiara a lo largo de los años de discos a medias lunas y de nuevo a discos no influyó en lo que otras personas afirmaron ver.
Visitantes cósmicos
Según encuestas recientes, cuatro de cada diez estadounidenses consideran que los ovnis son naves espaciales procedentes de otros planetas (7). Sea o no una medida exacta, los extraterrestres son omnipresentes en la cultura del siglo XXI, apareciendo en todas partes, desde el Canal de Historia hasta las campañas de marketing. Desde alrededor de 2020, el Gobierno americano ha estado publicando información previamente clasificada sobre el tema, incluyendo vídeos, y en 2022 el Pentágono admitió que unos 400 informes sobre avistamientos fueron presentados por personal militar (8).
Según la misma encuesta, más de la mitad de la población cree que viven seres inteligentes en otro lugar del espacio. Se trata de un asunto completamente distinto al de los ovnis: es estadísticamente probable que exista vida biológica entre los miles de millones de galaxias del universo (teoría de la «pluralidad de mundos»). Sugerir que ya han visitado la Tierra es mucho más controvertido.
Historiadores científicos como Steven J. Dick (9) y Michael J. Crowe (10) han presentado estudios exhaustivos que muestran que la teoría de la pluralidad de mundos ha sido un tema recurrente en la ciencia, la filosofía, la religión y la literatura durante más de dos mil años. Sin embargo, se ha hecho muy poco para comprobar si los testimonios sobre extraterrestres en la Tierra se remontan a una época igualmente lejana. Esto se debe principalmente a que la información necesaria es mucho más difícil de reunir, ya que la mayor parte se ha perdido en periódicos que tienen siglos de antigüedad.
Mi objetivo es precisamente llenar ese vacío.
Hasta que sepamos cómo se ha descrito el contacto interplanetario a lo largo de la historia, estaremos mal equipados para juzgar si los relatos actuales tienen alguna base en la realidad, o si sólo son una continuación de ideas populares que se remontan a siglos atrás.
El presente libro es el primero de una serie que ofrecerá una visión global de cómo, cuándo y por qué surgió la idea de las visitas extraterrestres en la cultura occidental.
El volumen 1 sirve de introducción, comenzando con una mirada a cómo surgió la creencia en los extraterrestres en la filosofía y la literatura y su impacto en varios grupos religiosos en los siglos XVIII y XIX. También nos sumergiremos en los orígenes olvidados de la hipótesis de los «alienígenas ancestrales», y veremos cómo un número creciente de afirmaciones relacionadas con los ovnis fueron publicadas como verdaderas a medida que avanzaba el siglo XIX. El volumen 2 abarcará el periodo comprendido entre 1880 y el cambio de siglo.
REFERENCIAS
1. «A Remarkable Object – Meteoric Stone Said to have Fallen in Jamaica», The Daily Gleaner (Kingston, Jamaica), 5 de abril de 1932, 23.
2. August Bohner, Leben und Weben der natur (Hanóver: Ruempler, 1874), 311.
3. El término «platillo volante» procede de la expresión inglesa «flying saucer», acuñada en el siglo XIX para referirse a los discos de arcilla utilizados en el tiro al plato. UFO (Unidentified Flying Object) fue acuñado por las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos a principios de la década de 1950. El equivalente en español, OVNI, ya no se escribe en mayúsculas, según el DRAE.
4. «Harassed Saucer-Sighter Would Like to Escape Fuss», The Oregonian (Portland, Oregón) 28 de junio de 1947, 1.
5. «San Diegoans See (?) Visitor», The Eugene Guard (Eugene, Oregón), 14 de octubre de 1946, 2.
6. «Mars May Be Peopled, Says Yale Speaker», Hartford Courant (Hartford, Connecticut), 23 de junio de 1947, 1.
7. «Do Americans Believe in UFOs?» Gallup, consultado el 27 de septiembre de 2022.
8. «Pentagon now reports about 400 UFO encounters: ‘We want to know what’s out there», 17 de mayo de 2022, consultado el 27 de septiembre de 2022.
9. Steven J. Dick, Plurality ofWorlds: The Extraterrestrial Life Debate from Democritus to Kant (Cambridge: Cambridge University Press, 1984).
10. Michael J. Crowe, e Extraterrestrial Life Debate, 1750-1900 (Nueva York: Dover Publications, 1999).
Fuentes y ciencia ficción
Artefactos alienígenas reúne testimonios y literatura que abarcan más de tres siglos. La mayor parte del material procede de documentos enterrados por generaciones en bibliotecas y hemerotecas de difícil acceso, incluyendo revistas científicas y esotéricas. Aunque he traducido muchos textos del inglés o del francés, tengo la esperanza de que un futuro estudio pueda abarcar otras lenguas principales. Paralelamente a este material, nos fijaremos en la ciencia ficción, concretamente en los autores del siglo XVIII y principios del XIX que ya contemplaban cómo podría ser el «primer contacto». Deberemos saber si su visión imaginada de visitantes extraterrestres tenía algo en común con los reportados en tiempos modernos, y si sus ideas se han filtrado en la mitología ufológica.
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