Hace 100 Años Nacía Aimé Michel, «Numen» de la Ufología Científica

Fue el más disruptivo ensayista de la Revista Planète y uno de los pensadores sobre los ovnis más influyentes de Europa; también fue, quizá, uno de los más racionales, en tiempos en que la invasión alienígena era percibida como una realidad latente. Enfermo de poliomielitis desde los cinco años, Aimé Michel dedicó su vida a cultivar las artes y las ciencias. Más allá del debate sobre la existencia o no de los misteriosos objetos que por años fueron el tema de sus desvelos, su pensamiento se destaca por encima de una actualidad donde los debates intelectuales en torno a la cuestión son planos como el encefalograma de una momia.


Por Alejandro Agostinelli

Falleció el 28 de diciembre de 1992, en Charmes, y nació el 12 de mayo de 1919 en el pueblo de Saint-Vincent-les-Fort, los Alpes franceses. Aimé Michel fue, por treinta años, uno de los más influyentes autores en el campo ovni, acrónimo que le disgustaba, motivo por el cual prefería usar MOC, “Mystérieux Objects Célestes”. A muchos se le escapa que Michel no fue ufólogo a tiempo completo; fue, ante todo, un gran escritor, y los ovnis fueron, para él, un pretexto para encauzar inquietudes intelectuales que estaban más acá y más allá de la cuestión platillista.

El economista italiano Edoardo Russo, prestigioso estudioso de la ufología internacional, fue uno de los pocos, si no el único, atento a la efeméride. Edo escribió:

Graduado en filosofía, periodista de radio y televisión y escritor científico, se interesó desde el principio por los informes de «platillos voladores». En 1954 publicó el libro «Lueurs sur les soucoupes volantes», traducido en Italia unos meses más tarde, destinado a causar sensación: fue el primero en Francia en abordar el tema con una inclinación racional y científica, justo antes de que ese país fuera abrumado por la gran oleada de avistamientos y aterrizajes de otoño de ese año, que él mismo previó al asumir un ciclo de dos años. Ese diluvio de observaciones, sin precedentes en Europa, formó el núcleo de su segundo libro, «Mystérieux Objects Célestes» (1958), publicado simultáneamente en los EE.UU. y basado en su descubrimiento, la llamada «ortotenia», según la cual los avistamientos parecían tener lugar en línea recta. (La hipótesis, con el tiempo y las revisión de otros autores, no se corroboró, n.d.E.).

La posibilidad de aplicar un análisis matemático a los informes (una de cuyas consecuencias fue estimular la creación del primer catálogo computarizado de informes sobre ovnis), centró su atención en los aterrizajes –muchos años después, clasificados «encuentros cercanos»– y comenzó a formarse en torno a su figura una vasta red internacional de corresponsales llamada El Colegio Invisible, que incluía a investigadores universitarios, técnicos, intelectuales y aficionados que se ocupaban del tema en forma privada pero activa: el saldo de todo ello, resumido en su libro, constituyó, si no el nacimiento, al menos la concepción de la corriente de la llamada “ufología científica”.

«ORTOTENIA». En 1958, intentando crear un modelo predictivo para los apariciones de ovnis, Michel clavó una chinche en cada punto de observación ocurrida durante la llamada oleada francesa de 1954. Así, creyó notar cómo algunos informes se alineaban a lo largo del mismo día. Hasta la pareció descubrir que ¡las intersecciones coincidían con la aparición de “cigarros” verticales! ¿Acaso eran naves madre enviando sondas exploradoras? No fueron escépticos malos y enojones sino, entre otros, el benigno ufólogo Jacques Vallée, Dominque Caudron y Michel Jeantheau, quienes, a partir de 1966, atribuyeron las llamadas “ortotenias” al azar. Michel se había basado en noticias de la prensa que incluían casos falsos, dudosos, mal fechados o con horarios erróneos. Lejos de reaccionar enfurecido, Michel aceptó las críticas. Además, él siempre fue honesto: nunca negó que su fuente eran recortes de prensa. El autor fue una víctima más del sesgo de confirmación; al final, siempre triunfa el método científico autocorrigiéndose ante las nuevas evidencias.
HONESTIDAD. Este textual de Michel procede de la versión en castellano de «M.O.C.», titulado «Los Misteriosos Platillos Volantes» (Ed. Pomaire, Barcelona, 1963). En la página 18 de esa edición consta que las fuentes que utilizó para imaginar las «ortotenias» fueron recortes periodísticos.

Defensor de la hipótesis extraterrestre, Michel discutió sobre el “problema del no contacto”, aportando las primeras sugerencias alejadas de los lugares comunes sobre los motivos por los cuales una inteligencia no humana, cuya presencia él consideraba posible, rehuía de todo contacto con nuestra especie. Sus especulaciones no solo permearon la subcultura ufológica. También se adivinan rastros en la cultura popular masiva -aunque nadie, hasta donde sabemos, preguntó a Matt y Ross Duffer, guionistas de Stranger Things, cuánto influyó la ortotenia en la idea de la cartografía desplegada en las paredes de la casa de Will durante las visiones en las que el nene canalizaba las coordenadas del monstruo del «otro lado».

Como sea, en el curso de sus reflexiones, Michel tropezó con dudas y contradicciones que lo llevaron a abandonar la ufología, en 1980.

Michel se interesó y escribió sobre etología, misticismo, psicología y epistemología. En su época fueron muy difundidos sus aportes al «realismo fantástico», el movimiento impulsado por la Revista Planète que distinguió con su prosa limpia, racional y reflexiva. Existe en línea un sitio que ofrece abundante información biográfica y bibliográfica de Michel, aquí, y un detallado perfil ufológico publicado en la revista italiana UFO, con motivo de su muerte.

Entre nosotros, el estudioso y ensayista chileno Sergio Sánchez Rodríguez fue su más avezado lector. En el primer tomo de su notable Érase una vez en Ovnilandia (Ed. del Mono Dorado, 2016), Sánchez escribió sobre Michel:

“Sin duda, Michel es el gran pionero de la ufología francesa, el que abrió sendas sorprendentes de reflexión, el que influyó decisivamente en figuras tan importantes como Jacques Vallée y Pierre Guérin, entre otros.
“Aunque era diplomado en psicología y licenciado en filosofía, Michel no formó parte del circuito oficial de la academia universitaria francesa. Fue, por así decirlo, un intelectual en solitario, que se interesó por temas diversos, desde el alpinismo hasta el comportamiento de los animales, a los que amaba profundamente (sin duda, Michel era un etólogo que no llegó a ser reconocido como tal); desde la poesía hasta el estudio del misticismo (al que dedicó algunos de sus mejores esfuerzos). También estuvo vinculado al equipo de la revista Planète y, por lo mismo, al “realismo fantástico”, aunque no se le pueda identificar totalmente con el programa de Pauwels y Bergier. Y, como sabemos, perteneció a la corriente principal de la ufología clásica, viendo sus textos traducidos al inglés y al español; colaborador frecuente, no sólo de las revistas francesas, sino también de la muy célebre Flying Saucer Review británica, Aimé Michel se convirtió en un referente obligado, aunque no siempre bien comprendido. El aislamiento voluntario por el que optó durante sus últimos años, es casi una consecuencia previsible del carácter personalísimo de su aventura intelectual.”

Uno de los descubrimientos que hizo Sánchez Rodríguez investigando su vida y su obra tiene íntima conexión con el aspecto menos abordado de su biografía:

“(Michel) sufrió poliomielitis a los cinco años y debió padecer varias intervenciones quirúrgicas, de éxito traumático. Su cuerpo, contrahecho por la enfermedad, lo condenó a graves limitaciones y éstas le hicieron especialmente sensible a la problemática del dolor humano y animal. Cuando era niño estuvo postrado un par de años, y decidió que lo único que le cabía hacer era refugiarse en su mente, en el desesperado cultivo de su intelecto. Realizaba ejercicios mentales extraños, algunos de ellos parecidos a las prácticas meditativas de ciertos monjes orientales, lo que le abrió inauditas perspectivas de reflexión. Lo cierto es que salió de su postración cambiado para siempre. Sus compañeros de escuela le parecían unos fantasmas, preocupados de todo aquello que a él no le despertaba el más mínimo interés. Y no mutaron demasiado las cosas en su vida de adulto. En realidad, siempre luchó por sustraerse de la hipnosis social, manteniéndose fiel a sus comprensiones fundamentales de niño torturado por las circunstancias. No lo puedo expresar mejor que Jeffrey Kripal: “Aimé Michel era una paradoja viviente. Un hombre parecido a un enano jorobado que sufría intensamente a lo largo de toda su vida y escribía sobre su cuerpo como ‘la máquina’; pensaba en términos cósmicos y miraba a la Humanidad como una especie en transición, evolucionando hacia una identificación espiritual con el universo entero. Le caracterizaba tanto un profundo y doloroso pesimismo como un ilimitado optimismo cósmico (…) Aimé Michel era un extraño entre los hombres, un ser atrapado entre diversos mundos…”
“Por cierto, Michel nunca se destacó por su optimismo sobre la Humanidad contemporánea. Su ánimo se ensombrecía ante el terrible “misterio del mal” que, nos guste o no, tenía al ser humano como protagonista, al menos en este planeta. Incluso desde muy joven, Aimé Michel sentía a la muerte muy cercana, respirándole al oído. En su apasionante diario de vida, publicado bajo el elocuente título de Science interdite, Vallée cuenta un episodio bastante revelador. En las anotaciones correspondientes al 21 de agosto de 1961, se refiere a una carta enviada por Michel al Observatorio Astronómico de París, en el cual Vallée se desempeñaba por entonces. En ella Michel explica que, en virtud de sus publicaciones ufológicas, ha tenido la suerte de recibir un importante caudal de información, proveniente de testigos de objetos extraños en el cielo, que le han escrito para su análisis. Su fichero de casos había alcanzado unas dimensiones bastante respetables. Michel sospecha que ese material puede tener un gran valor científico, y es por eso que manifiesta su deseo de legarlo a los sabios del Observatorio. En primer lugar, se trata de una generosidad digna de encomio; donar los propios archivos “a la ciencia” no es un gesto que pueda ser minimizado (sobre todo cuando vaya uno a saber qué destino le darán los receptores). Pero, además, hay un elemento desgarrador en la carta, pues Michel manifiesta su sospecha de tener un tumor cerebral y de que le queda poco tiempo. Dice claramente que quiere proteger los archivos de una destrucción eventual después de su muerte. Por fortuna, las sospechas de Michel eran infundadas. Le quedaban poco más de tres décadas de fructífera vida.
“Vallée, conmovido por la carta y muy interesado por estudiar los archivos del remitente, se la muestra a su jefe, el director del Observatorio. La respuesta de éste es muy despectiva, pues a su juicio, más que un loco, Michel es derechamente un timador. Vallée, con razón, se indigna ante la mala fe y la falta de curiosidad científica de su jefe: “Me sentí herido por esa estrechez de espíritu, por la injusticia de tal comentario. Aimé Michel no pedía ni dinero ni publicidad a cambio de sus archivos. La suya era la oferta de un hombre verdaderamente desesperado”.

El libro de Sergio Sánchez Rodríguez. Se puede adquirir aquí

FESTIVAL DEL ABSURDO

En su libro, único en castellano que aborda en forma exhaustiva los orígenes de la ufología francesa, Sánchez describe una línea especulativa original en Michel que fue musa de muchos autores posteriores; tal vez sus ensayos son la génesis de esa suerte de neoextraterrestrismo desencantado con el extraterrestrismo clásico que sobrevive hasta hoy. De la obra colectiva de 1966 «Los humanoides» (donde colaboraron Vallée, Gordon Creighton, Charles BowenCoral Lorenzen y Antonio Ribera, entre otros), el ensayista chileno entresaca del capítulo de Michel el siguiente párrafo:

“Una forma aterradora que puede asumir esta hipótesis es la que el ‘Sistema X’ no sea un ser viviente, sino una máquina. Un colosal robot dotado de unos poderes y unos conocimientos formidablemente superiores a los de la Humanidad, podría hallarse desde hace mucho tiempo –o acaso desde que la vida comenzó– situado en órbita, o en un planeta deshabitado de nuestro sistema solar. Este robot observaría, dirigiría y manipularía los sucesos y los seres por intermedio de los OVNI o de seres vivientes creados o seleccionados. El proceso de evolución biológica, tan difícil de explicar, podría haber sido producido por él, y, en consecuencia, también el hombre. Es esta una hipótesis infundada, pero en ufología la regla consiste en pensar en todo y no creer en nada”.

«Pensar en todo y no creer en nada» fue, por décadas, la frase acuñada por Aimé Michel que adoptaron con entusiasmo los allegados a la ufología, al punto de devenir en muletilla. Otro tanto ocurrió con la metáfora ‘el festival del absurdo’, concepto que Michel asoció con la complejidad fantasmagórica de unos fenómenos que consideraba más físicos que fruto de la imaginación humana, cuestión ésta que entonces, quizá, no relacionó con el aspecto más frustrante de los ovnis para una mentalidad científica: su sospechosa elusividad. Sin embargo, este asunto le terminó preocupando a Michel. En una carta que dirigió a Antonio Ribera el 22/06/1976, el escritor francés escribió: «la estadística de las observaciones muestra que la ausencia total de fotografía, película, y otros documentos que se les parecen (…) es inexplicable… es inexplicable (…) que (en los encuentros cercanos, n.d.E) no se haya tomado ni una sola foto. La única explicación razonable es que lo que explican los testigos no es fiable, no es verdad, o bien que una parte al menos de su comportamiento cuando la explicación permanece desconocida, se ha ‘borrado'» (*)

Sánchez, tal vez bajo la inspiración de Kripal, bosquejó una suposición de matriz filosófica en la que unió la raíz del pensamiento de Michel con la percepción del autor de su propia existencia terrena, donde la luz de la razón convivía con sus ansias de trascender más allá del cuerpo.

“Michel creía que el ser humano estaba condenado a ser consecuente con su condición anómala y, si quería sobrevivir y no arrastrar al planeta en su holocausto, debía mutar más allá de sí mismo. Todo lo conocido, ante la magnitud de nuestro potencial destructivo, no bastaba. Esa condición anómala era parte de un proceso de evolución cósmica, pero que no necesariamente debía terminar bien desde una perspectiva tan limitada como la nuestra. El universo mismo, para Michel, era un Apocalipsis permanente, aunque percibido como “lento” o “suave” porque los tiempos involucrados se cuentan en miles y millones de años. Con los platillos volantes nos hacíamos conscientes de este incesante devenir y, en cierto modo, avizorábamos lo sobrehumano, el combustible de nuestra transformación salvadora. Los platillos volantes eran un espejo en el que podíamos vernos realmente, más que en cualquier otro espejo creado por el hombre o la naturaleza.”

Los misteriosos platillos volantes. Por Aimé Michel (Pomaire. Barcelona,1963.)

Y termina: “En verdad, Michel vivía su propio y personal apocalypse molle. Más que decadencia, una preparación para la aventura final. En algún momento, en una solitaria noche de estrellas y frío de montaña, en un punto infinitesimal de este mundo pavoroso, aquello de ‘fundirse con el Universo’ dejaría de ser una necesidad físico-química o una mera licencia poética. La espera había sido demasiado larga.”

En una carta que escribió en 1978 a su amigo, el investigador español Vicente-Juan Ballester Olmos, Michel expuso sus ideas finales sobre la cuestión ufológica.

“Te diré cuál es mi idea. Ya no creo que el tema ovni solo es un problema científico, desgraciadamente. Es un cambio de mente global, con efectos secundarios en la fantasía metafísica y en la religión. Es una revolución mental, o una degradación, sino un colapso… Así que, en cuanto a mí, dejo la ufología y regreso a mis hobbies anteriores: la filosofía griega, los escritos griegos, la historia, la teoría de la información, etc..”

En 1980, en una última carta, Michel hizo efectivo su retiro: le confesó a Ballester Olmos que ya no se consideraba ufólogo.

REFERENCIA

(*) Ribera, Antonio. «Cartas de tres herejes». Ed. Corona Borialis, Madrid, 1999, pp. 184

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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