Resistir a la posverdad

La posverdad es el triunfo de las apariencias. Más que una noticia falsa, es una “mentira emotiva”. Para el Diccionario de Oxford, este neologismo describe la situación en la cual, al crear y modelar opinión pública, “los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales”. En 2016 fue la palabra del año: el uso de la expresión creció un 2.000% en comparación con 2015.
En las siguientes líneas, la doctora en filosofía Esther Díaz reflexiona sobre la posverdad como consecuencia de un proceso cuyos efectos solo se pueden revertir desnudando la densa madeja de intereses y compromisos corporativistas “que no siempre informan sobre lo que sucede sino sobre lo que conviene y cómo conviene”.

Dos colosos de la posverdad. Los políticos falsean la realidad en arreglo a sus intereses y miden sus falacias en términos de impacto emocional, pero políticamente no tienen la impunidad asegurada.
Dos colosos de la posverdad. Los políticos falsean la realidad en arreglo a sus intereses y miden sus falacias en términos de impacto emocional, pero políticamente no tienen la impunidad asegurada.
Esther-Diaz
Esther Díaz es epistemóloga y ensayista argentina. Cursó sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde obtuvo un doctorado en Filosofía y dicta seminarios de posgrado. Es investigadora, directora de una maestría en la Universidad Nacional de Lanús y autora de una veintena de libros que han tenido varias reediciones. Vale mucho la pena recorrer su página web.

Por Esther Díaz

Posverdad: algo que aparenta ser verdad y pasa a ser más importante que la verdad misma. Se trata de una mentira emotiva. Es el producto de un proceso en el cual –a la hora de crear y modelar la opinión pública– los hechos objetivos tienen menos influencia que la apelación a las emociones. Se impone apuntando a la sensibilidad antes que al raciocinio desde los medios de comunicación, desde los intereses de los dueños de los espectáculos, desde las promesas de campaña políticas no cumplidas cuando se accede al poder y desde otros discursos que no tienen que ver con verdades absolutas, ni con la verdad como correspondencia con los hechos, ni con la verdad como consentimiento construido comunitariamente, sino lisa y llanamente con el consenso que se crea desde las minorías poderosas y son asumidos por las mayorías silenciosas.

La posverdad es defendida por quienes confían más en las pantallas y en las redes sociales que en la trabajosa tarea de buscar qué es lo que se esconde detrás de promesas fluorescentes. También por quienes creen más en discursos de salvación fácil más que en reestructuraciones en vistas al bienestar general (no únicamente al bienestar de privilegios).

La posverdad apela a consignas envueltas en purpurina y desprecia los discursos realistas. Se produce en momentos en que los medios de comunicación hegemónicos son cada vez menos independientes. No necesariamente porque se ejerza presión sobre ellos –salvo excepciones– sino porque en la mayoría de los casos se han convertidos en multimedia y/o responden a intereses que no son precisamente periodísticos. Sería ingenuo, por supuesto, creer que la objetividad o la independencia absoluta existen. Pero hay tanta densidad de compromisos corporativistas que los medios asociados a esta trama de intereses no siempre informan sobre lo que acaece sino sobre lo que conviene y cómo conviene.

Quienes consideren que hay que desenmascarar las posverdades deberán enfrentarlas desde la poscrítica; que no es falta de crítica o pensamiento a-crítico. Consiste más bien en deconstruir las consignas impuestas con ligereza, para dejar al descubierto los intereses espurios que suelen esconderse detrás de relajadas posturas aparentemente descomprometidas. Toda verdad es política (en el sentido de que está relacionada con algún tipo de poder: mediático, familiar, económico, médico, empresarial, gubernamental, sentimental, sexual, jurídico entre otros). La posverdad, detrás de su glamorosa apariencia de no compromiso está fuertemente sujeta a condición política. Y esta condición es siempre pasible de ser resistida.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

Contacto: aagostinelli@gmail.com
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