¿Cómo combatir a la extrema derecha?

El Dr. en Historia Boris Matías Grinchpun comenta y discute Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla (Madrid: Siglo XXI, 2021) del historiador italiano Steven Forti, donde pone en foco este fenómeno «nuevo y radical» y traza el complejo perfil de su posicionamiento político-ideológico. En esta Extrema derecha 2.0 se juntarían grupos que «con desenfado y tacticismo, libran una batalla cultural para tensionar las discusiones y marcar la agenda con sus posturas identitarias, soberanistas, xenófobas y anti-elitistas». En el último capítulo, Forti propone cómo combatir una ideología de carácter global que socava las democracias y empobrece y embrutece las naciones.

Grinchpun publicó en Factor La alt-right contra la democracia.

Por Boris Matías Grinchpun

UBA – CIS-CONICET/IDES-UNTREF

En las primeras páginas de La era del conspiracionismo, Ignacio Ramonet nos presenta a Margareth, una “rubia, treintañera, gordita, de ojos verdes inteligentes” que pasa la mayor parte de sus días en una deslucida casa de Ohio, furiosa y a la vez aterrada porque el estilo de vida que su identidad WASP debería garantizarle se encontraría amenazado como nunca antes.[1] Su ira y su miedo son incentivados por una rutina típica del capitalismo tardío, ya que la subocupación y el tedio son matizados con largas horas scrolleando en las redes sociales, imprudentes cantidades de psicofármacos, algún que otro porro y alcohol barato. El cóctel potencia los insultos que vomita sobre sus supuestos “enemigos”, desde “el viejo enfermo sexual” de Joe Biden y “los satanistas depravados del ‘Estado profundo’” hasta “la bruja de Nancy Pelosi” y todos los que habrían traicionado al “Big Don”.[2] En pocas palabras, sería una angry White woman, una integrante de esas huestes de trabajadores manuales, rurales y/o urbanos, que vieron en Donald Trump la posibilidad de que los años dorados regresaran o, al menos, de evitar que los tiempos se volvieran todavía más oscuros.[3]

TRUMP. Graffiti de Jon Tyson

            Inmediatamente después de introducir a Margareth, el periodista aclara que no es más que una “invención literaria”.[4] No obstante, el artilugio dista de ser pasajero, ya que el personaje retorna en la sección final, dialogando en una especie de colofón con un militante —también ficticio— de los Proud Boys. De seguro, tanto dentro como fuera de Ohio debe haber no pocos individuos así, acumulando veneno por la inflación, la inmigración y Black Lives Matter. Aun así, este recurso rozaría el estereotipo, y uno que no escaparía al ad hominem, ya que una lectura rápida podría concluir que los consumos problemáticos son un rasgo tan cuestionable como el racismo, o que este último se puede explicar a partir de los primeros. Sugestivamente, parece reproducirse aquí el faux pas de Hillary Clinton cuando tildó a muchos de los que votarían por su rival de “deplorables”.[5] O las chicanas de trolls como Gustavo Beaverhausen, cuyo Manual para demoler progresistas se iniciaba adjetivando al objeto de su inquina como holgazanes fuera de forma, sin olvidar su alergia a la higiene.[6] Peor aún, se estaría pasando por alto que no solo estos actores pueden entregarse al conspiracionismo online, y/o volcarse por opciones políticas de derecha radical. Quedarse con Margareth sería similar a creer, como los ciegos del cuento popular, que el elefante tiene forma de serpiente o de abanico tras haber tocado nada más que su trompa o sus orejas.

            Por cierto, la crítica no opaca los méritos de La era del conspiracionismo, que tampoco es el único ejemplo de estos argumentos un tanto reduccionistas: ante lo que percibieron como el avance social, político y cultural de las “nuevas derechas”, no pocos diarios y revistas —orientadas hacia el “centro” o hacia las izquierdas, pasando por el abigarrado arco usualmente denominado como “progresista”— cayeron en clichés quizás demasiado cómodos y autocomplacientes. Así, las emociones, las acciones y los valores “negativos” fueron situados en ese otro que se pretendió analizar, al tiempo que el autor —y la comunidad de lectores que aspiraba a configurar— se volvieron los receptáculos de atributos si no “positivos”, al menos mejores. Enfoques que, además de desechar la empatía metodológica recomendada por George Mosse [7], se habrían mostrado incapaces de lograr aquello que declararon buscar: evitar que estos actores, denunciados como un peligro para la democracia, obtuvieran resonantes triunfos electorales.

Por eso a lo mejor es provechoso traer a colación la advertencia de Jacques Rancière contra la “vieja salvaguarda” de considerar “que quienes no quieren reconocer los hechos son ignorantes mal informados o espíritus crédulos engañados por las fake news”, resabio del “idilio clásico de un pueblo bueno pero sencillo […] al que solo hay que enseñarle a informarse sobre los hechos y juzgarlos con un espíritu crítico”.[8] En su lugar, el filósofo francés sostuvo que “si las personas rechazan lo evidente, no es porque sean estúpidas, sino para mostrar que son inteligentes. Y la inteligencia, como es sabido, consiste en desconfiar de los hechos e interrogarse por el propósito de la enorme masa de datos vertida sobre nosotros cada día”.[9] De ahí la creciente gravitación de las teorías conspirativas, variante aberrante de una racionalidad dominante en cuyo interior sobrevivirían núcleos irreductibles de superstición.[10] Antes que un “error del sistema”, las derechas radicales y extremas nacerían del correcto funcionamiento de una democracia y una racionalidad que no serían tales.

            Son estos debates, por cierto inconclusos, de los que participa Steven Forti con Extrema derecha 2.0. Su intervención es polémica, ya que —contra lo que Enric Juliana asevera en el prólogo del libro— el historiador juzga un tanto ingenuo asombrarse ante el ascenso de las derechas. [11] Subraya que hubo grupos de esta orientación activos en Europa ya durante los “Treinta Gloriosos”, cuando se los consideró una “patología normalizada”, y remarca también que algunos llegaron a formar gobierno en los noventa, como la Alleanza Nazionale de Gianfranco Fini —astilla del Movimento Sociale Italiano (MSI)— y el Freiheitliche Partei Österreichs (FPO) de Jörg Haider. Lo novedoso no sería entonces el “crescendo”, sino la inusitada capacidad de estos sectores para erosionar el diálogo, la convivencia y las instituciones liberal-democráticos. De ahí que a Forti, como proclama el subtítulo, no le interese simplemente determinar qué son estas derechas, sino también “cómo combatirlas”. Tomando a Julien Benda [12] de modelo, rompe desde su lugar de académico una lanza por la razón, la justicia y la libertad (p. 234), por lo que la pregunta por la praxis nunca se pierde de vista.

FORTI, 2017

            Marcas de estas inquietudes pueden observarse en la trayectoria del autor. Forti nació en 1981 en la ciudad de Trento, Italia. Tras finalizar sus estudios de grado en la Universidad de Bolonia, realizó su doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) elaborando una tesis sobre los desplazamientos desde las izquierdas hacia el fascismo de políticos como Nicola Bombacci, Paul Marion y Óscar Pérez Solís.[13] Se movió después hacia temáticas más recientes, como el nacionalismo de corte separatista en Cataluña[14] y las ultraderechas después de la Guerra Fría[15], deteniéndose en un tópico lejano solo en apariencia como la ocupación de casas en la Ciudad Condal.[16] Hoy es Profesor Asociado de Historia Contemporánea en la UAB e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidad Nueva de Lisboa. También colabora como analista con publicaciones como CTXT, Política y Prosa, Il Mulino y NUSO. Tras recorrer este perfil, fácilmente puede entenderse por qué —tal cual explicita Forti (p. 18)— el abordaje se sitúa entre la historia y las ciencias políticas.

            La obra se divide en cuatro capítulos, consagrados respectivamente a las discusiones categoriales, la definición, las transformaciones y las réplicas posibles a las “nuevas derechas”. El primero se abre con una breve cronología para pasar luego a ocuparse de los dos conceptos paquidérmicos que acaparan la habitación: el populismo y el fascismo. Respecto del primero, apunta que su ubicuidad sería en buena medida consecuencia de un significado no lo suficientemente precisado. Sin ánimos de ser exhaustivo, el historiador destaca dos de las aproximaciones más comunes: por un lado, la ideacional, propuesta entre otros por Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser, que ve al populismo como una “ideología delgada”, capaz de acoplarse a otras y caracterizada por un estilo paranoico, por el chauvinismo y por la exacerbación de la rivalidad pueblo-elite.[17] Por el otro, la que lo concibe como un estilo, un discurso y una estrategia, asociada principalmente con Ernesto Laclau.[18] Notablemente, cada una reflejaría de manera bastante ajustada los dos sentidos que, según Pierre-André Taguieff, tenía originalmente en ruso la categoría “populismo”: narodnicestvo, denotando una cultura política centrada en los sectores populares agrarios, y populizm, refiriendo a una retórica neo-demagógica (p. 33). La fusión de ambas acepciones como producto de las traducciones habría dado lugar a una “saturación por confusión”, lo que no impidió que el propio Taguieff denominara a las “nuevas derechas” como nacional-populistas, destacando entre todos sus componentes el llamamiento al pueblo que podía derivar, según el caso, en un cesarismo “desde abajo” o en un identitarismo xenófobo.[19] Este híbrido ha sido utilizado también por los duetos Jean-Yves Camus-Nicolas Lebourg[20] y Roger Eatwell-Matthew Goodwin[21] aunque, para despistar aún más, la homofonía no implicó homonimia: mientras los primeros cargaron las tintas sobre la naturaleza salvífica de los sectores populares para la nación, desde los cuales se podría motorizar tanto un Estado de Bienestar como uno mínimo, los segundos afirmaron que el nacional-populismo es una ideología de carácter trasnacional y largo porvenir, dado que se nutre de desigualdades estructurales crecientes y de los déficits innegables de las democracias liberales.

            Para abrirse paso en esta jungla, el italiano señala tres senderos: el primero, inspirado en Enzo Traverso, es tomar al populismo no como una ideología o una forma de gobierno sino como un adjetivo o —à la Laclau— un estilo signado por inflexiones plebeyistas.[22] La segunda, recuperada paradójicamente del pensador francés Alain de Benoist, es catalogar de populista al momento actual, signado por el colapso de antiguos contratos sociales, el fin del mundo bipolar y la crisis de la Eurozona. Las condiciones que habrían posibilitado la alternancia relativamente pacífica de partidos en el gobierno se estarían degradando irremediablemente, mientras que una ingente masa de humillados y ofendidos apostaría por nuevos canales para vehiculizar sus demandas y frustraciones.[23] Finalmente, Forti sugiere que “pueblocracia” sería un término mucho más certero, dado que las ideas, las retóricas y las prácticas usualmente asociadas con el populismo se han extendido mucho más allá de los grupos políticos a los que ese rótulo suele aplicarse.[24]

            No menos espinoso conceptualmente es el fascismo, usado hasta el hartazgo para diseccionar —y vituperar— a las “nuevas derechas”. Contra su aplicación indiscriminada, el autor se inclina por un uso stricto sensu: esto es, limitarlo a un conjunto de movimientos políticos, ideologías y mitos surgidos en el período de Entreguerras y cruzados por nacionalismo imperialista, anticomunismo, antiliberalismo y racismo, entre otros elementos. Tras décadas de disquisiciones bizantinas, la historia de este concepto habría dado un giro a fines del siglo XX gracias a estudiosos como Roger Griffin, quien propuso la noción de “fascismo genérico” a la manera de un tipo ideal weberiano cuya piedra angular sería “una forma palingenésica de ultranacionalismo populista”.[25] Bajo esta misma luz podría verse el sintagma “Fascismo Eterno”, acuñado por Umberto Eco en la estela del ascenso de AN en su país y de los atentados de Oklahoma.[26] Aunque su tipología incluía rasgos también verificables en movimientos tradicionalistas, conservadores y reaccionarios, el “Ur-Fascismo” se volvió uno de los moldes predilectos para pensar las “nuevas derechas” (pp. 70-2). Forti no deja de reconocerle interés al planteo del semiólogo, aunque lamenta que los resultados no hayan sido satisfactorios, dando lugar a anacronismos, banalizaciones y soluciones tan poco felices como obliterar las barreras entre el fascismo y el populismo.[27]

A contracorriente, otra cohorte de especialistas ha insistido en las diferencias entre lo ocurrido en el siglo XX y la actualidad: así, Traverso acudió al término “posfascismo” para hacer hincapié en las novedades respecto de los fenómenos de los años de Entreguerras y de la Guerra Fría, como por ejemplo el credo individualista, las tendencias aislacionistas, el anti-estatismo y la ausencia de un modelo alternativo coherente de sociedad.[28] Por su parte, Piero Ignazi ha separado a las extremas derechas “tradicionales” de las “posindustriales”, siendo las primeras un reciclaje de tópicos, discursos y prácticas vetustos mientras las segundas abrazarían por el contrario la modernización.[29] Finalmente, Mudde ha propuesto subdividir la familia de las “ultraderechas” en “extremas” y “radicales” tomando como criterio su postura ante los sistemas democráticos: mientras que unas buscarían destruirlos por distintos medios, las otras formarían partidos y participarían de elecciones con el objetivo —explícito o no— de incidir en las políticas públicas, polarizar el debate y deteriorar la confianza en los medios, la academia y las instituciones.[30] En este punto, el politólogo neerlandés se pregunta —retomando el interrogante de Fareed Zakaria en un clásico artículo[31]— si asoman en el panorama democracias no pluralistas o “iliberales”, y cuál sería el rol de las izquierdas “radicales” en dichos procesos.

Por cierto, los compartimentos no son estancos ni las posturas absolutas, como lo ilustra el caso de Robert Paxton: el autor de Anatomía del fascismo había asegurado en 2017 que esa etiqueta no podía aplicarse al anfitrión de The Apprentice,[32] pero la toma del Capitolio a inicios de 2021 hizo que revisara su opinión.[33]

Al pasar, casi subrepticiamente, Extrema derecha 2.0 alude al “neoliberalismo” como uno de los factores que habría propiciado el surgimiento de “nuevas derechas”, a través de la profundización de las inequidades socioeconómicas, de una personalización de la política que habría golpeado fuertemente a la participación, el debilitamiento de organizaciones como los sindicatos y del creciente cuestionamiento de voces previamente autorizadas (pp. 44-52). No obstante, Forti recupera a Wendy Brown para aclarar que la “revolución neo-conservadora” acaudillada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher pudo haber dejado el terreno preparado para la emergencia de grupos ferozmente antidemocráticos, pero no habría sido su causa directa.[34] De hecho, de ninguna manera podría considerarse a estas derechas como unívocamente neoliberales, siendo algunas especialmente reactivas a este tipo de programas. Por acertadas que resulten estas salvedades, no debería ocluirse que varios sectores de la galaxia neocon realizaron innegables contribuciones —intelectuales, políticas y financieras— al surgimiento de los actores que hoy ocupan las portadas de los diarios. Una enumeración sinóptica podría incluir think tanks como el antiguo Club de l’Horloge, el Institute of Economic Affairs y la Heritage Foundation; lobbies como la Bradley Foundation, Atlas Network o el American Legislative Exchange Council; corporaciones mediáticas como el coloso de noticias FOX, sin olvidar los guiños de diarios como Le Figaro y O Globo; e intelectuales como Murray Rothbard —sobre todo en su tardía fase “paleo-libertaria”— o su discípulo, Hans-Hermann Hoppe.[35]

Tras las elucubraciones terminológicas del primer capítulo, Forti abre el segundo proponiendo su propia categoría, la misma que da nombre al libro: extrema derecha 2.0, la que daría cuenta de la radical novedad del fenómeno, de su posicionamiento político-ideológico y de su hábil manejo de las nuevas tecnologías (pp. 83-4). Bajo este paraguas se juntarían grupos que, con desenfado y tacticismo, librarían una batalla cultural para tensionar las discusiones, mover la ventana de Overton y marcar la agenda con sus posturas identitarias, soberanistas, xenófobas y anti-elitistas. Al tiempo que estos planteos los distancian de los tradicionalistas y los conservadores más convencionales, su modus operandi los distingue de los fascistas y los neofascistas de antaño, al igual que de iteraciones más próximas temporalmente como Hogar Social y CasaPound. Aunque no descarta similitudes y conexiones, el autor insiste en que su categoría es fundamentalmente atlántica, ya que no podría implementarse para estudiar a Narendra Modi, Vladimir Putin o Rodrigo Duterte.

Ciertamente, los problemas no tardan en saltar a la vista, desde la misma noción de derecha —que ameritaría una discusión tanto o más extensa que populismo y fascismo— hasta la calificación de la misma como “extrema”.[36] Todavía más disonante es el agregado de una versión, “2.0”, la cual parece sugerir un cambio de paradigma total… Contra la presunción arriba citada de Forti de que el advenimiento de estos grupos no debería resultar sorpresivo. Por otra parte, enfatizar con esa numeración la gravitación que las redes sociales e Internet han adquirido para esos sectores supondría caer en la misma falta que el autor les achaca a aquellos que hablan de populismo: en la era del materialismo gótico, donde no puede discernirse ya un adentro y un afuera de la técnica[37], caracterizar a las “nuevas derechas” a partir de este eje impediría apreciar su especificidad. Por cierto, el historiador italiano ha aclarado que su criatura es “un poco provocativa e irónica”, en tanto pretende superar un debate que considera cansino y estéril.[38] Pero el desafío habría quedado a mitad de camino, dejando no solo los nodos de la discusión intactos sino sumando en última instancia una opción más a la legión de denominaciones ya existentes.

Más sensible se muestra Forti ante los matices internos de esta “extrema derecha 2.0”, como la separación en materia de política económica entre los social-identitarios y los neoliberales autoritarios. Los primeros, tal cual lo ilustra el partido polaco Ley y Justicia (Prawo i Sprawiedliwość, PiS), intervendrían para ayudar a los sectores más vulnerables a través de pensiones, ayudas familiares y la regulación del salario mínimo, aunque con un criterio etnocéntrico y “meritocrático”: solo se ayudaría a aquellos connacionales que verdaderamente lo necesitaran. Mientras tanto, los segundos se inclinarían decididamente por la “austeridad” y el laissez faire, llegando a introducir horas laborales obligatorias como en la Hungría de Orban. Entre ambos extremos, desde luego, se desplegaría una escala de grises con distintos grados de eclecticismo.

Otra grieta se abre a partir de los valores, ya que dentro del conservadurismo sociocultural imperante pueden vislumbrarse contrastes. Por ejemplo, los que existen entre países católicos como Polonia u ortodoxos como Grecia, donde tiende a reinar una mayor rigurosidad en materia de “moral”, y aquellos de raigambre protestante o plural como Francia o los Países Bajos, donde puede verificarse una mayor “permisividad”. No azarosamente, fue aquí donde emergieron referentes de extrema derecha abiertamente homosexuales, como Pim Fortuyn y Florian Philippot, al tiempo que se cosecharon votos dentro de la comunidad LGBT agitando banderas como la islamofobia.[39] Otro tanto podría decirse sobre las mujeres, en tanto las retóricas anti-feministas más usuales—que no han cedido en absoluto— no obturaron la aparición de un nuevo tipo de derechista, clasista y empresarial, encarnado en Marine Le Pen, Alice Weidel y Giorgia Meloni, por citar solo algunos nombres.[40]

Las relaciones internacionales dan origen a una última fisura, dado que la “extrema derecha 2.0.” se encuentra desgarrada por la gran división de la Guerra Fría. Por un lado, el “atlantismo” sigue vivo en las regiones donde persiste el recuerdo de la amenaza o del dominio soviéticos, como en Europa Oriental y el Báltico, pero también en aquellos lugares donde el anticomunismo tiene raíces profundas, como la Península Ibérica. Por el otro, las zonas que permanecieron mejor protegidas albergaron ya en los decenios del mundo bipolar unas derechas extremas y radicales que, abrevando en un anti-norteamericanismo bien acendrado, ensayaron —al menos discusivamente— un rumbo autónomo al digitado desde Washington. En la vanguardia se ubicaron Italia, donde el sentimiento anti-estadounidense halló voceros en el MSI y la Lega Nord, y  Francia, donde Jean Marie Le Pen defendió a Saddam Hussein mientras su hija cargó contra el American way of life. Tales posturas incentivaron la búsqueda de una nueva Meca, que no pocos ubicaron en Moscú: con mayor intensidad a partir de 2010, el Kremlin sondeó —con dinero y pragmatismo— Europa Central y Occidental para reclutar aliados y así sembrar inestabilidad. Aquí habrían entrado en juego el cuerpo diplomático y el personal de inteligencia de Putin, pero también personajes envueltos por los propios medios occidentales en el misterio como Aleksandr Dugin, quien no solo ofreció una abrumadora cantidad de conferencias pregonando su Cuarta Teoría Política sino que habría tendido lazos con Matteo Salvini, Santiago Abascal y Steve Bannon.[41] Desde el mirador de 2023, esta estrategia ha cosechado éxitos notables pero no ha sido infalible, y queda por ver como la invasión de Ucrania afecta este escenario.

Europa es, irónicamente, otra manzana de la discordia: si ciertas franjas se muestran ferozmente euroescépticas, planteando el retorno a un orden rigurosamente “westfaliano”, otras se inclinan por formas de integración distintas a la impulsada por la troika. En este punto, Forti recuerda varios antecedentes, desde los nostálgicos del “Nuevo Orden Europeo” como Francis Parker Yockey hasta el eurasianismo duginiano pasando por los proyectos de Jean Thiriart y la Jeune Europe. No obstante, lo que prevalecería en la “extrema derecha 2.0” no sería la fidelidad a un legado sino el pragmatismo, como lo mostrarían la duplicidad de Orban y los volantazos de Salvini. Esta falta de consenso se vería reflejada en la imposibilidad de unificarse para controlar el Parlamento Europeo, o en el fracaso de iniciativas como The Movement. Aun así, las derrotas encerrarían pequeñas victorias, en tanto estos actores sacarían provecho del know-how y el poder de lobby desarrollado para tender y fortalecer redes.

El tercer capítulo ahonda en las dos grandes transformaciones que habrían sufrido estos grupos, a saber, la adopción de “nuevas tecnologías” y el aggiornamento ideológico. La primera, tal cual se señaló más arriba, es crucial para Forti: aunque estas derechas no hayan monopolizado las redes sociales, se han mostrado no obstante sumamente eficaces a la hora de agitar sentimientos con memes, degradar debates con shitposting, amedrentar a sus rivales con doxing y reclutar seguidores en foros.[42] Ahora bien, si estas dinámicas no son exclusivas de estos elencos, ¿es posible tal vez distinguirlas a partir de sus objetivos? Según el autor, estos últimos serían de dos niveles: en el corto plazo, se trataría de ganar elecciones o, de no ser posible, incrementar consistentemente la cantidad de votos obtenidos. En un tiempo más prolongado, se aspiraría instalar percepciones empíricamente erróneas, correr las fronteras de lo decible y desacreditar voces autorizadas vistas como escollos.

JULIUS ÉVOLA

En cuanto a la actualización doctrinaria, el historiador italiano comienza por delinear una genealogía. Así, los inicios se remontarían a las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, cuando los partidarios del imperio hitleriano imaginaron una federación anti-estadounidense y anti-soviética que liberara a los europeos de los yugos foráneos. Entre estos se contaría el Barón Julius Evola, cuyos discípulos engendrarían algunas de las facciones más radicales del MSI. Las transformaciones se volvieron más notorias en los sesenta, cuando Jeune Europe y sus vástagos plantearon, contra la Casa Blanca, una alianza táctica con la URSS y, contra el racismo, un “tercermundismo de derechas”. Otro tanto podría decirse del grupo nucleado en torno a Europe-Action, la revista de Domique Venner donde haría sus primeras armas De Benoist. Aunque no fuera él quien primero propuso un giro anticristiano, diferencialista y “gramsciano”, lo que sí logró fue proyectar su voz más allá de sus auditorios habituales, llegando a colaborar con publicaciones de gran tirada. Si a estas trayectorias se añade la incesante actividad de grupúsculos neofascistas y neonazis, puede entenderse que la “extrema derecha 2.0” haya contado con un sedimento de tópicos y narrativas más que abundante para articular sus propios discursos. Para el autor, tal bagaje sería el producto de décadas de parasitismo ideológico, de unas derechas que habrían aprendido a reutilizar “la tradición crítica [típica de la izquierda], desconectándola, sin embargo, de un horizonte emancipador” (p. 182). Sin hacer apología de esos grupos, se podría inquirir si no resulta esencialista declarar que ciertas tácticas o “tradiciones” son unívocamente de izquierda o de derecha, cuando una de las premisas de la historia intelectual es justamente la variabilidad y promiscuidad de los usos. Parafraseando a Elías Palti, las “ideas” pueden recurrir en las más diversas coyunturas, por lo que el análisis debe pasar por reconstruir la operación que un discurso realiza sobre el lenguaje —cómo se recorta y recompone el horizonte categorial disponible— y sobre el contexto —cómo se lo construye simbólicamente para incidir en él.[43] En otras palabras, la reapropiación no habría sido un burdo vampirismo, sino un proceso habitual en el metabolismo de las “ideas”, paso preliminar para una reconfiguración e intervención que, en el caso de las derechas radicales y extremas, ha demostrado su eficacia.

            Sintomático de estas mutaciones es, según el autor, el rojipardismo, es decir la aleación de elementos ideológicos usualmente asociados con las derechas extremas —la exaltación de la comunidad nacional, el anti-liberalismo y el militarismo— con otros tomados de las izquierdas —obrerismo, sindicalismo y estatismo en materia económica—. Una vez más, Forti reconstruye el derrotero de estas expresiones, remontándose a una República de Weimar donde la confusión reinante habría alentado este tipo de mixturas. Entre los distintos casos que menciona, el texto se detiene en el de Ernst Niekisch, cuya aspiración de una clase trabajadora racialmente pura y al servicio de la expansión le valió ser marginado durante el Tercer Reich y, eventualmente, encarcelado. Falleció ciego y desilusionado en 1967, justo cuando planteos como los suyos eran reflotados por unas derechas que, azuzadas por los estallidos que sacudían al mundo, buscaban nuevos rumbos. En este sentido, la atracción por el maoísmo y el anticolonialismo de revistas como Lotta Di Popolo o Terza Posizione comportarían una resurrección del rojipardismo.

ERNST NIEKISCH

El eje se movería años después a la ex Unión Soviética, laboratorio del que saldrían experimentos como el Partido Nacional-Bolchevique de Eduard Limónov, quien articuló la nostalgia estalinista de un Estado militarmente fuerte con una mitificación del pueblo y una visceral aversión hacia los judíos, Occidente y Boris Yeltsin.[44] La última estación es la década iniciada en 2010, cuando la web se comenzó a poblar de grupúsculos derechistas con tendencias anti-mundialistas, antiimperialistas, anti-individidualistas y anti-neoliberales, logrando captar la atención de franjas desilusionadas de las izquierdas. El patriotismo y el soberanismo habrían funcionado como “pasarelas que permiten y justifican el tránsito de la izquierda a la extrema derecha 2.0” (p. 200), tal cual lo ilustraría el caso de Michel Onfray o de Diego Fusaro, a quien se le dedica todo un apartado. Aunque no pueda negarse el interés histórico e intelectual de estos fenómenos, el propio análisis de Forti indica que no se trataría de una novedad sino de una recurrencia, por lo que tampoco encontraríamos aquí lo específico o lo “nuevo”. Se podría inquirir entonces si no habría sido más fructífero añadir otro mirador como el de las vertientes anarco-capitalistas y “libertarias”, que parecen haber dado pasos agigantados en los últimos decenios.

Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla. Por Steven Forti (Ed. Siglo XXI, 2021). REVISAR ÍNDICE. Dónde conseguirlo.

            Por último, el capítulo 4 contiene el “manual de combate”, por lo que es el menos teórico y el más político. El autor comienza estableciendo tres premisas: primero, que es necesario estudiar a estos actores para enfrentarlos, sobre todo porque ha cambiado drásticamente su forma manifestarse; segundo, que se trata de un fenómeno trasnacional, no solo porque hay un denominador común que desdibuja las diferencias entre latitudes sino porque fuertes nexos que las comunican; y tercero, que su avance responde a múltiples causas, por lo que la réplica debe ser necesariamente “poliédrica” (p. 239). Esto supondría, por empezar, movilizar a los partidos y las instituciones para evitar la infiltración del Estado por parte de estos grupos, así como investigar sus células y establecer un “cordón sanitario”, cuya fijación el propio Forti reconoce como problemática. Debería contarse asimismo con los medios de comunicación, cuya responsabilidad como altavoces de las figuras y las posturas de la “extrema derecha 2.0” se remarca, por lo que se les exige rigurosidad profesional y compromiso democrático. Más optimista se muestra el historiador frente a las comunidades, cuyo “antifascismo cotidiano” puede atestiguarse en gestos concretos como el acompañamiento material y afectivo durante circunstancias de sumo desamparo. Un caso especial es el de los jóvenes, descontentos cuando no irritados por un establishment económico y político que parece incapaz de asegurarles estabilidad, previsibilidad o prosperidad. De ahí que se decanten por opciones tanto de izquierda como de derecha, en lo que el autor percibe como una demostración de insatisfacción ante las alternativas más convencionales. Finalmente, hay una crítica a las izquierdas, tanto a las socialdemocracias por sus coqueteos con el neoliberalismo como a las huestes “radicales” por su irrelevancia. A ambas tendencias se les pide no postergar “otras luchas”, como las planteadas por el feminismo, y forjar amplias alianzas como lo fueron los Frentes Populares ante los fascismos.

            Si se puede suscribir a la búsqueda de una réplica multidireccional, no deberían pasarse por alto los puntos ciegos de esta propuesta. Respecto de los partidos y los medios, cabría preguntarse si el ethos democrático y la ética del oficio no han sido principios largamente sostenidos que poco hicieron por refrenar a la “extrema derecha 2.0”, y si confiar en la buena voluntad de miles de periodistas y políticos no sería pecar de optimista. En cuanto a las izquierdas, resulta sorpresivo que se apele a un arma de doble filo como los frentes populares, cuyos resultados probaron ser particularmente fatídicos en España. Resulta más fácil suscribir a la advertencia que les hace a los jóvenes de que “la política no puede ni debe ser una guerra […] sino un lugar de encuentro, una polis. Una ciudad que, al menos espero, sea abierta, democrática, participativa” (p. 261). Faltaría agregar que esto difícilmente sea posible mientras, como ha afirmado Alain Badiou, “el ejercicio de la política [sea] el ejercicio de muy pequeñas diferencias dentro del mismo camino global”, esto es de un capitalismo liberal que no cesa de exacerbar las iniquidades.[45] Difícilmente termine la época de las pasiones tristes si todas las alternativas pueden ser fagocitadas por los mismos dispositivos que han creado millones de Margareths, desesperadas al punto de suspirar por cualquier salvador.


NOTAS Y REFERENCIAS

[1] Ignacio Ramonet, La era del conspiracionismo. Trump, el culto a la mentira y el asalto al Capitolio (Buenos Aires: Siglo XXI, 2022), p. 15.

[2] Ibídem, pp. 15-6.

[3] Nancy Isenberg, White Trash. The 400-year Untold History of Class in America (Nueva York, NY: Penguin, 2016), pp. XIII-XXIII y Arlie Russell Hochschild, Strangers in Their Own Land. Anger and Mourning on the American Right (Nueva York, NY: The New Press, 2016).

[4] Ramonet, op.cit., p. 19.

[5] Amy Chozick, “Hillary Clinton Calls Many Trump Backers ‘Deplorables’ and G.O.P. Pounces” en The New York Times, 10/9/2016, disponible en bit.ly/3UZOaFt.

[6] Gustavo Beaverhausen, Manual para demoler progresistas (Buenos Aires: Edhasa-Libros del Zorzal, 2017), pp. 8-9.

[7] George Mosse, The Fascist Revolution. Towards a General Theory of Fascism (Nueva York, NY: Howard Fertig, 1999), pp. X-XIII. Una excelente recapitulación y revisión de estos planteos puede hallarse en Enzo Traverso, “Interpretar el fascismo. Notas sobre George L. Mosse, Zeev Sternhell y Emilio Gentile” en Ayer Nº 4, Vol. 60, 2005, pp. 227-58.

[8] Jacques Rancière, “Los necios y los sabios” en AA.VV., Neofascismo. ¿Cómo surgió la extrema derecha global (y cuáles pueden ser sus consecuencias)? (Buenos Aires: Capital Intelectual, 2022), p. 155.

[9] Ibídem, pp. 155-6.

[10] Régis Debray, El arcaísmo posmoderno. Lo religioso en la aldea global (Buenos Aires: Manantial, 1996) [orig. francés 1996], pp. 55-8.

[11] Leonardo Friero, “La extrema derecha vino para quedarse. Una entrevista con Steven Forti” en Jacobin, 22/9/2022, disponible en bit.ly/3BE6H3i

[12] Julien Benda, La trahison des clercs (París: Bernard Grasset), 1927.

[13] Una versión de la misma fue publicada como Steven Forti, El peso de la nación. Nicola Bombacci, Paul Marion y Óscar Pérez Solís en la Europa de Entreguerras (Santiago de Compostela: Universidade de Santiago de Compostela – Publicacions da Cátedra Juana de Vega, 2014).

[14] Steven Forti, El Proceso separatista en Cataluña. Análisis de un pasado reciente (2006-2017) (Granada: Comares, 2017).

[15] Steven Forti, Carlos González-Villa, Ramón Moles, Jelena Prokopljevic, Alfredo Sasso y Francisco Veiga, Patriotas indignados. Sobre la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols (Madrid: Alianza, 2019).

[16] Steven Forti y Giacomo Russo Spena, Ada Colau, la città in comune. Da ocupante di case a sindaca di Barcellona (con un’intervista a Luigi De Magistris) (Roma: Alegre, 2016).

[17] Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser, Populismo. Una breve introducción (Madrid: Alianza, 2019).

[18] Ernesto Laclau, La razón populista (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2005).

[19] Pierre-André Taguieff, Le nouveau national-populisme (París: CNRS, 2012).

[20] Jean Yves-Camus y Nicolas Lebourg, La extrema derecha en Europa. Nacionalismo, xenofobia, odio (Buenos Aires: Capital Intelectual, 2020) [orig. francés 2015], pp. 207-8.

[21] Roger Eatwell y Matthew Goodwin, National Populism. The Revolt against Liberal Democracy (Londres: Pelican, 2018).

[22] Enzo Traverso, Las nuevas caras de la derecha. Conversaciones con Régis Meyran (Buenos Aires: Siglo XXI, 2018) [orig. francés 2017], pp. 26-7.

[23] Alain de Benoist, Le momento populiste. Droite-gauche, c’est fini! (París: Pierre-Guillaume de Roux, 2017).

[24] Ilvo Diamanti y Marc Lazar, Popolocrazia. La metamorfosi delle nostre democrazie (Bari-Roma: Laterza, 2018).

[25] Roger Griffin, The Nature of Fascism (Nueva York, NY: Routledge, 1991), p. 48. En tanto idealtypus, el “fascismo genérico” asumiría modalidades particulares según el contexto sociohistórico. Al momento de escribir su ensayo, Griffin señalaba como los rasgos más salientes de las extremas derechas finiseculares su naturaleza grupuscular, la preferencia por la “batalla cultural” (o metapolítica) y la virtualización.

[26] Umberto Eco, “Ur-Fascism” en The New York Review of Books, Junio de 1995, disponible en bit.ly/31ntgqk.

[27] Jason Stanley, Cómo funciona el fascismo. Diez conceptos clave para entender el auge y los peligros de los nuevos tiranos del mundo (Barcelona: Blackie Books, 2018) [orig. inglés 2018] y Federico Finchelstein, Del fascismo al populismo en la historia (Buenos Aires: Taurus, 2018) [orig. inglés 2017].

[28] Traverso, op.cit., pp. 30-7.

[29] Piero Ignazi, Extreme Right Parties in Western Europe (Oxford: Oxford University Press, 2006).

[30] Cas Mudde, La ultraderecha hoy (Madrid: Paidós, 2021).

[31] Fareed Zakaria, “The Rise of Iliberal Democracy” en Foreign Relations Nº 6, Vol. 76, Noviembre-Diciembre de 1997, pp. 22-43. No debería olvidarse que este texto abordaba abiertamente casos como el de Carlos Menem y Alberto Fujimori, sin contemplar —por cuestiones cronológicas— experiencias como la de Viktor Orban en Hungría o Recep Tayyip Erdoğan en Turquía.

[32] Robert Paxton, “American Duce. Is Donald Trump a Fascist or a plutocrat?” en Harper’s Magazine, Mayo 2017, disponible en bit.ly/3Wcgx4Z.

[33] Robert Paxton, “I’ve Hesitated to Call Donald Trump a Fascist. Until Now” en Newsweek, 11/1/2021, disponible en bit.ly/3hHzUUq.

[34] Wendy Brown, En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente (Madrid: Traficantes de Sueños, 2021) [orig. inglés 2019], p. 29.

[35] Sobre estas figuras, puede consultarse Brian Doherty, Radicals for Capitalism. A Frewheeling History of the Modern American Libertarian Movement (Nueva York, NY: Public Affairs, 2007), pp. 561-5 y Pablo Stefanoni, ¿La rebeldía se volvió de derecha? Cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería tomarlos en serio) (Buenos Aires: Siglo XXI, 2021), pp. 109-30.

[36]Algunas aproximaciones son Daniel Bell, The Radical Right. The New American Right (Nueva York, NY: Doubleday, 1964); Norberto Bobbio, Derecha e izquierda (Buenos Aires: Taurus, 2014) [orig. italiano 1994]; y Steven Lukes, “Epilogue: The grand dichotomy of the Twentieth Century” en Terrence Ball y Richard Bellamy (Dirs.), Cambridge History of 20th Century Political Thought (Cambridge: Cambridge University Press, 2003), pp. 602-26.

[37] Mark Fisher, Constructos flatline. Materialismo gótico y teoría-ficción cibernética (Buenos Aires: Caja Negra, 2022) [orig. inglés 2018], pp. 80-1.

[38] Friero, op.cit.

[39] Stefanoni, op.cit., pp. 142-53.

[40] Vale aclarar, contra un lugar común bien enquistado, que las mujeres no se vieron simplemente constreñidas a un rol pasivo y a un lugar secundario bajo los fascismos “clásicos”, sino que en este ámbito —como en tantos otros—dichos regímenes presentaron ambigüedades y contrapuntos: ver, dentro de la frondosa bibliografía existente, Victoria De Grazia, How Fascism Ruled Women. Italy, 1922-1945 (Berkeley, LA: University of California Press, 1992); Dagmar Herzog, Sex after Fascism. Memory and morality in Twentieth-Century Germany (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2005); y Perry Wilson, “Women in Mussolini’s Italy, 1922-1945” en R.J.B. Bosworth, The Oxford Handbook of Fascism (Oxford: Oxford University Press, 2010), pp. 203-20.

[41] Aunque se toma ciertas libertades, este itinerario es reconstruido por Benjamin Teitelbaum en War for Eternity. Inside Bannon’s far-right circle of global power brokers (Nueva York, NY: Dey Street Books, 2020).

[42] Natalia Aruguete y Ernesto Calvo, Fake news, trolls y otros encantos. Cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales (Buenos Aires: Siglo XXI, 2020); Pablo J. Boczkowski y Eugenia Mitchelstein, El entorno digital. Breve manual para entender cómo vivimos, aprendemos, trabajos y pasamos el tiempo libre hoy (Buenos Aires: Siglo XXI, 2022); y Angela Nagle, Kill All Normies. Online Culture Wars from 4chan and Tumblr to Trump and the Alt-Right (Nueva York, NY: Zero Books, 2017).

[43] Elías Palti, El momento romántico. Nación, historia y lenguajes políticos en la Argentina del siglo XX (Buenos Aires: Eudeba, 2009), pp. 14-5.

[44] Sobre este círculo, puede consultarse Mark Sedgwick, Against the Modern World. Traditionalism and the Secret Intellectual History of the Twentieth Century (Oxford: Oxford University Press, 2004), pp. 222-34, así como la novela de Emmanuel Carrère, Limónov(Buenos Aires: Anagrama, 2013) [orig. francés 2011].

[45] Alain Badiou, “Una nueva versión de políticas viejas” en Neofascismo…, p. 127.

PRIMERA PUBLICACIÓN: Núm. 22 (11): Rey Desnudo Nº 22 – Otoño 2023

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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