Memorias de un periodista: la derecha argentina antes de Milei

Hugo Asch –periodista polifacético y buen amigo de Factor–, cuenta su historia con la derecha política en Argentina: el nacionalismo peronista, los católicos de los ‘60, los rubios de “Tradición, Familia y Propiedad”, la Ucedé menemista, el liberalismo “a lo bestia” y un insólito grupo libertario, previo al desembarco del mileísmo.

Sus recuerdos revelan un camino de contradicciones, lógicos odios cruzados y una cultura política que oscila entre el pudor de otros tiempos y la vergüenza ajena que hoy provoca el libertarismo histérico.

Por Hugo Asch *

En una columna que escribí para la revista Perfil en 1982, me reía sin disimulos de la reticencia de la gente de la derecha nativa por aceptar que eran, precisamente, de derecha. Tomé como ejemplo la Ucedé de Álvaro Alsogaray, recién fundada. Unión del Centro Democrático la llamaron. ¿Centro? En una línea me preguntaba: “¿Por qué este extraño pudor? ¿Qué tiene de malo ser de derecha? ¿Por qué –insisto– esta imperdonable falta de amor por la camiseta?”

Ese pudor siguió latiendo con Mauricio Macri, que tuvo que recurrir a los globitos de colores, la fiesta, y el gradualismo tibio para disimular sus planes de ajuste y reformas duras. No tuvo éxito en nada de lo que se propuso, salvo en la imagen de inocencia inicial, que ganó gracias a dos factores clave:

La territorialidad aportada por la UCR y votada en la convención de Gualeguaychú.

El periodismo de guerra iniciado por el “Grupo Clarín”, que alcanzó pronto su obra cumbre de ficción con el “asesinato” de Alberto Nisman.

Milei lo cambió claro. Ya no hay pudor sino un orgullo insensato, infantil, histérico, por ser más duro y despiadado incluso, que el FMI. Hablamos de una derecha bruta, semianalfabeta, violenta en las formas y cobarde a la hora de poner el cuerpo, característica clásica de las viejas militancias políticas. Son jóvenes iletrados que no solo ignoran la historia, la niegan. No se exponen pintando paredes con aerosol: solo tuitean insultos de cancha y consignas incendiarias desde la cama, la cocina o el baño. Leen a gente como Agustín Laje o Alberto Benegas Lynch (padre), imitan, copian, repiten. Son una patética banda tributo, marginal y desafinada.

LAJE Y BENEGAS LYCH. Reciente presentación de un libro de Agustín Laje, ideólogo de la ultraderecha local y hoy en la más alta consideración de Milei. A su lado, Alberto Benegas Lynch, inspirador del presidente libertariano.

El Gordo Dan es el líder de ‘Las Fuerzas del Cielo’, un grupo de adolescentes perpetuos que responden al hoy caído en desgracia Santiago Caputo. Tienen su propio programa llamado ‘La Misa’, en un canal de ultraderecha llamado ‘Carajo’. Carajo era la canasta de madera donde le ponían la comida a mi abuelo Giuseppe Cantatore cuando tenía 11 años, era marinero y no se atrevía a subirse a los palos del velero en medio del mar agitado. Lo mandaban al carajo, literalmente. Pasó dos días sin comer y al tercero, se fue al carajo nomás.

DESPLOMADOS DEL CIELO. El médico Daniel Parisini, conocido como Gordo Dan y ungido líder de Las Fuerzas del Cielo, la agrupación de influencers libertarianos impulsada por Santiago Caputo, hoy corrido del triángulo de hierro. El famoso «Gordo facho» iba a integrar listas ultra en la provincia de Buenos Aires. Por ahora, el «poder digital» fue desplazado del mapa de Libertad Avanza.

Irse al carajo es el ‘geist’ de estos chicos. Gritan, saltan, se empujan, a veces hablan. Cuando fueron borrados de todas las listas por Karina Milei, El Gordo Dan anunció que “tenía mucho que decir y puso en ‘mute’ la transmisión. Un gag. Eso fue todo. Como cuando se definieron como “el grupo armado de la ‘Libertad Avanza’” y luego aclararon que sus ‘armas’ eran los teléfonos para operar en las redes. Son nenes bobos sin gracia, ridículos, balbuceantes. Un peligro en estos tiempos laxos, de enorme pereza intelectual.

La de Carlos Menem fue una derecha travesti, alejada del nacionalismo peronista y asociada al liberalismo clásico nativo, una adhesión a lo bestia de la teoría del libre mercado. Los años ’90 fueron eso: negocios, corrupción, traiciones, dólar barato y Mick Jagger en la Rosada. Todo sostenido por las joyas de la abuela, las privatizaciones. Hasta que no hubo cómo sostener la fiesta, que le explotó a Fernando De la Rúa en 2001. En la Alianza uno podía encontrar liberales de derecha como Ricardo López Murphy, peronistas de izquierda como Chacho Álvarez, radicales tibios y Graciela Fernández Meijide, una madre de desaparecido sin pañuelo. Había de todo, y resultó ser nada. Terminó en desastre.

Tomé conciencia de la bomba de tiempo en la que vivíamos cuando en Tucumán me dieron 400 pesos en bonos firmados por el gobernador Palito Ortega y en el banco me los cambiaron por 400 dólares firmados por el Tesoro de los Estados Unidos. “Un día, alguien va a tener que pagar esta locura”, pensé. El 5 de febrero de 2002 volaba rumbo a Madrid con los últimos 5.000 dólares que me quedaron. Había que pagar.

Recuerdo en mis primeros pasos como periodista, haber hecho notas con casi toda la derecha de los años ’60 y ‘70. A Jordán Bruno Genta, por ejemplo, lo vi en una conferencia una semana antes de ser abatido de once balazos a manos de la ERP en 1974. Me había prometido una entrevista. Era un catedrático de buenos modos, nacionalista, conservador, ultracatólico cursillista, antisemita, anticomunista, decepcionado de la Revolución Libertadora y enemigo del sistema democrático, que creía contaminado por liberales, peronistas y marxistas. Sus seguidores no eran multitud pero sabían moverse. Sus posturas eran extremas y tenían fieles discípulos en las fuerzas armadas, especialmente en la Fuerza Aérea. Era gente de bajo perfil, gris, muy formal, muy convencida de su idea, de sus odios.

Oscar Castrogé ‒su apellido era Castrogiovanni‒ era el polo opuesto. Extrovertido, avasallante, de voz potente, lideraba un grupo de ultras. Durante la dictadura se había divertido pasando marchas nazis y fascistas en su programa de radio Excelsior. En los ‘80 irrumpió con un grupo de seguidores armados con pistolas y machetes para copar el programa ‘Sueño de una noche de Belgrano’, conducido por Jorge Dorio y Martín Caparrós. Fueron sus 15 minutos de fama, aquellos que prometía Andy Warhol. Su hermano, siendo secretario de un juzgado, me citó por un juicio que había iniciado un fiscal ofendido por una columna que Guillermo Patricio Kelly había escrito en La Semana, revista que yo subdirigía. Durante los primeros 15 minutos de la indagatoria, Castrogé II solo se preocupó por averiguar el origen del apellido Asch. Era su especialidad.

SUEÑOS DE UNA NOCHE DE BELGRANO. Que la derecha llamaba “Belgrado”. En Radio Belgrano, dos jóvenes Jorge Dorio y Martín Caparrós irritaban al barrabrava de la ultraderecha, Oscar Castrogé, y Eduardo Aliverti escuchaba a Alvaro Alsogaray cómo le espetaba, a él y a los trabajadores de la emisora, que “estaban todos fichados”. Procedencia de la fotografía: LA COLUMNA VERTEBRAL. Historias de Trabajadores.

Los Castrogé eran odiadores estilo El Caudillo, la revista no oficial de la Triple A. Ultraderecha violenta sin matices, mucha amenaza, cadenas, palo y a la bolsa, esas cosas. En enero de 1985 tomé un inolvidable té en la casa estilo Tudor de Figueroa Alcorta casi Ortiz de Ocampo, en pleno Palermo Chico. Hoy es un hotel boutique, pero en esos años era la sede del grupo ultramontano “Tradición Familia y Propiedad”. Me recibió su líder, Cosme Beccar Varela, impecable traje inglés, rodeado por jóvenes altos, no todos rubios, de traje oscuro, que, en una coreografía estática pero imponente, sostenían pancartas rojas con signos heráldicos. Todo para recibirme y posar para las fotos. Nadie sonreía pero se esforzaban en ser amables.

PIONERO DEL MILEÍSMO. «Sí, señor, estoy librando una guerra santa contra comunistas, peronistas, socialistas, radicales, demócratas cristianos y demás agentes de la subversión», dijo en esta entrevista de 1971, recuperada por Mágicas Ruinas, Cosme Beccar Varela (a) Cosmín.

Beccar Varela me habló sobre el insoluble problema judío, la falta de Dios de quienes alentaban el divorcio y el aborto, el horror peronista, el pecado mortal de quienes exhibían la carne sin pudor cristiano. Fue como una visita al siglo XVII. A la noche, cuando con palos, patadas, golpes de puño y piedras impidieron el estreno de ‘Yo te saludo, María’, la película de Jean-Luc Godard que consideraron “hereje” y “malévola”, los niños rubios y los no tan rubios parecían barras de Nueva Chicago.

La derecha del siglo XX era una minoría, pero ponían los pelos de punta con su discurso que mezclaba como en licuadora a Adam Smith, Roca, Mitre, Rosas, San Martín, Mussolini, Perón, Primo de Rivera, ‘Mein Kampf’ y libelos como ‘Los protocolos de los sabios de Sion’. Antes del fin de siglo, en 1999, entré en una página web a pelearme con un exótico grupo de derecha que todavía creía en “la amenaza comunista” y se reivindicaban como “anarquistas del capitalismo”. Allí escuché por primera vez los nombres de Hayek y Von Mises. Me parecía gente inofensiva, algo chiflada, con ideas estrafalarias de imposible aplicación. Por eso me divertía escuchándolos. Había muchos argentinos y también anticastristas de Miami.

El creador de la página me invitó a tomar un café en su casa: por alguna razón yo le caía simpático pese a refutar cada cosa que decían. Fui. Me invitó a una reunión mensual con ‘anarcos de derecha’, donde las estrellas eran los actores Fernando Siro y Elena Cruz. Sonriente y respetuoso, me negué. Ya era demasiado. No creo que el joven Javier Milei, de 29 años, formara parte de ese grupejo. Recién descubrió a los ‘libertarios capitalistas’ en 2005, de la mano del que fue su único amigo, Diego Giacomini. Se pelearon cuando Milei inició su carrera política por una razón dogmática lógica: Giacomini odia al Estado y no aceptaría nunca formar parte de él. Ni siquiera con la excusa banal de ser un ‘topo’ que busque destruirlo mientras lo usa para hacer negocios y asegurarse el futuro.

2003, FERNANDO CIRO Y ELENA CRUZ EN «CQC». Primeros negacionistas del genocidio que emergieron en el ambiente de la cultura. Por entonces, eran minoría. Después llegó Diego Recalde.

Aquel grupo de ideas afiebradas y ridículas hoy gobierna la Argentina. Ay. En los años ‘90, Mariano Grondona logró huir de la sombra de Bernardo Neustadt en ‘Tiempo Nuevo’ y debutó con programa propio: ‘Hora Clave’. Un poco por vicio de viejo liberal satisfecho porque la economía de libre mercado por fin había sido impuesta por Menem, y otro mucho para diferenciarse y buscar rating, comenzó a hablar sobre los pobres, a citarlos en el estudio, a criticar a Menem por su insensibilidad. Neustadt, absorto, creía que su viejo partenaire se había vuelto comunista.

La mezcla de Adam Smith con su catolicismo cursillista lo llevó a tener ideas que, confieso, me hicieron tener ataques de furia frente a la tele. Una noche quiso reunir a las dos Hebes. Hebe de Berdina, madre del primer oficial muerto en el ‘Operativo Independencia’ de Tucumán y Hebe de Bonafini, madre de dos desaparecidos en dictadura. No quiso una, no quiso la otra. Lógico. Poco después murió el almirante Isaac Rojas, aquel petiso oscuro de sonrisa torva y gorra ladeada, el gran ‘héroe’ de la Libertadora. Menem fue a su entierro a presentar sus condolencias por el fallecimiento del líder de la Marina que bombardeó la Plaza de Mayo dejando un tendal de cadáveres de gente que pasaba por ahí.

Durante el trayecto del cortejo fúnebre, pasó otra cosa. Una viejita de pelo blanco y vestida de negro caminó lentamente hacia el féretro y le lanzó un escupitajo descomunal, de medalla olímpica. Se dio media vuelta y se fue, satisfecha. Entonces, en su editorial, el doctor Grondona se dedicó a comparar “el peronismo viejo” de esa ancianita resentida que se había quedado en el ‘45, con el “peronismo nuevo” del moderno y superador presidente riojano. Estallé. Mal. Le gritaba a la tele. Un papelón, porque eran como las 11 de la noche.

Defendía ese profundo odio de la viejita de negro, y la prudente decisión de las Hebes de no juntarse. Hay odios que son racionales, justificados. No existe esa clase de perdón y está muy bien que eso sea así, y siga siendo así. Reivindico esa clase de odios. Odios racionales, sostenidos por la convicción, la fuerza de los hechos y la historia. No imaginaba a Simón Wiesenthal entusiasmado con una invitación a tomar el té en la casa de los Menguele. Y, no.

En mi vida me crucé con mucha gente de derecha. Si bien es cierto que los del CdeO y la CNU me corrieron a cadenazos un par de veces, pude charlar y disentir en casi todo con la mayoría. Ellos no pensaban igual, pero al menos pensaban. No es lo que sucede hoy, por desgracia. Resulta imposible debatir con esta nueva derecha mileísta, en el caso de que tal cosa exista de verdad. Milei sería un marginal digno de lástima si no tuviera el poder de destruirnos de verdad como país. Él y su hermana repostera, tarotista, muda y armadora política. Eso es todo, en esencia. Los demás son oportunistas, vivillos de ocasión, ratas de Hamelín.

Hay gente que se puede odiar, por supuesto, pero de ninguna manera alcanza la estatura de enemigo. No les da. No son dignos.

(*) ASCH BY ASCH

A los 18 fui a la redacción de Siete Días preparado para hacer café y hacer mandados, pero me dieron una nota y terminé desayunando con Borges en su departamento de la calle Maipú. Después me llamó Chiche Gelblung para Gente, donde fue a cubrir la invasión soviética a Afganistán, el regreso de Karol Wojtyla como Papa a Polonia, la caída de Somoza y la asunción del sandinismo en Nicaragua, la muerte de monseñor Romero en El Salvador, ¡y la primera producción con transparencias de María Emilia, una de las Trillizas de Oro! (hacer de todo quiere decir hacer de todo, por ejemplo encargarle un horóscopo a Horagel, que hizo con la ayuda de un amigo común, el periodista chileno Jorje Lagos Nilsson).

Después fui secretario de redacción de Clarín, director de Playboy (con el desnudo de Julio Bocca y Eleonora Cassano que casi mata de un infarto a Hefner), Caras, La Prensa de Amalita, dirigió El grupo 8 de Prensa de Tucumán solo para hacerle más difícil la vejez a Bussi y trabajé cuatro años haciendo una revista de modas y lujo en Madrid.

De regreso a Buenos Aires, dirigí Tendencia Hombre y Tendencia Mujer, y junto a Daniel Pliner, hice Tiki Tiki, la primera revista infantil de fútbol.

Condenado a ser periodista, que es lo único que sé hacer en la vida, ahora escribo en mi muro y donde le pidan algún texto. Por ejemplo, en el maravilloso blog de Alejandro Agostinelli, colega y amigo.

¡Eso no es todo, folks! (o eso espero)

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NOTA DEL EDITOR: En febrero de 1978, Hugo Asch cubrió junto al reportero gráfico Carlos Pesce el caso del Dique La Florida, en San Luis. Quedó constancia del hecho en este blog.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

Contacto: aagostinelli@gmail.com
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