Marcelo Figueras sobre Rantés: «La invasión del mesías cibernético»

En abril de 1987, cientos de miles de argentinos asaltaron las salas para ver “Hombre mirando al sudeste” (1986), el film dirigido por Eliseo Subiela (1944-2016), interpretado por Lorenzo Quinteros (1945-2019) y Hugo Soto (1953-1994). Asistieron sin tener mucha idea de qué iba. Salvo quienes, pocos días antes del estreno, leímos esta crítica exquisita. Marcelo Figueras acercó un cuadro muy cercano a lo que el cine iba a mostrar e hizo reflexiones que siguen vigentes. Avizoró el alcance de “Hombre…” lustros antes de saber que iba a ser una película de culto.

“Hombre…” marcó la vuelta –y en un sentido dramático y humanista, el debut– del cine de ciencia ficción con una impronta local. No fue la primera película argentina centrada en la historia de un ser de otro mundo, pero sin dudas trajo al alienígena más lúcido, solidario y ambiguo, ya que su identidad dejó sembrada una duda entre la exobiología y la psiquiatría que nunca se dirimió.

Figueras nos proyecta a los ochenta en el marco de El Periodista de Buenos Aires, una revista publicada entre 1984 y 1989 por Ediciones de la Urraca, parte indeleble de la memoria afectiva y política de miles de argentinos.

Por Marcelo Figueras *

Abre paréntesis: una de las diferencias sustanciales entre el cine argentino y el que nos llega de otros lares, ciñéndonos, claro está, a los films que se toman en serio a ellos mismos, radica en el modo de disponer los objetos delante de la cámara. Nada de lo que impresiona al celuloide, un cuadro, un graffitti, un mobiliario rococó, por fugaz que sea su aparición en pantalla, por nimia que parezca su injerencia en la narración, nada, en fin, carece de significados dentro del texto cinematográfico. Los Coppola, los Carax, los Wenders, incluso los mediocres que moran espiritualmente en los suburbios de Hollywood, todos, sin excepción, bregan por controlar esos elementos, conscientes de su poder para enriquecer la composición de cada encuadre, y, en suma, el film entero. Los cineastas locales, por desidia o carencia de imaginación, suelen prescindir de esas significaciones. Arman interiores para que luzcan verosímiles, y no, como sería esperable, para transmitir certeza alguna sobre la condición del personaje que allí mora. Cuando intentan el alarde, clavan a un muro la foto de Perón, estableciendo así, como si uno no pudiera advertirlo de otro modo, que la criatura de marras es, alas, indudablemente, peronista. En esta oposición se inscribe la primera excepcionalidad de Hombre mirando al sudeste. Eliseo Subiela, cineasta, argentino también, no ha querido resignar la posibilidad de significar hasta con el más trivial de los detalles. Cierto vaso de whisky. Las notas del saxo de Andrés Bolarsky. Los nombres de los personajes. Los rictus. Las posturas corporales. Las referencias literarias. Su film, pues, posee textura, espesor, una suerte de corporeidad en sus imágenes y sonidos, que lo distingue de la unidimensionalidad del cine local de esta década: cierra paréntesis.

Hombre mirando al sudeste reclama, como casi todo buen film, una mirada plural. Puede vérselo desde sus contactos con lo genérico cinematográfico, la ciencia ficción, el melodrama. Puede observárselo desde su paradójica condición de obra concebida esencialmente para el cine, pero a partir de padres literarios: Cortázar Julio Denis, nombre del psiquiatra interpretado por Lorenzo Quinteros, era el alias detrás del cual se agazapaba, en sus comienzos, el Cortázar poeta–, Philip K. Dick, el Bioy Casares de La invención de Morel. Puede husmeárselo desde su relación –mejor, su No-relación– con el cine argentino de esta esquina del siglo. Sin embargo, quizá su flanco más fructuoso sea, y en especial en este momento, el análisis de lo religioso en Hombre mirando al sudeste. El psiquiatra Denis tiene a su cargo un pabellón en el que languidecen, a su pesar, treinta y dos “enfermos”. Cierto día, asombro de asombros, hace su irrupción el interno numero treinta y tres. Nadie lo ha encerrado oficialmente: ha aparecido allí, eso es todo. El treinta y tres, número elocuente, dice llamarse Rantés (Hugo Soto). Dice, además, ser un extraterrestre. Denis rezuma escepticismo, pero la curiosidad hace mella en él. Los “enfermos” forman hileras para hablar con Rantés, como si se confesaran. Abriga a un mendigo, da de comer a los hambrientos. Día a día, permanece horas de pie, con la vista en lo alto, mirando hacia el sudeste. Alega que de ese modo se comunica con los suyos. ¿por qué no pensar que reza? Denis, el psiquiatra, formado en el rechazo a toda excrecencia espiritualista en torno al hombre, se mofa: habla de Rantés y de los otros que, como él, habrían aparecido en otros puntos del planeta, como de “la invasión de los Cristos cibernéticos”. Conciencia que no le impide trabar relación con Beatriz Dick (Inés Vernengo) una versión femenina de Judas, y desempeñar el papel de Pilatos en el momento clave de esta Pasión moderna. Los paralelismos abundan: sobre el final, Beatriz, a quien llaman “la Santa”, sostiene al moribundo Rantés en el parque del manicomio, en una suerte de perversión de la pietá miguelangesca.

TRAILER. Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela, 1986). Hoy disponible en CINE.AR

Hombre mirando al sudeste es una aproximación al Misterio, el que va con mayúscula, el Misterio último. En su historia se halla cifrada una conjetura. Si, sobre el filo del siglo XXI, es de algún modo necesario el advenimiento de los “Cristos cibernéticos”, debería colegirse que los discípulos del Cristo humano, del Mesías de carne y hueso, esto es, los representantes de la Iglesia visible, han fracasado. Rotundamente. El Papa acude a la Argentina para defender sus intereses partidarios, mientras éste y otros Rantés son torturados, hambreados, muertos, sin llamar siquiera la atención del titular del Ejecutivo vaticano. Subiela no deja resquicio alguno para la esperanza, y menos aún para la buena conciencia de aquellos que, incluso, estuvieron más cerca de Rantés. El psiquiatra seguirá tocando el saxo, como El perseguidor cortazariano. Sus notas, empero, marcan un compás de futuro para el cine argentino. Abre signos de admiración.

MUSICA ORGINAL. Hombre mirando al sudeste. Por Pedro Aznar y Amílcar Gilabert

Fuente: El Periodista de Buenos Aires, núm. 134, del 3 al 9 de abril de 1987, Sección Cine, pág. 34.

Transcripción: Paulo Lage

(*) Marcelo Figueras es periodista, escritor y guionista. Ha sido editor de importantes publicaciones, entre ellas la misma revista El Periodista. También fue director de las legendarias Fierro y Caín. Es autor de una decena de novelas muy bien recibidas por la crítica y guionista de varias películas argentinas, como Plata quemada y Kamchatka. Actualmente es codirector de Cohete a la Luna.

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  1. La persona de la vida real en quien Subiela se inspira para crear su personaje Rantés fue un hombre que conocí alrededor de 1983 en Vicente Lopez.
    Solía pararse casi todos los días vestido con un traje muy gastado -creo que de color gris- durante horas en la esquina de Las Heras y Maipú (sobre el lado de Las Heras, en esa esq. estaba la Libreria Las Heras) y miraba para el lado del río y hacia arriba. Parecía estar en un estado catatónico, y de vez en cuando realizaba un movimiento de pies muy suave y breve que parecía un zapateo.
    Cuando se le dirigía la palabra no contestaba. Los vecinos tenían distintas hipótesis acerca de quién era y por qué hacia eso, pero no pasaban de leyendas urbanas. Más tarde deje de frecuentar la zona, e ignoro que fue de su vida ni cual era su nombre.

  2. ¡Gracias Carlos! Cuántos detalles que no recordaba o no conocía, porque también lo conocí. En cuanto a la Librería a lo mejor tenés razón, no la recordaba en esa esquina. En un post anterior mencioné esto mismo:

    Subiela improvisó la idea de “Hombre…” a partir de un fulano que todas las tardes permanecía horas parado en la esquina de la Av. Maipú y Las Heras, partido de Vicente López, donde, además, estaba el bazar «Ovni». El historiador y escritor Ricardo López Göttig, vecino del barrio en los ochenta, recuerda más: «Vestía campera verde, pantalones beige y zapatos negros». La mirada del tipo estaba clavada hacia el sudeste. Algún vecino comentó que su novia lo había dejado antes de casarse. “Y se quedó mirando hacia la casa de ella, que está en esa dirección. Quizá el hombre esperaba verla regresar desde allí”, continuaba Subiela. Solamente eso, nunca habló con él ni buscó detalles adicionales. Yo, en esa época, vivía a tres cuadras de esa esquina y sabía de quién se trataba. También vi al hombre parado ahí. No parecía aconsejable sacarlo de su trance. Cualquier pregunta corría el riesgo de ser una estupidez. https://factorelblog.com/2016/12/26/subiela-y-el-lado-luminoso/

  3. De nada Alejandro, por el contrario gracias a vos por regalarnos con tan buenos y variados temas.

    Referente a la Librería Las Heras encontré un fragmento de una vieja boleta de fotocopias, razón por que te puedo dar con exactitud la dirección: Maipú 699, esq. Las Heras. Investigando con el Street View, ahora en ese lugar hay una farmacia, pero la fisonomía externa del local es prácticamente la misma del año 83. Del bazar «Ovni» no me acuerdo, pero es muy posible que haya pasado por ahí. Varias veces le hablé a nuestro personaje, con la intención de ofrecerle alguna ayuda y para comprender el sentido de lo que hacía, pero parecía catatónico, salvo ese movimiento con los pies tan característicos. No recuerdo bien, pero creo que usaba mocasines a los que pisaba la parte talón, usándolos como las pantuflas, pero no estoy seguro. En ese tiempo pensaba que estaría mirando al sol, me lo solía cruzar durante la mañana antes del mediodía, tipo 10,00 de la mañana aprox. Y lo asociaba con algunos ocultistas y animales que realizan cierto tipo de «rituales» mirando al sol. Como, por ej., los cangrejos en los cangrejales en la zona del Tuyu, que se colocan todos mirando al sol al tiempo que juntan las tenazas como «rezando». Hecho del cual en mi niñez fui muchas veces testigo, y cita Güiraldes en el Don Segundo Sombra, cap. XVI:

    «Así fue. El sol se ponía. De cada cueva salía una de esas repugnantes arañas duras, pero más grandes, más redondas que las del cañadón. El suelo se fue cubriendo de ellas. Y caminaban despacio, sin fijarse unas en otras, dadas vuelta todas hacia la bola de fuego que se iba escondiendo. Y se quedaron inmóviles, con las manitas plegadas sobre el pecho, rojas como si estuvieran teñidas en sangre.

    ¡Aquello me hacía una profunda impresión! ¿Era cierto que rezaban? ¿Tendrían siempre como una condena, las manitas ensangrentadas? ¿Qué pedían? Seguramente que algún vacuno o yeguarizo, con jinete, si mal no venía, cayera en aquel barro fofo, minado por ellos.» Un abrazo

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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