Hace 100 años nacía Antonio Ribera y tengo una maravillosa historia para contarles

Antonio y Trini, 1979. Foto cortesía Javier Sierra

Por Alejandro Agostinelli

Fue un escritor distinto. Por las temáticas que escogió para especializarse. Por haber jugado su opinión sin temor a la burla de otros intelectuales con los que compartía membresía en el PEN catalán o la Asociación de Escritores en Lengua Catalana (AELC). También, por su predisposición a creer en lo increíble.

El pasado 15 de enero, Antonio Ribera i Jordà hubiese cumplido cien años.

A propósito del centenario, el Ayuntamiento de Sant Feliu de Codines, localidad donde vivió por treinta años, creó una comisión para celebrar, recordar al escritor e impulsar el “Año Ribera”.

Hace 25 años, el antropólogo Ignacio Cabria García y quien escribe fuimos a su casa de la calle Barcelona para conversar sobre uno de sus temas favoritos: Ummo, el planeta de los corresponsales anónimos.

Hasta aquí, nada del otro mundo.

Pero esa tarde también estaba Trini

Trinidad Broco Gómez, la mujer del escritor. Nacho y yo ignorábamos que ella y Ribera tenían personalidades opuestas. En cierto modo, la entrevista salió de pista. Trini elevó el tono de voz. Antonio se corrió de escena y manejó el incidente con el temple del monje curtido en la adversidad.

Nosotros permanecimos inmóviles y perplejos, tanto que, si la grabadora no hubiese estado registrándolo todo, infinidad de detalles se hubiesen esfumado para siempre.

No le señalamos nuestro azoramiento a Antonio. Bueno, el asombro de sus invitados no era asunto suyo. En ese momento, nuestra atención, nuestros ojos, nuestros oídos se habían desplazado hacia Trini, la gran mujer de aquel gran hombre.

Antonio Ribera en el balcón de su casa en Sant Feliu de Codines con el autor, 1995. Foto: Ignacio Cabria.

A lo largo de la vida las cosas pueden no salir como las imaginamos, pero si nos enorgullecemos de algunas de ellas debemos agradecer a quienes nos dejaron ingresar en su intimidad y nos permitieron compartir un buen rato. Más valoramos esos momentos cuando somos capaces de echar un vistazo al retrovisor; entonces, sabemos que esos recuerdos nos hicieron más ricos, más sabios. Mejores personas.

Sin haber consolidado una amistad, me agrada haber tratado y disfrutado de la confianza de Antonio Ribera i Jordà (1920-2001), el escritor que cultivó con esmero de orfebre el tema que abarcó mi adolescencia y una de las plumas ufológicas más elegantes de su generación. 

Cada cuál elige el modo de contar sus historias y el tema no es fijar diferencias de enfoque o determinar quién maneja mejor o peor la información; ni todos somos iguales a la hora de regular la distancia crítica hacia objetos, sujetos y predicados de nuestras crónicas. Además, en el proceso de formar nuestra propia identidad, es común poner la lupa sobre el trazo de nuestros ancestros. Eso hice con textos de Antonio mientras vivía. Me atreví a cuestionar su obra en Cuadernos de Ufología (CdU) y en notas que reencontrar me obligaría revolver papeles, ya que muchos de ellos fueron previos a la existencia de la web.

Como él era un grande, y yo intento separar a las personas de su trabajo (y aún más de mi opinión sobre su trabajo), mis críticas no afectaron nuestra relación, iniciada en un congreso provincial de la FAECE en los ochenta. Al contrario, nos dimos un cálido abrazo en Santander, en ocasión de las Jornadas Internacionales de Ovnis organizadas por CdU en 1991, y él y su esposa, la inolvidable Trini, nos recibieron a almorzar a su casa-biblioteca de Sant Feliu de Codines, cuando lo visitamos con Ignacio Cabria García, en octubre de 1995.

Llega un momento en que los desacuerdos nos incapacitan para calibrar el papel histórico que han desempeñado ciertos autores, no solo por su producción narrativa sino por su don para transmitir sus ideas entre sus pares o en otras personas, influyentes o no.

El centenario del nacimiento de Antonio Ribera es una oportunidad para reivindicar la trayectoria y la obra de un hombre que encarnó un punto de inflexión. Lo sobrenatural iniciaba su tránsito de las crónicas amarillistas a la prensa respetable, tren en el que habían sido embarcados los platos voladores y en el que muchos otros se habían sentido embaucados por los medios, los periodistas e incluso los primeros aficionados. Para una minoría intensa el debate debía darse en un marco científico, “racionalista”, como el que algunos marcaban, sobre todo en oposición al “misticismo” de los contactados. Antonio seguía esa línea, por más que habrá quienes preferirán complejizar aquello del racionalismo, el escepticismo y el lugar del periodismo en medio de todo eso.

También tengo razones personales para homenajearlo. Una: prácticamente me inicié como lector con “El gran enigma de los platillos volantes” (1966), biblia de una pléyade de veteranos ufólogos y ex ufólogos, algunos de ellos reconvertidos al escepticismo.

El ensayista chileno Sergio Sánchez Rodríguez lo dijo antes –en verdad, lo dijo antes y mejor– cuando se declaró afortunado de empezar leyendo sus clásicos pese a su compromiso con la versión más simple e ingenua de la hipótesis extraterrestre, que abonaba con raciones generosas de fantasía. Peor lo tienen las nuevas generaciones que se han formado bajo la lluvia atronadora de fakes virales y la persistente influencia de autores irrelevantes sobrevalorados –marketing editorial mediante–. “Ese cultivo de la magia (en la obra de Ribera), que tanta pasión por investigar insuflaba en los más jóvenes, estaba moderado por el sentido común, la buena fe, el chispeante humor y, sobre todo, por la calidad literaria”, escribió Sergio. “Ribera nos abrió innumerables puertas”, continúa, “incluso las que nos llevaron a abandonarlo como gurú” (1).  

Ribera pudo ser un tipo cándido, sí. También enojoso, cuando armaba una coraza alrededor de asuntos que –para nosotros, los que empezábamos a despertar del sueño extraterrestre– eran indefendibles. Pero nosotros éramos jóvenes y él se ponía viejo, caramba. Lo importante, aquí y ahora, es que fue un tipo honesto, inteligente, que nos sedujo por su escritura llana, sin vericuetos, y sus vastas lecturas.

Cuando le conocí supe que su estilo literario, y la vehemencia de sus convicciones, iban bien con su transparencia humana y no me quedó sombra de duda sobre su honradez intelectual –compartir o no sus conclusiones siempre fue otra cosa.

Antonio Ribera, 1995. Foto: Alejandro Agostinelli.

Antonio no fue un autor menor, en absoluto. Escribió relatos breves, teatro, novelas de ciencia ficción y ensayos que fueron traducidos a una decena de lenguas. Si bien ha dejado una impronta por su bibliografía (¡escribió 70 libros!), también fue fogonero estrella de foros de análisis y debate en tanto cofundador del Centro de Estudios Interplanetarios (CEI) en 1958 y como director de Horizonte, la versión española de la revista francesa Planète (1969-1971), aquella celebrada y castigada creación de Louis Pauwels y Jacques Bergier que capitalizó el éxito de “El retorno de los brujos”.

Toda una generación de lectores ha quedado en deuda con él por sus buenos oficios como traductor (hablaba seis idiomas y volcó al castellano más de 300 obras): sus libros ufológicos eran la vía de acceso más directa a saber qué traían Flying Saucer Review, Lumieres Dans La Nuit, Phenómenes Spatiaux o Inforespace cuando todavía no éramos suscriptores o intercambiábamos con estas revistas ejemplares de las nuestras.

En sus referencias a autores por entonces poco traducidos, como Jacques Vallée, Aimé Michel o Michel Carrouges, diseminaba los argumentos que iban a alejarnos de los suyos. Sergio Sánchez cita un caso testigo: su traducción de “Pasaporte a Magonia”, la obra de Vallée que señaló un rumbo distinto en tiempos extraterrestre-céntricos. A Ribera le fastidiaba que el astrofísico franco-norteamericano comparase humanoides con hadas, duendes y otros seres espectrales. “Pero la refutación que hacía don Antonio –ese viejo testarudo– de aquellas inconfortables novedades me pareció tan poco convincente, que solo avivó mi curiosidad”, escribió el ensayista chileno.

Su oficio como escritor tomó un curso inesperado cuando quedó atrapado con el último y mayor desafío de su vida: el caso de los visitantes del planeta Ummo. Es imposible determinar si alguna vez abrigó realmente dudas, pero en sus cartas reunidas le confiesa a Aimé Michel haberlas tenido (2). Eso sí: fue un tenaz defensor público del expediente.

En 1973 publicó con Rafael Farriols “Un caso perfecto”, sobre el aterrizaje de Aluche y las fotografías de San José de Valderas, arreglándoselas para despegar aquellos casos de Ummo, del que en verdad eran parte inseparable, sentando las bases “reales” del mito. Pese al voto de censura de los presuntos ummitas, quienes le rogaron no difundir sus informes, él insistió con otros cuatro libros, participando de jornadas nacionales e internacionales y dando entrevistas gráficas, radiales y televisivas sobre el asunto. Su actividad pro-ummita coincidió con su temporada de mayor exposición: en 1979 fue el primer disertante español en la Cámara de los Lores. Para hablar de ovnis, claro.

Una vida. Collage armado con archivos preservados por Moisés Garrido.

UNA DIGRESIÓN MÁS PERSONAL. En 1983 viajé a Europa por primera vez y no visité a Antonio, pese a haber ido con la mejor de las recomendaciones: la de un amigo querido por todos, el periodista Adalberto Ujvari. Gracias a él me recibió en Argentona Rafael Farriols, quien me dejó alelado con sus historias. En octubre de 1991 encontré a Ribera en Santander, en las Jornadas Internacionales sobre Ovnis organizadas por CdU y Caja Cantabria. Le dije que tenía en mente escribir largo sobre Ummo; entonces recibí la primera invitación del escritor para visitarlo en Sant Feliu de Codines, a pocos kilómetros de Barcelona. No fue posible ese año, pero me hice una escapada hasta el departamento madrileño de José Luis Jordán Peña impulsado por la (fallida) intuición de que iba a conseguir su confesión sobre la autoría de los informes ummitas, algo que logró Javier Sierra dos años después.

En 1993, el lío de la confesión de Jordán se propagó  por doquier: por primera vez, alguien se adjudicaba no solo la redacción de las cartas si no del maquiavélico plan destinado a engañar y manipular a destinatarios y entorno, con intenciones brumosas.

Desde entonces, decidí aprovechar mis viajes a Europa para engordar ese libro de extensión inaudita, cada vez más parecido a un pretexto para seguir disfrutando en vivo de la aventura ummita. Con los años iba a completar el cuadro en entrevistas que ocasionalmente compartí con Ignacio Cabria García, Julio Arcas Gilardi, José Juan Montejo y Luis R. González.

La ocasión de los 100 años del nacimiento de Antonio Ribera justifica con creces desempolvar unas páginas de aquel borrador inconcluso sobre nuestro último encuentro.

UMMITAS, LO MÁS SENCILLO DE ADMITIR

No tengo anotado cómo lo organizamos, pero el 11 de octubre de 1995 Nacho Cabria, el gigante de la antropología platillista, me acompañó hasta Sant Feliu de Codines. Antonio nos había invitado a almorzar a su casa, donde nos iba a mostrar sus cartas wólficas y otros papeles relacionados. Pero lo que más nos interesaba era obtener sus impresiones frescas sobre las declaraciones de Jordán.

Ya sabíamos que Antonio se había enamorado intelectualmente de la posibilidad –bueno, para él la certeza– de que los ummitas fueran quienes decían ser y, una vez que se le había puesto algo en la cabeza, su disposición a revisar sus opiniones era escasa. Desde luego, no habíamos ido a polemizar con él sino a escucharlo y, si fuese posible, tratar de comprender los motivos de su adhesión por una materia que había resultado por demás escaldada y no solo desde 1993, año en que la credibilidad de todo lo ummita parecía haberse esfumado.

Monográfico «Ummo: La historia Interminable» (Fundación Anomalía, 1994). Se puede descargar desde aquí.

La conversación comenzó con rispidez, ya que meses atrás la revista Cuadernos de Ufología (en la que tanto Nacho como yo éramos colaboradores) había dedicado una edición monográfica a Ummo.

–Nadie se dignó a pedirme un artículo –rezongó Antonio. Ni el artículo de (Ignacio) Darnaude es a favor. Pareciera que hubiesen querido evitar cualquier mención favorable.

El antropólogo le aseguró que aquel especial surgió a vuelapluma; en la práctica, casi se originó por la coincidente afluencia de varios artículos aportados espontáneamente por los colaboradores habituales de la revista.

–De hecho faltan varios autores, terció Nacho. Tampoco hay ninguna colaboración de Javier Sierra, por ejemplo.

Para salir de esa zona de incomodidad propuse recapitular.

– ¿Cuál fue el primer contacto que tuvo con el tema, Antonio?

Un día llamó un señor a casa y dijo: “Me llamo Julián de los Almos y soy de Madrid. Un amigo mío, Enrique Villagrasa, está recibiendo unas cartas muy raras. Nos citamos en un café de Barcelona. Me contó que su amigo recibió unas llamadas telefónicas de un señor que se identificaba como extraterrestre –que le hablaba con una voz monocorde, sin altibajos– y lo invitaba a formularle preguntas sobre cualquier tema. El individuo éste, que estaba del otro lado del teléfono, le contestaba con una precisión asombrosa, muchas veces antes de que terminara de formular la pregunta. “Bueno, ya que usted me dice que es extraterrestre, mándeme un informe sobre sus naves”, le dijo Enrique. Y al cabo de unos días recibe el informe.

En 1968 yo recibí mi primera carta de Ummo franqueada en una estación de París.

– ¿Cómo cree se implicó Jordán Peña?

Jordán Peña, después de cuatro entrevistas con Rafael Farriols, ha terminado confesando que esa carta se la obligaron a escribir los de Ummo. Él es un mandado. Obedecía órdenes de otros que estaban por encima de él.

– Jordán, entonces, debería haber informado sobre estos presuntos ummitas.

Lo que pasa es que usan un sistema con diversos niveles. Jordán conocía a un señor que le pasaba la información. Era un vecino, no un extraterrestre ni mucho menos, que había hecho algún informe de Ummo. Pero la mayoría no lo hizo él…

– ¿Es el montaje de alguna organización terrestre? ¿O de quién?

Hombre, tú dirás que soy un maniático (ríe divertido). Simplemente, de los ummitas. Es decir, lo más sencillo de admitir es que los ummitas existen. Ni la CIA, ni el Vaticano, ni la KGB, como dice este chico Renaud Marhic, que es absurdo…

Nos demoramos en examinar sus cartas. En una, con matasellos francés fechada el 13 de octubre de 1968, el remitente dice: “Oumma Ualewe”. En otra del 28 de junio de 1969, leímos: “Ummoo Aeleve”.

Hostias, nos miramos con Nacho: ¡El nombre del planeta iba cambiando!

– ¿Nunca había reparado en ese detalle, Antonio?” –pregunté–. Hombre, creo que son detalles secundarios…. –respondió. Demuestra mis tesis según la cual son varias personas. Si fuera solamente Jordán, pues serían iguales.

En ese momento Nacho descubre unos gráficos hechos con lápices de colores. “¡Esto nunca se ha visto! ¡En colores!”, se sorprende Ignacio, y lo interpela:

 – ¿No crees que estos dibujos son de Jordán Peña? Jordán dibujaba en lápiz…

Para Ribera algunos son de Jordán y otros no. –Vean esta carta, se entusiasma. Es el famoso: “No nos crean, acojan con desconfianza esta información…” Sí, coincide el antropólogo: “Es una de sus frases históricas: ‘No caigan en la tentación de permutar sus ideas religiosas, científicas por las de Ummo’”. –Yo le llamo contacto antimesiánico, añadió el escritor.

– ¿Nunca pensó, Antonio, que esto pudo empezar como una broma?

–  No hubiera durado 25 años.

– ¿Y si el organizador es un psicópata?

– Un psicópata… Se hubiera sabido, y ni tiene tantos conocimientos.

– De todas maneras, Jordán ha mantenido el secreto durante 25 años, interviene Cabria.

– Sí, sí, sí –concede Ribera.

– Supongamos que, como usted dice, Jordán es un agente ummita. Si creemos en la confesión que le hizo a Farriols, habría que reconocer que él consiguió silenciar su condición de ‘agente’ durante más de 25 años. Más: ¡29 años!

Antonio pasa mi comentario de largo y elige ir por la vereda soleada: – Jean Pierre Petit, del CNRS, acaba de publicar su tercer libro sobre Ummo. Este hombre cree a machamartillo en Ummo, y publica en las mejores revistas científicas.

Tiempo atrás Ribera había regresado de una maratón ummita en casa de Farriols. Leyeron dos cartas, una de convocatoria de los aludidos y otra de Jordán Peña, “donde después de atribuirse la paternidad del asunto, se cargaba todo lo demás”.

– ¿Qué tipo de comentarios provocó su confesión?

–  De mucha incredulidad. Nadie se lo creía. Todos dijeron, o pensaron, que se trataba de una maniobra de desinformación como tantas ha habido antes. Los ummitas han lanzado de vez en cuando eso mismo cuando sube el umbral de credibilidad, y hacen algo para hacerlo bajar. No les interesa tener seguidores, o que les crean.

Esos niveles de credibilidad –que Jordán Peña, principal sospechoso y temprano adalid del escepticismo militante en la España de los ’60, testeaba en cada encuentro de ummólogos– solían ser ascendentes en Madrid y descendentes en Barcelona; en rigor, solo en la calle Barcelona de Sant Feliu de Codines: la pasión de Farriols no era tan distinta a la madrileña.

Durante largo tiempo, para el Grupo de Madrid Antonio era un racionalista que no terminaba de aceptar lo extraterrestre en Ummo.

Antonio junto a Trinidad en 1971. Foto cortesía Moisés Garrido.

PEQUEÑAS DELICIAS DE LA VIDA CONYUGAL

Trinidad Broco Gómez (1927-2002) era lectora de la revista Horizonte dirigida por Ribera a fines de los 60. En esa calidad le escribió su primera carta. Ella residía con su padre en Valencia. Antonio había perdido poco antes a su madre y hacía cinco años que se había separado de su primera esposa. Intercambiaron cartas por un tiempo, lo suficiente para que él quedase hechizado. So pretexto de dejar en sus pagos a su joven discípulo Vicente-Juan Ballester Olmos en Valencia, decidió viajar a conocerla.

“Trini es una mujer alta y morena, siete años menor que yo, nacida en el Marruecos español (Ceuta); una hija del Mediterráneo que me ama y que solo vive para mí. Todo es tan nuevo, mi querido Aimé, que ello ha repercutido en mi peso, quiero decir de felicidad: me he engordado, en una palabra, soy feliz y esto es todo” (3).

El padre de Trinidad era un militar viudo desde hacía dos décadas. Machista, chapado a la antigua y celoso, jamás la dejaba volver a su casa pasadas las diez de la noche. Ambos de carácter aguerrido, padre e hija peleaban a diario. La paciencia de Trini frisaba cero cuando, un buen día de 1970, la pareja tramó la huida, que ella llama, jocosamente, abducción. Y escaparon juntos a Barcelona. La excusa que le dio a su padre duró poco. El hizo la denuncia policial, pero el comisario le informó que la suya era una causa perdida. Trini había cumplido 43 años de edad.

Trinidad se convirtió en la secretaria perfecta de Antonio en la redacción de Horizonte. Al tiempo se mudaron a la localidad de Sant Feliu de Codines. Fueron una pareja asimétrica pero complementaria. “Es la mujer que te corresponde cósmicamente”, fue el veredicto del astrólogo malagueño Rafael Lafuente. “No hubiese podido compartir mi vida con una mujer tonta; muchas de las ideas plasmadas en mis libros me las ha sugerido ella, a la que considero una mujer muy inteligente, aunque un poco dura, a veces”, le confió Antonio a José María Ibáñez (4). Trini fue la primera en detectar el plagio de J.J. Benitez al Libro de Urantia en La Rebelión de Lucifer, pese a que solo conocía algunos fragmentos que le tradujo Antonio (5).

Vicente-Juan Ballester Olmos y Trinidad Broco, 1973 (Archivo V-JBO)

Lo imprevisible, aquel 11 de octubre de 1995, fue Trini.

Conocerla fue descubrir terra incógnita, el factor desconocido –al menos para Ignacio y para mí– en la vida de Ribera. Nos sorprendió saber que él convivía desde hacía cinco lustros con el escepticismo. Con el de su mujer, claro.  

Tampoco imaginamos que íbamos a ser testigos de un cruce de espadas, que nos dio otra perspectiva de aquel padre de tres y abuelo de cinco nietos que era Antonio aquellos días. Allí, en ese hogar humilde –lleno de gatos, perros, flores y libros y papeles, sobre todo de gatos, libros y papeles–, presenciamos un escalofriante duelo de teorías no exento de candor conyugal.

Al comienzo de la entrevista Trini parecía abstraída. Pero su mutismo no era distracción: no había perdido el hilo de ningún comentario de la tertulia, como las alusivas a la visita de DEI-98, la teología de Ummowoa y la identidad del mecanógrafo. De distraída Trini no tenía un pelo. La sacó del silencio su opinión sobre la religión ummita.

Trini, 1995. Foto cortesía Pedro Canto.

– La religión que estos señores propugnan es nuestra religión judeocristiana, solo que en vez de matar a Cristo en una cruz, pues lo matan en una mesa, interrumpió. En el mundo existen otras religiones, y para ser unos extraterrestres que vienen de 14 años luz… ¡toma canela! ¡Que la de ellos se podría haber parecido a otra religión! Ese es un punto, apostrofó Trini, por si no había quedado claro que iba a seguir.

Nacho y yo quedamos petrificados. Esa mujer tremenda argumentaba nivel Russell. Antonio estaba molesto, pero se la aguantó sin reproches. Bueno, no todavía.

–Otro punto: los que vienen aquí son unos tarados. Sí, sí: unos tarados… a los cuales, además, hay que ponerles un aparatito en la glotis para que puedan hablar. Esto está escrito ahí, no me invento nada. Y resulta que los que quedan en Ummo son unos señores perfectos, porque aquí mandan a unos tarados para que se puedan entender con nosotros.

Antonio negaba con la cabeza o se la sostenía con gesto de preocupación.

– Es así, y si no, leeros los informes, continuó Trini. – Bien, entonces allí van naciendo niños. ¿Y quién les enseñó a hablar? Porque si (los adultos) se comunican telepáticamente, es decir, no pueden hablar –supuestamente los niños pierden la facultad de hablar cuando llegan a la adolescencia– ¿quién les ha enseñado a hablar? Malamente puedo enseñarte a hablar si no sé hablar…

Lo de Antonio ya no era fastidio: estaba atribulado. Pero siguió escuchando a Trini. Estaba claro quién estaba al mando.

– ¿Y usted qué dice, Antonio?, le pregunté.

–Nada –se cruzó Trini–, él no dice nada. El está convencido de que vienen de la quinta puñeta a hacernos la ídem. Ahora bien, yo jamás me he puesto a estudiarlo, ¡es tan farragoso! Para decir que es un papel, o que se limpiaron el culo con un papel, o que había un papel lleno de mierda…

Por primera vez Antonio metió baza:

–Por favor, ¡cuida el lenguaje, mujer!

– ¡Deja m’ijo!” –arremetió–. ¡Si eso lo dicen ellos! Continúo: al papel le llaman ‘una composición de celulosa’… Y cuando terminas de leerlo, te preguntas: ‘¿Pero qué ha dicho éste tío?’ Pues que encontraron un papel lleno de mierda. Eso es lo que dice. Léelo, es uno de los primeros informes…

Antonio la corrigió: “No usan esa palabra…” Trini no dio brazo a torcer.

– No, esa palabra la uso yo porque soy una persona muy llana. Si se han encontrado un papel lleno de mierda, pues se han encontrado un papel lleno de mierda. Y punto. Eso es lo que encuentran en La Javie. Entre otras cosas, encuentran un cartón…

–Un periódico…, repuso Ribera.

–No, ¡una ‘hoja de celulosa prensada’!… ¡Una explicación rarísima! ¡Cuarenta líneas para decir que encontraron un papel cagao!

Hasta ese momento, Nacho había lucido una hierática distancia antropológica. Yo no afirmaba ni negaba. Pero por fin nos rendimos: soltamos una carcajada incontenible.

Antonio aprovechó para recomponerse. E intercaló que Javier Sierra había localizado el periódico en una hemeroteca. –Y, realmente, era la fecha y el periódico que ellos dicen…

Trini contestó sin renunciar al sarcasmo: – Claro, ¿por qué no? En Francia, en los años 50, ya se editaban periódicos. Por una vez, Antonio, afiló las garras: –Bueno, pero ¿cómo sabía el que hizo esto qué traía un diario de los años 50? Trini replicó: –¿El que hizo esto? ¡Pues coño, porque lo compró en Francia, o aquí, donde ya se vendían periódicos franceses!

La fórmula que encontró Antonio para poner fin a la reyerta arrancó más risas.

– No sé de qué los quieres convencer. Ellos son escépticos.

Parecía haber conseguido neutralizarla. Pero Trini es de las que no claudican jamás: –Precisamente, he querido hablar porque me ha parecido que ellos están en plan crítico.

Probablemente aquella escena se parecía o era continuación de otra clase de desacuerdos. Pero, por sus réplicas, estaba claro que Trini no tenía mucho que envidiar al escepticismo de Félix Ares de Blas, Luis Alfonso Gámez o al del propio Vicente-Juan Ballester Olmos, a quien Trini llamaba afectuosamente “el inglés” por su gusto a intercalar palabras anglosajonas en sus cartas a Antonio.

Más adelante, en 2002, el médico psiquiatra Carles Berché Cruz nos comentaría que, a fines de los 80, le resumió a Antonio sus indagaciones, que habían concluido con la falsedad de Ummo. También hablaron sobre Farriols.

– Visiblemente perturbado, Antonio le comentó a Trini: –¿Sabes que igual Berché tiene razón y todo esto de Ummo es falso? Ella aseguró que sí, que claro que todo era falso, que siempre se lo había dicho. Perturbado todavía, cogió a su jauría de perros y se largó a pasearla, dejándome con Trini. Aprovechando su ausencia, ella me dijo:

– No servirá de nada que dude, porque mañana llamará a Farriols, le contará sus dudas, y Rafael le volverá a convencer… Es increíble el poder que tiene Rafael sobre él. Le convence de todo lo que quiere… (6)

Nosotros también tuvimos nuestro rato a solas con Trini.

– ¿Antonio conoció su opinión sobre Ummo desde el principio?

– Mira, a mí Antonio me trajo esto cuando vino a raptarme a Valencia. (Porque yo no estoy casada con Antonio, a mí Antonio me raptó.) Bien, traía esto como una cosa extraordinaria. Y apenas empecé a leerlo se me encendió una lucecita roja, y cuando esa lucecita roja se me enciende, ya me pongo en guardia ¿entiendes? Que a mí me digan que esto es un “globo soldificado”, me parece una chorrada. Mira aquí donde dice: “Soy elemento individual de un conjunto social reducido” (es decir, es una persona –se ríe) “…expedicionario arribado a este globo solidificado procedente de otro cuyas características físicas son similares a la Tierra cuya grafía aproximada puede reflejarse a partir del fonema que no es familiar así, Ummo, eme prolongada en la pronunciación…”

– Usted se burlaba de las cartas frente a Antonio, ¿y él cómo reaccionaba?

– Antonio siempre ha reaccionado mal, ¿no te has dado cuenta? Siempre mal. Le tengo que estar yo adorando. Pero a mí no me importa.

Por décadas fueron el Mulder y Scully de la ufología ibérica y nadie lo sabía. Antonio era un hombre bueno e ingenuo. Ella, pícara y severa. En lo económico no tuvieron vidas desahogadas. Ribera estaba a años luz de ser un mercenario o un fabricante de best-sellers. Si bien vivía rodeado de aplausos, llevaron una vida modesta, sin el menor lujo. Y Trini. Bueno, Trini le parecía tener cada vez menos paciencia a “sus cosas”.

Tierna y tormentosa, ella le enmendaba la plana y él soltaba su rollo y sus gracias riendo como un niño grande.

El buen Antonio la amó y la siguió amando hasta el fin. De ese amor hay evidencias suficientes. Pero lo mejor no es eso, lo mejor es que fue la historia de un amor correspondido que hoy, a poco de dos décadas de la desaparición de ambos, están hechos de una materia que trasciende el tiempo y el espacio, nuestra memoria.

Antonio Ribera, Trinidad Broco y Marius Lleget. Imagen que cierra su libro «Cartas de tres herejes». Cortesía José Juan Montejo

Referencias

1) Sánchez Rodríguez, Sergio. «Antonio Ribera: Testimonio de un lector agradecido» en La Nave de los Locos, No 12, Noviembre 2001.

2) Ribera, Antonio; “Cartas de Tres Herejes” (Ediciones Corona Borealis, 1999).

3) Carta a Aimé Michel, 6 de abril de 1973. Ibidem, pp. 127.

4) Ibáñez, José María; «El delfín y la estrella. Vida de Antonio Ribera» Ed. Tot Editorial, S.A. Barcelona, junio 1995. Páginas 72-75). Es la fuente de la información biográfica volcada hasta aquí. (Gracias a Juan Pablo González y Carlos González por la cita).

5) Ribera, Antonio; Beorlegui, Jesús; “El secreto de Urantia (Ni caballos ni troyanos)”, de Ediciones Obelisco, Barcelona, mayo 1988. P. 25. (Gracias Juan Pablo González y Carlos González).

6) Carles Berché en Grupo Ortotenia (ortotenia@yahoogroups.com), 17/1/2002

Otras figuras entrevistadas para el libro ummita que no fue: Jorge y Julián Barrenechea, Juan Aguirre Ceberio, Enrique Villagrasa Novoa, José Atín, Juan Dominguez Montes, Manuel Rotaeche, José Ariznavarreta, Hilde Menzel, Trinidad Pastrana, Mercedes Carrasco, José Juan Montejo, Javier Sierra, Enrique De Vicente (Madrid) y, desde luego, a Ignacio Darnaude en Sevilla.

Agradecimientos: Javier Sierra, Moisés Garrido, Vicente- Juan Ballester Olmos, Pedro Canto, José Juan Montejo y Pedro Fernández.

LECTURA COMPLEMENTARIA: UN RENACENTISTA EN EL SIGLO DE LA RAZÓN. POR JAVIER SIERRA. VER TAMBIÉN EL AÑO RIBERA EN «OCULTURA»

ANTONIO RIBERA (1920-2001). Pionero de la ufología española. DOSIER DE PARADIG+XXI de Claudia M. Moctezuma y Moisés Garrido. Más de 400 páginas de artículos de Antonio Ribera para descargar gratuitamente.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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