Se fue Darnaude, adorable gurú de lo extraordinario

Escritor, licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales y, sobre todo, adorado padrino de varias generaciones de novelistas, ufólogos y aficionados al esoterismo filosófico, Ignacio Darnaude Rojas-Marcos (1931-2018) ya no está entre nosotros. Todo aquel que hubiese tropezado con su pluma entrañable y anduviera de paso por Sevilla, tenía una cita de honor en el segundo piso de la calle Cabeza del Rey Don Pedro. No era dado a las profecías, pero algunos de sus amigos lo considerábamos -perdón, lo seguiremos considerando- inmortal. “Lo siento, algún día me tendré que morir, como todo el mundo”, bromeaba. No era, precisamente, un refutador de leyendas. Darnaude fue un intelectual bondadoso, simpático y único en su tipo: creó una teología propia a partir de la aceptación radical de lo extraordinario. Pero a veces él también, como todo el mundo, dudaba.

Por Alejandro Agostinelli

El autor y Darnaude, 1995. Foto: Ignacio Cabria.

Declaración de intenciones: estas líneas fueron escritas en honor al gran Ignacio Darnaude Rojas-Marcos (1931-2018), pero sobre todo para combatir el abatimiento, la tristeza y el dolor ante la pérdida de un amigo muy querido.

Nunca me preguntó en qué creía yo, quizá por miedo a llevarse una desilusión. Yo se lo pregunté. No muchas veces, pero se lo pregunté. Me fascinaba escucharlo apostar por una idea en 1995 y responder la misma, con algunos matices, o la idea contraria, en 2005. Pero también me gustaba ver cómo repensaba el curso de sus argumentos de un minuto a otro, mostrándose vehemente partidario de unas tesis sobre las que al cabo de un tiempo podía dejar de mostrarse tan seguro, completando sus ideas sobre el asunto con dudas que no encajaban en absoluto con las convicciones que había defendido minutos antes, acaso en tributo a su apego al lema de Aimé Michel de “estudiar todo y no creer en nada”. Gracias a su aguerrida intención de mantener el juicio en suspenso, con la salvedad de aquellas ideas que le enamoraban, Ignacio, porque estoy hablando de Ignacio Darnaude, único ser del planeta que he conocido merecedor de un encuadre que suelo reservar a los hombres fabulosos, recopiló sin prejuicios toda la información posible sobre diversidad de misterios, desde los auténticamente misteriosos hasta otros, quizá más populares, algunos de los cuales exudaban aroma a fraude y sin embargo cifraban enigmas humanos intensos. Amasó una documentación valiosísima, ineludible para todo investigador dedicado a auscultar, en cualquier nivel, las creencias mágicas más populares de dos siglos. ¿Hubiese sido posible que las reuniera un escéptico? Mmm, nó. Es difícil que el chancho chifle y no abundan los coleccionistas de incredulidades.

Ignacio Darnaude Rojas-Marcos (Sevilla, 1931-2018). Foto: José Darnaude

Demoraba sus juicios pero no perdonaba a las vacas sagradas, máxime si obraban con recato. Le contó a Moisés Garrido que en una carta, allá lejos y hace tiempo, le echó a Jacques Vallée unas broncas porque, al desarrollar su teoría de que los ovnis obedecían a un sistema de control, “no dijo quién estaba detrás” ni con qué propósitos. “No se mojó el culo”, se enfadó Ignacio. Porque a veces, por una cuestión de temperamento, la ecuanimidad que aconsejaba Michel se iba de paseo.

Nacho desarrolló un talento que paso a develar: fue un intelectual disparatadamente abierto al asombro que le provocaba lo sobrenatural. Permeable a todo lo naturalmente foráneo, poroso a todo lo humanamente extraño, su capacidad para procesar, absorber y comprender teorías locas, ideas novedosas, teologías enmarañadas e historias de lesa credulidad, era infinita. Pero si las cosas acabaran ahí el mérito sería menor. Esos conocimientos místicos, que unas veces florecen en los márgenes de la cultura plebeya y otras son engrosadas por lecturas filosóficas radicales, no surgían de su mente con las alas de un alucinado: sus argumentaciones, con un estilo rococó fascinante, habían sido previamente regadas por una docta y copiosa ración de cultura occidental. ¿Cómo no iba a ser Nacho único en su especialidad? Quizá exagero (hoy estuve con él en mi cabeza todo el día y se me pudo pegar el modo andaluz de medir el tamaño de las cosas), pero creo que así de enciclopédica fue su sabiduría galáctico-polita e igualmente impresionante sigue siendo el legado que deja a las generaciones venideras, prueba de lo cual es su propia biblioteca, un monumento de papeles que armó fatigando anticuarios, librerías de viejo, cartas de ida, cartas de vuelta, y donaciones inesperadas, habida cuenta la panda de desertores que enterró en el curso de su larga vida.

Lo digo aquí porque se lo dije antes a él: de sus textos, mis favoritos eran los de andar por casa, esas filigranas, como dibujadas en papel de servilleta donde transcribía, como arrojadas por su corazón, emociones, imágenes, sueños. Nada extrahumano le era ajeno. Alienígenas, apariciones marianas, canalizadores, contactados. Ninguna criatura enamorada de los portentos que le flipaban dejó de recibir sus lances postales, entre los sesenta y los setenta, y él tampoco dejó carta sin contestar, considerado como Michel, sembrando su fama de avatar generoso y desprendido, que diseminaba por el mundo su charmé adorable como gotas de rocío en un campo de azahares, siempre disponible y sin mirar los dientes al interesado. Allá por 1980, nuestro común amigo Adalberto Ujvari me animó a que le escribiera y desde entonces nunca perdimos contacto.

Darnaude en su juventud (Archivo: Moisés Garrido).

Escribió varios libros, que no le importaba vender y si lo ibas a ver te los regalaba, pero su fuerte fue el género epistolar. No en vano la causa que llevó más lejos fue la ummita, aquella raza extraterrestre que quiso recibir la medalla de clientes vip del sistema de correos español.

Se interesó por el asunto en 1971 cuando indagó los dramáticos últimos días en la vida de doña Margarita Ruiz de Lihory, una aristócrata protegida por Francisco Franco que, según los ummitas, los habría hospedado en su palacio de Albacete. Desde entonces, clavó las espuelas a los magos de Wolf 424 y nunca más se detuvo. “Somos irrecuperables, lo nuestro es como la condición sacerdotal, que resulta vitalicia aunque el presbítero se case y acabe cargado de churumbeles. Y es que Ummo imprime carácter. Ya no seremos los mismos tras empaparnos a conciencia los cinco tomos color butano. Por ahí, ummotecario Farriols, no tenemos escapatoria. Ummo nos ha programado mediante una profunda metamorfosis. Somos distintos, y creo que para bien”, le escribió a su amigo y confesor de los seres de aquel dudoso planeta, el empresario catalán Rafael Farriols.

Así nació su formidable Ummocat, un catálogo de cinco volúmenes con más de 5.179 referencias de cada cosa dicha pertinentes al millar de cartas mataselladas por Ummoalewe. No encontraba diferencias entre los textos mediados por José Luis Jordán Peña y otras presuntas revelaciones extraterrestres. Si bien descartaba la autoría completa de Jordán con bravura, desde mediados de los noventa lo tuvo a mal traer la posibilidad de que el falso psicólogo alicantino no fuese un virtuoso paragnosta ni un mero contratista de DEI 98 sino el cerebro de una farsa. De hecho, alguna vez aminoró la marcha de su fervor pro ummita. Quizá porque recordaba la consigna de Michel y concluía con un “no sé qué pensar”, en beneficio de la honradez intelectual que él cultivaba como el aire que respiraba.

Darnaude en conversación con Moisés Garrido a través de su biblioteca.

Fuente: revista Duda Año XI Nro 497, enero de 1981.

“Ummo son las cartas, nada más. Son muy originales, muy extrañas y, sobre todo, muy interesantes. Hay que leerlas. Sobre todo el estilo y la mentalidad con que están escritas. Es una cosa extrañísima. Son absolutamente absurdas. Lo que dicen, lo que hacen. No tienen ni pies ni cabeza. Es el marchamo del fenómeno ufológico, el absurdo, y el llamado índice de extrañeza, la cosa rara, extraña y traída de los pelos. Ummo está empapado al máximo en absurdo. Con lo cual hace pensar que pertenece al contacto alienígena clásico, que no es novedad. Hay decenas de miles de casos”, le dijo a Garrido en aquella entrevista disponible en Youtube. ¿Hasta qué punto creyó en su procedencia extraterrestre? No lo sabemos, pero la calidad de sus reflexiones no llegan ni a los talones de cualquier propagandista contemporáneo de los oemmi. Sus argumentos eran tan peculiares como irrefutables (y por ende imposibles de comprobar o de refutar). Jordán Peña, el autoinculpado autor de los informes de Ummo, no tenía talento ni dinero ni motivación suficientes para acometer la faena, y aportaba una deducción inquietante, derivada de sus propios estudios del dossier: para Ignacio, la redonda ausencia de la más mínima chispa de humor transformaba a esos informes en algo extrahumano. Esta idea se podría contradecir argumentando que la operación misma divertía a los falsificadores. Ignacio quiso saltear este escollo cuando escribió un pre-guión titulado “Malignas ideas para la confección de Ummolandia, un comic ummorístico sobre el planetoide Ummo”, un folletín gráfico que derramaba humor sexual delirante de su autoría y se iba a completar con las viñetas de un dibujante catalán, David Parcerisa, cinco lustros antes de transformarse en vocero de abominables conspiraciones. El proyecto no se concretó. Pero ahí tenemos al bueno de Ignacio, corrector doctrinario y humanista, mejorando a puras risas la patológica ceguera para la comicidad que adolecían los hermanos de Ummo.

Por el semblante que adquirieron nuestros últimos intercambios su entusiasmo ufológico de antaño parecía haber menguado. Todo un récord, considerando sus 87 lúcidos años. Repetía con cierta amargura que su medio siglo de trabajo quizá no iba a servir para nada y hacía poco caso a las réplicas más razonables de sus amigos, que tratábamos de animarle. Solo nombraba a dos o tres personas que podían sacar provecho de su quijotesco Catálogo Documental del Criptogrupo Ummo y comenzó a cuestionar la existencia misma de la fuente de su felicidad. El 18 de noviembre de 2017, en respuesta a mis salutaciones por su octogésimo sexto cumpleaños, es decir, sin que viniera a cuenta de ninguna alusión de parte mía, se despachó:

La locomotora humeante, Ummo y los matasellos rojos de Ignacio Darnaude nos acompañaron por décadas.

“Querido Alejandro:
“Por aquí vamos tirando del bendito carro de la vida, que pesa cada día más. Si ya no hay ufos ni por consiguiente ovnilogía, ¿qué pintamos ahora aquí los que dedicamos nuestras vidas a estudiar unos entes que ni siquiera existen? ¿Nos vamos como buenos borregos al carajo?

“Dios guarde a su señoría muchos años.

Le contesté:

“No quiero que pienses que solo quiero darte coraje, aunque un poco de eso hay, pero creo que todos estos años de platillos no fueron en vano, al contrario, me parece que han sido tan importantes que la existencia o inexistencia de una cosa física resulta muchísimo menos relevante que los efectos, el fenómeno cultural generado. Pienso que ha estimulado la imaginación de millones de personas y puso en perspectiva cósmica a varias generaciones.

“A la larga el asunto prepara la mentalidad de la humanidad, que deberá hacerse de recursos tecnológicos pero también simbólicos en procura de nuevos horizontes. El futuro no está en la Tierra, querido Nacho, y eso tú lo sabes.

Sospecho que no fue la respuesta que él esperaba. No volvió a tocar el tema.

Ilustración: Fernando Calderón (1928-2003)

Don Ignacio Darnaude Rojas-Marcos fue un hidalgo caballero que enamoró con su prosa cervantina a varias capas geológicas de lectores. Nacho también será recordado por su entrega permanente e incondicional a las necesidades y consultas de sus colegas, y postulantes a colegas, en un ambiente poco propicio a la reciprocidad. Nacho tuvo la singular capacidad de ponerse en el lugar de sus interlocutores, lo que a veces le permitía anticiparse a sus deseos. Su perdición era intercambiar ideas, conocimientos y relacionarse con otros peregrinos de lo arcano, otros locos como él, encandilados con el más allá y el contacto con otros mundos. Hizo de su entorno una esfera sagrada de citas cultas, creencias inusuales y, como vengo diciendo, risas, muchas risas, que ayudaron a sobrellevar las penurias de los ufólogos, esa especie hambrienta de maravillas materialmente imposible de saciar. Respetuoso ante afirmaciones ajenas que no compartía, fue poco respetuoso consigo mismo: se reía muy orondo de sus manías, fervores y obsesiones. Rasgo que lo volvía más adorable.

La amistad que nos unió, que agradezco y me enorgullece, nuestro amor por la conversación educada y apasionada, no dependía de nuestras convicciones sino de tener consciencia de una dimensión ética y de la necesidad de mantener vivos espacios para la reflexión que esta era anestésica de frenesí digital apaga. Ambos sabíamos que dos personas inteligentes, movidas por la misma fascinación, aunque nuestras opiniones fueran divergentes, se enriquecían en la interacción, más si esa confluencia despareja garantizaba una tarde de desgranar el anecdotario sobre amigos comunes o la eventual práctica de esgrima retórica paranormal, que para él no solo era sobre fenómenos evasivos sino que se confinaban en una oscuridad deliberada de ascendente complejidad.

Ya dejo este texto, pero sobre la elusividad me extenderé unas líneas más porque es un signo de identidad darnaudeana. La falta de pruebas incontrovertibles sobre la existencia de los ovnis era lo que él llamaba La Ley de la Elusividad Cósmica.

“Un fenómeno elusívico, definió, resulta invisible al ojo humano y a los instrumentos científicos modernos. No deja indicio alguno, huellas ni pistas de sus actuaciones a escondidas en este ruedo donde lidiamos la corrida tridimensional. Se las avía maquiavélicamente para arrojar la piedra y esconder la mano. Jamás facilita pruebas ni demostraciones de su origen, naturaleza, objetivos ni modus operandi.”

Yo solía decirle, mitad en serio, mitad en broma, que su Ley competía con La Ley del Diablo, dado que la astucia satánica consiste en persuadirnos de su inexistencia. Para Ignacio, la falta de pruebas no era evidencia de ausencia, sino indicio sobre cómo estas inteligencias “trabajan”, cómo engañan, dejan bombas de tiempo para autodestruir su credibilidad y hacen un teatro del absurdo, una provechosa táctica para seguir su ignota tarea en el planeta vaya a saber por qué o para qué, pero, en cualquier caso, logrando no ser molestadas.

Durante décadas me reclamó que escribiera de una vez los resultados de mi investigación sobre los hombres de Ummo y durante décadas le prometí que acometería esa tarea apenas me saque trabajo de encima. Cada vez tengo más trabajo y sin Nacho, el enorme lector a quien iba a estar dedicado, el proyecto pierde su mayor incentivo. Ignacio fue un ser entrañable, una personalidad única: nada de lo que digamos sobre él rozará la verdadera estatura de su humanidad.

Nacho también era de pedirme que escribiera sobre cosas que le interesaban. En los últimos años quiso que examinara unos textos de nuestro común amigo, el artista cántabro Fernando Calderón López. “Pudiera ser que en ese material encuentres, tal vez, algo que abrillante el ya luminoso megablog alexeño”. Jamás lo leí, pero ahora lo busqué para cumplir con su voluntad. Por los primeros párrafos del manuscrito, descubro que el texto de Calderón no es sobre aparatos interplanetarios sino sobre cosas raras que pasan por vivir en nuestro planeta, lo mismo que hizo por décadas mi querido Nacho, incluso cuando creía haber estado escribiendo sobre extraterrestres.

Que Woa nos los guarde y los sueños que sembró en su paso por la Tierra se vuelvan realidad.

ENLACES EXTERNOS
Catálogo Documental del Criptogrupo Ummo
Ummo en Lost y en la nalga de Misa
Adiós a Rafael Farriols
Ummo-Ciencias
Un ovni raptó una vaca en Rosario ¿y a mí qué?

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Foto: José Darnaude

ABC (Madrid) 19 de marzo de 1969. Entrar en ABC Hemeroteca Online.

Junto a su amigo Antonio Ribera. (Archivo: Moisés Garrido)

UMMO, su gran pasión. Otra entrevista de Moisés Garrido.

El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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