A puñetazos con Orson Welles

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Orson Welles Vs. Ignacio Darnaude

Ignacio Darnaude Rojas-Marcos es una figura trascendente en mi vida. Y esta cuestión, lo mismo que el entrañable afecto que siento por su persona, está más allá de las ideas que cada uno tiene sobre los asuntos sagrados (en los profanos estamos básicamente de acuerdo). Desde mi adolescencia devoro su prosa, tan andaluza y quizá el más adorable ejemplo que conozco de cómo se deben decir las cosas.

Ignacio es quizá uno de los primeros, sino el primer ufólogo con quien sellé amistad allende el Atlántico. Yo no tenía más de 14 ó 15 años, y su reciprocidad me hizo sentir privilegiado. A decir verdad, yo todavía no sabía que él no dejaba carta sin contestar. Como yo tampoco era de dejar respuestas pendientes, nuestro intercambio se alargó por años. Lustros. Décadas. Nos hermanaba nuestro interés por otra hermandad, la de los visitantes de un astro frío llamado Ummo, y pertenecer a ese extravagante club de enamorados de misterios místicos, ufológicos y alunados.

Con Agostinelli. Foto: Luis R. González Manso (2005).
Agostinelli y Darnaude. Foto: Ignacio Cabria (2005).

Éramos buenos corresponsales, justo al contrario de los ummitas que nos apasionaban. Aquellos extraterrestres no honraban ninguna reciprocidad: no había adónde contestarles, pero, sobre todo, eran muy hijos de puta.

Nuestra común fascinación por otros mundos –incluidos los que están en éste– mantiene viva nuestra amistad contra viento y marea, y el interés del uno por la obra del otro. Hace algunos años, en una entrevista para el ABC, contó una anécdota prodigiosa sobre un encuentro, que devino pugilístico, con Orson Welles. Y finalmente decidió contarla en una crónica de memorias que no tiene desperdicio y me ha permitido reproducir. Os dejo con el Nacho.

Comillas

En la fértil etapa de zagalón desnortado, mi feroz ansia de saber me llevó a comprar libros un tanto al azar, dando palos de ciego como en todo lo que se explora en la vida. Me di cuenta poco a poco de que los títulos más interesantes estaban prohibidos en España, y al mismo tiempo me llegó la onda de que los volúmenes malditos se expendían bajo cuerda en trastiendas secretas de unas pocas librerías en la piel de toro, como la sevillana Internacional Lorenzo Blanco, la cordobesa Luque y sobre todo Clan , sita en un pisito de la calle Espoz y Mina, a cuatro pasos de la Puerta del Sol.

Ilustración de Fernando Calderón (1928-2003)
Ignacio Darnaude. Ilustración: Fernando Calderón (1928-2003)

Fue una suerte que Clan estuviera regentada por José Antonio Llardent, de padre portugués (J.A. se plantó en las calles de Lisboa en cuanto estalló la Revolución de los Claveles, con ánimo de vivirla en directo), un arrojado personaje entre los grandes intelectuales librepensadores en la España de Franco, exquisito traductor de Pessoa y que al mismo tiempo llevaba adelante la editorial Itsmo. Su legendaria biblioteca , con la mayoría de obras en francés, atestaba los anaqueles de su domicilio en la madrileña calle Guatemala 1, plaza del Perú , allá arribota donde muere General Mola. Llardent era un brillante conversador gracias a su enorme saber y a una inteligencia de primer orden, unida a la más refinada ironía británica; a tal punto que departir con el ocurrente José Antonio era más gratificante por su wit que una potable sesión de circo. Estaba casado con María Luisa Castillero Abad-Pelayo, de la que luego me hice fiel amigo , cariñosa “dama de hierro” que lo disciplinaba en virtud de su arrolladora personalidad y verbo tumultuoso. Y en calidad creo que de copropietario de Clan figuraba otro outsider, Pepe Carleton, el oriundo de Tánger años después afincado en Marbella , donde se ganaba sus guapas perras decorando las mansiones de los ricachos y celebridades en la Costa del Sol. Pepe dominaba el arte de codearse de tú a tú con figuras como Paul Bowles, Truman Capote, Gore Vidal, Mel Ferrer, Audrey Hepburn, Jean Cocteau, Edgar Neville, Menchu o Luis Escobar.

En Giralda. Foto: Moisés Garrido
En La Giralda. Foto: Moisés Garrido

En un trasfondo de aquel fascinante almacén de escogida letra impresa, con muchos ejemplares bellamente encuadernados en piel coloreada por José Panadero (novio de Margot Shelly Ruiz de Lihory, señorita de Albacete hija de la marquesa que en 1954 protagonizó el resonante “caso de la mano cortada”), y bajo llave en un tabernáculo a salvo de la policía y sólo para iniciados, se atesoraban las obras condenadas por el Régimen, editadas en Argentina y otras importadas a escondidas de México. Cuando me abrían el clanesco sancta sanctorum y mis manos temblorosas por la emoción lograban acariciar los tomos proscritos de Marx, Sartre, Simone de Beauvoir, Sade, Baudelaire, Gide, Malraux, Alberti, Lo Duca y otras muchas luminarias de la cultura universal vedadas a los españoles , el corazón se me ponía a cien y sentía en mis entrañas algo comparable a un súbito enamoramiento.

Entonces , a partir de la segunda mitad de los años cincuenta , cada vez que surgía una ocasión me largaba a la capital del Reino en el expreso nocturno de la carbonilla , y a las pocas fechas retornaba a Sevilla con la pesada maleta hasta los topes de la mejor literatura heterodoxa y la cartera hecha unos zorros. Más adelante conseguí que la editorial Kier de Buenos Aires me remitiera por correo postal (no controlado por la censura) las novelas y ensayos considerados más pecaminosos en el erial de la intelligentsia oficial intrapirenaica.

Clan era frecuentada por literatos famosos antifranquistas con los que pude conversar ocasionalmente, como el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, el humorista Chumy Chúmez y Rafael Sánchez Ferlosio. Más adelante dejé de ver a Pepe Carleton por Espoz y Mina, y supuse que los Llardent habían pasado a ser los únicos amos y señores del carismático negocio.

Pues bien, pasan los años implacables y en alguna fecha que mi memoria no alcanza a determinar, en plena Feria de Abril de Sevilla y a media tarde, voy por la calle con el cuerpo de jota de rigor y me topo de repente con Pepe Carleton , mi antiguo suministrador de textos de alto peligro. Nos saludamos de manera fraternal y enseguida estábamos recordando los viejos tiempos.

Tras dicho introito le endilgué al forastero:

-Pepe, en estas fiestas de refocile, después de los toros en la Maestranza, que acaban de terminar, los que están de verdad en el ajo de la más ortodoxa sevillanía emprenden un éxodo hacia el bar del suntuoso hotel Alfonso XIII, a donde acude la gente gorda de todo el mundo rabiosa por gozar a tope en esta semana mágica de fino de Jerez, caballistas, toreros, sociabilidad a tumba abierta, deliciosos ligoteos y lindos carruajes enjaezados. Así es que ahueca el ala y ya estamos largándonos en dirección de la Puerta Jerez.

Y así lo hicimos parloteando como dos cotorras. Al llegar a la que ya fue hospedería de la top class en la Expo-1929, oteamos la espaciosa entrada al también llamado Andalucía Palace atestada de ostentosos haigas americanos, los poderosos coches que siempre me han arrebatado. Tras coronar las escalinatas con portero de librea y dispuestos a saborear la vida a lo bestia, nos acodamos en la barra del copódromo de moda con ánimo de libar Chivas y cubalibres con un civilizado sosiego observando cual entomólogos a la parroquia lujosamente ataviada, melee de aristócratas, snobs, robanovias y nuevos ricos juntos pero nunca revueltos, que iba copando los asientos del tabanco más cotizado a esa hora a la vera de la esbelta Giralda. Al poco rato no cabía un alfiler y el bendito caldo de uva helado hizo subir hasta un mareante griterío las conversaciones de la abigarrada clientela.

Darnaude, su esposa Mariluz y el recientemente fallecido Enrique Villagrasa.
Darnaude, su esposa Mariluz y el gran Enrique Villagrasa.

Estuvimos allí encantaos perdíos yo qué sé el tiempo, mientras sorbíamos sin prisas el tóxico on the rock y el decorador daba rienda suelta a la maña, chispa y mala leche de su divertidísimo ingenio, hasta que ya en un estado divinamente alterado de conciencia por los miligramos en sangre decidimos cambiar de aires y explorar otros territorios humanos, a fin de interaccionar con fulanas y fulanos de nuevo cuño. Qué rato tan fastuoso en semejante ambientazo, que ambos durante el diálogo echamos a pelear con el que se cuece en el Harry´s Bar de Venecia o en el tomacopas del Ritz en la Place Vendome, donde Hemingway aterrizó y se puso como una cuba cuando su columna al mando del general Leclerc liberó París de la ocupación nazi hacia el 25 de agosto de 1944. Y qué refinado placer escuchar las diabólicas pullas y flechas con curare que soltaba el vitriólico Carleton referidas al ganado cosmopolita allí abrevando vicio embotellado.

OrsonLe dejé un propinón al barman del hotel que no rechistó, y con dificultad nos abrimos paso a través de la muchedumbre hacinada en aquel altar del hedonismo festero. Salimos al bello espacio circular acristalado en torno al patio central del edificio, hasta los topes de acaudalados huéspedes arrellanados en los tresillos con posabrazos de caoba. Y de pronto me froté los ojos porque no daba crédito: allí estaba con un grupo de personas nada menos que mi admiradísimo Orson Welles. Al verlo, Pepe Carleton se arrimó al autor de Ciudadano Kane (1941), ya que por lo visto eran muy buenos amigos, y ambos se saludaron con entusiasmo. El tangerino, hombre educado, me lo presentó seguidamente. Y yo aproveché para dispararle a bocajarro:

-Levanto acta notarial de que Sed de mal es una de las mejores películas de la historia del cine, en particular por su afamada secuencia con la que arranca.

El corpulento aludido torció el gesto, y con el ceño fruncido y aire agresivo se defendió airado:

-¡Yo no tengo ningún film que se llame Sed de mal!.

-¿Me lo vas a decir a mí, coño, que la he visto siete veces con los ojos en blanco?

-No, no, de ninguna manera. Estás mintiendo. Me parece que no eres de fiar.

-¿Mentiroso yo? Más respeto: sólo suelto embustes cuando falto a la verdad. ¿Qué pasa, Orson, que se te ha subido el ego a la cabeza debido a los adornos taurinos que te atornilló Rita por la gracia de Dios?”

-Oye, tú, mal nacido. A mí nadie me acusa de cornudo.

Welles por Sebastian Kruger
Welles por Sebastian Kruger

-Nadie te está acusando. Deberías estar orgulloso. Los cuernos otorgan una nobleza de segunda categoría, con sus propios duques, marqueses y condes. Tú no eres más que un simple barón con una medialuna en la testa.

-Hijoputa, ¿me estás llamando cabrón?

-Tú lo has dicho, maestro.

Llegado a este punto el gordo que alarmó a los estadounidenses con su resonante programa radiofónico sobre la invasión marciana en 1938, dejó su veguero en el cenicero, se incorporó a duras penas, vínose hacia un servidor embistiendo como un fiero astado de Pablo-Romero con 120 kilogramos, y me arreó un señor puñetazo en mitad del pecho.

Cuando se puso en pie para fulminarme por mi piropo comprobé en primer plano que aquello no era mi cineasta preferido, sino un camión Saurer de gran tonelaje. Y que además parecía beodo y con ansias asesinas. Yo estaba tan cabreado por la injusticia sufrida que me defendí asestándole una galleta en plena jeta, y nos liamos a forcejear.

POST-CRIPTUM. SE FUE DARNAUDE (1931-2018). ADORABLE GURÚ DE LO EXTRAORDINARIO

En esa tesitura sus acompañantes van y se abalanzan sobre nosotros para separarnos, evitando así que el monstruo me estrangulara. Menos mal, porque ni el suave heroísmo de matar a un genio adiposo ni morir en el empeño hubieran merecido la pena. Carleton se ruborizó todo abochornado, pidió excusas a los amigos de Welles y me arrastró hacia la salida del hotel.

Toda esta absurda y surrealista trifulca tuvo lugar porque mi venerado director llevaba encima un cuarto de barril de vino, y yo mismo había empinado un octavo de bocoy. Y además se trató de un malentendido, habida cuenta de que el de Hollywood ignoraba que su soberbio largometraje de 1958, titulado A touch of evil, había sido traducido caprichosamente al español como Sed de mal.

Esta fue la última vez que hablé con Carleton, un caballero pacífico y bondadoso , al que el destino metió con calzador en la única pelea en la que este menda se ha enzarzado en toda su vida. No sé si Pepe me habrá perdonado antes de que en febrero del 2012 dejara este mundo ancho, ajeno y cursimente decorado por él.

Cuando entre 1945 y 1955 el senador Joseph McCarthy desató la histeria anticomunista contra los cineastas y actores de Hollywood, Orson Welles se negó en redondo a denunciar a sus colegas izquierdistas ante el Comité de Actividades Antiamericanas. Le honra este valeroso acto de integridad moral. Peleón pero honrado y leal amigo.

Un vitalista irredimible, tal como lo describe Marcos Ordóñez, su ayudante, amigo, confidente y compaña en juergas, mientras en 1954 rodaban Mr. Arkadin, escribió: “Welles era una bestia, una fuerza de la naturaleza. En Segovia dejó pasmado a Cándido, el mesonero, porque se comió dos cochinillos de una tacada con un par de botellas de tinto. Cándido decía que nunca había visto una cosa igual. Trabajaba como una bestia, comía como una bestia y bebía como una bestia”.

Sevilla, 7-5-2015

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Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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