“Usted dice en «La Nave de los Locos» que no le gusta que le llamen más ufólogo. Y… ¿cómo quiere que le llamen si no hace sino escribir artículos de ovnis? ¿taxidermista?”, interpelaba con sarcasmo bienhechor don Frater Zemog+ Soberano Príncipe del Real Misterio de Los Superiores Desconocidos, en una entrevista que publicó hace más de diez años en el blog de Los Superiores Desconocidos.” (25-1-2003).
“Bueno”, contesté a Zemog+, “convengamos que ‘ufólogo’ sigue siendo preferible a ‘agnoptenólogo’ (como quería Frater Félix). Pero cuidado: a Diego Zuñiga no le dije ‘no me gusta que me llamen ufólogo’. Dije ‘cada vez me gusta menos’. Hay una sutil pero sustancial diferencia de grado. Al editor de «La Nave de los Locos» y autor del formidable Noticias de Marte también le dije que no me gustaba ser llamado ‘escéptico’ porque entiendo que las etiquetas paralizan, encasillan y aburren. Y le pifia cuando pretende que escribir sobre platillos sin ser chef obligue a aceptar alegremente que a uno le llamen ‘ufólogo’. Hice coberturas de conflictos armados, ¿debería ser llamado ‘corresponsal de guerra’? Escribí sobre temas internacionales, ¿soy ‘periodista especializado en asuntos exteriores’? Edité una revista de divulgación científica, ¿eso me hace ‘periodista científico’?”.
Este asunto de desear fervientemente dejar de ser una cosa que uno irremediablemente ha sido, o peor, sigue siendo, sobre todo por nuestra obstinada incapacidad para controlar la percepción ajena, está detrás de las vocaciones a las que uno ha renunciado por frustración, aburrimiento o destrato.
¿Por qué me alejé del mundillo ufológico? Algunos han buscado en las causas mi escepticismo. Craso error: hay mucho escéptico suelto, incluso de la especie falangista, que -si es aceptado por sus pares y su fascinación se mantiene- es capaz de seguir a flote el tiempo que se lo permitan. En mi caso incidió el estremecedor desencantamiento que siguió el día en que descubrí que muchos amigos, a los que quería bien, no tenían el menor interés de soltar el dedo que chupaban.
No es que me importase que aún definieran el rumbo de sus vidas o de sus carreras siguiendo el trazado celeste de una entelequia. Nada que ver, no cuestionaba su sagrado derecho al ocio o al uso del tiempo libre. Lo que me exasperaba era la falta de perspectiva. Que tipos grandes, algunos con barbas canosas o rengueras naturalizadas, insistieran en seguir la misma dirección, rutinizaran sus capacidades y estacionaran su desvelo en una espera fútil y utópica: “pronto vamos a obtener el reconocimiento oficial” o “el apoyo de la comunidad científica”, “el manual que unificará a la ufología” con el que además armaremos “la red que nos organizará”. ¡Puras patrañas!
Esa convicción expresada de las más diversas maneras -entre ellas basar mis relaciones en una ética de la honestidad- puso fin a muchas amistades, y quizá esto causó una de las pocas cosas que no le perdoné a la ufología: que me permitiera desembarcar a tiempo para tomar nuevos rumbos pero a costa de abandonarme en una isla solitaria, sin una puta nave con la que escapar.
Cuento un poco todo esto como pretexto para subir el comic de Ondas Fraguianas dedicado a La Nave de los Locos y a quien escribe, basado en aquella afirmación de escapulario según la cual “cada vez me gusta menos que me llamen ufólogo” (algo así como “escribo columnas sobre vida religiosa, pero no me hablen de Francisco”).
Para terminar: el caricaturista mexicano Francisco García Aldape (Fraga) hace humor nerd mucho antes de que The Big Bang Theory sancionara la existencia del humor nerd, y me gusta decir eso porque es uno de los pocos asuntos del mundo que se pueden asegurar sin temor al error o al escarnio.
En la tira, el paciente “se siente menos ufólogo” mientras vemos cómo el psicoanalista se extraterrrestriza. Vaya uno a saber qué hará el psicocharlatán con el material que obtuvo del ufólogo que piensa en jubilarse, o si acaso es él mismo responsable de su desencantamiento.
En este caso importa la hipótesis según la cual el paciente se desufologiza gracias al terapeuta alienígena; al parecer, un psicoanálisis marciano es la única doctrina que puede ayudar a los ufólogos a arrancar de una vez y para siempre a los extraterrestres de sus vidas.
No sé si esta hipótesis será cierta, pero es en la que prefiero creer.
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