Los fantaseadores científicos del siglo XIX ¿tenían donde publicar? La historia de la revista “Stella”, la más que probable farsa creada por un célebre escritor y ensayista europeo, y el curioso papel del fandom sueco y alemán. Cómo eran las revistas de «ciencia ficción»… antes de que la ciencia ficción existiera.
A veces conservamos en la memoria pequeños datos, a priori poco significativos, que se estacionan en la corteza cerebral por razones misteriosas, o incluso estúpidas. Yo sabía, por ejemplo, que Amazing Stories, nacida en 1926, no había sido la primera revista de ciencia ficción. Sabía, o creía saber, porque lo había leído en alguna parte, que había existido cierta publicación del género a fines del siglo XIX. Pero nada más. Ese dato vago tenía su flanco débil, ya que, por entonces, la expresión “ciencia ficción” estaba por inventarse.
Antes de que la ciencia ficción existiera prevalecía el género fantástico, producto de una imaginación que directamente ignoraba o tenía escaso apego por la ciencia. Los méritos de Amazing, con o sin ancestros fantacientíficos, no eran menores: fundada por Hugo Gernsback (1884-1967), fue en verdad el pulp magazine que impuso el “nuevo” género, cuyos relatos, a fines del siglo XIX, a falta de mejor denominación, eran llamados juliovernescos. El término “ciencia ficción” fue acuñado (o popularizado, porque la polémica sigue) por el mismo Gernsback cuando renunció, por una cesión de derechos, al uso de cientificcion, su primer intento.
Amazing Stories dedicó sus páginas exclusivamente a la ciencia ficción y fue también la publicación más longeva (salió a lo largo de ochenta años, sin interrupciones), la más popular y, por lo tanto, la más imitada. Muchos de nosotros habremos visto rebotar el isologo de la revista acompañado por las fabulosas ilustraciones de Frank Paul en infinidad de notas, entrevistas e introducciones a la historia de la ficción científica, en ensayos de divulgación de Isaac Asimov, en alguno de los muchos artículos de Pablo Capanna o por el descollante protagonismo de otro de sus editores célebres, Ray Palmer, quien, desde 1938, colocó a la revista en su tope de ventas, siendo además, con Richard W. Shaver, quien unió para la posteridad los antiguos misterios rosacruces, teosóficos y espiritistas con la fantasía y la ciencia ficción de H.P. Lovecraft y los modernos avistamientos de platillos voladores.
Pero no quisiera seguir abundando sobre Amazing Stories sino detenerme en la afirmación según la cual ésta “no fue la primera revista de ciencia ficción”. Por lo menos diez años antes de su nacimiento ya había en los Estados Unidos y Europa publicaciones consagradas a las “fantasías científicas”. The Argosy, acaso el primer pulp magazine semanal, publicado desde 1882 por Frank Munsey, al principio una revista infantil, inició la era de las sagas interplanetarias cuando publicó, en 1912, «Bajo las lunas de Marte», la barsoomiana novela por entregas de Edgar Rice Burroughs (luego parte de Una Princesa de Marte, 1917).
Pero hablábamos de pulps anteriores al siglo XX. Vayamos, entonces, al detalle irrelevante. Que es… una lectura, casi un pie de página que nunca logré olvidar. En el excelente ensayo ¿Donde nadie ha ido antes?, escrito por Saurio, que imprimí y encuaderné hace diez años, subrayé un párrafo donde mencionaba varias revistas europeas especializadas y otras que incluían esta clase de relatos. Entre las más antiguas figuraban «Stella», «Hugin», «Svenska Familj-Journalen Svea» y «Der Orchideengarten», según su enumeración.
Aquel brevísimo listado era una invitación a profundizar la cuestión. ¿Cuál había sido, en realidad, la primera revista sobre fantasías científicas nunca antes publicada? ¿Qué clase de revistas fueron «Stella», «Hugin» o «Der Orchideengarten», título este último que, traducido del alemán, sería “El jardín de las orquídeas”? Lecturas recientes, especialmente Revistas argentinas de ciencia ficción (2013) y La literatura fantástica argentina en el siglo XIX (2015), ambas de Carlos Abraham, y Cuando la ciencia despertaba fantasías, por Soledad Quereilhac (2016), refrescaron mi inquietud.
Comencé aquella búsqueda tan pronto como la postergué. Falta de tiempo, dudas y el fatídico hábito de dejar todo para más adelante. (¡Qué odiosa palabreja eres, procrastinación!). Por cierto, la convicción según la cual “nunca leímos lo suficiente” es nuestra gran enemiga. Enemiga que puede ser mortal, ya que, efectivamente, nunca leemos ni leeremos lo suficiente. Por eso recordé la naturaleza dinámica e interactiva del blog. El lector puede agregar, nosotros podemos agradecer y corregir y otros no sólo pueden aportar nuevos hallazgos sino información disponible que nosotros no tuvimos la paciencia, la pericia o la suerte de encontrar.
Digamos de paso que nuestro amigo Saurio no es, ni mucho menos, el único en citar entre las pioneras a la revista sueca Stella, aparentemente publicada entre 1886 y 1887.
Lo hizo también, por ejemplo, Emilio Iglesias en el interesante artículo El Pulp en Europa antes de 1914 basado en la traducción de otro de Jess Nevins publicado en io9.com. Allí, el especialista pasa rápida revista a pulps publicados en fechas aún más tempranas, como la primera revista francesa en incluir contenido fantástico (Journal des Savants, 1665), la inglesa The Adventurer (1752-1754) y la irlandesa Marvellous Magazine (1822). Pero, claro, en ninguno de estos casos la fantasía científica era el menú principal. Por eso escribe Nevins: “La primera revista europea especializada en la ciencia ficción fue la sueca Stella (1886-1887), que en su mayoría contaba con traducciones aderezadas con un poco de ciencia ficción sueca”. Pero, otra vez, ¿fue realmente así?
STELLA, LA SUECA QUE NO DEJÓ RASTROS
¿Qué otra cosa sabemos de Stella? Quien más trabajó el expediente fue el sueco Hans Persson, resumido en un artículo publicado en 2007. Señala que la más antigua referencia a esta revista aparece en el libro de Sam J. Lundwall (n. 1941) Ciencia ficción: Una historia ilustrada (Grosset & Dunlap, 1977).
Lundwall da más detalles sobre Stella en otro artículo publicado en 1985 (Revista Fundación Nº 34). Allí dice que es “la primera revista de ciencia ficción verdaderamente moderna”, publicada entre abril de 1886 y agosto de 1888. Al parecer, se trataba de “un suplemento mensual inserto en la popular revista Svenska Familj-Journalen Svea (La familia sueca-revista Svea)”, dato éste que iba a resolver el caso de otras de las presuntas revistas precursoras de la lista de Saurio. Lundwall daba fe de la existencia de cuatro números y añadía que publicaron en ella los grandes autores de la ciencia ficción europea de su tiempo, entre ellos Lasswitz, ETA Hoffmann, Claes Lundin, Achim von Arnim y Julio Verne. Y aclara: “Sin embargo, nunca llegó a ser muy popular, por lo tanto sigue siendo una interesante nota al pie en la historia de las revistas de ciencia ficción”.
Apuremos el paso y digamos que Hans Persson, muerto de curiosidad, visitó la biblioteca de Linköping en busca del preciado tesoro. Si bien encontró ejemplares de la revista “La familia sueca”, del suplemento Stella no había el menor rastro. Escribió a varios especialistas, entre ellos a Jerry Määttä, autor de Rocket Summer: la ciencia ficción en Suecia 1950-1968, y a Lars-Erik Nygren, experto en Verne. La fuente de cada uno de ellos era Lundwall. Colegas de Persson revisaron la Biblioteca Real y la Biblioteca Nacional y nada. Stella no aparecía citada en directorios, archivos ni catálogos. Ni siquiera había signos de ella en publicidades internas o menciones editoriales en la revista “La familia sueca” durante el mismo período. Tampoco pudo dar con su eventual editor. Así, la apasionante misión devino en frustración.
Lo más parecido a una buena noticia la dio Lundwall cuando, bajo el título «La primera revista sueca de sf», presentó en Julio Verne Nº 487 (febrero de 1998) lo que sería la portada de Stella, “una de las más raras rarezas de la ciencia ficción sueca”. En esta edición, dice Lundwall, “figuran los textos de Claes Lundin, Verne y Kurd Lasswitz, además de algunos avisos sobre las próximas maravillas de la ciencia ficción como la televisión o el hombre en la Luna”. Afirma conocer “sólo cuatro números”, aunque aclara: “hay indicios de un total de cinco o seis números publicados, los dos últimos en la década de 1890, quizá por otro editor”.
A comienzos de 1998, Persson llamó a Lundwall. ¿Cómo le fue? Se lo quiso sacar de encima, parece. Le dijo que ya iba a escribir sobre el tema y le negó fotocopias de alguno de sus ejemplares, ni siquiera un índice. Nadie más que Lundwall, entonces, había visto a la revista. Persson, más bueno que Lassie y más cándido que Eréndira, concluyó: “No voy a decir que es absolutamente imposible que Stella haya existido, pero en este momento soy escéptico”.
La web que publicó la investigación de Persson recogió comentarios, pero ninguno de gran valor. Algún lector deslizó que Lundwall tenía fama de bromista, otro dijo que la tipografía de la tapa “es anacrónica” y otro añadió que Camille Flammarion publicó una novela titulada, precisamente, Stella, aunque -acota Carlos Abraham– «en realidad fue publicada en 1897», es decir, once años después del supuesto primer número de la revista. Nadie sumó referencias más precisas de la, ahora sí, más que dudosa “primera revista de ciencia ficción del mundo”.
HUGIN, CUENTICIENCIA DIDÁCTICA
Si Stella nunca existió salvo quizá para el disfrute privado del septuagenario Lundwall, la siguiente pionera de la lista es Hugin, subtitulada “Publicación periódica de ciencias naturales en formato gracioso”. Nacida diez años antes que Amazing Stories, el primer número salió en abril de 1916. Iba a ser semanal, pero sólo fueron publicados 85 números durante 200 semanas hasta su desaparición, en enero de 1920. Su periodicidad dejó bastante que desear (a causa de ello debió salir con números dobles, triples y hasta cuádruples) y cada número tuvo entre 24 y 32 páginas. Su director, Otto Witt (1875-1923), vivió obsesionado con la tecnología. Como su padre, ingeniero de minas como él, se recibió en la Universidad Técnica de Bergakademie en Freiberg, Alemania. Tras un periplo por los países nórdicos, regresó a su país en 1912 para dedicarse a lo que más le gustaba: escribir e inventar artefactos innovadores.
Prolífico escritor de ficciones y divulgador, Witt fue un conferencista movedizo. Escribió 30 libros y 300 ensayos en revistas y periódicos. Solía personificar a los objetos para explicar medio en broma cómo funcionaban las cosas en un formato que llamaba “cuentos técnicos”. Quizá el éxito de sus libros inspiró a Witt crear la revista Hugin. Según él mismo, la tirada de la revista alcanzó los 15 mil ejemplares, un éxito rotundo en un país que, por entonces, tenía menos de 6 millones de habitantes. Su lugar entre las pioneras del género es dudoso: según la SF Encyclopedia, “esto es una enorme exageración”. Hugin podría ser llamada revista de proto SF. Si bien algunas series por entregas y un puñado de cuentos publicados eran SF, “el contenido principal de la revista no era ficción, sino artículos de divulgación científica”. Sin que esto signifique restarle méritos, su influencia fuera de Suecia frizaba cero.
Las novelas de Witt eran “ciencia ficción didáctica”, donde los sabios que representan la ciencia oficial ridiculizan al héroe, quien suele ser un ingeniero romántico y creativo, al modo de la victimización del espiritualista o teósofo en los cuentos de Leopoldo Lugones. En su novela “El interior de la Tierra” (1912), su alter ego lucha por crear generadores de energía geotérmica “para mejorar el clima de Siberia”; y en “Los últimos humanos” (1911), el ingeniero (sí, otra vez ingeniero) viaja a la Tierra 20.000 años en el futuro, cuando la Humanidad está al borde de la extinción a causa de la dilapidación de sus recursos naturales, y éste se las arregla para acercar la órbita de la Tierra al Sol, lograr derretir los glaciares y crear un diluvio que limpiará el planeta.
Una de sus fuentes de inspiración fue el naturalista alemán Ernst Haeckel (1834-1919), el discípulo de Charles Darwin que acuñó el término ecología e impulsó el racismo biológico. Su exacerbado nacionalismo coincidió con la Primera Guerra Mundial, que avanzaba en el continente europeo. En su novela “¿Cómo fue conquistada la Luna” (1915), el recurrente ingeniero construye la primera nave espacial. Al aterrizar en la Luna, una epifanía le revela, a través de una suerte de fenómeno óptico, que la nieves de la Luna y la luz del Sol generaban los colores de la bandera sueca.
Algunos biógrafos sienten la tentación de unir las vidas europeas de Witt y Gernsback, siendo que ambos cursaron sus estudios en Alemania, eran lectores insaciables y tuvieron en común la afición de desarrollar invenciones propias (Gernsback hizo patentar 80 artefactos antes de su muerte, en 1967). Pero, hasta donde se sabe, sus vidas nunca se cruzaron, menos cuando en 1904 Hugo abandona Luxemburgo y se radica en Nueva York, donde comenzó a publicar su impresionante seguidilla de revistas, empezando por Moderns Electrics (1908), hasta mutar en lo más parecido que había en esa época a un community manager: fue el campeón de los radioaficionados, cofundando en 1910 la Wireless Association of America, mismo espíritu que reflejó en el correo de lectores de Amazing Stories, que permitió a los aficionados ponerse en contacto entre sí y construir las redes de lectores que generaron el fandom.
FICCIONES EXTRAÑAS
Der Orichideengarten (El jardín de las orquídeas, subtitulada Páginas Fantásticas) y fundada por el periodista austriaco Karl Hans Strobl (1877-1946) y el artista Alfons von Czibulka (1888-1969), fue una de las más notables revistas europeas especializadas en horror sobrenatural y fantasía nunca antes publicadas. En total salieron 51 números entre enero de 1919 y noviembre de 1921. Pero la revista alemana ¿fue la primera? Salió siete años antes que Amazing Stories y a sólo cuatro años de la norteamericana Weird Tales (1923). Si bien sus narraciones eran más fantásticas que científicas, hubo manifestaciones de esa fusión en cuentos de detectives y eróticos. La revista se caracterizó por la extrañeza de su arte de tapa y ornamentaciones internas, un estilo gótico-macabro en blanco y negro heredado de figuras del siglo XIX como Edgar Allan Poe y Gustave Doré.
A través de las 24 páginas impresas en papel de mala calidad sus lectores accedían a historias de contemporáneos conocidos como H. G. Wells y Karel Capek, y antecesores aún más conocidos como Charles Dickens, Guy de Maupassant, Voltaire, Washington Irving y Nathaniel Hawthorne.
En un número cero publicado en 1928, Strobl, quien comenzó escribiendo cuentos sobre fantasmas, reivindicó el género así:
“Hoy, cuando innegablemente es evidente que toda la vida se completa con lo fantástico, todo el arte se volvió absolutamente fantástico en línea recta. Desde los inicios, todo arte es fantástico porque es infinito e incomprensible. Incomprensible, sin límites y fantástico. (…) Toda la balada fantástica, grotesca y artística, con terror, suspenso, fantasmas y aventuras que se da cita en un sorprendente jardín de orquídeas”.
Strobl escribió sobre “el continente perdido” de Lemuria, un tema crucial para los Rosacruces, ensayos sobre crímenes y conflictos bélicos, aprovechando su temporada como corresponsal de guerra.
Desde 1933 su biografía entró en un cono de sombra: Strobl se afilió al partido nazi, al menos durante el período de austrofascismo, y acabó sus días en una cárcel de la URSS: en 1945, fue detenido por el Ejército Rojo, fue obligado a trabajar por un tiempo, hasta que murió un año después molido a palos en una casa de retiro en Perchtoldsdorf, donde hoy yace su tumba.
Recapitulación: la sueca Stella probablemente nunca haya existido; la norteamericana The Argosy recién comenzó a publicar las aventuras marcianas de Burroughs en 1912, y no era una revista especializada. La alemana Hugin, autopublicada por Otto Witt, salió por primera vez en 1916. Pero estaba más inclinada a la divulgación de la ciencia que a la ficción. El programa de El jardín de las orquídeas, iniciada en 1919, era bellísimo. Pero incorporaba poca especulación científica en sus historias.
Hubo, entonces, varias revistas anteriores a Amazing Stories. Pero, si bien la perspectiva general de este aspecto de la historia de la ciencia ficción se ha complejizado, esta revisión nos ayudó a comprender por qué la revista fundada por Gernsback ¡sigue siendo nuestra preferida!
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