El Papa reintegra al Presidente Mauricio Macri una donación de 16 millones de pesos (un vuelto, comparado con los cientos de millones que el Estado transfiere cada año a la Iglesia Católica Argentina) y se reconstituye el dilema de los agnósticos antimacristas: «Papa-populista» Vs. «Presidente anti-papa». Dicho de otro modo: Bergoglio/Francisco investido principal opositor al modelo neoliberal, al que la Iglesia no sólo nunca le hizo asco sino que le dio la bienvenida, enfrentado con Macri, quien se aleja de la derecha populista chupacirios hacia una suerte de evangelismo que promete la felicidad en la Tierra.
En un lúcido análisis, Fernando D’Addario plantea esta cuestiones y se pregunta por el lugar de los que, sin creer en Francisco, sonríen cuando le muestra los dientes al gobierno de los CEOs, los despidos, los tarifazos y la resignación a la pobreza como política de Estado.
Por Fernando D’Addario *
Los agnósticos antimacristas estamos procesando un dilema difícil de resolver: por un lado, no confiamos en el declamado tercermundismo de Bergoglio/Francisco, que atribuimos, sin lecturas románticas, a la necesidad de “reevangelizar” América Latina. Pero por otro lado, disfrutamos –con cierta perversidad, cabe reconocer- del desasosiego de chupacirios y oportunistas locales que se habían ilusionado con tener un Papa que les diera todos los gustos políticos.
La paradoja existencial, por supuesto, se proyecta a la grieta mediática: los medios dominantes, históricamente aliados a la jerarquía católica, emprenden una cruzada contra Bergoglio/Francisco, a quien acusan de “populista” y otros pecados capitales. Los medios progresistas, históricamente laicos y anticlericales, apoyan con fervor poco disimulado la aparente “opción por los pobres” elegida por el Papa. Y uno no sabe si aplaudir a Bergoglio/Francisco o exigir el regreso urgente de Ratzinger, un auténtico piantafieles cuya maldad medieval resultaba simpática para los ateos posmodernos.
En este berenjenal estamos: el jefe espiritual de todos los católicos del mundo se muestra como el principal opositor al modelo neoliberal en curso, al que la Iglesia ayudó a instaurar tras décadas de paranoia anticomunista en plena guerra fría. El jefe político de la Argentina, en tanto, se desmarca de los viejos alineamientos de la derecha criolla y construye imagen siguiendo los cánones estéticos y comunicacionales del principal enemigo del Vaticano: el evangelismo.
[ttshare]El dilema de los agnósticos antimacristas ante una Iglesia ‘a la izquierda’ del gobierno[/ttshare]
Para el macrismo, “lo católico” huele a naftalina: atrasa en su defensa del (pongámosle) “capitalismo social” pero, peor aún, está desfasado como proyecto de vida. Sus apelaciones a la solidaridad y a la piedad colectiva lucen perimidas a los ojos de los gurúes de Cambiemos. El nuevo paradigma es compatible con las prioridades del evangelismo: relación directa del creyente con Dios, sin más intermediarios que el pastor de turno; fe ciega en la salvación individual, para la cual toda instancia de construcción comunitaria es un obstáculo que hay que derribar; la imagen beatífica (piénsese en la campaña de María Eugenia Vidal) de falsa armonía con la naturaleza, los llamados abstractos al amor y a la felicidad, se ajustan al ideal evangelista de evitar toda perturbación (sindical, cultural, mediática) en el camino del creyente/emprendedor hacia la victoria final preparada por Dios. El catolicismo exige sacrificios en esta vida a cambio de felicidad en la otra; el evangelismo es un “llame ya” al éxito, espiritual y material, en este mundo. Si del otro lado no contestan, o atienden cuando ya es tarde, seguro habrá sido por errores propios, o por los “palos en la rueda” de quienes se oponen a la felicidad. Para ellos está dispuesto el castigo divino, también en este mundo.
Frente a este panorama, los agnósticos antimacristas tenemos, en principio, dos opciones: refugiarnos en el nihilismo, abjurando al mismo tiempo del reposicionamiento geopolítico de la Iglesia y del salvajismo neoliberal; o poner nuestro escepticismo militante bajo un paraguas y someternos a la coyuntura, resignando (o poniendo a un costado) algunos ideales para defender otros, que hoy lucen más amenazados. ¿Qué hacer? Los agnósticos antimacristas, lamentablemente, somos más proclives a plantear dilemas que a resolverlos.
* Fernando D’Addario es periodista. Escribe en Página/12 y es autor de Sexo, drogas y Rolling Stones (Ed. AC, 1995). En Factor leer también El duro oficio de ser “progre” en la Argentina.
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