A man wearing a QAnon vest attends a "No Mandatory Flu Shot Massachusetts" demonstration against Massachusetts Governor Charlie Baker's order for mandatory influenza vaccinations for all students under the age of 30, an effort to lower the burden on the health care system during the coronavirus disease (COVID-19) outbreak, outside the State House in Boston, Massachusetts, U.S., August 30, 2020. REUTERS/Brian Snyder

QAnon: ¿nueva religión hiperreal o fenómeno de salud mental?

QAnon es una teoría conspirativa sincrética que mezcla creencias marginales (terraplanismo, antivacunas, Estado profundo) y paranormales. Fusiona política, racismo y cultura popular e incorpora elementos religiosos y activismo callejero. ¿Por qué se ha enganchado tanta gente en este movimiento? ¿Cuáles son las amenazas latentes?

Por Alejandro Agostinelli *

«Donde va uno vamos todos» (consigna de QAnon)

El título de esta nota es una falsa dicotomía: el fenómeno QAnon es una gran carpa que cobija numerosos mitemas ampliamente dispersos en la cultura popular que existían antes del surgimiento del movimiento «Q»: desde el terraplanismo y el control poblacional por vacunas hasta el tráfico de niños por parte de «satanistas pedófilos»; desde el acecho de híbridos lagarto-humanos hasta tecnologías secretas para viajar en el tiempo. Esta meta-conspiración sincrética, nacida en las entrañas profundas de la arena digital estadounidense, navega en la frontera difusa de foros y reductos anónimos de la virtualidad, las leyendas urbanas y el activismo callejero.

QAnon no es sólo un movimiento político; es una suerte de «religión hiperreal» que absorbe el racismo, el antisemitismo y el anticomunismo en un marco ideológico que toma artefactos culturales populares, presentes incluso en ambientes espirituales, transformándolos en creencias radicales. Sus ideas, sus partidarios y la causa que persiguen, siguen quitando el sueño a científicos sociales y cognitivos, quienes buscan patrones y respuestas para entender la adhesión a esta «teoría» tan compleja.

Los enfoques varían entre análisis psicosociales, psicológicos y psiquiátricos: algunos tratan a los seguidores desde una perspectiva psicopatológica, viendo en ellos posibles pacientes, mientras que otros adoptan una mirada antropológica que asimila el fenómeno a un nuevo movimiento religioso.

En esta nota presentaremos algunas aristas de la polémica académica y un artículo de Ronald W. Pies y Joseph M. Pierre en el que cuestionan la llamada “perspectiva psicopatológica”.

ATAQUE AL CAPITOLIO. Seguidores de Donald Trump, entre ellos activistas radicalizados de QAnon, en la Cámara de Senadores del Capitolio, Washington, el 6 de enero de 2021. (Foto: AP/Manuel Balce Ceneta)

La radicalización política es una de las claves para comprender el fenómeno QAnon y se aplica en muchos contextos diferentes, que abarca desde el crecimiento de movimientos sociales inspirados en sus líneas maestras hasta agrupaciones de ultraderecha que ejecutan en su nombre actos de terrorismo.  También absorbe el laberíntico andamiaje de afirmaciones y noticias falsas que sostiene –y sostienen a– este movimiento, invocando amenazas suficientemente “peligrosas” como para que individuos o grupos adopten sus ideas radicales, en ocasiones para ejercer la violencia.

Los seguidores de QAnon pasan de teorías conspirativas generales a creencias extremas convencidos de que enfrentan una amenaza oculta. Lo que en 2017 empezó en foros y redes sociales, inicialmente como desconfianza en instituciones o elites, fue evolucionando hacia posiciones políticas o sociales cada vez más radicalizadas y, más tarde, a acciones como la que desembocó en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, cuando activistas convocados por QAnon denunciaron que los demócratas “habían robado a Donald Trump la presidencia” y que él traería una “Tormenta” para recuperar el poder y “ejecutar públicamente a los miembros de la camarilla”.

MÁS APOYO A LA VIOLENCIA POLÍTICA (¡QANON VENCE!)

En Estados Unidos las expresiones de violencia política fueron in crescendo en el último lustro. Según una encuesta de Public Religion Research Institute (PRRI) realizada en octubre de 2023, el apoyo a la violencia política supera el 20% en la población general. Casi una cuarta parte de los estadounidenses (23%) opina que “debido a que las cosas se han desviado tanto de su rumbo, los verdaderos patriotas estadounidenses pueden tener que recurrir a la violencia para salvar el país”, frente al 15% en 2021.

Un tercio de los republicanos (33%) cree que “los verdaderos patriotas estadounidenses” pueden tener que recurrir a la violencia para salvar al país, en comparación con el 22% de los independientes y el 13% de los demócratas. Estos porcentajes han aumentado desde 2021, cuando el 28% de los republicanos, el 13% de los independientes y el 7% de los demócratas sostenían esta creencia. Casi un tercio de los protestantes evangélicos blancos (31%) también cree que los patriotas pueden tener que recurrir a la violencia política para salvar al país, una cifra significativamente mayor que la de cualquier otro grupo religioso.

El apoyo a la violencia política alcanza niveles aún más altos entre los estadounidenses que mantienen las siguientes actitudes:

– creen que las elecciones de 2020 le fueron robadas a Donald Trump (46%);

– tienen una opinión favorable de Trump (41%);

– creen en la llamada “teoría del reemplazo”, según la cual “los inmigrantes están invadiendo nuestro país y reemplazando nuestro origen cultural y étnico” (41%); y

– afirman el principio central del nacionalismo cristiano blanco, según el cual Dios quiso que Estados Unidos fuera una nueva tierra prometida para los cristianos europeos (39%).

En todos los partidos hay cada vez más creyentes de QAnon (del 14% al 23%) y menos quienes lo rechazan (del 40% al 29%). Sin embargo, los republicanos mantienen el doble de probabilidades que los demócratas de creer en QAnon (29% frente al 14%) y tienen tres veces menos probabilidades de rechazar «QAnon «Q» (14% frente al 43%).

Esto significa que en Estados Unidos existen entre 30 y 76 millones de personas que creen en todas o en alguna de las afirmaciones centrales de QAnon.

A nivel global, aunque las cifras son menores, QAnon ha ganado terreno, especialmente en países como Reino Unido, Canadá y Australia, donde su influencia ha crecido en redes sociales y manifestaciones públicas. Es decir, el fenómeno se ha expandido más allá de Estados Unidos, adaptándose a contextos locales pero manteniendo sus elementos centrales.

CONSPIRANOIA AL CUADRADO. Robert F. Kennedy Jr., sobrino de John F. Kennedy, abandonó el partido demócrata, se alió al trumpismo y logró unir a toda su familia, que repudió su decisión. Ha propagado la falsa relación entre vacunas y autismo, ha denunciado que el cambio climático «es una farsa» y le choca el presunto peligro de las «estelas químicas» (chemtrails), una creencia desacreditada.

Ante las inminentes elecciones en los Estados Unidos, la ostentosa cercanía de Robert F. Kennedy Jr a Trump ha sido interpretada como una estrategia para atraer a los votantes simpatizantes de QAnon y otros grupos conspiracionistas, quienes ven en Kennedy una figura anti-sistema. Kennedy, conocido por sus posturas antivacunas y adherir a las más variopintas fábulas conspirativas, atrae a buena parte de la base de QAnon, ya que sus ideas encajan con las narrativas de desconfianza hacia el gobierno y las instituciones. Trump parece aprovechar esta conexión, en un intento por consolidar su núcleo duro y capitalizar la creciente polarización social. Según el experto en falsa información Alex Kaplan, «Trump ha amplificado cada vez más las cuentas que han promovido la teoría de la conspiración de QAnon, haciéndolo cientos de veces, y algunos de sus asesores y asociados se han conectado con esos teóricos de la conspiración».

LA «Q» CON SANGRE (Y MIEDO) ENTRA

“Pasteles y pedófilos: dentro de la mente de QAnon” (Pastels and Pedophiles: Inside the Mind of QAnon) de Mia Bloom, doctora en Ciencias Políticas de la Universidad de Columbia, y Sophia Moskalenko, psicóloga y doctora en Filosofía de la Universidad Estatal de Georgia, proporciona un modelo explicativo para entender QAnon que difiere de –o se complementa con– otros trabajos sobre el fenómeno, como los propuestos por los psiquiatras Ronald W. Pies y Joseph Pierre (que agregamos completo al final de este artículo).

Bloom y Moskalenko argumentan que QAnon explota las vulnerabilidades sociales de ciertos grupos, como las madres que consideran a sus hijos amenazados por fuerzas que la “teoría” explica. El libro pone en foco cómo estas ideas atraviesan e ingresan en intersticios aparentemente inocuos  (comunidades de bienestar, maternidad y espiritualidad on-line) y se detienen a explicar cómo «Q» adaptó sus narrativas en redes sociales y comunidades virtuales, por ejemplo apelando al instinto maternal mediante la campaña de “Save the Children”. Esta estrategia, dicen las autoras, convirtió un conjunto de ideas “delirantes” en algo “aceptable” dentro de ciertos círculos sociales, logrando atraer a personas que quizá no se hubieran interesado en ideas conspiracionistas.

Pierre y Pies, por su parte, apuntan a buscar explicaciones sobre cómo los prejuicios cognitivos se alimentan de contenido familiar y resonante desde el punto de vista emocional, mecanismo que facilita la expansión de una teoría conspirativa que atrae a personas que buscan control y comprensión en un mundo incierto a través de explicaciones que estructuran, ordenan y dan sentido a experiencias de inseguridad o inestabilidad en un mundo percibido como caótico. Sesgos cognitivos como el de confirmación, apuntan, llevan a estas personas a buscar información que refuerce creencias preexistentes y evitar aquellas que las contradigan.

QANON EN LAS CALLES. Un hombre con un chaleco de QAnon asistió a la manifestación «La vacuna de la gripe no es obligatoria en Massachusetts» en Boston, en protesta contra la orden del gobernador que exigía la vacuna contra la gripe para estudiantes y reducir así la carga en el sistema de salud durante la pandemia de COVID-19, el 30 de agosto de 2020. Foto de REUTERS/Brian Snyder

¿UN PROBLEMA DE SALUD MENTAL?

Mia Bloom y Sophia Moskalenko dicen que muchos seguidores de QAnon admitieron una amplia gama de diagnósticos de salud mental, entre ellos el trastorno de estrés postraumático, el trastorno bipolar, la esquizofrenia paranoide, depresión, ansiedad y adicciones. Las autoras estudian, por ejemplo, los registros judiciales de los «Q» arrestados a raíz de la insurrección del Capitolio, el 68% de los cuales informó haber recibido este tipo de diagnósticos. El 44% de los apresados de QAnon, hallaron, tenían antecedentes penales y “experimentaron un trauma psicológico grave antes de su radicalización, como el abuso físico o sexual de ellos o de sus hijos”. Bloom y Moskalenko relacionan la adhesión a teorías de la conspiración con la ansiedad, el aislamiento social y la soledad, así como encuentran rastros de esta propensión entre personas deprimidas, narcisistas y emocionalmente distantes. También arriesgan que “exhibir un comportamiento extraño, excéntrico, sospechoso y paranoico o si son manipuladores, irresponsables y con poca empatía”, tienen más probabilidades de creer en las teorías de la conspiración.

Si bien los arrestados después de la revuelta del Capitolio eran un centenar y no todos eran “100 x 100 «Q»”, concluyeron que el ascenso del movimiento coincidió con una crisis de salud mental que es anterior a la pandemia de COVID-19.

¿AHOGÓ A SUS HIJOS POR QANON? Carrillo durante el juicio que la declaró insana.

Tampoco abundan casos de desequilibrio psíquico agudo asociados al movimiento que desaten tragedias familiares, salvo episodios excepcionales como el de Liliana Carrillo, una mujer de 33 años residente en Reseda, California, convencida de que en su barrio había una red de tráfico sexual y que el padre de sus hijos era agente de la “conspiración pedófila”. Obsesionada con estas ideas sin fundamento, el 10 de abril de 2021 decidió ahogar a sus tres pequeños hijos. “¿Me gustaría no tener que hacer eso, sí?”, cuenta que les dijo. “Pero prefiero que no los torturen ni abusen de manera regular durante el resto de sus vidas”. El juez de Los Ángeles declaró a Carrillo “inocente por locura”. Carrillo tenía ideas suicidas y luchaba con la depresión posparto, el trauma infantil y la maternidad.

“En 2019, el número de diagnósticos de enfermedades mentales –indican las autoras de “Pasteles y pedófilos: dentro de la mente de QAnon”–  estaba creciendo, con 1.5 millones de diagnósticos más que en 2018”. El aislamiento y ansiedad relacionada a la COVID y la incertidumbre económica no hizo más que agravar el cuadro.

CREENCIAS «Q». Los creyentes en QAnon sostienen que Trump ha sido ordenado por Dios para liberar al mundo de estas élites gobernantes, que individuos como celebridades, élites liberales adineradas (es decir, Bill Gates y George Soros), demócratas e importantes figuras judías recolectan la sangre de niños como parte de un ritual satánico. También afirman que los miembros de «la camarilla» recolectan las glándulas suprarrenales de los niños para producir una droga regenerativa conocida como adrenocromo. Por más detalles, recomendamos consultar «QAnon, autoritarismo y conspiración en los espacios espirituales alternativos estadounidenses» del sociólogo Christopher T. Conner

El término Pastel QAnon (en inglés) fue acuñado por el Dr. Marc-André Argentino para referirse al conjunto de técnicas y estrategias propagandísticas que usan los «Q» para obtener una estética «suave» (femenina), partiendo de la base de que los colores pastel y un lenguaje emotivo y afable atraen a las mujeres, apelando​ a instintos maternales (temor al abuso sexual infantil, el tráfico sexual de menores, etc.), a QAnon. Argentino, investigador en el Programa de la Universidad Concordia en Montreal, es un experto en cómo los grupos extremistas aprovechan la tecnología para crear propaganda, reclutar miembros para causas ideológicas, inspirar actos de violencia e impactar en las instituciones democráticas. Ha llamado a QAnon, y a su ideología político-religiosa, una “religión hiperreal” dado que toma artefactos culturales populares y los integra en un marco ideológico.  En 2020, el mismo autor publicó un perfil de una iglesia «Q» que opera desde el Ministerio Omega Kingdom (OKM) después de haberse visto varios de sus servicios religiosos dominicales, similares a las iglesias neocarismáticas en las que las teorías conspirativas de QAnon se reinterpretan a través de la Biblia. OKM es parte de una red de congregaciones independientes llamada Home Congregations Worldwide (HCW), asesorada por el influencer Mark Taylor, un autoproclamado “profeta de Trump” y denunciante del “Estado profundo”. En estas sesiones, Argentino presenció discursos sobre la famosa –y nunca comprobada– “Plandemia”, según la cual la pandemia de Coronavirus fue planificada, y logró acceder a los subtextos del Project Looking Glass, según el cual el ejército estadounidense ha desarrollado una tecnología secreta para viajar en el tiempo –que también tratan de explicar a la luz de ciertos pasajes de la Biblia. Al igual que el Pizzagate, los niños en riesgo son un tema recurrente. Por eso, OKM recauda fondos para el proyecto Reclamation Ranch, descripto como “un lugar seguro para los niños rescatados después de haber sido retenidos bajo tierra por el Estado profundo”.

PIZZAGATE. Edgar Maddison Welch viajó desde Carolina del Norte y entró armado en una pizzería creyendo que iba a encontrar niños esclavizados a los que podría liberar de una banda pedófila. Pero no había ni menores ni escondites ni túneles. La pizzería ni siquiera tenía sótano.

En “Pasteles y pedófilos”, Bloom y Moskalenko cuentan cómo han ganado terreno las teorías de conspiración de QAnon sobre ciertas comunidades de mujeres, cuando el movimiento apeló a la protección de los niños en el contexto de la pandemia de COVID-19, cuyas vacunas son –pretenden– «un disfraz de un dispositivo oculto para controlar la población humana». Este novedoso enfoque de género es el que destacó Catalina Wessinger, profesora de Historia de las Religiones de la Universidad Loyola de Nueva Orleans.  Para ella, que enseña sobre milenarismo, nuevas religiones y el papel de las mujeres en la religión, elogia cómo contextualizan QAnon más allá del pensamiento conspirativo, ya que lo encuadran dentro de una larga historia de antisemitismo y conspiraciones globales, abordando a la vez cómo ciertas narrativas fueron adaptadas para encajar en las actuales creencias de los «Q».

En los inicios del fenómeno se ha dicho que QAnon no presentaba una traducción política concreta. Pero en 2021, tras el copamiento del Capitolio que casi termina en golpe de Estado cuando iba a asumir el nuevo presidente de los EE.UU., se dio otro giro crucial: el investigador Alex Kaplan reveló en Media Matters que 62 candidatos independientes y republicanos que se presentaron en las primarias del Congreso en 27 estados diferentes eran seguidores de QAnon.

Wessinger sugiere que algunos aspectos del enfoque de Bloom y Moskalenko podría beneficiarse con una exploración más profunda de las dinámicas culturales y sociales que sostienen estas creencias, es decir: quedarían pendientes de exploración las raíces psicológicas y culturales que motivan a los seguidores de QAnon. Además, cuestiona aspectos de la metodología y profundidad del libro, que aún no termina de iluminar por qué estas ideas resuenan tan profundamente en algunos sectores, especialmente en contextos de desconfianza social y polarización política.

Otros autores, como Jesselyn Cook, reunieron historias de vida para atribuir a «Q» la destrucción de familias enteras a causa de una polarización que, en rigor, es parte de una vieja tradición estadounidense. El Premio Pulitzer Richard Hofstadter (1916-1970), en su artículo de 1964 «The Paranoid Style in American Politics», separaba patologización de la conspiranoia nuestra de cada día:

Es el uso de modos de expresión paranoides por parte de personas más o menos normales lo que hace al fenómeno significativo»

Los críticos han señalado que los autodiagnósticos y registros legales esgrimidos por Bloom y Moskalenkohan en “Pasteles y pedófilos” no son representativos. La creencia en conspiraciones, señalan, responde más bien a necesidades psicológicas y sociales comunes que a condiciones psiquiátricas graves, y también advierten contra la patologización de estas creencias.

Por otro lado, también hay estudios que desdramatizan el problema. En «Percepciones Vs Realidad de la Radicalización de QAnon», Brett Burton, psicólogo de la Universidad Estatal de Ohio, y la misma Moskalenko, comparan la percepción pública sobre la radicalización de seguidores de QAnon con sus intenciones reales de radicalización. Los resultados muestran que las intenciones radicales de los «Q» son significativamente menores de lo que percibe el público en general y comparables con quienes no siguen esta teoría conspirativa. Esta diferencia sugiere que las creencias sobre el peligro potencial de QAnon podrían estar infladas, influyendo de modo equívoco en la formulación de políticas.

Por último, el fenómeno QAnon permitió investigar el llamado “dualismo digital”. Esta distinción está centrada en la ambigüedad presente en el uso de la palabra “real” para describir lo que está fuera de línea, como si lo que está en línea fuera “menos real”. Las canadienses Chandell Gosse, doctora de Filosofía de la Cape Breton University, y Jaigris Hodson, profesora asociada de estudios interdisciplinarios de la Royal Roads University, han analizado las experiencias de quienes sufrieron abuso en línea, revelando cómo el «dualismo digital» afecta el acceso al apoyo adecuado a las víctimas.

Los participantes relataron que amigos, familiares, proveedores de atención mental, e incluso los agresores, minimizaban el abuso en línea, considerándolo “solo palabras” o algo que “solo pasa en internet”. Esta percepción, que reduce el abuso en línea a un discurso inofensivo y separado de la vida offline, puede atrasar e incluso impedir dar con la ayuda necesaria, incrementando el riesgo de consecuencias psicológicas, emocionales e incluso económicas para las víctimas.

Como sea, los discursos de odio basados en información falsa o completamente inventada son cada vez más una “realidad real”, no sólo virtual, en las sociedades donde la extrema derecha crece a niveles de desastre.

(*) Esta es la primera nota en la que el autor usó IA como herramienta para el diseño, búsqueda de fuentes y redacción de la investigación. Cada fuente ha sido debidamente chequeada y enlazada. Como siempre, se agradecerán comentarios, sugerencias y críticas.

(CONTINÚA ABAJO)

ORÍGENES. QAnon inició como una cuenta anónima conocida como «Q» en el sitio de mensajes de extrema derecha 4chan. Luego se trasladó al sitio de mensajes de extrema derecha 8chan, que desde entonces se relanzó como 8kun.

CREER EN TEORÍAS CONSPIRATIVAS NO ES UN DELIRIO

Por Dr. Ronald W. Pies y Dr. Joseph M. Pierre (*)

Cuando muchas personas en todo los Estados Unidos, sin mencionar los que ocupan cargos públicos, creen que el mundo está dirigido por un grupo de pedófilos satánicos que incluye a los principales demócratas y a las élites de Hollywood, y que el expresidente Trump está liderando una misión secreta para llevar a estos malvados ante la justicia, es inevitable preguntarse si al menos tienen algún grado de discapacidad mental.

Las teorías conspirativas suelen recibirse con connotaciones psiquiátricas, asociadas a paranoicos que traman planes y a personas ajenas a la sociedad que no creen en ellos. Pero, si bien teorías como QAnon desafían la credibilidad de muchas personas, nosotros sostenemos que probablemente no son producto de la psicosis o de una enfermedad mental; ni ​​tampoco representan delirios en general.

Por un lado, las encuestas han revelado sistemáticamente que aproximadamente el 50% de la población cree en al menos una teoría conspirativa. Además, como ilustramos en la Tabla 1, existen varias diferencias sustanciales entre las creencias en teorías conspirativas y los delirios.

Algunos investigadores consideran que las teorías conspirativas son «un subconjunto de creencias falsas», pero la mayoría de los académicos, incluidos nosotros, no prejuzgamos su validez o veracidad. A lo largo de la historia se han producido conspiraciones reales, como el programa MK-Ultra de la CIA .

Nuestra principal tesis es que la creencia en teorías conspirativas es distinta de la psicosis y se asemeja más a creencias religiosas o políticas extremas pero sancionadas por la subcultura. Sin embargo, la línea entre creer en teorías conspirativas y ser delirante se difumina cuando el creyente se convierte en parte de la teoría conspirativa y se siente obligado a actuar en función de esa creencia como parte de una misión personal.

Tomemos como ejemplo a Edgar Maddison Welch, un hombre de 28 años que creía firmemente en la llamada teoría de la conspiración «Pizzagate», la afirmación infundada de que Hillary Clinton y las élites demócratas dirigían una red de tráfico sexual de menores desde una pizzería de Washington, DC. Al verse a sí mismo como un posible salvador de los niños, Welch condujo 560 kilómetros hasta la pizzería desde su casa en Carolina del Norte en diciembre de 2016 y disparó tres tiros con un rifle estilo AR-15 a la puerta cerrada de un armario, y finalmente se entregó a la policía. Sin embargo, al ser interrogado, rápidamente admitió : «La información sobre esto no era 100% segura».

¿Quién cree en las teorías de la conspiración?

Dado que la mitad de la población cree en al menos una teoría de la conspiración, no debería sorprender que no exista un «perfil» fiable de los creyentes. Aunque algunos estudios han sugerido asociaciones con un bajo nivel educativo, una orientación política de derechas y ciertos rasgos de personalidad como la paranoia subclínica y la esquizotipia , estos hallazgos han sido inconsistentes y pueden variar según la teoría de la conspiración específica. Las asociaciones entre la creencia en conspiraciones y la paranoia sugieren una superposición dentro de una «mentalidad conspirativa», con evidencia reciente de que la «desconfianza en la burocracia» es un mediador clave entre la creencia en conspiraciones y la ideología política.

Otras «peculiaridades cognitivas» cuantitativas que se han observado en quienes creen en teorías conspirativas son la necesidad de certeza y control, la necesidad de singularidad, la percepción de patrones ilusorios y la falta de pensamiento analítico. No está claro cuáles de estos factores pueden representar explicaciones cognitivas universales para las creencias conspirativas, frente a los que podrían estar relacionados con creencias específicas, como la necesidad de certeza en tiempos de crisis y agitación social, cuando las teorías conspirativas tienden a florecer.

Q-SHAMAN. Jake Angeli, el más famoso activista de QAnon que entró en el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021.

Gran parte de la investigación sobre la creencia en teorías conspirativas se basa en la cuestionable premisa según la cual se entiende mejor a nivel de la psicopatología del individuo, o el «modelo de déficit», como se le llama. Uno de nosotros (JMP) ha propuesto en cambio un modelo de dos componentes que incluye contextos sociales e informativos. El primer componente –la desconfianza epistémica– implica desconfiar del conocimiento convencional, «autorizado». El segundo implica el procesamiento sesgado de la información y la exposición a información errónea, a menudo transmitida de boca en boca o a través de las redes sociales. Usando este modelo, la creencia en teorías conspirativas podría concebirse como algo que implica «creencias similares a delirios», pero no una psicosis franca o delirios en toda regla, como uno podría ver, por ejemplo, en la esquizofrenia.

De hecho, muchas de las características cognitivas asociadas con la creencia en la teoría de la conspiración son rasgos universales, continuamente distribuidos y que varían en cantidad, en lugar de variables de todo o nada o síntomas distintos de enfermedad mental.

Tabla 1. Diferencias sustanciales entre teorías conspirativas y delirios.

Fuente: Pies R, Pierre J, 2021

En esencia, los delirios son creencias fijas, falsas, generalmente no compartidas, a menudo basadas en una experiencia «interna» subjetiva. (Una rara excepción es la llamada folie à deux, en la que dos personas parecen «compartir» el mismo delirio; sin embargo, los psiquiatras han debatido durante mucho tiempo si ambos individuos deben ser considerados verdaderamente delirantes). El contenido del delirio es a menudo «autorreferencial», es decir, se centra principalmente en el creyente.

En cambio, las teorías conspirativas suelen ser falsas, aunque no necesariamente. Suelen ser creencias compartidas que no involucran explícita o directamente al creyente y que se basan en pruebas que uno encuentra «por ahí», como en Internet. Esto habla de la naturaleza altamente comunitaria de tantas teorías conspirativas: redes de individuos con ideas afines que refuerzan las creencias de los demás en un contexto sociocultural particular.

Creencia en teorías conspirativas, COVID-19 e intervención médica

En cuanto a las teorías conspirativas médicas, ninguna ha florecido recientemente tanto como las relacionadas con la pandemia de COVID-19 . Como señaló un editorial de Stein et al.:

Algunas afirmaciones conspirativas incluyen afirmaciones de que el COVID-19 es un engaño; argumentos de que el virus fue creado artificialmente y propagado a propósito como un arma biológica; o acusaciones de que los gobiernos están utilizando la situación de emergencia para perseguir sus objetivos antidemocráticos… Otras conspiraciones argumentan que las personas en el poder están aprovechando la pandemia como un plan para inyectar software espía de puntos cuánticos en microchips y monitorear a las personas”.

Stein y sus colegas señalan el importante punto de que «una diferencia clave entre la COVID-19 y la pandemia de gripe de 1918 … es que [ahora] un mundo altamente interconectado, en gran medida en las redes sociales, está preparando el escenario para distribuir información y desinformación sobre la COVID-19».

Consideremos la siguiente viñeta compuesta:

El Sr. A es un jubilado de 70 años con antecedentes de EPOC a quien su médico de cabecera le ha recomendado que se vacune contra la COVID-19. Se muestra extremadamente reacio a hacerlo, temiendo que «la vacuna cambie mi ADN» e «incluso pueda contagiarme de COVID». Ha escuchado a amigos en las redes sociales que los desarrolladores de vacunas «falsificaron los resultados» y están «en connivencia con el gobierno federal». El Sr. A ha escuchado a «expertos» declarar que las vacunas son seguras, pero no confía en ellos. El Sr. A no tiene antecedentes psiquiátricos ni de abuso de sustancias, y no hay anomalías cognitivas, perceptivas ni de otro tipo en el examen del estado mental del Sr. A.

Las creencias del Sr. A se pueden calificar como una «teoría de la conspiración», pero, a la vez, probablemente representan conceptos erróneos ampliamente difundidos sobre las vacunas contra la COVID-19, así como una desconfianza generalizada hacia las compañías farmacéuticas y el gobierno federal. En base en la información proporcionada, no hay motivos para concluir que el Sr. A sea psicótico o delirante. Sus creencias parecen ser el resultado de una «desconfianza epistémica» hacia los relatos informativos fidedignos, un procesamiento de información sesgado y la exposición a información errónea.

¿Cómo debe el médico tratar y cuidar a pacientes como el Sr. A? Si no hay delirios manifiestos, no hay lugar para la medicación antipsicótica, aunque en el caso de pacientes extremadamente ansiosos, eventualmente podría estar justificado un tratamiento con un ansiolítico durante un tiempo limitado. Además de proporcionar información médica precisa al paciente, el médico debe evitar discutir o intentar «disuadirlo» de su creencia. En cambio, debe centrarse en mantener y fortalecer la alianza médico-paciente; establecer una atmósfera de respeto y seguridad; aclarar las diferencias en las fuentes de información médica fiables; y dar tiempo al paciente para que procese las recomendaciones médicas.

La interacción personal con los proveedores de atención médica ha demostrado ser eficaz para reducir las dudas sobre las vacunas y corregir la información errónea. En el caso de los pacientes con creencias conspirativas menos arraigadas, a veces puede ser útil ofrecer con delicadeza hipótesis alternativas a la teoría conspirativa del paciente, utilizando elementos de la terapia cognitivo-conductual (TCC). Por ejemplo, un médico podría preguntar:

«¿Es posible que el artículo que leyó esté equivocado acerca de que la vacuna cambia su ADN?», al tiempo que le recuerda que, contrariamente a la creencia popular, las vacunas de ARNm se han estado desarrollando contra el cáncer durante varias décadas.

Cuestionar las creencias de manera colaborativa y reconocer las áreas de incertidumbre, en vez de confrontar o discutir sobre creencias falsas, puede fomentar la confianza entre el médico y el paciente y, como mínimo, abrir un diálogo sobre la posible exposición a información médica errónea.

Las estrategias de «inoculación» que presentan y luego disipan la desinformación antes de que los pacientes se vuelvan conscientes de ella son unas de las estrategias mejor respaldadas para mitigar la creencia en teorías conspirativas. Lo ideal sería que los médicos y los sistemas de atención de la salud mantuvieran un «inventario» continuo de la información médica errónea que circula por internet y «se adelantaran» a ella con información confiable.

Por último, dado que creer en teorías conspirativas suele asociarse con una sensación de incertidumbre y de que la propia vida está «fuera de control», las intervenciones médicas pueden enmarcarse como formas de recuperar el control y apelar a los valores de los pacientes; por ejemplo, diciendo:

Si se vacuna, tendrá más probabilidades de mantenerse sano, proteger a su familia y hacer todas las cosas que desea hacer».

SOBRE LOS AUTORES

Ronald W. Pies es profesor de psiquiatría y conferencista sobre Bioética y Humanidades en la SUNY Upstate Medical University en Syracuse, Nueva York.

Joseph Pierre, MD, es profesor clínico de ciencias de la salud en el Departamento de Psiquiatría y Ciencias Bioconductuales de la Facultad de Medicina David Geffen de la UCLA.

Fuente: Medscape, 4 de febrero de 2021

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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