En enero de 1986 se halló la “mancha” o “huella” que lanzó a la popularidad al cerro Pajarillo, que por su proximidad con el cerro Uritorco, localizado en Capilla del Monte, desató el fervor plativolista en esa localidad de la provincia de Córdoba. Pocos días después, Jaime Cañas, un audaz cronista del semanario FLASH, fusionó ufología y criptozoología en una noticia innovadora. Y presentó el más singular detector de fenómenos aéreos inusuales del mundo.
Por Fernando Jorge Soto Roland *
El 4 de febrero de 1986, a menos de un mes de la aparición de la famosa “Huella del Cerro Pajarillo”, en las inmediaciones de la ciudad de Capilla del Monte, un escueto artículo publicado en el semanario FLASH (anónimo, pero claramente escrito por el periodista y corresponsal en la región, Jaime Cañas) hizo expresa referencia a un evento ufológico en el que los platos voladores parecían darse la mano con criaturas salidas del universo de la criptozoología.
Los extraterrestres no venían solos. Misteriosas quimeras acompañaban sus fútiles movimientos sobre los cielos del Valle de Punilla (Córdoba), ahondando la ansiedad por encontrar respuestas a los extraordinarios sucesos que, desde el 9 de enero de aquel año, venían sacudiendo la capacidad de asombro de todo el país. Capilla del Monte estaba dando los primeros pasos que la llevarían a convertirse en una “región mágica”, dispuesta de romper con todos los paradigmas vigentes hasta entonces, hasta convertirse en uno de los centros ufológicos más importantes del mundo. Nicho que, a poco de hacerse famoso, resultó robustecido a partir de la llegada de contactados, místicos y toda una interesante galería de figuras New Age.
Capilla se reinventaba y Jaime Cañas resultó ser uno de los primeros gestores de ese cambio. [1]
El creativo reportero no sólo se limitó a exagerar la sapiencia de sus entrevistados, sino que también se tomó el trabajo de elevar los simples comentarios que escuchaba en el pueblo al status de “eventos extraordinarios”, dignos de ser publicados. Todo sumaba a la hora de promocionar el turismo de Capilla del Monte. Incluso este suceso, en el que el editor deslizó cierta veta humorística al titularlo.
El esfuerzo por convertir a Capilla en un reducto insondable de sucesos misteriosos no se detuvo. Lo venía haciendo desde fines de 1982. La promocionada aparición de ovnis (“naves extraterrestres”), la supuesta existencia de una ciudad intraterrena (Erks) o las evanescentes expediciones de nazis buscando por la región el santo Grial, se habrían visto incompletas sin la presencia de representantes de la NASA indagando en la zona en pos de información clasificada o grupos esotéricos interesados por hallar reliquias precolombinas, depositarias de poderes suficientes como para cambiar el rumbo de la historia americana en su conjunto. Pero faltaba algo: monstruos antediluvianos. Criaturas a las que los criptozoólogos denominan “críptidos”. Es decir, animales extinguidos a los que se les otorga la posibilidad de seguir vivitos y coleando fuera de la mirada de los simples mortales.
Muchas regiones del planeta convirtieron estas divertidas fantasías en un negocio más que redituable que atrae a miles de personas cada año. Pie Grande, el monstruo del Lago Ness, el Mothman (hombre polilla), son algunos de los muchos seres misteriosos (críptidos) que han dado origen a festivales, convenciones, congresos y un variopinto y rico mechandising.[2]
Lamentablemente, Jaime Cañas no alcanzó a ver los frutos maduros de su ímproba tarea. La muerte lo alcanzó en 1989 y él, sin duda, se llevó historias extraordinarias que condimentarían aún más el actual patrimonio intangible de la región Uritorco. Historias como las que comentaré a continuación.
En 1986, Jorge Paz era un reconocido profesor de tecnología en los colegios secundarios de Capilla del Monte y La Cumbre. Un tipo con intereses variados. Fue autor de cuentos y novelas de ciencia ficción, escribió guiones de historietas para la revista humorística cordobesa Hortensia y se desempeñó como empresario y maestro pizzero. La tradicional Pizzería Río Negro, la pizza más rica del pueblo aún hoy en día, era de su propiedad. Paz siempre había seguido con interés los sucesos capillenses, motivo suficiente para que Jaime Cañas lo entrevistara, consiguiendo la simpática historia que vamos a desarrollar.[3]
Paz declaró a la revista FLASH que cierto día, no especificado, observó “estupefacto” en el patio de su casa un “par de anillos de acero que giraban bajo la bóveda celeste. Luego de varios segundos, uno de esos artefactos se dirigió hacia el Uritorco, donde desapareció. El otro tomó rumbo sur”.[4]
No hay nada fuera de lo común en este brevísimo relato. Es más, existen miles de testimonios más sorprendentes recogidos cerca del famoso “cerro sagrado”, como muchos denominan al Uritorco, sin existir ninguna prueba histórica o arqueológica que avale ese estatus ontológico; a no ser los imaginativos aportes que Jaime Cañas hiciera en sus artículos, a principios de 1983, o las delirantes elucubraciones que más tarde publicara el místico Guillermo Alfredo Terrera en su variopinta bibliografía.
Lo novedoso en este suscinto “evento extraordinario”, que le otorga un cariz que oscila entre lo bizarro y un buen chiste de salón, es el modo por el cual Jorge Paz toma conocimiento de la presencia de los ovnis metálicos sobrevolando el cielo, justo por encima de su casa.
Sorprendentemente, no tuvo nada qué ver el SETI (Searh for Extraterestrial Intelligence) creado en 1984 y encargado de captar señales provenientes de supuestas inteligencias alienígenas haciendo uso de alta tecnología; tampoco ninguna organización amateur dedicada a cazar platos voladores a través de una bien aceitada red de llamados telefónicos. En este singular caso, la alerta temprana provino, consignó Cañas, “de un loro de bellos colores” que Paz tenía como mascota.[5]
“Un día empezó a gritar”, relató el testigo. “Miré hacia arriba y allí estaban”.[6]
El loro —en rigor, una cacatúa llamada Coco— se convirtió en el más original detector de naves extraterrestres que alguna vez haya existido en aquel valle cordobés.
Pero el reportero, no conforme con la historia, insistió:
“—Usted, como estudioso del tema, ¿vio algún otro fenómeno?”[7]
La respuesta, lógica y esperada, fue un rotundo “sí”.
“—Tengo mucho espacio abierto en mi jardín —agregó Jorge Paz— y aproveché el catalejo que me prestaron para mirar el cielo. Estaba una mañana observando el Uritorco cuando creí ver varios deportistas con alas delta. Eso me extraño mucho, pues ese deporte se practica en La Cumbre, no en Capilla del Monte. Entonces, cuando observé con mayor atención, me di cuenta que era pájaros enormes, con varios metros de ala. Esas aves jamás las había visto… Entonces me acordé de aquellos filmes sobre el mundo primitivo con dinosaurios y aves antiquísimas. Eran muy parecidas y jamás las había visto vivas. El loro entonces comenzó a gritar otra vez, y apareció uno de los anillos que giran y las aves regresaron detrás del monte”.[8]
Este giro criptozoológico no fue, ni es, común en la zona. Nunca encontré ninguna alusión anterior a esas criaturas “prehistóricas” y aladas, que —como el propio Paz sugirió— parecían haber salido de la novela El Mundo Perdido (1912) de Arthur Conan Doyle. La única historia que referenció críptidos de este tipo se dio varias décadas más tarde (2002) en la Ruta 17 que conduce a Ongamira; y en la que un grupo de personas aseguraron haber observado un extraña criatura alada; que aficionados al tema locales asociaron erróneamente con el famoso Hombre Polilla (Mothman). Sin duda uno de los críptidos más famosos dentro de universo onírico de los cazadores de monstruos.[9]
Tal vez sea éste un filón por explotar.
Con un poco más de lo que contó el profesor-pizzero de Capilla del Monte, la localidad de Van Meter en Iowa, Estados Unidos, no sólo lanzó al mercado un celebrado librito, sino que a la fecha festeja anualmente el Van Meter Visitor Festival, cuya principal estrella es un extraño pterodáctilo que lanzaba rayos de luz por un cuerno y que, según un antiguo periódico regional, causó estragos en 1903.[10]
Habrá que estar atentos. Tal vez en las muchas —y nunca encontradas— cavernas del Uritorco se escondan animales que creíamos extintos hace miles o millones de años. También es posible (porque todo es posible en Capilla y alrededores) que estemos ante extrañas mascotas provenientes de Erks; o —por qué no— entidades sobrenaturales que se asoman desde otras dimensiones.
A la hora de especular cualquier posibilidad es digna de consideración, ya que ellas nutren a variadas corrientes ufológicas aún vigentes.
¿Por qué no aceptar que —como los ovnis— esos animales fuera de contexto no vengan a cuestionar nuestros paradigmas materialistas, haciéndonos ver que la razón no es el sendero adecuado a la hora de alcanzar una postura holística, transpersonal y más espiritualista? En lo personal, no apoyo el realismo fantástico.
Así todo, queda sobrevolando una pregunta: ¿qué vio Jorge Paz aquel día?
Dejemos que sea él mismo cierre esta breve nota:
“—No tengo explicación racional sobre este hecho, pero solamente puedo afirmar que algo está pasando en la zona…”.[11]
* Fernando Jorge Soto Roland es Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la UNMdP (Argentina).
[1] Véase del autor: Jaime Cañas el corresponsal en Capilla del Monte que sembró el plativolismo pre-erksiano. Disponible en Factor
[2] Véase del autor: Escenarios y escenografías del misterio. Monstruos, extraterrestres, mentiras y negocios. Disponible en Revista la Razón Histórica.
[3] Cañas, Jaime, “El loro que señala apariciones” en FLASH N° 296 del 4 de febrero de 1986. Archivo del autor (originales en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno).
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9] Véase del autor: El Hombre Polilla de Capilla del Monte (Parte 1). Disponible en Academia. Y El Hombre Polilla de Capilla del Monte (Parte 2). Apostillas a una postergada historia regional. Disponible en Academia.
[10] Véase del autor: “El extraño visitante de Van Meter. Anomalías, festividades y monstruos inventados” en Homínidos, Humanos, ¡Humanoides!, Editorial Coliseo Sentosa, Chile, 2023, pp. 159-186.
[11] Cañas, Jaime, “El loro que señala apariciones” en FLASH N° 296 del 4 de febrero de 1986. Archivo del autor (originales en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno).