“No miren arriba” (ni a los costados): el sentido está en lo que la película omite

“Don´t look up te hace mirar a dónde Netflix quiere que mires, no a dónde hay que mirar”, dice en su crítica Nicola Delpo (Kokote Multiversal, Dr. Multiversal): «un imperialismo maquillado en clave progresista».

La cosa es así: todas las películas, hasta las peores, nos hablan de un estado de cosas del mundo. Entonces, ya que tenemos ganas de verla, casi la terminamos de ver, o ya la vimos, ¿qué tiene de aprovechable el último tanque de la casi hegemónica plataforma de streaming para analizar el estado del mundo en el siglo XXI?

La película puede gustar o no, pero deja servidos unos cuántos tópicos dignos de discusión. ¿Es posible que la llamada “cultura de las celebridades” anule completamente las consecuencias del inminente choque de un cometa, banalizándolo como un presagio apocalíptico más? ¿Alcanza disfrazar a Donald Trump de mujer para caricaturizarlo? ¿Dónde quedan parados, entonces, sus opositores? Y en tal caso, ¿qué hace esa oposición?

Si fuese posible hablar de manipulación, ésta no aparece tanto en lo que el film muestra sino en lo que omite.

“Irónico, oscuro e inteligente”, celebra la revista Time de “Don´t look up”  (“No miren arriba”). Por algo los norteamericanos no se ríen de los mismos chistes que nos hacen reír a nosotros. También se dijo acá y acullá: “Genialidad que desenmascara la situación del capitalismo”. “Una sátira liviana que pregona ciencia irreal y cierra con un final religioso que Sagan no hubiera perdonado” o “Ni en un sátira es creíble ver a dos científicos, Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) y su profesor, el Dr. Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), solos contra el mundo ¿y la Unión Astronómica Internacional dónde está? ¿Y los del Centro de Estudios de Objetos Cercanos a la Tierra (CNEOS) del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL)?”.

Dejando de lado a quienes sólo soportaron la primera media hora, algunos hubiesen despachado a “Don’t Look Up” como un bodrio de los que cada tanto expende la factoría Netflix si no fuese porque aborda temáticas candentes bajo el epígrafe «basado en hechos reales»: la estupidización de las redes, el negacionismo científico, los nuevos tecnovillanos y un mar embravecido de fondo, determinado por el contexto pandémico y otro nada menor, el calentamiento global.

¿Es “Don´t look up” una mueca grotesca del mundo real? Entre los críticos menos salvajes, muchos salieron por la tangente del entretenimiento. “Es una comedia pochoclera, no le busquen la quinta pata al gato”. Afirmación matizable, si las hay: una comedia debería hacer reír, y se hace cuesta arriba recordar gags memorables. Quizá por eso “No miren arriba” («No mires arriba», en España) sorteó el escollo postulándose como sátira socio-política, entendiendo que la sátira no necesariamente pretende hacer reír: la predicción que pone en marcha la historia, un cometa que viene a llevarse puesta a la Tierra, podría no ser tan graciosa.

¿Aporta una mirada realista sobre cómo funciona la comunidad científica en el mundo real? Mencionar un par de veces la expresión «revisión por pares» no parece suficiente, sobre todo cuando los científicos que protagonizan el film cierran sus intervenciones públicas a grito pelado –esto es, sin la menor habilidad para comunicar las consecuencias dramáticas e irreversibles de una catástrofe global– y sólo cuentan con la compañía de un único aliado, el Dr. Clayton Oglethorpe (Rob Morgan), jefe de la Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria de la NASA, fatalmente desconectado de sus pares, a quienes el poder tecnocrático parece haber logrado borrar de la faz de la Tierra.

“Don’t Look Up” ha caldeado las redes. Tal vez porque hay algo involuntariamente irónico en su trama: suscitó hastío o dejó satisfechos a espectadores con posturas muy distintas, incluso irreconciliables.  Muchas personas que “se nos parecen” la han celebrado; otras, con las que no solemos acordar, la rechazaron de plano o reivindicaron ciertos ribetes ideológicos. Entre los favorecedores, algunos festejaron cómo desnuda la banalización mediática, la estridente frivolización que oculta la realidad social, y los peligros que acechan a las sociedades que desprecian a sus científicos. ¡Pero no faltaron antivacunas que han creído identificar a “sus científicos out-of-system” con la pareja heroica! (La del comienzo de la película, no la que, cuando se cansó de gritar, descubre distraídamente en el cielo la luz del cometa).

LA ALUMNA Y EL PROFE. El Dr. Randall Mindy (Di Caprio) y su alumna, Kate Dibiansky (Jennifer Lawrence). Solos contra el mundo. Un “detalle” sobre el problema de credibilidad que atraviesa toda la película.

Un flanco de conversación aprovechable del film parecen ser las reflexiones que evaden la crítica cinematográfica ordinaria –hay buenas actuaciones, otras no tanto y el número musical apesta–; así es como, en este post, optamos por llevar la mirada a su núcleo de hierro: su contenido ideológico.

Una mirada benevolente rescata que podría estar ridiculizando las aristas burdas del capitalismo. Pero claro: hilando fino, o quizá no tanto, su crítica es un brulote que no saca los pies del plato. Es una película cuyos cuestionamientos siguen estando dentro de la lógica hegemónica del capitalismo. Ahí apunta la crítica de Nicola Delpo (Kokote Multiversal, Dr. Multiversal) –un conspiranoico de los buenos: nos hace pensar–, para arrimar al debate argumentos políticos antes que disquisiciones peregrinas sobre el impacto de TikTok en la construcción de la imagen pública de la ciencia, el discurso idiota del hijo de la presidenta o cuán verosimil resulta aceptar la invitación de un talk-show para comunicar el fin del mundo.

el editor

ELLA, LA PRESI. Meryl Streep es la presidenta Janie Orlean. Después de Trump y Bolsonaro es dificilísimo caricaturizar a un fascista lunático con la cabeza en cualquier parte. Su última escena es probablemente el golpe más certero del film.

Por Nicola Delpo (*)

Seré sincero: la única razón por la que vi “Don´t look up” es porque me despertó cierta curiosidad la premisa “dos científicos intentan advertir sobre un evento catastrófico que podría aniquilar a la humanidad pero la gente es demasiado estúpida y los políticos muy corruptos como para dar alguna solución o entender el riesgo real. Ni hablar de entender algo de ciencia”. Esta podía funcionar como sutil propaganda de control social enmascarada de crítica o ligera sátira sobre estos caóticos tiempos.

Me refiero, sobre todo, a esa tendencia tan presente en el discurso del statu quo, los medios corporativos y toda la runfla tecnocrática cada vez más especializada en crear falsas oposiciones vía “fear porn” y escenarios catastróficos. Algo que no es nada nuevo, claro: mientras las crisis se usan para seguir concentrando los recursos en poquísimas manos, a la par que se cercenan derechos que generaciones anteriores daban por sentados, se alimentan grietas más bien artificiales que solo sirven para vender más explotación aunque esta vez por oposición a lo que uno «no es».

(Si no saben de que estoy hablando vean The Power of Nightmares del genial Adam Curtis: la peli tiene más de una década pero la situación no solo no ha cambiado sino que hasta se podría decir que, desde entonces, el poder real no ha hecho más que redoblar la apuesta del miedo y la división de forma sistemática).

Así que me armé de paciencia y soporté estoicamente una primera media hora muy poco dinámica con escenas que intentan ser graciosas sin lograrlo y un guión que parece creerse más inteligente y agudo de lo que realmente es. Algunos pensarán: que es solo otra peli de “joligud”, que las sátiras no necesariamente deben ser comedias y, aunque pueden tener momentos graciosos, el objetivo principal no es hacer tanto hacer reír sino más bien hacer pensar.

Soy de los que opinan que ser gracioso no necesariamente va de la mano de tener razón y, si mi apuran, podría decir que el humor que más me divierte es tan absurdo o idiota que está en las antípodas del “tener razón” o estar totalmente de acuerdo con el punto de vista expuesto. Como George Carlin diciendo que los huracanes y demás desastres naturales son una maravilla porque ayudan a liberar al planeta de la plaga humana (además de ser un espectáculo hermoso) o Bill Hicks riéndose de los no fumadores.

No es tanto lo que se dice si no el “cómo” se dice. Es gracioso y punto.

Mi problema con “Don´t look up” no es solo que es poco o nada graciosa y con diálogos mal escritos, si no que como sátira es sumamente inexacta, como alguien que intenta hacer un comentario social perspicaz solamente con la información que recibe de la CNN o cualquier medio corporativo, algo perdonable si los gags funcionaran o si el director, en vez de fingir sagacidad, hubiese optado por abrazar la idiotez absoluta, algo que, paradójicamente, siempre denota cierto nivel de inteligencia como en la muy entretenida y algo profética “Idiocracy” (Judge, 2006), a años luz de “No miren arriba”.

Vamos al punto:

El planteo de la peli es claro y lineal. La gente, los medios y los políticos no se toman las amenazas globales en serio, tan ocupados como están en atender las redes sociales, los tweets y re-tweets, el rating y –en el caso de los políticos– los negocios y las campañas electorales. Sin embargo, esta lectura no solo es inexacta si no absolutamente sesgada. Principalmente porque deja de lado que en este tipo de crisis el escenario contrario sería muchísimo más probable. O, para ser más concreto, si un evento catastrófico de esa magnitud (un cometa se dirige a la tierra y amenaza con destruir el planeta) se hiciera presente los medios estarían encantados de difundir 24 horas de pánico non-stop, tiñendo todo de un amarillismo sensacionalista para levantar los ratings mientras los gobiernos (o más bien, el poder detrás de ellos) verían como darle la vuelta a la cuestión para aprovechar la crisis e imponer leyes draconianas con la excusa de la seguridad y el bien común.

De hecho, basta con mirar la historia de los últimos 50 años o incluso más atrás para entender que esto siempre ha sido así.

BANALIZACIÓN MEDIÁTICA. Cate Blanchett y Tyler Perry presentan un insípido programa matutino en “Don’t Look Up”. El problema: no hay medio amarillista que se resista al rating de una catástrofe inminente.

Desde el maccartismo, la “guerra contra las drogas”, la “guerra contra el terrorismo” y la reciente crisis sanitaria, el poder real siempre busca primero amplificar las crisis a través de los medios propagando el miedo para imponer soluciones que, más que destinadas a resolver el problema, parecen estar al servicio de perpetuar las estructuras del poder. O, como dice el famoso adagio atribuido a Churchill y repetido por un oscuro asesor y recaudador de fondos de Bill Clinton:

“Nunca desaproveches una buena crisis”.

Pero se entiende, es Netflix y, como medio liberal que es (“liberal” en el sentido gringo, nada que ver con los Mileis y demás fans tardíos de Ayn Rand), casi que la única critica permitida es al trumpismo, los conservadores, y los “negacionistas científicos”. De hecho –y aunque Meryl Streep no esté tan mal como una Trump femenina, histriónica y demagógica, el planteo es totalmente forzado en presentar una (falsa) oposición entre unos científicos honrados (bueno, el personaje de Leo Di Caprio se desvía un rato pero como es bueno después se arrepiente) y los populistas de derecha, brutos y anticiencia. Y no es que no haya motivos de sobra para reírse de esta última facción pero, como siempre, la manipulación funciona no tanto a través de lo que se muestra sino más bien de lo que se elige omitir.

La opción más honesta, por supuesto, hubiese sido mostrar un bipartidismo en decadencia con dos facciones totalmente corruptas y fanatizadas y la pareja de científicos no solo ignorados o alternativamente  usados por ambos bandos si no también constantemente hostigados por los científicos corporativos, esos que trabajan para las agencias militares con presupuesto ilimitado y que uno podría imaginar, si no como los verdaderos villanos de esta historia, al menos como una presencia misteriosa, amenazante y oscura. O, dicho en otras palabras, la ciencia corporativa instrumentalizada por el complejo militar industrial (ver DARPA).

Pero acá vemos un solo partido político, el de los demagogos populistas algo fachos mientras a los otros prácticamente los tenemos que imaginar. Claro, exponer el sistema bi-partidista gringo como el verdadero fraude que es hubiese requerido un guión bien escrito y posiblemente una película, otra película, que Netflix jamás financiaría. Porque los “buenos” acá son unos científicos bien recortados de cualquier sobre-estructura corporativa en un mundo donde el complejo militar industrial no parece siquiera existir. Además ¿quién es el contricante de la presidenta populista en la contienda electoral? Nunca lo vemos y se entiende: ¡es Netflix!

Por último, la tangente más interesante y el único punto de giro que puede generar cierta expectativa: la irrupción del CEO de la compañía DASH (una caracterización que es de lo mejorcito de la peli, algo así como una cruza entre Steve Jobs, Jeff Bezos y Elon Musk), algo que funciona como comentario relativamente acertado sobre el peligro que significan estos mega-billonarios de las compañías tecnológicas y su influencia decisiva sobre las figuras del poder político y el mismo gobierno –que en este caso aparecen como unas marionetas más bien inútiles.

ZUCKERBREZOSMUSK. Peter Isherwell (Mark Rylance), CEO de Bash, quiere ganar plata haciendo estallar el asteroide. Lo mejor: nunca pierde el optimismo. Lo peor: los financistas de ese transhumanismo de cocción rápida ponen los huevos en todas las canastas.

Sin embargo, la alianza entre gigantes tecnológicos y populistas de derecha, aunque no del todo improbable, es bastante anacrónica o no tan asentada como ocurre con los de la vereda de enfrente. Porque lo que vimos en estos últimos años es más bien todo lo contrario: la clase profesional, los medios y políticos liberales del partido demócrata trabajando codo a codo con las Big Tech, usando muy astutamente la oposición a los conservadores para legitimarse ante un mundo políticamente correcto.

Y este es el punto interesante que generalmente se ignora en el juego de ajedrez 3-D de este circo mediático que es el pan nuestro de cada día. La derecha conservadora populista y nacionalista, blanco preferido de la prensa hegemónica globalista y liberal, tiene como principal función legitimar las políticas depredadoras de un imperialismo maquillado en clave progresista («lo hacemos por tu bien»). El problema reside que mientras se crea una falsa oposición y se repite como mantra “no somos ellos” se erigen mecanismos de control cada vez más invasivos y no es de extrañar que, en un punto, ese sistema tecnocrático hiper-centralizado, que con las más diversas excusas vemos desarrollarse antes nuestras narices, sea muy pronto indistinguible del fascismo al cual dice oponerse.

Ya que hablamos de sátira –y este sí es un clásico muy logrado– no es muy descabellado arriesgar que si uno tuviese por unos minutos los anteojos del film They Live (Carpenter, 1988) donde el subtexto de la propaganda liberal dice: “No somos como esos nazis”, uno podría finalmente leer la frase completa:

“No somos como esos nazis. De hecho, somos otros nazis más copados porque te cuidamos”.

Entonces, “No miren arriba” no sólo aparece como un título acertado para esos “bárbaros” y “negacionistas” que no quieren aceptar que un cometa se les viene encima si no, paradójicamente, también para los que, enfrascados en la enésima grieta de diseño, no logran divisar lo que está arriba del bipartidismo, las instituciones, los especialistas, el cientificismo corporativo y los discursos prefabricados repartidos entre las diferentes facciones. Los amplificadores de amenazas, falsas promesas y dialécticas vacías. Los que intentan día a día conducirnos al matadero de los estados de seguridad y vigilancia.

Y, pensándolo bien, creo que concuerdo con Carlin. Asteroides, cataclismos o tsunamis no son tan mala idea, después de todo. O, como él bien diría:

“Siempre es bueno tomar riesgos”.

(*) Nicola Delpo (también conocido como Kokote Multiversal, o Dr. Multiversal) es músico, guionista, eventual realizador audiovisual y en sus palabras «opinologo chapucero todo terreno». Autor de efímeros blogs y músico fundador del combo de chamamé psicodélico Los Síquicos Litoraleños, Nicola hoy reside en La Paz, Bolivia, donde planea un documental sobre las ruinas de Tiwanaku y misterios afines. En Factor escribió Una hiperstición (meta) ficcional, a propósito de «Historia de lo oculto» (Ponce, 2020).

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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