¿Naves o aves? Regreso a los “platillos” de Arnold

30-UFO-Encounters-9Hace veinte años, a medio siglo del nacimiento de los platillos voladores, Martin Kottmeyer postuló que la mejor hipótesis posible para explicar la observación de Kenneth Arnold era la ornitológica: una bandada de cisnes.

Más tarde, el investigador británico James Easton subió la apuesta y ofreció su propia idea: que había sido una bandada, sí, pero de pelícanos blancos americanos, las aves más grandes de América del Norte.
Grupos observación ornitológica norteamericanos estuvieron de acuerdo con él, al igual que el investigador Robert Sheaffer, para quien “a diferencia de muchas especies, los pelícanos blancos habitualmente se elevan sobre las térmicas, gracias a sus alas delgadas, máxime cuando viajan largas distancias en busca de comida”. Otro detalle: cuando los pelícanos elevan vuelo, sus alas no se mueven. En efecto hay videos donde vemos bandadas de pelícanos blancos que planean durante diez minutos sin haber batido sus alas una vez sola vez.

No era la primera vez que algún ufólogo, incómodo ante una hipótesis realista, se la agarró con el mensajero y no con el mensaje: Jerome Clark llamó “pelicanistaa Easton y por añadidura a los escépticos, algunos de los cuales adoptaron el pelicanismo a mucha honra, tal el caso de John Rimmer, editor de Magonia.

Sin Kottmeyer, Easton no hubiese propuesto aves donde antes se veían “naves” o “armas secretas soviéticas”. El ensayista reconoció que el vuelo de los pelícanos blancos americanos era mejor hipótesis que la suya –aunque apena abandonar la carga poética de una confusión causada por una bandada de cisnes.

A propósito del 70 Aniversario de la observación de Arnold nos pareció oportuno dar a conocer la traducción al español de Luis R. González del artículo “Resolving Arnold”, publicado por Kottmeyer en REALL News Volº 5 nº 6 (junio 1997) y nº 7  (julio de 1997), que postula la hipótesis de los cisnes y repasa otras, en un ensayo fascinante sobre cómo pensar de vuelta la «experiencia platillista» con la que comenzó todo.  Demás aclarar que su artículo es pre Internet: fue escrito antes de que fuese posible ver volar bandadas de pelícanos en YouTube o reconstruir en 3D lo sucedido con Google Maps.

arnoldufon

pelicansaboveEl vientre blanco de los pelícanos refleja la luz solar

Una bandada de pelícanos en ascenso parece «destellar» cuando el vientre blanco de cada pájaro se vuelve hacia el observador. La imagen de la bandada se desvanece cuando sus puntas oscuras se vuelven hacia el observador. En el video, los pelícanos parecen «destellar» en unos 57 segundos, luego nuevamente alrededor de 1:20, 1:42 y 2:00.

Por Martin Kottmeyer

Otro aniversario del fenómeno de los platillos volantes está al caer, y resulta normal que nuestros pensamientos viajen en el tiempo hasta el caso que lo inició todo, el avistamiento por parte de Kenneth Arnold de nueve objetos desplazándose a gran velocidad en las cercanías del monte Rainier una soleada tarde de Junio. Fue la sensación del momento alcanzando las primeras páginas de los periódicos por toda la nación. Más veloces que cualquier aeroplano de la época, los objetos de Arnold constituían un enigma sin una solución sencilla. Los pilotos de tales naves deberían haberse proclamado victoriosos en la carrera por romper la barrera del sonido, pero ninguno logró jamás ascender al podio. Portavoces oficiales de las fuerzas armadas americanas negaron que fuesen nuestros. Los portavoces rusos negaron tener algo que ver con el asunto. Los informes sobre platillos volantes se multiplicaron en la estela del misterio que rodeó a los objetos vistos por Arnold, y desde entonces no han dejado de fluir.

PRIMERA NOTICIA Así fue difundida por primera vez la historia de Kenneth Arnold por la agencia Associated Press: PENDELTON, Ore., Junio 25 (AP) - Nueve objetos brillantes con aspecto de platillo y volando a una "velocidad increíble" en torno a los 10.000 pies (3.300 m) de altitud, fueron denunciados por Kenneth Arnold, un piloto de Poise, Idaho, quien aseguró que no ser capaz de adivinar qué eran. Arnold, un empleado del Servicio Forestal de los Estados Unidos ocupado en la búsqueda de un avión perdido, dijo haber visto los objetos misteriosos ayer a las 3 P.M. Según dijo, volaban entre el monte Rainier y el monte Adams, en el estado de Washington, y parecían zigzaguear dentro y fuera de una formación. Arnold asegura que los cronometró, estimando su velocidad en 1.200 millas a la hora. Como Martin Kottmeyer ya ha contado en "El error del platillo", los objetos no tenían forma de platillo sino que “volaban de forma errática, como cuando lanzas un platillo rebotando sobre el agua”. Por contra, Arnold aseguró que “no eran circulares”. Al parecer el redactor se confundió e inventó así el término “platillo volante”.
PRIMERA NOTICIA
Así fue difundida por primera vez la historia de Kenneth Arnold por la agencia Associated Press:
PENDELTON, Ore., Junio 25 (AP) – Nueve objetos brillantes con aspecto de platillo y volando a una «velocidad increíble» en torno a los 10.000 pies (3.300 m) de altitud, fueron denunciados por Kenneth Arnold, un piloto de Poise, Idaho, quien aseguró que no ser capaz de adivinar qué eran.
Arnold, un empleado del Servicio Forestal de los Estados Unidos ocupado en la búsqueda de un avión perdido, dijo haber visto los objetos misteriosos ayer a las 3 P.M. Según dijo, volaban entre el monte Rainier y el monte Adams, en el estado de Washington, y parecían zigzaguear dentro y fuera de una formación. Arnold asegura que los cronometró, estimando su velocidad en 1.200 millas a la hora.
Como Martin Kottmeyer ya ha contado en «El error del platillo», los objetos no tenían forma de platillo sino que “volaban de forma errática, como cuando lanzas un platillo rebotando sobre el agua”. Por contra, Arnold aseguró que “no eran circulares”. Al parecer el redactor se confundió e inventó así el término “platillo volante”.

Todos sabemos ya a estas alturas que los fenómenos aéreos inusuales son mucho más antiguos que el caso Arnold, pero su informe dio lugar a una controversia que lo ha convertido en un punto de referencia ineludible en la historia de este asunto. Más complicado es determinar si debe ser llamado un clásico, o al menos un caso significativo; todo depende de la perspectiva de cada cual. En términos de influencia cultural, ningún caso podría ser más importante. En términos del peso de las evidencias que facilita sobre un fenómeno extraordinario que requiera la creencia en los extraterrestres o algún nuevo conjunto de conceptos científicos, el caso Arnold desaparece del mapa, superado por casos con testigos múltiples, huellas sobre el terreno y ovnis documentados fotográficamente. En su presentación inicial, el caso Arnold era un caso de testigo único sin la menor corroboración. El piloto de un DC-4 que se encontraba a unas 20 millas de distancia, informó no haber visto nada anormal (1). Jacques Vallée lo descalificó diciendo «no puede considerarse, desde ningún punto de vista, uno de los mejores informes» (2). En una encuesta realizada en 1965 entre los grupos ovni donde se preguntaba por los casos más significativos, ni el NICAP ni el APRO incluyeron el incidente de Arnold.

Ken Arnold Flying3

Y sin embargo, la credibilidad de este testigo único parecía buena. Arnold era un piloto experimentado. Incluso los periodistas más escépticos pronto se convencieron de su honestidad (3). El informe que ofrecía no parecía exagerado, en el sentido de que carecía de adornos sobrenaturales. Cierto que la velocidad de los objetos no se limitaba a extrapolar las maravillas aeronáuticas del momento, sino que representaba multiplicar por dos la de los reactores más rápidos de la época. También resultaba demasiado complicada innecesariamente, en especial por lo que se refiere a detalles como los movimientos erráticos de los objetos y esa formación escalonada completamente opuesta a las ordenanzas de la Fuerza Aérea. Era casi como si el testigo se esforzase por no ser creído, al hablar nada menos que de nueve objetos desplazándose a esas velocidades de vértigo. ¿Por qué no limitarse a informar de un único y llamativo reactor siguiendo una trayectoria recta como una bala que hubiera pasado por delante de su avioneta? Eso habría bastado para captar la atención si lo que se buscaba era publicidad.

Aunque no existe el menor motivo para cuestionar su sinceridad, algunos ufólogos expresan reservas sobre la psicología del testigo. Sus especulaciones nada ortodoxas sobre que los ovnis serían animales espaciales capaces de cambiar su densidad, han preocupado tanto a Frank Salisbury como a Ronald Story (4). No obstante, nunca se ha articulado la relevancia de esta opinión respecto de su avistamiento de 1947. Otros han calificado a Arnold de repetidor debido a otros avistamientos de ovnis que habría denunciado en los años siguientes. Entre ellos, un incidente ocurrido en 1952, cuando se tropezó con dos ovnis transparentes y vivos que Arnold sospechaba fueron conscientes de su presencia (5). Esto nos sugiere un posible delirio de observación, y cierto grado de paranoia. Una entrevista dada en 1981 refuerza tal suposición, cuando Arnold manifiesta su creencia de que J. Allen Hynek estaba confabulado en secreto con la Fuerza Aérea y que el gobierno se mostraba temeroso de la idea de que los ovnis pudieran provocar su destrucción (6). Podría razonarse que esa paranoia pudiese estar relacionada con cierta lesión de rodilla que desbarató todas sus ambiciones de participar en las Olimpiadas, destrozando sus planes de utilizar su talento atlético para pagar su educación universitaria (7). Es un síndrome bastante común, conocido como la «neurosis del atleta» (8). Algo así podría haberle inculcado el hábito de confundirse en situaciones muy emotivas.

Por contra, frecuentemente la paranoia aparece asociada con un percepción potenciada, lo que ofrecería cierta base a confiar en la validez básica de la experiencia (9). Debemos aceptar que vio algo y que informó de lo visto con exactitud, pero quizá su interpretación de lo ocurrido y la elección de cuáles fueron los detalles más importantes podrían estar sesgadas. Lo que estaba mirando puede no ser idéntico a lo que vio. En sí mismo, la idea inicial de Arnold de estar viendo algunos prototipos secretos experimentales, resulta extraña. Aparte de su inusitada velocidad para la época, nadie esperaría que unos prototipos secretos volasen en grupos de nueve, y menos aún exhibiendo unos movimientos tan erráticos. La expectativa normal sería un único prototipo, quizá con un avión convencional tras de sí para un seguimiento adecuado. Si el objetivo era conseguir altas velocidades, la introducción de esos movimientos erráticos en zigzag, parece suicida. También tiene poco sentido probar un aparato en las cercanías del monte Rainier, enclave turístico y una de las montañas más visitadas, si alguien pretende mantener el secreto.

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La pregunta sobre qué fue lo que realmente vio Arnold ha generado una literatura considerable, que invita a comentar que el caso Arnold debe ser el caso más veces resuelto de la ufología. Desgraciadamente, no estoy diciendo que sea el caso donde más cabos sueltos han sido atados, sino que es el caso que ha recibido más propuestas de solución que ningún otro.

El ATIC, el Proyecto Libro Azul, William K. Hartmann (coautor del Informe Condon) y Ian Ridpath, han argumentado que Arnold simplemente habría observado un grupo de aviones convencionales que se encontraban más cerca de lo que él pensaba y fueron vistos a través de una capa atmosférica deformante que explicaría los movimientos ondulatorios descritos por Arnold (10). Esta argumentación tiene varias dificultades, entre ellas, el hecho de que el piloto del DC-4 cercano no observó ese grupo de aviones, el hecho de que ninguno de los supuestos pilotos de los mismos saliera a explicar lo sucedido tras descubrir el lío que habían armado, la formación nada convencional de los aparatos, y la ausencia de colas visibles.

Donald Menzel sugirió que los objetos eran ráfagas ondulantes de nieve elevándose de las cumbres montañosas (11). El capitán Edward Ruppelt del Proyecto Libro Azul rechazó esta idea por imposible porque ya no queda nieve en polvo en las estribaciones montañosas en el mes de junio (12).

Martin Gardner ha sugerido que los objetos eran globos (13). Tal idea pasa por alto el perfil plano dibujado por Arnold. Además, Arnold había comentado que ese día el aire no presentaba turbulencias, lo que parece inconsistente con los movimientos ondulatorios descritos.

Richard J. Reed apuntó la posibilidad de que fuesen nubes orográficas (14). No obstante, dado que este tipo de nubes tiende a permanecer estacionario, la extensa distancia angular cubierta por los objetos resulta difícil de explicar. Algo similar ocurre con la velocidad angular. Estas objeciones son también de aplicación a soluciones donde intervengan nubes o espejismos de las cumbres montañosas (15).

En su último libro, Menzel volvió a insistir en su idea de que Arnold podría haberse confundido por diminutas gotitas de agua en la ventanilla de su avioneta (16). Tal posibilidad olvida el hecho de que Arnold, de forma explícita, aseguró que había bajado dicha ventanilla para poder observar mejor los objetos (17).

Otto Billing propuso que Arnold habría sufrido una regresión indicativa de una personalidad reducida, en base a que las ondulaciones de los objetos evocan el afloramiento de la imagen de la serpiente, tan común en todas las religiones (18). Dicho análisis entra en contradicción con la propia mitografía diseñada por Billing que asegura que las ondulaciones significan benevolencia. Arnold dejó muy claro que para él los objetos eran una amenaza, una molestía, algo perturbador.

Paul Devereux planteó que Arnold vio luces tectónicas (19). Esto significa que los objetos debían emitir luz. Y tal idea es inconsistente con la descripción de Arnold que señala que los objetos formaban «una fina línea oscura» cuando se silueteaban contra las cumbres nevadas de las montañas. También aseguró haber visto como el sol se reflejaba en los objetos de tanto en tanto. Resulta difícil imaginar como unas luces tectónicas habría podido mantenerse en formación durante más de un minuto sin dispersarse o fundirse por culpa de su carga eléctrica.

Stuart Campbell ha propuesto un exótico esquema donde intervinieron espejismos de montañas distantes. El detalle más divertido de su propuesta es la necesidad de que Arnold confundiese los montes Adams y Rainier con los picos Pinnacle y Lookout en la sierra Tatoosh, aunque éstos apenas si llegan a la mitad del tamaño de los primeros (20).

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A estas alturas, los extraterrestres empiezan a parecer una alternativa bastante aceptable. Al menos potencialmente, con ellos se podría explicar la tremenda velocidad, inexplicable de otra forma para la época. Las ondulaciones descritas por Arnold podrían haber matado a un piloto humano pero podrían ser aceptables para una biología alienígena. Por ejemplo, Gerald Heard propuso la idea de unas super-abejas que habrían evolucionado en un entorno hostil como Marte (21). Podría cuestionarse si la fisiología de los insectos sería efectivamente más resistente a maniobras de gran aceleración, pero el punto más atractivo de esta idea es que los insectos podrían estar psicológicamente predispuestos a volar de forma errática, lo que socavaría las objeciones de que ningún ser inteligente volaría de forma tan extraña. Incluso podría añadirse, aunque tuvieron que pasar más de dos décadas antes de que empezasen a aparecer encuentros cercanos con ellos, que algunas personas han denunciado haber visto entidades insectoides a bordo de los ovnis (22). También podríamos atribuir a la psicología insectoide cierta preferencia para viajar en grupo, aunque esa formación escalonada parece problemática.

¿Es ésta, entonces, una buena solución a las paradojas que nos ofrece el incidente de Arnold?

Volvamos a intentarlo.

Una de las dificultades que aflora ante cualquier intento de convertir el caso Arnold en un ovni verdadero, es el dibujo que se conserva en los archivos de la Fuerza Aérea. La forma del objeto visto desde arriba es bastante similar a la del tacón de un zapato. No solamente no es redondo, como deberían ser todos los buenos platillos volantes, sino que para cualquier propósito práctico es algo único. Sólo uno o dos casos ovni conocidos se le parecen algo -la fotografía Rhodes de 1947 y quizá los recuerdos de Frank Kaufman en 1993 sobre lo ocurrido en Roswell 46 años antes. Esta forma característica y única pone en cuestión si realmente este caso debería considerarse parte del fenómeno ovni.

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Esto dibujó Arnold sobre los objetos que vio. Tomado del informe original conservado en los archivos de la Fuerza Aérea. Fuente: Brad Steiger, «Project Blue Book», Ballantine, 1976. Existe traducción en castellano: «Proyecto Libro Azul», EDAF, 1977.

Por otro lado, Allen Hynek mencionó cierto argumento que debemos comentar porque ha sido repetido, tanto por los defensores como por los críticos del caso, sin notar que es parcialmente erróneo. Hynek afirma que el ojo no puede identificar objetos que cubran un ángulo inferior a 3 minutos de arco. Si aceptamos que Arnold tenía razón al asegurar que los objetos se encontraban a 25 millas de distancia, y que la longitud de cada objeto era de veinte veces su anchura, entonces unos sencillos cálculos trigonométricos situarían su tamaño en torno a los 600 metros de longitud. Esto es algo demasiado enorme como para ser creíble. Una flota de naves tan titánicas taparían el sol y una buena parte del cielo a las personas que se encontrasen en la vertical de sus desplazamientos. ¿Cómo podía haberlos visto una única persona a 25 millas de distancia, y todos aquellos más cercanos no darse ni cuenta?

Hynek adopta entonces un enfoque complementario. Aceptemos las 25 millas de distancia y aceptemos las estimaciones de Arnold sobre la longitud de las naves (unos 15 metros cada una) y resultará que el ángulo visual cubierto por cada nave era de unos 80 segundos (1 minuto 20 segundos) de arco. Dado que tal estimación se encuentra por debajo del mínimo de resolución del ojo, Hynek la consideraba imposible (23). Tal juicio era excesivamente severo. Diversos textos consultados por mi sitúan el límite de resolución visual en torno a 1 minuto de arco. Y este límite puede ser incluso inferior, dependiendo de la luminosidad (24). Dado que el avistamiento de Arnold fue a plena luz del día y que, según su propio relato, los objetos reflejaban muy bien la luz, las condiciones para la visión eran óptimas. También hay que señalar que existen diversos tipos de resolución visual que pueden permitir que el ojo sea capaz de detectar líneas tan finas como 1/100 minutos de arco. El decidir cuál de esos tipos de resolución es aplicable en esta situación real no es algo automático. En su informe, Arnold asegura haber visto las siluetas de los objetos contra la nieve, lo que sugiere como analogía práctica los límites de resolución aplicables en la observación de manchas solares. Se sabe que en ese caso, las personas pueden llegar a detectar manchas solares tan pequeñas como 27 segundos (casi medio minuto) de arco. El resultado de 80 segundos obtenido por Hynek no sería suficiente para rechazar por sí solo el informe de Arnold.

comingSi queremos ser justos cabe señalar que Arnold ofreció otra medida del tamaño de los objetos, digna de consideración. Comparó su tamaño angular con la distancia entre los motores del DC-4 ya mencionado, distante unas 15 millas según su propia estimación. Ello nos da una distancia visual de 2 minutos 40 segundos, estimación todavía mejor en términos de plausibilidad de la resolución y que sigue dentro de un margen de error consistente con el resto de las cifras. En ambos casos se trata de imágenes diminutas, pero no tanto como para que sean imposibles de ver. Aunque ello fortalece la credibilidad de Arnold como observador y permite imaginar unos objetos de un tamaño más creíble, aceptando esas 25 millas de distancia, la paradoja de que sigamos teniendo un caso de testigo único permanece relativamente intacta. Seguiríamos tratando con una cadena de objetos de más de cinco millas de longitud que se pasean sobre un parque nacional a plena luz del día y a velocidades superiores a 1.200 mph (1.900 km/h). Las personas más cercanas tenían que haberse dado cuenta de este espectáculo. De hecho, la cascada de estampidos sónicos generados por esas naves supersónicas hubieran resultado imposibles de ignorar, aunque la atención de la gente estuviera puesta en otras cosas. Antes de otorgar el título de ovnis verdaderos a los objetos vistos por Arnold, debemos emprender una búsqueda minuciosa de alternativas.

La ausencia de una gran población de testigos independientes en las cercanías del monte Rainier nos ofrece base suficiente como para cuestionarnos si el suceso no habría sido mucho más localizado de lo que Arnold pensaba. Es justo y necesario examinar críticamente las estimaciones de distancias. Podemos partir de la certeza casi absoluta de que los objetos pasaron por delante del pico nevado del monte Rainier, conforme al informe de Arnold. La velocidad angular de los objetos derivada del momento en que Arnold cronometró a los objetos volando entre el monte Rainier y el monte Adams es de 0,8 grados por segundo. A esa velocidad les llevaría unos nueve segundos atravesar la cara nevada del monte Rainier a la altitud de 2.800 metros señalada en el informe. Tanto tiempo es demasiado para una observación espúrea atribuible a la brevedad del fenómeno. También descartaría explicaciones basadas en fenómenos celestes distantes tales como una cadena de meteoritos, los espejismos de Steuart Campbell, o los animales espaciales capaces de cambiar de densidad.

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¿Podríamos estar hablando de distancias más cercanas a la vecindad del monte Rainier? Se ha mencionado que Arnold describió a los objetos «virando y zigzagueando por entre los picos montañosos». Esto parecería imponer un límite inferior a la distancia, si pudiéramos determinar en torno a qué picos maniobraron, y si los mismos fueran lo suficientemente anchos como para darnos un tiempo de tránsito que permitiese confirmar la observación. En relatos posteriores sobre lo sucedido, Arnold se mostró un poco más específico. En su libro, The Coming of the Saucers («La venida de los platillos») comenta que desaparecieron momentáneamente «detrás de un pico dentado que sobresale cerca del monte Rainier» (25). En sus memorias sobre lo ocurrido para el Primer Congreso Ovni Internacional, señala: «Cuando se volvían de canto, resultaban muy finos, llegando a desaparecer de mi vista detrás de una protuberancia en el campo nevado de las estribaciones del monte Rainier» (26). Esto no es exactamente lo mismo, pero nos da una idea aceptable de lo que debemos buscar en los mapas topográficos de la zona.

Arnold estimó que las naves volaban a una altitud de 2.800 metros, poniendo o quitando unos 300 metros. Por tanto, nuestra labor consiste en localizar alguna característica geográfica que supere el nivel de los 2.500 metros. Y aquí nos encontramos con una pequeña sorpresa. No existe ningún pico semejante entre el monte Rainier y el monte Adams. Lo más cercano que he podido encontrar es el llamado pico Pirámide, que alcanza sólo los 2.115 metros en las estribaciones del monte Rainier. Existe un pequeño pico, llamada Pequeño Tacoma que llega hasta los 10.000 pies, pero se encuentra en el lado erróneo de la montaña visto desde la trayectoria de vuelo seguida por Arnold. Sería estirar demasiado las cosas sugerir que Arnold se equivocó tanto en su posición o altitud.

AMENAZA SOVIÉTICA En junio de 1947 no había extraterrestres más temidos que los soviéticos. La sospecha de que podía tratarse de un nuevo prototipo ruso llevó a Kenneth Arnold a presentar su denuncia a una oficina del FBI. Cuando su relato fue publicado (y los periodistas cometieron el histórico error de confundir la expresión platillo, que usó para dar una idea de movimiento, con la forma de los objetos, más parecidos a un bumerang) disparó un reguero de relatos de… platillos voladores. En tres semanas el ejército de los EE.UU. había registrado 850 informes en todo el país. Casi todos recibieron explicación, pero los más difíciles de resolver fecundaron la imaginación. Así como en 1938 Orson Wells puso a prueba la sensibilidad popular con la radioemisión basada en “La Guerra de los Mundos” en vísperas de la guerra en Europa, tras la derrota de Alemania y Japón el público estadounidense estaba listo para volver a temer. Desde el cielo podía llegar la próxima amenaza. La posibilidad comunista fue la metáfora que eligieron los cineastas a partir de para sucesivos films de invasiones extraterrestres.
AMENAZA SOVIÉTICA
En junio de 1947 no había extraterrestres más temidos que los soviéticos. La sospecha de aquellos que vio pudiera tratarse de un nuevo prototipo ruso llevó a Kenneth Arnold a presentar su denuncia a una oficina del FBI. Cuando su relato fue publicado (y los periodistas cometieron el histórico error de confundir la expresión platillo, que usó para dar una idea de movimiento, con la forma de los objetos) disparó un reguero de relatos de… platillos voladores. En tres semanas el ejército de los EE.UU. había registrado 850 informes en todo el país. Casi todos ellos recibieron explicación, pero los más difíciles de resolver fecundaron la imaginación. Así como en 1938 Orson Wells puso a prueba la sensibilidad popular con la radioemisión basada en La Guerra de los Mundos en vísperas de la guerra en Europa, tras la derrota de Alemania y Japón, el público estadounidense estaba listo para volver a temer. El cielo preparaba la próxima amenaza. Los alienígenas-comunistas fue la metáfora elegida por Hollywood para sucesivos films sobre invasiones extraterrestres. Esta idea es una punta de muchas madejas. Por eso es un fenómeno cultural apasionante.

Normalmente, son preferibles los relatos más cercanos al momento de los hechos, pero las memorias presentadas durante el Congreso quizá nos ofrezcan una pista. Cuando los objetos se ponían de canto, el grosor óptico de los mismos descendería muy probablemente por debajo de ese límite de medio minuto en la resolución visual, motivo por el cual se perdían de vista. La superficie accidentada de la montaña ofrecía oportunidades para establecer cierta correlación ilusoria entre estas desapariciones y alguna de sus características geográficas. La desaparición parecía haber venido motivada por la interposición de algún pico montañoso, cuando en realidad no había ninguno. Al desaparecer cualquier posibilidad de un mínimo en las estimaciones de distancia, queda abierto el camino para que los objetos se hallasen mucho más cerca de Arnold de lo que él jamás sospechó.

Volvamos al informe de Arnold: «Volaban como esos gansos que muchas veces he podido observar desplazándose en una línea diagonal como si estuvieran encadenados entre sí». Y, desde luego, eso es lo que parecen. Los gansos vuelan en cadena. La presencia de nueve de ellos tiene sentido. La disposición en donde el líder se sitúa por encima de los demás, al contrario que en las formaciones militares, resulta apropiada para los gansos que se aprovechan de las turbulencias descendentes de las aves que los preceden para un vuelo más cómodo. Y este tipo de formaciones de gansos efectivamente ondulan como las colas de los cometas. Además también presentan un perfil básicamente planos vistos de lado.

Desde arriba, ofrecen una simetría bilateral semejante a la forma de tacón dibujada por Arnold. No obstante, en sus comentarios para el Congreso, el propio Arnold negaba enfáticamente esa posibilidad, «¡pero no eran gansos!».


Si no era gansos ¿por qué no pelícanos?

Pero no explica su razonamiento. Si la raíz del mismo estuviese en esa distancia de 25 millas, no sería suficiente. Pero, existen otras objeciones posibles. Esa altitud de 9.200 pies (2.800 metros) parece un poco elevada para el vuelo de unos gansos. Como piloto experimentado, seguro que Arnold había tenido ocasión de cruzarse con gansos en demasiadas ocasiones como para ser confundido por su apariencia. Justo antes de la negativa que acabo de mencionar, él nos habla de los brillantes destellos de luz reflejados por los objetos; quizá fueran inusuales en algún sentido. Quizá, subliminalmente, consideró que el ritmo de pulsación era extraño. Quizá suponía que debería haber sido capaz de distinguir los cuellos y no pudo. No aparecen en su dibujo.´

De cómo lucen pelícanos blancos ante un testigo con otra expectativa o que nunca los ha visto volar.

Quizá se tratase de un tipo diferente de ave acuática. Los cisnes superarían la mayoría de esas objeciones. Normalmente realizan sus vuelo migratorios de noche así que los ornitólogos aficionados se quejan de que «resultan muy difícil de observar detalles en sus vuelos» (27). Se sabe que se desplazan a alturas excepcionales, de hasta 3.000 metros para aprovecharse del aire más tranquilo a esas altitudes. Recordemos que Arnold comentó la uniformidad de la atmósfera durante aquella parte de su vuelo. En las regiones montañosas es frecuente que las aves sobrepasen la altitud normal de vuelo que les atribuyen en los libros de texto. La geometría del encuentro indica una ángulo de visión muy plano y una trayectoria de vuelo casi paralela a la seguida por los objetos -Arnold giró su avioneta para poder observarlos mejor por su ventanilla lateral- lo que apunta a una condiciones inapropiadas para una identificación óptima. Una trayectoria de interceptación o un ángulo de visión más pronunciado, y la visión del batir de alas hubiese despejado el enigma. Los cisnes pueden reflejar mejor el sol que los gansos. Y se mueven «engañosamente rápidos» (28). Sus cuellos son mucho más finos y difíciles de distinguir que los de los gansos, pues estarían rondando los límites de resolución visual.

¿Encaja la idea de los cisnes con los tamaños y velocidades angulares establecidos? El cronometraje de Arnold indica que los objetos cubren un ángulo aproximado de 80 grados en 102 segundos. La avioneta se desplazaba a unas 160 km/h, según las memorias de Arnold para el Congreso. Los cisnes alcanzan los 80 km/h. Considerando que estaban volando casi en paralelo, la velocidad relativa sería 50 mph ó 150 mph, según el sentido de su marcha. En el primer caso (NdT: los dos en la misma dirección), esa velocidad angular supone que los cisnes deberían estar apenas a unos 1.600 metros. A esa distancia, el torso de los cisnes (de unos 60 cm) cubriría un ángulo en torno a los 100 segundos de arco, lo que entra dentro del rango de error de las cifras calculadas anteriormente. La situación a 150 mph de velocidad relativa colocaría a los cisnes tres veces más lejos y con una imagen angular inferior a los 30 segundos de arco, lo que resulta insostenible. Por tanto, podemos concluir que, al menos en el primero de los casos -vuelo paralelo en la misma dirección-, podría defenderse la idea como plausible.

Teniendo en cuenta ese pequeño tamaño y poca velocidad, cobra sentido que se trate de un caso de testigo único. El piloto del DC-4 no podría haber visto una bandada de cisnes a más de 14 millas de distancia. Y los posibles observadores en tierra difícilmente verían los cisnes volando dos millas por encima de ellos. Y los pocos que los viesen, nunca hubieran pensado que tenían alguna relación con los «platillos» vistos por Arnold. E incluso si alguien llegó a relacionar ambos, ¿se atrevería a superar su reticencia a revelar lo equivocado que estuvo ese tipo?

Flying FlapjackOtra objeción admisible podría venir en función del dibujo en forma de tacón realizado por Arnold. Incluso reconociendo que tanto los tacones como los cisnes presentan simetría bilateral, es bastante exagerado decir que ambas formas coinciden. Sospecho que la explicación para esas naves en forma de tacón es diferente. En aquella época existía un avión que presentaba un gran parecido con el dibujo de Arnold, el Flying Flapjack (Torta Volante) (Chance Vought XF5U-1). Se trataba del avión naval más rápido del momento. Podemos estar bastante seguros de que Arnold no se tropezó realmente con ellos, porque no existían nueve prototipos en vuelo. Además no volaban de forma tan errática. Los oficiales responsables negaron que estuviesen en ese lugar en ese momento. Y, finalmente, esos prototipos no eran secretos.

flying_july_1950MechanixIllustrated1947Habían aparecido en la portada de la revista Mechanix Illustrated justo un mes antes de la experiencia de Arnold. Como piloto, es bastante posible que Arnold hubiese oído de su existencia, lo que de alguna forma podría haber influido en cómo dibujó los objetos vistos. En la actualidad, muchas personas «rellenan» sus percepciones de estrellas, aviones publicitarios y similares con sus conocimientos previos sobre el aspecto que debe tener un platillo; de igual forma, Arnold quizá «rellenase» su percepción de aquellas aves acuáticas con sus conocimientos de cómo debían ser los aviones más rápidos del momento. Gracias al Proyecto Libro Azul sabemos que la foto Rhodes tomada en 1947, y que antes mencionamos como uno de los dos casos con un ovni parecido al de Arnold en toda la historia ufológica, fue realizada por un fotógrafo y constructor de maquetas que conocía la portada del Mechanix Illustrated y que llegó a sugerir la intervención de los Flying Flapjacks en el misterio (29).

La posibilidad de una confusión ornitológica podría haberse visto incrementada por cierto incidente que tuvo lugar un mes después del gran evento. Mientras se dirigía a Tacoma para investigar el misterio de la isla Maury, Kenneth Arnold se tropezó con un grupo de veinticinco objetos de color bronce que parecían patos, pero que se desplazaban a una velocidad endiablada. «Me quedé bastante sorprendido y excitado al darme cuenta de que mostraban las mismas características de vuelo que aquellos objetos más grandes que había visto el 24 de Junio», escribió. También se le aparecían como redondeados. Maniobró con su avioneta para seguirlos, pero desaparecieron por el Este a una velocidad muy superior a la que él podía alcanzar. Concluye Arnold: «Sé que no eran patos, porque los patos no vuelan tan rápido». Quizá tenga razón, pero más tarde se enteraría de que varios granjeros de las cercanías «observaron lo que ellos pensaron eran una bandada muy peculiar de aves aquella mañana». Ted Bloecher, historiador de la oleada de platillos de 1947 comentaría secamente: «Como era de esperar, Arnold no informó de este avistamientos ni a los periódicos ni a la Fuerza Aérea» (30).

Podría argumentarse que este segundo incidente es mucho menos relevante de lo que parece a primera vista. En lugar de indicar una tendencia a cometer cierta clase de errores, podría más bien apuntar que Arnold podía haber estado relativamente agobiado y desesperado por encontrar más pruebas sobre lo que le ocurrió, debido al acoso de los medios y de la opinión pública. Tales condiciones no se daban durante el primer avistamiento. Aun así, seguimos teniendo el hecho de una preocupante repetición bajo condiciones donde algunos testigos independientes atribuyen una explicación bastante mundana a ciertos estímulos que para Arnold resultan extraordinarios.

Pelicanos americanos en vuelo. Fuente: Zoológico de San Diego.
Pelícanos americanos en vuelo. Fuente: Zoológico de San Diego.

Debemos mencionar una última cuestión. Arnold era un piloto experimentado y se podría argumentar que cualquier piloto habitual habría ignorado ese tipo de fenómeno tan similar a una bandada de gansos, una vez que hubiera comprobado que no existía riesgo de colisión. Si se trataba de unas imágenes tan diminutas, tan cercanas a los límites de resolución del ojo, como nuestros cálculos indican, ¿por qué esa exagerada reacción de Arnold? Una característica del caso llama la atención sobre un posible factor psicogénico. Ese día Arnold no se encontraba en la vecindad del monte Rainier por accidente. Estaba explorando la zona para tratar de localizar a un gran avión de transporte de la Marina, un C-46, que se había estrellado por allí un mes y medio antes. Las familias de las víctimas habían prometido una recompensa de 5.000 dólares a cualquiera que pudiese localizar el lugar del accidente, permitiendo recuperar los cadáveres. Este elemento de muertes en masa sugiere ciertas posibilidades.

Una es la predicción agorera de pensar que si la muerte había visitado ese lugar una vez, podía hacerlo de nuevo. Si Arnold se hubiera encontrado ya inmerso en ideas paranoides, tal consideración podría primarlo para reaccionar de forma exagerada ante el más mínimo estímulo -una variante de lo que ocurre durante una visita a una casa encantada. Una segunda posibilidad es que Arnold estuviese animado con la idea de conseguir todo ese dinero, pero al mismo tiempo su superego fuese consciente de la naturaleza morbosa de su búsqueda. Su conciencia podría haberle provocado remordimientos, manifestados en temores hacia un posible castigo sobrenatural -ese miedo inicial a una colisión, pero manifestado también en su preocupación porque los objetos fuesen armas secretas. Todavía más tarde, una vez finalizado el incidente y toda la publicidad que le siguió, Arnold declaraba su temor a que esas naves pudieran usarse para transportar bombas atómicas con las que amenazar la vida sobre la Tierra (31). Es decir, la psicología de la paranoia colorea la emotividad del suceso e impulsa algo fundamentalmente trivial a un nivel superior de significado. Las tensiones de la Guerra Fría subyacentes, modeladas a partir de la sorpresa sobre esa superarma que había explotado sobre Hiroshima dos años antes, podrían haber encontrado en la paranoia de Arnold la semilla de la que nacería un nuevo miedo, acogido rápidamente por la cultura de la época.

Espero que no sea solo mi vanidad la que me lleva a pensar que los escépticos anteriores a mí se equivocaron con sus soluciones y que ésta mía es, finalmente, la correcta. La lógica más simple basta para saber que no todos podemos tener razón al mismo tiempo, y todo esto es claramente desconcertante si una esperaba que el escepticismo le ofrecería una conclusión que cualquier persona razonable pudiera considerar aceptable. Debo advertir, sin embargo, que algunos escépticos parecen dotados de una cierta idiosincrasia idee fixe que les lleva a aplicar soluciones demasiado repetitivas en su trabajo. Hasta donde alcanzo a saber, yo no tengo ninguna obsesión especial por las aves. Reconozco que esta solución es dolorosamente trivial y carente de poesía y grandeur. Pero ocurre que es la que mejor encaja, en mi opinión, con el mayor número de hechos, dejando el menor número de cabos sueltos. Sólo la importancia histórica del caso de Kenneth Arnold convierte en interesante el hecho de su solución. Si rechazamos esta posibilidad, no tendrá ninguna consecuencia importante sobre lo que sabemos del fenómeno de los platillos volantes. Y si se acepta, los defensores del caso seguro que comentan: «¿Y qué? Hace mucho que no lo consideramos un clásico».

Pese a todo, y después de cincuenta años, ¿no ha merecido la pena el esfuerzo?

coming-of-the-saucers

Addendum

Bruce Maccabee pone en cuestión el carácter de testigo único del clásico avistamiento de Arnold en un artículo titulado «True UFOs: Fantasy or Reality?» («Ovnis verdaderos: ¿fantasía o realidad?»). Allí reproduce un informe firmado por un explorador llamado Fred Johnson, quien habría visto varios objetos el mismo día y aproximadamente a la misma hora de la tarde. Maccabee se muestra impresionado por el detalle de que Johnson estaba trabajando precisamente en el monte Adams, punto de referencia en el informe de Arnold, lo que lo sitúa en la misma zona. Los objetos se desplazaban en una trayectoria recta hacia el sudeste, que encaja bastante con la señalada por Arnold en su informe. El explorador se encontraba trabajando en torno a los 1.500 m y pudo observarlos pasando no demasiado por encima. Aunque se trata de una mención vaga, resulta consistente con la estimación de Arnold de 2.800 + 300 metros. Johnson añade que su velocidad era «la más elevada que había visto».

Sin embargo, también existen diferencias. Fred Johnson solo observó seis o siete objetos, en lugar de nueve. En su informe original a la Fuerza Aérea, Arnold asegura que no pudo distinguir ningún alerón de cola en los mismos, y en sus memorias para el congreso ovni exclama: «No podía distinguir ninguna cola en los objetos, ¡pero jamás había sabido de un avión sin cola!». Y añade, «seguí buscando sus colas». Aparentemente, Johnson sí las encontró. Menciona «un objeto en el extremo trasero de las naves» que «parecía como la manecilla grande de un reloj, oscilando de un lado a otro». Tales diferencias podrían atribuirse a que dos o tres objetos abandonasen la formación por razones desconocidas y a que Johnson posiblemente se encontrase más cerca de los objetos que Arnold. Aunque dichas suposiciones, claro está, disminuyen su valor probatorio.

Maccabee señala otra característica del relato de Johnson que lo convierte en algo histórico: un efecto físico. Según el testigo, mientras los objetos estuvieron a la vista, la aguja de su brújula se puso a oscilar de un lado a otro. Menzel descartó ese efecto atribuyéndolo al temblor de manos provocado por la excitación de tal avistamiento. Maccabee replica que cualquier explorador experimentado sabría que una brújula puede temblar si no se sujeta de modo firme. Parece correcto, pero sólo en el contexto de la discusión con Menzel. Éste habría rechazado esta observación porque creer en su validez hubiera implicado la existencia de un potente campo magnético, que los defensores de la HET (Hipótesis Extraterrestre) defienden como prueba de la propulsión magnética de que dispondrían tales extraterrestres. Menzel consideraba que esa idea era simple galimatías pseudocientífico. Coincido con él, tras leer los argumentos de aquella ufología primigenia sobre sistemas de propulsión magnéticos. Es muy más sencillo pensar que el explorador estuviese equivocado, antes de admitir que tal mecanismo impulsor pudiera propulsar aeronaves alienígenas de excursión por toda la superficie terrestre. Dicho sea de paso, también podría entrar en juego un mecanismo psicológico alternativo en esta cuestión. La mano podría haber realizado ligeros movimientos en sincronía con la oscilación de aquella especie de manecilla de reloj que el testigo observó en uno de los extremos de las naves. Esto suele darse de forma inconsciente y es lo que algunos psicólogos denominan trance rítmico. Se manifiesta también en fenómenos como las tablas Ouija y los péndulos, respondiendo a claves corporales sutiles experimentadas durante algunas interacciones sociales.

El número de objetos, como ocurrían en el caso de Arnold, parecería favorecer una explicación ornitológica de la observación de Johnson. Esa manecilla oscilante en la cola nos recuerda el movimiento oscilante de los zancos que arrastran tras de sí ciertas aves acuáticas. En este caso, hablaríamos de aves como garzas, grullas, cigüeñas o ibis. La ausencia de un aleteo perceptible o de movimiento erráticos sería la objeción más obvia, pero con unas condiciones de viento favorable, con las corrientes ascendentes en las estribaciones montañosas o simplemente con una trayectoria descendente, es posible limitarse a planear. En algunas de las especies de las aves citadas sus largos cuellos se doblan en forma de S, lo que podría dificultar su identificación vistas desde la retaguardia. Las impresiones sobre la velocidad podrían basarse en errores en las estimaciones de tamaño y distancia, cuya falibilidad es notoria.

Por lo visto, existe otro candidato como testigo adicional, mencionado por Loren Gross en su libro Charles Fort, the Fortean Society & Unidentified Flying Objects. Los detalles son muy escasos. Un miembro del servicio estatal contra el fuego del estado de Washington estaría de vigilancia en Diamond Gap, justo al sur del monte Rainier. A las 15 horas en punto, la misma hora del avistamiento de Arnold, habría observado «destellos en la distancia, a bastante altitud hacia el este». Al igual que ocurría con los objetos de Arnold, «parecían marchar en línea recta y haciendo un extraño ruido, con un tono mucho más elevado del que hacen la mayoría de los aviones». Los cisnes silbadores cantan en vuelo, y sus notas son altas, llamativas y, aunque muy variadas, pueden incluir notas altas como las de una chirimía. Sin más detalles, resulta muy arriesgado intentar cualquier tipo de interpretación sobre el mismo.

Con todo, hay una advertencia a considerar por todos aquellos que desean reforzar la posición de que los objetos vistos por Arnold eran Ovnis Verdaderos: ¿cómo esta persona informó haber oído un ruido de elevado tono y no un estampido sónico?

REFERENCIAS

(1) «Pilot Says He Saw Big ‘Saucers’ Fly Over West Coast — Officials Skeptical of Report of 1200 Mile-an-hour Object,» St. Louis Post Dispatch, June 26, 1947.
(2) Vallée, Jacques & Janine, Challenge to Science, Ace Star, 1966, p. 251. Existe traducción en castellano: Fenómenos insólitos del espacio, Pomaire, 1967.
(3) Spencer, John & Evans, Hilary, Phenomenon, Avon, 1988 pp. 26-45.
(4) Salisbury, Frank, The Utah UFO Display, Devin-Adair, 1974, p. 218.
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(5) Oberg, James, «Repeaters,» Omni, August 1980, p. 32.
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(7) Kottmeyer, Martin S. «Ufology Considered as an Evolving System of Paranoia,» in Stillings, Dennis, Cyberbiological Studies of the Imaginal Component in the UFO Contact Experience, Archaeus, 1989, pp. 51-60. Existe traducción al castellano: «La ovnilogía como un sistema desarrollado de paranoia» en Lo imaginario en el contacto ovni, Heptada, 1990.
(8) Little, J. Crawford, «The Athlete’s Neurosis – A Deprivation Crisis,» Acta Psychiat. Scand., 45, (1969) pp. 187-97.
(9) Fried, Yehuda & Agassi, Joseph, Paranoia: A Study in Diagnosis, D. Reidel, 1976, pp. 4-5.
(10) Ruppelt, Edward, Report on UFOs, Doubleday, 1956, p. 17.
Hartmann, William K., «Historical Perspectives: Photos of UFOs» en Sagan, Carl & Page Thornton, UFOs: A Scientific Debate, Cornell, 1972, p. 15.
Ridpath, Ian, Messages from the Stars, Harper & Row, 1978, p. 218.
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(12) Ruppelt, op. cit. p. 19.
(13) Gardner, Martin, Fads and Fallacies: In the Name of Science, Dover, 1957, p. 58.
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(15) Maccabee, ibid.
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(22) Kottmeyer, Martin, «Space Bug a Boo Boo,» Talking Pictures, #15, September 1996, pp. 10-14.
(23) Steiger, Brad, Proyecto Libro Azul, Ballantine, 1976, pp. 34-6. Existe traducción en castellano: Proyecto Libro Azul, EDAF, 1977.
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Woodworth, Robert S. & Schlosberg, Harold, Experimental Psychology, Holt, Rinehart & Winston, 1965, pp. 382-6.
(25) Arnold, Kenneth, The Coming of the Saucers, Amherst, 1952.
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(29) Rollo microfilmado nº 1 del Proyecto Libro Azul, Archivos Nacionales
(30) Bloecher, Ted, Report on the Ufo Wave of 1947, 1967 p. III-14
(31) Rollo microfilmado nº 1 del Proyecto Libro Azul, ibid.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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