Entre mediados de los años ’60 y comienzos de los 70, el doctor en Astronomía Josef Allen Hynek le dio carta de ciudadanía al asunto ovni en medios científicos, pese a haber comenzado su carrera como desmitificador financiado por la Fuerza Aérea de los EE.UU.
Su conversión –la del refutador que empieza a creer– dio lugar a una controversia sobre si realmente fue escéptico alguna vez. Al margen de esas especulaciones, encarnó el mito heroico del científico que lucha contra el establishment, inventó la expresión encuentros cercanos y no sólo sus libros, sino algunos discípulos ilustres, aportaron un poco de ciencia a un campo prácticamente desprovisto de ella.
A treinta años de su muerte, rescatamos parte de la última entrevista, concedida a la editora de la revista Omni, Pamela Weintraub, en un intento de que sus propias palabras despejen las dudas.
Por el carácter elusivo o la franca ausencia de objeto de estudio, el sentido de la ‘ufología científica’, la disciplina encargada de identificar las causas de los informes de avistamientos de objetos voladores no identificados, se ha ido disipando. Este es uno de los motivos por los cuales, por un lado, abundan los estudios orientados a esclarecer el llamado fenómeno ovni desde las ciencias sociales y, por el otro, explota en forma viral el folklore que exacerba los aspectos más frikis, sensacionalistas e incluso religiosos del asunto, propagándolos a velocidad de meme a través de internet y las redes sociales. Con el declive de aquella ufología seria que buscaba esclarecer los informes sobre observaciones de fenómenos aéreos inusuales, también se fue apagando la antorcha de los pioneros.
Pensaba eso porque ayer se cumplieron 30 años de la muerte de quien durante décadas fue considerado el “padre fundador” de la ufología, el doctor en Astronomía J. Allen Hynek (1910-1986). Ojalá me desmientan, pero no he encontrado a nadie que lo recordara. Cuando digo nadie quiero decir que ni siquiera el Center for UFO Studies (CUFOS), grupo internacional fundado por el propio Hynek en 1973 (del que fui parte como integrante de un grupo ufológico que lo representaba en la Argentina allá por 1982), menciona el aniversario.
La biografía de Hynek (escribí una cuando Wikipedia todavía no existía) es muy interesante como para cometer la mezquindad de agotarla en cuatro párrafos. Pero tampoco voy a extenderme demasiado ni a repetir información que puede hallarse en otras partes, como su pasado como asesor astronómico de los primeros comités de investigación de la Fuerza Aérea desde 1948, su fama como “detractor” provocada por el linchamiento mediático que, en 1966, le siguió a la explicación que dio sobre unos avistamientos en Michigan, que Hynek había atribuido a “gas de los pantanos” o su discutida “conversión” desde el escepticismo inicial (que manifestó en 1947 en su primera declaración pública), hasta su pronunciamiento en 1966, en una carta a la revista Science y durante unas sesiones en el Congreso, cuando consideró al fenómeno ovni “digno de atención científica” y propuso crear un panel que analizara “los aspectos físicos y sociales del problema”.
Es en este punto donde se dividen las aguas o, mejor dicho, los pantanos. Para algunos, a partir de la vergüenza que le hicieron pasar por su postura ante las observaciones de Michigan es que Hynek toma la decisión de desmarcarse del estigma de debunker que le había endosado la prensa, que lo presentó como títere de la Fuerza Aérea para menoscabar una cuestión que atraía el interés del público (es decir, ayudaba a vender diarios y revistas), y aprovechar ese impulso para comenzar su carrera como investigador independiente.
Para los que miran de reojo su buena fe, Hynek “siempre fue un creyente” y lo que sucedió después del caso del “gas de los pantanos” fue la oportunidad que encontró para alejarse de los militares, incluido el legendario Proyecto Libro Azul, con “el botín”, esto es, los archivos que había estado fotocopiando de la Base Wright- Patterson, donde asesoró a la Fuerza Aérea.
Por más convincente que resulte lo que dicen unos u otros, siempre es conveniente conocer lo que alega el protagonista mismo. “Yo comprendí paulatinamente que, como científico, no me estaba comportando de una manera honesta. Aquellas observaciones requerían una investigación adicional, pero las estábamos ignorando y dejábamos los datos de lado”, le dijo a Pamela Weintraub en la última entrevista que dio, publicada en la revista Omni en Febrero de 1985 (y cuya traducción, realizada por Juan Faillá, aún conservo desde aquellos años).
Mientras escépticos como John Franch en The secret life of J. Allen Hynek (La vida secreta de J. Allen Hynek), destacaron el “pecaminoso” interés del joven Hynek por lecturas rosacruces, masónicas o antroposóficas (algo que el astrónomo admitió abiertamente en sus conversaciones con Jacques Vallée), él, a los 74 años, le confiaba a Waintrub:
“El 5 de mayo de 1910, cuando tenía apenas cinco días de vida, me llevaron a la terraza de mi casa a ver pasar el cometa Halley. Años después, tras obtener mi doctorado en filosofía con orientación astronómica en la Universidad de Chicago, sobreviví a la Gran Depresión en el observatorio de la misma Universidad, situado en Lake Geneva, Wisconsin. Yo vivía a cuerpo de rey con mi beca mensual de U$ 78,50 y preparaba mi comida y dormía bajo la bóveda del observatorio. Era como vivir en un monasterio. Me encontraba tan atareado con la astronomía que el resto del mundo no existía para mí. Ni siquiera sabía que Hitler estaba quemando libros; estaba muy aislado.
“Luego llegó la guerra y me casé. Mientras pasaba mi luna de miel me acerqué a lo que entonces equivalía a la Fundación Nacional de Ciencias, en Washington D.C. y ofrecí mis servicios. Allí se enteraron que yo era radioaficionado y me hicieron trabajar en el desarrollo de un artefacto explosivo denominado ‘fuze’, que se adosaba a una espoleta y era accionado por ondas radiales. Esta especie de mecha fue usada contra los aviones kamikaze y las bombas voladoras V-1. A la postre sirvió para hacer detonar la bomba atómica sobre Hiroshima. Es la única cosa que hice en mi vida que he lamentado.
“Luego viajé al estado de Ohio, donde me desempeñé como Director del Observatorio de la Escuela de Mc Millin. En 1948, en lo que fue un día memorable para mí, tres oficiales de la Fuerza Aérea que llegaban del próximo campus de la Base Wright-Patterson, se apersonaron vestidos de punta en blanco, haciendo gran gala con sus uniformes. Charlamos un rato sobre el tiempo y uno de ellos me preguntó: ‘¿Qué opina Ud. sobre los platillos voladores?’ Yo le contesté: ‘Es una tontería infernal, algo que está de moda, nervios de posguerra, cosa de dementes’. Aparentemente di la respuesta adecuada, dije lo que ellos esperaban, ya que la Fuerza Aérea me preguntó si me gustaría ser consultor del Proyecto Signo, que era el primer intento de vérselas con la enorme cantidad de informes que estaban recibiendo. Yo le respondí: ‘¡Seguro! ¿Por qué no?’ Esa era la oportunidad de comer langostas frescas traídas en avión desde Boston, en el mismísimo casino de oficiales y, por cierto, esto no comprometía a mis tareas como astrónomo.
“En consecuencia, una o quizá dos veces por mes yo debía visitar la Base Wright-Patterson y, una vez allí, habrían de darme un montón de informes ovni para que yo los revisara con detenimiento y dijera: ‘Este no es un meteorito, pero les apostaría a que es un globo sonda’ . En ese entonces yo era un escéptico cabal y me temo que ayudé a engendrar la idea de que todo esto ‘no puede ser, por lo tanto no es’. Que debía ser necesariamente una sarta de disparates y que, luego, realmente lo era. Yo trabajé para la Fuerza Aérea lo mejor que pude y, con mis explicaciones, más de una vez saqué las castañas del fuego.
“¿No existiría detrás de todo esto algo más apremiante?”, pregunta la editora de Omni.
“Oh, sí”, continúa Hynek. “Pero ese algo les inquietaba. Lo que más molestaba a la Fuerza Aérea eran los informes que originaban sus propios pilotos militares, hombres entrenados por ellos mismos para que fueran observadores confiables. En realidad fueron estos informes los que llevaron al general Nathan Twining a redactar un documento recomendando al gobierno a considerar esos avistamientos ‘un asunto serio’. Esta propuesta, sin embargo, fue descartada por el general Hoyt S. Vandenberg, quien de paso prohibió difundir ese documento.
“Mi propio informe de junio de 1949 llegaba a la conclusión de que el 80% de los avistamientos tenían una explicación astronómica obvia o de otro tipo y el 20% restante no podía ser explicado. Pero además yo afirmaba que si efectuábamos investigaciones suplementarias podríamos explicar también estos últimos avistamientos.
La entrevista continúa, y quizá amerite una segunda parte de este post.
Lo que importa destacar es que en los setenta Hynek prosiguió aquellas investigaciones suplementarias en forma privada a través del CUFOS, contratando, por ejemplo, a un investigador a tiempo completo, Allan Hendry, quien con su trabajo profesional reforzó la hipótesis de Hynek: sin duda era posible explicar buena parte del 20% restante, como quedó demostrado en este verdadero “tratado de ifología” titulado The UFO Handbook: A Guide to Investigating, Evaluating and Reporting UFO Sightings (Doubleday, 1979). (*)
Estas contribuiciones, claro, no fueron las más visibles.
Tan pronto Hynek creó su definición y su famosa clasificación para encuadrar los avistamientos según la proximidad del “objeto” a los testigos y nivel de alteración al medio (“encuentros cercanos del 1º, 2º y 3º tipo”), acuñó el título del film que proyectó a la gloria a Steven Spielberg, Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (o Encuentros cercanos en la Tercera Fase, en la versión ibérica). Haber asesorado un proyecto de Hollywood, su cameo en la película, fumando su pipa mientras ve aterrizar la portentosa nave extraterrestre, era mucho más de lo que cualquier persona sensata podía tolerar. En suma, su vocación por barajar ideas especulativas y su pasión por el tema fueron percibidos por algunos escépticos (tal es el caso de mi amigo Luis Alfonso Gámez) como un acatamiento acrítico de la relación de los ovnis con visitas extraterrestre, algo que él, si se leen sus trabajos con atención, nunca apoyó abiertamente e incluso rechazó.
HYNEK Y LA FAECE
En este post también deseo dejar asentadas algunas fotos, que he venido acopiando gracias a la colaboración desinteresada de los ufólogos Luis Reinoso y Virgilio Sánchez Ocejo, más algunos recuerdos personales. En efecto, Hynek visitó dos veces a la Argentina a comienzos de los ochenta. Pude conocerlo durante un congreso en Mendoza organizado por la Federación Argentina de Estudios de la Ciencia Extraterrestre (FAECE). Y enfatizo el nombre de la agrupación que organizó el evento porque algunos omiten lo que la sigla significa, acaso para que sus artículos luzcan más serios o, peor aún, para no “ensuciar” el nombre del buen doctor. Una completa deshonestidad, más cuando ciertamente Hynek vino a la Argentina invitado por esta Fundación aunque el propósito real de Hynek fuese vincularse con aficionados al tema con orientación científica y encuestadores «próximos a los sitios donde se manifiesta el fenómeno». Por esta última razón Hynek estuvo, desde el principio, muy interesado en conversar de primera mano con Alex Chionetti, quien, pese a su juventud, había acumulado una vasta experiencia como investigador de campo por esos años.
Conocí a Hynek, entonces, en el marco de aquel “Cuarto Congreso Nacional de Ovnilogia” y “Segundo Congreso Internacional de Ciencia Extraterrestre”, impulsada, sobre todo, por el ufólogo Faruk Alem. Mi conferencia, que di el mismo día que otra de Pedro Romaniuk, se titulaba “Algunos comentarios del fenómeno espacial del 14 de junio de 1980”. Aquella jornada es difícil de olvidar: era la primera vez en mi vida que hablaba en público, debutaba como escéptico (presenté una hipótesis astronáutica para explicar la observación del fenómeno), al final oí cierto abucheo y, cuando me resigné a recibir las felicitaciones de dos amigos, se acercó a mí Sánchez-Ocejo para comentarme que Hynek se había interesado por mi charla. Yo, que acababa de cumplir 17 años, toqué el cielo con las manos.
La siguiente oportunidad en la que pude conversar con el astrónomo fue a fines de 1982, cuando participó en Rosario del “Tercer Congreso Internacional de Ciencia Extraterrestre” y “Sexto Congreso Nacional de Ovnilogia”. Por entonces yo intercambiaba frecuentemente correspondencia con el Dr. en Física uruguayo Willy Smith (1923-2006), muy amigo de Hynek. Pero cuando Smith supo que yo tenía 19 años me excluyó de la cena que íbamos a compartir con Hynek y Guillermo Roncoroni, presidente de nuestro grupo, la Comisión de Investigaciones Ufológicas (CIU). «Tres ya son multitud», adujo. Guillermo trajo a Hynek a Buenos Aires y así pudimos disfrutar de una larga conversación entre varios amigos de la época, entre otros Alan March, Heriberto Janosch, Rubén Valle y Rubén Morales. También organizamos una gran conferencia de Hynek en el Centro Cultural General San Martín. Fue entrevistado en ATC (Argentina Televisora Color) y en el diario La voz (donde yo trabajaba) armamos una nota doble para el suplemento dominical. Hynek no hizo otra cosa que hablar sobre ciencia, astronomía y ufología durante aquellos días. Creo que a todos nos quedó claro que no estaba “aprovechando” a los platillos voladores para pasear por la Argentina. Su interés por el asunto era genuino.
Durante años con Guillermo recordamos sus zapatos. Eran de cuero oscuro y seco, sin lustrar. No parecía que «el viejo Hynek», como le decíamos, buscara en la ufología otra prosperidad que no fuese la de incrementar sus conocimientos sobre lo que llamaba el fenómeno, que a los setenta años aún veía como un desafío científico.
NOTAS
(*) En Youtube hay un raro documental de 4 minutos donde Hendry cuenta cómo hizo su trabajo. También están Philip Klass y James Oberg.
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GLOBO. Con Fred L. Whipple (1906-2004) en el año 1956. Quizá la foto menos conocida de J. Allen Hynek. Fuente: Archivos Visuales Niels Bohr.
CLOSE ENCOUNTERS. El cameo más famoso en la historia del plativolismo. La escena final de Close Encounters of the Third Kind (1977)