Apuradas reflexiones tras la marcha en repudio al 40 aniversario golpe cívico militar que protagonizó el mayor genocidio de la historia argentina: la presencia de Barack Obama, el papel del presidente Mauricio Macri y brevísimo apunte sobre un futuro deseado.
Este 24 de Marzo, a 40 años del golpe, fue diferente. No podemos decir “son las mismas caras” porque es imposible. Somos demasiados y cada uno va con su bagaje de historias, militancias y experiencias. Lo que sí pasa, lo que sí es una alegría, es que nos reconocemos. Nos reconocemos sin globos, nos reconocemos como parte de una tradición de luchas que durante el gobierno anterior llegó a influir e introducir reformas, nunca las suficientes, pero lo suficientemente notables como para que, hoy, cuando el gobierno de Cambiemos arrasa con espacios penosamente construidos, son mucho más visibles. El portal Infojus, devastado por las nuevas autoridades, es un ejemplo. Otros son enumerados en Tiempo, la edición hecha por los trabajadores que en la marcha agotó 35.000 ejemplares.
Este 24 de Marzo fue diferente porque la realidad se dio vuelta como una media. Esa marea humana se preguntaba ¿cuántos errores cometimos para que volviera esta «derecha espléndida», sin necesidad de recurrir a los militares?
La mitad más uno de los argentinos votó un gobierno integrado por dirigentes cuya ideología guarda una afinidad pavorosa con la de quienes condujeron el mayor genocidio de la historia argentina. No lo digo porque “no van a las marchas”, lo cual no es ninguna novedad porque, como a Scioli, nunca se les vio el pelo.
Lo digo porque las políticas, las declaraciones y las acciones van en ese sentido: el sentido del olvido, la impunidad, la represión a la protesta y el borrón … Borrón sin siquiera cuenta nueva, ya que muchas áreas vitales, como las culturales, son destruidas sin ser reemplazadas. Es liso y llano desmantelamiento.
Por otra parte, admito que no grité “Fuera Obama”. El presidente de los EE.UU. pelea por los intereses de su nación y la de sus súbditos, no los de la Argentina, a menos que esté al servicio de sus intereses. En este caso, banalizar, como escribe Verónica Gago, o «lavar su cara», sucia por tan larga historia de financiación, cooperación y encubrimientos al terrorismo de Estado. Tampoco le interesan un rábano los crímenes cometidos por la dictadura cívico-militar. Mejor prueba de ello es que le llamara “polémica” a la documentada colaboración de los gobiernos de los EE.UU. de los 70 con la dictadura, incluso estando informada de las sistemáticas violaciones a los derechos humanos que se estaban cometiendo en nuestro país. Ya se liberaron archivos que lo prueban. Llamarle “polémica” es rehuir las evidencias y Obama es inteligente. Es un estratega de las conveniencias.
Gritar “Fuera Obama” es una declaración de intenciones ingenua, inocua e impracticable, al igual que reclamar Obama devolvé el Premio Nobel de la Paz… No se irá por aclamación popular, porque fue invitado por un presidente elegido democráticamente, así como nunca devolverá el premio Nobel, que aceptó pese a las matanzas y bombardeos que la Historia seguirá asociando con su nombre.
Gritar “Fuera Macri”, en cambio, sí me parece conducente, realista y promisorio. El gobierno de Cambiemos representa la extensión de las ambiciones norteamericanas en la Argentina; Macri, y la parte del país que lo votó, son los responsables del actual desmantelamiento del Estado, el pago sin chistar a los usureros y la creciente liquidación de los espacios dedicados a garantizar el juicio a los genocidas.
Ni Obama ni Macri quieren defender los derechos humanos. No les interesa. Obama ni siquiera tuvo la diplomacia de reconocer el activo apoyo de su país a la dictadura mientras Kissinger manejaba la agenda. Macri, en diciembre de 2014, ya lo había anunciado: “se va a terminar el curro en derechos humanos”. Para él, los juicios a verdugos y represores es “revanchismo”. Siempre lo dijo, al menos antes de convertirse en presidente. En suma: la foto de ambos arrojando flores al río en el Parque de la Memoria es un acto de profunda hipocresía, y así debe ser estudiado.
Claro, hay que trabajar para sacar a este gobierno mediante el voto popular y reemplazarlo por otro sin los vicios funestos del kirchnerismo.
En la Plaza de Mayo, en medio de la felicidad que de vez en cuando es legítimo sentir formando parte de una multitud, ese sueño pareció posible.
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