Diego Lerman, el director de Una especie de familia (2017), La mirada invisible (2010) y El suplente (2022), posterga el drama para rozar la comedia en una película que recrea el momento bisagra de José de Zer, cuando rubricó el misterio del cerro Uritorco a la voz de “¡Seguime, Chango!”
Por Alejandro Agostinelli
El hombre que amaba los platos voladores (Diego Lerman, 2024) es el resultado del encuentro entre un director, quien a su vez ama situar su filmografía en instancias históricas clave del país, y el cronista televisivo José de Zer (José Kerzer, 1941-1997). Con Leonardo Sbaraglia en el papel del “movilero estrella” de Nuevediario, Lerman usa la cobertura sobre la aparición de luces y huellas en sierras aledañas al cerro Uritorco, en febrero de 1986, como una excusa para explorar el auge ovni, las nuevas creencias, las noticias falsas y la Argentina de los ochenta, en pleno proceso de consolidación de la democracia recuperada.
El cine argentino ya había enfrentado alienígenas en Che Ovni (Uset, 1968), Los extraterrestres (Carreras, 1983), Hombre mirando al Sudeste (Subiela, 1986), Las locuras del extraterrestre (Galettini, 1988), Mi reino por un platillo volador (Lumiere, 2004) y El Nexo (Arrieta, 2007), entre otras. La de Lerman, tal vez la primera ficción plativolista basada en una historia real y bien argentina, cuenta una de las aventuras cumbre en la vida pública de De Zer, un periodista que pasó de una boletería teatral a escribir sobre espectáculos y desde inicios de los setenta atisbó el atractivo de la ufología junto a su compañero de la revista Gente, Víctor Sueiro.
En agosto de 1973, Sueiro y de Zer presentaron en Teleshow (Canal 13) el caso de Francisco García, un contactado que anunció el inminente desembarco de cincuenta naves de Marte en la Laguna de Chascomús. Trece años después, en el noticiero de Canal 9, retomó su intuición en las sierras de Córdoba y siguió hacia adelante como si una frase de Pierre Corneille (1606-1684) fuese su musa inspiradora:
“El mentiroso siempre es pródigo en juramentos”.
Establecido en Capilla del Monte con su camarógrafo Carlos Chango Torres, según recordó años después, simuló una transmisión desde la cima del Uritorco (sin moverse del jardín del hotel), entraron en las cuevas de una “ciudad perdida” (enterrando antes piedras para crear la ilusión de hallar arte rupestre alienígena) y filmaron luces auténticamente reales, que en verdad eran “faros de los autos que llegaban desde Cruz del Eje”.
El impacto de esta producción, que atrapó al público durante casi cinco meses, siguió con José moviéndose hacia otras noticias casi tan asombrosas. Se lo recuerda por sus aventuras en Córdoba, pero La Plata parece haber sido el territorio donde se sintió como pez en el agua. En 1986, entrevistó a Silvio Mirasso, un joven de 15 años que mostró en su cuerpo los estigmas de Jesús (y devino en santo popular, bendición de Nuevediario mediante) y visitó una casa donde brotó sangre del piso. En febrero de 1987, intentó recrear su hit del Uritorco cuando armó “el misterio de la calle 72”, o “la casa del horror”. Allí, un parapsicólogo platense –Rubén Torbay, a quien llamaba “Licenciado”– le confió que un vivero abandonado podía ser el santuario de duendes traviesos y espíritus burlones. “Ahí no hay presente, pasado ni futuro. Ahí hay terror”, explicó De Zer. Aquella cobertura desató una suerte de aquelarre donde brujos, médiums y radiestesistas fueron convocados alrededor del pozo de una bomba de agua que terminó “tragándose” al Licenciado. “¡Atrápalo!” se escuchó en el tape cuando lo rebobinaron y lo pasaron al revés.
«Nuevediario» delegó en De Zer la cobertura de casos políticos, policiales y sociales de actualidad –descubrió el crimen de María Soledad Morales, cubrió el asesinato de Alicia Muñiz, la desaparición de Cecilia Giubileo y el copamiento al cuartel de La Tablada– y se arriesgó a que su carrera fuera juzgada con el mismo criterio que muchos aplicaban a sus informes fantásticos. Su sola presencia en el lugar de los hechos transformaba los acontecimientos. En la rebelión carapintada de 1987, él fue el único cronista convocado por el general Ernesto Alais… aunque no porque fuera a darle una exclusiva sobre los motivos de su «marcha a velocidad caracol» sino para hacerle una desopilante consulta sobre su expertise paranormal. De Zer no priorizaba la búsqueda de verdad sino la eficacia narrativa.
Sus pícaras entrevistas y el aplomo con que afrontaba historias próximas al absurdo ubican la nostalgia en una zona extraña, mezcla de reprobación y cariño. Hasta quienes no le creían veían divertido que otros le creyeran. En 1987, Jorge Porcel y Jorge Luz lo arrinconaron en el programa cómico La Tota y La Porota y en 1992 Pipo Cipolatti lo imitó en La TV Ataca cuando salía a la calle junto a un pseudo Chango en pos del Enano Garrison. Pero sus jadeos fueron, quizá, lo más sincero y real de sus coberturas. «El vicio era respirar fuerte cerca del micrófono para dar una sensación de agitación, de cansancio, de fatiga. Era, probablemente, lo más cierto de José de Zer», escribió Mariano Blejman. Reintentos posteriores, como las de un notero de Crónica TV, sólo merecen un manto de piedad. Por otro lado, vanidosos «estudios académicos», que alternaron relatos de ciencia plebeya, ensayos poco rigurosos y un valioso puñado de trabajos eruditos, tampoco pudieron soslayar al periodista.
Tras la muerte de José de Zer en 1997, el Comandante Clomro (Claudio Omar Rodríguez, 1962-2016), un extraterrestre platense que apareció aquel año en el programa «Frente a Frente» (América), reclamó a la Municipalidad de Capilla del Monte que erigiera un monumento en honor al reportero y su camarógrafo. Sin embargo, en la ciudad de El Zapato, lo más cercano a un tributo fue el nombre del restaurante y foodtruck «Seguime, Chango».
Aunque De Zer no fue el primer periodista especializado en lo paranormal –antes estuvieron Américo Barrios (Luis María Albamonte), Pipo Mancera y Alejandro Vignati–, tuvo un estilo que marcó a colegas que un lustro después alcanzarían sus cotas, como Mauro Viale y Chiche Gelblung. Falleció justo cuando Argentina se llenaba de vacas mutiladas, jarrones con cocaína y talk-shows donde se presentaban figuras como Leevon Kennedy, la hija no reconocida de Marilyn Monroe y John Fitzgerald.
El desafío de Diego Lerman fue recrear las aventuras plativolistas de una figura entrañable que carecía del más mínimo escrúpulo.
EL HOMBRE QUE AMABA LOS PLATOS VOLADORES (Trailer). Estrena Netflix el 25 de octubre de 2024.
– ¿Cómo surgió la idea?
–Se me ocurrió hace unos cinco años, tal vez más. Suelo ir de vacaciones a Traslasierra, en Córdoba, desde que mis hijos son chiquitos. Esa zona me encanta y ahí los extraterrestres, las cosas que ve la gente, están muy presentes. Tenía muchas ganas de filmar una película en Córdoba y me acordaba de las historias en televisión de José de Zer. A partir de ese deseo empecé a entrevistar gente –si habían visto o no, o qué habían visto–, y a seguir los pasos de José de Zer por Capilla del Monte. Y me pareció que era un territorio, una condensación de cosas muy atrapante para hacer y escribir una película. Entonces, me puse escribirla, primero solo y después con Adrián Biniez como coguionista. Ante todo, me atraía mucho el personaje de José de Zer y todo el mito alrededor de la huella del Pajarillo.
Primero la fundación de Capilla del Monte, después el fenómeno televisivo, y por otro lado el inicio, con Nuevediario, de cierta ética periodística: las fake news. Finalmente, es una película sobre aquello en lo que uno cree, en lo que no cree, y cómo las creencias exceden lo racional. Y las creencias, ya sea en ovnis, religiones o lo que sea elijamos creer, están instaladas en la humanidad desde sus inicios. La película, entonces, tiene más que ver con las creencias que con el fenómeno extraterrestre.
–¿Dentro de qué género encuadrás a la película?
–Mirá, si en la película hay algo que, me parece, está bien, es esa dificultad de encuadrarla. Tiene toda una zona de comedia muy divertida y el personaje se vuelve un director de cine. Está ahí, en medio de la montaña, tiene que producir notas, tiene ciertos recursos, le faltan otros, quiere hacer tomas aéreas, investiga, tiene que hacer actuar a la población, y él y el pueblo empiezan a tener éxito y popularidad. Por otro lado, si en todo eso hay algo de circo mediático –porque rigen las leyes de la tele–, a José de Zer le empieza a pasar algo más profundo. Bueno, toda esa zona, si querés, no es comedia. Pero conviven esos dos géneros.
–¿Intentás ajustar la trama a informaciones biográficas y periodísticas sobre las andanzas y el mundo de José de Zer o te soltaste un poco de “la realidad”?
–Es muy difícil, más con un personaje como él, pensar que hay “una realidad”. José de Zer tampoco tiene una biografía oficial. Y el cine siempre es ficción, lo es hasta en el documental. Esta es una película sobre un creador de ficción y sobre un hombre de quien casi no había rastros de su vida. Entonces, hay una mezcla. Hay algunos datos, sobre todo las notas que hizo, que recreamos, y una gran parte de ficcionalización.
–¿Cómo imaginás al De Zer que se constituye en tu película?
–Bueno, es un personaje cautivante, sobre todo en esa etapa. Porque tuvo un montón de etapas. Leo Sbaraglia hizo un fabuloso trabajo de composición y De Zer, creo, estaría muy contento. Ahora bien, yo me tomé todas las libertades. No quería contar la biografía con los datos de José de Zer, sino construir una ficción a partir de su historia pública. Que es, en definitiva, la historia de un hombre que construye ficción.
–Si bien hasta los documentales son ficciones y los medios muestran una realidad editada –hay recortes interesados y versiones falsas de lo que pasa–, Nuevediario marcó una diferencia. Del triunfalismo tramposo de Kasanzew/Gómez Fuentes en Malvinas a De Zer, pasamos del llanto al asombro, o a la risa. ¿Ese registro está en la película?
–Sí, sí, claro. Hay una escena donde su jefe tiene que convencer al dueño del canal de hacer esto en un noticiero. “¿Cómo? Eso sería inventar algo”. Y él le dice: “No, no es inventar algo. Es la televisión del futuro. No podemos aburrir al espectador, cansarlo con todos los problemas políticos y económicos que existen. Le tenemos que contar algo diferente”. Todo ese debate, que se da en una secuencia, creo que hoy está muy instalado. Hoy vivimos casi en la post-verdad. No podemos hablar de qué es el periodismo. Todo está trastocado. Creo que la película es una gran herramienta para poner eso en debate. El periodismo debe, o al menos así es como se lo concibe, contar la realidad. Pero ¿la cuenta o la inventa? ¿Qué sucede con eso? Bueno, yo creo que hoy el periodismo está más cerca de José de Zer que de contar la realidad.
–Su manera de contarla se podría decir que era menos dañina, o más inocente.
–Yo creo que él tiene distintos momentos. De Zer es un personaje muy complejo. Cubrió la Tablada, fue baleado… Yo me circunscribí a lo que fue su saga en el Uritorco, que tuvo distintas etapas. Al principio se le creía y era una novedad absoluta. Y llegó a hacer picos de 40 ó 50 puntos de rating, que para esa época era –bueno, ahora también– un montón. Pero hablamos de una época en que había cuatro canales. Y el noticiero de la noche era uno de ellos, el más visto, narraba desde un robo en Temperley hasta que después venía José de Zer con los platos voladores en Capilla del Monte, generando toda una serie de recursos. Desde enterrar y desenterrar objetos, recoger testimonios y recrear luces al servicio de contar una supuesta realidad. Era muy interesante que Nuevediario, más que concebirse como un noticiero, se concibiera como un show de noticias. Y la palabra show, creo, le daba el marco. De alguna manera, te lo estaban anticipando. A mí me hacía acordar a Orson Welles, cuando en La Guerra de los Mundos sale a contar por la radio una invasión marciana y hay gente que se mata porque piensa que lo que está contando Orson Welles en la radio es verdad. Bueno, hoy confiamos poco en las noticias porque salen el noticiero, y en aquella época lo que salía en el noticiero era verdad. En una primera instancia cree gran parte de la población, pero dura poco. Después va quedando como un personaje pintoresco, más circunscripto a excentricidades, con alguna gente que sí le creería.
Un ex intendente de Capilla del Monte de esa época me contó que en la zona empiezan a instalarse todo tipo de personajes, algunos de muy dudosa reputación y otros que manejaban energías, se instalaban sectas, lo cual empezó a ser un problema porque no se sabía qué prácticas hacían. Entonces, se convirtió en un fenómeno que se amplificó y se volvió el epicentro de un montón de cuestiones, algunas más dudosas, otras más del orden de las creencias. Y eso tuvo su correlato turístico, rollos, consumo, etcétera.
–El material de José de Zer eran las creencias de los habitantes de un lugar donde hasta entonces no pasaba gran cosa y empezaron a entrar nuevas formas de religiosidad. ¿Es una perspectiva incluida en la película?
–Básicamente, la película tiene distintos arcos. El primero, el que logra instalar estas noticias. El que lucha en el canal por un nuevo tipo de periodismo, lo logra y es exitoso. Después empiezan otras facetas. El pueblo participando, la recreación de las notas, Capilla que empieza a llenarse de gente y el fenómeno que, en cierto momento, lo sobrepasa. Y a esa altura, a nuestro personaje ya es difícil de parar. Hay algo de él que excede a lo que está cubriendo. Siente que ese es el medio para un objetivo más trascendente, que es un elegido. Hay algo mesiánico también, ya que cuenta la historia de alguien bajo tratamiento psiquiátrico donde ficción y realidad se empiezan a juntar un poco.
–Como en tus películas anteriores actúan vecinos de las localidades donde filmaron. Ahí está la garantía de Verónica Souto…
–Sí, un gran trabajo hizo Vero.
–¿Dieron con vecinos que hayan vivido alguna experiencia fantástica relacionada con platos voladores?
–Sí, eso es algo que todo el tiempo está presente. Ahí hay gente que ve, gente que cree, gente que te cuenta historias. Cualquiera que ha estado en la región y charla con los habitantes, enseguida aparecen historias, relatos, fábulas, cuestiones en las que uno puede creer o descreer, pero esos relatos hoy existen de una forma muy contundente.
–¿Durante el rodaje alguna sorpresa justificó modificaciones en el guión?
–No del tipo extraterrestre, pero pasaron todo tipo de cosas. Fue un rodaje largo de casi nueve semanas, filmamos en Buenos Aires, San Luis, Córdoba y Mendoza. Y mi manera de trabajar es ir incorporando a las escenas cosas que van sucediendo. La naturaleza siempre estuvo a nuestro favor y nos sobrepusimos con pequeños hallazgos. Fue un rodaje muy singular porque rodamos muchos exteriores en montaña, muy atados al clima.
–¿Filmaron en Capilla del Monte?
–No porque hoy no tiene nada que ver con lo que era Capilla en los 80. Es como si fuesen pueblos diferentes. Es una ciudad más desarrollada y mucho más poblada. Hicimos una gran recorrida buscando pueblos en Córdoba porque yo necesitaba filmar en un radio de 360 grados y que sea todo de época. Así encontramos algunos pueblos que un poco daban los 80, pero cuando movías la cámara, ya no. Descarté la posibilidad de filmar en Córdoba cuando en la provincia de San Luis descubrí La Carolina, un pueblo casi suspendido en el tiempo que, desde Virreinato del Río de la Plata, tiene una historia muy ligada a la extracción de oro. ¡En el río sigue habiendo buscadores de pepitas! Entonces, reescribí el guión para filmar ahí.
–¿Cómo interviene el Chango en la película?
Del Chango Torres tampoco se sabía tanto. Averigüé cosas, me junté con gente del canal, supe que era el Maradona de los camarógrafos, aparte de ser muy amigo de José de Zer. Pero alrededor de él había algo muy hermético. Cosas que nadie quería contar. Así que construí una relación medio de Don Quijote y Sancho Panza, una aventura donde estas locuras quijotescas de José de Zer tenían su Don Sancho en el Chango. También filmamos con una U-matic, la cámara del Chango, que es una cámara de la época, y la película plantea ese diálogo entre nuestra ficción y la que filma el Chango, que es un personaje más, tanto cuando aparece como cuando filma. Y a su cámara la distinguimos porque tiene otra textura. Después hay otros detalles como la relación de José con el canal, su hija, etc. que responden más a la ficción que a basarse en personajes concretos que hayan existido.
–¿Aparece Ángel Acoglanis, el inventor de la ciudad que De Zer buscaba en esa gruta trucha?
–Podríamos hablar mucho de Acoglanis, pero no ahora. Conozco su historia, al punto de que curó mi pie izquierdo cuando era muy chico. Pero en esta historia puntual él no aparece.
–¿Es imaginable hoy un José De Zer?
Yo creo que él representa a una época. Pero muchas cosas de los ochenta y los noventa están volviendo, así que no sé si la posibilidad de imaginar hoy alguien como él fuese algo que me preocupe. Obviamente, sería una versión diferente.