La alt-right contra la democracia

Las altas chances del candidato a presidente de Libertad Avanza en las próximas elecciones invitan a repasar la historia de las derechas en la Argentina y comprender por qué agoniza el “consenso alfonsinista”.

Por Matías Grinchpun *

El 1º de mayo de 1987, al inaugurarse las Sesiones Ordinarias del Congreso Nacional, el presidente argentino Raúl Alfonsín pronunció un discurso con párrafos dramáticos. El clima era por demás tenso, dado el terremoto causado por el levantamiento “carapintada” seguido por una campaña para resignificar una rendición sin concesiones –tal cual admitió el propio cabecilla, Aldo Rico– en una claudicación del gobierno.[1] Durante su exposición, el presidente conceptualizó lo ocurrido como el choque entre “un país que muere y otro que nace y empieza a crecer”, colocando dentro del primero al “nacionalismo”, es decir las “tendencias que hipostasiaron el sentido de pertenencia nacional en un absoluto que pretende negar los conflictos naturales de una sociedad compleja y el pluralismo político en aras de una homogeneidad artificiosa y autoritaria”. Peor aún, esta “crisis de consciencia de la clase dirigente tradicional” habría sido un afluente de “la peor y más incontenible forma de violencia”.[2] La referencia no era aislada: el primer mandatario había insistido en denunciar los “extremismos” tanto de izquierda como de derecha para así marcar un centro, un “justo medio” en el cual debía ubicarse la joven democracia. En este sentido se aludirá aquí a un “consenso alfonsinista”, un compromiso con el nuevo régimen que contenía la expectativa de que atavismos como el autoritarismo y el fascismo no tardarían en desvanecerse. Menos una descripción empírica que una muletilla analítica, la categoría será útil para abordar uno de los roles que el nacionalismo-reaccionario ha tenido durante las últimas décadas, y cómo éste podría modificarse.

ALEJANDRO BIONDINI. Por cuatro décadas referente de la ultraderecha neonazi en la Argentina. Afiche de 2019.

Los disparos del dirigente radical no pasaron desapercibidos: desde el periódico Alerta Nacional, Alejandro Biondini proclamó ya en diciembre de 1983 que tanto él como su grupo no serían opositores de la Casa Rosada, sino sus enemigos.[3] Como tributo quizás involuntario a Carl Schmitt, este dirigente de la ultraderecha peronista rechazaba las invitaciones a la convivencia y la civilidad en favor de una relación agonística, aunque no exenta –como se verá– de cierta complicidad. No fue muy distinta la reacción del tradicionalismo católico propugnado desde Cabildo, Verbo, Gladius y hojas afines, cuyos colaboradores se jactaron de ser el villano favorito de Alfonsín. Así, las declaraciones del chascomunense sobre el nacionalismo fueron leídas con sorna, cuando no se esgrimió la teoría de que estaba creando cortinas de humo para ocultar sus desmanejos y ambiciones. De esta manera, las derechas extremas y radicales se volvieron funcionales al “consenso”: estas minorías intensas, paladinas del militarismo, el racismo y una moral conservadora, operaron como una radical otredad de la democracia, un límite que no debía franquearse y permitía definirse. Transgredir esa barrera implicaba caer en el ostracismo que –se pensaba, se suponía, se esperaba– les había correspondido a esas ideologías en todo el mundo desde 1945.

No debería olvidarse que también fue útil para los estigmatizados, que obtuvieron un rival, una narrativa y hasta una expectativa: si el sistema entronizaba el vicio, la hecatombe no tardaría en llegar. Mientras tanto, los caminos que el nacionalismo-reaccionario siguió fueron fundamentalmente dos: primero, la crítica despiadada, tachando al sistema de “partidocracia” por dejar las decisiones en manos de una camarilla de “políticos profesionales”, siempre listos para venderse al mejor postor. De ahí que el “demoliberalismo” no fuera más que la careta legitimadora de una cruel plutocracia, alineada con el “Nuevo Orden Internacional” –nombre que, en los ochenta, se le daba a lo que hoy ciertos círculos denominan “globalismo”. En suma, era “totalitario”, ya que se presentaba como el único tipo de gobierno deseable y aceptable. No contento con eso, salía incluso del Estado para adueñarse de todas las esferas de la vida social. De todas maneras, tradicionalistas y neofascistas plantearon ocasionalmente cómo debía ser una “auténtica democracia”, inspirándose en el corporativismo o en fuentes como Santo Tomás de Aquino y testimoniando, en última instancia, la hegemonía de una idea a la que denostaban.

SEINELDÍN. En 1988 lideró una rebelión contra el gobierno de Alfonsín.

La otra vía consistió en participar del “carnaval” electoral. No hubo una sola forma de transitarla: hubo expresiones alérgicas a las urnas, como el Movimiento Nacionalista de Restauración, vinculado a las revistas Cabildo y Patria Argentina, y el Movimiento Nacionalista Social capitaneado por Federico Rivanera Carlés, antiguo integrante de la antisemita editorial Milicia y luego impulsor del Instituto para la Investigación de la Cuestión Judía. Pero hubo otros que violaron el tabú, como Biondini al crear el Partido Nacionalista de los Trabajadores (PNT), luego Partido Nuevo Triunfo y varios rótulos más; el Partido Nuevo Orden Social Patriótico (PNOSP), astilla del anterior acaudillada por el celebérrimo Alejandro Franze, librero skinhead de Parque Rivadavia; y el Partido Popular de la Reconstrucción (PPR), inspirado por el líder “carapintada” Mohamed Alí Seineldín y fundado por camaradas suyos como Gustavo Breide Obeid, Francisco Bosch y Enrique Graci Susini. La lista podría engrosarse si incluyera los niveles provincial y municipal, donde estas agrupaciones no sólo medraron, sino que lograron en más de una ocasión acceder al gobierno. Pero aun cuando eran humilladas por los escrutinios nadie las podía considerar derrotadas: lo que no manifestaban esos guarismos, aptos para la estadística o el chiste fácil, era que los tópicos anti-democráticos, anti-igualitarios y xenófobos podían ser enarbolados sin temor a la contradicción por los votantes de las opciones mayoritarias. Tampoco se veía reflejada la cálida recepción que esas ideas podían encontrar en las subculturas del esoterismo, los tatuajes, el gaming y los géneros menos frecuentados del punk, el techno y el metal.

PRENSA NEONAZI. «Alerta Nacional.» Anti-alfonsinista desde octubre de 1983″ (izq.) «Última Thule», la mítica skinzine del PNOSP, publicada por el partido de Alejandro Franze (der.)

Durante los ’80 y ’90, el “consenso alfonsinista” se mostró vigente en el discurso público. No faltaron forzamientos bajo el mandato de Carlos Menem, como la participación de Alberto Ezcurra Uriburu –fundador en su juventud del Movimiento Nacionalista Tacuara– en la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas o la defensa que el riojano hizo de su Ministro de Justicia, Rodolfo Barra, tratando su paso por la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES) como un pecado de juventud.[4] Pero también esto podía ser encuadrado en un espíritu de reconciliación, más democrático incluso que la vocación del tótem de la tribu. Además, el “consenso” se hizo oír a través de los medios, las organizaciones no gubernamentales y distintos sectores de la sociedad civil, motorizados por el legado simbólico construido en torno del “Proceso”,[5] los innegables peligros de reversión dictatorial a lo largo del decenio previo y acontecimientos como los como los atentados a la Embajada de Israel y la sede de la AMIA. Aquí podrían mencionarse investigaciones como las de Raúl Kollman y Sergio Kiernan en Página/12, o el informe de Telenoche Investiga sobre la venta de literatura y videos nazis por parte del matrimonio Buela. Sin rehuir al alarmismo, esta cobertura mantuvo presente la idea de una amenaza a la democracia, que no por minoritaria era menos real. Este registro coexistió con una ridiculización lisa y llana, cuyo paradigma fue la reivindicación que hizo Biondini –alejado del PJ tras el viraje menemista– de Adolf Hitler en Hora Clave, la que le valió el escarnio hasta de otros nacionalistas.[6] La visita de estos personajes a talk shows como el de Mauro Viale,[7] entrevistas más o menos desafortunadas y una incipiente literatura cristalizaron una imagen caricaturesca de estos sectores que no aportó a la comprensión de su lógica interna. Todo lo contrario: creó una respuesta refleja que se mostró contraproducente cuando la efectividad y el arrastre de este tipo de discursos se incrementaron.

La primera fractura del “consenso” llegó con la crisis del 2001-2, cuando la democracia se vio acorralada por el colapso de la convertibilidad, las tensiones que desgarraban a una sociedad brutalmente pauperizada y los reclamos a una clase política severamente deslegitimada. Pero no por las derechas extremas y radicales. Apenas circularon rumores de golpe. Parecía que el “nacionalismo oligárquico, autoritario y elitista” de Alfonsín ya no daba miedo o, sencillamente, no era necesario. Hasta los nacionalistas-reaccionarios se mostraron decepcionados consigo mismos, ya que el apocalipsis que venían vaticinando desde diciembre de 1983 no condujo a una “restauración” sino, por el contrario, a más y peor democracia.

JAVIER MILEI. Líder de la nueva extrema derecha, autodenominada libertariana o anarcocapitalista

La fisura indujo una mutación, notoria a partir de 2003. Néstor y Cristina Kirchner casi no aludieron al nacionalismo-reaccionario, y cuando hablaron de “derecha” fue otro el significante, más cercano al neoliberalismo que al integrismo o el neofascismo. Sin embargo, también esas derechas se vieron interpeladas por las “batallas culturales” iniciadas en el nuevo ciclo, como el discurso sobre los setenta y la política de derechos humanos, la diplomacia cercana a Fidel Castro y Hugo Chávez, la promoción de la anticoncepción y del matrimonio igualitario. Fue en este contexto que los mensajes refugiados por decenios en revistas de escasa circulación pudieron moverse con mayor soltura. Señales de esta expansión no faltaron, como la cooperación de nacionalistas, católicos y “organizaciones de memoria completa” en aniversarios de acciones guerrilleras y en protestas contra el oficialismo.[8] Podían agregarse las citas de Juan Bautista Yofre, funcionario menemista y autor de best-sellers revisionistas de los setenta, a un veterano redactor de Cabildo como el profesor mendocino Enrique Díaz Araujo,[9] o la co-autoría de un antiguo colaborador como Carlos Manfroni –cercano por entonces a Patricia Bullrich– en Los otros muertos junto a Victoria Villarruel, abogada fundadora del CELTyV (Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas) antes de iniciar una meteórica carrera política en las filas libertarias.[10] Estos intercambios se vieron desde luego facilitados por la irrupción de nuevas tecnologías y plataformas de comunicación, con los foros online y las redes sociales multiplicando la llegada de temáticas, retóricas y narrativas a fuerza de memes, cortos e influencers. Sobre estas bases puede dimensionarse el fusionismo que caracteriza a las derechas actuales, lo que explica la ineficacia de viejas categorías utilizadas por comunicadores y académicos: son las mismas de siempre, y a la vez algo completamente distinto.[11]

MILEI-VILLARRUEL. Por primera vez un partido político de ultraderecha puede acceder a la presidencia de la Argentina

Tras el primer ciclo kirchnerista, la alternativa crítica y la participacionista tendieron a una síntesis: así podría entenderse la emergencia una fuerza partidaria con retóricas reaccionarias que, a diferencia de sus antecesoras, ha cosechado una enorme cantidad de sufragios. A contramano de los candidatos y de los presidentes previos, no se le rinde pleitesía al padre fundador: aunque nada nuevo dice, Javier Milei se separa del montón al responsabilizar a Alfonsín de la hiperinflación y tildarlo de “estafador”.[12] Esto no es más que otro ejemplo de un estilo que alegremente tensiona lo decible y lo esperable, como al tratar la justicia social de robo o extender hasta el absurdo los alcances y atributos del mercado. Más que una mera estrategia comunicativa o electoral, se trataría de la construcción de una nueva subjetividad para la que lo “disfuncional” no sería el autoritarismo y la desigualdad, sino la democracia en tanto obstáculo para la “libertad” y el “progreso”.

Dejando de lado las peculiaridades argentinas, algunas de las cuales se intentó recapitular, el fenómeno Milei tiene un innegable aire de familia con lo que, un tanto imprecisamente, se ha llamado alt-right o nueva extrema derecha. La suya sería una glocalización (*), evidente en el uso de categorías como “la casta”, tomada del léxico español, o la insistencia en un reclamo característicamente estadounidense como la portación de armas. Esta semejanza permite aventurar hacia dónde se dirigirá esa nueva subjetividad: tal cual ha subrayado Yuk Hui, los neoreaccionarios se involucran afectivamente con las contradicciones inherentes al proyecto de la Ilustración y, en particular, a la democracia sin moverse a una instancia reflexiva. De ahí que su consciencia sea desventurada, atrapada entre una fijación por las aporías –ciertas o no– y el intento fútil por trascenderlas. Por ello sus discursos y propuestas aparecen repletos de inconsistencias e incongruencias, algo que no les habría restado eficacia y potencia, sino más bien lo contrario.[13] Además de preguntar cuánto duraría La Libertad Avanza en el gobierno, puede resultar provechoso detenerse en las restricciones que su proyecto ya tiene incorporadas: no será capaz de alcanzar la utopía randiana, pero sí de articular una promesa palingenésica, esto es la regeneración de una nueva edad dorada cuya consecución no será alcanzada buscando acuerdos. Sin importar lo que dicten los votos, esa subjetividad ya se ha manifestado. Tenerla en cuenta será ineludible a la hora de construir nuevos consensos.      

* Glocalización: combinación de «globalización» y «localización», describe un producto o servicio que se desarrolla y distribuye en todo el mundo y se adapta y acomoda al usuario o consumidor en un mercado local.        


* UBA/CIS-CONICET.

[1] Daniel Mazzei, “’Y no hay sangre en la Argentina’. El presidente Alfonsín y la Semana Santa de 1987” en PolHis Nº 23, 2019, pp. 133 y 152-3.

[2] “Mensaje presidencial del doctor Raúl Alfonsín a la Honorable Asamblea Legislativa (1/5/1987)”, disponible aquí

[3] Alejandro Biondini, “Editorial: Organizar la reconquista” en Alerta Nacional (Primera época) Nº 6, Diciembre de 1983, p. 4.

[4] Luis Bruschtein, “Menem y el PJ eligieron a Barra auditor general” en Página/12, 5/11/1999. Disponible aquí

[5] Marina Franco, El final del silencio. Dictadura, sociedad y derechos humanos en la transición (Argentina, 1979-1983), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2018, pp. 364-368.

[6] Un fragmento puede verse aquí. A partir de este momento, Biondini se volvió el neonazi por antonomasia, siendo entrevistado en múltiples ocasiones y volviéndose un referente, si bien irónico, para buena parte de la opinión pública.

[7] Aquí puede verse el caso de Marcos Ghio, infatigable traductor de Julius Evola.

[8] En el marco de las “marchas por el campo”, Biondini coincidió con Cecilia Pando, quien repudiaba el discurso “setentista” del gobierno desde AFyAPPA (Asociación de Familiares y Amigos de los Presos Políticos de la Argentina) y el periódico B1. Se puede ver aquí

[9] Juan Bautista Yofre, Volver a matar. Los archivos ocultos de la “Cámara del Terror” (1971-1973), Buenos Aires, Sudamericana, 2009, p. 44.

[10] Carlos Manfroni y Victoria Villarruel, Los otros muertos. Las víctimas civiles del terrorismo guerrillero de los 70, Buenos Aires, Sudamericana, 2014.

[11] Jeffrey Hart, The making of the American Conservative mind. National Review and its times, Wilmington, DE, ISI Books, 2005, p. 251.

[12] bit.ly/45yB6gE

[13] Yuk Hui, Fragmentar el futuro. Ensayos sobre tecnodiversidad, Buenos Aires, Caja Negra, 2021, pp. 18-26.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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