Literatura inglesa de anticipación: revisión de profecías a la luz del presente

A fines del siglo XIX, en La máquina del tiempo, H. G. Wells describió el año 802.701. Poco después, tres escritores ingleses también se atrevieron a ver el futuro, pero un futuro muchísimo más cercano: G.K. Chesterton mostró una Inglaterra dominada por un monarca elegido al azar, en 1984; Saki (Hector Hugh Munro) describió una Inglaterra colonizada por Alemania, adelantándose a las Guerras Mundiales; y Max Beerbohm transportó a uno de sus personajes a 1997; y marcó la diferencia: el protagonista regresó a su tiempo con novedades proféticas que pudimos corroborar.

(*) ADVERTENCIA:

Esta nota contiene spoilers de El napoleón de Notting Hill de Chesterton, La llegada del emperador de Saki y Enoch Soames de Max Beerbohm.

Por Magrio González

Enciclopedia Popular Magazine, una revistas de “divulgación científica” de principios de los 90, anunciaba en una sección llamada Lo que vendrá  inventos y adelantos a corto plazo como perros sin olor a perro en 1996, autos con ruedas esféricas en 1995 o tomates cuadrados en 1992. Es divertido repasar sus páginas hoy y llegar a la conclusión de que –si vamos a predecir el futuro– conviene hacerlo en forma metafóricamente difusa o arriesgando fechas lejanas, para estar lo suficientemente muertos y olvidados cuando esas cosas no sucedan.

No podemos refutar o corroborar el mundo de H. G. Wells del año 802.701 y, si ocurre lo que él describió, poco va a importar: para entonces los libros no tendrán importancia, ya nadie sabrá leer.

Sí podemos analizar, en cambio, tres obras donde el futuro ya es pasado.

ENCICLOPEDIA POPULAR MAGAZINE. Su sección Lo que vendrá no fue infalible, pero ayudó a las nuevas generaciones a imaginar el mundo del porvenir.

EL FIN DE LAS REVOLUCIONES

El napoleón de Notting Hill es la segunda novela del escritor británico G. K. Chesterton. Publicado en 1904, el libro comienza con una especie de ensayo sobre la futurología a principio del siglo XX. El mundo –leemos allí– se había llenado de profetas. Tantos que “llegó a resultar muy difícil hacer cualquier cosa sin que implicara cumplir alguna de sus profecías”.

Chesterton analiza las fórmulas de las profecías de su época diciendo que, ingenuamente, “tomaban algo que ocurría (..), y sostenían que habría de continuar sucediendo hasta que algún hecho extraordinario tuviera lugar” o “tomaban algo que veían que cobraba importancia y lo empujaban al límite que la imaginación le permitía dibujar. (…) por ejemplo, con el señor H. G. Wells y otros, quienes pensaban que la ciencia gobernará el futuro; y que, así como el automotor era más veloz que un carruaje, algún día llegaría algún bonito aparato más veloz que el automotor, y así por siempre”.

Su novela es una profecía (y una comedia) que contrarresta esa idea de llevar al extremo los avances. De hecho, no presenta una sociedad evolucionada: en 1984, ochenta años después, Londres es una ciudad estancada. Este estancamiento se debe a que la humanidad ha dejado de creer en las Revoluciones, las cuales, para cambiar drásticamente el mundo, han terminado en sangre y desolación. En ese presente se cree en una evolución gradual, como la de la Naturaleza. “Las revoluciones de la Naturaleza son las únicas verdaderamente exitosas. Nunca se ha visto una contrarrevolución a favor de preservar las colas largas”.

Esa Londres futurista no sólo no ha avanzado sino que incluso ha dejado de lado conquistas aparentemente de avanzada, como la mismísima democracia. Chesterton nos dice: ¿Para qué vamos a identificar, enumerar, registrar y conceder derecho a voto a una innumerable cantidad de individuos si podemos agarrar a uno con la misma inteligencia o falta de inteligencia que el resto y que él decida? Así, el país vive bajo el mandato de un rey elegido azarosamente. Un solo hombre es cabeza de Estado “no porque sea brillante y virtuoso sino simplemente porque es uno solo y no una multitud gritona”.

En el libro, el sistema de gobierno es presentado cuando entra en escena un exiliado presidente sudamericano que no alcanza a entenderlo. Latinoamérica parece sumida en una “resistencia” ante la búsqueda imperialista de una falsa cosmópolis, donde el tercer mundo tiene que aprender las costumbres del primer mundo y nunca a la inversa.

Extrañamente, ese sistema político funciona. Entes burocráticos y algunas instituciones han desaparecido o mermado, como la mismísima Policía. El número de efectivos es tan pequeño que los hombres podrían acabar fácilmente con las fuerzas de seguridad, pero no lo hacen porque no les presenta ningún beneficio. Ningún cambio puede beneficiar un Estado que ha encontrado cierta tranquilidad en una monotonía generalizada. Pero podría pasar lo contrario, un cambio la podría perjudicar.

Este cambio nocivo llega con Auberon Quin, un extraño personaje amante del humor absurdo, quien enuncia uno de los parlamentos premonitorios del libro:

“¿No se han dado cuenta de que el humor es el elemento más sobresaliente de los siglos XIX y XX? (…) Hasta entonces, que una broma no fuese comprendida era la ruina. Hoy, que la gente no advierta una broma es un triunfo sublime. El humor, amigos míos, es lo único sacro que le queda a la humanidad. Es lo único a lo que todavía se le teme”.

Auberon Quin es elegido azarosamente rey y, como un mero chiste, decreta la división de Londres en ciudades autónomas que forman parte de un universo medieval grotesco que nadie toma en serio, salvo una persona, Adam Wayne, la máxima autoridad de Notting Hill. En un principio, Auberon cree haber encontrado a otro humorista como él, pero pronto se da cuenta de que Adam ha tomado su broma en serio y su patriotismo destruye la paz de ese futuro utópico.

Aclaración: esto recién empieza.

Quizás lo más preocupante del mundo real es que las elecciones de Auberon Quines casi nunca son azarosas, sino, como escribió Chesterton en el prólogo:

“Un hombre estúpido es algo tan excepcional que cuando encontraban uno lo seguían en masa por las calles, lo atesoraban y casi siempre le daban un cargo importante en el Estado”.

DISTOPÍA BRITÁNICA

Hector Hugh Munro, más conocido como Saki, publica en 1913 La llegada del emperador. Al igual que Chesterton, imagina una Londres futurista. Sin dar una fecha concreta, no pretende que ésta sea muy lejana y se podría decir que se adelanta perfectamente a las dos Guerra Mundiales y a la expansión germánica.

Murrey Yeovil, un aristócrata inglés, vuelve a Londres tras una larga estadía de caza en Siberia, totalmente incomunicado. Al descender del tren, nota que los nombres de las calles están escritos en inglés y alemán, y que sobre el Palacio de Buckingham flamea un estandarte con un águila. Aunque se niega a creer lo que sus ojos están viendo termina por convencerse de que Inglaterra es una colonia alemana. Lo más chocante es que su ausencia fue tan prolongada que todo el mundo parece haber pasado por varias instancias con respecto a lo sucedido, hasta llegar a la aceptación. No puede compartir su indignación con nadie, su propia esposa está organizando eventos de gala, con tendencia marcadamente apolítica, y patrocinando artistas en teatros visitados por mandatarios alemanes.

“La dominación acarrea una ventaja: trae felicidad a una nación. Allí donde no hay espacio para mayores ambiciones de desarrollo, la comunidad desperdicia su energía en las cosas triviales de la vida cotidiana, y busca la distracción del entretenimiento accesible”, lee Yoevil en un libro, y lo ve en su entorno. Pan y circo.

La novela está escrita con muchísimo humor, pero aquí vale hacer una acotación totalmente subjetiva:

Existe una ley en Internet llamada Ley de Poe, según la cual sin un emoticón que guiñe un ojo o alguna muestra clara de que algo se ha dicho con humor es muy fácil confundirlo con una afirmación real. (Viene nuevamente a mi mente Auberon Quin). También viene a mi mente Pierre Menard, el personaje de Jorge Luis Borges que pretende reescribir el Quijote, pero reescribirlo palabra por palabra aunque con un significado diferente. Por ejemplo: cuando el Quijote hace un discurso a favor de las armas, en el libro de Cervantes (que era militar) lo dice seriamente, mientras que en el de Menard (escrito en un contexto completamente diferente) es un discurso más bien irónico.

La novela de Saki está cargada de un hondo patriotismo que lleva a largos discursos en defensa del servicio militar obligatorio, el Estado, la religión y la clase alta; en contra de la educación pública que vuelve blanditos a los jóvenes; y en defensa de la educación privada donde los alumnos reciben latigazos si incurren en algún desliz y se vuelven hombres.

Todo esto que leí como una ironía graciosa1, no sólo era literal, según pude leer después, sino que la novela misma está escrita para promover esos valores. Vale agregar que el propio Saki se ofreció para ir a la Primera Guerra Mundial, donde murió, pese a que, por su edad, no estaba obligado.

No expongo esto para discutirlo, pero es un detalle pintoresco sobre cómo obras que predicen el futuro pueden ser modificadas en el futuro por el propio lector. Fuera de cualquier lectura que se pueda hacer sobre el trasfondo del libro, la novela es realmente buena y tiene un final magnífico.

VIAJES EN EL TIEMPO 2

And I said, «let’s all meet up in the year 2000

Won’t it be strange when we’re all fully grown?

Be there two o’clock by the fountain down the road 3

PULP

Todo lo anterior fue un preámbulo para decir lo siguiente: existió un escritor y caricaturista inglés que escribió el texto más premonitorio y el mejor cuento que leí en mi vida. Roberto Bolaño lo cataloga como Un cuento perfecto y ha sido traducido al español tanto por Borges como por Rodolfo Walsh. El cuento se llama Enoch Soames y el autor, Max Beerbohm.

Si algo une a los tres autores que son el tema de esta nota (Chesterton, Saki y Beerbohm), es su sentido del humor. Si pensamos en el llamado Humor inglés, estos autores serían una especie de Monty Python de la época (agregaría a Oscar Wilde si no fuera irlandés).

Max Beerbohm es, para mí, el mayor humorista del grupo. Además de escribir cuentos y ser autor de una novela, tiene muchos ensayos absurdos (muy en la línea de lo que Alejandro Dolina solía escribir para la revista Hum®): una agencia de actores a los que se les paga para ir a las estaciones de tren a despedir extranjeros que no tienen ningún conocido; un manual que enseña escribir cartas amablemente. (Por ejemplo: insultando cordialmente a alguien que te dio un regalo horrible para tu casamiento o escribiéndole con faltas de ortografía a una vieja profesora, alegrándote de no tener que ir más a la escuela); etc.

Yendo a las profecías de Max, empecemos, antes de llegar a la que nos importa, por una profecía equívoca. En un pequeño ensayo llamado Hablar en francés, realiza un largo exordio sobre por qué el inglés nunca será lo que nosotros sabemos que es:

“A la vista de lo cuantiosa que es la población del imperio británico y de los Estados Unidos, mucha gente se ha resignado a creer que el idioma inglés dominará el mundo. Pero hemos de considerar que el inglés es una lengua rara, irregular, que los más célebres lingüistas extranjeros encuentran dificultosa, y que, incluso entre los propios escritores nativos, hay pocos que pueden jactarse de dominarlo sin tornar su lectura algo completamente tedioso (…) me parece improbable que el mundo permita que el inglés suplante al francés para propósitos internacionales”

Le perdonamos completamente esta equivocación por lo siguiente:

En 1916 publica Enoch Soames. El cuento, usando un recurso que Borges usaría mucho (y que seguro “tomó prestado” de Leopoldo Lugones), presenta al propio Max Beerbohm narrando la historia en primera persona como si se tratase de un hecho real y, como en los cuentos de Borges, aparecen escritores, pintores, obras y libros apócrifos como si verdaderamente existieran. Sólo cuando googleamos o cuando el cuento traspasa los límites de la realidad, esa narración que parece autobiográfica se vuelve mágica, irreal. En ese punto la historia se convierte en una ficción, a menos que creamos que lo sobrenatural pasó realmente y lo que estamos leyendo no es más que una crónica.

SOAMES. Por Beerbohm

Max cuenta como conoce a Enoch Soames, un poeta mediocre que, para seguir con el paralelismo borgeano, habla de su obra con la pedantería con que Daneri habla de la suya en El Aleph. Al entorno artístico de la época, Soames le parece un imbécil. Pero Max, por entonces un joven aspirante a escritor, ve a Enoch con cierto respeto porque es mayor y porque ha publicado un libro. Esto hace que ambos se acerquen.

Enoch anhela la fama y, como no la consigue en su presente, 1897, pacta con el Diablo para viajar al futuro, a ver si ahí ha conseguido el renombre que tanto desea. Cien años después, en 1997, ingresa a la sala de lectura del Museo Británico a buscarse en catálogos de autores, diccionarios biográficos y enciclopedias. No aparece como autor, pero, en un libro sobre literatura del siglo XIX, encuentra su nombre como el título de un cuento: Enoch Soames de Max Beerbohm.

Trascribe lo que dice el libro en un papel y se lo da al propio Max, al volver a su tiempo. Y aquí tenemos la profecía más concreta que vi en mi vida. A principio de 1900, un escritor pensó que, para fines del siglo y del milenio, la gente iba a escribir por fonética. Ese lenguaje que hoy inunda Internet (Ola k ace, Yen2 o K-po) lo predijo un inglés en un cuento de 1916:

“De la p. 274 de Literatura Britaniqa 1890-1900 x T. K. Nupton, publicado x el Estado, 1992: x ehemplo 1 sqritor de la epoqa, Max Beerbohm, qe bibió ast´öl siglo 20, sqribió 1 quento do ai 1 typo fiqtisio llamado Enoch Soames.- 1 pueta de tersera qategoría qe se qreía 1 henio e iso 1 paqto con el Diablo para saber qe pensaría dél la posteridá. Es una satyra un poqo forsada pero no sin balor x qe muestra qen serio se tomaban los ombres hóbenes desa déqada. Aora qe la profesión literaria a sido organisada como 1 seqtor del serbisio públiqo, los sqritores an enqontrado su nibel y an aprendido a aser su obligasión sin pensar en el maniana. El hornalero stá a I’altura del hornal; i eso es todo. Felismente no qedan Enoch Soames en esta époqa. 4

Descubrí que dando a la «h» el valor de la «j» y a la “q» el de la «c» fuerte (artificios que demuestran la progresiva incompetencia de los filólogos), podía descifrarse el texto.”

Cuando Beerbohm lee el papel se genera una discusión tensa en la que Enoch le dice:

“Usted no es un artista. Tan poco artista es que, lejos de poder imaginar una cosa y darle semblanza de verdad, usted va a conseguir que una cosa verdadera parezca imaginaria. Usted es un miserable”

Y desde allí se da toda una seguidilla de paradojas y debates. En primer término, Enoch recrimina a Max por haber contado su historia, pero luego, cuando el Diablo lo viene a buscar para cobrarse el favor, le implora a Max que haga algo para que la gente se acuerde de que existió.

¿Max Beerbohm ideó el cuento o eso pasó realmente? Si eso pasó, ¿Max no debía escribir el cuento porque sería aprovecharse del pobre Enoch o debía escribirlo para que sea recordado? Max se pregunta si alguien en el futuro no se iba a dar cuenta de que Enoch existió, develando que él no era el autor de un cuento ficticio, sino de una crónica, y hasta se detiene a pensar que quien hizo el catálogo de la literatura del siglo XIX quizá no había llegado a leer las páginas finales donde él se debate esas cosas.

ENOCH SOAMES EN EL MUNDO REAL

Lo más emocionante de estas historias es tomarlas y llevarlas más allá de la ficción.

Teller, el ilusionista petiso y callado del dúo Penn and Teller, en un artículo para The Atlantic, reveló que en 1963 su profesora de la secundaria, la Sra. Rosenbaum, les leyó Enoch Soames. Desde entonces esperó impacientemente por años a que se hicieran las dos de la tarde del 3 de junio de 1997 para ir a la sala de lectura del Museo Británico a corroborar si Enoch aparecía. Y, como cuenta la crónica, y como podemos ver en algunas fotos de Internet, Enoch Soames apareció, con la fisonomía y la vestimenta descripta en el cuento, y preguntó por los libros donde pudiera aparecer como autor del siglo XIX.

Teller, como buen ilusionista que no revela el truco, nunca se adjudicó el hecho. Algunos podrán creer que no miente, y que el Soames que apareció aquel día era el real. Otros nos emocionamos sabiendo que, si bien para nosotros la magia no existe, hay personas que pasan 34 años planeando perfeccionar un cuento que, al parecer, no podía ser más perfecto de lo que ya era.

Max se hubiese reído mucho del trabajo de Teller, aunque no sepamos si le importaba tanto la trascendencia como a su personaje maldito.

EL DÍA QUE SOAMES VISITÓ LA BIBLIOTECA DEL MUSEO BRITÁNICO. En su artículo «Un recuerdo de los años noventa», el mago Teller dice que estuvo allí y mostró esta foto.

LECTURAS

Pablo Bagnato (Miércoles 14 Ediciones) ha traducido y editado: El napoleón de Notting Hill de Chesterton, La llegada del emperador de Saki y El Crimen y otros textos seleccionados de Max Beerbohm.

Referencias:

1. El autor de esta nota es un treintañero millennial del siglo XXI.

2. Recomiendo leer el cuento Enoch Soames (la traducción de Jorge Luís Borges) antes de leer esta parte.

3. Y dije, reunámonos en el año 2000, ¿no será un poco raro cuando seamos todos adultos? Estate ahí a las dos en punto, junto a la fuente, al final de la calle.

4. Aclaración: La traducción de este juego de palabras al español solamente se encuentra en la versión de Jorge Luis Borges que pueden leer en Antología de la literatura fantástica.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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