Fallecido a los 86 años, Emilio de Ípola (1940-2025) fue un sociólogo y teórico político argentino, profesor emérito de la UBA e Investigador Principal del CONICET. Tras permanecer dos años encarcelado por la dictadura, se exilió en México y volvió a la Argentina transformado en un intelectual central de la transición democrática. En sus obras mostró cómo articular creencia e identidad política.
Factor lo recuerda por haber arrojado luz sobre la Crotoxina, un caso de estudio crucial para desentrañar cómo la fe y la crisis social se convierten en un motor de acción colectiva que desafía el orden científico y estatal.
Licenciado en Filosofía de la UBA y doctor en Letras de la Universidad de París, Emilio de Ípola abrazó la docencia, la investigación y la educación a través de sus cátedras y diversos libros, como Ideología y discurso populista, (1982), Investigaciones políticas (1988), Las cosas del creer (1997), Metáforas de la Política (2001) y Tristes tópicos de las ciencias sociales (2006), entre otros. Fue profesor emérito de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, investigador principal del Conicet y docente en instituciones de prestigio internacional como la Universidad de Montreal, la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, la Universidad de Quebec, el College International de Philosophie de París, El Colegio de México y las sedes de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) en Argentina, Chile y México.
A mediados de los años ochenta, agobiado por no dar pie con bola en la ENET Nro. 9 Luis A. Huergo, especialidad Construcciones, dividido entre mi fascinación por los platos voladores y mis primeros palotes en redacciones periodísticas, escapé hacia la sociología.
Uno de mis encuentros más felices con la disciplina fue un afilado artículo de De Ípola sobre el caso Crotoxina, un trabajo tan lúcido que superó mis previsiones. El texto, titulado «Las cosas del creer» (y que hace cuarenta años leí, si la memoria no me falla, en alguna de estas dos revistas-libro: Redes o Unidos, de Chacho Álvarez), se convirtió más tarde en capítulo de un libro colectivo (adjunto abajo) y, finalmente, en el título de uno de sus libros, como recuerda Nicolás Viotti en su obituario. Dado que yo ni siquiera había completado la secundaria (me había llevado Obras Sanitarias, Cómputos y Presupuestos y Hormigón Armado, imagínense), me colé en Sociología en la UBA inspirado por trabajos como ese. Ese motivo es, para mí, más que suficiente para dedicarle un pensamiento a este autor que me enseñó a ver por qué las creencias, desde las hereditarias hasta las basadas en la desesperación, son el motor de la sociedad.
En aquel estudio, de Ípola se ocupaba de la controversia en todas sus aristas, pero recuerdo con nitidez que su análisis se centraba en el fenómeno social. El autor planteaba que, más allá de la eficacia del brebaje y del reclamo, la movilización impulsada por los enfermos de cáncer y sus familiares —que buscaban presionar al Estado y al establishment académico para exigir un tratamiento negado— cuestionaba las prácticas y el poder de la medicina científica. Va de suyo que la fórmula del Dr. Vidal y otros propiciadores no solo se hallaba en los márgenes de la ciencia sino que sus practicantes eran calificados como charlatanes.
DÓNDE ESTAR. En los ochenta, miles de enfermos de cáncer exigieron en Argentina un tratamiento insólito, marginal: la Crotoxina. De Ípola fue más allá del debate médico y reveló otra arista: “¿Y si la autoridad moral del paciente se impone a la racionalidad científica?”
Aunque no recuerdo si mencionaba que aquella polémica fuese la arista visible de los conspiracionismos que décadas después nos estallarían en la cara («los grandes laboratorios frenan a las medicinas alternativas, que no admiten competencia»), sus trabajos promovieron un interés precursor de las ciencias sociales por los universos intangibles que empezaban a conquistar la imaginación de aquella generación. En mi caso, esta influencia se sumó a mis lecturas sociológicas de Mario Bunge, de las que luego me fui apartando, y a expresiones culturales como La era del ñandú (1986), el falso documental de Carlos Sorín que, al girar en torno a la histeria desatada por una droga rejuvenecedora (Bio-K2), reflejaba, sin mencionarla, la polémica de la Crotoxina. Me dio gusto que Viotti recordara aquel trabajo de Emilio De Ípola en una nota que, por mostrar todas las facetas del gran sociólogo argentino, vale la pena leer.
(*) «Entre médicos y curanderos: Cultura, historia y enfermedad en la América Latina moderna», Coordinador: Diego Armus (Grupo Norma, 2002).
ENLACES EXTERNOS
Orden democrático, acción y decisión: Aportes de Emilio De Ípola a la teoría sociológica. En Sociologías V. 27 (2025). Por Esteban Ezequiel Vila
El rol de los medios de comunicación como iniciadores de una controversia sociocientífica: el caso de la crotoxina en Argentina. Por Emilio Nahuel Fonseca Matera (Universidad Nacional de Quilmes-CIC-BA, Argentina) y Pablo Ariel Pellegrini (Universidad Nacional de Quilmes-CIC-BA, Argentina)
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