En el marco de este Dossier Eternáutico lo más alejado posible de la actualidad, la cineasta que desarrolló el primer proyecto de película basado en El Eternauta, reflexiona en tiempo presente (2008) qué tenía en mente hacer, invitándonos a imaginar cómo hubiera sido la serie si la Martel era la directora. ¿Es cierto que siempre hay tiempo de revancha?
Por Guillermo Franco e Iván Lomsacov *. Fotos: Sebastián Casartelli
El estreno de la serie para Netflix de El Eternauta, dirigida por Bruno Stagnaro, puso fin a décadas de espera. Pero, como lo contamos en una nota anterior, hubo varios candidatos a realizar una adaptación audiovisual de la historieta argentina creada por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López. El primer intento de gran magnitud, en verdad, no estuvo en manos de un candidato sino de una candidata: la cineasta salteña Lucrecia Martel.
Hace 17 años, cuando ignorábamos que íbamos de cabeza a una desilusión, los periodistas, el fandom y los apasionados por la historieta, atravesamos una expectativa similar. La escala era otra –no existía ese fervor artificial, amañado, que apuran las redes sociales–, pero aquel proyecto parecía con muchas chances de concretarse y venía de una directora, más que respetada, celebrada y positivamente valorada por una trayectoria de buen cine.
Martel iba a dirigir aquella película que no pudo ser. El proyecto quedó trunco y dejó un sabor amargo, aunque alcanzó un grado de desarrollo robusto. Si bien incluso hoy sabemos poco sobre el punto al que llegó aquella iniciativa, no sería raro que estén por asomar nuevas revelaciones. Imaginamos un grueso dossier: fue más de un año de trabajo intenso.
En 2008, Iván Lomsacov y Guillermo Franco entrevistaron a Martel mientras trabajaba a destajo en los conceptos y el guión.
La nota que rescata Factor fue publicada por primera vez en el número 9 de la revista cordobesa La Central –una lujosa publicación de periodicidad irregular en la que Iván Lomsacov fue editor y redactor–, en su edición de noviembre-diciembre de 2008. Y fue nota de tapa, con una magnífica ilustración de Guillermo Casas bajo el título “¡A Salvo!”, que publicamos tal como vino al mundo al pie de esta entrada.
Ahora, gracias a la cortesía de Iván, este material vuelve a ver la luz.
Lucrecia Martel llega a la entrevista disculpándose, pues el tránsito capitalino la ha demorado en viaje desde lo de Juana Molina.
Juntas elaboran el videoclip de una canción, y eso la tiene tan entusiasmada como versionar El Eternauta. Pero no tan atareada, por cierto. Es la primera vez que esta salteña, autora de los guiones de todas sus películas, trabaja una narración ambientada en Buenos Aires, protagonizada por un hombre (Juan Salvo), y pensada por otros dos (Oesterheld y Solano López) como texto no cinematográfico. Está, a la vez, en la mira de miles de fans. Por la popularidad de las páginas originales, y por las polvaredas que suelen levantar los –más o menos fieles– cruces entre cine y comic.
Es improbable que “la Martel” (artículo-mote que se ganó por defender convicciones autorales) evite su impronta al apropiarse de esa historieta cincuentenaria. Pero atención a lo que reflexiona entre bocanadas de cigarros Avanti, mientras en su mesa se apilan –recién revisados– DVD’s como El huésped (Bong Joon-Ho), Alien (Ridley Scott), Invasión (Hugo Santiago) y Starship Troopers (Paul Verhoeven).
–Hay una “posibilidad Sin City”, que al fanático ortodoxo de El Eternauta le fascinaría ver. Pero esa es una, y solo una, de las tantas oportunidades que el libro original ofrece: emularlo todo y organizarlo en función de un relato cinematográfico. Y no me parece ese el camino más interesante. Los directores que hicieron Batman o Spiderman desarrollaron ideas propias. De todos los traspasos a cine, el de Sin City, tan parecido al original, es el que menos jugó cinematográficamente.
–Elsa Oesterheld (*) dice que “no le gustaría una Guerra de las galaxias”.
–Lo ideal sería que de El Eternauta existan todas las versiones posibles. Eso significaría el amor de muchos que sucumbieron ante el libro y quisieron, cada uno a su modo, hacer algo. Las versiones siempre tienen eso: devoción, pero también transformación; no sólo respeto.
–¿Qué elementos de la historieta llaman más tu atención?
–Muchas cosas responden a su época. Pero algo bastante moderno que tiene El Eternauta es el discurso del Mano. Ese fue, para mí, el punto de partida. Me parece que cuando conoce el miedo demuestra agudeza y humanidad extremas en sus dichos, en su análisis de la destrucción…
–¿Aplicarás en El Eternauta efectos especiales? Hasta ahora nunca lo hiciste en tus películas.
–Es muy difícil hacer una película con escenas de destrucción sin efectos especiales.
–Los temores de algunos de esos fanáticos ortodoxos a los que te referías quizás sean los de encontrarse con una película despojada, austera, como puede entenderse tu obra anterior.
–Es muy difícil hacer de ésta una película despojada. Además, hablamos de “una de género”. Más de terror que de ciencia ficción. ¿Pero cuál es el problema con los fanáticos? Que no reconocen a otros fanáticos. Se aceptan en grupos de hasta veinte.
–Te fuiste a un número muy alto…
–Yo también tengo mi fanatismo por El Eternauta. Tan respetable como el de todos ellos.
Martel trabaja en el guión de El Eternauta desde abril de 2007. Se sienta ritualmente seis horas diarias frente a un escritorio, y eso le deja poco tiempo para analizar la repercusión pública de su opus número tres.
–¿Cómo evaluar el estreno de La mujer sin cabeza?
–No es fácil estrenar una película en Argentina. Hay mermas de público históricas, incluso respecto a años que tampoco fueron buenos. Y siempre un cine se perjudica más que otro. Cuando el consumo de películas decrece, lo hace de manera más evidente en el segmento de cine menos convencional. Yo pensé que con La mujer sin cabeza sería más fácil. Pero parece que me equivoqué.
–Estrenaste La ciénaga en Berlín, y La niña santa y La mujer sin cabeza en Cannes. ¿Cómo se reciben tus guiños regionales en idiosincrasias tan diferentes?
–Con las tres sucedió lo mismo. Nunca hubo consenso. Ahora se dice que La ciénaga gustó a todos, pero no fue así. El prestigio lo obtuvo un año después de su estreno. Y eso es normal. Las mías no son películas para golpear bombos y platillos. Necesitan tiempo para ser pensadas. Críticos que de movida me dijeron que no les había gustado alguna de mis películas, después escribieron lo contrario. Quizás habría que valorar los tiempos. Está el del ser humano y el del mercado. Uno tiene setenta, ochenta años. El otro sólo días, semanas.
–Hoy se ve más cine que nunca, pero no en lugares donde se acostumbraba verlo. Va poca gente a las salas, pero las películas se ven en video o DVD, bajadas de Internet, exhibidas en TV…
–Hay, en la última etapa de lo cinematográfico, en la distribución, cosas que no se sabe cómo manejar.
–¿Tenés posición tomada? ¿Cómo considerás eso respecto a tus obras?
–Una película debe inscribirse en su tiempo. Puede parecer vieja, nueva, o adecuada al momento en que surge. Pero hay un diálogo que establece con sus contemporáneos, que le da vida hacia futuro. Me da pena que La mujer sin cabeza, en términos relativos, haya sido vista menos que otras. Perdió diálogo con sus contemporáneos. ¿Pero qué puedo hacer yo para solucionar eso? No puedo “hacerme” la popular. (Adrián) Suar tiene sintonía con una inmensa cantidad de espectadores. Pero no me puedo obligar a mí misma a eso. Pienso: lo que hago lo entiende cualquiera. En ese sentido, me considero popular.
VIDA ETERNAUTA
El tema de la popularidad la devuelve a tierra. O mejor dicho, a esa porción de Tierra que, nevada fosforescente mediante, fue invadida en el origen, allá por 1957, desde las páginas de Hora Cero semanal.
–En entrevistas reconociste querer llegar al público masivo. ¿Quizás El Eternauta sea el camino? Se acabó la trilogía salteña, rodás en Buenos Aires, la obra es conocida… ¿Qué concesiones te parecen justificables?
–Ninguna. Voy a hacer lo que me parezca que deba hacer. No creo que eso sea ir en contra del género. Ni quiero ir en contra de mí misma.
–Pero cuando los productores se encuentren con tu guión terminado quizás haya instancias de negociación…
– No se negocia nada. Y no porque yo tenga mucha personalidad, sino porque no cabe otra. Lo contrario sería matar a la película.
–¿Por qué te la ofrecieron a vos?
–Habría que preguntárselo a Oscar Kramer, el productor argentino.
–¿Por qué crees vos que lo hicieron?
–Aunque en términos de mercado no dé pruebas de estar en sintonía con el gran público, quizás a alguien le demostré que puedo narrar cosas de cierta complejidad.
–Te alegra que El Eternauta sea tu primera película fuera de Salta.
–Porque tuve una relación fantástica con Buenos Aires. No es mi ciudad natal, pero es el lugar donde me inventé una vida, no la genética.
–Y además sería la primera de tus obras en que un hombre asume el protagónico.
– Bueno, ahí está el primer gran cambio. El Eternauta es mujer (risas).
–¿Se puede publicar eso?
–¡Es mentira! Seguramente habrá, alguna vez, una versión donde la protagonista sea mujer. Pero no la haré yo. Probablemente la haga alguien que por estos días aprende a caminar.
–Sin llegar a ese extremo… ¿Habrá modificaciones en tu versión respecto al papel que desempeñan las mujeres?
–Es inevitable. Porque no era lo mismo en los ´50 que en el ahora en que transcurrirá la película.
VUELTAS POR EL UNIVERSO
Hay elementos del universo Martel, que aparecen una y otra vez en sus películas: lo familiar, lo religioso, lo erótico, lo incestuoso, lo fantasmagórico, lo claustrofóbico, lo perceptivo (y cómo la realidad se ve afectada por su percepción)…
–Es inevitable. Cuando camino por Buenos Aires, pienso cómo es saber que la ciudad nunca más será esa donde uno vive. ¿Cómo es un lugar donde ya ninguna casa le pertenece a nadie? ¿Cuál es la percepción del afuera, del adentro, de la seguridad y la inseguridad? Y si algo tiene de atractivo e inevitable El Eternauta es que, después de la nevada mortal, el ciudadano muta en sobreviviente. Esa transformación es enorme, y cambia toda la percepción del espacio.
–Siempre les ocurre algo a tus personajes. En La mujer sin cabeza, un accidente. En La niña santa, un acoso. Algo les cambia la percepción de sus vidas. En El Eternauta ese algo es la invasión.
–Es clave. Pasar de ser una persona que golpea la puerta para entrar, a ser una persona que rompe la puerta para salir. Hay una diferencia enorme.
–También se alteran las jerarquías sociales, el orden económico, los valores de cambio de las cosas.
–El quién es quién. Porque en nuestra ciudad no todos somos iguales. Hay ciudadanos que valen más, y otros menos.
–Ahí está otro elemento del universo Martel, de tus películas anteriores: la diferencia de clases.
–Está en Shakespeare, en Dostoievski… En la realidad, en nuestras vidas. Acá cualquier empleada doméstica no es trabajadora, es “sirvienta”.
–En tus películas el lenguaje remarca esas diferencias. El empleado trata de usted al empleador y éste trata de vos al empleado.
–No es algo menor. En Salta se lo dicen al joven finquero cuando da sus primeros pasos: “Tratalos de vos porque son como chicos”. El látigo y la brida que ajustan el comportamiento de todas las personas es el lenguaje.
–“La domesticación de la percepción es el camino hacia el conservadurismo político”. Esa frase también te pertenece.
–¿Cómo hacer, si no, para sostener un sistema político, económico, social injusto?
–En La mujer sin cabeza el entorno piensa por Verónica. Y ella se entrega a ese juego.
–Sumarse es una forma de descabezarse.
–Hasta visualmente hay una transformación. Verónica cambia el color de su cabello con las decisiones que toman otros por ella. Uno oculta su historia clínica, otro lleva a reparar el auto del accidente. Todos tejen el manto de impunidad…
–…con anuencia de ella. Me parece que una cosa emocionante de nuestra sociedad, aunque aterradora, es que cierta cuota de felicidad –y hablo de determinada clase social– necesita la disolución de la responsabilidad individual. Si como individuo te sintieras responsable de la pobreza, estarías de fármacos hasta la cabeza, o te hubieras tirado de un balcón.
–Se hace la vista gorda.
–Es condición sine qua non, para una sociedad de clases, la ceguera. No hay otra forma de sostener el sistema. Es tan abismalmente injusto. La enfermedad que a mí me tiene tres días en cama, en ciertos lugares de Salta mata a la gente. El virus quizás sea el mismo, pero la enfermedad no. Y esa diferencia física de los individuos es impuesta. No es que unos nazcan débiles por una genética degradada que los lleva a posiciones de servilismo y dependencia.
–También es recurrente en tu obra la mirada piadosa de la servidumbre hacia esos patrones perdidos, sonámbulos.
–Sí, es como una especie de paciencia que nunca se entiende bien de dónde sale.
–En El Eternauta parece haber una alianza interclasista, a partir de la invasión y de la suspensión de las reglas sociales pre-existentes. ¿Cómo pensás trabajar eso?
–Tengo ideas. Tiene que haber alianzas, conflictos. De todo. Lo que pienso de los sobrevivientes es que algunos se adaptarán rápido, y otros arrastrarán sus sistemas de valores, haciendo lo imposible para sostener una ciudad que se cae a pedazos.
NEVADA MARTEL
–Uno de los rituales de los fans de historietas, ante cualquier adaptación al cine de las obras que les gustan es jugar al casting: divertirse con cuáles actores quieren, imaginan o consideran adecuados para representar a los personajes. En ese sentido, ¿a vos te preocupa el physic du rôle a la hora de encarar el casting?
–No me preocupa.
–¿El hecho de que los personajes tengan una apariencia predefinida por el dibujo no te condiciona?
–No, no, no. Me parece que en eso el cine ha dado millones de ejemplos de que ese no es el punto importante. No me voy a basar en eso para elegir los actores. Si sale todo bien, ¡y llegamos a esa instancia! Porque puede pasar que termine de escribir el guión y los productores digan: “No, esto no tiene nada que ver”, o que yo diga: “No me gusta cómo la quieren producir” y se termine el proyecto.
LOS OESTERHELD. Héctor Germán Oesterheld, su esposa Elsa y sus cuatro hijas: Estela, Marina, Diana y Beatriz. Más información en Abuelas y aún en el indispensable libro de Alicia Beltrami y Fernanda Nicolini, Los Oesterheld (2016).
–¿Elsa (Oesterheld) sabe qué todavía estás te puede decir qué no?; de vos dijo: “No la conozco, pero me gusta la seguridad que demuestra la Martel de que ella va a hacer la película”.
–Es que yo, ahora, no tengo ninguna duda de que la quiero hacer. Y a esta versión que estoy escribiendo no la puede hacer nadie más que yo. Es así. Hay fanáticos que dicen “¿Qué está escribiendo un guión, ya está escrito?! ¡Andá! 500 páginas tiene el pasaje de la historieta hasta el final cut, ponele!” ¿Cómo hacés un guión, con eso? Es una tarea interesantísima en la que el espíritu conservador que tienen algunos fanáticos, totalmente contrario al espíritu de Oesterheld, no sirve como criterio.
–Porque Oesterheld fue un innovador que dio un salto de 20 años en la forma en que entendió la historieta.
–Tal cual. Pero a la vez, El Eternauta es totalmente acorde a las historietas de su época. Es muy parecida a muchas historietas de invasión que había en los años 50 en Estados Unidos. Más allá de un montón de cosas sumamente originales que él suma, está jugando con un género que estaba muy presente en la época.
–Innovó en el humanismo, en la forma de entender el heroísmo…
–Sí. Pero igualmente la lectura sobre el héroe que hace el propio Oesterheld es posterior a la escritura de la primera parte del cómic; no es necesariamente lo que hay en ese primer Eternauta.
–¿A ver…? Explicanos.
–El habla, más adelante, del héroe colectivo. Pero yo creo que, cuando él comienza a escribir la historieta, no tiene tan presente esa idea.

INFINITA CONCIENCIA
–¿Qué otros elementos recurrentes que venimos viendo en tus películas ya están en el proyecto Eternauta?
–Hay una pileta. Y no es por mi capricho: la pileta tiene mucho que ver con cosas que pasan en la historia.
–También es permanente en tu obra el tema de la enfermedad. La fiebre, las heridas…
–A los 13 años pasé 45 días con algo que no se sabía si era hepatitis o qué. Una semana parecía que me iba a morir y a la otra semana parecía que iba a vivir… Esa reclusión en una época en que estaba en clase fue lo más duro para mí. Ese apartarse del ritmo de la vida te genera un tiempo mental distinto al de los demás… donde podés percibir un montón de cosas de tu vida y de la vida de los otros que, en el ritmo de todos los días, no las ves.
–Volvemos al accidente o la enfermedad como capaces de generar un parate y un cambio de percepción…
–Claro, como toda la gente que dice “Nací de nuevo” cuando se hace de goma con un auto, ponele, y sobrevive. El que volvió a nacer, volvió a ver; de golpe se da cuenta que su familia es importante, o que se tiene que separar porque ya no está enamorado… El accidente lo lleva a un montón de cambios porque se le desacomodaron las cosas y las volvió a ver con otra sensación de la futilidad de la vida.
El tipo que está enfermo o moribundo tiene una sensación completamente distinta que el que está sano. Un tío mío estaba agonizando en mi casa, y el tipo tenía envidia de los árboles porque sabía que iban a vivir infinitamente más que él. Y eran paraísos, que tampoco viven tanto…! Es otra visión. Hasta tener celos de que tu cama va a durar más que vos… Todo cambio en la perspectiva del tiempo te lleva a un rebalanceo de tu sistema de valores.
–Sí… En el análisis de las continuaciones de El Eternauta –que exceden el recorte de tu adaptación– siempre destacan que el Juan Salvo posterior a la primera parte se comporta más como una especie de superhéroe, que tiene una omnisapiencia que antes no, y actitudes de mando sobre los demás menos dubitativas y menos consultadas… ¿Puede tener que ver con la conciencia de eternidad que, en esas fases, tiene el personaje? ¿No?
–Sí. ¿Cómo es pensar el dolor o la felicidad de la humanidad en una dimensión del tiempo que sea infinita? Inevitablemente, los pensamientos sobre eso te van llevando de una idea moral, una cosa muy biológica, aterradora. Creo que si algo no le sirve al ser humano es la idea de eternidad. Es más probable que un nazi surja de una persona que reflexionó sobre la eternidad y cree en ella; si ese concepto, que excede tu tiempo de vida, lo pensás en términos eternos.
PRÓXIMA ESTACIÓN: LINIERS
Aún fuera de micrófono, apenas abiertas las puertas de su casa, y mientras convida licor Strega, la Martel, al igual que Liniers, se interesa por el fixture porteño de sus entrevistadores. En cuanto ellos cuentan que cierra el día siguiente con una visita al muchacho Macanudo, a ella se le enciende una sonrisa, nítida señal de que el historietista cuenta con su simpatía.
– Coincidimos tiempo atrás en una cena, y hablamos de esa tira en la que su personaje Z-25, El Robot Sensible, mira una y otra vez La niña santa. ¡Buenísima! Me encantó.
(*) Elsa Sánchez de Oesterheld, viuda del guionista y co-propietaria de los derechos intelectuales de la obra, fallecida en 2015.
Iván Lomsacov (Trelew, Chubut, 1971). Vivió en Mendiolaza, Córdoba, Argentina. Es Licenciado en Comunicación Social y Locutor Nacional formado en la Universidad Nacional de Córdoba. Trabajó como periodista gráfico freelance y como docente universitario de radio. También es gestor cultural en el arte de la historieta, tuvo un emprendimiento comercial relacionado con ese mismo lenguaje y de vez en vez escribe guiones. Fue editor de la revista cultural cordobesa La Central, trabajó durante más de quince años en Radio Clásica Córdoba, Pobre Johnny, Shopping Classics, Rock And Pop Córdoba y La Ranchada, entre otras, y a veces vuelve a hacerlo. Blog personal y Linkedin de Ivan Lomsacov e email: a ivanlomsacov@gmail.com
Guillermo Franco (Argentina, 1967) es comunicador, fotógrafo y gestor cultural. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de Córdoba y Fotografía en la Escuela de Artes Aplicadas Lino Enea Spilimbergo y en la Filial Córdoba de la Escuela Argentina de Fotografía. Fue uno de los fundadores del Cineclub Municipal Hugo del Carril, donde se desempeña como programador de su Sala Mayor desde el año 2000 y ha sido redactor y editor de sus revistas Metrópolis y ¡Dime que me amas, Cineclub! Entre 2006 y 2020 dictó el taller “El cine que no vemos y nos debemos” en la Universidad Blas Pascal, y desde 2012 hasta 2020 coordinó el ciclo “Cine y Fotografía” en el CEF. En 2021 inauguró GF / Galería Fotográfica en Córdoba y en 2023 publicó el libro Allí mis pequeños ojos (Editorial Viento de Fondo) y presentó la muestra La imagen muestra lo que falta, la palabra nombra lo que fue, basada en retratos históricos de estudios fotográficos de Córdoba. Es también autor de las nubografías tituladas Sobre nosotros solo el cielo. En 2024 realizó su segunda exposición fotográfica, Con todas las ilusiones de mi vida real, retomando la obra iniciada con su primera muestra en 2015. Más info.
Enlace a la nota completa –tal como fue publicada en papel y en la edición web de La Central.















