Templarios del Uritorco: la nueva trama conspirativa urdida en Capilla del Monte

Por Fernando Jorge Soto Roland

Fuerzas misteriosas, planes secretos y guías proféticos son los faros que iluminan a la supuesta orden templaria instalada en las sierras de Córdoba que conduce el empresario César Imbellone. En un libro inspirado por fuentes más que dudosas, el autor denuncia una “historia oficial apócrifa”.
Fernando Soto Roland analizó las presuntas “verdades reveladas” que aparecen en la literatura de estos modernos “caballeros medievales” y se encontró con influencias sorprendentes.

LA “HISTORIA OFICIAL” EN EL UNIVERSO DE LOS “DIABÓLICOS”

Cuando el análisis del pasado se subordina a fuerzas misteriosas, planes secretos e insondables, sólo detectados por iluminadas mentes guiadas por profecías o mensajes provenientes de otros planos de la realidad, tropezamos con el típico surrealismo esotérico que Umberto Eco identifica, en su novela El Péndulo de Foucault, con el nombre de “diabólicos”.

Nada en ellos es imposible. Se guían por certezas previas y generalmente las confirman partiendo de analogías imposiblesen las que “cualquier dato se vuelve importante cuando se conecta con otro. La conexión modifica la perspectiva de las cosas (…)[1] y, cuando se les pide que las prueben, responden con alambicadas conjeturas conspiranoicas (a las que llaman “teorías”), detrás de las cuales siempre se agazapa un maquiavélico proyecto, únicamente detectado por ellos y sus seguidores.

Estos últimos, por lo general carentes de las herramientas que brinda la crítica, raramente exigen evidencias que confirmen el decir del “maestro”. Inclinados más hacia la fe, las explicaciones pseudocientíficas son aceptadas como verdades absolutas, difundiendo falsedades y errores que se transmiten a través de los años, aun sabiéndose —muchas veces— que son el producto del error o la mentira. Pero el público se renueva y el semillero de crédulos es inmenso. La cantidad retroalimenta el sentimiento de rebeldía y creen volverse fuertes frente a los dictados de la ciencia —a la tildan despectivamente de “oficial”—, rechazando las explicaciones sensatas y reescribiendo la historia del mundo de acuerdo a sus creencias.

Es sobre esa maligna “oficialidad” que suelen esgrimir los diabólicos que quiero explayarme en este escrito.

(*) Fernando Jorge Soto Roland es profesor en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata y autor de «El Lobizón de Carlos Casares» (CIFE, 2023), de la colección La Marciana.

Basta con recorrer un poco las obras y páginas de internet, publicadas y administradas por místicos, profetas y contactados, para advertir que muchos de ellos (tal vez la mayoría) incurren en el denominado intrusismo profesional. Este consiste en el ejercicio fraudulento de una profesión sin la titulación correspondiente. Para que ello no ocurra deberían darse dos requerimientos: el de un título profesional oficial, otorgado por universidades reconocidas como tales; y una entidad o comunidad académica reguladora (regida por pares) que, justamente, controle que los dichos y hechos del profesional en cuestión.

Lamentablemente, en el mundo de los “diabólicos” rara vez se cumplen estas condiciones. Estamos atiborrados de “doctores”, “profesores”, “licenciados” y otras yerbas que, lejos de esgrimir los pergaminos requeridos, hacen uso y abuso de títulos que nunca han tenido, conduciendo a miles de ingenuos por sinuosos y peligrosos caminos que pueden desembocar en nefastas consecuencias en la salud, como en el caso de la medicina; o monstruosos errores conceptuales, como se da con la historia, al fabricar una realidad alternativa por completo irracional e incomprobable.

Obviamente, un título académico no implica que su portador no incurra en divagues y “teorías” fantásticas. Expertos de ese tipo son legión. Todos conocemos alguno. En mi caso, a más de los que desearía. Estamos inmersos en una situación un tanto ambigua, en la que universidades de renombre abren sus puertas a sanadores de la New Age, vendedores de terapias alternativas y chantunes varios.

History Channel. Nada en Ancient Aliens es ciencia real

En esta ocasión quiero centrarme en el que ha sido mi campo de estudio desde hace más treinta y cinco años: la Historia. Una disciplina atacada por improvisados y diletantes sin preparación; que metamorfosean explicaciones más de una vez revisadas por historiadores profesionales dignos de confianza y producto de largas discusiones académicas. Generalmente, los mencionados personajes olvidan que en estas lides existe una premisa fundamental: la historia se hace con fuentes y las fuentes se citan correctamente. Ningún libro debería ser considerado serio sin estas dos condiciones mínimas. El lector o investigador tiene el derecho a consultarlas y corroborar que lo que se ha dicho es cierto y tiene su aval en documentos. El secretismo y los testimonios misteriosos nunca conducen a trabajos dignos de ser tenidos en cuenta. Máxime si consideramos que la historia no es ficción y los deseos de sus escritores no necesariamente se plasman en la realidad pasada. Pero estamos tan acostumbrados a escuchar y ver disparates (especialmente en el History Channel y centenares de canales de YouTube) que miles de personas cuestionan cada vez menos cosas. Convengamos que muchas de esas ideas están muy bien planteadas. Son seductoras, entretenidas. Van contra la corriente; y todo ello contribuye a que los delirios se defiendan a capa y espada, otorgándoles a sus escuderos un sentido de pertenencia. Por otra parte, ir contra la corriente es apartarse de la manada, sentirse distinto y, en algunos casos, superiores al resto.

Los “diabólicos” suelen contrastar la historia a la que adscriben con algo que denominan “Historia oficial”; supuestamente conformada por un conglomerado de conspiradores y organizaciones discretas (o secretas) orientadas al falsear el pasado de la humanidad a fin de mantener a los hombres controlados y en la más supina ignorancia. Es evidente que desconocen cómo trabaja el mundillo de los historiadores y que en los márgenes de las disciplinas científicas y sus normas cualquier cosa es posible.

Últimamente, el universo de las conspiraciones está presente con más fuerza que nunca e Internet se ha convertido en el principal difusor de tonterías y descabelladas versiones sobre nuestro pasado. No voy a referirme a las hipótesis ufológica de los Antiguos Astronautas (extraterrestres que actuaron en tiempos pretéritos, construyendo cuanta pirámide o templo se encuentre uno en el camino), sino a otros discursos más asentados en la tierra, pero tan delirantes como el que incluye a los alienígenas.

Lamentablemente, la historia está llena de baches. De espacios en blanco en los que es imposible decir nada, justamente por la falta de fuentes. Existen instancias en nuestro devenir de las que seguramente jamás sabremos nada (o muy poco) a ciencia cierta. Y no me refiero a las interpretaciones historiográficas que podamos hacer del pasado (una tarea natural entre los historiadores), sino a aquellos acontecimientos inventados que se instalan con el sólo fin de llenar los baches arriba nombrados. Un historiador honesto no rellena con fantasías esos agujeros del registro histórico. Se llama a silencio o especula con moderación, usando la lógica, pero nunca aseverando, cual obispo, verdades no confirmadas. Y menos que menos imaginando un plan de encubrimiento.

Un buen historiador debe practicar el escepticismo. No creer sin pruebas. Tiene que exigirlas y comprobar que sean lícitas. Por fortuna, la realidad siempre devuelve el golpe y lo que se afirma sin pruebas, puede rebatirse sin ellas. Para los diabólicos, en cambio, las cosas no funcionan así. Por lo general, lo que no se sabe siempre es el producto de un ocultamiento intencional, y el mote de “historia oficial” es utilizado para descalificar aquello que no se ajusta a sus opiniones personales o creencias, inspiradas en prejuicios políticos, ideológicos o religiosos.

Somos conscientes de que la historiografía consiste en estudiar cómo y porqué surgen esos prejuicios en determinados contextos. Es la historia de la Historia. Es decir, la historia de cómo hemos escrito la Historia a lo largo del tiempo; y en mi opinión, la llamada  historia de mentalidades ha sido una de las mejores herramientas para tal fin. Hay miles de kilómetros de bibliografía al respecto. Bibliografía que los diabólicos desconocen parcial o totalmente. Para ellos, esos repositorios incompletos y los debates surgidos al calor de las discusiones académicas de historiadores formados, son parte de una maquiavélica campaña de desinformación, que combaten muñidos de una ciencia infusa de esotérico origen.

La historia, como “oficio”, pone en tela de juicio muchas de las conclusiones a las que han llegado los historiadores del pasado. Pero lo hace a partir de un análisis profundo, cotejando y debatiendo con datos. Alguien dijo alguna vez que toda historia es historia contemporánea. Es decir, que la lectura que hacemos del pasado depende de las circunstancias de cada presente. El problema surge cuando la lógica y la razón se hacen a un lado, permitiendo que se instalen en el imaginario social disparates incomprobables. Así todo, esos delirios aceptados por muchos hablan más de los delirantes —y sus seguidores— que del pasado en sí mismo.

Estoy convencido que estamos viviendo una época muy interesante en ese sentido. Una en la que el pensamiento mágico, los milagros, los supuestos hechos paranormales y las visitas de extraterrestres han empezado a ser considerados (una vez más) como verdaderos y probados, por millones de personas. Peregrinamos una transición que parecería estar conduciéndonos hacia una nueva época “de maravillas”.

“LA HISTORIA OFICIAL”

La expresión “historia oficial” es de uso frecuente en las contiendas historiográficas y políticas. Su aplicación es funcional y tendenciosa, especialmente entre los diabólicos que nos ocupan.

Según el historiador argentino Juan Carlos Chiaramonte, el uso de la expresión proviene de la cultura europea y puede que haya llegado a Argentina por influencia de dos grandes movimiento de derecha; la Action Francaise, cuyo principal exponente fue Charles Maurras (1868-1952) [2], y los textos de dos polemistas católicos, los británicos Hilaire Belloc (1880-1953)[3] y G. K. Chesterton (1874-1936) [4].

En nuestro país el uso más antiguo registrado aparece en un texto de 1939, escrito por Ernesto Palacio (1900-1979), abogado, escritor y político argentino, profundamente antiliberal y conservador; seguidor de las ideas de Leopoldo Lugones (1874-1938) y firme partidario de una iglesia católica poderosa.[5] Fue un eminente representante del nacionalismo católico vernáculo y uno de los primeros en utilizar el término “historia oficial” con el objeto de criticar aquellos trabajos que no le daban al catolicismo la importancia que merecía. En este aspecto se acopló a las ideas de Belloc y Chesterton. Por ende, el sentido de la expresión se transformó con Palacio en una herramienta de combate político; apartándose del otro sentido que tenía hasta entonces (el de obras realizadas por encargo de gobiernos en las se pretendía imponer una versión interesada de los acontecimientos, tergiversando y/o inventando hechos históricos, como solía hacerse durante la Edad Media, donde la crítica histórica era inexistente).[6] Después, la expresión siguió un alambicado camino, llegando a ser adoptada por la izquierda con el fin de criticar a la historia liberal/mitrista desde otro ángulo; considerada peyorativamente como “oficial” con la llegada del revisionismo histórico.

ARKADIA, LOS ‘TEMPLARIOS’ DE LAS SIERRAS. En Capilla del Monte está activo un nuevo «profeta», César Imbellone, con un discurso seriamente reñido con los conocimientos históricos

 Pero estas disquisiciones intelectuales poco tienen que ver con las posturas esgrimidas por los diabólicos místicos que trataremos. Y digo que tienen “poco” y no “nada” que ver, puesto que en ellas (camufladas y tal vez inconscientemente) se destila una ideología semejante a la Belloc, Chesterton y Palacio: conservadora, ultracatólica, integrista y partidaria de un ordenamiento vertical de la sociedad que exalta el orden militar y la obediencia como valores rectores. Amén del culto al héroe, la valentía y el heroísmo.

Todo lo anterior viene a cuento a raíz de ciertas aseveraciones que he leído y escuchado sobre la presencia de templarios en la Argentina, trescientos años antes de la llegada de Colón; y de la actual organización de una comunidad, supuestamente templaria, en las inmediaciones de la ciudad de Capilla del Monte, provincia de Córdoba.

Son estos templarios los que nos hablan de una apócrifa “historia oficial” orientada a ocultar verdades para ellos reveladas, producto de un razonamiento conspiranoico, apofénico, repleto de especulaciones sin sentido que, aun teniendo una lógica interna por demás atractiva, en nada se condice con lo que la historia académica ha podido probar hasta el día de la fecha con fuentes y evidencias verdaderas.  Y cuando lo ha hecho, estos modernos caballeros medievales las ignoran.

En Templarios los Hijos del Sol, su autor y editor, el empresario César Imbellone desarrolla toda una serie de ideas y conceptos que, lejos de coincidir con el registro histórico y arqueológico que disponemos, pretende imponer un pasado fundado en creencias y no en evidencias; rellenando los baches antes citados con especulaciones y aseveraciones carentes de lógica. Olvidando que hay que adaptar las ideas a los hechos y no al revés.[7]

Más cercano a los misteriodistas de Javier Cavanilles, que a  los historiadores que pretende imitar, el autor cae presa de su propia pasión mental, aludiendo a otros diabólicos como fuentes fidedignas y estableciendo relaciones imposibles. Creyendo que dos cosas no relacionadas entre sí pueden estarlo secretamente dando origen a una tercera, oculta, que las vincula. Esta manera de interpretar la realidad es la responsable de ver templarios o mensajes templarios por todas partes. Un verdadero derroche visionario; una radiografía ideológica digna de ser tenida en cuenta y caracterizada por implementar una lógica en la que todo demuestra todo y todo le sirve para confirmar sus ideas. Respecto de estas últimas, basta con ser planteadas en rimbombantes intervenciones, salteándose la obligación de probar fehacientemente lo que afirman y estando dispuesto siempre a recibir revelaciones extraordinarios que las confirmen.[8]

Por supuesto que la “Historia Oficial” es ajena a todo ello.

***

Por cuestiones de espacio no me detendré en la historia de los templarios medievales: ingente cantidad de libros tratan el tema. Tampoco desarrollaré las neoleyendas que circulan en la zona de Capilla del Monte, últimamente relacionadas con las creencias de los templarios residentes en el área (se pueden consultar referencias en las notas embebidas al pie de este trabajo).

Estos neotemplarios están instaurando un sistema de creencias que no pretendo denostar. Cada uno puede creer en lo que quiera libremente. Si bien no comparto los fundamentos de su fe, sí quiero refutar unos pocos preceptos históricos que defienden y con los que pretenden convertir en verdad lo que son en realidad meras especulaciones. En especial, aquellas que aluden a la existencia de evidencias de la presencia templaria en las sierras chicas cordobesas desde el siglo XII.

No incursionaré en ninguna lectura crítica que haga alusión al sincretismo que se viene practicando en el templo que regentean. Una verdadera mélange de esoterismo, misticismo cristiano, catastrofismo, espurias leyendas sobre los comechingones y homeopatía, hermetismo, milagros, aguas curativas y energías sanadoras, portales interdimensionales y misticismo extraterrestre, en el que parece intervendrían “seres de luz” procedentes de la ciudad intraterrena de ERKS, junto a profecías derivadas de evangelios apócrifos y sentencias del Nostradamus argentino, Benjamín Solari Parravicini.[9]

Como se puede apreciar, todo se relaciona con todo.

MISTERIOS, FALACIAS Y CONTRAFACTUALISMO

En principio quisiera decir que nada sería más importante en la historia profesional de un verdadero historiador (y/o arqueólogo) que encontrar pruebas certeras de la presencia templaria, vikinga, fenicia o egipcia en suelo americano. Nadie más interesado que él en desenterrar un texto medieval en el centro de la meseta de Somuncurá, encontrar un barco europeo del siglo XII en el río Paraná o una espada con inscripciones templarias en la localidad de La Falda, Nono o Capilla del Monte, en Córdoba.

Tales supuestos hallazgos, de ser confirmados por pares (y no por pseudoarqueólogos de fin de semana), obligarían a escribir parte de la historia, elevando al afortunado excavador al más alto de los atrios y a la institución en la que trabaja al cenit del prestigio académico. Resultaría realmente estúpido esconder, escamotear o destruir esas evidencias, con el ánimo de engañar a la humanidad; a menos que esos objetos alteren el panorama mundial, las creencias establecidas y los paradigmas vigentes. Claro que, de creer en ese tipo de maquiavélicas elucubraciones, estaríamos entrando de lleno en el universo de los conspiranoicos, a los que son tan afectos los ufólogos y otros amantes del misterio.

Es lamentable que interpretaciones de este tipo, ajenas a la metodología científica y partidaria de explicaciones indemostrables —amén de contradictorias con el discurso histórico habitual— estén tan difundidas y sean tan populares, gracias a los medios de difusión y la ignorancia que propagan a diestra y siniestra. Nadie duda de que sean sumamente divertidas y resulten ideales para un buen guión de ciencia ficción o aventuras. Pero ni la historia, ni la arqueología, están escritas por Indiana Jones.[10] Y he aquí donde reside parte del problema: muchísimos neófitos están convencidos de que esas tramas “spilbergianas” que vemos en el cine parten de realidades históricas y no de la ficción y la imaginación más pura.

Aún sabiendo todo esto, las quimeras más elaboradas han invadido historias y sitios arqueológicos tales como Stonehenge, la gran pirámide y la esfinge de Guiza, la isla de Pascua, las ruinas mayas de Palenque, los geoglifos de Nazca y la cueva de los Tayos, Teotihuacán, Machu Picchu o Tiahuanaco, por citar los más famosos. Ni que hablar de la Atlántida, Lemuria o el perdido continente de Mu, ligados a la herencia teosófica del siglo XIX, que ha sabido aprovechar todos los intersticios posibles para invadir con sus ideas místicas y esotéricas un contingente enorme de temáticas que siguen circulando en la actualidad (incluida la ufología misma y el universo de los contactados).[11]

Pero también hay otros misterios menos conocidos por el gran público. Propagados por los guías de turismo locales y circunscriptos a nichos regionales, tal como ocurre en Punilla respecto de su pasado precolombino. Son numerosísimos los dislates que se han dicho y siguen diciendo sobre los comechingones, etnia que habitaba el norte de la provincia de Córdoba, y cuya distribución incluía la zona de Capilla del Monte y sus alrededores.[12]

La leyenda templaria crece a los pies del Cerro Uritorco

Nada de todo lo dicho es nuevo. Ya encontramos premisas conspiracionistas en textos del siglo XVIII, haciendo referencia al modo en el que masones e illuminati se habían complotado para derrocar al Antiguo Régimen, desviando así el curso “natural” de la historia. Una clara interpretación conservadora que muchos diabólicos de derechas se encargaron (y encargan) de difundir, culpando a la mentada “historia oficial” de manipular y tergiversar el relato. Es, por tanto, una idea de larga data y sobrevuela, aparentemente sin control, en el imaginario colectivo de nuestro siglo XXI.

Millones de personas están convencidas de que nada ocurre por azar. Que todo pasa por el resultado de planes secretos dirigidos por malignos grupos capaces de ocultar lo importante y manipular la realidad según sus secretas conveniencias. El azar no tiene lugar. Tampoco los incontables acontecimientos que conforman el complicadísimo torrente histórico en el que estamos sumidos. Para los diabólicos las cosas son mucho más sencillas y claras. Por tal motivo recurren a detalladísimas explicaciones que exudan una manifiesta pseudoerudición con la que pretenden dar crédito a cuestiones increíbles.

Joseph Uscinski, autor contemporáneo especializado en el campo de las conspiraciones, escribió:

este tipo de teorías se han convertido en un rasgo característico de estos primeros años del siglo XXI (…). Han dominado el discurso de las élites en muchas partes del mundo y han funcionado como el grito de guerra que ha unificado grandes movimientos políticos (…). Internet se ha utilizado para manipular a las masas —para obtener beneficios o poder— con noticias falsas que en lo esencial se reducen a teorías conspirativas que son pura fabulación (…). Nuestra cultura sufre una inundación de teorías conspirativas y ‘hechos alternativos’.[13]

En la historia del continente americano se han sucedido diversos tipos de revisionismos historiográficos. De la “leyenda blanca” pasamos a “la negra” y de ésta saltamos a aquellas empapadas de paranoia y conspiraciones; en las que supuestos descubrimientos y pruebas novedosas abren el camino a originales y heterodoxos ángulos de investigación, llevados a cabo por mentes abiertas y desprejuiciadas, capaces de comprender los hechos alternativos que moldearon lo que consideran es “la verdadera historia”. De ahí a creer que los extraterrestres son los responsables de todo (incluso de la evolución de nuestra especie) hay un solo paso.

Como bien dice el historiador británico Richard Evans:

Los teóricos de las conspiraciones tienen certeza de que ellos son los únicos que están al corriente de la auténtica verdad.”[14]

Son pocos, pero influyentes. Suelen conformar grupos reducidos que se autoconvocan para retroalimentar sus creencias y afirmarse en la certeza de ser los únicos capaces de desactivar la trama secreta que mantiene al mundo en la ignorancia, escamoteando esas verdades que sólo ellos conocen. De alguna forma están convencidos de encarnar al héroe que lucha contra un colectivo de villanos, representados en nuestro caso por los defensores de la “historia oficial”.

Es un modelo simple que reduce la compleja realidad histórica a una forma sencilla, entretenida y fácil de ser digerida. Así consiguen eficazmente captar la atención de los lectores y espectadores menos atentos, generando una clarísima identificación con la figura del intrépido rebelde defensor de una verdad “no oficial”.

Los diabólicos son los verdaderos maestros de la contrafactualidad; historiadores no titulados que abren —cada vez con mayor éxito, lamentablemente— las puertas a las fantasías, recurriendo a la constante repetición de sus premisas (como Joseph Goebbels) o a la lisa y llana invención cuando las pruebas no alcanzan. En sus relatos, los detalles son cruciales. De hecho, suelen obsesionarse con ellos. Nos los lanzan a granel, atiborrando la capacidad de análisis. Un verdadero alud de nombres, apellidos, fechas y lugares, indefinibles documentos y libros (en lo posible en latín o alemán), que pueden terminar convenciendo a muchos de sus falacias.

Ya para terminar con esta disquisición por demás larga, quisiera insistir en algo que dejé entrever con anterioridad: y es que los diabólicos sólo toman en cuenta los nuevos descubrimientos que abalan sus explicaciones conspiracionistas, omitiendo deliberadamente aquellas pruebas reales que desmontan sus inconcebibles “teorías”. Por tal motivo no suelen debatir entre ellos, por el contrario, se apoyan mutuamente. Se elogian y citan, exhibiendo —en muchas ocasiones— sus falsas acreditaciones académicas, retroalimentando sus creencias y enalteciendo la “misión civilizadora” que los inspira.

La crítica sólo se dirige hacia el “conocimiento oficial” y sus secuaces negacionistas.

Pero vayamos a los templarios y sus discutidas incursiones por el territorio argentino.

TEMPLARIOS EN LA NIEBLA

La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo o Caballeros del Templo de Salomón, más conocidos como la Orden de los Caballeros Templarios, fue la congregación religioso-militar más influyente de la Baja Edad Media. Su fuerza, tanto espiritual como material, marcó profundamente aquella etapa de crecimiento económico, urbano y demográfico de la Europa occidental y cristiana. Los medievalistas la conocen como la “revolución comercial” (siglos XI al XIV) y casi todos acuerdan en el rol fundamental que los templarios cumplieron en ella. Se ha dicho que fueron “los banqueros de Europa” y los creadores de la partida doble en contabilidad, los “cheques del viajero” y de un imperio económico poderosísimo.

El Temple se fundó no oficialmente en el año 1115 con la jura de nueve caballeros de origen francés con la misión de proteger a los peregrinos en viaje a la ciudad santa de Jerusalén. Tarea que cumplieron a partir de 1118, durante la época de las cruzadas. Recién en 1127, por intermediación de San Bernardo de Claraval (autor de sus ocho reglas) la orden adquirió un estatus legal, gracias a una bula papal. A partir de entonces y durante casi doscientos años, los templarios crecieron y se volvieron ricos e influyentes. Pero en 1307 se produjo su disolución por orden expresa del rey de Francia, Felipe el Hermoso, deseoso de acaparar las riquezas acumuladas por la orden. Acusados bajo los cargos de herejía, blasfemia, sodomía y usura, muchos de sus miembros fueron encarcelados, torturados y muertos en la hoguera, en especial el Gran Maestre Jacques de Molay. Otros confesaron sus pecados, se arrepintieron y pasaron a ser parte de otras órdenes religiosas. Podría decirse que, a partir de entonces, los Templarios desaparecieron de la historia y entraron a ser parte de múltiples leyendas, imbuidas de secretismo y misterio. Se los relacionó con la búsqueda del Arca de la Alianza y del Santo Grial; con la construcción de las catedrales góticas y los templos octogonales de clara simbología cabalística; con prácticas esotérica, con el sufismo, el gnosticismo y la alquimia. Incluso aún hoy no son pocos los que reivindican para sí el hecho de ser auténticos sucesores de la orden.

La historia es mucho más larga, rica e interesante, pero no es el propósito de estas líneas desarrollarla. Para ello el lector podrá consultar docenas de libros al respecto.[15] Aquí sólo discutiremos algunas de las afirmaciones realizadas en las últimas décadas, tratando de rebatir las especulaciones realizadas por “historiadores alternativos”, tal como son denominados en el trabajo de César Imbellone.[16]

Vayamos al grano.

IMBELLONE Y SU «GUARDIA TEMPLARIA». Durante la presentación de su libro en la confitería City de Capilla del Monte.

Una de las cuestiones que más han interesado sobre los templarios es aquella que gira en torno al origen “verdadero” de sus cuantiosas riquezas. Imbellone escribe:

“(…) La más acertada teoría, que ya cuenta con bases arqueológicas para no ser refutada, es que el Temple ya visitaba América (y sus minas de oro y plata), 350 años antes de los viajes de Colón, y de ahí su verdadero poder económico con el que financió desde guerras y negocios, hasta monumentos e iglesias góticas a lo largo de toda Europa y Tierra Santa. Así, los templarios utilizaron su riqueza para desarrollar (…) casas fortificadas (…), abadías, monasterios, iglesias y edificios, como también una enorme flota naval dedicada al transporte de mercaderías y la vigilancia del Mediterráneo (…), convirtiéndose en los amos del mar”.[17]

Por más que el autor intente con cierta vehemencia asegurar que los hechos mencionados son parte de una muy acertada teoría (imposible de refutar por tener evidencias arqueológicas), toda la mención carece por completo de consistencia. Resulta muy fácil lanzar supuestas verdades sin proporcionar ninguna fuente que permita verificar semejante afirmación. No hay ni una sola cita erudita que avale lo dicho en todo el libro. No se hace mención a ninguna bibliografía relacionada. Se omite el origen de semejante desaguisado intelectual. Y creo sospechar cuál es el motivo.

Resulta que la hipótesis de la llegada de templarios a América (hipótesisno teoría— por completo rechazada tanto por arqueólogos como por historiadores profesionales por carecer de pruebas) no es producto del trabajo del autor. La planteó hace décadas un nefasto personaje de origen francés llamado Jacques de Mahieu (1915-1990) Un antropólogo pronazi que Imbellone nombra (no cita) dos carillas más adelante (página 261), sin explicar quién era en realidad; ni aclarar cuáles fueron sus intenciones ideológicas a la hora de llegar a tan heterodoxas conclusiones, a partir de una interpretación libre de ciertas piedras talladas que encontró en territorio paraguayo.[18]

Las fantasías de De Mahieu tenían una engañosa apariencia académica y estaban ligadas de manera bien directa a la organización Ahnenerbe creada por Heinrich Himmler con la intención  de tergiversar la historia con fines ideológicos y políticos.[19]

Veamos resumidamente qué fue lo que defendió y propuso J. de Mahieu.

Jacques de Mahieu y algunas de sus controversias

Enemigo de las ideas de la Revolución Francesa y la Ilustración, contrario a la razón, a la lógica y sostenedor de ideas racistas, de Mahieu bosquejó una historia sin sustento alguno; apoyándose sólo en su capacidad de oratoria y convencimiento.[20] Un verdadero sofista capaz de poner la palabra en función de la mentira. Un ejemplo acabado de la denominada la falacia del experto.[21]

Sucintamente, afirmaba que los vikingos habían llegado a México hacia el año 967 d.C. y gobernado al pueblo de los toltecas.[22] Tras un tiempo en Mesoamérica habrían seguido su camino expansivo hacia el sur del continente, llegando a ser los iniciadores de la civilización de Tiahuanaco, en Bolivia (¡?). Allí habrían encontrado minas de plata en la localidad de Porco, que empezaron a exportar hacia Europa vía Brasil (Porto Santo), previo paso por el Cerro Porá (Paraguay) en donde la convertían en lingotes.[23]

Ya en el viejo mundo, hacia el siglo XII, más exactamente en el puerto de Dieppe (circa 1150), habrían tenido contacto con los templarios, con quienes pactaron un intercambio: plata americana por tecnología. Así púes, la orden del temple (una verdadera y poderos multinacional medieval) entregó el conocimiento del manejo de la piedra, con el que los vikingos levantaron la extraordinaria ciudad del altiplano boliviano; y ellos, inundaron Europa con el metal precioso.

El Puerto de la Rochelle, secreto y fortificado —sigue Mahieu— era el punto de entrada y salida de la plata americana; y de allí partieron, siglos más tarde, los barcos templarios que huían de la persecución que sobre ellos había lanzado, en 1307, el rey de Francia Felipe El Hermoso y el Papa. Ese año, diecisiete barcos templarios (llevando sus archivos, riquezas y reliquias) cruzaron a México. Se establecen en Tenochtitlán, capital de la confederación azteca, manteniéndose autónomos del tlatoani (jefe local) y reconstruyendo la orden. Levantaron iglesias y la cruz se impuso como símbolo en Centroamérica. Incluso de Mahieu creía detectar palabras francesas en el libro sagrado del Popol-Vuh (¡?). En tanto, los vikingos de Tiahuanaco habían sido destruidos en 1267.[24]

El estudioso de las SS en el exilio veía la influencia templaria y germana por todas partes. Y esta insensatez la elucubró sin pruebas y a partir de lecturas e interpretaciones erróneas. Veía lo que quería ver.

Consultado vía internet, el experto en historia vikinga, el profesor Johnni Langer, de la Universidad Federal de Paraíba (Brasil) me respondió:

No hay evidencia arqueológica o histórica de una presencia vikinga en América del Sur. Las bases principales de esta teoría son las imágenes rupestres, especialmente en Paraguay y Brasil; y lo que sabemos por la arqueología son pinturas rupestres indígenas con motivos naturalistas. Algunas evidencias rupestres son tallas geométricas y simbolismo gráfico, como las de Urubici en Santa Catarina, pero también indígenas y sin ninguna relación con las runas. (…) Los escritos de Jacques de Mahieu son supremacistas/extremistas de derecha que intentan probar su teoría” [difusionista y racista].[25]

Pero, ¿qué pasó, entonces, con los templarios de América del Sur?

Sencillo (cuando se inventa, todo es sencillo): al ser monjes y mantener una vida monástica, no se mezclaron con los locales. Le huyeron a los placeres de la carne y así, el grupo se fue extinguiendo hasta desaparecer.[26]

Era una fantasía relativamente bien contada, capaz de alimentar la de otros algunos años después.

Convertido en autoridad académica, Jacques de Mahieu, abrió las puertas para que los templarios terminaran siendo detectados en regiones más australes; como Río Negro y Neuquén, en la Patagonia argentina.[27] Y como veremos, también en la provincia de Córdoba.

Así, Imbellone parece recrear la secreta migración templaria:

“(…) un contingente partió a lo que hoy es Canadá y Estados Unidos, y otro a Sudamérica, en concreto a las zonas del interior de Argentina, Bolivia, Brasil y Paraguay.”[28] Y más adelante agrega: “En Argentina se asentaron en el interior de lo que hoy conforma la provincia de Córdoba (desde la localidad de Nono, pasando por La Falda, Tulumba, La Cumbre  y Capilla del Monte […]), remontando el río Paraná hasta Paraguay y Bolivia desde donde extraían la plata que introducían en Europa”.[29]

Según estas lecturas de marcadísimo sesgo difusionista —en boga en la antropología de fines del siglo XIX y principios del XX— todas las civilizaciones antiguas del mundo tenían un único origen común. Para algunos, la región del Pamir, al norte de la India; para otros autores, la Media Luna Fértil —Cercano Oriente—; pero todos apoyándose en la supuesta existencia de áreas nucleares de alta cultura en las que se habrían originado los grandes avances materiales, intelectuales y espirituales de la humanidad.

Bajo esta óptica, los pueblos americanos no serían más que herederos e imitadores de grandezas originadas en otro continente. El etnocentrismo que exuda esta mirada es más que evidente, por no hablar de la dosis de racismo que los nacionalismos europeos le imprimieron a partir de la década de 1930 cuando el término “ario” fue captado por la mitología nacional-socialista germana, con las consecuencias por todos conocidas.

Como bien dijimos con Sebastiano de Filippi en Los Señores del Uritorco, hoy en día la idea de “préstamo cultural” está medianamente aceptada, siempre y cuando se consideren que esas transferencias nunca son absolutas sino que sufren adaptaciones regionales que son, a veces, auténticas recreaciones. El difusionismo no tiene el status de cientificidad que se le daba hace un siglo. Se exageró mucho al respecto sin pruebas cabales. En más de un caso fue un invento literario que partió de prejuicios y fantasías ajenas a la historia y la antropología; y más cercana al pensamiento racista y esotérico. Hoy se prefiere hablar de evoluciones autónomas, de las que la arqueología ha dado más de una prueba concreta.

Siguiendo la trama planteada por Imbellone en Templarios Hijos del Sol:

“(…) a los miembros del Temple de Tierra Santa su suerte les duró poco ya que en el año 1187 pagaron alto precio por una alianza poco aconsejable que hicieron con el rey Guido I de Lusignan. (…). Pero los que operaban en Jerusalén eran ya muy pocos. (…) La verdadera Orden Templaria, la rama o línea que estaba compuesta por los caballeros iniciados (…) ya no estaban en Oriente Medio sino en Europa garantizando los territorios de la península ibérica y la salida al Atlántico, ya que hoy hay pruebas suficientes para sostener que el plan templario final no era seguir en el viejo continente, sino en el nuevo, en las Américas de manera absolutamente secreta.[30] Y agrega más adelante: “(…) Los templarios iniciados en los ritos y misterios antiguos, se refugiaron en las sombras, actuando desde ese lugar hasta la fecha [2022]. A esa rama  (…) se la conoce como Secretum Templi.”[31]

El autor insiste en la existencia de “pruebas” que sostienen la especulación que defiende, pero sigue sin citar los trabajos de investigación pertinentes donde se originan esas conclusiones.  Todo su texto sigue huérfano de citas bibliográficas eruditas o fuentes en las cuales apoyarse (una exigencia mínima si lo que se pretende es cambiar por completo la historia estudiada de América hasta la fecha).

En su libro todo es secreto, misterioso, oculto. Conocimientos en apariencia accesibles sólo a “iniciados” en una “historia alternativa”.

Pero por más “alternativo” que se pretenda ser, hay que presentar algo en lo que apoyarse. Y ese “algo” se hace evidente en la página 258 del libro.

“Hace muy poco se descubrió, en lo que hoy es Canadá, una cruz de plomo del siglo XII (en la ensenada Smith) que demostró por sus isótopos que ese material fue extraído de las minas de Rennes Le Chateau, Francia, lugar de mayor influencia de la Orden del Temple. Esto constituye la evidencia final de que los templarios ya conocían el continente americano en ese siglo (…)”.[32]

Ahora bien, si la evidencia era tan importante era necesario responder algunas preguntas. ¿Quién descubrió la cruz? ¿Qué proyecto arqueológico estaba involucrado en el hallazgo? ¿Qué universidad dirigía el proyecto? ¿Qué laboratorio había establecido una datación tan exacta? ¿Era posible a partir de “isótopos” conocer el origen exacto de una pieza de plomo? ¿En qué parte de Canadá está la ensenada Smith?

Me lancé a buscar esa información hojeando la obra. No estaba a pie de página. Tampoco estaba al final. Seguí indagando en el resto del libro pero no encontré absolutamente nada. Ni una sola fuente que acreditara los dichos. Entonces, aprovechando la tecnología que disponemos, me sumergí en Internet.

 Recién ahí tomé conciencia de dónde provenía semejante “evidencia final” (sic).

“La Maldición de la Isla”

Desde principios de enero del año 2014 a fines del 2022, el inefable History Channel puso al aire un reality show titulado “La Maldición de la Isla” (10 temporadas de 166 episodios). La producción gira en torno a las leyendas e historias apócrifas que desde fines del siglo XVIII han venido circulando en torno a un misterioso tesoro enterrado en la Isla Oak (Isla del Roble); una pequeña ínsula de cincuenta y siete hectáreas ubicada en el condado de Lunenburg, costa sur de Nueva Escocia (Canadá). Justamente el sitio en donde se encuentra la ensenada Smith.

La Maldición de la Isla” es un típico programa de entretenimiento estadounidense en el que un grupo de adinerados personajes ejercen el rol de “investigadores”, hallando pruebas misteriosas a cada paso. Craig Tester, Dave y Dan Blankenship y los hermanos Marty y Rick Langina, acompañados por el “experto en detección de de metales” Gary Drayton, son los anfitriones habituales. Ninguno de ellos es historiador o arqueólogo de profesión. En realidad son parte constitutiva de una sociedad integrada por un abogado-empresario e ingeniero mecánico (Marty), un productor de vinos y actor (Rick), un multimillonario y exitoso hombre de negocios (Craig) y dos acaudalados terratenientes y dueños de parte de la isla (Dan y Dave). Todos ellos —y otros románticos buscadores de tesoros invitados— protagonizan una forzada serie de aventuras en la que especulan sobre descubrimientos posibles, lanzando explicaciones peregrinas sobre los restos que desentierran, sin aplicar ningún método científico de excavación arqueológica. Meten la pala, sacan la tierra y ¡Eureka! Ya tienen con qué divagar durante cuarenta y cinco minutos, estableciendo conexiones esotéricas con otros objetos y lugares (haciendo uso de los consabidos “tal vez”, “quizás”, “posiblemente”, que tanta expectativa despiertan en los espectadores). Convengamos que es un programa entretenido, pero de ahí a considerarlo una fuente confiable de información hay un océano de diferencias.

Este grupo de simpáticos millonarios son quienes, durante la temporada seis de la serie (2018), encontraron la cruz de plomo antes mencionada. El “experto” Gary Drayton fue quien corrió con los honores usando su avanzado detector de metales, extrayendo el artefacto —sin más— del sitio donde estaba (el grupo la llamó “Cruz Drayton” en honor a su descubridor). Acto seguido (tras una pauta publicitaria), Rick Langina manda a analizar la pieza por un joven geoquímico llamado Tobias Skowronex quien, haciendo uso de una prueba de ablación por láser, pudo determinar el origen del metal con el que la cruz estaba fabricada. Dijo: “Al comparar los datos noté que los isótopos de plomo de la cruz se relacionan, de algún modo, con depósitos europeos. No encontré ninguna concordancia con las canteras que se usaban (en Norteamérica) entre los siglo XV y XVIII. Por lo tanto, los comparé con los depósitos donde los arqueólogos saben tuvo lugar la minería medieval y creo que encontré una concordancia. Creo que es anterior al siglo XV. Los datos de la cruz son muy consistentes con el área del sur de Francia”.[33]    

CRUZ. Rick Legina examinando el objeto descubierto.

Con esta escueta información Langina, tras impostar un rostro de sorpresa y misterio, “concluyó” que la cruz es templaria por un motivo que cree razonable: la conexión la encuentra en un dibujo tallado sobre la pared de una prisión en Domme (Francia), donde los hermanos del temple habían sido puestos prisioneros en 1307. “He visto esta forma antes —dice recordando un viaje previo al país galo—. Juro que esta forma contará la historia de su edad”.[34]

Veamos.

Uno de los axiomas más importantes en arqueología es el minucioso análisis del contexto en el que un artefacto se encuentra. De ahí lo laborioso y meticuloso que debe ser cualquier trabajo de campo. Todo objeto fuera de su contexto pierde su valor informativo y, como es lógico, ningún medievalista serio lo tomaría en cuenta (más si con él se pretende poner de cabeza la historia conocida hasta el momento).

Por otra parte, el análisis realizado por el geoquímico no da una datación precisa. “Cree” haber encontrado concordancias con minas medievales y, por lo tanto, no arriesga fecha alguna. Sólo indica el “posible” lugar de origen del material (plomo) utilizado. Quien se lanza de lleno a especular sobre la datación de la cruz (siglo XII) es el actor a cargo del episodio.[35]

Además, aún si la cruz hubiese sido fabricada durante la Baja Edad Media por templarios, ¿por qué suponer que fue llevada a la Isla Oak por ellos mismos? ¿Acaso no es más razonable suponer que algún visitante la hubiera portado como amuleto, parte de una colección o símbolo de fe, y perdido a lo largo de todo el período colonial o incluso posterior a él? La isla estuvo habitada y visitada por piratas, comerciantes, funcionarios y turistas a lo largo del siglo. Es por tanto muy arriesgado sostener que la cruz de plomo constituya la “evidencia final” de todo el asunto.

Isla Oak o Isla del Roble (Canadá)

“De hecho, los objetos arqueológicos hallados durante los años de excavaciones narran una compleja historia de ocupación humana de la pequeña isla. Dado que se consideraba que estuvo deshabitada hasta el siglo XIX, los hallazgos plantean preguntas incluso fuera del paradigma del tesoro oculto. Así, la historiadora Joy A. Steele y el geólogo marino Gordon Fader, autores del libro ‘El misterio de la Isla del Roble resuelto’ (‘Oak Island Mystery: Solved’), opinan que en la primera mitad del siglo XVIII en la isla se ubicó un complejo industrial que suplía las necesidades de la Corona inglesa. Conforme a su versión, su funcionamiento empezó en 1720 y era confidencial: en la correspondencia del Ministerio de Hacienda y altos funcionarios bancarios al complejo se le denominaba ‘El Secreto’.»Había un millón de razones para ir a la Isla del Roble: es la más cercana al agua dulce, la más cercana a la costa, segura, con un buen anclaje, es la isla más grande de la bahía. […] Me sorprende que los historiadores nunca se dieran cuenta de esto y se atrevieran a descubrir cuál era ‘El Secreto’. Llevó a cabo lo que habría sido un plan de productos básicos muy lucrativo«, señaló en mayo Steele a Popular Mechanics. Según los investigadores, en la isla se fabricaban, entre otros productos, brea y alquitrán, sirviendo el Pozo del Dinero, de origen natural, de horno para la producción de este último. La madera, el carbón y la masilla encontradas en sus profundidades son consistentes con la teoría. La estructura de madera en la caleta sería el resto de un almacén, suponen los científicos.»En aquellos días, el alquitrán de pino tenía la misma importancia que el petróleo de hoy: un barco no se hacía a la mar a menos que estuviera empapado en alquitrán de pino. Eso es lo que estaban haciendo en la isla. Todos los artefactos que consideramos encajan exactamente con esa teoría«, aseguró Fader”.[36]

Por si fuera poco, los anfitriones de la serie convocaron a otra “autoridad”. Una historiadora (de las tildadas “alternativas”) Zena Halpern (1930-2018), autora de un libro autopublicado y titulado The Templar Mission to Oak Island and beyond. The shocking revelations of 12th century manuscript, quien afirmó que la controvertida cruz de plomo era la representación de la diosa fenicia Tanit, a la que los templarios adoraban tras haber estado tanto tiempo en la zona de Palestina.[37] Aquí las cosas parecen salirse completamente de curso. Las especulaciones infundadas se aglomeran una tras otra sin brindar, como era de prever, ninguna base irrefutable y seria. Así no trabaja la historia, ni la arqueología.[38]

No son pocos los dislates que han circulado (y siguen circulando) en torno a la famosa Isla Oak. El lugar se ha convertido desde fines del siglo XIX en el escenario de leyendas por demás entretenidas, capaces de despertar el interés de jóvenes románticos, como Martin y Rick Lagina, quienes no han dudado en dirigirse a la ínsula en busca del tesoro del capitán Kidd; las joyas de María Antonieta; pistas sobre los mentados templarios; los textos verdaderos de William Shakespeare, incluso el mismísimo Santo Grial. En resumidas cuentas, la isla no es otra cosa que una acumulación de exageraciones y engaños.[39] Cuestión ésta que no ha sido un impedimento para que los hermanos Lagina y sus socios hayan creado una empresa de turismo a la zona — Oak Island Tours Inc. — cuyo lema es “Respeta la leyenda- Vive el misterio”.[40]

Pero dejemos a la Isla del Roble con sus actuales turistas y pasemos ahora a otros de los “innumerables vestigios” templarios en América que Imbellone nombra en su libro.

A escasos 10 kilómetros al Este de la ciudad de La Quiaca, en la provincia de Jujuy, se encuentra el yacimiento arqueológico de Laguna Colorada, muy cercano a la cordillera Los Ocho Hermanos. El sitio es famoso por su petroglifos (tallas hechas en las rocas) descubiertos a inicios de la décadas de 1960. Es un lugar apartado, al que actualmente se puede llegar a pie, no siendo difícil su acceso. Las figuras talladas, como la de otros tantos sitios, representan camélidos, serpientes, aves (un cóndor) y figuras humanas, muchas de las cuales, al estar asociadas con símbolos que semejan rayos saliendo de las cabezas, han querido ser interpretadas como la representación de chamanes. También se detectan guerreros portando armamento ligero. Los petroglifos más antiguos —según indica el libro— datan del siglo VI y pertenecieron a la cultura Yavi, surgida en la región hacia principios del siglo I d.C.

Pero no está ahí la veta misteriosa del asunto.

Según indica Imbellone, hay además “algo sorprendente”: números, letras, símbolos y jinetes a caballo.[41] Y no falla a la verdad. Es cierto, existen figuras de ese tipo. Pero, mientras que los “historiadores oficiales creen se trata de la representación de españoles a caballo[42], “los estudiosos que pertenecen a los pueblos originarios” dicen que no es cierto. No están de acuerdo con datarlos tan tardíamente. Para “esos estudiosos”, las figuras de los jinetes deben situarse en el año 1200 d.C., “precisamente en el tiempo en que la Orden del temple enviaba a sus miembros a esta parte del mundo a extraer plata”.[43] Y señala; “cerca del lugar hay minas de plata aún en actividad.”[44]

¿Quiénes son esos estudiosos? ¿Qué método de datación utilizaron? ¿En qué laboratorio llegaron a semejante conclusión? ¿En qué documento aparecen sus conclusiones? ¿Qué fuentes escritas, medievales o modernas, consultaron?

 No lo sabemos. Una vez más las citas y referencias brillan por ausencia. Pero prosigamos un poco más.

Según el autor, “las fotos de los petroglifos hablan por sí solas”.[45] ¿Y qué nos dicen? Sencillo: que son “(…) figuras de una calidad artística que difiere por entero de las demás [Nota FJSR: yo no diría ‘calidad’, que deja entrever cierto grado de etnocentrismo, sino ‘estilo artístico’]. Los caballos exhiben una plasticidad inédita y las figuras humanas que los cabalgan —levando yelmos y lanzas con estandartes— asemejan en demasía a los caballeros templarios, pues reproducen aspectos de su vestimenta característica (yelmo, túnica). El estandarte del Temple, que portaba un abanderado en las batallas, consistía en dos franjas horizontales: negra y blanca, la inferior. Se denominaba Beussant o bella enseña, y en estos petroglifos aparece con claridad”.[46]

Y vuele a insistir que “todo aparece muy claro”.[47]

Finalmente, tras indicar la presencia de cruces cristianas grabadas “como las que lucían los del Temple” y “símbolos alquímicos[48], termina diciendo: “Dichas afirmaciones [todas las anteriores] tienen su origen en un texto publicado en un medio informativo argentino, por un investigador de ese país de nombre Antonio Las Heras.[49]

Debo decir que ante semejante autoridad en petroglifos e historia medieval debería llamarme a silencio. Pero no lo haré. Todos los interesados en cuestiones ufológicas, sobrenaturales, “energéticas” y mistéricas conocen a Las Heras. Un plurititulado y mediático investigador de lo paranormal, cuyas opiniones nunca han sido tomadas en serio por la “historia oficial” (afortunadamente) [véase a pie de página parte de su currículum].[50]

Petroglifos de Laguna Colorada, Jujuy

En realidad la arqueología científica tiene otra interpretación basada en estudios de campo y etnohistóricos. Una aproximación teórica que rehúye de las especulaciones sustentadas en creencias y fantasías y que resultó muy sencillo ubicar en la Web.

En 2010 la Sociedad Argentina de Antropología publicó un artículo sobre los grabados y petroglifos de Laguna Colorada, escrito por la antropóloga Alicia Ana Fernández Distel (CONICET, Universidad Nacional de Jujuy), en el que se plantean, a modo de síntesis, las siguientes conclusiones.

  • Que es un hecho aceptado por todos los arqueólogos profesionales, a nivel continental, que ha existido el arte rupestre colonial y que el hallado en Laguna Colorada es un claro ejemplo de ello.
  • Que esas tierras pertenecieron, hacia fines del siglo XVII y principios del XVIII, al Marqués Juan José Campero y Herrera.
  • Que las figuras de jinetes que tanto han dado qué hablar, fueron realizadas por “indios” (chicha) que estaban en encomienda en la zona desde épocas anteriores a que Campero adquiriera las tierras. El estudio de los censos de la región así lo indican, indicando además que la zona de Yavi era una de las más pobladas de la puna argentina.
  • Que Campero envió picapedreros a Laguna Colorada con el fin de extraer lajas de arenisca roja, que fuera utilizada en la confección de lápidas y revestimiento de pisos en pueblos fundados del noroeste. Lo que prueba que la cantera estaba muy activa desde fines del siglo XVII.
  • Que los jinetes, cruces e íconos cristianos, letras y números que aparecen fueron hechas por esos picapedreros (muchas veces sobre figuras más antiguas) alrededor del año 1700.[51]

Como puede verse, es posible encontrar explicaciones razonables y fundadas sin la necesidad de lanzar al “mercado” especulaciones mucho más románticas y fascinantes por cierto, pero carentes de toda prueba documental objetiva.

La fuerza de las leyendas

El estudio del arte rupestre (pinturas y petroglifos) no necesita de parapsicólogos imaginativos, actores de televisión y millonarios en busca de aventuras; menos aún de extremistas como Jacques de Mahieu (y otros, como Guillermo Terrera o Miguel Serrano Fernández).

Tenemos investigadores de gran prestigio a nivel internacional. Profesionales de la arqueología como Sebastián Pastor (Universidad Nacional de La Plata), quien está a cargo del trabajo de campo en las pinturas rupestres de Cerro Colorado (Córdoba) y ha producido una ingente cantidad de trabajos de investigación sobre los comechingones (o henia-kamiare); de quienes los diabólicos han dicho —y siguen repitiendo—barbaridades. Una de ellas: que eran rubios, altos, de ojos claros, barbados [esto sí es cierto, está documentado] y descendentes de normandos. Pero además, como a los normados se relacionan con los templarios y los comechingones con el bastón de mando que les entregara un dios llamado Wotan (Odín), la cuestión se entrevera de tal forma que es muy sencillo adicionarle a la historia el Santo Grial, los intraterrestres de Erks y evanescentes energías telúricas indemostrables.

 “Desde mi postura —escribió S. Pastor en la introducción de Los Señores del Uritorcoaceptar relatos fantasiosos, contrapuestos a conocimientos aceptablemente firmes emanados desde la arqueología,  tomando alternativas a la ciencia y a presuntos poderes de matriz colonial, significa en realidad arrojar una nueva mirada colonialista sobre estos antiguos pueblos, despojados por los procesos de la conquista de sus culturas, tierras y vidas (…).”[52]

La “historia oficial” (como se la tilda despectivamente) está muy lejos de las apresuradas conclusiones a las que llegan los místicos de turno a través de revelaciones divinas, alienígenas o como se las quiera llamar.

“El historiador [no alternativo, claro] —como dijo Edward Carrtiene que solucionar sus problema sin recurrir a ningún Deux Ex Machina. La historia es un juego que, por así decirlo, se juega sin comodín en la baraja”.[53]

 La historia contemporánea es un “oficio” que pretende estar muy lejos de las hagiografías, de las fantasías, milagros y creencias en eventos extraordinarios; muy en uso, por ejemplo, en la historiografía medieval; que mezclaba historia y literatura en partes iguales para justificar, entre otras cosas, el poder político de alguna dinastía. Es evidente que algunos de problemas presentes entonces todavía perduran en la actualidad.

Así todo, sigue siendo atractivo leer a los diabólicos. Porque lo que se narra es tan importante como el cómo se narra, ya que el autor es mucho más que un transmisor de un mensaje (siempre interesado, por cierto) sino un reflejo del contexto en el que la obra fue creada.

Convengamos, entonces, que el contexto de Capilla del Monte es —como decía un antiguo proverbio chino— malditamente interesante.

REFERENCIAS, NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA


[1] Eco, Umberto, El Péndulo de Foucault, Ediciones de la Flor SRL., Argentina, pág. 338.

[2]Charles Maurras: ultranacionalista francés, partidario de una sociedad ordenada y elitista. Se manifestó abiertamente monárquico, antirrevolucionario, antisemita y antiparlamentarista. Colaboró con el régimen de Vichy del general Pétain y al finalizar la Segunda Guerra Mundial fue enjuiciado y condenado a muerte, siendo la pena permutada por prisión perpetua. Se autoproclamó agnóstico, pero apoyó a la iglesia católica por considerarla una institución autoritaria y necesaria para mantener el orden. Pensaba que la revolución de 1789 había sido contraproducente para Francia y ensalzaba el período medieval, ya que el el país estaba regido por monarcas sabios y un pueblo obediente. En Argentina fue muy considerado por algunos de los dictadores, tales como Onganía Y Lanusse.

[3] Hilaire Belloc: apologista ultracatólico británico de gran influencia en la prensa durante la primera parte del siglo XX. Incursionó en la historia escribiendo un libro sobre Las Cruzadas.

[4] Gilbert Keith Chesterton: escritor, filósofo y periodista británico. Si bien por tradición familiar incursionó en el anglicanismo, hacia 1922 se convirtió al catolicismo siendo desde entonces un defensor del poder de la iglesia y de la fe.

[5] Véase del mencionado autor: La Historia Falsificada, Editorial Difusión, Buenos Aires, 1939.

[6] Véase: Chiaramonte, Juan Carlos, “Qué fue y qué es la historia oficial”, Revista Ñ, 30 de junio 2014, Argentina.

[7] Véase: Imbellone, César, Templarios. Los Hijos del Sol, 1ª edición, La Cumbre, César Oscar Imbellone, 2022.

[8] El libro carece de cualquier aparato erudito, indispensable en un trabajo histórico. No hay citas bibliográficas y las escasas que aparecen están mal expresadas. La bibliografía, al final de la obra, no se ajusta a ninguna regla académica y se hace imposible verificar si esos libros acuerdan o no con las especulaciones volcadas. Por otra parte, y repitiendo una práctica muy común en los diabólicos programas del Historia Channel sobre misterios, hay un abuso de condicionales (“quizás”, “tal vez”, “parece”, “es posible») y, en más de una ocasión, alude a testimonios misteriosos procedentes de maestros no identificados tomando por verdaderas conclusiones que hace años han sido descartadas por ser producto de errores o lisos fraudes.

[9] Véase los siguientes videos de YouTube:

El santo Grial en América: https://www.youtube.com/watch?v=7XEx9ZcqpWU

El fin de los tiempos: https://www.youtube.com/watch?v=VJACLm3LOcE

Arkadia y el agua de la vida: https://www.youtube.com/watch?v=ytIhO8ySSuY

Arkadia y el fin de los tiempos: https://www.youtube.com/watch?v=7elNPbkZ94M

Entrevista a C. Imbellone en Cielos Profundos: https://www.youtube.com/watch?v=L_15JF56Jew

Templarios: los niños nos miran: https://www.youtube.com/watch?v=KWm1PNuYwUc

Templarios: ceremonia Axis Mundi: https://www.youtube.com/watch?v=r7GOvW8up4I

Los templarios en Capilla del Monte: https://www.youtube.com/watch?v=X7dAwsjCJc4. –

Entrevista en Cielos Profundos: https://www.youtube.com/watch?v=0JJTyduAYOc&t=5727s

[10] Véase: Gresh, Lois H. y Weinberg, Robert, ¿Por qué tenían que ser serpientes? Los misterios de Indiana Jones. La ciencia y la historia detrás de sus espectaculares aventuras, Editorial Robín Book, Barcelona, 2008.

[11] Véase este libro indispensable: Sotczkowski, Viktor, Para entender a los extraterrestres, Editorial Acento, Madrid, 1999.

[12] Véase: De Filippi, Sebastiano y Soto Roland, Fernando Jorge, Los señores del Uritorco. La verdadera historia de los comechingones, Editorial Biblos, Buenos Aires, 2019.

[13] Uscinski, Joseph, “Down the rabbit hole w ego!”en Cosnpiracy theories and the people who believe them, Nueva York, 2029, pp.1-32.

[14] Evans, Richard, Hitler y las teorías de la conspiración, Editorial Crítica, Buenos Aires, 2021, página 11

[15] Véase (para empezar) este pequeño e instructivo manual: Lewis, Ferris E, Historia de los Caballeros Templarios, Ediciones Obelisco, España, 2004.

[16] Imbellone, César, op.cit., pág. 125.

[17] Ibídem, pág. 162. [Las negritas son mías].

[18] Nota: De Mahieu fue un reconocido criminal de guerra, colaboracionista de los nazis al momento de la invasión de Francia en 1940 y veterano de la División Carlomagno de las Waffen-SS. Cuando se derrumbó el régimen nazi en 1945, huyó a la Argentina, siendo uno de los primeros en hacerlo en avión, el 22 de agosto de 1946. Según el periodista Uki Goñi, mantuvo estrechas relaciones con Perón. Ocupó el cargo de secretario en la Escuela Superior de Conducción Peronista y varias cátedras en la Universidad de Buenos Aires, durante los años ’50 (incluso tras la caída del gobierno justicialista). Más tarde, en la década de 1960, dirigió algunas unidades básicas del partido y, antes de morir en 1989, apoyó la candidatura de Carlos Menem.

[19] Véase: Pringle, Heather, El Plan Maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi, Editorial Debate, Buenos Aires, 2008.

[20] Véase: Mahieu, Jacques de, La Geografía secreta de América antes de Colón, Editorial Hachete, Buenos Aires, 1974.

[21] Véase, Falacia del experto. Disponible en Web.

[22] Véase: Mahieu, Jacques de, El Gran Viaje del Dios-Sol. Los vikingos en México y en el Perú (967-1532), Editorial Hachete, Buenos Aires, 1981.

[23] Véase: Mahieu, Jacques de, La Agonía del Dios Sol. Los vikingo en el Paraguay, Hachette, Buenos Aires, 1977,

[24] Véase: Mahieu, Jacques de, El Imperio Vikingo de Tiahuanaco, Hachete, Buenos Aires, 1985.

[25] Archivo del autor. Véase obra del profesor Langer. Disponible en Web.

[26] Véase a Jacques de Mahieu disertando estos delirios.

[27] Véase del autor: La meseta de Somuncurá: misterios, fantasías y templarios. Disponible en Web.

[28]  Imbellone, César, op.cit pág., 258. Nota: el autor afirma que cuatro fueron las vías de escape de los templarios: Escocia, La India, Brasil/Argentina y Canadá/EE.UU.

[29] Ibídem, pág. 259.

[30] Ibídem. pág. 162

[31] Ibídem, pág. 258.

[32] Ibídem, pág. 258

[33] Véase testimonio: La historia de la cruz, desde el minuto 2.11 Disponible en Web.

[34] Ibídem, minuto 0.07.

[35] Tobias Slorwronex es doctor en geoquímica y trabaja en el Museo Alemán de Minería de Bochum (Alemania). Ha participado en excavaciones arqueológica de prestigio y era de esperar que no entrara en el juego disparatado de los hermanos Lagina jugando su reputación al afirmar que esa cruz era templaria. Jamás lo dijo. Por otra parte, aquellos que hemos sido invitados a programas de ese tipo, sabemos que con una buena edición se puede quitar cualquier comentario que contradiga el guión del episodio.

[36] Véase: “El oro de los templarios, el santo Grial, tesoro de piratas o un gran fraude”, en Actualidad RT. Disponible en Web.

[37] Véase: La diosa marítima Tanit en Oak Island. Disponible en Web.

[38] En el libro nombrado, Zena Halpern cuenta la historia de un documento (mapa) del siglo XII transportado a América por un caballero templario. Jamás ese mapa fue evaluado por expertos y todas la fuentes utilizadas son informantes secretos, anónimos, que protagonizan una verdadera novela de espías que, además, según algunos críticos, está tremendamente mal escrita. Para acceder a una crítica del libro véase: Colavito, Jason, Reseña de La Misión templaria de Oak Islan y más allá. Disponible en Web.

[39] Véase: Joltes, Richard E., Historia, engaño y exageración. La leyenda de Oak Island. Excelente trabajo Disponible en Web.

[40] Véase: Oak Island Tour. Disponible en Web: https://www.oakislandtours.ca/

[41] Imbellone, op.cit. pág. 260.

[42] Ibídem, pág. 260.

[43] Ibídem, pág. 260.

[44] Ibídem, pág. 260.

[45] Ibídem, pág. 260. [Nota FJSR: ningún petroglifo habla por sí mismo. No hablan solitos. Los hacemos hablar. Sucede que a veces, al interpretarlos, nos dicen cosas interesantes y otras, tonterías sin cuento].

[46] Ibídem, pág. 260.

[47] Ibídem, pág. 260.

[48] Ibídem, pág. 260.

[49] Ibídem, pág. 261. [Nota FJSR: No entiendo porqué escribe “investigador de ese país” y no de nuestro país].

[50] Véase: Agostinelli, Alejandro, “El día que a Antonio Las Heras se le pincho el Talismán” en Magia Crítica. Disponible en Web. Además véase: El universo de Antonio Las Heras (publicidad 1993). Disponible en Web. Véase: El largo y escabroso camino del doctor Las Heras, en Pensar. Disponible en Web.

[51] Véase: Fernández Distel, “Arte rupestre soslayado; los grabados coloniales de Laguna Colorada – 8 Hermanos ( Jujuy, Argentina)” en Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología XXXV, 2010, Buenos Aires, pp. 85-97. Disponible en Web.

[52] De Filippi y Soto Roland, op.cit. pág. 19.

[53] Carr, Edward, ¿Qué es la Historia?, Editorial Ariel, Barcelona, 1984. pág.101.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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