En la llamada “Zona Uritorco” sobran historias de aparecidos. Que nadie crea que la cosa se limita a seres alienígenos: hay duendecillos, mostros lacustres, humanoides ectoplasmáticos y hasta visiones plasmadas en el cuerpo electrizante y extrañamente esbelto del mismísimo Mefistófeles.
A mediados de los 90, una viejecilla visionó –narró que visionó– la aparición de un espectro infernal en Los Terrones, nada menos que los distritos desde donde Ángel Acoglanis señalaba el amanecer de Erks.
Quién sabe si este relato no ayuda a comprender la escatológica naturaleza del fenómeno.
Por Fausto Rosenblat
El asunto fue así.
Corría la primera mitad de la década del ‘90.
Preparé un té de san Pedro, hice un par de tomas para encontrar la dosis indicada y guardé la botella en un armario esperando las vacaciones. Ya había pre-seleccionado un lugar para la experiencia. Quería saber si se veía «algo» en el lugar.
Llegó febrero de aquel año y viajamos con la flia. Nos instalamos en una cabaña de Charbonier por unos días para estar más cerca de Los Terrones, ya iríamos para Capilla.
Hice el correspondiente ayuno –nada místico, para evitar malestares fisiológicos derivados de la ingesta del potaje.
A la nochecita, salí para el «terraza» que tenía en mente para la experiencia, munido de manta térmica, termo y linterna. Me acomodé lo mejor que pude y me zampé la botella de té de san Pedro. Fue una dosis importante.
A las dos horas, cuando empezaba a sentir claramente el efecto de la mescalina, ya me sentía afiebrado. A las tres horas de la ingesta volaba de fiebre. Sucumbí ante una diarrea tempestuosa. Hoy, no en aquellas instancias, se me hace evidente que al estar tantos meses guardado el té se había convertido en un cultivo de bacterias. ¡Me agarré una gastroenterocolitis fulminante!
La situación era insostenible.
Decidí regresar a la cabaña.
Con fiebre, en pleno viaje de mescalina, cagarme encima hizo que caminar fuera una tarea que casi me excede.
Perdí mochilita, termo y manta térmica.
Me caí un montón de veces, una de ellas en un zanjón.
Como me quedó medio cuerpo embarrado, en las siguientes caídas esa mitad quedó rebozada de hojas secas y pasto.
Me convertí en una visión del Averno.
Era un ser semi vegetal, tenía los ojos como huevos fritos por la «sustancia», el miedo y la fiebre. También olía mal, creo que ya dije que me había cagado encima.
Tiempos después supe que se cuenta que una abuelita tuvo un encuentro con el diablo en la zona. Una pobre señora que huyó despavorida a mi paso puede ser la base material del asunto. De hecho, el mismo concepto, “que estuvo frente a al diablo”, fue lo que pensó mi pareja cuando me tuvo que abrir la puerta de la cabaña (yo había perdido las llaves).
Casi se muere del susto, pobre flaca.
Tres días anduve enfermo, los antibióticos que me recetaron en el hospital de Capilla fueron mano de santo.
Como los seres de luz sacamos alguna enseñanza de cualquier experiencia, ahora siempre le pego un buen hervor a cualquier caldo que lleve un tiempo guardado.
Además, pienso que tan mal no me fue, más si comparamos mi caso con el de un reconocido antropólogo que subió al Uritorco con una botella de ayahuasca para pasar la noche buscando contacto y terminó hospitalizado con los dedos como morcillas producto de la hipotermia.
NOTA: Esta sección la escriben los lectores de Factor. Enviá tu historia a aagostinelli@gmail.com
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