«Las islas», una novela tan argentina que lo imposible parece real

En Las islas (1998), la novela de Carlos Gamerro, Felipe Félix –hacker, ex combatiente de Malvinas– es elegido por un hombre del poder, Fausto Tamerlán, para una misión temeraria: entrar en los archivos de la SIDE y rescatar información que le permita salvar a su hijo, acusado de un asesinato. Félix descubre algo peor, un sistema oculto vivo donde la Guerra de Malvinas no ha terminado, y militares y ex combatientes buscan recuperar las islas.

Así, Félix ingresa en un laberinto de fantasías paranoicas y fantasmas donde la aventura se bifurca entre lo real y lo imaginado en sus tiempos al servicio del emprendimiento bélico argentino más discutido del siglo XX.

Alejandro Marinelli, alucinado con la narración de Gamerro, retoma los ejes de su obra, compara este experimento literario con otros y ofrece su propio balance, tratando de respirar en una atmósfera desoladora.

Por Alejandro Marinelli

Este libro deslumbrante no es, definitivamente, un libro de ciencia ficción. Aunque sí es un libro de fantasía e imaginación desbocadas–desbocadas pero no tan inverosímiles, por otro lado, en esta sociedad imposible que se fue (des)armando alrededor nuestro desde 1976-1992.

Es un libro clave para entender el origen de esta sociedad distópica en la que, con dificultad cada vez mayor, transcurren nuestras vidas: la Argentina posterior al Proceso de Degradación Nacional iniciado hace ya 46 años. Una sociedad que por sus características –que Carlos Gamerro distorsiona como en un sueño (o pesadilla) y exagera fantásticamente, pero no TANTO– puede inspirar una ficción distópica como esta: aunque no transcurra en el futuro sino en el pasado (1992) hace parecer ingenuas y candorosas a las construcciones imaginarias más pesadillescas de Ursula Le Guin o Margaret Atwood. Escritoras, al fin y al cabo, nacidas en sociedades que nunca perdieron la inocencia, donde lo que hemos experimentado los argentinos es inconcebible hasta para la más poderosa imaginación. Escritoras que han diseñado ficciones distópicas intrincadas, pero que aparecen hasta deseables e incluso civilizadas en comparación con el paisaje humano de degradación y brutalidad sin sentido que –apenas exagerando, apenas inventando– construye Gamerro. Y que hacen acordar más al Arkanar de los hermanos Strugatski, al mundo premoderno alternativo de ‘Game of Thrones’. Mundos hundidos eternamente en el lodo de la barbarie; pero en una barbarie más previsible, menos sofisticada. Sin chupaderos ni lagers, por ejemplo.

‘Las islas’ es una épica espléndidamente construida, pero una épica enferma, deforme: una épica de la derrota, protagonizada por una pareja de (anti)héroes, Félix y Gloria, que son sobrevivientes de los grotescos experimentos sociales y políticos –desgraciada e increíblemente, experimentos muy reales, no una fantasía– llevados adelante por los locos procesistas, con los argentinos como sus cobayos. Experimentos similares a los experimentos humanos de los locos nazis (que también juegan un papel en la trama) pero sin el elemento (seudo)científico que diferencia a los segundos de nuestros procesistas, más arcaicos. Adelantándonos un poco, el tremendo relato concluye que no existe final feliz posible en esta tierra (*) lacerada, lastimada más allá de toda cura: como el cuerpo de Gloria, sobreviviente (sólo porque uno de los torturadores se enamoró de ella) de los centros clandestinos de la dictadura. Lacerada por la locura de sus crueles amos aristocráticos, de los ‘señores naturales’ –de acuerdo con la concepción medieval– de esta tierra y de todo lo que hay en ella, se mueva o no. Unos amos crueles y también (así se definen ellos mismos con agresivo orgullo), ‘occidentales y cristianos’, henchidos de arcaicos ‘valores’ nacionalistas y gauchescos, y sobre todo bien machitos: pensar es cosa de mujeres o afeminados. Al punto de soñar, como Tamerlán, con una especie de partenogénesis gracias a la cual los representantes de esta aristocracia –que dispone de nuestra plebeyas (por no decir subhumanas) vidas como mejor le place– podrían perpetuar su ‘raza’ no sólo sin contaminación de elementos inferiores, sino y ante todo, sin la presencia del debilitante elemento femenino: elemento que, piensan, es lo único que, desde adentro, se interpone entre ellos y el triunfo total, principio femenino que los ha llevado una y otra vez (en 1945, en 1983) a la inevitable derrota. El nuevo –deliran Tamerlán y Cuervo (el ‘Mayor X’) vibrando en la misma onda– Homo argentinus no sólo será étnica y culturalmente puro: nacerá incontaminado también en su aspecto psicológico, en el de su sexualidad. Sólo tendrá UN sexo; en otras palabras, será ‘bien machito’.

CARLOS GAMERRO. Ajusta cuentas con la historia argentina reciente en clave absurda y construye una épica espléndida, delirante.

No existe entonces, en esa tierra herida con saña –con la saña con que el amo hiere a su cautiva de quien puede disponer (¿remember ‘Disposición final’?) de la manera que le plazca– posibilidad alguna de un final feliz. En ese mundo devastado en el que sobreviven, apenas y a los tumbos (¡y qué tumbos!), Félix y Gloria, ellos no tienen la posibilidad ni aún del semifeliz aislamiento, de construirse una isla como la que el planeta Solaris sintetiza en su superficie viva y pensante para que el astronauta que lo ha perdido todo pase el resto de su existencia en una amable virtualidad, comfortably numb. Las drogas –comprueban nuestros protagonistas– pueden proveer una ‘isla’ por un rato, pero pronto hay que regresar al mundo real de los dinosaurios locos (y a ver que m. se les ocurre hacer ahora: hay que aprender a vivir en la incertidumbre).

Ricardo Zevi, el traductor del inmenso libro de Salvador Benesdra que se propone pintar el mundo loco, distópico, de los 90 (heredero del 76, antecedente del hoy), piensa que, una vez haya conseguido metamorfosearse con éxito en un ser parecido a los amos –fuerte (pero solo con quienes está a su alcance mostrarse fuerte, obvio) insensible y hasta un poco abyecto por momentos–, habrá encontrado la clave, el secreto, para una suerte de ‘final feliz’, de mínimo triunfo: en su islita doméstica, y con su compañera domesticada, ya reconocida la imposibilidad de superar un techo que nos lo han fijado apenas por encima de nuestras cabezas (¿podía prever Ricardo que ese techo iba a continuar bajando?). La metamorfosis en uno de ellos es en el caso de Zevi bienvenida, porque no hay otra, porque es (en los 90) lo que hay. Pero en ‘Las islas’ esa metamorfosis no es deseada por sus golpeados pero aún lúcidos protagonistas; como nos lo transmite Gamerro a través de la terrible fábula que Gloria le narra a Félix en el final: la princesa transformada en sapo, a imagen y semejanza de su amo y señor (por derecho de conquista) batracio. Es una pesadilla, y Gloria y Félix no quieren despertar y comprobar que se han convertido –como todos– en ellos. No lo toleran, por lo que sabemos (aunque la narración se detiene antes) que no habrá para ellos un final feliz, un descanso al final del increíblemente arduo camino, lleno de sonido y de furia en un nivel que ni Shakespeare hace 500 años ni Macbeth hace 1000 hubieran podido imaginar. Ni siquiera el final feliz parcial, engañoso de Zevi/Benesdra: ese equilibrio –al fin poder relajarse– muy cerca del fondo. Porque no hay tal cosa, no hay fondo: no hay nada. Gloria y Félix piensan en un posible final: la muerte por suicidio. Una muerte que aparece como deseable para estos dos sobrevivientes de una lucha imposible de ganar, porque no fue una lucha, fue una agresión brutal de los amos contra sus súbditos (y amos en el sentido no ya del señor feudal y el siervo de la gleba, sino del comandante del lager o del CCD y su cautivo). Pero la postergan: veremos qué pasa (o no, no importa). Gloria y Félix son sobrevivientes, casi los únicos; todo alrededor de ellos sólo hay nuevos sapos, locos y fantasmas: los fantasmas de los amigos que no han regresado de las islas, y también los compañeros de trinchera que sí regresaron, pero que ya han hecho propia la visión del mundo de los milicos (también ellos son, para Félix, fantasmas). Son sobrevivientes de las dos guerras declaradas por los amos locos contra unos súbditos a quienes no estaban dispuestos a tolerar más: el 76 (‘la guerra inmunda’, para Félix) y el 82.

SALVADOR. Benesdra, autor de la novela El traductor, completamente dormido sobre su escritorio en la redacción de Página/12.

Si la novela busca y consigue retratar la cosmología demente de la seudoaristocracia argentina, tal como empezó a gestarse en el 76, y alcanzó su primera plenitud ya en la primera mitad de los Noventa, podríamos decir que el delirante diario del ‘Mayor X’ constituye de alguna forma el centro de la narración, y en este sentido podría compararse al ‘Informe sobre ciegos’, núcleo de la clásica novela de Ernesto Sábato. Pero el ‘Informe…’ ocupa un tercio de ‘Sobre héroes y tumbas’; mientras que esa especie de viaje al corazón de la oscuridad que emprende Cuervo –una oscuridad final que es luz para este ser infinitamente más limitado que Kurtz, aunque no menos loco y ciertamente no menos peligroso– no llega a ocupar un capítulo de los 16 del libro de Gamerro. Antes de terminar de leerlo, Félix (es a través de su lectura que accedemos a él) lo cierra, hastiado de tanto sinsentido estéril, de tanta imbecilidad.

El Fernando Vidal Olmos de Sábato era también un aristócrata (las fuerzas castrenses a las que pertenecen Cuervo y en su Alemania natal el padre de Tamerlán, tuviesen sus integrantes doble apellido o no, se consideran a sí mismas una aristocracia; habilitada para todo, por definición), pero infinitamente menos degradado: al fin y al cabo, Olmos vive, piensa y escribe en el 55, tiempos ya de incipiente locura y degradación, pero nada comparados con el 76 que parió a los Cuervo y, eventualmente, a los Tamerlán. La sencillamente perversa aristocracia argentina de los 50 (cuya visión del mundo vuelca Vidal Olmos en su ‘Informe…’) se ha transformado en la más estúpida y arcaica, la más patética e impotente aristocracia del mundo. Pero no patética e impotente para nosotros, que estamos cautivos de estos tipos, atrapados acá adentro con ellos; todo lo contrario: en el lager, el poder del que lo detenta es, por definición, sin límites. Eso Félix lo sabe, y por eso él, que se ríe de todos, no puede reírse de ellos.

El ‘Mayor X’ (el torturador y comando Cuervo) sueña con que ‘los argentinos’ –es decir, la aristocracia criolla– son, como ayer los nazis, la aristocracia del mundo: una casta cerrada y superior, exultante en su endogamia cultural: esa endogamia cultural del que sabe que sabe todo lo que hace falta saber. El problema es que no tienen con qué concretar su sueño de llevar la ‘Argentina extremo occidente’ a la cima del mundo: piensan (es decir, no piensan) que van a conquistar todo con sus caballos, sus rebenques y sus imbatibles técnicas de ‘combate’ (la tortura), que es lo de ellos. Porque estos nazis, aunque tienen sí campos de exterminio, no tienen ni tecnología ni cohetes V2. Su seudociencia se agota en las especulaciones –ilustradas en el mejor de los casos, delirantes (tanto Cuervo como Tamerlan admiran a Ameghino y su teoría del origen pampeano del H. Sapiens) en el peor–, de los acomodados intelectuales de la aristocrática Generación del 80. La mitad del diario del Mayor es eso: los divagues seudoilustrados del hermano culto del patrón de estancia; la otra mitad, delirio místico.

Han partido de un lugar que no existe desde la década de 1920 y desde entonces no han avanzado un paso. Todo lo contrario: a golpes de reacción histérica –contra los inmigrantes con ideologías ‘maximalistas’, contra los ‘subversivos’ en los 60 y 70, en un estertor final contra los soldados díscolos y plebeyos en Malvinas– se han ido degenerando hasta llegar a ser esos seres deformes que tan bien han llegado a conocer y sufrir Félix y Gloria. Seres deformes como los una vez aristocráticos, hoy degenerados Martense en el cuento de Lovecraft, pero que tienen a sus súbditos bien agarrados (‘¿y dónde más vas a ir?’, cantaba Charly, otro lúcido). Algo que los dos sobrevivientes (Félix y Gloria) veteranos de las ‘guerras’ apocalípticas que los amos enloquecidos decidieron lanzar contra la execrable plebe, de los holocaustos en que hicieron perecer en masa a sus esclavos, entienden. Entienden que el sueño se terminó, que no habrá –jamás, ni en mil años– regreso a un pasado de bizcochitos en lata Canale (industria nacional), de calles sin indigentes tirados en todas partes, sin la violencia irracional cuando no fascista como parte de la atmósfera cultural: el lugar de ese pasado ha sido ocupado por el presente de un mundo poblado por enfermos que periódicamente son inyectados con agua sucia (en la cabeza) por médicos locos.

El motor primero de esta historia trágica y sin sentido es la triunfante aristocracia de ‘un imperio que nunca existió’ (como definió a la Argentina alguno de esos europeos que nos visitaban seguido en la época de ‘los ganados y las mieses’). Que no es la verdaderamente triunfante aristocracia de un imperio de verdad, como el imperio británico y su ‘carga del hombre blanco’ (pesada y autoimpuesta carga que terminaría en la destructiva locura de Kurtz –el de Conrad, y el de Coppola). No, la nuestra es una aristocracia enloquecida por el encierro junto con su soberbia sin motivo que la justifique, por su endogamia cultural. Su White man’s burden, el mandato del macho conquistador, ha degenerado, en ese clima de cerrazón mental y de locura autogenerada y autoalimentada, en el descontrol destructivo (Kurtz), en el mandato de ‘exterminar a todos los salvajes’. Y lo hacen. ¿Por qué? Primero, porque pueden. Y segundo, y principalmente, porque tienen miedo. Porque los ‘salvajes’ de nuestros ‘aristócratas’ son (somos) infinitamente mejores que ellos. Por eso tienen que destruirlos, o degradarlos. Porque si se les (nos) permitiera vivir, y crecer, serían condenados al olvido y a la extinción antes de transcurrida una generación. Pero eso –y Gloria y Félix lo entienden– no va a suceder.

Ya no: ‘nunca más’ tendremos una oportunidad de ganarle a los dinosaurios.

Notas

* Tierra: elemento definitivamente femenino, en la cosmología demente de uno de los dos grandes ‘villanos’ del libro: el megamillonario Fausto Tamerlán. El otro es un loco uniformado, ‘el Mayor X’.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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