Los primeros platos voladores fueron dibujados 27 años antes de que estos artefactos recibieran un nombre. Y aparecieron ilustrando el comentario de El Libro de los Condenados, la obra de Charles Hoy Fort (1974-1932), que acaba de cumplir cien años. Las posibles influencias de la oleada de «naves aéreas» de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX y un anticipo de las Obras Completas de Martin Kottmeyer, uno de los más grandes ensayistas ufológicos de los EE.UU.
A cien años de El Libro de los Condenados, las evocaciones a Charles H. Fort solo resonaron en las catacumbas forteanas, lo cual no deja de tener coherencia si consideramos la escasa consciencia que hay sobre la influencia de este libro en la cultura popular. El centenario ocurrió hace dos meses: el biógrafo de Fort, Jim Steinmeyer, determinó que el libro se publicó el 1 de diciembre de 1919.
En diciembre Factor destacó el reciente rescate de la traducción de El Libro de los Condenados al castellano por Reediciones Anómalas. Y ahora volvemos sobre el tema in extenso a cien años de que los críticos empezaran a hablar del libro, un compendio de acontecimientos extravagantes o dudosos, recopilados de revistas científicas del fin de la época victoriana, aderezados con dosis más o menos parejas de fantasía, pseudociencia y ciencia ficción.
“Fort firmó la primera copia para su esposa, Annie, el 7 de enero de 1920. La primera reseña que he encontrado es de hace cien años, el 1 de febrero de 1920”, escribió Terence E. Hanley, autor del artículo publicado en Tellers Of Wierd Tales donde cuenta las últimas noticias de una ilustración que podría mostrar la primera representación gráfica de un platillo volador (*).
El artículo de Hanley, un ilustrador experto en historietas, plantea un enigma sin resolver. El enigma es el nombre del dibujante. El nombre del dibujante que esbozó el primer platillo volador, tomando como tal el concepto que se propagó a partir del 24 de junio de 1947, fecha de la observación de nueve objetos sobre el monte Rainier, estado de Washington, por parte del piloto Kenneth Arnold.
Según Hanley, el dibujo, que incorpora un retrato de Fort, comenzó a circular por los periódicos estadounidenses en julio de 1920. Hasta hoy, el estudioso no ha localizado la primera vez que salió la nota que incluyó la ilustración. El autor es anónimo, mejor dicho, solo son conocidas unas iniciales, que podrían corresponder a un nombre o a un seudónimo: E.R.H.
«La primera persona que dibujó un platillo volador es un artista desconocido».
CURIOSO ANACRONISMO
Así, el nombre de la primera persona que dibujó el prototipo de platillo volador, y que lo hizo 27 años antes de que esa configuración atribuida a un vehículo aéreo de origen desconocido invadiera la cultura de masas, también es el de un NN, el de un artista desconocido.
Hanley buceó en catálogos de ilustradores y dibujantes estadounidenses con esas iniciales. Ningún nombre correspondía con las iniciales E.R.H.
¿Por qué este dibujo podría ser el primero que representa a un platillo volador, es decir, a una nave espacial en forma de disco de origen extraterrestre? Porque no solo se presta para ello el dibujo mismo sino el contexto histórico en que fue publicado.
Así comienza el comentario que incluyó, entre otros, el San Francisco Chronicle sobre El Libro de los Condenados en su edición del 1 de febrero de 1920:
“¡Espías de otro mundo –emisarios celestiales– […] que planean la destrucción del hombre, la aniquilación de su civilización y la anexión de su globo!”
Casi tres décadas antes del vuelo de Arnold, E.R.H. había imaginado platos voladores con cúpulas en la parte superior y trenes de aterrizaje. La góndola que cuelga debajo es lo que debía tener una máquina voladora en el siglo XIX, a mitad de camino entre los globos o dirigibles soñados por los hombres técnicos y a las directamente imaginadas, como las aeronaves fantasma reportadas en los EE.UU. y Europa a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. “Incluso si lo fuesen [globos o dirigibles], plantea Hanley, ¿por qué la forma del disco? Una buena explicación podría ser que este dibujo de naves extraterrestres muestra un salto de la imaginación del artista desde las visiones del futuro del siglo XIX hasta la literatura pseudocientífica del siglo XX.”
Hay que decir que la fuente de alimentación más directa para la imaginación del artista podría haber sido la propia obra de Fort. Pero nuestro autor no menciona nada parecido a platívolos, platos voladores o platillos volantes, aunque sí la existencia de indicios sobre visitas extraterrestres y abundantes conjeturas sobre sus intenciones.
Si bien el precedente más popular para este tipo de relatos es la novela Guerra de los Mundos de Herbert G Wells, las especulaciones de Fort estaban más cerca del género fantástico, más precisamente del subgénero fantasía oscura, “un tipo de historia de terror en la que la humanidad está amenazada por fuerzas que están más allá de la comprensión humana”. Charles L. Grant, autor de la definición, sitúa su origen en el llamado Cthulhu Mythos de HP Lovecraft, que a grandes trazos no es otra cosa que una crónica fantástica sobre una invasión alienígena.
Fort cultivó la idea de que somos espiados en secreto, e incluso controlados, por inteligencias misteriosas, soporte del concepto general según el cual somos propiedad. Estos argumentos son los que, al cabo de unos años, fueron a parar al trasto de “historias realistas” de terror subterráneo que Richard Shaver, con la ayuda del editor Raymond A. Palmer, empezó a publicar en Amazing Stories, que encontraban también un precedente en el propio Lovecraft. Ideas que, en definitiva, terminaron derivando en ese otro gran catalizador de la naciente ufología que fue la búsqueda de indicios de visitas alienígenas en la antigüedad que llegaron a la Tierra para dirigir la evolución de la especie.
PREUFOLOGÍA: LA ERA ROCOCÓ
En plan de buscar posibles inspiraciones del artista, otra fuente cantada son las noticias sobre naves aéreas fantasmas informadas en los EE.UU. en 1896/7 y a principios del siglo XX en Europa, Nueva Zelanda y los Estados Unidos. La famosa oleada de avistamientos de dirigibles fantasmas en Inglaterra, por ejemplo, fue atribuida a una histeria social estimulada por un creciente sentimiento antigermánico y el temor a una guerra. Aquellos misteriosos “vehículos aéreos” eran “avanzados”. Hoy diríamos que, por su estética rococó y sus motores ruidosos, no eran buenos ejemplos de tecnología extraterrestre. Eran más parecidos a los dirigibles sobre los que se hablaba varios años antes de que comenzaran a volar.
Por cierto, el primer dirigible, un aeróstato de hélice de tres aspas y timón, lo piloteó el 24 de septiembre de 1852 el ingeniero francés Henri Giffard (1825-1882). El artefacto, que era propulsado por una máquina de vapor, recorrió 27 km, entre París y Trappes, a una velocidad media de 10 km/h.
Los dirigibles fantasma, en cambio, eran alados, tenían grandes hélices tipo turbina y los pilotaban inventores en “vuelos secretos” rodeados de historias extrañas; en todo caso, aquellas florituras eran hijas no reconocidas de la influencia literaria de Luis Senarens (1863-1939), “el Verne estadounidense”, y del propio Julio Verne (1828-1905) en su novela Robur el Conquistador (1884), a su vez representadas en ilustraciones retrofuturistas como las de Albert Robida (1848-1926) y en varios exponentes de la filmografía de la época.
Ahora detengámonos en las diferencias conceptuales (origen y naturaleza) y estéticas (detalles estructurales) entre el platillo de Fort y las aeronaves fantasma: éstas últimas eran atribuidas a potencias enemigas o a la inventiva de científicos chiflados o paranoicos (la discreción de los vuelos nocturnos sería para ocultarse de posibles apropiadores), nunca, o casi nunca, eran vehículos de procedencia extraterrestre; en cuanto a lo estructural, el dibujo de 1920 introdujo como novedad el formato platilloide de esa plataforma escalonada, guardas que recuerdan a ventanillas, la cúpulas y, por último, los patas de aterrizaje. La góndola era directa herencia de los primeros aeróstatos -entre los que prevalecía el formato esférico, pelota de rugby, cilíndrico o con forma de habano.
Charles Fort todavía no tenía cómo nombrar las cosas raras que se veían en el cielo (afortunadamente no les llamó “forteanas”); en El Libro de los Condenados son manchas, nubes, objetos, estrellas, cilindros o superestructuras. “Para la mayor parte de mis datos, pienso en super-objetos que atraviesan el cielo sin manifestar más interés por la Tierra que el que los pasajeros de un transatlántico manifiestan por las profundidades oceánicas”, escribió.
El autor de El Libro de los Condenados tampoco se propuso escribir ciencia ficción, pero sus “hechos malditos” terminaron siendo reivindicados como precedente por escritores, estudiosos y aficionados de esa nueva área de interés cuando el platillismo explotó, a mediados del siglo XX, diluyéndose en aquel híbrido cultural que nutrió el sueño alienígena desde el boca-en-boca, los medios de difusión y la industria del entretenimiento.
Los platillos voladores propiamente dichos no fueron extraterrestres desde el inicio; basta recordar los resultados de una encuesta Gallup realizada en 1947: el 29% de los norteamericanos pensaba que eran una ilusión óptica, un 15% un arma secreta norteamericana; un 10% los consideraba un fraude, 3% globos o aparatos meteorológico y 1% naves soviéticas.
Pero en un par de años, de la mano de la revista Fate (Ray Palmer otra vez), y del mayor (RE) de la marina Donald Keyhoe, la etiqueta “platillo volador” se volvió popular y, junto a ella, empezó a volverse aceptable la idea de que podía tratarse de vehículos de otros mundos.
En 1953, esos platos voladores aprovechados por la prensa amarilla y ninguneados o ridiculizados por los medios conservadores ascendieron de categoría cuando una comisión de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos adoptó la sigla Objeto Volador No Identificado (O.V.N.I.). Pero aquellas pretensiones de seriedad duraron poco. A mediado de los sesenta el tecnicismo O.V.N.I. volvió a ser devorado por el mito cuando se sustantivó y se incorporó en el lenguaje como OVNI u ovni; la operación semántica a la sigla recibió su puntazo final cuando los aficionados a la cuestión le añadieron el atributo que le iba a dar cuerpo y coherencia a esa colección de relatos heterogéneos: empezaron a llamar a eso que se ve, te abduce o se experimenta “Fenómeno OVNI” (muchas veces así, usando mayúsculas).
Nadie sabe todavía el nombre del dibujante que diseñó hace cien años el primer platillo volador. Pero el intento por situar históricamente ese precioso recorte ha sumado un nuevo ladrillo en la construcción del rascacielos mítico de la ufología.
(*) La principal fuente para escribir este artículo se la debemos a la edición de febrero de 2020 del Tellers of Weird Tales. Gracias Luis R. González por el enlace.
¿EN EL ORIGEN DE LA PARANOIA OVNI?
Aquel lector interesado en profundizar en estas fascinantes discusiones debería aceptar un consejo desinteresado de este blog y adquirir el Vol I de OBRAS COMPLETAS DE MARTIN KOTTMEYER (Ediciones Coliseo Sentosa, 2020). De sus páginas sacamos un texto de Martin S. Kottmeyer que se nos antojó más pertinente para dar un remate digno a este posteo.
“Desde un punto de vista histórico, el origen de la ufología como disciplina se le atribuye a Charles Fort. La biografía de Fort elaborada por Damon Knight ofrece pruebas indiscutibles de que la sintaxis paranoica de Fort era debida a un revés de índole social. En su juventud, Fort viajó por todo el mundo con el claro propósito de acumular experiencias e impresiones vitales, a fin de convertirse en escritor. Pasados unos años, contrajo matrimonio, se estableció, y empezó a escribir. En 1905, fue proclamado fugazmente como una nueva y rara estrella de la literatura, pero sus ambiciones quedaron en su mayor parte frustradas. Para 1906, ya estaba consumido por profundos ataques de amargura y resentimiento. Pasaban los meses y no lograba vender ninguna de sus obras. Empezaron a rondarle ideas suicidas. Se sentía aplastado por la pobreza en la que estaba viviendo. Decidió abandonar los relatos cortos y pasarse a las novelas, publicando en 1909 The Outcast Manufacturers. Pero la obra no cosechó reconocimiento alguno. Se retiró de la vida mundana y se sumergió en la lectura. Poco se sabe sobre los años siguientes, en parte porque destruyó sus notas y escritos. Sabemos que escribió una obra extravagante titulada X, cuya idea central era que Marte controlaba a distancia toda la vida sobre la Tierra por medio de rayos, algo similar a como la luz en una cámara de cine controla las imágenes que aparecen en la película sensible. (¡Raramente encontramos la proyección tomada de forma tan literal!). A este libro le siguió otra obra excesiva titulada Y (en torno a 1915).
Según parece, trataba sobre una civilización siniestra ubicada en el Polo Sur de la que habría sido expulsado Kaspar Hauser, el muchacho misterioso que apareció en Nuremberg en 1828. Se dice que Fort llegó a afirmar que Hauser había sido asesinado para evitar que revelase la verdad sobre la “tierra de Y”. Tanto X como Y nunca llegaron a publicarse y, al parecer, acabaron en la basura. En una carta a Theodore Dreiser en 1916, Fort se imaginaba a sí mismo “en comunicación con unos extraños dioses ortogenéticos”. Ya en 1919, la progresión era completa. El Libro de los Condenados propugna una posición filosófica que Fort denomina Intermediatismo, la cual sostiene que todo acto de identificación es arbitrario porque la realidad, el Universal, es un nexo ininterrumpido en el que todas las cosas son poco más que expresiones localizadas de independencia. Según la inteligente analogía de Fort, “creo que todos somos hormigas y ratones, apenas expresiones diferentes de un mismo queso que todo lo incluye”. En varias de sus reflexiones pueden percibirse algunos débiles rastros de su sintaxis paranoica: el Sistema excluyente que excluye a todos los demás, y que “cuasi-(se)opone” a los datos que ha recogido; los Visitantes subrepticios que se comunican secretamente con cultos esotéricos que dirigen a la humanidad, etc. De niño, Fort había sido el bromista de su clase, y su personalidad de payaso travieso juega con ideas como que la Tierra puede no ser redonda o “que la ciencia y la estupidez son contiguas”. El término paranoico parece quizá algo exagerado para describir a Charles Fort. De hecho, existe tanta erudición, sofisticación e ironía bienintencionada en sus libros que yo sigo considerándolo como un verdadero santo, muy por encima de quienes le sucedieron. Sin embargo, no debemos olvidar el punto central: la ufología comenzó con las meditaciones paranoicas de un novelista fallido.
(*) La ufología como un sistema de paranoia en evolución. (“Ufology Considered as an Evolving System of Paranoia”). En Cyber-biological studies of the imaginal component in the UFO contact experience (Stillings, 1989). En castellano, este texto fue incluido en el libro Lo imaginario en el contacto OVNI (Dennis Stillings, comp. Heptada, Madrid, 1990)
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