Esta relectura de H. L. Mencken invita a pensar en el carácter disuasorio de las etiquetas, que a menudo nos alejan de la oportunidad de conocer autores interesantes, y revisar sus afirmaciones sobre la democracia, las campañas políticas y los “estadistas” a la luz de la realidad.
En tiempos de corrección política extrema, las voces disonantes están en peligro. Hoy, la amenaza no es la censura: los ríos de la web corren rápido. El modo más elegante de sacarse de encima al disidente es estigmatizándolo.
Es fácil elegir una frase cualquiera del periodista y escritor Henry Louis Mencken (1880-1956) y crucificarlo con un rótulo. “Corrosivo”, “intolerante”, “nihilista”. Por eso, en vez de encansillarlo, recomendamos reponerse de la primera impresión, que es de rechazo o veneración, y releer a un autor indispensable para comprender la cultura occidental del siglo pasado, justo cuando estamos a escasos días del 60º aniversario de su muerte.
Si el objeto de sus iras más devastadoras fueron las religiones, los prejuicios y los dogmas, Mencken también azotó al sistema político y a lo que consideraba “la genética incapacidad de las mayorías” para tomar decisiones inteligentes. Los textos de Mencken son discursos flamígeros donde no vamos a encontrar a alguien que trata de comprender serenamente los fenómenos sociales o propuestas de redención social. Son, antes bien, lápidas destinadas a sepultar creencias pseudocientíficas, el sentido común y la irreflexión religiosa o puritana. Algunos autores, como Luis Alfonso Gámez, han ungido a Mencken como “el primer escéptico” contemporáneo. Otros, como Christopher Domínguez Michael, lo definen como “un individualista radical que se mofaba de todas las Iglesias, detestaba al socialismo en cualquiera de sus formas y es probable que fuese un crítico aún más despiadado del mundo moderno que el jefe del Ejército Rojo (León Trotsky).”
En su apasionante biografía, Domínguez Michael se pregunta qué llevó a Mencken ofrecer parte de su biblioteca a Trotsky, cuando supo que la de éste se había prendido fuego en un incendio durante su exilio en Turquía. Ideológicamente estaban en las antípodas. También recuerda que no le caían bien los judíos ni los negros, a quienes, a tono con el positivismo imperante, consideraba una raza inferior, pero compensaba, si tal cosa fuese posible, con sus investigaciones de los crímenes del Ku Klux Klan en una época en que estaba mal visto hacer tales denuncias con vehemencia, como era su estilo.
Los textos que citaremos proceden de la traducción del escritor argentino Eduardo Goligorsky de Mencken Chrestomathy (1949), uno de los libros más leídos en la historia literaria de los EstadosUnidos, que en iberoamérica circuló por primera vez como “Prontuario de la estupidez humana y los prejuicios humanos”.
Lo que se dijo de él
En un prólogo de 1992 de “Prontuario…”, Fernando Savater escribió que Mencken, a pesar de los defectos propios de su condición autodidacta, se destaca por “su enorme coraje intelectual y su contundencia expresiva”. En el prefacio de 2003 del mismo libro, Gore Vidal presenta a su autor como héroe de la incorrección política: “Hoy, el estilo bullicioso y las hipérboles deliberadamente inexpresivas de Mencken resultan muy arduas incluso para los norteamericanos ‘instruidos’, y a la mayoría les parecen tan incomprensibles como el sánscrito.” Si esto era cierto entre 1918 y 1925, cuando estos textos fueron escritos, a comienzos del siglo XXI la corrección política nos satura de frases hechas, falacias y tonterías elevadas a niveles paroxísticos.
No todas fueron loas. Goligorsky, en la edición de Granica de 1971 (Colección Libertad y cambio), dice de “Prontuario…” que su profundo elitismo fue la reacción de un intelectual “abrumado por los testimonios de irracionalidad, fanatismo y corrupción política”. Mencken, continúa, “soñaba vagamente con una aristocracia del intelecto capaz de asegurar la vigencia de la sacrosanta libertad. Su República, como la de Platón, no sólo era utópica sino que también era antidemocrática”. Por cierto, Mencken confeccionó inspirados denuestos contra la democracia –aunque otros pueden decir que repudiaba la abominable hipocresía de los “demócratas”.
Sobre la democracia
“Uno no puede observarla objetivamente sin sentirse impresionado por su curiosa falta de confianza, por su tendencia aparentemente invencible de renegar de toda su filosofía al primer síntoma de conmoción. No necesito destacar lo que sucede invariablemente en los Estados democráticos cuando se cierne una amenaza sobre la seguridad nacional. En tales oportunidades, todos los grandes tribunos de la democracia se convierten, mediante un acto tan sencillo como el de respirar, en déspotas de una ferocidad casi legendaria. Y este proceso tampoco está circunscripto a las épocas de alarma y terror: se registra un día sí y otro también. La democracia siempre parece predispuesta a matar aquello que teóricamente ama”, escribió.
Sobre los estadistas
“Así, sobreviene el día de la ceremonia pública, y con él la oportunidad de lanzar una perorata…”, escribe Mencken sobre el acto de asunción de algún presidente. “Un millón de votantes con un coeficiente intelectual de menos de 60 tienen las orejas pegadas a la radio. Pergeñar un discurso que no contenga ni una sola palabra sensata exige cuatro días de duro trabajo.” Mencken rechazaba las campañas políticas porque la regla era “evitar cualquier idea ajena al entendimiento de los niños de diez años, basándose en el hecho de que toda idea supera al elector, sólo alcanzan a percibir eventos”. Como anticipándose a las recetas de Jaime Durán Barba, Mencken sabía que los políticos son instruidos para hablar a su audiencia en un tono que oscile entre el cuento y el drama, “como un combate, y además debe ser un combate muy simple con una de las partes que represente el bien, y sólo el bien, y otra que represente el mal, y que no tenga ninguna razón. Son tan capaces de percibir la neutralidad como lo son de imaginar la cuarta dimensión”.
«No propongas nada», aconsejó Durán Barba a Sturzenegger, cuando era un importante alfil económico del oficialista «Cambiemos». El video se filtró poco antes de las elecciones.
Hace dos años, en ocasión de la reedición de “Prontuario…” que renació con el título “¡Vete a la mierda!” (Ed InnisFree), el blogger Pedro Arturo Aguirre pidió en el prólogo que Mencken fuese recordado como un defensor apasionado de la libertad de expresión y el periodismo crítico que insistió en que “el negocio de un periodista es estar en una oposición permanente”.
“Era Mencken todo un libertario, un anarcoindivdualista que creía en la libertad sobre todas las cosas”. Y lo cita: “El progreso genuino puede suceder sólo si los hombres superiores se les da absoluta libertad para pensar lo que quiera pensar y decir lo que quieren decir. Estoy en contra de cualquier hombre y cualquier organización que trata de limitar o negar esa libertad”.
Si bien es cierto que en nombre de libertad se han cometido barbaridades, también lo es que llamar las cosas por su nombre es un buen recordatorio cuando sobran los que piensan demasiado en ser populares. Mencken no tenía ese problema, a él le fascinaba su impopularidad.
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