“La realidad virtual sexual no me preocupa; quienes la prefieran al sexo real se retirarán de la reserva genética”
Una idea contraintuitiva, o que desmiente el estatus equívocamente progresista que se le suele adjudicar al enseñoramiento de la tecnología en nuestras vidas, es el cibersexo practicado a través de las pantallas o el sexo en realidad virtual, que otorga una satisfacción rápida e higiénica, sin la impura mezcolanza de fluidos corporales, alejando el peligro de la procreación involuntaria y, sobre todo, haciendo cumplir las augustas recomendaciones de la Santa Madre Iglesia.
Eso escribí después de ver a este nerd nipón abrojado a un programa de sexo VR, que no suelta por nada del mundo ese torso inflable y sus amigos lo festejan, como si aquella acción entrañase un logro o fuese motivo de celebración.
También me hizo acordar a una anécdota personal, motivo suficiente para introducir en este post un brusco cambio de curso y llevarlo a otro completamente autorreferencial
El recuerdo está relacionado con el lanzamiento, hace poco más de diez años, de la revista NEO, que desde su primera portada quiso combinar cierta noción vanguardista sobre la sexualidad presentando a una nota sobre cibersexo (que escribí yo mismo) y todas esas cosas divertidas que se supone que la ciencia puede conseguir para colmar nuestras vidas de felicidad. NEO era un híbrido entre la revista Hombre (proyecto del que yo había formado parte, antes de convertirse en una revista porno sin ninguna gracia) y Muy interesante, mirándose al espejo de la revista QUO.
Previo al lanzamiento de aquel número 1, al experto del retoque digital le encargaron un trabajito extra poco edificante, ya que la ciencia glamorosa que NEO pregonaba chocaba con el exceso de tetas de la modelo elegida para la producción.
El resultado fue un recorte obsceno de los senos de la modelo,
tan voluptuosos y desnudos que transgredían los límites de lo tolerable (siendo NEO una revista consumida por adolescentes cool, o vaya uno a saber qué dispositivo censor activó la decisión de la mutilación digital, «impensable» en una revista como Hombre). El recorte de las turgentes tetas de la piba, injustamente impedida de lucir sus atributos, fue un explícito ejemplo de hipocresía. Me quedé con la foto por si alguna vez el ejemplo me servía para algo.
La oportunidad llegó, aprovechando que hace unos meses se cumplieron diez años del nacimiento de aquella revista, que me dejó bellas amistades y un puñado casi invisible de orgullos profesionales.
Desde luego, estoy diciendo que NEO no es un hito feliz en mi carrera. Aunque no reniego de aquella experiencia, como de ninguna otra cosa que hice en mi vida, admito que aterricé en aquella redacción porque otro colega había pedido más plata por el cargo y cuando vinieron por mí acepté el pase por el mismo precio porque mi objetivo básico era huir de Hombre.
Mi paso por NEO también me ayudó para que Canal Infinito (que en vez de aceptar mis sumarios, los vampirizaba o se los encargaba a terceras personas), me convocara cuando dejó de ser un canal esotérico y se reinventó como canal científico.
Aquella otra experiencia, breve y anónima, fue más completa e intensa (lo que marcó la diferencia fue, apenas, que fui respetado). Sin duda un paso sigue al otro, conclusión que ojalá saque también el nipón del video y sea capaz de buscar el amor después de la frustrante cabalgata de copular en el vacío virtual.
(*) Dicho a Marcos Frauenfelder en una entrevista para la revista Boing Boing, en 1988.
Nota: Quedan pocos rastros de NEO en la web, pero reencontré una nota típica de la revista: Todo lo que necesitamos es sexo, que firmé con el seudónimo que había armado con el nombre de cada uno de mis hermanos, Guido J. Paul.
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