A 21 años del atentado a la AMIA, una reconstrucción periodística que repasa la cobertura de la voladura del edificio de la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina el 18 de julio de 1994, un hecho que marcó la historia argentina con 85 víctimas fatales y una herida aún abierta entre políticos, jueces e incluso funcionarios actuales acusados de participar en el encubrimiento.


A 21 años de la voladura de la sede de la AMIA en Buenos Aires me propuse desenterrar y releer viejas notas. Algunas resultaron ser artículos de los años en que cubrí el atentado y sus coletazos para el diario La Prensa.
Lo primero que encontré fue el suplemento que, editado por José Antonio Díaz y Javier Avena, preparamos a un año del atentado. En pleno menemato. “¿Quiénes fueron?” fue el título. Impresiona comparar las noticias que fueron centrales ayer con las que lo son hoy, a seis meses de la explosiva muerte de Alberto Nisman y el pacto nuclear alcanzado esta semana entre seis potencias y la República Islámica, impensable por entonces (en un acuerdo que, sin embargo, no es incondicional. Ali Jamenei ya puso los puntos: Irán, dijo el ayatollah, nunca podrá negociar con los EE.UU., “que apoya al régimen terrorista e infanticida de Israel”.)
Hace dos décadas, lo más potente fue una nota al entonces juez Juan José Galeano, reacio a las entrevistas, en los albores de lo que se iba a llamar “la pista iraní”.

Telleldín era el epicentro de todos los reflectores por aquellos días. El reducidor de autos había sido acusado de ser “el entregador del coche bomba” usado en el atentado a la AMIA, esto es, de haber sido una pieza crucial en la logística del atentado. “Si señalaba a cualquier carapintada me daban la libertad”, me dijo Telleldín. Su argumento era que uno de los fiscales de la causa, Eamon Mullen, le había prometido la libertad a cambio de acusar a algún integrante de esa facción golpista del Ejército. Las respuestas me las trajo por escrito su abogado, Víctor Stinfale. Telleldín, quien iba a permanecer diez años preso, finalmente admitió haber recibido esos 400 mil dólares por declarar en la causa AMIA.

Vergez también había querido involucrar en el atentado a un grupo de libaneses detenidos en Asunción que, según el juez de San Isidro Roberto Marquevich (destituido en 2004), estaban relacionados con un ex agente de inteligencia, Alejandro Suckdorf, a quien la policía detuvo por acopio de explosivos en una isla del Delta. Otra bomba de humo.

Cytrynblum, según se comentaba en los pasillos de la redacción, había aceptado tomar las riendas de La Prensa tras una suerte de “veda” que había acordado con Clarín, diario con el que había firmado un compromiso de confidencialidad que, entre otras cosas, le impidió dirigir otro medio similar por cinco años.
Durante aquellos tiempos, como redactor en la sección Política, tuve grandes compañeros: Mariano Gondar, Javier Avena, Sergio Moreno, José Antonio Díaz, Fernando Almirón, Natalia Otazúa, Viviana Genga, Laura Términe, Fernando Romeo, Patricia Barral, Analía Argento, Adriana Balaguer, Ana Gerschenson, Andrea Cajaraville, Andrea Taboada, Guillermo Belcore y Sergio Crivelli. Y me tocó trabajar con fotógrafos excepcionales, como el propio Paone, Guillermo Munt, Luis Pozzi y Diego del Carril, entre otros.
Con el reportero gráfico Diego Del Carril visitamos Ciudad del Este, Foz do Iguaçu y Asunción cuando los medios pintaban a la Triple Frontera como un “asentamiento del terrorismo árabe” o un territorio minado de “células dormidas”.
Otras notas no aparecieron en la búsqueda, lo que quizá me obligará a revisar, alguna vez, los archivos del diario. Por suerte, estaba la crónica que más me gustó escribir. “Así viven los militantes de Hezbolá” fue la portada de una de las primeras ediciones de la segunda época del diario y posiblemente, ya que el acento de nuestra producción estuvo puesto en la tranquilidad con que viven los sirio-libaneses en la zona, hicimos una (pequeña) contribución para desactivar las sospechas generadas por una campaña discriminatoria enorme e injustificada.

La foto de apertura de las páginas 16 y 17 del 25 de Noviembre de 1994 estaba ilustrada por dos magníficas fotos de Diego, una de las cuales republico en color gracias a su amable autorización. La niña con la remera de Micky y Minnie Mouse es Tiba Hijazi, quien por estos días debió cumplir 30 años. Tiba era hija de Kamel y Mariam, una pareja que aceptó con gusto mostrar cómo vive y en qué cree una familia libanesa residente en Foz.
Años más tarde, en un trabajo titulado «Religión, construcciones mediáticas, migraciones y alteridades, en la «Triple Frontera»» (Verónica Giménez Béliveau, 2010), supe que la cobertura de La Prensa, si bien no llegó a ser la excepción que confirmaba la regla, desentonó bastante.
DESCARGAR
“Así viven los militantes de Hezbolá” La Prensa, 25-11-1994
«Me duele que hablen de la conexión local» Entrevista a Héctor Vergez La Prensa, 18-7-1995
RELACIONADAS
Ex ESMA: Donde el horrror se impone al silencio
Una película denuncia crímenes de estado en Trelew
Je Suis Syveton (Aquel Otro Héroe Construido a Partir de una “Muerte Misteriosa”)
Enigma Nisman: insólita reaparición de «El código de la Biblia»
Mainstream, o el capitalismo cultural en el siglo XXI
Forstmodernismo
Esoterismo nazi para principiantes
Dossier Charlie Hebdo
El desaire de Alfonsín a Cortazar
El gobierno de la Ciudad tiene la cabeza en otros planetas
La Tablada (198-2014) Decisiones equivocadas
Luis D’Elia: Claroscuros de un discurso
El asesinato del «sindicalista» de los parapsicólogos
¿Es el extraterrestre de Titanes en el Ring un desaparecido?
Gurues menguantes para progres desactivados
Efecto dominó: Publicitar con Claudio María Dominguez atrae a la Justicia
Amado Vudú: un muñeco para armar y desarmar
Feinmann lo hizo de nuevo
¿Tiene sentido preguntarse si son necesarias las religiones?
Felices rumbo a una cultura sin memoria de corto plazo
Macri ya puede pasar a retirar sus bolas de Navidad
Mauricio Tiberius Macri: «Oigo la palabra cultura y desenfundo mi Taser»
¿Alien Power?
Francisco De Narváez no estaría poseído
El alunizaje nunca existió según Baudrillard








