¡Ay de quien, acaso para inflar su ego herido, tergiversa la historia! ¡Ay de los que alteran las ideas de personas que ya no están en favor de un pueril beneficio personal! ¡Ay de los platívolos caídos en nombre de mentiras efímeras!
Héctor German Shakespeare
Hace poco Silvia Pérez Simondini, creadora del Museo OVNI de Victoria, entrevistó al ufólogo y psicólogo social Rubén Morales. Un oyente le preguntó a Morales qué pensaba del escepticismo de Guillermo Roncoroni (Bahía Blanca, 1951-1999) y del mío. “Roncoroni -dijo Morales- en ningún momento fue escéptico. Ese comentario está fuera de lugar”. Pues bien, la afirmación de Morales es falsa. Peor: es falsa y mezquina. Y me interesa aclararlo. ¿Por qué? Porque ambas personas –Roncoroni y Morales– están estrechamente ligadas a mis inicios en el tema ovni, ambos fueron mis amigos y no me gustan las mentiras. Del primero nos separó su muerte. Del segundo me alejé voluntariamente (por motivos que, si leés el post, no hará falta explicar –aunque podría hacerlo sin drama).
Podría extenderme en las razones de su perceptible incomodidad cuando Pérez Simondini preguntó por mí a Morales. Sobre el asunto sólo voy a repetir lo que pensé ese momento: “Qué pena, cuánta mezquindad, pero la vergüenza es un sentimiento ajeno a los caraduras”. Sin embargo, no voy a referirme a eso, no vale la pena. Prefiero corregir la desviada (y probablemente malintencionada) definición que Morales hizo del pensamiento de Roncoroni.
Antes necesito dar un par de referencias biográficas. Tanto Morales como yo integramos la Comisión de Investigaciones Ufológicas (C.I.U.), un grupo que nunca fue una institución formal; éramos, más bien, un grupo de amigos interesados en estudiar científicamente los informes sobre ovnis. Había sido fundado en 1976 por Guillermo Roncoroni y se disolvió con la muerte de Guillermo, el 18 de marzo de 1999. Aquel grupo sólo tuvo sentido mientras él le prestó apoyo, su existencia más allá de su interés –y de su propia vida– fue por caprichos del ego o por una especie de berretín infantil de los que quisimos continuar.
Luego cada cual siguió su camino. “Si algo podemos rescatar de la ufología no es otra cosa que la amistad”, proclamó Rubén Morales en el texto de despedida que le dedicó a Roncoroni en Mitos del Milenio (*), una web que iba a representar a los integrantes de la vieja CIU pero que en la práctica se convirtió en el sitio de Morales. (Dicho sea de paso, Morales dice que sigue “sintiéndose emocionalmente parte de la CIU”, como si reinvindicarse parte de un grupo de amigos que ya no es tuviera algo que ver con la amistad.)
Ahora bien, Guillermo Roncoroni ¿profesaba el escepticismo o no? Morales dice que no. Sin embargo, en su propio sitio, Morales publica una entrevista que le hice a Guillermo en 1990 donde, entre otras cosas, dijo: “Yo estoy convencido de que si no fuera por los ufólogos, el problema hubiera desaparecido”. O: “A la ufología ahora la veo como un gran mito. ¿Es puro verso, no? Creo que los ovnis son las hadas de la era tecnológica. En Gran Bretaña hay gente que sigue creyendo en los elfos, en los gnomos, en las hadas. De la misma manera, me parece que dentro de 50 años o más habrá gente que seguirá creyendo en los ovnis.”
¿Acaso es el tipo de cosas que dice un ufólogo creyente?
Antes de dejarlos con la entrevista a Roncoroni, quisiera responder a una perogrullada frecuente e irritante (más cuando quien la sostiene no es –o no debería ser– un caído del catre). Es falso que el único escepticismo posible es el “militante”. Que merece ser considerado “escéptico” quien proclama tal condición: es tan engañoso declamar ser escéptico (y no ejercer el escepticismo) como reducir el escepticismo a una categoría filosófica o a la postura de quien meramente adhiere a una causa. El escepticismo de una persona aparece en su obra y/o en las conclusiones a las que llegó como consecuencia de su obra. Roncoroni fue un investigador del tema ovni escéptico, entre otras cosas, por su forma de abordar y pensar la cuestión. Lo fue hasta donde pudo y seguramente no lo fue cuando algún sesgo le impidió analizar con más distancia la realidad. Pero tales desajustes nos caben a todos, y –en lo que a la pequeña historia de la ufología argentina respecta– constituye poco menos que una mezquindad despreciar o, peor, ignorar el verdadero pensamiento de quien fue maestro de muchos de nosotros.
Con ustedes, Guillermo Roncoroni.
«El de los OVNI no es un problema para ufólogos»
Fundador en 1976 de la Comisión de Investigaciones Ufológicas (CIU) y de la revista Ufo Press, Guillermo Carlos Roncoroni (licenciado en administración de empresas, analista de sistemas, ejecutivo de la empresa IBM Argentina) fue uno de los principales referentes de la ufología científica argentina desde principios de la década de los ’70 hasta mediados de los ’80. Escribió en colaboración con Gustavo Alvarez el libro Los Ovni y la evidencia fotográfica (1978) y compiló el primer Catálogo Argentino de Manifestaciones del Tipo 1 (1979,1984), decididamente pionero en la introducción de procedimientos informáticos para el análisis de los casos ovni registrados en la Argentina. Roncoroni también condujo numerosas investigaciones de campo y escribió decenas de ensayos, reproducidos tanto por revistas extranjeras como por la misma Ufo Press, donde varias veces editorializó sobre la cuestión de los ufólogos.
Para esclarecer el nivel de apasionamiento que hoy (1990) le despiertan los asuntos platillistas, hay que decir que cuando fue realizado este (sin embargo brevísimo) reportaje, Roncoroni cambió el agua de la pecera dos veces, se paseó del living al baño o de la cocina al comedor otras cuatro y bostezó en no menos de doce ocasiones, hasta que el cronista tuvo la sensatez de terminar con las preguntas y pasar a otro tema. Con todo, la charla ofrece un lúcido testimonio que le revelará la opinión actual de un escéptico que bajó la guardia sin levantar polvareda y, sobre todo, le servirá para entender por qué –pese a seguir colaborando desde su Presidencia honoraria con la CIU–, Roncoroni se alejó del tema ovni para transformarse en un out-sider, en un crítico «prescindente» de la ufología y de sus artífices.
-¿Quiénes somos los ufólogos, Guillermo?
Para que alguien llegue a ser considerado un ufólogo, antes debe atravesar una serie de etapas. Definirlas no es algo para hacer a la ligera, pero voy a intentar una síntesis. Primero, colecciona recortes de noticias sobre presuntas apariciones de ovnis. Segundo, elabora catálogos con las noticias que consiguió reunir. Tercero, empieza a escribir artículos teóricos, que, habitualmente, están refrendados por los estudios estadísticos y por las noticias que llegó a reunir. Desde luego, extraerá de sus catálogos los datos que se adapten mejor a su teoría preferida. Es decir, al generar esas teorías, dejará de lado aquellos casos que van a contrapelo de sus ideas. Por ejemplo: los menos convenientes serán falsos o estarán mal investigados. Estos tres estadios, y el grado de desarrollo de los vicios que cometa en el último, indican la evolución del pensamiento ufológico.
Tras varios años de dedicarme al tema he llegado a la conclusión de que tanto la ufología como los ovnis existen porque existen tipos que se interesan en el tema. La gente cada vez le da menos bola y para la prensa el tema murió. Yo estoy convencido de que si no fuera por los ufólogos, el problema hubiera desaparecido.
-Por cierto, para vos el problema del ovni desapareció. Ya no sos ufólogo…
Sí… pero esta situación también se dio por una decisión personal. Me di cuenta de que jamas iba a llegar a saber qué carajo son los ovnis. Alguna vez tuve la certidumbre de lo contrario, quise dar con las respuestas y –vos sos testigo– puse todo mi esfuerzo para alcanzar ese objetivo. Pero cuando lo perdí de vista, las pilas se me acabaron y entonces no me quedó otra que bajar los brazos. Además, llega un momento en la vida en que uno tiene que pensar en asuntos más productivos; dedicarse un poco más al trabajo, a la familia. Y en hacer guita. Con los ovnis sólo se puede hacer dinero siendo un fenicio, como Fabio Zerpa. A nosotros eso nunca nos interesó, siempre fuimos amateurs. Hicimos bien: la plata hay que ganársela haciendo otras cosas.
-A ver si nos entendemos. Por un lado, pensás que el problema de los OVNI existe porque sigue habiendo ufólogos, y que ya no te interesa hacerle el caldo gordo a la ufología. Pero, a la vez, aceptás seguir siendo Presidente de la CIU. De hecho, seguís colaborando con nosotros.
Posiblemente esta contradicción sea sólo aparente, ya que mi distanciamiento de la ufología nace de una combinación de factores afectivos e intelectuales. Con la muerte de (Joseph Allen) Hynek, en 1986, llegué a la conclusión definitiva de que tenía que dejar el tema. Tal vez, este hecho influyó en mí porque el viejo se fue de este mundo sin saber qué catzo son los ovnis. Y me di cuenta de que no es algo que solamente vaya a sucederle a Hynek. Todos van a llevarse al cementerio las mismas preguntas. A la ufología ahora la veo como un gran mito. ¿Es puro verso, no? Creo que los ovnis son las hadas de la era tecnológica. En Gran Bretaña hay gente que sigue creyendo en los elfos, en los gnomos, en las hadas. Y me parece que dentro de 50 años o más habrá gente que seguirá creyendo en los ovnis.
Si yo sigo apoyando a la CIU es porque –en la medida que esto no me insuma demasiado tiempo– pienso que tanto por sus implicancias sociológicas como psicológicas, el fenómeno tiene importancia y merece ser estudiado como lo siguen haciendo ustedes, con rigor científico. Realmente vale la pena determinar cómo se originó, cómo fue evolucionando, qué es lo que está ocurriendo con toda esa gente que sigue denunciando observaciones… cómo y por qué el fenómeno va transformándose, siguiendo ciertas etapas. Igualmente, yo pienso que para establecer esas incógnitas, hay muchos ufólogos que están sobrando. El de los ovnis no es un trabajo para ufólogos, sino para los científicos sociales. Yo no soy ni psicólogo ni sociólogo. Entonces…
***
Aquí termina la entrevista que le hice a Roncoroni en su departamento de la avenida El Cano, allá por 1990. Y no la saqué de la galera: está colgada desde hace más de una década en el sitio de Rubén Morales.
En suma: es imposible disentir con Morales en su afán de rendir culto a la amistad. Que reuniera los artículos de Guillermo en Mitos del milenio o que defendiera su memoria en el foro de la Fundación Anomalía denunciando las maledicencias propaladas por el David Vincent criollo (el ufólogo, arquitecto y psicoanalista R. Banchs, para los ajenos al mal ufológico) ya parecía ser una gran prueba de su amistad. Pero eso no le da carta blanca para hablar por Roncoroni ni, mucho menos, para presentar sus ideas de una manera diferente a cómo él las ha presentado.
La tergiversación es mala consejera a la hora de reclutar prosélitos para el culto de la amistad. Es más, a veces es un procedimiento que se lleva bastante mal con ciertos apellidos. La amistad se dignifica ejerciendo y honrando la memoria, la de los vivos que no olvidamos y la de los muertos que dejaron su testimonio en vida.
Por suerte, así lo hizo Guillermo. En aquel reportaje y en otro que es parte de Los ufólogos, un minidoc basado en una serie de entrevistas que filmé en 1991, que espero editar y dar a conocer muy pronto.
Para algunos, me iría mejor si callara ciertas cosas. Que no vale la pena «ganarse enemigos». Pavadas. Al contrario, prefiero a los amigos que creen conmigo en que lo correcto es decir lo que pensamos de frente y evitar las especulaciones basadas en el qué dirán. Hace muchos años, Morales me dio su propia lección de ética. Me dijo algo así: «En este tema la ignorancia es tan abismal que podés meter la pata hasta el caracú que nadie te lo va a reprochar».
«¡Já! ¡Qué cínico hijoderremil…», pensé. Esa frase –hija dilecta de la mediocridad– nunca la pude olvidar. Eso sí, debo admitir que ir contra esa corriente da bastante trabajo.
(*) El sitio Mitos del milenio no se actualiza desde el 12/05/2004 .
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