Otra mirada de la “cuasi abducción” de Juan Oscar Pérez que tuvo lugar en la ciudad de Venado Tuerto, provincia de Santa Fe, en septiembre de 1978, a contraluz de la película Testigo de otro mundo (A. Stivelman, 2018): un presunto caso real en el que sus promotores no parecen tener nada para decir sobre las influencias familiares, sociales y culturales que rodearon al principal protagonista y podrían reducir el relato a una fantasía infantil.
Por Maury González / The Alter File
Ante el testigo único de un evento extraordinario prevalece la decisión de dar o quitar nuestra buena fe. ¿Le creemos o no?
En 1980, el ufólogo Jacques Vallée visitó junto a su esposa Janine a la Argentina y ambos quedaron profundamente conmovidos cuando escucharon el relato del niño de 12 años Juan Oscar Pérez hablar de su encuentro demasiado cercano con un ovni en 1978. Tanto fue así que 37 años después, invitado por el realizador Alan Stivelman, el escritor repasó sus estudios de castellano para poder conversar sin intérpretes con el gauchito Pérez, quien pronto iba a protagonizar la película Testigo de otro mundo (2018).
El film encandiló por su bella realización y el efecto de autenticidad que transmitía el fresco sobre la vida rural de Juan Pérez y así lo reflejamos, postergando la imprescindible tarea de comparar la recreación del cineasta con la “realidad histórica”, si así se le puede llamar al inefable relato unipersonal de un hombre sobre una experiencia que, por lo que se desprende de lo que cuenta, no pudo explicar pero cuyas consecuencias han cambiado su vida para siempre. Aún así, quedaron –y aún quedan– varias asignaturas pendientes respecto del tratamiento que a lo largo de los años ha recibido el caso, máxime cuando, en nuestra visita a Juan en diciembre de 2018, supimos que su madre afirmaba haber vivido experiencias similares anteriores a la experiencia de septiembre de 1978. Significativamente, estos detalles no están en la película, pero tampoco en libros y ensayos que sin embargo aseguran abordar sus «dimensiones interculturales» según perspectivas enfocadas en los «estados alterados de consciencia expandida», etc.
Ante el testigo único de un evento extraordinario –decíamos– prevalece la decisión de dar o quitar nuestra buena fe. Dicho rápidamente, ante la irremediable falta de evidencias la balanza siempre deberá inclinarse hacia el lado de comprender y explicar mayor cantidad de eventos en base a menos suposiciones y prejuicios. Para establecer un estado de situación con algún grado de confianza –en este terreno nadie es dueño de certezas, salvo el testimonio que ofrece el protagonista– podría no ser prioritario ir tan lejos como el «linaje»; puede alcanzar con obtener informaciones sobre la historia personal y sus relaciones familiares directas, las condiciones en que tuvo lugar la experiencia y su inserción en el ámbito cultural.
Eso hace, hasta donde le resultó posible, Maury González, responsable del canal The Alter File, quien destaca en su análisis curiosos paralelismos entre el testimonio de Juan Pérez y conocidos relatos contactistas y cinematográficos y subraya la ausencia en el docuficción de fragmentos del relato y contextualizaciones ineludibles para comprender los aspectos fácticos, históricos y sin duda también humanos del caso.
Alejandro Agostinelli
EL CASO PÉREZ, LA VERSIÓN CANÓNICA
En la mañana del 6 de septiembre de 1978, Juan Oscar Pérez, un peón rural de 12 años de edad, montó a su caballo, Cometa, dispuesto a buscar una tropilla en una estancia de Venado Tuerto, próxima a Venado Tuerto, al sur de la provincia de Santa Fe.
Por la neblina, los caballos apenas se divisaban. Juan cabalgó unos 700 metros cuando “algo”, según relató, sobrevoló su cabeza. Tres objetos luminosos procedentes de diferentes sectores iniciaron una especie de ronda sobre él. Casi desbocado, Cometa corrió hacia el casco de la estancia y Juan debió esforzarse para dominarlo. Al llegar, su padre le recriminó no haber traído los caballos. Juan respondió: “Papá… en el campo encontré un coso grande y redondo…”. Su padre ignoró el comentario y le ordenó regresar por la tropilla. Entonces, Juan vio a lo interpretó era uno de aquellos objetos posado en tierra, cuyo tamaño comparó con un tinglado de ordeñe (entre 10/12 m. y 5 m. de altura), y se acercó con curiosidad, pero sin temor. El objeto, indicó, poseía una suerte de cúpula semiesférica con dos o cuatro ventanillas circulares.
De uno de los costados apareció una compuerta y descendió una escalerilla formada por tres peldaños distanciados uno un metro del otro. Del otro lado de la puerta vio un ser de unos 2,50 m. de altura con una vestimenta gris plateada y guantes largos, un casco cilíndrico y una línea alargada y fina en vez de los ojos. La boca y la nariz se veían en forma de embudos de color oscuro, de donde partía un tubo flexible unido a una pared lateral. Invitado a subir con un ademán y mientras oía unos sonidos ininteligibles, el chico ató las riendas a una de las patas de la escalera y ascendió no sin cierta dificultad.
Juan describió el interior de la “nave” como rectangular, con un tablero botonera y dos mesadas. Al lado de una de ellas vio otro ser de 1,50 m. de altura, de cuerpo cilíndrico, piernas cortas y unas pequeñas ruedas que usaba para desplazarse. En su cabeza tenía una capucha de color gris plateado. Un brazo terminaba en pinza y otro lo extrajo de su cuerpo como si hubiese estado embutido. El joven vio que el ser alto se acercó al pequeño, se agachó para tocarle espalda y éste comenzó a usar su mano-tijera para trozar huesos de animales, que luego arrojaba a un recipiente conectado, a través de una manguera transparente, con otro recipiente. Juan quiso palpar el tubo flexible con su mano y su pie, pero se interpuso una “pared transparente”. Mientras tanto, los seres iban y venían en un ambiente iluminado por una “luz negra”.
El ser grande accionó una botonera que encendió unas luces en el tablero. La puerta comenzó a cerrarse y la escalera, a enrollarse. El niño intentó empezar a desatar la rienda de su caballo y el animal se puso muy nervioso. La escalera volvió a descender y el ser alto bajó “a grandes zancadas” hacia Juan, mientras Cometa pateaba la nave. El humanoide sujetó las riendas del caballo y ayudó a Juan a anudar la rienda. Juan le pidió el guante y el ser se lo quitó y se lo entregó. Entonces, notó que su dedo mayor era corto y sus dedos eran enormes, cónicos y terminaban en punta, una de las cuales rozó cerca del hombro derecho de Juan, dejándole una marca como la picadura de un mosquito.
Mientras Juan se probaba el guante, muy pesado y con una sola flexión, el ser robótico, que estaba en el umbral de puerta, bajó por una rampa metálica como un tobogán y cortó con una de sus manos-pinzas por detrás de la cabeza la capucha, que cayó al suelo y dejó al descubierto su cabeza, de forma cilíndrica y de color gris acero brillante.
Para Juan, llevarse el guante era una forma de que su familia le creyera. El joven logró atarlo al recado con la ayuda del humanoide alto, mientras el robot ascendía al aparato. El primer ser empezó a moverse con más lentitud y cuando el robot tocó una llave próxima al tubo flexible que mantenía conectado al humanoide, éste empezó a moverse en forma violenta, sin coordinación. Cuando se recuperó, Juan montó su caballo y partió raudo, notando a los pocos metros que lo seguían dos “aparatos” ubicados detrás suyo, a su lado y a poca altura. El primero lanzó una “plancha” rectangular de unos 50 centímetros y el segundo arrojó un “copito”. Estos elementos se acoplaron en el aire y formaron uno solo, rozando la cabalgadura y arrancándole el guante de un tirón.
Mientras escuchaba un penetrante zumbido, cabalgó hasta la estancia, siendo una de sus hermanas la única persona que, según sus recuerdos, sintió el sonido y vio “unas luces”.
Este resumen del caso procede del capítulo “El caso Pérez: ¿extraterrestres o iniciación trunca?”, en el libro Antropología transpersonal. Sociedad, cultura, realidad y conciencia, Biblos, Buenos Aires, Colección Sin Fronteras (2016), del antropólogo y abogado Diego Viegas, quien a su vez tomó el relato, “casi sin modificaciones”, del primer informe elaborado por los ufólogos Américo Lumelli, Raúl Bertolini, Roberto Capdevila, Ricardo Cudugnello, Juan Carlos Allovatti, Pepe Nicolau y Remo Raffaghelli, miembros del Centro de Investigaciones Cosmobiofisicas (CIC) de Venado Tuerto, provincia de Santa Fe.
En 2011, Bertolini, psicólogo social, escultor y ufólogo, le confió a Viegas que las entrevistas a Pérez empezaron dos meses después de conocida la noticia. Reconstruir la historia no les resultó sencillo, comentó, dadas las “naturales limitaciones expresivas” de Juan. “Era muy retraído, muy corto en expresión. Sumále que no lo podías presionar, no le podías inducir respuestas. Tenías que dejarlo hablar de los caballos… las liebres… hasta que retomaba el episodio. Así fuimos armando poco a poco este gran rompecabezas”, dijo Bertolini, ufólogo y psicólogo social.
Si el evento presuntamente sucedió el 06/09/1978 y el proceso de redacción del trabajo finalizó el 04/12/1979, el informe del CIC recién vio a luz en la revista Cuarta Dimensión en mayo de 1981.
A fines de abril de 1980, el astrofísico, informático y ufólogo Jacques Vallée viajó a la Argentina invitado por Fabio Zerpa, entrevistó a Juan Pérez y publicó una sinopsis del caso en su libro Confrontations (1990).
Dos lustros después, el médico psiquiatra Néstor Berlanda y el psicólogo Juan Acevedo incluyeron su propio resumen del caso en Los extraños. Abducciones extraterrestres en la Argentina (Emece, 1999). Y recién en 2010, Viegas y Berlanda reencontraron a Pérez y retomaron el estudio de su relato. La leyenda familiar, llamada «el linaje», y otras tradiciones relacionadas con su experiencia les revelaron que casi no hay diferencias entre los extraterrestres de Pérez, con sus agregados de ciencia ficción, y teofanías que resonaban a la mitología guaraní, o mapuche. Estas interpretaciones en clave “chamánica” de la supuesta experiencia de abducción inspiraron a Alan Stivelman a emprender el rodaje de Testigo de otro mundo.
La componente indígena permitió lograr escenas atractivas, aunque ese enfoque, cautivante desde el punto de vista cinematográfico, alejó a la película del documental para ganar terreno en el plano especulativo. Aquellas modificaciones afectaron la narración del caso tal como fue conocido. Hubo omisiones significativas sobre cómo se presentaron las circunstancias, unas claras si contrastamos el informe original con la reconstrucción del film de Stivelman (especialmente la secuencia final, acaso por sus ribetes oníricos) y las segundas, por la falta de referencias a un asunto clave para comprender las vivencias de Juan, como su relación con su entorno familiar más directo, su círculo de influencias ufológicas y algunas posibles fuentes de inspiración en la literatura ufológica y el cine de ciencia ficción.
LA PELÍCULA Y EL BAR
Asistí a la primera función de Testigo de otro mundo junto a una decena de personas. Nos dio la bienvenida Stivelman y un productor de la película. Anticipó que a su término iban a volver por nuestra devolución. Yo preferí retirarme. Estaba decepcionado: vi una historia completamente desviada del relato original.
Quiero creer ¿puedo? que el protagonista de la historia estuvo dispuesto a bifurcar su relato pese a haber sufrido el hecho con tanto dolor, como él mismo afirmó, y terminó expresando su relato a la medida y según guión de terceros.
Tenía que conocer las raíces del caso. Cómo, cuándo, quién y dónde. ¿Quién fue el verdadero Bautista del Caso de Juan Pérez? Esa persona fue Américo Lumelli.
Américo era un ufólogo de Venado Tuerto que pertenecía al Centro de Investigaciones Cosmobiofísicas (CIC). No sólo era un entusiasta del tema ovni sino que, además, era dueño de un bar y despensa, establecido en 1972 en el centro de la ciudad llamado “EL OVNI”, ubicado en Ruta 8 y calle Iturraspe. Este fue un bar temático donde se podían encontrar toda clase de posters, muñecos, revistas y hasta supuesta evidencia física de ovnis, como muestras de tierras o animales secos por el supuesto aterrizaje de una nave de otro planeta.
Lo que más se destacaba era su fachada. En el frente exterior había pintadas, algunas figuras de objetos voladores, como las que hizo famosas las fotografías tomadas por el contactado George Adamski, una “nave madre” en forma de cigarro y hasta el símbolo del famoso caso UMMO.
Sorprendentemente, el plato volador tipo Adamski pintado en la fachada reaparecería en las representaciones no solo del caso de Juan Pérez sino en otros dos sucedidos en la zona.
En la imagen donde Lumelli posa frente al mostrador podemos ver una parte del bar. A su izquierda, sobre la pared, vemos una imagen del plato volador de Adamski junto a otra que pareciera ser una imagen de la Tierra hueca y algunos muñequitos de extraterrestres.
Según su familia y otros ufólogos de su círculo, Américo se enteró del caso de Juan Pérez por un amigo del padre de Juan que solía ir a tomar algunas copas al lugar.
El bar “EL OVNI” estaba a sólo 4 km de la Estancia la Victoria, lugar donde los Pérez residían por entonces.
Por lo tanto, cuando se dice que es imposible que ese niño de tan solo 12 años haya tenido alguna influencia externa, no es del todo cierto. A minutos de su casa en Venado Tuerto había un ovnilandia en miniatura. Juan Pérez tal vez nunca fue al bar. ¿Pero qué hay de su dueño? Después de todo, Américo encendió la chispa que puso en marcha la historia.
En los informes del CIC, el caso de Juan está respaldado por otros dos casos, recogidos también por Américo Lumelli. Los casos Healion y Torres, supuestamente avalan la veracidad del caso de Juan.
El caso Healión sucedió el 3 de septiembre, el caso Torres el 8 de septiembre; Juan Pérez convenientemente en el medio, el 6 de septiembre.
Healión afirmó haber visto unas luces que aminoraron la marcha de su automóvil hasta que logró liberarse de ellas, recuperarse y llegar a destino. Su testimonio aparece en la misma película. Sin embargo, el contenido de los informes del CIC es mucho más fantástico y extenso (descargar informe al pie de este post).
En su informe, el CIC describe el caso de Healión, un joven carpintero de Venado Tuerto, y provee muchos detalles que parecen coincidir con el caso de Juan, entre ellos el aspecto de los seres y las naves. Sin embargo, no proporciona un dato básico como la fecha en que fue escrito.
Sobre el caso Torres existe un informe del CIC publicado por un amigo de Lumelli:
“CASO TORRES” 8 de septiembre de 1978.
El joven Roberto Francisco Torres de 16 años de edad se dirigía a sus labores en una panificadora céntrica de la ciudad de Venado Tuerto en su bicicleta y por la calle Belgrano en dirección sudeste. A pocos metros de atravesar la avenida Mitre y después de pasar por el edificio administrativo de la Cooperativa Eléctrica, se produce un apagón general al tiempo que el testigo se ve iluminado por un potente haz de luz rojiza, marcando un círculo de dos metros de diámetro a sus pies, que le provoca una intensa sensación de calor. Al buscar de dónde provenía esta luz, distinguió en lo alto un objeto de forma ovalada (de acuerdo a sus perspectivas visuales) en el que se veía en la parte superior una cúpula y dos ventanillas de forma redonda. La fuente de iluminación eran dos reflectores que proyectaban una luz blanca que se tornaba roja.
El color del objeto era rojizo en la parte más ancha (lado superior) y cúpula, siendo en su parte inferior (la forma que se veía oval) en el centro gris claro, luego violeta que se mezclaba con el rojo de la orilla.
El objeto, que medía diez metros de diámetro aproximadamente y estaría suspendido a menos de cincuenta metros de altura, permaneció estático en un suave balanceo, su presencia hizo que el observador huyera del lugar hacia su trabajo.
En este caso la versión de la película no discrepa con la de Torres, quien, básicamente, afirma haber visto un plato volador. Tampoco discrepa con el concepto que Lumelli tenía de cómo debía verse una nave extraterrestre: el platillo fotografiado por Adamski que, en 1972, el ufólogo colocó en la fachada del Bar “El OVNI”.
Curiosamente, a los tres casos registrados en Venado Tuerto en 1978 se les adjudicó el diseño del platillo adamskiano.
El diseño es siempre el mismo, es el único plato volador con tres esferas circulares en la base. En el caso Torres también parece tener unos faroles tipo automóvil en su cabina. Es un modelo Adamski personalizado a la usanza Lumelli, se podría decir. En su informe, Healión aclara que las naves eran “como dos platos soperos invertidos” y sin embargo lo que vemos es una nave adamskiana.
Vemos algunas inconsistencias en los relatos plasmados en los reportes, que parecieran haber sufrido cierta manipulación para poder encajar y respaldar mejor el caso de Juan. También él llega a decir que la nave tenía “tres semiesferas en la parte inferior” como la de Adamski (o eso dice el informe del CIC):
Hoy sabemos que para elaborar la famosa foto que tomó en 1952, George Adamski usó como modelo una linterna Coleman o “sol de noche”, luego reciclado por los defensores de la teoría conspirativa del plato volador nazi Haunebu, otra fantasía.
¿Cuáles son las chances de que platos voladores que nunca existieron anduvieran de paseo por Venado Tuerto en 1978? Creo que la respuesta es cero.
En una escena del comienzo de Testigo de otro mundo, vemos al director repasando en su computadora afiches de antiguas películas de ciencia ficción hasta que se queda ante el anuncio de El día que paralizaron la Tierra (R. Wise, 1951). En ese momento, sin saber por qué, asocié esa imagen con el caso de Juan.
Iba a darme cuenta poco después.
El mismo traje, los mismos guantes, el mismo casco, el mismo visor, las mismas coyunturas protuberantes en brazos y piernas. Hasta el tubo en la boca guardaba semejanzas con el rayo disparado desde su cabeza. Todo estaba en aquella película.
Ahora bien, ¿Juan pudo ver esa película? ¿O vio escenas en una revista, o en un afiche? (Ver primer comentario DEL EDITOR).
En un podcast sobre la historia del bar “EL OVNI”, su conductor, el ufólogo venadotuertense Marcelo Martinich, y el entrevistado, Luciano Lumelli, hijo de Américo, refieren que amigos y familia recordaba que el ufólogo solía prestar revistas y libros a los niños que visitaban el bar. Incluso, él mismo se encargaba de que el material rotara: cuando los chicos devolvían una revista, se iban con otra.
El bar “EL OVNI”, recordémoslo, estaba a 4 km de la casa de Juan. Aun si la distancia pudiera considerarse excesiva, o si Juan no recuerda haber visitado el bar, Américo Lumelli fue el mentor de Juan. No es una especulación referir que la investigación del caso emanó de la relación entre ambos. Es un hecho.
En noviembre de 1988 tuvo lugar el X Congreso Nacional de Ovnilogía y VI Congreso Internacional de Ciencia Extraterrestre organizado por la FAECE en la ciudad de Rosario. En aquella ocasión, Juan compartió una mesa de debate junto a otro testigo, el pampeano Julio Platner, y los ufólogos Américo Lumelli, Raúl Bertolini y Carlos Del Frade.
Ahí, un Juan de 22 años se lleva las manos a la cara y se emociona. En ese video es posible observar dos cosas:
En el inicio de la conferencia, la actitud de Lumelli es invasiva, parece dictar el relato de Juan, quien, por resistirse a recordar, niega dos veces con la cabeza antes de llevarse las manos a la cara, como desconsolado. Cuando otro investigador retoma el hilo de su relato y continúa, Lumelli se transfigura. Sufre una clara decepción.
¿Habría en su testimonio algún indicio de que Juan hubiese visto “El día que paralizaron la Tierra”?
Sí. En cierto momento de la charla, cuando le preguntan por el rostro del humanoide, Juan contesta: “Tenía como una máscara con un ‘rayo’ ¡así!”, dice. Juan dice claramente “rayo”.
CONCLUSIONES
No es fácil agotar todos los puntos que abarcan el caso. Y es difícil repasar detalles sin descubrir variaciones: abundan las versiones sesgadas según el investigador y el momento en que lo haya estudiado. Juan parece haber estado dispuesto a adaptarse a las diferentes versiones.
Actualmente, la interpretación más conocida es la chamánica. A diferencia del relato más físico y sostenido, Juan no se encuentra con su abuelo, sino que su caballo dispara a toda velocidad –a pesar de haber sido herido previamente, según su relato– y es perseguido no por uno sino por tres objetos y una especie de dron que le arrebata el guante que se puso tras el encuentro.
En la versión chamánica, en cambio, el extraterrestre se une a él en un viaje astral donde se reencuentra con su abuelo. Sin embargo, antes de la película, cuando escuché hablar a Juan de su abuelo contaba que a él le decían “Diablo Negro”. Su abuelo parecía ser un guapo que buscaba peleas en las pulperías del barrio a faca limpia.
Algunos han considerado “evidencia física” la marca en el brazo de Juan que supuestamente le dejó la garra de este ser. Pero hay muchos insectos en la fauna campestre que pueden dejar marcas o heridas que no se curan por un largo periodo de tiempo si no se tratan debidamente. No parece una evidencia relevante.
Tampoco parece relevante que algunos investigadores relacionen el caso con las mutilaciones de ganado: parte de las actividades diarias de Juan en el campo están relacionadas con la matanza y cuereo de animales. Esto se ve en la misma película.
Quienes consideren poco probables estas objeciones, la explicación del contacto de Juan vía DMT o ayahuasca debería ser considerado aún menos probable. Es más, hasta investigadores poco entusiastas de la vida extraterrestre que están más proclives a dar crédito a fenómenos espirituales o psicológicos siguen evadiendo la posibilidad de que muchas cosas podrían explicarse por la fantasía de un niño e insisten en sostener que en su relato describe eventos reales.
Al contrario, el lugar común es que “los niños siempre dicen la verdad”. Pareciera que quienes lo afirman no tuvieron, o no recuerdan su propia niñez. ¿Cuántos hemos escondido el cuaderno de notas del colegio? ¿Cuántos hemos culpado a nuestros hermanos? ¿Cuántos hemos creado monstruos en la noche, o amigos imaginarios? ¿Cuántos hemos imaginado ser protagonistas de una historia increíble?
Nadie, o muy pocos, hoy sostienen que los casos de George Adamski o Billy Meier son auténticos. ¿Cuántos apoyan esta afirmación? ¿Pocos, verdad? Es el factor fantástico que a menudo seguimos evadiendo.
Las investigaciones psicológicas sobre Juan, y sobre el relato de Juan, son respetables y nadie pone en cuestión la honestidad de quienes las realizaron. Ahora bien, ninguna de ellas convalida nada “extraterrestre” en el plano físico.
Probablemente, Jacques y Janine Vallée nunca supieron que existía un bar “EL OVNI” que tenía un platillo pintado en su frente ni, mucho menos, que su dueño estuvo siempre a su lado mientras se paseaban por Venado Tuerto.
Juan es una persona que ha sufrido mucho. Basta verlo llorar mientras cuenta sus historias para darse cuenta. Pero los sentimientos, la compasión o la amistad no son factores que deberían influir en nuestras creencias. Es más probable, o igual de probable, que ese sufrimiento haya tenido que ver con su vida personal, social y familiar.
Ser protagonista de una historia fantástica y ser el centro de atención de al menos algunas personas es un fenómeno común en nuestra sociedad. También lo es ser incluido como “especial” o “diferente”. Sin embargo, muchos seguimos eligiendo el “Yo quiero creer”.
No es mi intención subestimar el trabajo de otras personas envueltas en el caso; muchas de ellas son profesionales y respeto su visión. Del mismo modo, espero que otros respeten la mía.
Puedo estar equivocado: no soy el dueño de la verdad, nadie es ajeno a los errores humanos. Pero toda la información que he volcado en este artículo puede ser verificada, tanto en los videos como en los informes citados.
Si el caso de Juan es una fantasía, significa que por allí no es y puedo seguir buscando otras respuestas a lo largo de este largo camino.
Entrevisté en dos ocasiones a Juan. Nunca le pregunté por el Bar o por el papel que jugó Américo Lumelli en su historia. Pero en una en una de ellas le pregunté por qué había bautizado Cometa a su caballo.
“Por El Principito”, contestó.
La idea de estar en otro planeta lo acompañó siempre.
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