El Sol Rojo de los comechingones (Crónicas Armoricanas II)

Un investigador escocés, George Gardner, es acusado por un autor de haber robado en las serranías de Córdoba, Argentina, una supuesta obra del arte rupestre comechingón llamada “Sol Rojo”; pese a la ausencia de descripciones o referencias, otro autor agrega nuevas informaciones que transforman un comentario sin fundamento en “evidencia histórica”. Así comienzan estas crónicas sobre un misterio pseudoarqueológico a punto de develarse. ¿Existió el Sol Rojo? Y si existió, ¿es cierto que fue robado y llevado al Museo Británico? ¿O acaso fue a parar a los Archivos Secretos del Vaticano? ¿Es verdad que los comechingones adoraban al Padre Sol? Este artículo responde esas preguntas, pero se detiene especialmente en otra: ¿cuál fue el papel que desempeñó el profesor Guillermo Alfredo Terrera en la propagación de ciertos mitos, hoy visiblemente consolidados en la cultura esotérica local?
Sebastiano De Filippi, coautor con Fernando Soto Roland de «Los Señores del Uritorco. La verdadera historia de los comechingones» (Editorial Biblos, Buenos Aires, 2019), consultó fuentes, visitó los sitios arqueológicos citados y consultó académicos y museos a fin de verificar si las afirmaciones sobre «una de las joyas de la arqueología de Armórica» son ciertas o pura espuma.

Ver también Parsifal y el Grial en el cerro Uritorco (Crónicas Armoricanas I)

Por Sebastiano De Filippi

Todo el que acostumbre leer y escuchar acerca de los misterios de la zona de Capilla del Monte ha tomado contacto alguna vez con tres mitos que tienen un origen común en el profesor Guillermo Alfredo Terrera: la historia de Parsifal viajando a la Córdoba argentina y depositando el santo Grial en el cerro Uritorco; la existencia, descubrimiento y robo a manos británicas del Sol Rojo de los comechingones; y el extraordinario derrotero del Bastón de Mando de Vultán.

Abordaremos aquí la segunda de estas leyendas, partiendo de quien se ocupó de difundirla entre los amantes del misterio que acuden en peregrinación estival a las serranías de Córdoba: el propio Guillermo Terrera.

Sebastiano De Filippi y Fernando Soto Roland acaban de publicar «Los Señores del Uritorco – La verdadera historia de los Comechingones» (Biblos, 2019)

Ya hubo quien señaló que los relatos de Terrera al respecto son incomprobables, pero se puede ir más allá de una afirmación tan obvia acudiendo a las fuentes del asunto, consultando a los académicos especializados y examinando personalmente el lugar que se atribuye a los acontecimientos narrados. Ello parece necesario, ya que quienes entran en contacto con esta historia siguen repitiendo aquello del Sol Rojo como si fuera algo cierto.

Este y otros temas similares serán dilucidados con todo detalle y profusión de fuentes de primera mano en algunos libros de próxima aparición, pero en el ínterin resulta prudente anticipar los hechos más incontrovertibles entre los que permiten separar la realidad de la ficción.

LEOPOLDO LUGONES
Los henia y los kamiare (hoy conocidos como comechingones), al igual que tantos otros pueblos, manifestaban su imaginación utilizando como lienzo para sus creaciones las paredes de cuevas, aleros y otras oquedades naturales.

Leopoldo Lugones

Este arte rupestre comechingón consta tanto de motivos pintados como de motivos grabados, conocidos respectivamente como pictografías y petroglifos; los primeros tienden a ser más abundantes que los segundos, sencillamente porque es más fácil y rápido pintar sobre la roca que trabajarla.

El primer relevamiento público de estos diseños fue mérito del poeta cordobés Leopoldo Lugones, que dio cuenta de ellos en un artículo publicado en Buenos Aires en 1903. La noticia despertó cierto interés, pero la indolencia típica de algunos estamentos nacionales hizo que los hallazgos de Lugones no movilizaran como hubiesen debido hacerlo a los estudiosos académicos dentro de la República Argentina.

GEORGE GARDNER
Lo que suscitó poca iniciativa entre los argentinos entusiasmó, en cambio, a un estudioso foráneo radicado en Buenos Aires: el escocés George Alexander Gardner, a quien algunos mencionan erróneamente como Guy Gardner. A partir de 1920 y por espacio de seis años Gardner pasó sus vacaciones estivales en las sierras del noroeste de Córdoba, en compañía de su esposa, relevando cuidadosamente el arte rupestre comechingón que encontró a su paso.

Gardner recogió el fruto de tan impecable trabajo arqueológico en su obra «Rock-Paintings in North-West Córdoba», publicada por la Universidad de Oxford en 1931. Su labor fue ejemplar: solo en años recientes los arqueólogos han podido relevar pictografías no reproducidas por el autor, cuyo libro es fuente de consulta obligada para los especialistas.
Sin embargo, el esfuerzo de un investigador europeo fue mirado de soslayo por un incipiente grupo de universitarios criollos que intentaban abrirse paso en el estudio del pasado de Córdoba, aun sin poseer la formación técnica específica que algunos extranjeros podían ostentar. Sin ir más lejos, Aníbal Montes era militar e ingeniero y Antonio Serrano profesor de ciencias naturales, solo por citar dos de nuestros primeros estudiosos del pasado de la Comechingonia.

No puede culparse a los académicos argentinos de ello, dado que, por entonces, en el país no había donde estudiar arqueología y antropología, pero esto no es razón suficiente para justificar lo que veremos a continuación.

COMECHINGONES Y SANAVIRONES fueron responsables de una de las más altas expresiones del arte prehistórico de Sudamérica. En su trabajo “Rock-Paintings in North-West Córdoba” (1931), el escocés George A. Gardner fue el segundo estudioso que relevó las pictografías rupestres plasmadas en las sierras del noroeste de Córdoba.

RODOLFO MARTÍNEZ
Doce años después de la publicación del libro de Gardner, el desdén de los universitarios de la Docta –hasta entonces solo verbalizado en corrillos– se plasmó por escrito. En «Córdoba histórica» (Córdoba, 1943) de Rodolfo de Ferrari Rueda, un prólogo firmado por Rodolfo Martínez formuló, en referencia a la Inti Huasi ubicada en Cerro Colorado, en la intersección de los departamentos de Río Seco, Tulumba y Sobremonte, la siguiente denuncia:

«en la Casa del Sol, el arqueólogo inglés Gardner horadó la roca y se llevó el Sol de los comechingones al Museo de Londres».

Ni en el prólogo ni el resto del libro se ofrece ningún dato concreto sobre el supuesto atropello, por no mencionar dos detalles que ya hablan a las claras de la chapucería del autor del texto: Gardner era escocés, no inglés; y el único «Museo de Londres» (Museum of London) que existe en la capital británica está exclusivamente consagrado a la historia de dicha ciudad… y fue fundado en 1976. Se dirá que quizás Rodolfo Martínez se refería torpemente al museo londinense por excelencia, el Británico; más adelante abordaremos esta posibilidad.

Es cierto que Martínez fue rector de la Universidad Nacional de Córdoba, pero era ingeniero de profesión. De Ferrari Rueda fue un entusiasta historiador y poeta de la Docta, desde ya, pero era abogado. La versación arqueológica de los autores cordobeses, máxime en cuanto a arte rupestre precolombino se refiere, no podía acercarse a la calificación de Gardner, a quien, sin embargo, tildaron impunemente de huaquero y saqueador (¿un caso de “proyección”, podría aventurarse?), sin aportar la menor prueba para avalar sus acusaciones.

ATAHUALPA YUPANQUI

«Verba volant, scripta manent», decían en latín, y no se equivocaban. La palabra impresa tiene (o tenía, al menos hasta el adviento de Internet) un peso no menor; una vez que una imprecisión o una mentira es publicada tiende a reproducirse exponencialmente: cada lector es un potencial repetidor del dato erróneo.

Así fue como Atahualpa Yupanqui, quien habitó en la zona de Cerro Colorado, publicó en 1965 «El canto del viento». En ese libro se lee lo siguiente:

«Así fue que se produjo, hace treinta años, la llegada de los señores Gatner [sic] desde Londres. Estos ingleses estuvieron meses enteros entre chañares, picachos y vertientes, anotando, copiando, oteando constelaciones en las noches. Fue de ello el primer libro importante, nutrido, sobre Cerro Colorado. ¡Pero se llevaron el Sol de Inti-Huasi, descuajado de la mole pétrea, y ahora se exhibe en un museo de Londres!».

Yupanqui fue a todas luces un grande en lo suyo, pero al hacerse eco del infundio de Martínez publicado en «Córdoba histórica» 22 años antes, sin chequear su veracidad, perdió una buena oportunidad para callar.

GUILLERMO TERRERA
Por esas extrañas simetrías del destino, es también de 22 años el salto que nos conduce al principal responsable de que en nuestros días decenas de entusiastas aficionados a lo esotérico, ya que no a lo histórico, sigan repitiendo que los comechingones profesaban una religión solar, que habían esculpido el Sol Rojo en Cerro Colorado y que Gardner lo había robado para la pérfida Albión: Guillermo Alfredo Terrera.
Terrera adornó y magnificó la denuncia de Martínez, agregando detalles para hacerla más interesante. En «El valle de los espíritus», impreso y fotocopiado por cuenta propia en 1987 y publicado formalmente por Editorial Kier en 1989, Terrera afirma:

«El arqueólogo inglés Samuel Gardner […] en Inti Huasi o Casa del Sol –uno de los más notables lugares del arte rupestre comechingón– tuvo la osadía de horadar la roca y sacar al Padre Sol que los comechingones adoraron durante miles de años, y llevarlo al Museo Británico donde se encuentra actualmente».

GUILLERMO ALFREDO TERRERA es autor de varios libros en los que transforma la historia de los comechingones.

Notamos aquí los típicos problemas que surgen cuando se agregan datos al azar para enriquecer una exposición. El «inglés» Gardner pasa a llamarse Samuel, en lugar de George. Los comechingones adoraban al Padre Sol, cosa que hacían los pueblos andinos, no los henia-kamiare. Lo hicieron por miles de años, cuando su cultura existió solo durante un milenio. El Sol Rojo fue llevado al Museo Británico… dejamos este último punto para más adelante.
Pocas páginas después, Terrera arremete nuevamente cuando describe el Sol Rojo no ya como un petroglifo, sino como una «Pictografía realizada en piedra granítica de gran tamaño, simbolizando al Dios Sol»… es decir ¡una pictografía que es un petroglifo! Y agrega: «para sacarla de su emplazamiento, debieron horadar la piedra con un trépano neumático», hecho llevado a cabo en 1926 (no se aclara si el trépano fue accionado por el propio Gardner o por su esposa).

PICTOGRAFÍAS. Así se subtitula el capítulo de «Los Comechingones. Historia y metafísica» (Sol Rojo Editora, Córdoba, 2004) donde Guillermo A. Terrera escribe que el Sol Rojo se podía mirar “en la caverna de Inti-Huasi en Tulumba, esculpido en la pared de esa roca”. Luego, escribe, “el inglés Gordon Gardner (sic) arrancó dicho Sol que tenía un metro con sesenta centímetros de diámetro y que pesaba la friolera de tres mil setecientos kilos de peso, trabajo que realizaron con un trépano neumático y dicho personaje se lo llevó a Londres” (pp. 34-35).

En 1998 el cordobés vuelve a mencionar el tema en «Los comechingones», libro publicado comercialmente de manera póstuma en 2004: allí el Sol Rojo, «una de las joyas de la arqueología de Armórica», no es más de granito sino de terracota: Gardner no se llama ya ni George ni Samuel, sino Gordon; el tamaño del Sol se precisa en un metro con sesenta centímetros de diámetro y su peso se cuantifica en 3.600 kilos, datos exorbitantes que Terrera no manejaba una década atrás.

Se dan, finalmente, más pormenores sobre el paradero del objeto: «no se encontraba más en el Museo Británico, pues en la guerra de Malvinas lo habían sacado, […] no sabiendo si está en el Mankind Museum de Londres o en los Archivos Secretos del Vaticano. Quedó solo el agujero en la roca, constatado por profesores y alumnos que se llegaron a Inti Huasi». Volveremos en breve sobre el tema de los museos. De momento, digamos que no hay ningún agujero de un metro con sesenta centímetros de diámetro en Inti Huasi, como podrá constatar cualquiera que visite el lugar.
Las fuentes de Terrera –lo confiesa paladinamente– son solo dos: por un lado, el mencionado texto de Rodolfo Martínez; por el otro, comentarios verbales de amigos suyos (Marcelo Garlop, Jorge Layus y Fernando Fluguerto Martí). No se aclara el origen de una única fotografía del supuesto Sol Rojo, que aparece por vez primera en «El valle de los espíritus».


LOS MUSEOS
Ya que parece imposible encontrar algún elemento concreto sobre el Sol Rojo en tierra argentina, donde a todas luces el objeto no se encuentra y nadie (¡ni los propios Martínez y Terrera!) afirma siquiera haberlo visto, nos pareció imprescindible ponernos en contacto con los museos europeos mencionados por Terrera, sus antecesores y sus amigos.
Tras nuestra consulta al Museo Británico de Londres, el Dr. James Hamill, Curador del Departamento de África, Oceanía y las Américas, informó:

«Lamento tener que contestarle que cualquier afirmación de que tal objeto estuvo alguna vez en el Museo Británico es enteramente infundada».

Respecto de la afirmación según la cual el Museo de la Humanidad (tal el nombre que el Departamento de Etnografía del Museo Británico tuvo entre 1970 y 2004) habría recibido el Sol en 1982 por supuestas razones esotéricas atinentes al conflicto bélico del Atlántico Sur, el mismo Hamill agregó: «La historia de que fuera reubicado allí es un completo invento, una fantasía».

Desde el Archivo Apostólico Vaticano, actual denominación del otrora Archivo Secreto del Vaticano, el Prof. Marco Grilli, Secretario de la Prefectura, nos confió: «el artefacto de su interés no se encuentra en este Archivo Apostólico Vaticano, que conserva principalmente la correspondencia oficial y diplomática de los pontífices».
Descartado el Archivo Secreto, pensamos que quizás en los Museos Vaticanos, que poseen colecciones etnográficas, podrían saber algo; desde allí, la Dra. Alessandra Uncini, Registradora de Colecciones, nos contestó: «El artefacto en el que tiene interés no pertenece a las colecciones de los Museos Vaticanos».

También nos pareció prudente consultar en los museos de la Universidad de Oxford, que publicara el libro de Gardner; allí la Lic. Ilaria Perzia, Oficial de Documentación, comentó: «Desafortunadamente no estamos en condiciones de ayudarlo con su consulta». Era la primera vez que oía hablar de comechingones.

Estamos entonces ante un serio problema: el Sol Rojo comechingón, al que nadie vio en la Argentina más que en la dudosa foto publicada por Terrera, tampoco está en ninguna de las instituciones europeas mencionadas por el propio Terrera.

VOCES EXPERTAS
Agotados así los únicos rastros que nos ofrece la escueta bibliografía sobre el tema, restaba consultar a los académicos que se especializan en la cultura que habría confeccionado el Sol Rojo, los comechingones. Ahorramos tiempo y acudimos directamente a tres de los arqueólogos que están entre los máximos referentes sobre los henia-kamiare y que actualmente son investigadores el CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas).

Dr. Eduardo Berberián

El Dr. Eduardo Berberián, un decano de la arqueología argentina –graduado en la Universidad Nacional de Córdoba, donde ejerció la docencia– es autor de más de una docena de obras, una de ellas dedicada a Cerro Colorado, a Gardner y a su libro, del que ofrece la primera traducción castellana. Su comentario sobre la existencia, descubrimiento y derrotero del Sol Rojo de los comechingones es tan escueto como tajante: «No hay nada de ello».

La Dra. Andrea Recalde, también egresada de la Universidad Nacional de Córdoba y profesora de esa casa, es una especialista en el arte rupestre comechingón, sobre el que publicó varios trabajos importantes. Entre muchos otros datos de enorme interés, manifestó con total claridad: «Respecto al Sol, puedo confirmarle que esa pieza nunca existió».

ORFELIO ULISES HERRERA Y GUILLERMO TERRERA representados junto al Sol Rojo de los comechingones, el Bastón de Mando, el Grial y Erks en una pintura de Sergio Menossi, artista plástico discípulo de Terrera (Acrílico s/tela, 1.00×0.80m).
Dr. Sebastián Pastor

El Dr. Sebastián Pastor, graduado de la Universidad Nacional de La Plata, se siente muy cerca del tema por el que lo consultamos pues trabaja en el yacimiento arqueológico de Cerro Colorado: «Son solo mitos. No hay nada de eso… es una difamación. Gardner fue muy serio y meritorio, quien más sistemáticamente tomó el tema de las pinturas en el siglo XX». Tras aclarar que contestaba precisamente desde Cerro Colorado agregó, refiriéndose a la foto del Sol de Terrera: «No tiene nada que ver con la estilística local, con producciones estéticas de pueblos originarios; parece una de esas primeras monedas patrias o medallas militares».
Sí, «una de las joyas de la arqueología de Armórica» es más bien una moneda o medalla criolla del siglo XIX…

POR UNA SIMPLE MONEDA
La convicción de Terrera no toleraba desmentida alguna, como no la toleran sus seguidores. El primero hizo circular la falsa fotografía del Sol Rojo en «El valle de los espíritus» y adoptó la misma imagen como distintivo de las tres instituciones que fundó y dirigió, todas con sede en su domicilio particular del conurbano bonaerense: la Escuela Hermética, la Fundación para las Ciencias de Hombres y la Editorial Patria Vieja.

En cuanto a los acólitos de Terrera, su viuda y un grupo de tardíos discípulos esotéricos propiciaron la edición póstuma de algunos textos del profesor por medio de un sello cordobés al que se bautizó, desafortunadamente, Sol Rojo Editora… y cuyo logo es, por supuesto, la misma imagen apócrifa de una moneda argentina.

La conclusión es, a estas alturas, más que clara: no solo el Sol Rojo no se encuentra en ningún museo europeo, ni fue descubierto en Cerro Colorado, ni robado de allí por George/Guy/Samuel/Gordon Gardner/Gatner: simplemente, jamás existió. Pero el espectáculo debe continuar y los entusiastas aficionados que siguen engolando la voz al repetir para documentales caseros que Parsifal trajo el Grial al Uritorco son acaso los mismos que desde publicaciones independientes se indignan por el robo imperialista –para peor, de sesgo seguramente metafísico– del patrimonio histórico nacional.

Es de lamentar que la vasta obra académica que el profesor Terrera desarrolló entre su juventud y su mediana edad permanezca olvidada, mientras de él subsiste el triste recuerdo de historias como esta… y todo por una simple moneda.

BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL
De Ferrari Rueda, Rodolfo: «Córdoba histórica»; Talleres Gráficos Biffignandi, Córdoba, 1943
De Filippi, Sebastiano: «La Ciudad de la Llama Azul. Luces y sombras sobre el cerro Uritorco»; Editorial Biblos, Buenos Aires, 2018
De Filippi, Sebastiano – Soto Roland, Fernando: «Los Señores del Uritorco. La verdadera historia de los comechingones»; Editorial Biblos, Buenos Aires, 2019
Gardner, George Alexander: «Rock-Paintings in North-West Córdoba»; Clarendon Press, Oxford, 1931
Lugores, Leopoldo: «Las grutas pintadas de Cerro Colorado», en La Nación – Suplemento ilustrado, año 1, n. 30; Buenos Aires, 26 de marzo de 1903
Terrera, Guillermo Alfredo: «El valle de los espíritus. Las luces cósmicas y la ciudad de Erks»; Editorial Kier, Buenos Aires, 1989
Terrera, Guillermo Alfredo: «Los comechingones. Historia y metafísica»; Sol Rojo Editora, Córdoba, 2004

Yupanqui, Atahualpa: «El canto del viento»; Ediciones Honegger, Buenos Aires, 1965

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  1. Maravilla de artículo. Demoledor… Pruebas al canto. ¡Gracias!

  2. Que? y eso es todo? Se conforman solo con lo que les dicen? Deberían tomarse esto en serio y hacer una investigación correcta y responsable.

  3. Buenas tardes, Nicolás ¿Y cómo sería, a su juicio, una investigación correcta y responsable?

  4. Nicolás, hágame caso: no descarte de plano la posibilidad de leer.

  5. Si fuera cierto que no existió tal pintura, porque el lugar se llama así? Soy nieto de una persona que nació en Rayo Cortado en 1901 y vivió hasta 1911 o 12 en la zona, e incluso la familia era del lugar y tenia campo. Ya por entonces el lugar se llamaba así. El apellido de la madre de mi abuela es el mismo del de la madre de Lugones, pero no se si son parientes. Lugones también era de la zona pero la familia se mudo a Santiago del Estero y de alli a Buenos Aires. Recuerdo cuando hable con ella y me dijo que conoció la cueva pero cuando fue, ya no estaba. No se de donde sale el nombre de ese señor Gardner o como se llame, ni porque se le imputan la sustracción. La piedra es tierra compactada a presión y que surgió a la superficie y erosionada posteriormente. Solo que en el Cerro Colorado la granulometría es mucho mas fina que en Ongamira. En Ongamira se ve las piedras en medio de la tierra compactada

  6. Estimado Luis, «Inti» y «Huasi» son dos de las voces más usuales en quechua. No podría ser de otra manera, significando la primera «sol» y la segunda «casa», dos de los principales elementos cotidianos del hombre de cualquier época. De hecho hay lugares denominados «Inti Huasi» por doquier en la América que fuera quichuaparlante y eso nada tiene que ver con objetos inventados por escritores de ciencia ficción.

  7. Eso es cierto que hay varios lugares que los llaman con el sol y la luna. La bandera argentina de guerra tiene el sol desde la guerra de la independencia para sumar a la poblacion indigena para luchar contra los españoles. Me acuerdo que mi abuela me contó del sol de la cueva pero ella no lo alcanzo a ver. Nacio en 1901 y estuvo en Rayo Cortado hasta 1912. Com mi bisabuelo se murió en invierno de 1911 de pulmonia porque se puso arreglar el techo una tarde lluviosa que volvio de Villa de Maria donde trabajaba, viajaron a Cordoba ella, la madre y sus siete hermanos a ganarse la vida. No se porque le adjudican el hecho a ese ingles, pero cuando dicen que sucedió eso fue después que mi abuela estuviera alli. La madre de Lugones tiene el mismo apellido de la madre de mi abuela. No me extrañaria que fueran parientes. No tuve la oportunidad de probarlo. Pero leyendo lo que dice Wikipedia, deduzco que mi bisabuelo aprendio a leer de Arguello cuando nacio Lugones porque fue ese año. Y el origen de la leyenda del sol de la cueva es el mismo

  8. Excelente artículo, pensaba tatuarme esta «pieza» como una especie de homenaje al pueblo comechingón, pero ahora veo que es todo un verso. Me puse a averiguar porque suponía que debía ser un símbolo surgido de la asimilación cultural, ya que el sol es bastante parecido al Sol de Mayo, pero en ningún lugar de los que leí decía eso, siempre se repetía el mismo relato (el de Terrera). Gracias a dios me crucé con su artículo jaja.

    PD: Quienes no han hecho ninguna averiguación ni nada han sido los empleados municipales de Tulumba, que muestran esta «réplica» en un espacio cultural de la localidad.
    https://www.instagram.com/p/CxIdpSEuiyc/?img_index=2

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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