¿Ciencia, ficción o religión secular? La ufología francesa, un terreno fértil para teorías y debates, es analizada por Ignacio Cabria García tras una atentísima lectura de los últimos tres volúmenes de Érase una vez en Ovnilandia (Coliseo Sentosa), la monumental obra de Sergio Sánchez Rodríguez. Desde la hipótesis extraterrestre hasta la psicosocial, el autor chileno examina las perspectivas, a menudo contradictorias, que han surgido en torno al fenómeno ovni en Francia, entre las tuercas y tornillos, los fantasmas y ciertas legítimas aspiraciones de hacer ciencias sociales con el conjunto.
Ya asistimos al decolaje de la obra, los primeros tres libros. En esta segunda y última parte, Cabria completa la revisión de la ópus de Sánchez Rodríguez, quien guía al lector por un territorio rebosante de interrogantes y revelaciones. ¿Son los ovnis naves espaciales, manifestaciones psíquicas o construcciones culturales? A través de una minuciosa investigación, el escritor chileno no solo ofrece información poco conocida. También invita a cuestionar nuestras creencias sobre las implicaciones sociales y culturales de la ufología. «En esta obra está contenida toda una filosofía del conocimiento científico y ufológico», concluye Cabria.
Por Ignacio Cabria García
Volumen 4. Nunca fuimos posmodernos (2022)
El subtítulo hace alusión al libro Nunca fuimos modernos, del sociólogo francés Bruno Latour. En su Introducción para este volumen Sergio se ataja: se previene de que no le pongan el sambenito de “posmoderno” por no comprometerse con una postura determinada dentro del debate ufológico. Él se decanta por un método de “simpatía crítica”, que define como dubitativo ante las demarcaciones tajantes que exige el movimiento escéptico, y reafirma su voluntad de hacer “una historia teórica de la ufología francesa” que no esté movida ni por el afán apologético de las paraciencias ni por ilustrar al vulgo “en nombre de la Razón y la Ciencia” (p. 15). Señala, partiendo de la sociología de Latour, que el fenómeno ovni rompe las barreras entre naturaleza y cultura, es un “híbrido”. Escribe: “Si, en los volúmenes que conforman este viaje, me hubiese dedicado a demostrar una hipótesis, me habría comportado más como un ufólogo que como historiador de circunstancias” (p. 274). Es una “postura simétrica”, en la terminología de Latour. Y así termina: “Más que relativistas, hemos sido precisamente híbridos, nosotros los primeros” (p. 276).
Este tomo se adentra en tiempos “posmodernos”, abarca el periodo 1980-2000, de revisión de las certidumbres del pasado y del “todo vale” en materia epistemológica. Uno de los temas que aborda, aunque yo lo veo más relacionado con los dos volúmenes anteriores, es el del descubrimiento de la relación entre folklore y narrativas ovni, y de nuevo Bertrand Méheust ocupa una posición central de esta entrega, ahora con su libro Soucoupes volantes et folklore (1985). Méheust encuentra en las abducciones un arcaísmo, pues forman parte de un tema del folklore: los secuestros por entidades sobrenaturales. Como dice Sergio, si Jacques Vallée había descubierto la casa del folklore y había llamado a la puerta, Méheust se decidió a entrar a un sitio lleno de paralelismos entre los relatos de demonios y brujas con los encuentros cercanos con ovnis.
Donde Méheust ha encontrado una continuidad de las experiencias desde los relatos tradicionales a los casos ovni, el folklorista Michel Meurger ha visto ruptura e innovación. Meurger es autor de una densa obra con un enfoque desde la cultura popular: Alien Abduction. L’enlèvement extraterrestre de la fiction àla croyance. Desde su punto de vista, no es lo arcaico lo que brota en las experiencias de abducción, sino una nueva veta visionaria que lo debe todo a la ciencia ficción contemporánea. Si se trata de entender el fenómeno ovni, para Meurger son más oportunos los pulps de ciencia ficción norteamericana que las experiencias de los chamanes. Es decir, el mito de los ovnis es una consecuencia del desarrollo de la ciencia y la tecnología occidentales. Así pues, Meurger ve en las obras de Vallée y de Méheust un ejercicio arcaizante que ignora el contexto cultural en que se producen las experiencias, que es la cultura científica moderna.
Ahora sí, en la línea de la sociología de Latour es el turno de Pierre Lagrange, uno de los personajes más incomprendidos de la “Ovnilandia francesa”, según Sergio: un detractor encubierto, para unos, y un creyente encubierto, para otros. Lagrange tomó desde el principio un enfoque diferente al de creyentes y escépticos y optó por analizar globalmente la producción del conocimiento ufológico y de sus controversias exponiendo las estrategias discursivas de unos y otros. Por cierto, Lagrange publicó a principios de los años noventa una serie de trabajos metodológicos sobre las paraciencias que no se citan en este volumen, en los que se defiende que hay que tomar las paraciencias tal como se hacen y evitar describirlas por su comparación con una imagen idealizada de la ciencia. Sánchez reseña una serie de trabajos de Lagrange sobre la historia de la ufología norteamericana de los años setenta, en concreto de J. Allen Hynek y Allan Hendry, que aportan un alcance más internacional a esta revisión.
Si los tres primeros volúmenes de la serie seguían un diseño tanto cronológico como temático según las tendencias que se desarrollaron en las primeras décadas de la ufología (la HET en los cincuenta y sesenta, la paraufología en los setenta y la HPS en los ochenta), el volumen 4 retorna a veces a la ufología del pasado y a la “HET de primer grado”, tal vez según el curso de las lecturas del autor. Así, dedica un capítulo a la biografía del científico-ufólogo Pierre Guérin, del que ya se habló en el primer volumen, que reaparece por su autobiografía ufológica, OVNI: les mécanismes d’une désinformación (2000). Otro capítulo que me parece que queda aquí desubicado, tanto en una ordenación cronológica como temática, es el dedicado al proyecto de investigación oficial francés GEPAN (Groupe d’Études de Phénomenes Aérospatiaux Non Identifiés), pues fue creado en 1977 en un contexto de creencia en la naturaleza extraterrestre del fenómeno ovni, por lo menos del promotor y primer director del GEPAN, Claude Poher, y algún otro, y su lugar podría haber sido el volumen 1. Sergio menciona el catálogo de Poher de 825 casos OVNI solo para decir que dio lugar a algunos estudios estadísticos, sin más comentarios.
Volumen 5. La pluralidad antropológica de los mundos (2023)
El objeto de esta quinta entrega, que el autor pensó inicialmente como la última, es la ufología francesa producida en las dos primeras décadas del siglo XXI. El panorama reciente que nos presenta resulta desolador para los que hemos crecido en una evolución intelectual de la ufología hacia áreas más humanistas que la del platillo volante puro y duro. Desde los años ochenta, expone el autor, se ha asistido a una “roswellización” de la ufología, esto es, no solo un retorno a los ovnis de tuercas y tornillos del pasado, sino a una obsesión por los rumores sobre platillos estrellados y cuerpos en la nevera (el Gran Secreto, lo llama). El supuesto platillo recogido en Roswell en 1947, tema del que nunca se preocuparon los ufólogos de la primera generación, se convirtió a partir de los años ochenta en tema central de la ufología norteamericana, y esta contaminación se extendió por el mundo, y de una manera especial en Francia. Fue una “HET de primer grado radicalizada”, en palabras de Sánchez (p. 35). “Magonia fue reemplazada por el desierto de Nuevo México”, dice con sorna (p. 69).
Desde los años noventa, explica, el panorama de la ufología francesa es muy confuso, “no solo porque los estándares de crítica y autocrítica se han relajado bastante”, sino también porque “la credulidad parece haberse disparado”. Además, añade, “el tono de la discusión, en revistas y libros ufológicos, alcanza un inesperado nivel de virulencia. La palabra ‘escéptico’ se transforma, como nunca antes, en un marbete insultante” (p. 43). Se trata de estigmatizar al oponente más que de debatir con él. En palabras del ufólogo Renaud Marhic de 1997, la ufología francesa está en un “perpetuo recomenzar”. Para quienes tuvimos en la ufología francesa una fuente de inspiración en nuestros comienzos, Sánchez transmite un páramo. El pionero Jimmy Guieu se pasa de los marcianos a los ETs satánicos, el popular Jean Sider arremete contra los escépticos caricaturizando la HPS sin leerla, hasta tildar al comprensivo sociólogo Lagrange de debunker (detractor) e insinuar que está pagado por la CIA. Y así sucesivamente.
En este volumen el autor nos dice que los escritores de ufología desde los años noventa en Francia rezuman ese talante y, además, están huérfanos de ideas nuevas que ofrecer. Jean Gabriel Greslé fue piloto militar en los inicios de los platillos volantes, testigo él mismo del fenómeno, y luego prolífico escritor. Lo suyo, en suma, es volver a la ufología primitiva: la ocultación por los gobiernos de lo que saben sobre las naves extraterrestres. Otro ufólogo de edad pero introducido también tardíamente en la ufología más ramplona de los platillos de remaches es Gildas Bourdais. Otro cautivo de la roswelización, continúa Sánchez, es Michel Picard, aunque en su caso busque una “física trascendente” de los platos voladores. Para él, los ETs son “inteligencias ultrahumanas” omnipotentes, “mensajeros de lo insondable” (“ufosofía” llama Sergio a esto). Pero toda esta trascendencia no impide a Picard bajarse al barro y descalificar a sus oponentes de la HPS. En el siglo XXI “el tono es inexplicablemente belicoso e impaciente. La HPS es vista, ante todo, como un agravio, como un insulto a los ufólogos”, escribe Sánchez (p. 88). Califica la obra de Daniel Robin de “huida hacia adelante” por su defensa a ultranza de la HET más clásica sin el menor sentido crítico y la misma falta de respeto por sus oponentes psicosociales. Para Robin, los ovnis son máquinas de una civilización súper evolucionada, con “una forma de espiritualidad muy elevada”. Sergio lo llama una “ufología inflacionaria” por su tendencia a la hipérbole: “Las civilizaciones tejerían una increíble red de conciencia a través del espacio, y los Guardianes actuarían como los grandes centinelas” (p. 124). Sin embargo, Sergio considera su obra inteligentemente concebida y con reflexiones “de gran profundidad y de inherente belleza”.
Para Sánchez, la divisa de toda esta nueva hornada de ufólogos es una aceptación en bloque de todos los tópicos de la ufología y un “tropismo” hacia todo lo que huela a contubernio y ocultamiento oficial. A pesar de ciertas sutilezas, estamos más cerca del Área 51 que de Magonia, como él dice. Piensa además que “el retorno de la HET de primer grado, provocado por la roswellización, constituyó un retroceso, una involución intelectual de la que, nos parece, es ya imposible regresar” (p. 106). Siendo así, me pregunto al leer esta entrega: ¿merecen las teorías añejas de Greslé 14 páginas, las diatribas místicas de Picard 28 páginas, las hipérboles de Robin 22 páginas? No sé si en Francia se les ha hecho tanto caso.
Fruto de estas mentalidades de retorno al pasado más materialista de los platillos volantes fue en 1999 el “Informe Cometa”, firmado por personas vinculadas, o que lo estuvieron en el pasado, con el ámbito militar y científico francés, y cuya constante es que comparten fuertes convicciones pro-HET de primer grado. No solo eso, comparten además sospechas conspirativas sobre la ocultación de platillos estrellados y de intercambios tecnológicos del gobierno norteamericano con extraterrestres.
Otras hipótesis recientes, aunque sin desligarse de la HET ni aportar grandes novedades, son más elaboradas. Para el psicólogo suizo Fabrice Bonvin, el fenómeno ovni es fruto de la interacción de la mente humana con una Suprainteligencia, cuyo objetivo sería “la transformación de la conciencia humana a través de la comunicación simbólica” (p. 145). Esa “inteligencia supraterrestre” estaría relacionada con la hipótesis Gaia, y buscaría comunicarse con el ser humano mediante mensajes dotados de una alta carga simbólica, por ejemplo en las mutilaciones de ganado o en los círculos de las cosechas de cereales. Pero claro, nuestro analista se pregunta qué tipo de mensaje simbólico o metafórico puede haber en esos fenómenos tan contrapuestos. Todo parece una paraufología para los tiempos modernos. Como dice Sánchez, al ser Bonvin un hombre joven, ignora los debates de las décadas anteriores, y se apunta en cambio a la escuela de John Mack y a la chamanización de las abducciones, es decir, ver cómo el secuestro extraterrestre conlleva una transformación espiritual del afectado. El ovni sería un agente consciente de ese cambio. Bonvin ha sido el promotor de la obra colectiva Ovnis et conscience: l’inexpliqué au coeur du nouveau paradigme de la physique (2015), en la que destaca que algunos de los signos identitarios de la última generación son las nuevas visiones de la realidad, al estilo de Matrix, del chamanismo, de los “estados no ordinarios de conciencia” (ENOC), de los modelos cibernéticos o de la relación conciencia-materia.
Otra perspectiva del chamanismo es la del etnobotánico Romuald Leterrier, que ha estudiado las plantas visionarias como la ayahuasca en la Amazonía. Leterrier se pregunta si inteligencias telúricas o supraterrestres habrán diseñado una interfaz de comunicación con los seres humanos a partir de la receptividad inducida por las sustancias enteógenas en ENOC. Un testigo del nacimiento de la paraufología en los años setenta, Eric Zurcher, reaparece con la vieja “componente psíquica” de Vallée, analizando problemas clásicos como la “elusividad” o la “inconmensurabilidad” de la experiencia ovni. Sergio menciona también que el sociólogo canadiense Éric Ouellet ha elaborado un término personal, parasociología, para tratar con las situaciones anómalas no individuales, sino producidas por una suerte de “psi social”.
En las especulaciones de la ufología reciente abundan, según Sánchez, “la creatividad y el ingenio, pero escasea la parsimonia” (la economía de hipótesis). Para nuestro exégeta de la ufología francesa, “la conexión chamánica es sin duda la aportación más valiosa de esta nueva etapa, pues muestra a los ENOC no-espontáneos como una vía experimental de ‘acceso’ (al menos aparente) a ciertos escenarios ovnísticos de alta extrañeza”. Pero nos previene de que la nueva obsesión de los ufólogos por proponer modelos del universo que pretenden echar luz sobre la naturaleza de la realidad puede ser un espejismo. “No parece probable que desde las parroquias ufológicas se pueda aportar las grandes respuestas buscadas” (pp. 200-201). Y una conclusión sorprendente: “A la paraufología le acecha el peligro mortal de ponerse de moda. Si tal cosa ocurre, no solo se abrirán las compuertas a las especulaciones más desenfrenadas, a las más inoportunas manifestaciones del ocultismo ‘mágico-populachero’…” En ese caso “toda su hermenéutica crítica será arrasada por las olas de la banalidad que se han enseñoreado de ovnilandia” (p. 202).
Sergio cita la obra del sociólogo francés Arnaud Esquerre Théorie des évènements extraterrestres (2016), centrado en el análisis textual del relato modelo de experiencia anómala. Analizando su estructura será posible, según Esquerre, determinar si un evento ha sido efectivamente vivido o si es una fabulación o una elaboración fantasiosa. Se opone así el relato literario (que obedece a convenciones) al relato de lo realmente vivido (lo experimentado). Esquerre fija un modelo narrativo de base sobre el cual pretende discriminar entre “casos buenos” y “casos malos” (literarios), ignorando las categorías utilizadas por los ufólogos. Sánchez cita el juicio negativo de Méheust sobre esta estrategia estéril de “reapropiación académica” del fenómeno ovni como un área que debe ser domesticada, academizada, como si pudiera siempre aplicarse un modelo abstracto para él. Y cita el uso arbitrario que hace Esquerre de términos como “evento extraterrestre”, que impide su aplicación a los archivos de casuística, sean oficiales o privados. Quitar a los casos los aspectos culturales, señala Sánchez, “equivale a veces a perdernos lo más sustancioso que tales relatos pueden ofrecernos” (p. 223).
Y vuelve a citar el Nunca fuimos modernos de Bruno Latour y sus reflexiones sobre la gran división entre naturaleza y cultura, que ha penetrado en la ufología con Méheust y sobre todo con Lagrange. Este tema se suponía propio del volumen anterior, pero es tan complejo que ha necesitado más espacio, y de hecho hubiera requerido incluso una explicación más amplia y al alcance del lector medio de ufología.
Volumen 6 y final. De la guerra de los mundos a la guerra de los sueños (2024)
Por fin, la esperada culminación de la historia intelectual de la ufología francesa, que se iba postergando en los dos últimos volúmenes. Tras comenzar con unas confesiones biográficas (que en parte se pueden leer aquí), Sergio Sánchez promete dos temas principales: primero, lo que llama “el complotismo”, es decir, las teorías de la ocultación y de la conspiración; y segundo, la sociología del problema ovni.
Sobre el conspiracionismo, tan actual, volvemos a dos ufólogos clásicos pro-ET: por una parte, al pionero Jimmy Guieu, porque en las décadas de 1980 y 1990 reinterpretó “toda la historia del fenómeno ovni bajo el ángulo del complot y la conspiración” (p. 86); y por otra a Jean Sider, quien divulgó en Francia los rumores que traía de Estados Unidos Leonard Stringfield sobre un platillo estrellado y la recuperación de cadáveres de extraterrestres. Así, comenta Sánchez, la ufología francesa se incorporaba de lleno al “roswellismo”. Precisamente, el volumen 5 se dedicó al caso Roswell en Francia y al tema de la Gran Conspiración en los años noventa, y solo se entiende que se vuelva a ello por la publicación por Lagrange, en 2007, del libro OVNIs: ce qu’ILS e veulent pas que vous sachiez (OVNIs: lo que ELLOS no quieren que sepas), que contempla la conspiración desde una mirada sociológica. En este y otros trabajos Lagrange corrige a los ufólogos. Sí, ha habido ocultación de la información por parte de los militares desde el principio de los platillos volantes, pero no en el sentido clásico. El que se suele decir. Desde 1947 se instaló en las Fuerzas Aéreas norteamericanas (la USAF) un doble discurso: en público se declaraba que los platillos volantes eran simples errores de percepción, y en privado se admitía la extrañeza del fenómeno. La razón de la ocultación sería evitar un nuevo pánico como el que supuestamente se produjo en 1938 por la emisión radiofónica de La guerra de los mundos por parte de Orson Welles y el Mercury Theater. Contra el científico escéptico Henri Broch, que ha visto en las ideas paranormales una conspiración contra la Razón, Lagrange aclara que el conspiracionismo está muy distribuido entre derecha e izquierda, entre creyentes y escépticos. La conspiración contra el saber sería el plano en el que ambos sectores coincidirían.
El tema del “pánico marciano” de 1938 ocupa una sección del libro. Como se sabe, el psicólogo Hadley Cantril publicó en 1940 la obra fundamental sobre el caso, The invasión from Mars. Después se supo que los periódicos exageraron la escala del pánico, y nunca pudieron verificarse los suicidios y otros episodios legendarios de aquella noche del 30 de octubre. Sánchez critica el libro de Robert Bartholomew y Benjamin Radford, The Martians Have Landed, porque se basaron en el mismo prejuicio de la “irracionalidad de las masas” que destilaba la obra de Cantril. Pierre Lagrange publicó en 2005 La guerre des mondes a-t-elle eu lieu? “Para Lagrange, el pánico ha comenzado verdaderamente al día siguiente de la emisión, en los diarios”, escribe Sánchez (p. 61). El sociólogo francés destacó que la “imaginería del pánico”, representada en esos carteles donde se ve a una multitud atemorizada, acompañó a los inicios mismos del discurso ufológico, teñidos por el miedo a una invasión, ya fuera alienígena o soviética. Lagrange pone a Donald Menzel como ejemplo de cómo un escéptico, al criticar la ignorancia de las masas por la credulidad en la invasión de los marcianos, pudo reproducir todas las leyendas y rumores sobre el pánico de 1938 cayendo en la misma falta de sentido crítico.
Según Sergio Sánchez, “Lagrange es el único autor que ha señalado resueltamente que el gran pánico marciano de 1938 es un mito”. Utiliza el término mito en su sentido coloquial, de algo que no es verdad -una afirmación relativa, porque no se cita otro libro crítico: Broadcast Hysteria (2015), de Brad Schwartz.
También somete a crítica otro conocido hecho histórico de pánico por una emisión de La guerra de los mundos sucedido en Quito, Ecuador, el 14 de febrero de 1949. Es conocido por la invasión de la emisora de radio por una masa airada, en la que se produjo un incendio que causó 14 muertos. Contra el tópico de que el motivo del disturbio fue la creencia de la masa en la verdadera invasión de los marcianos, Sergio opone que no se conocen las motivaciones que llevaron al tumulto. Al parecer, se había desatado la ira de un sector de la izquierda ecuatoriana, de manera que el asunto podría haber tenido un cariz político (p. 63).
Hay dos capítulos dedicados a “los modos de contar la historia de la ufología”. Thibaut Canuti ha relatado las interioridades de los grupos ufológicos y de las comisiones oficiales desde el punto de vista más favorable a la hipótesis extraterrestre. En un libro colgado en la web, François Parmentier ha hecho balance de 60 años de “desinformación”, es decir, que “todo en la ufología es el resultado de un complot, hasta lo más inane e inconexo”, escribe Sánchez (p. 135).
Reseña también dos tesis doctorales en Historia. La de Manuel Wiroth es la de un ufólogo convertido en historiador, por eso, para Sánchez, su tesis sobre la historia de los ovnis en Francia está bien documentada. Pero encuentra una tendencia en Wiroth a seguir el “paradigma de la desinformación”, o “del ocultamiento”, como “viga maestra de su ensamblado” (p. 151). Y así, al hablar del tema UMMO, el historiador hace aventuradas suposiciones de que Jordán Peña tenía conexiones con la CIA, que el asunto UMMO “es considerado por una mayoría de ufólogos como una experiencia sociológica a gran escala”, o que “los ufólogos se inclinan más por una manipulación a gran escala de la CIA o de la KGB” (p. 152). “Esto impresiona, por su gratuidad, comenta Sergio, y lo tilda de “alucinante”. Lo entiende como una forma de pensar ufológica, “con la idea fija de que todo obedece a una manipulación bien orquestada por poderes invisibles”. Añade que “la sensación de estar caminando una senda mil veces hollada es abrumadora”. Su conclusión es que el recorrido de Wiroth por la historia ufológica “merecía un final mejor que las consabidas lamentaciones sobre la indiferencia de los científicos”. La “versión estándar” de la ufología, por tanto, sigue cautiva de las propias leyendas que la ufología ha ido tejiendo sobre sí misma” (p. 153).
La segunda tesis, de Thomas Margout, peca de lo contrario. Margout es un historiador, y por tanto poco informado de la ufología. Su tesis sobre la historia del platillismo francés presenta una periodización que, en opinión de Sergio, es caprichosa, encaja mal con el conocimiento acumulado por la ufología y peca de cierto “presentismo”, es decir, de una mirada desde el presente y no desde la cultura de cada momento histórico. Por ejemplo, se dice que el caso Roswell solo preocupó a la primera generación de ufólogos, algo que cualquier interesado un poco informado sabe que no es cierto.
Se resume también la reciente tesis de Maestría de la antropóloga Clémence Hébert, que ha hecho trabajo de campo con el grupo ufológico COBEPS de Bélgica y un rastreo de los debates en las redes sociales. “La autora sigue de cerca a la sociología (simétrica) de la ciencia y a la antropología de lo extraño, las que han sido especialmente críticas con el reduccionismo de los escépticos”, apunta Sergio (p. 302). Aquí faltaría reseñar alguna otra tesis doctoral sobre el tema, en especial la de Daniel Mavrakis, que trata de las hipótesis psicosociológicas sobre los ovnis, y un resumen de la tesis de Jean-Michel Abrassart, autor muy presente en los debates psicosociológicos y que aparece en esta obra como crítico de la sociología de Lagrange sobre los ovnis.
En el capítulo dedicado a los modos de hacer historia se han colado de rondón aspectos de la controversia ufológica que no tienen que ver con la historiografía del tema. Se da cabida a la ufología más tradicional pro-ET del científico Jean-Jacques Velasco, que fue director del organismo oficial francés de investigación de los ovnis (que ha pasado por los nombres GEPAN, SEPRA y GEIPAN), y se comenta también el libro de otro director del GEIPAN, Xavier Passot, este autor más crítico, del cual Lagrange ha dicho que representa la apertura al diálogo, quien a fin de cuentas ha buscado el debate más allá del monopolio de los expertos. Todo esto hubiera tenido un lugar más adecuado en alguno de los volúmenes anteriores.
La última parte del libro, subtitulada “De la sociología crítica a la sociología de la crítica”, viene a ser una continuación del volumen 4, que trató de la nueva sociología de la ciencia en ufología. Empieza con una introducción a la obra de algunos sociólogos internacionales de las paraciencias, y en el ámbito francófono se destacan dos líneas de abordaje sobre el tema, la de Gérald Bronner, que condena la credulidad de las masas sobre las paraciencias como un peligro intelectual y político, y la de Edgar Morin, Michel Maffesoli y otros, a los que se ha etiquetado de “posmodernismo sociológico”, para quienes todos los discursos son igualmente defendibles. “Hoy resulta muy fácil (y hasta popular) decir que la magia y las paraciencias son indistinguibles del pensamiento científico, porque el relativismo se lleva”, escribe Sánchez (p. 200).
El análisis de Sergio se centra sobre un antropólogo y dos sociólogos. Wiktor Stoczkowski es autor del libro Des hommes, es dieux et des extraterrestres (1999), traducido en España como Para entender a los extraterrestres (2002), en el que plantea una posición intermedia a las anteriores. Sin caer en la descalificación de las creencias paranormales como irracionales, tampoco propone que la racionalidad científica y la paranormal son equivalentes. Reivindica al Otro, al pensamiento paranormal, en su diferencia. Así, habla de una racionalidad productiva de la ciencia y una racionalidad restringida de las paraciencias. Esta última sería la que opera en nuestra vida cotidiana, para no caer víctimas de un exceso de autoconciencia que nos llevaría a la parálisis.
El sociólogo Jean-Bruno Renard, citado a propósito de su primer libro, vuelve por mérito de su obra Le merveilleux, de 2011. Lo maravilloso incluye lo sobrenatural y lo paracientífico. Sánchez recoge el afán clasificatorio de Renard sobre las diferencias, las semejanzas y las convergencias entre lo religioso y lo paranormal. En este último aspecto se destaca a Emanuel Swedenborg y el contactismo extraterrestre. Renard afronta la naturalización de lo sobrenatural en la modernidad y el significado simbólico de los extraterrestres, que representarían el colonialismo (en La guerra de los mundos), la guerra fría (la condena del armamentismo en los contactados), y la fusión de ciencia y religión, en el encuentro extraterrestre. Sergio se ha dado cuenta de que Renard habla de extraterrestres, y no de ovnis, es decir, del significado cultural, para no verse en la obligación de explicar el fenómeno de los platillos volantes. Asume su inexistencia, pero hablando de lo maravilloso elude el ejercicio desmitificador. Como dice Sánchez, “se puede romper un hechizo a un nivel factual, mas no a un nivel poético” (p. 222). Y también: “los prodigios ya fueron desmitificados, y ahora solo cabe comprenderlos” (p. 224).
Sánchez aborda la sociología de Lagrange enfocándose en un artículo publicado en 2001 en la revista ufológica Inforespace, dirigido muy especialmente al ámbito ufológico. Defiende, por una parte, que es posible hacer ciencia desde la ufología, y enseña a modo de ejemplo la red de observación tecnológica RESUFO que Michel Monnerie promovió en los años setenta, antes de pasarse al escepticismo. Por otro lado, Lagrange dice que las estrategias de los ufólogos fracasan porque nunca logran algo significativo en cuanto a la producción de hechos comprobables. Sánchez recoge estas palabras de crítica a los ufólogos: “Se desplazan de caso en caso, articulando el mismo dispositivo de investigación, sin capitalizar jamás los casos encuestados” (p. 284). Como no se parte en la investigación de logros y hechos, la ufología está siempre “volviendo a cero” (título de su artículo). ¿La diferencia con la ciencia? Que los científicos construyen instrumentos y establecen redes de conocimiento. La crítica de Lagrange, en rigor, ha sido más dirigida a los promotores de la hipótesis psicosociológica (HPS), quienes utilizan el argumento de las influencias sociales sobre las observaciones ovni para refutar la realidad del fenómeno, reduciéndolo a errores perceptivos y mito. Hay una crítica a un artículo clásico de 1982 del italiano Paolo Toselli. Lagrange cree que la HPS perdió la oportunidad de hacer una “sociología simétrica”, no reduccionista. Desde su punto de vista, esperar la ayuda de entidades misteriosas y mal definidas como creencias, mitos, etc., para explicar las observaciones de ovnis es una vía “poco económica”, y le parece que los valedores de la HPS manejan un concepto de “mentalidad platillista” similar a la “mentalidad primitiva” que postulaban los antropólogos. Se distancia, por tanto, de la “sociología del error” y defiende que puede hacerse sociología de los ovnis sin reducirlos a un fenómeno sociopsicológico. Según Sánchez, Lagrange traslada el problema de la sociología crítica a la crítica de la sociología.
Toselli ha negado que su aportación, y otras, trataran de una psicosociología del error, puesto que su propuesta sobre la percepción se aplica al conocimiento cotidiano sobre la manera de observar. Además, defiende que la HPS hizo aportaciones innegables al conocimiento del fenómeno ovni en las últimas décadas. Claude Maugé, otro exponente de la HPS, defiende que él hacía ufología y no sociología. Y otra crítica de no haber entendido la HPS le ha venido del doctor en psicología Jean-Michel Abrassar, representante belga del ala dura de la HPS, al que he citado.
Conclusiones sobre Érase una vez en Ovnilandia
He escrito esta reseña a lo largo del tiempo, según iban apareciendo los últimos volúmenes, y por ello he podido incurrir en olvidos, imprecisiones o valoraciones erróneas, de las que me disculpo de antemano. Como resumen de la obra completa Érase una vez en Ovnilandia, empezaré por lo formal. La edición está muy cuidada, lo cual hay que agradecer al editor, Diego Zúñiga Contreras. Hay que felicitarle, además, por su trabajo divulgador al frente de Coliseo Sentosa, que pone a disposición de los lectores más exigentes obras como esta, que no son productos de consumo fácil para mayorías.
El trabajo de Sergio Sánchez como autor es monumental, dicho esto en todos los sentidos, de tamaño y de logros. En lo estructural del conjunto…, tengo mis reservas. Mucho me temo que, precisamente por la verbosidad del autor y la desmesurada extensión del trabajo, vaya a ser ignorado, en todo o en parte, por buena parte de los ufólogos, precisamente a quienes más debería interesar. Todos sabemos que las probabilidades de que algo se lea están en proporción inversa a su número de páginas, y en este caso la dispersión en seis volúmenes no favorece la difusión. En mi modesta opinión, un esfuerzo de síntesis en la escritura, la eliminación de textos accesorios y la edición en tres –o como máximo cuatro– tomos bien diferenciados temáticamente hubieran hecho de Érase una vez en Ovnilandia una obra más compacta, más fácilmente legible y también más asumible. El hecho de haberse publicado la obra por entregas a medida que el texto se iba escribiendo le ha privado, desde mi punto de vista, del sabor de un producto reposado, como un vino viejo. Haber revisado la historia completa antes de su publicación hubiera permitido a Sergio estructurarla mejor y dejar una obra más redonda. Pero claro, ¿quién aguanta ocho años para publicar?
Si tuviera que elegir una parte del conjunto, me decantaría por aquellos volúmenes o secciones donde trata de las ideas más innovadoras de los años setenta y ochenta, la evolución hacia el enfoque psicosociológico y las propuestas más entroncadas con las ciencias sociales. Con todo, en cada uno de los volúmenes encontramos entrelazadas distintas perspectivas, porque cronológicamente compartieron tribuna diversas tendencias, en un debate permanente. La información sobre todos estos enfoques es siempre enriquecedora. Como adicto que soy a la historiografía ufológica, solo puedo achacarle a Érase una vez en Ovnilandia una carencia: que no contenga algunos párrafos sobre el ambiente social de la ufología gala –sus personalidades, sus cenáculos, sus eventos, hasta sus cotilleos–, que podrían ponerle cara, carne y hueso a las teorías y debates. Un poco de periodismo y chascarrillo a veces se agradece. Una buena aportación es la amplia bibliografía citada en cada volumen, aunque en los primeros siento la ausencia de un mayor detalle sobre las ediciones originales de los libros y artículos que han sido reeditados o traducidos.
Al margen de estas puntualizaciones formales, lo importante es el meollo, el contenido. Y en este aspecto quiero dejar claro que Érase una vez en Ovnilandia es una de las obras más reflexivas y profundas que se han escrito sobre la historia intelectual de la ufología en general. Y hasta donde sé, ni siquiera en Francia se ha profundizado de tal manera en su propia producción ufológica. Incluso en el mundo hispano, esta obra debería ser de lectura obligada de quienes aún mantengan sus convicciones de toda la vida. Se darían cuenta de que hay “otros mundos”, otras ideas dignas de consideración, otras formas de enfocar la metodología. Nos daremos cuenta de lo corta que es la memoria de los ufólogos (o más bien de qué manera han ignorado la memoria), porque algunos han hecho tabula rasa del conocimiento anterior para reinventar la rueda con teorías parafísicas, arquetipos, energías, realidades alternativas, conspiraciones y otras ideas ingeniosas que han sido ya manejadas en el mundo ufológico desde hace más de medio siglo. Así funciona la ufología, como un repetido intento por mantener encendida la llama de un fenómeno o una fuerza sin explicar inventando siempre alguna “nueva” teoría.
Para mí, el punto fuerte de la revisión histórica de Sergio Sánchez es la reflexión epistemológica. Sí, porque hay aquí contenida toda una filosofía del conocimiento científico y ufológico, así como de las metodologías puestas en juego. Sergio Sánchez está capacitado para esta labor por su amplitud de lecturas, su extensa cultura humanista y un amplio conocimiento de la historia de la ufología. Además, la solvencia de su crítica arranca de un posicionamiento imparcial ante las distintas posiciones intelectuales, sin eludir la crítica cuando se merece.
Para terminar, mi consejo: si eres un joven ufólogo, deja de perder el tiempo pergeñando nuevas teorías y vete a abrevar ideas y soluciones a la historia de la ufología y a las ciencias humanas. Y si eres un ufólogo veterano, entrégate a la nostalgia de tiempos mejores. Si quieres prevenir el alzheimer, nada mejor que estimular tus neuronas con una inyección de profundidad teórica como Érase una vez en Ovnilandia.