“El hombre que amaba los platos voladores” (Diego Lerman, 2024) es una ficción vagamente basada en una historia real. ¿Y nada más? No, claro que no: inspirada en la cobertura de un cronista televisivo argentino sin pruritos en montar noticias falsas, la discusión en torno a la película se corrió rápidamente a la interpretación de cada uno acerca de quién fue o qué representó José de Zer. O qué fue lo que ocurrió “en realidad”.
Más que una crítica cinematográfica, este comentario reflexiona sobre los riesgos de abordar una historia real aún presente en la memoria colectiva y transformarla en un hecho artístico.
Primera de una serie de artículos sobre esta película, tan cercana a las temáticas de Factor.
Por Alejandro Agostinelli
Leo Sbaraglia revivió a José de Zer en una fábula que no cuenta la verdadera historia de su cobertura de la aparición de una huella de las Sierras de Pajarillo y sus crónicas sobre ovnis en Córdoba. “El hombre que amaba a los platos voladores” no es una película biográfica, ni siquiera el homenaje a una figura que merezca ser reivindicada. Diego Lerman, su director, construyó un relato vagamente parecido a lo que recordamos, lo suficiente como para que la ficción haga pie en nuestra memoria emotiva y nos permita acompañar a José en el back stage de sus informes para un noticiero, hasta convertirlo en un éxito de audiencia, y la sucesión de enredos relacionados con su inesperada fama. Lerman explicó en varias entrevistas que no quiso representar fielmente aquella saga sino hacer una ficción basada en sus aventuras “tomándose todas las libertades”.
Esta sola aclaración nos debería eximir de buscar mensajes ocultos o intenciones ajenas a las motivaciones artísticas, sentimentales o las necesidades narrativas que tuvo el director para crear una historia atractiva, ya que cada espectador tiene –si es que lo tiene– su propio registro de José de Zer en sus peripecias alrededor del Uritorco.
Aunque pudieron existir otras razones, el director desplazó localidades, protagonistas y escenarios relacionados directamente con la leyenda de “Nuevediario”. Hay demasiadas cosas que no son como las cuenta la película. Nunca aparece el apellido de “José”, tampoco el del “Chango” (*). El informativo se llama “Notidiario” y el canal de TV es el 6 –un nueve al revés, digamos. El platívolo desciende en la Candelaria, donde hay una mina de oro, y alrededor de la pequeña huella hay un cerco policial. El de Zer real no conversaba con contactados invisibles. Es más, ni siquiera creía en extraterrestres. Para cubrir su “noticia” más recordada no fue convocado por empresarios sin escrúpulos. Tampoco se le conoció ningún padecimiento psiquiátrico –sí una complicada adicción al valium. Estos desplazamientos acentúan la distancia entre los eventos que “realmente” parecen haber acontecido de lo que sucede en la historia que imaginaron Diego Lerman y Adrián Biniez, director y coguionista de la película respectivamente.
¿Cuál es el problema, si es una ficción? Podría ser un problema si le concedemos al filme un estatus histórico o periodístico, a esta idea de que existió alguna investigación para que el relato tuviera un marco de credibilidad. Pero las ficciones no son documentales, sólo buscan verosimilitud –como el José de Zer del mundo real. Y creo que la película, si descartamos un vestuario más propio de los noventa, consigue ese verosímil ante ojos profanos.
Hay, desde luego, una brocha gorda de sucesos apegados a eventos documentados que son el espíritu –y quizá el motor polémico– de esta película: el desparpajo con que inventaba acontecimientos inexistentes, su hambre de reconocimiento y su garra para mantener la atención del espectador, tres atributos que hoy son pan diario entre streamers, influencers y animadores de medios masivos; en definitiva, las condiciones que delatan a José de Zer como pionero de una tragicomedia que hoy capea oronda en casi todos los espacios de comunicación. También es cierto que, como el José de la película, de Zer mantuvo una relación tensa con funcionarios y habitantes de Capilla del Monte, preocupados por la llegada de peregrinos pauperizados, problemáticos o con intereses considerados exóticos por una población conservadora, y tuvo una relación amorosa con su camarógrafo y cómplice de fechorías, Carlos “El Chango” Torres. En la película también podemos ver una metáfora sobre su muerte, ya que su popularidad pareció apagarse cuando se lo llevó ese misterio en el que nunca creyó.
La persona real en que se basa “El hombre que amaba los platos voladores” en verdad no los amaba; esos objetos voladores no identificados que él identificaba con visitantes extraterrestres, en rigor, fueron el trampolín que permitió a un noticiero sensacionalista alcanzar un rating descomunal y lanzar a Capilla del Monte a un enorme crecimiento a partir del desarrollo del turismo místico y ufológico, establecido como una categoría que hoy estudian antropólogos y sociólogos. Este desfasaje entre lo que muestra la película y las diferentes “realidades” de quienes disfrutan de la fama del magnético Uritorco, como polo mágico del poder secular irradiado por visitantes de otros mundos, lleva la discusión a niveles dignos de un nuevo género de estudios sociales.
En las redes encontramos enojados por la ausencia de referencias explícitas a los mitos erksianos que son la fuente de todo lo que sucedió después, hay quienes se alegran porque la película desenmascara cómo se arma una farsa mediática y hay enojados por la romantización de un charlatán. Otros disfrutamos de una buena película sin que nos quite el sueño si la placa que recibió la hija de José fue inspirada, o no, por auténticos extraterrestres.
En la película, la idea del farsante sin escrúpulos, o la del chiflado autoconvencido de que sus fabulaciones son realidad, tienen en la Argentina de hoy una gravitación de primera magnitud. En este sentido, la película es oportuna. Y recién ahí, en el plano donde Lerman sitúa las percepciones engañosas, le podemos discutir si el enaltecimiento de la fantasía es un aporte saludable al debate. Pero sin cometer el error de hacerse ilusiones equívocas o exageradas de lo que puede ofrecer una ficción.
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Cuando puse punto final a estas anotaciones me di cuenta de que esta conversación empezó cuando comentamos dos películas y dos series contemporáneas: “Historia de lo Oculto” (Cristian Ponce, 2020), “El reino” (Marcelo Piñeyro, Miguel Cohan, 2021), “Espíritu sagrado” (Chema García, 2022) y “La mesías” (Los Javis, 2024). A esas reflexiones remito a los lectores y las lectoras que deseen profundizar.
¡Volveremos con más críticas de la peli! Así le sacamos el jugo a Factor, blog que puede darse estos lujos.
(*) El periodista especializado Gustavo Secreti llamó mi atención sobre la escena en que la vedette Mónica (Mónica Ayos), esa suerte de Moria/Susana, lo presenta como «José de Zer». Es la única vez en que su apellido es mencionado.