La Galería del Asombro, el clásico antro del terror de Buenos Aires, presentó “La Noche de los Misterios”, un espectáculo consagrado a la faz tétrica de la ocultura, la cultura de lo oculto, entre el humor soterrado y la inducción al espanto. El show es completísimo, pero ofrece de yapa un desenlace inconcebible: nadie –ni un brujo, ni un mago, ni un experto en engaños psíquicos–, hubiese previsto el final que imaginó el maquiavélico Dr. Gerbernstein, dueño del circo y autor de una obra que aporta otra mancha de sangre a su vida artística.
Soy poco afecto al género, pero si amén de terror puro y duro los avances amenazan con espectros, posesiones diabólicas y manifestaciones psi, me rindo. Por tal motivo acepté la invitación de Gerardo Bernstein, CEO de la Galería del Asombro y director de otros shows animados por lo maravilloso, como la Zombie Walk, el Museo Alien y las mil y una caras de su ejército de monstruos. Fuí el pasado sábado 18 y no me arrepiento en lo más mínimo.
Pese a la surtida constelación de entretenimientos que distingue a Buenos Aires, no sobran espectáculos relacionados con lo paranormal. En los últimos tiempos la noche porteña ofreció títulos con referencias a la ciudad futura y el ciberespacio, a conquistas espaciales argentinas y hasta a pequeñas epopeyas de revolucionarios amantes de los alienígenas. Pero el rubro de la investigación metapsíquica venía quedando afuera de la cartelera.
¿Qué esperaba yo, entonces, del show prometido por la Galería del Asombro? Nada. Como conozco bien a su alma mater, Gerbernstein, no me quise anticipar. Nada de pensar en lo que iba a pasar. Nada de información, nada de ilusión. Pura entrega. Junto a Catalina, mi hija fan de Gerbernstein en otros roles, fuimos dispuestos a dejarnos llevar por la experiencia.
Entrar en la Galería es la prueba iniciática. Las figuras dantescas exhibidas en el hall envuelven al participante en el clima apropiado, así como los zombies que te reciben y acompañan durante esa fase, destinada al precalentamiento. La aparición en escena del Conde Cucobich, un hombre-vampiro cuya humanidad residual destila cierta estela de humor extraño, convida el primer asombro: “Degustación de Plasma”. Pasen y prueben, dice. “Vamos a brindar”. A su modo, te enseña que en el riesgo está el gusto.
“Espíritus y Espejos” es el show central de “La Noche de los Misterios”. Desde entonces, todo lo que sucede está bajo control directo de Gerbernstein.
El genio de los monstruos, el director de orquesta y estratega de las marchas zombies, el instructor de tantas creaciones híbridas –mitad humanas, mitad aberraciones genéticas–, es decir, Gerardo Bernstein, el artista detrás del mutante, coordina aquí una sesión espírita ambientada en una antigua casona fin de siècle con candelabros, bolsones de penumbra y un armario rococó coronado por un espejo. El relato, preñado de magia e información precisa, conduce a la incertidumbre: algo está por suceder, y nadie sabe qué. La tensión crece investida de recursos que oscilan entre la sugestión y la noticia de un crimen, el caso de Rosabell, una niña cuyo espíritu permanece atascado entre dos mundos.
Gerbernstein luce sus talentos metafísicos o, más bien, el talento de un actor que se ha documentado y entrenado en técnicas propias de gurúes ancestrales, ardides de pícaro experimentado y el temple de un verdadero artista del engaño: en un entrecerrar de ojos vi su silueta, arropada en un traje de principios del siglo XX, fundida con la de Orson Welles. En un monólogo que nunca deja de cautivar, Ger abduce la atención del público (que se divierte, si se le puede llamar así a reírse de los nervios) bajo un influjo próximo a la hipnosis a través de artimañas con las que consigue electrizar a la audiencia a medida que la historia avanza.
La sesión mediúmnica es la última posta. El público no es de palo: grita, se sacude e interactúa cuando es invitado a protagonizar los hechos. Cerca del desenlace, el espíritu de Rosabell se manifiesta de una manera impensada. Cuando digo impensada quiero decir: como nadie hubiese imaginado que iba a suceder.
No puedo decir más porque no quisiera ver rodar mi cabeza. Pero debo confesar que, por un momento, sentí que por mis venas corría agua de deshielo, o jugo de tomate frío. Salí del salón con ganas de volver, menos muerto de miedo y un poco imbuido en esa obsesión malsana, la estúpida manía de buscar el truco. Aunque, pensándolo bien, en el show se ven cosas que no conviene repetir en casa: Rosabell puede reaparecer.
ANTIGUA RELACIÓN. Conocí a Ger Bernstein a mediados de los 90, cuando Chiche Gelblung emitió la famosa réplica del film de Santilli sobre la “muñecopsia”, que él reprodujo a la perfección. Nos reencontramos a través de su alter ego Reynaldo Rataplin en la Zombie Walk y años después, con Adrián Kaplan Krepp, lo entrevistamos, en la segunda y última edición de Prohibido hablar de Ovnis, aquel programa de Doska Radio que duró menos que un soplido. En un post de Ciencia Bruja del que solo quedan vestigios en Taringa, escribí sobre su Museo Alien: “Es una exhibición de Ger Bernstein, fundador de la Academia Metamorfosis FX, gestor en las sombras de la Zombie Walk Argentina y Director de la Galería del Asombro es, tal vez, un tipo que, en otro país, sería capaz de crear un Disneyworld por año”. Eso es, más o menos, lo que pienso de él casi desde el día que lo conocí.
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