Una historia de burlas, travesuras y alborotos

Con gran placer seguimos reeditando viejas glorias de El Ojo Escéptico, esta vez una minuciosa revisión sobre la llamada psicokinesis o psicoquinesia, conocida popularmente como «poltergeist», esto es: el tipo de fenómenos que presuntamente se manifiestan en las «casas embrujadas». El autor de esta extensa monografía, publicada originalmente en julio de 1993, el ilusionista experto en fraudes paranormales Enrique Ladislao Marquez, desmitificaba en ese mismo número una resonante historia que en ese momento fue conocida como «El caso General Madariaga«el cual –con la bendición inicial del diario Clarín– tuvo la mayor cobertura mediática que nunca antes había recibido un episodio del género en la Argentina. La publicidad del caso animó a Márquez a compilar sus conocimientos sobre el tema en un artículo antológico, el mismo que presentamos a renglón seguido.

EoE7-8
James Randi«Durante mucho tiempo he considerado que la mayor diferencia entre el escéptico y el parapsicólogo es una cuestión de expectativa. El primero no considera que la validación de los supuestos fenómenos paranormales sea inminente; el segundo depende de ese evento para su justificación. Además, el escéptico invocará parsimonia -la explicación más simple consistente con los hechos- donde el parapsicólogo la evita. Personalmente, encuentro mucho más razonable, cuando vuelan objetos alrededor de una habitación en la cercanía de un desdichado adolescente de 14 años, desconfiar de la deficiente información y observación antes que rechazar las leyes básicas de la física.»
James Randi1985.

 Existe una larga tradición en materia de relatos y observaciones incidentales que sugieren -en principio- una serie de hechos «extraños» asociados a un lugar y/o grupo familiar con características que, según el transcurso de los años, se han ido interpretando en función de las creencias. Con todo, la evolución histórica no ha incidido sustancialmente en las definiciones terminológicas y, en muchos casos, ni siquiera en su naturaleza interpretativa.

Una extensa lista puede incluirse para denominar, quizá con algunas diferencias de matices, lo que muchos han querido presentar como casas embrujadas, encantamientos, apariciones fantasmales, infestaciones, manifestaciones espíritas, poltergeists, etc., etc.

Básicamente, todas las referencias apuntan a acciones perturbadoras del orden auditivo, visual y/o mecánico-motor.

No menos numerosas es la lista de extrañas manifestaciones que, según testigos categorizarían los casos:

– Movimiento (desplazamiento y/o levitación) de objetos pequeños y grandes.
– Rotura de objetos.
– Alteraciones eléctricas.
– Combustiones espontáneas.
– Lluvia de piedras, arenillas, etc.
– Aparición y desaparición espontánea de objetos.
– Ruidos, pasos y golpeteos.
– Apariciones fantasmales.
– Variaciones térmicas,

y un largo etcétera en donde las causas serían de naturaleza desconocida.

Como es de suponer, el tema siempre estuvo ligado a cuestiones de supervivencia del espíritu después de la muerte, explicaciones sobrenaturales, entes desencarnados, espíritus maliciosos, demoníacos, almas en pena, gnomos, duendes, y, más contemporáneamente, a energías sutiles o fuerzas psíquicas no detectables y de igual origen desconocido.

Un hecho no menos previsible fue la eterna división de opiniones entre aquellos que consideraban todo como un mero producto de la fantasía y la superstición, y los que, convencidos, defendían la realidad de los hechos.

Lo único prudente y libre de dogmatismos era intentar un acercamiento a la casuística para poder delimitar el campo y, en consecuencia, discernir entre lo ilusorio y lo real, entre lo ficticio y lo verdadero.

La tarea no era fácil, puesto que se contaba únicamente con una herencia de mitos y leyendas que, sumados a testimonios teñidos de dramatismo y creencias sobrenaturales, no hacían ni más ni menos confiables los cientos de relatos que perduraban en el tiempo.

El hecho de que fueran casos aislados y poco frecuentes también los condenaba a la indiferencia, al menos por parte de aquellos de quienes se presumía podían tener una opinión autorizada. Igualmente, la transculturación del fenómeno tenía su peso. Veamos algunos referentes destacados del siglo XVIII, seleccionados cronológicamente por el especialista José Luis Jordán Peña: en Pfedelbach (Alemania), 1703-1708; en Canvey Island (Gran Bretaña), 10-16 de setiembre de 1709; Dortmundo (Alemania), mayo-junio de 1713; Groben (Alemania), junio de 1718; Monte Argentaro (Italia), 1725; Warsaw (Polonia), 1731; Toulose (Francia), 1732; Schwartzbach (Sajonia), julio de 1749; Smithfield-Londres (Gran Bretaña), 1759-1762; Lanzo-Turin (Italia), 1762; Stockwell-Surrey (Gran Bretaña), enero de 1772; Down (Irlanda), 1780; New Hackensack (EE.UU.), 1789. (Jordán Peña, 1982, p. 61).

LOS METAPSIQUISTAS

Hubo que esperar hasta el siglo XIX, para que un grupo de notables provenientes de diferentes áreas de la ciencia comenzara a interesarse en cuestiones de hechos aparentemente inexplicables. A mediados de ese siglo, el auge del movimiento espiritista conmovía al mundo occidental con médiums de efectos psíquicos y físicos que ya nadie podía ignorar. Las maravillas que se relataban eran de tal calibre que hoy apenas podrían ser superadas por los efectos especiales de las películas de Spielberg.

En esta marea de experiencias extraordinarias tenía que comenzar a nadar una veintena de científicos de la época, finalmente denominados metapsiquistas, quienes en procura de una «aguda observación» tratarían de indagar sobre la naturaleza de tan presuntuosas anomalías. La primer barrera -no siempre infranqueable- que tuvieron que enfrentar era el fraude. La profesionalidad de los médiums en el arte de engañar aún hoy es digna de admiración por parte de cualquier mago profesional. Un sortilegio de factores (dramatización, expectativa, malas condiciones de control, de observación, condicionamiento a la creencia, desconocimiento de trucos, etc.) puso en jaque a más de un notable, quien no tenía otra salida que el enroque de hipótesis no menos extraordinarias e indemostrables. Este tejido de hipótesis básicas fue el sustento para la formulación de teorías explicativas del tema que nos ocupa.

Más allá de los fraudes que los principales metapsiquistas pudieron confirmar, a la hora de optar las tendencias se dividieron entre aquellos estrictamente convencidos de que las causas de tales efectos extraordinarios eran espiritistas (Flammarion, Crawford, Lombroso, Myers, Geley, Bozzano, Aksakov), y los que, sin cerrarle las puertas al más allá, adherían a hipótesis energéticas de origen psíquico, y hasta a veces de acción voluntaria (Richet, James, Sckrenck-Notzing, Boirac, Morselli).

Tras la fundación de la Society for Psychical Research (SPR) en Londres, el 20 de febrero de 1882, se inicia el primer intento de sistematizar la casuística relacionando los populares fantasmas y el principal objetivo de aportar pruebas sobre la telepatía. Con ese fin, en 1883 se realizó una encuesta sobre «apariciones», también conocida -según las Actas de la SPR- como el primer Censo de Alucinaciones, cuyo diseño fuera aprobado un año antes en París, en el Congreso de Psicología Experimental. La pregunta del censo estaba formulada en estos términos:

«¿Ha tenido Ud. alguna vez, cuando creía estar completamente despierto, la impresión intensa de ver a un ser viviente o un objeto inanimado, de sentir su contacto o escuchar alguna voz, sin que, hasta donde pudo describir, esta impresión se debiera a ninguna causa física exterior?»

Las opciones para responder eran «si» o «no», y se obtuvieron 17.000 respuestas de las cuales 15.316 eran negativas, y 1684 positivas.

A pesar de la envergadura del trabajo y de un minucioso análisis posterior (Gurney & Myers, 1886; Tyrrel, 1943), todo quedó reducido a un dato histórico más, de nulo valor probatorio tanto para la telepatía como para las cuestiones fantasmales, al que le siguieron críticas y autocríticas razonables (Rhine, L.E., 1975, p. 27-28). Las apariciones no fueron interpretadas como hechos objetivos sino como simples alucinaciones visuales, auditivas o sensoriales, que involucraban la telepatía (?).

LOS PARAPSICÓLOGOS

Muchas discusiones se suscitaron en torno a las diferentes teorías interpretativas de la época, pero lo tajante fue la nueva etapa que se inició a partir de las investigaciones de Joseph Banks Rhine y sus colaboradores a fines de la década de 1920 en la legendaria Universidad de Duke. En procura de delimitar el campo de estudio y «sepultando» el período de observaciones incidentales, se decidió adoptar una clasificación, soslayando la arbitrariedad de términos heredados, que permitiera -terminológicamente hablando- identificar los fenómenos que iban a ser objeto de estudio.

Se abandonó el término metapsíquica, propuesto en 1905 por Charles Richet, y se adoptó el de Parapsicología (más antiguo aunque entonces en desuso), propuesto por Max Dessoir en 1889.

Se estableció una nomenclatura general sistemática que se mantiene actualmente, y se reconoce internacionalmente con el aval de la única organización profesional que nuclea a los investigadores en parapsicología, la Parapsychological Association, fundada en 1957.

Bajo la denominación general de fenómenos Psi se incluyó la Percepción Extrasensoria (ESP) en sus tres facetas: Telepatía, Clarividencia, Precognición, y Psicokinesis (PK) que sería la acción directa de la mente sobre la materia. Quizás este último término haya sido el más audaz en cuanto a intentos de diferenciación se refiere, puesto que hasta ese momento se venía usando el de «telekinesis» (acción a distancia) y según palabras del propio Rhine, él introdujo el término PK porque «se prefirió como más exacto y más claramente libre de cualquier connotación espiritualista». Sobre este punto, habría que agregar su definición formal de PK: «es la influencia directa que ejerce un sujeto sobre un sistema físico sin que intervenga instrumento o energía física conocidos o concebibles«(Rhine & Pratt, 1957). Luego veremos cómo este novedoso término propuesto por Rhine fue tan o más aventurado que el de sus predecesores.

Si bien Rhine desestimó los períodos de investigación anteriores, fundamentalmente por sus limitaciones a nivel exploratorio, el excesivo énfasis en el testimonio humano y las pésimas condiciones de experimentación, tampoco propuso volver a foja cero con los casos espontáneos, reconociendo el valor de las anécdotas, pero sugiriendo que un experimentador científico «debe abandonar los casos espontáneos de fenómenos parapsicológicos, a pesar de su carácter apasionante y dramático, y abordar una experimentación precisa y sistemática» (Rhine, J.B., 1937, p. 21).

Fue así que, sin mayor pretensión que la de ser un método exploratorio más dentro de la parapsicología -aunque insuficiente para aportar evidencia, y que además es «imposible convertirlo en un método crucial de verificación» (Rhine & Pratt, 1957, p. 40)- se aceptó el estudio y análisis de los casos cualitativos.

La propia esposa de Rhine, Louisa, fue quién se destacó principalmente por su labor en el estudio y clasificación de informes de casos espontáneos. A partir de 1948 decide tomar a su cargo la recolección y análisis de casos que, según su preconcepto, podrían involucrar un proceso psi.

Aun cuando los análisis de la doctora Rhine pueden ser y de hecho han sido seriamente cuestionados inclusive dentro de su propio ámbito (Weiner & Haight, 1983), ya sea por la subjetividad en la categorización e interpretación (Haigt, 1979), o cuestiones de autenticidad y desvíos de lo sugerente a lo concluyente (Hart, 1957; Stevenson, 1970a y 1970b; West, 1970), dentro de su ambigüedad y muchas veces en su defensa, ha tenido que admitir que los casos espontáneos nunca podrían constituir una prueba de la existencia de psi y que sólo podrían ser una sugerencia sobre cómo proceder en las investigaciones; en consecuencia, los casos deben ser considerados como «hechos que la gente informa» y no necesariamente como «hechos que suceden» (Rhine, J.B., 1951).

HACIA UNA CLASIFICACIÓN

Lo notable es que la propia doctora Rhine, entre sus miles de registros, encontró un mínimo de casos que sugerían PK. Con tan sólo 178 casos, en 1963 decide la clasificación de efectos de PK No Recurrente (asociados con moribundos, muertos y/o vivos) y PK Espontánea Recurrente (PKER, encantamientos y poltergeists) (Rhine, L.E., 1963).

Esta última subdivisión volvía a poner sobre el tapete el tema de las populares «casas embrujadas». Lo «original» del enfoque, además de la clasificación, era que detrás de esto podía estar involucrado un proceso psi del tipo PK y que, según la ingenua convicción de la doctora Rhine, había suficiente evidencia experimental que demostraba científicamente la realidad de la PK. Si bien esto último para ella era un hecho irrefutable (?), en cuanto a lo primero mantuvo una actitud cautelosa y ambivalente. Veamos un ejemplo cuando se refiere a los casos de PKER:

«El tipo de sucesos que caen bajo este encabezamiento, fenómenos de encantamientos y ‘poltergeists’, son una muestra más de pretendidos acontecimientos que aunque nunca convalidados satisfactoriamente, prácticamente han venido divulgándose en todo tiempo y cultura. Generalmente, los científicos se han desentendido por considerarlos patrañas supersticiosas, incluso las Sociedades de Investigación Psíquica encontraron, en anteriores épocas, pruebas tan frecuentes de fraude, sugestión, o imaginación desbordada, que se les concedió muy escasa validez.

Pero, con el descubrimiento de la PK, se puede adoptar una actitud distinta. Ahora se puede ver que hay un probable meollo de verdad en todos esos relatos» (Rhine, L.E., 1970, p. 260).

También reconocía enfrentarse con una paradoja entre lo que ella consideraba hallazgos de laboratorio nunca se habían obtenido resultados positivos en experimentos de PK sobre objetos estáticos; y en cuanto a las históricas investigaciones con los llamados «médiums físicos», su opinión, como se verá lapidaria, era que «no se ha convalidado ninguno satisfactoriamente» (p. 271). Por lo tanto, toda su elaboración teórica era pura inferencia basada en datos totalmente cuestionables y sin reconocimiento hasta la fecha. Es más: los experimentos que entiende probatorios de PK actualmente son prácticamente ignorados por los propios parapsicólogos a la hora de pretender presentar pruebas «científicas» de PK.

Si bien su clasificación no difería mayormente de la de autores anteriores, al fin dejó dividida a la PKER en encantamientos y poltergeists. Los primeros se caracterizarían por estar asociados estrictamente a un lugar determinado y las experiencias serían preferentemente visuales y auditivas, de difícil delimitación entre lo real y lo alucinatorio, y con una duración que a veces se prolonga por años.

En cambio los poltergeists (del alemán polter: alborotar, y geist: espíritu) o «espíritus traviesos», expresión mantenida durante muchísimos años -incluso según señala Owen, era de uso corriente en Alemania en tiempos de la Reforma, habiendo sido utilizada por Lutero para describir un tipo de demonio divertido y ruidoso (Owen, 1964)-, se caracterizarían por su corta duración, con manifestaciones motoras cuyo epicentro sería una persona, y, según la pauta general de los casos, un adolescente o pre-adolescente.

EL MODELO

Quizás el trampolín para la incorporación definitiva de la PKER como fenómeno de investigación de campo en la parapsicología moderna, haya sido el informe de dos parapsicólogos del Laboratorio de Parapsicología de Duke (Pratt & Roll, 1958).

Este informe, conocido en la literatura parapsicológica como el «caso Seaford» (ciudad de Long Island, EE.UU.), revestía una doble importancia: por un lado, la investigación incluía a dos parapsicólogos profesionales, y de especial renombre -J. G. Pratt, considerado junto a J. B. Rhine, como uno de los pioneros de la parapsicología moderna, ambos provenientes del Laboratorio de Parapsicología más importante del mundo en esa época; por otro lado, se trataba del primer informe sobre el tema publicado en la revista más prestigiosa del ámbito parapsicológico, el Journal of Parapsychology.

A esa doble importancia yo agregaría otro factor de peso en pugna, que es, precisamente, el modo en que el informe de Pratt & Roll marcó el prototipo de resolución de casos de poltergeist hasta la fecha. En otras palabras: quedó signada una constante en la secuencia de hechos destacables con sólo algunas leves variantes, que en lo formal (inicio, desarrollo, conclusión e interpretación) sería característica de los mismos.

Veamos esquemáticamente el «caso Seaford»:

  • Familia compuesta por el matrimonio Hermann y una hija e hijo de 13 y 12 años respectivamente.
  • Comienzan los disturbios físicos (movimiento y rotura de objetos, ruidos, destape de frascos y botellas) y a los pocos días se da parte a la policía.
  • Los presuntos fenómenos se reducen casi hasta extinguirse, quedando para la policía como único elemento de «prueba» el testimonio de los habitantes de la casa o algún incidente aislado, incontrolado y sin observación directa.
  • El caso toma publicidad a través del periodismo, predominando las notas sensacionalistas y alguna excepción de opinión opuesta.
  • Conmoción popular.
  • Intervienen los parapsicólogos. Prácticamente desaparecen los fenómenos y su búsqueda se funda principalmente en el testimonio de otras personas antes que en observaciones directas realizadas en condiciones bien controladas.
  • Se descubren discrepancias entre los testimonios.
  • Cuando hay algún disturbio en presencia de los parapsicólogos no hay observación directa y/o control de la situación.
  • Siempre que se ha informado un disturbio estaba presente el niño de 12 años y las incidencias casi siempre se producían en su cercanía.
  • Se baraja la hipótesis del fraude pero rápidamente se desestima.
  • Se buscan causas físicas pero no convencen.
  • Se registran connotaciones religiosas con creencias en sospechas espíritas y/o demoníacas.
  • Conjeturas sobre perturbaciones psicológicas en uno o varios integrantes de la familia.
  • No se resuelve el caso en forma concluyente pero se le da peso a la hipótesis parapsicológica sin presentar evidencias satisfactorias que apoyen esa inferencia.

En síntesis, estas serían las características básicas del «modelo poltergeist» que durante tantos años y aún hoy se siguen reportando. Por razones que veremos más adelante, el carácter de «inconcluso» que esgrimen los parapsicólogos «más cautelosos», no necesariamente debe suponer una interpretación paranormal. Obviamente, aquellos casos que han sido resueltos en forma satisfactoria (es decir aquellos en los que se encontró causas normales para explicar los fenómenos) son justamente los que hacen aún menos convincente la posibilidad parapsicológica de los llamados poltergeists.

LA VALIDEZ DEL TESTIMONIO

En los casos de poltergeist el rol de los testigos siempre ha sido crucial. Por lo tanto, es de suma importancia tener en claro algunas cuestiones básicas que, si bien deberían ser «moneda corriente» a la hora de analizar estos casos, muestran que la excepción es una regla.

El error más grave y frecuente es sobrestimar la veracidad del testimonio humano. Si debemos atenernos tan sólo a la amplia información existente en criminología, psicología experimental y/o social, nuestras dudas ya no serían un hecho aislado. Si apelamos simplemente al sentido común a situaciones que se nos plantean en la vida cotidiana, veremos que no es tan imprudente sospechar o dar una baja cuota de credibilidad a todo lo que nos cuentan.

Tampoco saldrá airoso aquel que argumenta con el popular dicho «ver para creer». Ya en 1950, el especialista francés en el estudio de las mentiras, Guy Durandin, en su obra Les rumeurs, resumía sus conclusiones sobre la validez del testimonio en los siguientes términos (Kapferer, 1989, p. 40-41):

  • Un testimonio completamente exacto es algo excepcional.
  • Los testigos dan informaciones falsas con la misma seguridad con que dan informaciones exactas, sin que ello signifique mentir deliberadamente.
  • Lo declarado por un testigo refleja a veces más sus estereotipos mentales que la realidad de lo que efectivamente ha visto.
  • Por lo tanto, si se da una coincidencia de varios testimonios, aquello no es necesariamente un índice de lo verídico de las declaraciones. Puede significar que varias personas que comparten los mismos estereotipos y los mismos clichés mentales han percibido los acontecimientos de forma idéntica y, no obstante, equivocada.

Concluyente pero insuficiente. Veamos cuáles son las bases para afirmaciones tan categóricas.

Las experiencias realizadas con estudiantes o conferencistas son un clásico de la literatura psicológica. Bruscamente, los sujetos del experimento ven invadida su tranquilidad circunstancial por la irrupción en escena de un personaje que provoca un incidente en la sala y, a posteriori, el investigador solicita un informe pormenorizado de la situación, ya sea a través de un cuestionario o relato libre. Los registros siempre han demostrado, a pesar del breve lapso transcurrido entre el hecho y la declaración, que la calificada audiencia incurre en los más impensables errores de descripción, ya sea alterando, omitiendo, o adicionando detalles inexistentes.

Los primeros estudios sistemáticos datan de principio de siglo con los precursores trabajos de Alfred Binet y William Stern con el «test pictórico». En éstos se exhibía el dibujo de una escena que luego debía ser descripta en la forma más fiel posible.

A Stern le sedujo la idea de incorporar a los experimentos escenas vívidas. En sus distintos experimentos, lo más interesante es que, entre las dos modalidades de recolección de informes de los observadores (relato libre y cuestionario), observó en éste último la influencia que pueden ejercerlas preguntas sobre el interrogado. Considerando el incremento de alteraciones que se producen en los relatos con el transcurso del tiempo, las «lagunas mnémicas» tienden a llenarse en función de la exigencia de precisión de detalles que ya no se recuerdan siguiendo el hilo conductor de la insinuación o pregunta sugerente que se plantea, obteniéndose un reacomodamiento en la respuesta y una consecuente deformación agravada (Stern, 1902, 1938).

Este hallazgo es de suma importancia y debe ser muy bien considerado al momento de analizar los casos poltergeist. No nos olvidemos que los parapsicólogos y los periodistas, que juegan un rol sustancial, fundamentalmente basan su información en el interrogatorio a los testigos. La expectativa de ambos, quizá con fines diferentes, son cruciales ala hora de preguntar. Ante la falta de pormenores -que el interrogado, por razones lógicas, no podrá dar- lo sugerente en la pregunta podrá determinar el sesgo en la respuesta.

Veamos un ejemplo concreto en el ‘caso Madariaga’, que me tocó investigar. Durante el interrogatorio -que hice con el periodista que yo acompañaba- a una de las que fuera mayor referente del periodismo por su testimonio el caso, la señora Susy López, al ser consultada con mayor detalle sobre su observación del «vuelo paranormal» de un trapo de piso, describió el episodio simplemente diciendo que vino volando y cayó cerca de ella, a lo que el periodista agrega, en forma afirmativa-interrogativa: «como una alfombra» (¡?). De inmediato la interrogada asiente y el vuelo de un objeto dejó de ser un traslado por el aire para transformarse en un trapo de piso que «flameaba», «planeaba» y «volaba como una alfombra». Esto también consta en entrevistas posteriores.

Como veremos, esto que puede parecer intrascendente cobra relevancia. No es lo mismo un objeto que vuela por el aire, del cual se desconoce su punto de partida, como pude confirmar en mi indagatoria -lo cual imposibilita al testigo afirmar o negar que pudiera ser arrojado por alguien-, que afirmar que éste planea o flamea, sugiriendo una suspensión inusual en el aire durante un tiempo mayor que el de una caída normal.

Considerando las frecuentes deficiencias en la organización temporo-espacial, no es extraño que una persona desfigure un informe verbal donde interjuegan el recuerdo incompleto y el límite del vocabulario. En las investigaciones de Stern, las diferencias individuales (inteligencia, edad, hábitos de expresión verbal) jugaban un marcado rol en la distorsión del informe. Incluso en lo que respecta a la edad, sus descubrimientos determinaron modificaciones en la ley procesal alemana, por cuanto la virtual confianza que se tenía en los relatos de los niños no era compatible con los hallazgos de imprecisión, sugestionabilidad, y fácil influencia que denotaban sus testimonios.

LOS PROCESOS COGNOSCITIVOS

Obviamente, la dinámica de los procesos de atención, percepción y memoria son claves en la compleja construcción del testimonio. Como alguna vez señalaron los pioneros en la investigación del rumor, Gordon Allport y Leo Postman, en un orden de secuencia no estricto, los pasos psicológicos que estructuran el testimonio son tres: percibir, recordar e informar. Como bien afirman, «conforme este complejo proceso va desarrollándose, procediendo de la percepción inicial a la narración final, ocurren muchas transformaciones sugestivas a medida que van entretejiéndose inextricablemente las impresiones sensoriales originales, las preexistentes y los estados de ánimo» (Allport & Postman, 1947). Si tomamos la atención (del latín tendere ad, tender hacia) como punto inicial de ese proceso psicofísico más amplio que es la percepción, veremos cómo en ese proceso de focalización fluctúan una serie de factores (motivaciones, intereses, expectativas, disposiciones) que harán que ese carácter selectivo en la información sea inherente a cada individuo o a la «actividad del propio sujeto (estructura del campo interno)» (Luria, 1979).

Recordemos que en los testimonios de casos poltergeist las observaciones son predominantemente indirectas, o, lo que es lo mismo, que el foco de atención está disperso cuando se presenta el estímulo externo (visual o auditivo). Cuando la atención está difusa en una amplia zona del campo de observación, no hay percepción precisa en lugar alguno (Grindley, 1931). En consecuencia, comienza a jugar su papel el tiempo de reacción que será el tiempo requerido para que se inicie la respuesta. En este caso, el desplazamiento de la atención estará sujeto a diversas causas de variación, según sea la intensidad y tipo de estímulo, disposición previa, edad y salud del testigo, etc.

Dado el carácter súbito de los fenómenos descriptos (caída y desplazamiento de objetos, ruidos), el tiempo que implica el desplazamiento de la atención, sin duda sugiere -más que un determinismo de la causa- el relato de un efecto. Según han revelado algunos estudios, para transferir la atención, ya sea de un campo visual hacia otro o de un estímulo visual a uno auditivo, o de un hecho a otro en una percepción diferenciada, es necesario un intervalo promedio del orden de un quinto de segundo (Mager, 1925; Poulton, 1950). Y en el supuesto caso de que un objeto comience a atravesar el campo visual, los ojos, recién después de un intervalo de 0,15 segundo, podrán enfocarlo sin dificultad, siempre y cuando el movimiento del objeto no supere los 30º arco por segundo (Miller, 1959).

Si a esto le sumamos el hecho de que el testigo desconoce de antemano qué ocurrirá, la incertidumbre en el juicio será mayor (Lawrence & Laberge, 1956; Henneman, 1957; Wyatt & Campbell, 1951). Ahora bien, ¿qué ocurrirá una vez que el caso haya sido anunciado como poltergeist? Se supone que los observadores tendrán una expectativa al respecto. Si nos atenemos a las investigaciones de atención dirigida en los cuales a los sujetos se les instruye previamente con alguna expectativa del objetivo que se le presentará, sabemos que lo percibirán con mayor rapidez y exactitud que cuando no hay instrucción previa (Chapman, 1932). Pero, también con la misma base, y como bien lo describe Vernon (p. 170-171): «Hay otros casos en los que, al dirigir la atención hacia la percepción de alguna forma u objeto determinado, el observador percibe luego lo que esperaba percibir y no lo que realmente se le muestra. Esa preparación de la atención puede deberse a las instrucciones recibidas, o a lo que el observador está acostumbrado a percibir en esas circunstancias, y que por lo tanto espera ver en el caso actual» […] «Ese efecto se puede producir aunque no se hayan dado instrucciones deliberadas y prescindiendo de toda intención del observador» (Vernon, 1967).

Como se afirma al comienzo de este trabajo, todo esto es de gran importancia desde el momento en que existe un consenso o al menos un estereotipo de lo que sería un poltergeist, que se ha divulgado innumerables veces en revistas, libros, películas y artículos periodísticos; incluso, hay un sostén experimental más que sugerente que también describe el mismo autor (p.171):

«En otro experimento, se les hizo leer a los observadores el relato de una disputa entre dos familias, con una reconciliación vinculada con el noviazgo del hijo de una familia con la hija de la otra, y una fiesta de bodas que marcaba la precaria tregua. Tres días después se les mostró algunos cuadros, incluyendo ‘La boda aldeana’, de Peter Brueghel. Se les pidió que seleccionaran entre aquellos uno que describiera un incidente del relato y todos eligieron ‘La boda aldeana’. En otra ocasión se les pidió que recordaran el cuadro y destacaron en sus recuerdos los rasgos más ligados al relato, y a veces introdujeron elementos que no estaban en el cuadro, sino en el relato. En particular, le atribuían al cuadro la atmósfera de tensión que caracterizaba al relato. Pero otro grupo de observadores que vio el cuadro sin haber leído la historia en cuestión, lo percibió simplemente como una escena de esparcimiento y alegría.» (Davis & Sinha, 1950).

Podríamos seguir enumerando experimentos que confirman la tendencia a pasar por alto ciertas partes del campo de observación cuando hay que hacer un recorrido totalizador para percibir algo que podría aparecer en cualquier parte (Enoch, 1959; Ford & cols., 1959; Shakel, 1960); o la imposibilidad de percibir en forma estrictamente simultánea un estímulo visual y uno auditivo (Mowbray, 1954; Humphrey y cols., 1955; Smith & Henriksson, 1955); o el rol de la fatiga, la saturación la distracción (Bartlett, 1943; Mackworth, 1950).

Cuántas veces se ha informado de la permanencia de los parapsicólogos en el lugar de los hechos durante días sin que se presente anomalía alguna y, de pronto, un hecho aislado interrumpe la monotonía cuando el nivel de vigilancia o de alerta del organismo ya está en su última escala. En este aspecto, los experimentos de Bartlett fueron decisivos. Los sujetos que participaron de la experiencia, inclusive, a pesar de las alteraciones en las respuestas producto de la fatiga, nunca advertían la declinación de su rendimiento. Por el contrario, pensaban que sus respuestas eran adecuadas y que los errores no eran fruto de sus acciones.

A esto podemos agregar las demostradas influencias que ejercen mutuamente personas de un mismo grupo social o la interrelación con los moradores del lugar, que sin duda gozarán de la máxima simpatía de los parapsicólogos, pues son los potenciales protagonistas que eventualmente confirmarán sus teorías.

LA MEMORIA

Ahora bien, en ese intento de aprehensión de la realidad a través del proceso perceptivo que, según vimos, puede ser afectado por diversos factores, al momento de trasladarse definitivamente al informe testimonial, debe superar una barrera aún más dificultosa, que es el recuerdo de lo percibido.

No es sólo el tiempo transcurrido entre un incidente y su relato el que puede contribuir a alterar la memoria, sino que una actitud o predisposición favorable a lo paranormal también contribuirá notablemente. Según estudios de laboratorio, intervalos de 30 o menos minutos, incluso, pueden ser críticos para la memoria en este tipo de eventos complejos (Hall, McFeaters & Loftus, 1987).

Tomemos un ejemplo para ver hasta qué punto la creencia en lo paranormal puede ser contaminante; el caso está tomado de los propios archivos de la SPR, y fue citado por el doctor West en su obra «Psychical Research Today» (1954):

«Sir Edmund Horney, juez principal del tribunal supremo consular en el extremo oriente, contó la historia de un periodista que se presentó en su casa a medianoche, para recoger una sentencia pronunciada el día anterior. Aunque molesto por la interrupción, sir Edmund cedió a la apremiante insistencia del hombre con el fin de evitar una escena que pudiera molestar a su esposa; sin embargo, lady Horney se despertó, y su marido le explicó lo que había ocurrido. Por la mañana, sir Edmund recibió la noticia de que el periodista había muerto aquella noche».

No me atrevo a esbozar el cúmulo de teorías que podrían proponer los parapsicólogos al respecto. Simplemente vayamos a la realidad. Cuando un tal señor Balfour, residente en China, se entera de este caso, envía una carta señalando que «no hubo juicios el día anterior al fallecimiento del periodista y que sir Edmund se había casado tres meses después del citado acontecimiento». El juez luego tuvo que admitir que le había fallado la memoria (?). (Jahoda, 1976, pp. 58-59).

Considerando que el testimonio básicamente es la información transmitida luego de haber transcurrido un lapso (horas, días, meses o años), desde ese proceso de almacenaje (adquisición-retención) hasta la recuperación de lo percibido, estaríamos ante lo que se denomina «memoria a largo plazo» (MLP).

Sabemos que su «contrapartida», la memoria inmediata o a corto plazo (MI), se caracteriza por su reducida y limitada capacidad de almacenaje, amplitud y duración, y además es extremadamente susceptible a cualquier interferencia (Miller, 1956; Peterson & Peterson, 1959). Una vez que se ha transferido la información a la MLP, lo almacenado quedará registrado y su recuperación dependerá de múltiple factores y sólo una mínima imprecisión del proceso de búsqueda en el sistema de claves de identificación producirá alteraciones mnésicas de consideración (Pinillos, 1975).

Los trabajos precursores de Bartlett sobre las distorsiones mnémicas -todo un clásico de la literatura psicológica- no sólo superaron la barrera del tiempo y los avances científicos, sino que aún sus conclusiones se mantienen en plena vigencia:

  1. Cuando una adquisición no se repasa con cierta frecuencia, se desarrolla un proceso de omisión de detalles y simplificación de acontecimientos o estructuras, que transforma lo aprendido asimilándolo a eventos u objetos más familiares.
  2. Si los recuerdos son lejanos, pueden elaborarse tanto, que lo que ya es en gran parte invención se tome como reflejo de que realmente fue o pasó.
  3. Cuando los detalles de un recuerdo encajan con los intereses previos del sujeto, acaba por cobrar una entidad que no tenía.
  4. A través de rememoraciones sucesivas el influjo del mecanismo de racionalización o justificación se acrecienta de tal modo que el recuerdo va cobrando una figura cada vez más satisfactoria y congruente para con los intereses del sujeto.
  5. Existiría un proceso de deformación latente, que sólo se manifiesta al cabo de varias semanas o meses de la producción del hecho recordado. (Bartlett, 1932)

¿ES ACASO MÁS CONFIABLE EL TESTIMONIO DE LOS PARAPSICÓLOGOS?

Definitivamente no. Y en algunos casos, menos aún que el de cualquier otro observador ajeno a estos temas. La expectativa del parapsicólogo sin duda es muy diferente a la de otra persona; aquel parte del supuesto que los fenómenos parapsicológicos son una realidad científicamente demostrada. Por lo tanto, ningún incidente extraño le sorprenderá; todo lo contrario, es la «prueba» que siempre estuvo esperando y que necesita para seguir apoyando su creencia. Su reflexión será: ¿Qué necesidad hay de desconfiar de la existencia de estos fenómenos si después de todo son un hecho factible y se ajustan a mis teorías?. Su «objetividad» estará más que contaminada con la literatura fantástica de la que siempre se ha nutrido y, por lo tanto, los prejuicios serán inevitables.

Algunos son un poco más sinceros. Como la parapsicóloga inglesa Anita Gregory quien -junto a su colega John Beloff, investigó en el poltergeist conocido como caso Enfield, Londres-, ha reconocido que particularmente en los casos PKER «es imposible, aún cuando esto fuera deseable, mantener una neutralidad impersonal». A pesar de esta autocrítica, pronto se derrumba y da un buen ejemplo de su compromiso personal al sacar las conclusiones del caso «Enfield» (Gregory, 1982).

Pero también está en juego su experiencia y conocimiento de tantos casos resueltos que, en definitiva, difieren totalmente de sus teorías. Pero, en aquellos casos inconclusos, en que no se ha detectado fraude o causas naturales que expliquen los incidentes, el parapsicólogo saldrá airosamente recurriendo a los falaces y remanidos análisis post hoc, diciendo que si bien no hay pruebas, en base a lo que sabemos, es muy posible que éste sea un típico caso de PKER. Y en aquel hipotético caso en que se hayan notificado diez disturbios y nueve de ellos se hayan explicado satisfactoriamente sin necesidad de recurrir a lo paranormal, el único caso dudoso o no resuelto en su totalidad, le será suficiente para tirar por la borda todas las leyes y conocimientos científicos bien establecidos y aferrarse a su creencia parapsicológica.

Entre los pseudocientíficos es muy frecuente incurrir en este tipo de falacias, sean las ‘post hoc’, ergo ‘propter hoc’ (después de esto, luego a causa de esto) o «falacia de corrección accidental», o las llamadas falacias ‘ad ignorantiam’. Aquella se sostiene sobre la insuficiencia de datos con argumentos inductivos incorrectos de falsa causa, y la segunda se caracteriza por pretender que si algo se desconoce o cuya falsedad no se ha demostrado, en consecuencia es verdadero.

Es comprensible y previsible que esto ocurra y, a pesar de que hay algunas excepciones, también hay suficiente evidencia sobre como tantos parapsicólogos ven fenómenos parapsicológicos donde no los hay. Más demoledora es aún la evidencia cuando la crítica proviene de su propio ámbito. La última perla -y de muy grueso calibre- es la que registró el Journal of the American Society for Psychical Research(Hansen, 1990). En este artículo se ponen en tela de juicio la actitud, idoneidad, informes y conclusiones de conocidos parapsicólogos, entre otros: Pratt, Roll, Kelly, Rogo, Osis, Kanthamani, Eisenbud, Stewart, Baumann, Keil, Herbert, Ullman, Hasted, Gregory, Haraldsson, Schwarz, Fahler, Berendt, Taylor, Warren, Phillips, Don. Sin duda, la lista se hubiera podido triplicar e incluso sumar algunos otros notables como Hans Bender, John Beloff y hasta el propio matrimonio Rhine, que alguna vez creyeron encontrar telepatía en una yegua (Rhine, 1929; Rhine & Rhine, 1929). Y si a los parapsicólogos modernos se les hubieran sumado los no menos notables metapsiquistas, con absoluta seguridad no queda títere con cabeza.

A propósito de esto, hay un comentario muy ilustrativo que pertenece a una entrevista realizada al gran ilusionista e historiador de la magia, Milbourne Christopher. Cuenta en la entrevista que en una oportunidad lo visitaron a su departamento el parapsicólogo J. G. Pratt y su esposa. El encuentro tuvo lugar durante el transcurso del célebre poltergeist de Seaford. Christopher, que ya estaba al tanto de los sucesos de Seaford, preparó especialmente para la ocasión los mismos efectos y algunos más espectaculares que los que se informaron en la casa de la familia Herrmann. Obviamente, Pratt sabía que estaba frente a un mago profesional y crítico de lo paranormal; por lo tanto, en ningún momento pensó que ahí estaba aconteciendo algún fenómeno poltergeist. Pero tampoco supo explicar -a pesar de haber revisado el departamento- cómo ocurrían estas maravillas. Y como bien reflexiona Christopher, «si él no pudo explicar lo sucedido aquí, que en esencia fue lo que sucedió en la casa en Seaford, ¿por qué pretendía explicar lo que ocurrió allá?» (Dennett, 1984-85).

La respuesta nos la da, otra vez, la psicología. Para resumir, veamos que nos dice Vernon (pp. 206-208) al analizar cuatro trabajos experimentales sobre motivación y percepción (Levine & cols., 1942; Lazarus & cols., 1953; Wispe & Drambarean, 1953; Postman & Crutchfield, 1952).

«Las percepciones ilusorias se producen, por lo general, sólo en situaciones en las que al observador le resulta difícil percibir con claridad, y en las que es necesario, por consiguiente, que se apoye en mayor o menor medida en su imaginación […] Es más probable que el individuo con una necesidad perciba algo que le satisfaría si considera probable su aparición. Si la situación perceptiva está definida, durante algún tiempo puede imaginarse que percibe alguna cosa adecuada para calmar su necesidad, pero dejará de hacerlo después de una frustración prolongada».

LA ILUSIÓN DE LAS «OVEJAS»

Quizás, uno de los trabajos más reveladores son los que desde hace unos pocos años está llevando a cabo la doctora Susan Blackmore en la Universidad de Bristol (Inglaterra). Tomando como base la primitiva clasificación de la parapsicóloga Gertrude Schmeidler, que divide y define a los sujetos según su actitud hacia los fenómenos parapsicológicos en «ovejas» y «cabras» o «crédulos» y «no crédulos» respectivamente, Blackmore ha relacionado la creencia y las experiencias psíquicas personales llegando a elaborar y contrastar la siguiente hipótesis: las experiencias psíquicas son comparables a las ilusiones ópticas.

Considerando que las experiencias son reales pero su origen pertenece a procesos internos no-observables, analiza cinco tipos de ilusiones (de conexión, de control, de modelo y aleatoriedad, de forma, y de memoria) que sugieren que las experiencias psíquicas son ilusiones de causalidad (Blackmore, 1992).

Valiéndose del concepto psicológico de «ilusión de control» de E. J. Langer, en el cual un sujeto establece una relación de causa-efecto entre una acción propia y un evento casual externo, Blackmore lo puso en el contexto psi de PK tomando como referentes tres trabajos de investigación anteriores (1975, 1976 y 1979), y puso a prueba la hipótesis de que en una tarea psi de acción PK las «ovejas» tendrían una mayor ilusión de control que las «cabras». No sólo confirmó la hipótesis sino que no encontró ninguna evidencia de PK (Blackmore & Troscianko, 1985).

La conclusión sería que, independientemente de que psi ocurra o no, estas ilusiones serían la base de muchas experiencias psíquicas espontáneas que generan la creencia en lo paranormal.

EL FRAUDE: MAS QUE MONEDA CORRIENTE

No existe tópico en la parapsicología en el que la posibilidad del fraude haya estado ausente. En gran medida este estigma ha colaborado para que la comunidad científica se muestre escéptica ante las afirmaciones de lo paranormal. Una visión optimista tal vez hubiera esperado que esta fuera una etapa ya superada, pero aún hoy su vigencia es indeclinable.

Una buena dosis de creencia, ingenuidad y desconocimiento de ciertas técnicas de engaño, son el cóctail necesario para que una travesura, a veces ocasional y otras no, hagan caer en la trampa al más académico investigador de lo paranormal.

Tan sólo un breve recorrido histórico por la abundante literatura parapsicológica pondrá en evidencia la inquietante regularidad del fraude que a menudo tuvo como víctimas a numerosos investigadores. La actitud resultante puede variar en función del grado de convicción o escepticismo de cada uno, y esto hará la diferencia en las conclusiones. En consecuencia, tendremos a aquellos que, con una férrea creencia en lo paranormal, desestimarán rápidamente la hipótesis del fraude para buscar apoyo en sus teorías parapsicológicas, y por otro lado a los que, ateniéndose a los dudosos antecedentes que conciernen a estas cuestiones, se mantendrán escépticos en tanto y en cuanto la hipótesis del fraude no haya sido eliminada totalmente y las evidencias sean lo suficientemente sólidas como para descartar una explicación no-parapsicológica.

Si consideramos que los parapsicólogos han sido víctimas del engaño en sus propios laboratorios, donde se supone que las condiciones de control deberían ser óptimas para esta variable, ¿qué podemos esperar cuando están en una investigación de campo donde prima la incapacidad de controlar y manejar distintas variables concomitantes que exceden la capacidad de observación de cualquier persona, y aún más de quien está menos entrenado en técnicas de engaño y con una actitud expectante, teñida de credulidad?

Así y todo, nadie puede dejar de reconocer que gracias a la infructuosa búsqueda de evidencia de lo paranormal, muchos parapsicólogos nos han legado un invalorable conocimiento de la ilimitada capacidad e ingenio del hombre para engañar a sus semejantes.

EL ANTIGUO ARTE DE ENGAÑAR

Los ilusionistas actuales reconocen a sus primeros referentes históricos en Egipto. El hallazgo egiptológico de una pintura rupestre en una cámara sepulcral en Beni-Hassan, confirmaría la herencia del hoy llamado«juego de los cubiletes», que aún los magos ejecutan para divertir y asombrar al público.

Así también la historia sugiere que el conocimiento del arte del engaño siempre jugó su doble rol: el entretenimiento y el abuso de la credulidad pública.

Podemos encontrar en algunos templos y estatuas oraculares de Egipto, Grecia y Roma, los primeros antecedentes de ciertos fenómenos poltergeist. Tal es el caso de algunos palacios del famoso laberinto de la ciudad del antiguo Egipto, Crocodilópolis. Según consta, al abrirse las puertas de ciertos palacios se oían ruidos que, en esa época, eran atribuidos a dioses.

Le debemos a Herón de Alejandría, el sabio matemático griego, la revelación de los secretos de aquellos ingeniosos mecanismos al servicio del fraude, en sus obras MecánicaAutómata y especialmente en Pneumática.

De esta manera tenemos la detallada descripción del sistema automático que producía un fuerte sonido cuando se abrían las puertas de un templo. El mecanismo funcionaba mediante un sistema oculto de poleas, que permitía el deslizamiento de una cuerda o cadena que estaba sujeta a la puerta, mientras el otro extremo se ligaba a una especie de brazo rígido conectado a una trompeta que tenía una semi-esfera metálica hueca en lugar de la boquilla habitual.

Cuando se abría la puerta, el deslizamiento de la soga permitía que la semi-esfera se introdujera en un recipiente con agua y, como resultado de dicho contacto, el aire acumulado en el hemisferio era forzado a salir amplificado a través de la trompeta, produciendo el sonido o estruendo que seguramente sería magnificado en proporción al tamaño y el número de puertas (ver Fig. 1).

Otro tanto ocurría con el misterioso abrir y cerrar de puertas que daban a un santuario interior. La puesta en marcha del mecanismo dependía del encendido o apagado del fuego que cubría un altar hueco próximo a las puertas del templo (ver Fig. 2), y cuya conexión interna a un sistema de sifón, pesos y poleas, se activaba por la presión o descompresión que el aire, caliente o enfriado, determinaba el lento abrir o cerrar de puertas (Gibson, 1967).

¿CON LA PLUMA EN LA MANGA?

Decenas de proezas desfilan por la literatura etno-religiosa en relación a los lamados brujos, shamanes, magos y/o hechiceros de las diferentes sociedades primitivas (Eliade, 1960).

Ya no es novedad cómo muchos de estos personajes míticos sostenían su vigencia y poder, recurriendo a estratégicas artimañas dignas de cualquier hábil prestidigitador.

No han faltado parapsicólogos que han querido establecer una estricta relación entre estas proezas y los fenómenos psi (Pobers, 1956; Reichbart, 1976, 1978; Kelly & Locke, 1981; Rogo, 1983, 1984). En tanto otros más criteriosos, han señalado lo inoportuno de esta relación (Dingwall, 1956, 1974; Hansen, 1985).

En esta variada serie de milagros, encontramos algunos que simulan los efectos de los actuales poltergeists.

Entre los pueblos primitivos de Siberia, los Chukchis nos acercan un buen modelo dentro de sus curas mágicas. Según observaciones de Bogoras, en dichas sesiones se escuchan voces de «espíritus» provenientes de diferentes lugares, y mientras el shamán incorpora un espíritu (ké’let) y éste habla a través de él, se producen en la oscuridad de la tienda: levitación de objetos, lluvia de piedras y pedazos de madera, sacudimiento de la tienda, etc. (Bogoras, 1904).

Relatos parecidos provienen de la observación de tribus americanas. El misionero Gabriel Sagard-Theodat, en un informe del año 1623, daba cuenta de su experiencia con los curanderos Nipissing y el misterio de la «Tienda Temblorosa»:

«A veces los brujos eran atados antes de ser ubicados en sus recintos. Atados o no, provocaban que las ‘torres’ (tiendas con forma de barril con la cima más pequeña en la base) vibraran poco después que los flaps caían. Se afirmaba que algunos shamanes eran tan poderosos que sólo sus collares, camisas y mocasines bastaban para agitar una estructura. A un hombre se le atribuyó que movía cuatro tiendas a la vez.» (Christopher, 1973).

Estas curiosidades sólo pueden considerarse el prolegómeno de una larga historia de fraudes y picardías.

HACIA UN INTENTO DE CLASIFICACIÓN

Es imposible construir un orden cronológico en materia de fraudes. No olvidemos que la abundante literatura sobre el tema es mayoritariamente tendenciosa y acrítica, con una posición selectiva y proclive a aceptar la posibilidad de una intervención de psi.

Aun cuando el fraude es sinónimo de engaño, no siempre la impostura persigue el mismo fin para el tema que nos ocupa. Veremos entonces que muchos casos pueden incluirse en una triple clasificación -que me permitiré para un mejor entendimiento- de las diferentes situaciones subyacentes que determinan la pseudo-paranormalidad de los poltergeists.

  1. Fraude accidental: es aquel que surge espontáneamente sin intención definida o con presunción de paranormalidad, y su ocultamiento permite la libertad de interpretaciones paranormales.
  2. Fraude premeditado: es aquel que se ejecuta en forma organizada, con fines claros y previendo las consecuencias.
  3. Fraude ocasional: es el oportunismo que transforma un fraude accidental en premeditado.

Si bien no siempre es posible determinar el origen o las motivaciones que llevan al engaño, existen ejemplos que justifican esta clasificación. Incluso considerando la teoría parapsicológica que focaliza a los niños y adolescentes como epicentro de los fenómenos, no es aventurado señalar que la categoría «C» pueda ser la más plausible.

Veamos en principio un caso del tipo «A», que tal vez no sea el más frecuente, aunque es de los que se diluyen más fácilmente. El relato pertenece al jesuita mejicano Carlos María de Heredia (1887-1951), cuya cruzada contra el espiritismo lo había convertido en un experto en trucos y fraudes, y precursor latinoamericano en el desenmascaramiento de charlatanes y embaucadores.

EN EL MONTE ESTÁ QUIEN EL MONTE QUEMA

Esta frase fue la que utilizó el Pde. Heredia para indicar la clave de un misterio. La experiencia es doblemente significativa puesto que ilustra, entre otras cosas, la falibilidad de la policía en estos casos, reduciendo a un simple mito su presunta efectividad, a la cual se alude frecuentemente como un argumento de peso.

El enigma se sitúa en la ciudad de Boston (EE.UU.). Durante una estadía del Pde. Heredia en New York, se le solicitó esclarecer una lluvia de pedazos de hierro en el teatro Keith, que durante muchos días tuvo inquietos a empleados y a policías que no podían resolver el caso.

La alarma era justificada puesto que los hechos ocurrían durante las funciones y varios espectadores ya habían sufrido heridas. Al no poder detectarse la causa, se barajó la hipótesis de la intervención de espíritus y fue así que se recurrió al experto jesuita.

Permaneció durante cuatro días en el lugar de los hechos sin poder ver quién disparaba los proyectiles. Igualmente, sus observaciones le sugerían que el autor debería ser uno de los empleados del teatro. Si bien al comienzo hubo resistencia en aceptar su explicación, finalmente se confirmó.

Era uno de los empleados más antiguos del teatro que, valiéndose de un tubo improvisado con un programa, arrojaba pedazos de reja a larga distancia. A pesar de que en su confesión el delincuente justificó sumodus faciendi por una incontrolable «obsesión», el gerente del teatro sospechaba que la cuestión pasaba por el ánimo de desacreditar al teatro (Heredia, 1946).

Este modelo puede considerarse como perteneciente al tipo «A» porque, si bien se supone que hay una intención definida (patológica o no), el autor no busca presunción de paranormalidad: los que establecen la falsa relación son otros.

Tiene también una característica interesante: el hecho se produce en medio de una relación laboral. Esto podría parecer un dato intrascendente pero no lo es puesto que muchos casos célebres informados por parapsicólogos se ubican en este ámbito y, lo que en principio puede parecer más fácil de controlar, se torna difícil y complejo. Por otra parte, los móviles que inducen al fraude pueden complicar aún más la resolución del caso. En referencia a esto, se perfila un buen encuadre en un reciente informe de un caso de Alicante, España (Blázquez & Berrocal, 1992).

LOS PECADOS PESCADOS

Si uno se viera tentado a arriesgar fechas sobre el caso fraudulento de poltergeist más antiguo y con las características más similares a los modernos, tendría que optar por el que relata el Pde. Heredia, que aconteció en Francia durante el reinado de Luis IX.

El sacrílego fraude fue obra de un monje cartujo y sus dos sobrinos, quienes no tuvieron empacho en engañar al superior de los monjes y al propio rey, convenciéndolos de que el palacio de Vauvert estaba habitado por fuerzas malignas, con el objeto de que -como al fin sucedió en 1259- les fuera cedido en calidad de donación para ser transformado en monasterio (Heredia, 1946, pp. 89-90).

Menos fortuna que el cartujo tuvo un sacerdote franciscano, quien en 1534 sostenía que un espíritu golpeador infestaba su dormitorio y respondía preguntas por código.

Una comisión investigó el caso y como primera medida invitó al sacerdote a gozar de sus dulces sueños en otro lugar. Los fenómenos cesaron de inmediato. Como en esa época no había parapsicólogos que pudieran señalarlo como un agente poltergeist, pronto el religioso confesó el fraude y lo expulsaron (Wier, 1885).

MAL COMIENZO

Este último ejemplo nos permite dar un gran salto en el tiempo e ingresar al caso más notorio de la historia de los fenómenos psíquicos, que no sólo dio origen a lo que hoy se conoce como parapsicología sino que reúne las características óptimas de desarrollo y desenlace de una lección nunca aprendida por los parapsicólogos.

A la importancia de este historial habrá que sumar el protagonismo infantil del cual tanto han abusado los parapsicólogos. La fascinación de la picardía fue el trampolín fenomenológico que ni al propio Dr. Charles Richet le hizo dudar en afirmar:

«En general, los movimientos de objetos no revelan mucha inteligencia. Parece que todo el esfuerzo de la energía que actúa consiste en una acción mecánica, tan intensa y asombrosa como sea posible. Pero es otra cosa para los ligeros ruidos producidos en las mesas o en los objetos contiguos, que escucharon por primera vez las hermanas Fox y que han sido el punto de partida de toda la metapsíquica.» (Richet, 1922, p. 515).

LAS HERMANAS FOX

A fines de 1847 la familia Fox se instalaba en una casa situada en Hydesville, un pequeño pueblo del estado New York (EE.UU.). Los esposos Fox tenían cuatro hijos. Sólo sus dos hijas más pequeñas vivían con ellos: Margaret y Kate, de 8 y 6 años respectivamente.

A los pocos meses comenzaron a oírse extraños ruidos que sólo se manifestaban cuando las niñas estaban en la casa. El 31 de marzo de 1848, los curiosos golpes -que luego se denominarían «raps»– adoptaron un vocabulario propio. Fue la noche en que la temerosa señora Fox participó, junto a sus hijas, en el comienzo de lo que luego sería un gran fraude institucionalizado.

Alarmada por los ruidos, la Sra. Fox fue testigo de cómo su pequeña Kate conseguía a voluntad que los golpes se repitieran. No tuvo mejor idea que poner a prueba la «inteligencia de los ruidos». Pidió que le respondieran la edad de sus hijas: los ruidos contestaron correcta y rápidamente. Sólo faltaba identificar al autor. Qué mejor pregunta que la elegida por la Sra. Fox: «¿Eres un espíritu?… Si es así, da dos golpes». Con dos fuertes raps se hizo presente el alma en pena.

Así de simple y sencillo -para utilizar los propios calificativos de Richet- nació «el más hermoso fenómeno de la metapsíquica» (Richet, 1922, p. 516).

A partir de ahí, comunicarse con los espíritus ya no sería problema. Con un código preestablecido, estaba garantizado un fluido diálogo. En dicha ocasión, el espíritu golpeador se identificó como el señor Rosma, quien habría sido asesinado y enterrado en el sótano por un anterior habitante de la casa, el señor Bell.

Como no podía ser de otra manera, esto atrajo de inmediato la curiosidad del vecindario. Comenzó un incesante desfile de curiosos que querían comprobar con sus propios oídos los maravillosos raps de las Fox.

Al poco tiempo y por sugerencia de su hermano David, las niñas mejoraron su comunicación espírita con un código alfabético.

FRATERNAL EMPRESA

Katie y Maggie tenían una hermana mayor, casada, de nombre Leah, quien vivía en la localidad de Rochester. Al enterarse de los acontecimientos, viajó a Hydesville. Una vez que confirmó los prodigios, de inmediato trasladó a sus hermanas a Rochester para que mostraran sus habilidades.

Al igual que en los poltergeist, donde -según los parapsicólogos- los fenómenos se trasladan junto con el potencial agente, en este caso el presunto espíritu de Rosma viajó a Rochester con las niñas y, en poco tiempo, la popularidad de las Fox creció vertiginosamente.

Leah, con una muy buena visión comercial, consideró que esta era una magnífica oportunidad para revertir este «proceso espiritual» en una buena fuente de ingresos materiales. Comenzó a congregar a fervientes espiritistas y las sesiones ya tenían su precio. La recaudación no bajaba de los U$S 100 a U$S 180 por noche.

La difusión periodística fue una excelente aliado, que no sólo sirvió para aumentar los ingresos sino también para engrosar el número de creyentes que pronto conformarían un movimiento religioso organizado. En este aspecto, el mayor impulso provino sin duda de Horace Greeley, dueño de uno de los más prestigiosos periódicos de la época, el New York Weekly Tribune.

Las críticas locales no hicieron mella en el informe favorable que publicara Greeley. Su credulidad lo hizo un convencido de la «perfecta integridad y buena fe» de las hermanas Fox (Kurtz, 1985).

NO SÓLO EL DINERO SE MULTIPLICABA

Las célebres hermanitas eran solicitadas en diferentes puntos del país. Sus viajes también sumaron numerosas adhesiones de personalidades públicas (jueces, poetas, historiadores, políticos, etc.); la fama las llevó incluso a hacer representaciones en la Casa Blanca y para la reina Victoria en Londres.

Lo que parecía ser patrimonio exclusivo de las Fox, pronto se extendió a otras personas. A todos aquellos que estaban en condiciones de entablar una comunicación con los espíritus se los denominó médiums. Según algunas estimaciones, en 1852 había dos mil médiums en EE.UU. y en 1854 la cifra ascendía a cuarenta mil (Rodríguez Soler, 1984).

Los fenómenos también se multiplicaron:

«Con el tiempo los espíritus se dedicaron a anunciar su presencia con hechos aún más prodigiosos. Movimientos de mesas, levitaciones de objetos, voces y soplos de origen desconocido e incluso mediante la aparición de imágenes fantasmagóricas o materializaciones de una sustancia misteriosa llamada ‘ectoplasma’ que tomaba la forma de miembros humanos». (Fantoni, 1974, p. 135).

Las Fox no fueron ajenas a la moda e incorporaron algunas de estas modalidades aunque los raps fueron siempre su carta de presentación.

RESISTENCIA A LO EVIDENTE

Como casi siempre ocurre, las minoritarias voces en discenso son rápidamente acalladas o ignoradas por esa gran mayoría de fanáticos cuyas anteojeras les impide ver la realidad.

Apenas habían transcurrido dos años y el Dr. E. P. Langworthy, un médico de Rochester, informaba en el New York Excelsior (2/2/1850), que su investigación indicaba que los pies de las niñas, en contacto con ciertos objetos, eran los responsables de los ruidos.

El mismo año, mientras el Rev. John M. Austin llegaba a la misma conclusión en el New York Tribune y el Rev. Dr. Potts duplicaba los raps en una demostración pública en el Corinthian Hall, el Rev. Charles Chauncey Burr y su hermano publicaban el primer libro desenmascarador, Knocks for the Knocking, donde describían 17 formas diferentes de reproducir los raps incluyendo el crujido de los dedos del pie(Kurtz, 1985).

En 1851 se publica una investigación muy interesante llevada a cabo por tres médicos de la Universidad de Buffalo, los doctores Austin Flint, Charles A. Lee y C. B. Coventry. El informe original fue publicado el 17 de febrero en el Buffalo Commercial Advertiser y, en marzo, con algunas modificaciones, en el Buffalo Medical Journal.

Después de varias pruebas con Leah y Margaret y tras haber eliminado otras hipótesis (mecanismos ocultos, ruidos vocales, cómplices, etc.), el equipo académico llegó a la conclusión de que los raps provenían de las coyunturas de las rodillas. Sumaron a la evidencia otros casos de individuos que, sin pretensiones espíritas, lograban el mismo efecto mediante técnicas similares.

Tras este informe nada favorable para las Fox, éstas no permitieron más experimentos hasta el final de sus carreras (Bullough, 1985).

Algunas otras voces en discordia alertaron sobre lo inminente, pero de todas formas hubo que esperar hasta 1888 para el «derrumbe final», no quizá del Espiritismo, pero sí del gran fraude de las hermanas Fox.

CULPA Y CONFESIÓN

«Estoy aquí esta noche como una de las fundadoras del Espiritismo, para denunciarlo como un absoluto fraude del principio al fin, como la más enfermiza de las supersticiones y la blasfemia más malvada que ha conocido el mundo.

«Os suplico me prestéis atención y me perdonéis, si puedo hacerme digna, con el paso que voy a dar. Os suplico también que extendáis la mano y me ayudéis para seguir en el buen camino, por el que he comenzado a andar.»

Estas son tan sólo algunas de las conmovedoras palabras que pronunció Margaret Fox en la noche del 21 de octubre de 1888 ante una nutrida concurrencia en la Academia de Música de New York.

Si bien el 15 de octubre Margaret y Kate ya habían firmado la autorización a Reuben Davenport para revelar la verdadera historia del origen del Espiritismo, Maggie no lo consideró suficiente y decidió dar lo que hoy denominaríamos una conferencia de prensa, haciendo un detallado relato de todo lo acontecido y con un show final, del que sólo un sordo podía dudar.

Aun cuando el comienzo había sido otro, en el incorruptible silencio que adornaba la sala, Maggie Fox desnudó su pie derecho, y con la sola ayuda de una pequeña banqueta de madera a modo de amplificador de sonidos, hizo crujir las falanges de su dedo gordo, haciendo escuchar los cautivantes raps que habían llenado los bolsillos de innumerables embaucadores y vaciado los de tantas pobres víctimas.

LAS MANZANAS DEL PECADO ORIGINAL

Para algunos tal vez resulte ridículo, o a lo sumo divertido, pensar que una travesura de niñas se pueda transformar en un capítulo de la historia. Pero basta con hacer un breve recorrido bibliográfico y ver cómo muchos casos perduran y otros nuevos se siguen sumando frente a la inocencia de los adultos.

Según el propio testimonio de las Fox, el ingenuo juego de hacer rodar y golpear una manzana contra el piso tirando de un hilo fue lo que al principio fascinó atemorizó a su madre, creando el clima adecuado para una posterior relación con los espíritus. Cuando vieron que obtenían el mismo éxito reproduciendo un sonido similar con el crujido de los nudillos de los dedos de la mano, comenzaron a intentarlo con los pies utilizando como apoyo y caja de resonancia el respaldo de la cama. Y así nacieron los raps.

La práctica constante las llevó a la perfección y, en algunas ocasiones, a recurrir a sus tobillos y rodillas.

La principal acusada fue su hermana mayor, Leah, quien desde el principio supo cómo era la trampa y sin embargo decidió transformar el fraude en un pingüe negocio (The World, 1888).

Finalmente, lo que para muchos terminó siendo una desilusión, devino para otros en una religión, y un tercer grupo lo hizo su objeto de estudio.

REFERENCIAS

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Primera publicación: Márquez, L. Enrique, “Poltergeist: una historia de burlas, travesuras y alborotos”, en El ojo escéptico N° 7-8, Año 3 / julio de 1993.

El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

Contacto: aagostinelli@gmail.com
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