Vía crucis de Kong: el eslabón perdido

A fines de los setenta King Kong visitó la Argentina. El show fue un fracaso y al gigante se le perdió pisada. Por años creció el rumor de que el muñeco había sido abandonado en Mar del Plata.

Desde entonces, Fernando Jorge Soto Roland se propuso reconstruir el itinerario, con resultados asombrosos. Primero localizó a Daniel Venneri, un hombre que en su juventud fue parte de una escena digna de otra película: un grupo de jóvenes pasmados ante los restos del monstruoso gorila en un playón de Villa Devoto. Así, Soto Roland destronó la leyenda según la cual Kong había hallado el fin de sus días en la costa atlántica. Pero otros misterios persistían. ¿Cuál había sido el siguiente destino de la bestia animatrónica? Gracias a aquella publicación, un empresario le escribió y le juró que él la transportó desde Mar del Plata hasta Buenos Aires, y desde Buenos Aires a San Pablo. Fernando expone el periplo latinoamericano del coloso peludo y cómo facilitó un conmovedor encuentro entre el empresario y el ladronzuelo, ya que Venneri retuvo varias piezas dentarias del gorila más famoso de la historia.

Por Fernando Jorge Soto Roland

Hay casos policíacos que tardan décadas en resolverse. Años en los que las investigaciones se paran por faltas de pruebas y sus expedientes terminan guardando polvo en algún archivo semi-olvidado. Se los llama “casos abiertos” (cold case, en inglés) y muchos de ellos se han convertido en enigmas, cuando no en verdaderas leyendas urbanas.

El tiempo pasa, los investigadores a cargo se jubilan y nuevos problemas reclaman la atención de las generaciones posteriores que, sin estar compenetradas, abandonan a su suerte el misterio. Pero un día, sin preaviso, aparece una pista, un testimonio, un recuerdo tardío que actúa como catalizador, abre nuevos caminos y acelera la resolución de un caso hasta entonces irresuelto.

Hay que tener paciencia. Muchas veces basta con desempolvarlo un poco, refrescarlo y dejar que la historia eche a rodar. Y así, sin proponérselo concientemente, las piezas del rompecabezas terminan encajando; revelando los aciertos y los errores de la investigación previa.

El animatronic de Kong en el predio de Luro y España (Mar del Plata), año 1979.

Algo así me pasó cuando empecé a investigar la visita que le hiciera a la Argentina (entre 1978-1979) el inmenso animatronic utilizado en la remake del film King Kong de 1976 ―producida por el famoso Dino de Laurentis― y que expuse en los artículos King Kong en Mar del Plata (publicado en marzo de 2013) y El Diente de Kong (publicado en mayo de 2015).[1]

En junio de 2017, la búsqueda iniciada hace ya cuatro años encuentra su resolución definitiva y la leyenda urbana, que circuló por 38 años en la tradición oral, libros, revistas, y sitios web, llega a su fin; cubriendo baches por entonces sin zanjar.

Permítame el lector una breve exposición de los hechos.

BACHES EN EL CAMINO
El jueves 7 de setiembre de 1978, mientras la Argentina soportaba la más feroz de todas sus dictaduras del siglo XX, el famoso muñeco animatrónico de King Kong llegaba desde los EE.UU., previa escala en Montevideo, a la Dársena C del puerto de Buenos Aires. Lo transportaba el barco Jujuy II perteneciente a ELMA (Empresa Líneas Marítimas Argentinas), cuyo capitán lo retuvo dos días más en sus bodegas, en tanto se concretaban los preparativos para el traslado al predio de la Sociedad Rural Argentina (SRA), según lo previsto por el grupo empresarial a cargo de toda la movida.

Así, el 9 de setiembre de 1978, remontando la avenida Santa Fe, las cajas que contenían las distintas partes del gorila circularon por pleno centro porteño ante la mirada atónita de los transeúntes y el madrinazgo de Pinky, por entonces una famosa locutora y animadora de televisión. Fue aquella una caravana por demás singular, a cargo de la Empresa de Transportes Román, y de la que dieron cuenta los medios más importantes de país.

King Kong estaba en la Argentina. No era algo de todos los días. El rey de los monstruos, como se lo bautizó en Hollywood, llegaba a un país con un objetivo: asustar a la gente. Aunque, en el caso de este monstruo, de un modo mucho menos macabro que el otro monstruo, el gobierno argentino: sin torturas, vuelos de la muerte o desapariciones forzadas.

El armado y puesta a punto del show demandó varias semanas. Finalmente, el 23 de setiembre de 1978, el aristocrático espacio del barrio de Palermo exhibió una maravilla de la mecánica jamás vista por estas latitudes: un mono de 17 metros de altura y 6,5 toneladas de peso, cuyo costo había alcanzado US$ 1.700.000.

Estuvo en la Rural cuatro meses, al cabo de lo cual, previo a la temporada veraniega, la Empresa Román volvió a cargarlo en sus camiones, trasladándolo hasta la ciudad balnearia de Mar del Plata, en la que el 1º de febrero de 1979, empezó a repetir el mediocre espectáculo circense que lo tenía como estrella principal.

El fracaso fue tremendo. Los litigios judiciales estallaron. Kong permaneció tapado por apenas una lona y casi abandonado en pleno centro marplatense. Cuando los trámites acabaron, el 28 de abril de 1979, el mono abandonó finalmente la costa bonaerense y regresó a Buenos Aires.

Días más tarde, según el testimonio recogido por autor del señor Daniel Venneri, el Rey de la Isla de la Calavera apareció en un playón del barrio de Devoto (calle Pareja, entre Campana y Cuenca), contradiciendo una larga tradición que sostenía que el muñecote había sido abandonado (y comido por las ratas) en un terreno baldío de la comuna de Batán, vecina a Mar del Plata.

Fue en ese playón donde Daniel Venneri y un grupo de amigos ―que por entonces tenían sólo 10 años de edad― se toparon con Kong, protagonizando una “travesura” que tendría, casi 40 años después, consecuencias insospechadas.

En aquellos primeros días de mayo del ’79, tras ingresar a la playa de estacionamiento (abierta y sin guardias, según el protagonista), los chicos treparon por las estructuras de hierro del robot, se metieron dentro de él y lo mutilaron, quitándole sendos dientes y muelas, que fueron repartidos como botín.

En 2015, Venneri me comentó que el gorila estaba divido en tres remolques. “Era enorme”, explicó.

Reconstruir esta historia me llevó casi dos años de investigación. Fue una tarea apasionante. Un juego de detectives donde pude confirmar los dichos de Daniel, al tiempo que desbancaba rumores. Pero en su historia habían quedado algunos huecos.

Nadie sabía qué había sido de Kong tras su paso por Devoto. Lo que sí supe es que hacia julio de 1979 el mismo muñeco estaba siendo exhibido en un parque de diversiones llamado Playcenter, en San Pablo, Brasil.

¿Qué había pasado en ese ínterin?

¿Quién trasladó semejante mole desde Mar del Plata a Devoto? ¿Por qué había sido depositado en ese playón? ¿A qué se debía la falta de seguridad, tratándose de uno de los muñecos más famosos de la historia del cine? ¿Hacia dónde había ido Kong después de abandonar el depósito de la calle Pareja?

No había datos. Faltaban detalles, que por entonces consideré menores. El cometido de probar que King Kong no había sido echado a la basura en la costa marplatense estaba cumplido. Así, leyendo un antiguo testimonio de Marcelo Gutglas (propietario de Playcenter) en una revista brasileña, especulé (erróneamente) que el mono (quizás) había viajado a los Estados Unidos antes de regresar a Brasil. Pero estaba equivocado.

En aquella oportunidad, el empresario paulista dijo algo que me desorientó:

En 1979 trajimos de los EE.UU. el muñeco original utilizado en la película. (…) Fue una sensación, con colas kilométricas. La curiosidad fue tal que golpeó el récord de asistencia del momento con 450.000 visitantes en julio”.[2]

Una parte del rompecabezas seguía sin resolverse.

Entonces, a dos años de mi pesquisa y cuando tenía la cabeza en otros temas, el 2 de junio de 2017 la sorpresa volvió a golpear mi puerta.

Era un email.

Yo nunca había escrito que Kong hubiera sido abandonado en Devoto. En el artículo de 2015 sostuve que su paso por el playón de la calle Pareja había sido temporal. Lo que no sabía era qué había sido de él tras ser desdentado por Venneri y sus amigos.

Las escuetas palabras del email me pusieron en alerta.

Kong reclamaba de nuevo mi atención.

Entonces, me comuniqué por teléfono con Samuel.

KING KONG Y EL INTERNO 28
Samuel Britvin es un empresario argentino, director y socio fundador de SAB Logística S.A. (Heavy & Project Cargo Team), una empresa internacional de transporte con sedes en San Isidro (provincia de Buenos Aires) y San Pablo (Brasil).

Britvin ha estado en “el negocio de los camiones” desde que nació: “He transportado de todo a lo largo de mi vida”. Y no exagera en lo más mínimo. Basta con recorrer su página de Internet para confirmar sus dichos.[3]

Samuel es un hombre con experiencia, inteligente, cordial y generoso a la hora del relato. Heredó su profesión de su padre (Samuel Britvin, 1929-2009), un empresario pionero en el ramo del transporte de carga por tierra, cuya actuación más destacada se dio entre las décadas de 1960 y 1980.

Con una activa vida empresarial en Argentina, Bolivia y Brasil, Britvin (padre) fue el primero en llevar a cabo una verdadera hazaña en su rubro: conectar en sólo 7 días la ciudad de Salta y San Pablo, hecho que una revista de economía se encargó de destacar al momento de su muerte.[4] De este modo, hacia 1965 nacía Transportes APRA (Automotores Para Rutas Argentinas), en su tiempo la empresa más importante del país antes de su quiebra en 1983.

Fue Samuel (hijo) quien me había mandado el email y con quien pacté un encuentro en la Avenida José Ingenieros 3030, Beccar, Partido de San Isidro.

A sólo 72 horas de nuestra comunicación telefónica, le puse pilas a mi grabador y viaje hasta allá.

No bien me instalé frente a su escritorio, Britvin me entregó una pequeña fotografía en colores. Era bastante antigua. Su formato cuadrado me recordó a las que solíamos sacarnos en los años ’70.

―Acá lo tenés… ―me dijo y lo primero que vi fue la estampa de Kong dentro del foso construido para su show en Mar del Plata, y a sus espaldas el inconfundible edificio color crema de la calle Jujuy.

Por primera vez en la vida tenía entre mis dedos una foto original del gorila durante su paso por la costa.

Quedé atónito.

Conocía al dedillo cada uno de los detalles allí retratados. Había pasado horas enteras mirando fotocopias, imágenes publicadas en los periódicos de la época o subidas a Internet en un blog perteneciente al diario La Capital de Mar del Plata.[5]

Estaba ahí. En mis manos. Hierático. Enorme. Expectante. Con una estructura metálica (¿andamios?) que parecía sostenerlo por delante. Levanté la mirada, sin poder contener una sonrisa y antes de que pudiera decir algo, Samuel agregó:

―Yo lo trasladé desde la costa a Buenos Aires.

No bien terminó de articular la última palabra, un verdadero huracán de preguntas me tomaron por asalto.

Lo que sigue es el relato que pone un broche a la historia de la visita de King Kong a la Argentina.


En 1978, Samuel Britvin tenía apenas 19 años de edad. Estaba recién casado y, al ser el mayor de los hijos de su familia, colaboraba activamente en el crecimiento de la empresa fundada por su padre (Transportes APRA); quien ―tras haber sufrido poco tiempo antes el secuestro y la tortura en manos de la dictadura militar presidida por Jorge R. Videla― no estaba muy bien de ánimo. Por ese motivo, Samuel, siendo aún joven, tomó el toro por las astas y se puso al hombro gran parte de las decisiones empresariales.

El camino que lo llevó hasta Kong estuvo marcado por encuentros y contactos previos, propios del mundo de los negocios y totalmente azarosos. A menos que uno crea en el destino, claro.

“Poco antes de casarme conocí a una persona que se llamaba Juan Francisco Soto. Era capitán de navío, vivía en la ciudad de Ranelagh (Partido de Berazategui) y del que me hice muy amigo.

En su momento él me propuso montar una fábrica en la provincia de Santa Cruz. Una fábrica de camiones que, por entonces ―a no ser la levantada por Scania en Tucumán― en el país era única en su tipo. De tal modo, y a sabiendas de que Volvo era la competencia, decidimos empezar los trámites con la embajada de Suecia, consiguiendo los contactos necesarios en aquel país; al que ―tras encontrar un grupo de financistas― viajamos. (…) El negocio no prosperó (…), pero de esa relación me quedó la amistad con Juan Francisco”.[6]

Pasado un tiempo, y a instancias del marino, Britvin y Soto concretaron el traslado de unos tractores de la empresa “Puerto Norte” a Bolivia y como producto de esa operación el vínculo entre ambos se hizo más estrecho.

“Poco después, en 1978, Juan Francisco me llama por teléfono.

―Te quiero invitar a un almuerzo en Recoleta ―me dijo. ―En la calle Libertador. Venite así hablamos.

El almuerzo era en la casa de una condesa llamada Simone Pérez Pichón. La mesa fue con protocolo y ceremonial. Mayordomos con guantes blancos, cocineras y demás. Como marcan la buenas costumbres de la aristocracia”.[7]

Yo ya conocía ese distinguido doble apellido. Había surgido en mi trabajo de investigación dos años antes.

Beky Simone Pérez Pichón (ese era su nombre completo) era la presidente de International Transax S.A., la empresa que, bajo la denominación comercial King Kong Producciones, había publicitado la llegada del gorila, en varios diarios del país.

Su dirección legal quedaba ―justamente― en la calle Libertador 1535.[8]

“Almorzamos ―continuó Britvin― y nos contaron que ellos iban a traer a King Kong; al que habían visto, en un viaje a Los Ángeles (EE.UU.), abandonado dentro de un galpón de la Fuerza Aérea. Entonces preguntaron de qué se trataba y les dijeron que el mono era del director y productor de cine Dino de Laurentis. Les propusieron alquilarlo y, de esa manera, se desarrolló la idea del negocio.

Me preguntaron si a nosotros (a Juan y a mí) nos interesaba participar y ―tras su paso por Buenos Aires― llevar el mono hasta Brasil. Pues la idea era organizar una gran gira sudamericana.

En eso consistió el almuerzo y nada más.

Más adelante, King Kong apareció en Buenos Aires. Lo transportó Román desde el puerto a la rural. Estuvo en Palermo y después se lo llevaron a Mar del Plata”.[9]

Con el gigantón fracasando estrepitosamente en la costa atlántica, sobrevino un segundo almuerzo en el que la condensa terminó cerrando con APRA el traslado del gorila hasta la ciudad de San Pablo, donde Marcelo Gutglas  ―propietario de Playcenter― lo esperaba con ansiedad.

“Cuando finalmente nos dieron el transporte a nosotros, fui corriendo a avisarle a mi viejo que íbamos a llevar a King Kong. Pero no le gustó la idea. Él tenía un laburo ―según dijo― que nada tenía que ver con transportar cosas así. Papá se dedicaba al transporte de frutas y con eso estaba feliz. Yo era el de las ideas raras. De hecho, era quien le decía: ‘hay que llevar un V8 para Tucumán, un transformador a Bolivia…’. Tenía otra forma de pensar y era razonable que así fuera. De todas formas el negocio de Kong estaba cerrado y le pedí que me diera uno de los camiones.

―Te voy a dar el camión más viejo que tengo ―me dijo. ―El interno 28.

Era ciertamente el más antiguo de la flota. Un Mercedes Benz 1114, con semirremolque de 2 ejes (el menos preparado de todos). Su chofer se apellidaba Festenese”.[10]

Con el camión ya asignado, Britvin empezó a organizar la carga en Mar del Plata.

“Viajé a la costa con mi esposa. Recuerdo que era después de Pascua, fuera de temporada y hacía mucho frío. Le pedí prestado a mi viejo su BMW 320 y ―como chico con juguete nuevo― nos dirigimos hasta allá a esperar los tres camiones que íbamos a necesitar: el interno 28 (en el que habíamos decidido cargar al mono así como estaba, armado) y dos más que eran los que transportarían por separado los dos brazos.

Recogimos a Kong en el predio de la avenida Luro y España. Había una grúa contratada y un técnico norteamericano que estaba a cargo de otras personas que llevaban adelante el trabajo que él les ordenaba.

A nosotros nos dijeron: ‘El mono en el camión y los brazos, junto con los demás equipos, en otros. Y así fue.

Estuvimos todo el día. Terminamos de cargarlo como a las once de la noche, pero ocurrió algo inesperado.

No bien habíamos concluido, y como en el predio en el que trabajábamos había muchos cables ―supongo de los aparatos de sonido y demás―, se produjo un cortocircuito y uno de los brazos del mono se empezó a prender fuego. Todos salimos corriendo a apagar el incendio, porque al lado, pegado, estaba el mono grande y, si se prendía fuego, todo iba a quedar destruido.

Lo apagamos con éxito.

A la noche fui a llamar a mi viejo, que me había pedido le contara como iba la cosa. Cuando le relaté el inconveniente que habíamos sufrido, me dijo: ‘¡Sos un tonto! Hubieras dejado que se incendiara todo. ¡Teníamos un seguro de un millón de dólares a favor!’

Lógicamente después aprendí un poco más sobre seguros…”.[11]

Ya con el mono desmembrado en tres acoplados, Britvin, al día siguiente, fue a buscar a la zona de Camet ―donde estaba la Policía Caminera― a cuatro agentes motorizados para que hicieran de custodia y los acompañaran desde Mar del Plata hasta Buenos Aires.

Un rey como Kong era lo mínimo que se merecía.

“Salimos de avenido Luro. Hacía frío. Los muchachos de la policía vestían una camperas impermeables extraordinarias y así, llegamos a destino, después de 18 horas de viaje.”

En ese momento del relato, Samuel me miró fijamente. Sonrió y preguntó:

―Adiviná, ¿dónde lo dejamos?

No dije nada.

Entonces él respondió:

―En la calle Pareja, entre Campana y Cuenca, del barrio de Devoto.

Los dichos de Daniel Venneri, el joven “dentista” de Kong, volvían a confirmarse.

“Allí, en Villa Devoto, era donde mi viejo tenía uno de los depósitos. Pertenecía a una empresa muy vieja, de la familia Bañares (que eran de Córdoba) y que ellos tenían ahí para poner sus camiones. Pero como tenían el predio vacío desde hacía tiempo, se lo alquilaban a papá temporariamente. Sólo para estacionar los camiones. Nada más.

Y ahí fue en donde se quedó el mono unos cuantos días, ya que teníamos que esperar lo que por entonces se llamaba Guía de Importación, emitidas por el Ministerio de Economía de Brasil. Sin eso no podías ingresar nada a ese país. Mientras esperábamos eso, tramitábamos los permisos de Vialidad Nacional ya que eran ellos quienes nos tenían que decir por donde circular. Imaginate, el mono, aún acostado, era muy alto. Tenía 4 metros, más 1,50 metros del semirremolque. Un total de 5,50 metros en el pecho y la cabeza, que eran las partes más altas. Por tanto, había que tener un itinerario claro por dónde pasar.

Mientras hacíamos todos los trámites dejamos al mono durmiendo en el depósito de Pareja.

Finalmente, cuando los permisos de Brasil estuvieron (tardaron unos 20 días) y el Playcenter estaba listo para recibirlo, nosotros empezamos a andar con los camiones”.[12]

El itinerario que Samuel me relató partió de Devoto. Tomó por Ruta 8, hasta la ciudad de Pergamino y desde ahí, tras dar toda la vuelta por Santa Fe, llegaron finalmente a Paso de los Libres, donde cruzaron a Uruguayana (Brasil).

El viaje no estuvo a salvo de inconvenientes.

“En Pergamino había un puente por el que no podíamos pasar. Era demasiado bajo. Vialidad Nacional no había previsto que, por obras de mantenimiento, se había repavimentado ese sector de la ruta y, por lo tanto, el nivel había subido unos cuantos centímetros. Suficiente para que el mono no pudiera pasar. Ahí nos demoramos como cuatro días. Teníamos que ver cómo hacíamos. En tanto los dos brazos siguieron su camino. Finalmente pudimos solucionar el problema comprando 12 cubiertas de camioneta para el semirremolque, con lo cual lo bajamos 40 centímetros. Con esas ruedas siguió viaje hasta su destino final”.

Cuando llegamos a la frontera se armó una ‘revolución’ por el tema del mono.

 Kong estaba ahí. A la vista de todos. Tapado con una lona, pero con la cabeza al aire libre. Así fue cargado según indicaciones del ingeniero que lo tenía bajo custodia. Con la cabeza no deberían tener ningún problema, porque decidió dejarla al descubierto. De hecho, los dos brazos viajaron de la misma forma. Sólo le taparon las partes del mecanismo hidráulico. Las otras no”.[13]

Pasado el trámite de aduana, y con el gorila en suelo brasileño, el Mercedes Benz 1114 de APRA emprendió su camino al Playcenter de San Pablo. Pero un nuevo viajero se sumó a simiesca caravana. Su nombre era Mateus Carvalho Filho. Un joven hombre de confianza de Samuel que se encargaría de acompañar al chofer y mantener a la empresa al tanto ―vía telefónica― de todo lo que ocurriera en el trayecto.

Conocida su identidad a través de Samuel, me comuniqué con Mateus vía Facebook, pudiendo ―gracias a él― ajustar un poco más los tiempos del viaje (y recibir la maravillosa fotografía de arriba).

―Estuvimos detenidos, por trámites de aduana, cuatro días en Uruguayana ―me dijo Mateus―; después, por Ruta 290, salimos hacia Porto Alegre, donde nos quedamos una semana. Recién entonces, por Ruta 116, partimos para San Pablo.

El peregrinar de Kong impacientó a los empresarios paulistas.

“Cuando el mono iba de camino al parque de diversiones ―explicó Britvin―, una empleada nuestra en San Pablo, llamada Ana (y a la que llamaban desde la administración de Playcenter para averiguar por dónde estaba el gorila) se comunicó con nosotros. Fue muy cómico porque, cuando le dijimos que estaba cerca de la ciudad de Jundai (famosa por producir bananas) nos preguntó: ― ‘¿Cerca de Jundai? ¿Tiene hambre? ¿Le van a dar de comer?’.”

Ana no había visto la película de De Laurentis. Ni imaginaba qué tipo de simio era el que APRA transportaba.

Finalmente, con cubiertas nuevas y un Kong desmembrado a bordo, el Interno 28 arribó a destino.

 “Nosotros fuimos los que decidimos poner un gran cartel en el camión, al llegar. Para promocionar el parque. Entramos a San Pablo por una avenida muy concurrida, en la que todo el mundo lo podía ver”. 

 “Ya teníamos contratadas, a la gente de Almeida, las grúas necesarias para manipular al mono. Y así fue como terminó el viaje”.

Pero aún faltaba la mejor parte de la historia. Un desenlace impensado.

Me relató Samuel:

“―Cuando llegó el momento de cobrar el flete, e dueño de Playcenter, Marcelo Gutglas, mandó a que inspeccionaran a Kong. Y adiviná qué… ¡No lo pago! ¿Y sabés por qué?

―No, no sé…―aunque lo imaginé.

― ¡Porque le faltaban los dientes! De hecho, nos quedó debiendo US$ 14.000.[14]

EPÍLOGO
Siempre hay un dejo de tristeza cuando un proyecto termina. Lo mismo me pasa cuando leo un buen libro. No dan ganas de llegar a la última página. Es lo que me sucede con esta búsqueda de más de cuatro años, tras las huellas de Kong por nuestro país.

Debería estar contento. Lo estoy, pero a medias.

En lo que a mí respecta, todas las dudas que tenía al principio de la pesquisa han sido respondidas. Al menos aquellas que involucran al famoso gorila dentro de las fronteras del actual MERCOSUR.

Cuando me inicié en el asunto estaba convencido de que Kong había terminado sus días pudriéndose en un terreno baldío a las afueras de Mar del Plata.

La fuerza de los rumores me inclinaron a creer en ellos y, por casi cuarenta años, cada vez que daban por tele la versión de 1976, no podía evitar imaginarlo tirado, cubierto de basura, comido por las ratas o desguasado por personas indigentes en pos de materiales con los cuales construir sus humildes casas.

Por fortuna nada de eso ocurrió.

Todo era falso.

El Rey Kong siguió su camino manteniendo en alto su dignidad muchos años más.

En 2013 no imaginé que después de tanto tiempo el pequeño ladronzuelo del barrio de Devoto pudiera conectase y conversar por teléfono con el responsable del cuidado y traslado del mono a Brasil, en mayo/junio de 1979.

Eso sucedió el 5 de junio de 2017, justo enfrente mío.

Ese encuentro inesperado ―tanto para Venneri como para Britvin― terminó dándose, aparentemente sin rencores, refrescando la memoria y abriendo un camino de negociaciones que desconozco en qué terminarán.

Hacía mucho tiempo que no me sorprendía.

Años atrás, un queridísimo amigo, poco antes de morir de cáncer, y ante mi pregunta de si tenía miedo, me dijo: “No, Negro. No tengo miedo. ¿Sabés qué? Después de los 50 años todo es repetición. Variaciones sobre temas que ya conocemos de sobra”.

Sigo creyendo que hay mucha verdad en esa frase. Pero, con 54 marzos sobre mis espaldas, puedo agregar algo más que trillado: Hay siempre excepciones a la regla.

Y Kong fue, para mí, esa excepción.

GRATITUD. Quiero hacer público mi más profundo agradecimiento a los señores Samuel Britvin, Daniel Venneri y Mateus Carvalho Filho por haberme desasnado y dado respuestas a las dudas que arrastraba desde mis 16 años.
FJSR, 9 de junio de 2017

NOTAS
[1] Recomiendo la lectura de esos dos trabajos a fin de tener una idea general sobre la problemática que aquí se trata. Véase El Diente de Kong, Revista la razón Histórica, España, y King Kong en Mar del Plata y en Revista Todo es Historia, N° 575, año XLVIII, Junio de 2015, bajo el título King Kong en Mar del Plata. También en este mismo blog, El día que King Kong encalló en Mar del Plata.
[2] “Chegou a hora de mudar, diz fundaror do Playcenter”. Véase asimismo el artículo “Playcenter sofre com histórico de acidente”. Revista Veja Sao Paulo, 8 de abril de 2011.
[3] Véase información sobre la empresa y la Fundación Britvin.
[4] Véase: Falleceu Samuel Brtivin pioneiro do transporte rodoviário internacional.
[5] Véase: Fotos de Familia. El gran álbum de Mar del Plata.
[6] Testimonio de Samuel Britvin. Grabado el 5 de junio de 2017. Archivo del autor.
[7] Testimonio de Samuel Britvin. Grabado el 5 de junio de 2017. Archivo del autor.
[8] Véase El Diente de Kong, Revista la razón Histórica, España. Pág. 37.
[9] Testimonio de Samuel Britvin. Grabado el 5 de junio de 2017. Archivo del autor.
[10] Testimonio de Samuel Britvin. Grabado el 5 de junio de 2017. Archivo del autor.
[11] Testimonio de Samuel Britvin. Grabado el 5 de junio de 2017. Archivo del autor.
[12] Testimonio de Samuel Britvin. Grabado el 5 de junio de 2017. Archivo del autor.
[13] Testimonio de Samuel Britvin. Grabado el 5 de junio de 2017. Archivo del autor.
[14] Testimonio de Samuel Britvin. Grabado el 5 de junio de 2017. Archivo del autor.

RELACIONADAS
El día que King Kong encalló en Mar del Plata
¡Teletransportame Uset! (In memoriam 1939-2015)
«No humanos», o cuando el ovni se hizo película
Profanaron la tumba de Murnau, director de Nosferatu, y lo dejaron sin marola
Una película denuncia crímenes de Estado en Trelew
Ex Esma: donde el horror se impone al silencio
A puñetazos con Orson Welles
Polybius, la verdad sobre el videojuego maldito
Navidad oscura: 5 seres más frikis que Papá Noel
¿Quién, o qué cosa, tiene los derechos de Lovecraft?
La muerte les sienta bien
Magia a la luz de la Luna
Godzilla: por qué cada día es más grande
Cine como radioteatro
No sólo los buenos zafan del fuego
Los Archivos Secretos de Chewbacaa
JFK: el siniestro complot del hombre del paraguas
Los Simpson paranormalizados
Alunizar: derecho a replica
¡Alucinaje en el Bafici! O una de conspirados.
Bimbo, el perro que fue a Marte, expulsado por “bestialismo”
¿A dónde te querés ir?
¡Huid, salvad vuestras vidas! ¡Ovnis nazis atacan a la Tierra!
¿Te animas a revivir el vuelo de Yuri Gagarin?
¿Y si se hubieran filmado en universos alternos?
El Guincho: pop negro que trastoca las miradas
Con los pájaros volados
Los Archivos Secretos de Chewbacca
La trekkie que cumplió el sueño que nadie había podido concretar
Nostalgias de E.T. (o) Las lagrimas de Elliot nunca secaran
MIB: Cuatro historias reales en America Latina
Jean Giraud “Moebius” (1938-2012)
La vida larga y prospera del Sr. Spock
ETs en TV: si los marcianos ven nuestra tele jamás aterrizarán
James Tiberius Kirk nunca se jubilara de nuestros sueños
Perseguido por «el espiritu de una epoca»

El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

Contacto: aagostinelli@gmail.com
Alejandro Agostinelli en Twitter
Alejandro Agostinelli/Factor 302.4 en Facebook
+ info sobre el autor, Wikipedia en Español
+more info about Wikipedia English