¿Qué usamos para pescar a Momo? ¿Cañas o escobas? La Cuarta Pared enseña que la magia teatral está del Otro Lado. ¿Y qué ocurre si esa pared se rompe? ¿Puede aquella realidad ficticia “entrar” en la realidad ordinaria? Los creepypasta reformulan extrañamente el concepto de realidad, relegando a ésta a cierta ambigüedad para aumentar la efectividad de las historias de miedo. Entre las tradiciones culturales, los “engaños artísticos” y las explicaciones tecnológicas, la Lic. en Psicología Lucía Manucci expone las nuevas tramperas que acechan en el ciberespacio y Más Allá.
Por Lucía Manucci
La cuarta pared. Así le llamamos al vidrio imaginario que nos separa de los personajes de ficción que son representados en el teatro, los films y en el papel.
El concepto fue postulado por Denis Diderot y Stendhal. Plantea que los personajes no saben que son parte de una obra de ficción, no tienen conciencia de que estamos ahí. Mefístofeles, por ejemplo, puede ofertar por el alma de Fausto pero no puede trasladarse mágicamente a un palco en una nube de azufre y convencer a los espectadores de que, a cambio de un módico estipendio, nos puede rejuvenecer y entregar en bandeja todo lo que nuestro corazón deseé.
Pero así como el concepto existe para respetarse, también existe para romperse, como cuando los personajes se dirigen directamente a los espectadores o lectores, pretendiendo interactuar con ellos o hacerles notar que efectivamente tienen conciencia de su realidad ficticia. Posiblemente, el ejemplo más famoso en el teatro es cuando en la obra Peter Pan los espectadores deben aplaudir para salvarle la vida a Campanita. Hoy, el ejemplo más conocido es el de Deadpool, el personaje de Marvel que ha llegado a pedir a los lectores que llamen a un taxi. O que increpan a los autores por sentir que manejan sus vidas como si fuesen marionetas sin sentimientos. En estos casos, los espectadores saben que solo es una ocurrencia. Campanita tiene que levantarse para que siga la obra y Deadpool no necesita transporte. Ahora bien, ¿qué pasa cuando la pared se rompe pero el observador no sabe que lo que ve no es real? ¿Qué pasa cuando el espectador es engañado por una mezcla de ficción y manipulación? Esto se ha visto muchas veces en internet. Pero hoy el exponente más importante parece ser la enigmática figura de Momo.
Momo, los creepypasta y el eterno arte saltearse el (cuarto) muro
En el caso de los creepypasta, esto ocurrió muchas veces en mayor o menor medida, incluso antes de que Momo se hiciera viral. Por ejemplo, en el caso de Candlecove, la historia de un supuesto show infantil de televisión con pocos pero muy extraños episodios y que esta relatado como un intercambio a través de un foro de internet. Esto hizo que algunas personas creyesen que el dialogo entre los foristas era real y, sumado a algunas representaciones de cómo se vería el programa, no faltó quien saliera a buscar datos para confirmar si la historia tenía un dejo de veracidad. Finalmente su estatus como obra de ficción quedó confirmado cuando Kris Straub, autor de la historia original, vendió los derechos para su adaptación a la TV dando como resultado la primera temporada de la serie Channel Zero que se emitió por Syfy en 2016. Como ocurre a menudo en internet, otras personas se sumaron a agregar contenido a la leyenda.
Otro caso conocido fue la saga de “Búsqueda y rescate” cuya autora, Kerry Hammond, publicó en el subreddit “Nosleep”, que contenía ocho historias protagonizadas por un rescatista durante su labor en un innominado parque nacional de los Estados Unidos. En la voz del protagonista, Hammond comenzó relatando historias que, si bien eran espeluznantes, sonaban mayormente plausibles y tenían que ver con hechos desafortunados o simplemente negligencias que terminaban en tragedias, pero a medida que la historia avanzaba tomaron un decidido cariz sobrenatural. Diferentes lectores notaron las similitudes entre la historia y el libro “La casa de las hojas” de Mark Z. Danielewski y con los relatos recopilados por David Paulides de personas desaparecidas en bosques y parque nacionales de su país, lo que, en algunos casos, hizo que la gente se convenciera de que estas historias eran ficticias y, en otros, a que pensaran que al menos una parte era real, efecto que se acrecentó cuando Hammond, en la piel de su personaje, aseguró que efectivamente conocía el trabajo de Paulides y lo relacionó con lo que había visto. Eventualmente, la autora reveló que todo era un trabajo de ficción y continuaría con la novelización de su obra por fuera de internet, lo que alegró a muchos pero dejó escépticos a varios. Pese a que Nosleep es conocido como un lugar de historias de terror y no como un foro donde se relatan hechos verídicos, algunos hasta se ofendieron y alegaron que la autora no podía ser el verdadero rescatista, subiéndose a su fama. Por cierto, la misma Hammond, en una entrevista, expresó su sorpresa cuando alguien le escribió enojado porque se sintió estafado. Quien, por su parte, tampoco lo tomó a bien fue el propio Paulides. El sostiene que las historias fueron creadas por gente que admira su trabajo pero que lo referenció para ganar clicks y me gustas en las redes sociales, pero que en sus años de experiencia, nunca nadie jamás le habló de las misteriosas escaleras que aparecen en la saga de “Búsqueda y rescate”, una pieza fundamental de la misma sin nada que se le parezca.
Finalmente tenemos el caso de la historia 630-296-7536, también conocida como “Boothworld Industries”. Es la historia de una empresa dedicada a matar gente por encargo, por supuesto que diversas personas intentaron llamar al misterioso número en más de una ocasión.
Algunos juran que el número funciona y se pudieron comunicar. Lo que omiten es que la historia tiene un autor conocido, Christopher Bloodworth. De hecho, “Boothworld” en realidad es un anagrama de su apellido. El número y el mensaje grabado que se escucha forman parte de una estrategia para dar a conocer su obra “Boothworld Industries Initiation Kit”, que el autor define no como un libro sino como “una experiencia interactiva”. Las pocas veces que la empresa se comunica con alguna persona que llamó, es el propio autor devolviendo la llamada, quien confesó en una entrevista que de vez en cuando lo hace porque “las reacciones son usualmente divertidas”.
Estos tres casos están hermanados por la misma idea: crear una historia lo suficientemente interactiva como para involucrar al lector con algunos toques que aumentan su veracidad pero con un contenido difícil de creer (en el caso de Boothworld Industries la extrema rapidez en la que parecen hallar a la gente y, en las otras, el contenido paranormal), pero en ninguno de los casos sus autores quisieron engañar a nadie activamente y siempre terminaron reconociendo su autoría. Esta parece ser la diferencia principal con Momo, cuando menos por ahora.
El origen de Momo
La historia de Momo comienza con la imagen de una escultura creada por la compañía japonesa de efectos especiales Link Factory. La obra fue exhibida en la exposición «Ghost Gallery III Underworld» (galería fantasmal III Inframundo) realizada del 15 al 27 de agosto de 2016 en una galería de arte llamada «Gen Gallery (vanilla gallery)» ubicada en un barrio de clase alta de Tokio.
Esto nos recuerda a la historia de un famoso creepypasta “El experimento ruso del sueño”, asociado a menudo con una imagen supuestamente real en la que se observa a uno de los pacientes involucrados en la investigación, pero que no es más que la fotografía de un muñeco animatrónico que se comercializa como decoración de Halloween y que pueden ver aquí:
No es la primera vez, como se ve, que un supuesto relato de terror se aprovecha de una imagen que no tiene ninguna relación con la historia a la que luego se le enlaza.
Ante la mirada occidental, el ser parece remitir a las sirenas griegas originales (no, no las que tienen cola de pez, las primordiales), seres con alas y pies de ave, pero con el torso superior de una mujer y por medio de cánticos llevaban a la perdición a los marineros. Algo suficientemente humano y animal como para atemorizar e intrigar: a veces matan y otras marcan la vida de aquellos que se topan en su camino para siempre, como el Alkonost, que hace que quienes la escuchen olviden y descarten cualquier posesión que tengan o puedan poseer y el ave sirin, con poderes similares a la anterior pero que, con una visión cristiana, fue resignificada para simbolizar la felicidad celestial. Por supuesto, no podemos olvidar a las harpías que podían conjurar tempestades y provocar la peste solo con su fétida presencia. Es decir, es una imagen que en el imaginario popular, más allá del rostro enajenado de la escultura, de por sí asociada a seres que causan el infortunio y la muerte.
Situada dentro del contexto oriental en que la obra fue creada, adquiere un cariz aún más perturbador. El verdadero nombre que sus creadores le pusieron a su obra es “ave Guai”, un tipo de ser sobrenatural que aparece en el folklore de Japón y China con diferentes nombres. En Japón se les conoce como Ubume, que significa “mujer pariendo” y es un yōkai, un ser que no es el espíritu de un difunto ni un monstruo, sino los sentimientos de dolor y agonía que alguien experimentó con mucha fuerza antes de morir. En este caso, se trata de una mujer que murió dando a luz o a consecuencia de un parto y que siente que dejó a su hijo o a sus hijos abandonados en el mundo, lo cual le produce una tremenda culpa. En algunas historias intenta deshacerse de un bebé al que no puede auxiliar (que al tenerlo en brazos adquiere cada vez más peso hasta convertirse en una roca) y en otras intenta robarse los niños que encuentre desprotegidos para paliar su pena.
Vemos entonces como todo va tomando forma, un ser de apariencia terrorífica que culturalmente puede relacionarse con cosas terribles tanto en Oriente como en Occidente, recibe de pronto un nombre diferente al que sus autores le dieron y sus imágenes se manipulan para que no notemos que estamos frente a una escultura que nada tiene que ver con la historia que se planea difundir. Luego se reproduce la sensación de cercanía que Bloodworth consiguió en la ya mencionada “630-296-7536”, no podremos ver ni tocar a Momo pero ella se puede comunicar con nosotros con algo tan sencillo como un mensaje a través de WhatsApp. Así, nuestro miedo aumenta. Si nos puede escribir, si nos puede enviar imágenes “eso” debe existir… ¿debe existir?
Desehuesando al ave, digo, desentrañando a Momo
Para empezar, no existe un único número para agendar a Momo a la aplicación de mensajería. Sin embargo, el primero y más famoso que comenzó a circular tiene un prefijo que indica que la historia empezó en Japón. Otros números tienen su origen en países como México y Colombia. ¿Esto quiere decir que existe un ente sobrenatural comprando teléfonos y chips a lo largo del globo vaya uno a saber con qué fin? Si aplicamos la navaja de Occam, la explicación más sencilla es que puede tratarse simplemente de una broma pesada que se escapó a su creador o creadores de las manos, que fue replicada por otros alrededor del mundo. En el ambiente de los creepypasta más famosos esto es algo muy común, Slenderman, Jeff The Killer y otros personajes tienen autores conocidos pero hay infinidad de historias en las que aquellos reaparecen. Es parte de la naturaleza misma de los creepypasta reproducir un fenómeno o repetir la aparición de un mismo ser en diferentes contextos (incluso en algunos casos contradiciendo explícitamente a la historia seminal). En este caso, la diferencia sería que no hay personas tomando prestados personajes, sino realizando bromas macabras, especialmente a niños que se ven atraídos por lo sobrenatural del relato.
¿Pero cómo puede hacer una sola persona o un grupo para contestar los cientos, sino miles de mensajes que le llegan a diario? Al parecer no todos los que contactan a Momo reciben una respuesta, pero aunque no se le pasara por alto ni un solo contacto, la explicación dista de ser paranormal sino que es meramente tecnológica. Con un poco de conocimiento o la ayuda de un tutorial, cualquiera puede crear un bot para que WhatsApp proporcione respuestas programadas y responda con frases o fotos.
Con respecto a las frases, estas pueden relevar información que uno crea que el otro no puede conocer, pero un dato genérico expresado de una manera ambigua o vaga le puede aplicar perfectamente a la mayoría de las personas. Este fenómeno es conocido como Efecto Forer, Efecto Barnum o la falacia de validación personal: quien recibe la información cree en la autoridad o experiencia de quien la imparte, en este caso una persona ya sugestionada ante imágenes de violencia y supuestos testimonios de gente que experimentó lo mismo (que pueden tratarse, cuando no de sugestión, de creepypastas inspirados a su vez por la figura de Momo), puede atribuirle un conocimiento sobrenatural a quien esté detrás del hecho sin siquiera pararse a reflexionar.
¿Y si la aplicación es programada y actúa de modo mecánico, cómo se explica que sepa datos personales de quienes agendan a Momo? Al igual que en el punto anterior, no todo el mundo asegura haber recibido datos personales, pero quienes lo hacen no tienen en cuenta que internet es el proverbial abismo que mira dentro de uno mismo. Si se registraron en la aplicación con su nombre real cualquiera puede buscarlos en internet y averiguar su página de Facebook (especialmente si no tienen las opciones de privacidad restringida), su Instagram o los de sus seres queridos. Si Momo les dice que una imagen en particular les recuerda a su hermana, a su mascota, etc; no significa que está espiando su hogar, solo significa que alguien se tomó la molestia de ver qué información podía obtener online y decidió ir más fondo en algunos casos, como hace Bloodworth cuando de vez en cuando alguien intenta contactarse con “Boothworld Industries”.
¿Qué puede obtener alguien con esto? ¿Cuál es el fin? Eso depende, puede ser una broma pesada que se le fue a alguien de las manos y otros comenzaron a replicar una vez que intuyeron como llevarla a cabo. Pero también puede tratarse de una estrategia para robar datos e información personal. De hecho, el número japonés de Momo tiene un texto que traducido dice «La gente me llama L», una clara referencia al manga Death Note que en sí mismo es una pista de la forma en que opera quien está detrás de Momo. “L” es el apodo de un joven brillante que se dedica a resolver crímenes y gracias a sus poderes de observación obtiene información de otros sin nunca revelar su verdadero nombre ni ofrecer pistas sobre su vida, pero que se aprovecha de lo que los demás dejan al descubierto y de la forma en que reaccionan ante sus revelaciones.
¿Entonces no hay nada que temer? No necesariamente. La idea de compartir nuestros datos personales con extraños nunca es buena, especialmente si tenemos en cuenta que cualquiera puede aprovecharse de esta historia para amenazar a otros o robarles información crucial.
En este sentido no es de extrañar que la historia se asocie a niños o adolescentes que terminan muy asustados. No solo se trata de monitorear sus actividades en internet, sino de enseñarles a pensar críticamente. Los niños de hoy no nacen siendo nativos digitales, simplemente se acomodan mejor a las nuevas tecnologías por su falta de prejuicios o porque les resulta cómodo.
Eso se convierte en un arma de doble filo: ni todo lo que está en internet es falso ni todo lo que parece inocuo lo es. Es nuestra responsabilidad enseñar y compartir que no solo la verdad está ahí afuera, también están las mentiras y la duda, pero, sobre todo, la idea de que en este gran mar de ideas donde vivimos enseñar el uso de la lógica y fomentar el pensamiento crítico es la gran diferencia entre salir a pescar con una caña o una escoba.
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