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Jorge Wagensberg, el físico que viajó en el tiempo

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Por Alejandro Agostinelli

En 1993 Jorge Wagensberg tenía 45 años. Hacía dos había fundado el maravilloso museo de la Fundación «la Caixa» en Barcelona, que dirigió hasta 2005 (hoy denominado CosmoCaixa, referente internacional de los museos de la ciencia) y del que siguió siendo su director científico hasta 2014.

En aquella ocasión Wagensberg visitó Buenos Aires. Asistí a dos de sus charlas y le hice una extensa entrevista, en la que abordamos varios temas que le interesaban en la época. Decidí exhumar esa conversación porque lo que hablamos sigue vigente y porque, al pasar, deja caer una profecía de miedo: vaticinó que nuestra charla iba a sobrevivir el paso del tiempo. Que iba a viajar al futuro; en suma: que iba a llegar hasta nuestro presente. Esto no tendría nada de raro si no fuese porque estuvo a punto de no ser así: la entrevista quedó varada a mitad de camino de una polémica sobre la New Age en Página/12. El editor del suplemento era Rolando Graña. Y el periodista (por entonces, después ya no sé) no disimulaba su simpatía hacia los de la vereda de enfrente.

Descargar "El paradigma enchantado" Nº15 Año VI Julio 1996. Es la segunda parte de esta misma entrevista.
Descargar «El paradigma enchantado» Nº15 Año VI Julio 1996. Es la segunda parte de esta misma entrevista.

La entrevista jamás se publicó. Una pena, porque Internet todavía estaba poco difundida y Jorge hablaba de la simulaciones informáticas o de exponer a la ciencia de la manera más asequible posible cuando aquello parecía delirante y en verdad era vanguardia. El intercambio culminó cuando Graña decidió no publicar aquel artículo, donde entrevistaba a Wagensberg sobre las llamadas “Ciencias de la Complejidad” (aunque luego me dí el gusto de sacar esa parte de la entrevista, titulada El paradigma enchantado, en El Ojo Escéptico.) Wagensberg también reivindicaba su especialización en asuntos complejos pero estaba del otro lado de Alejandro Piscitelli y un grupo emergente de cientistas para-lacanianos que reivindicaba idéntica vocación.

Hablábamos sobre la aparente imposibilidad de viajar al pasado. “Yo tengo una explicación más clara y contundente. Ir hacía el futuro es muy fácil. Lo imposible es volver hacia el pasado, por la propia irreversibilidad del proceso. Y se puede demostrar que es imposible regresar al pasado por un razonamiento que ni siquiera es científico sino lógico: imagínate que puedes ir al pasado e intervenir en él. De algún modo, ya lo hemos conseguido: al escuchar el casette o al leer la transcripción de esta entrevista, cualquiera podrá presenciar el pasado. ¡Claro que esto no tiene ningún mérito! Lo que sí tiene mérito es ir e intervenir en el pasado. En ese caso, tú puedes ir al pasado, matar a tu padre antes de que conozca a tu madre y tienes una contradicción insuperable. ¿Qué haces ahí, borrando tu existencia? Para mí, entonces, no hace falta discutir nada más. Porque previo al conocimiento científico hay una inconsistencia lógica, y la ciencia está basada en la lógica. ¿Cómo vas a hacer ciencia con una lógica que ya no funciona? El segundo principio de la Termodinámica confirma todo eso”, me dijo, con aplastante seguridad, el doctor Wagensberg, físico, epistemólogo, escritor y ex director Museo de la Ciencia de Barcelona. A continuación, la entrevista que nunca salió en aquella edición noventista del suplemento Futuro de Página/12.

jw“La ciencia no debe ser patrimonio de los científicos”

Mientras la fotógrafa de Página/12 busca el mejor perfil, Jorge Wagensberg sólo le pide no salir con ojos de conejo. No es un rock star, pero los periodistas y un cerrado manojo de entusiastas casi le hacen creer lo contrario. El Programa Universidad Internacional de Verano, un ciclo de la Universidad de Buenos Aires, había comenzado a traer al país a personalidades que están «a la vanguardia del pensamiento científico contemporáneo». Él encaja maravillosamente en ese perfil, pero en estos días él también es un físico maravillado por la turbulenta expectativa que sus ideas han despertado entre los argentinos que estábamos ahí, pendientes de cualquier cosa que hiciera o dijera. El sentido del humor, el carisma y ese sutil desparpajo que lo caracterizan fueron las cualidades celebradas por quienes concurrimos a sus conferencias, absortos y atentos a cada idea de una cabeza en ebullición.

Wagensberg entró en el mundo de la ciencia entusiasmado con las matemáticas. “Pero me parecían muy frías. Es que las matemáticas son una construcción mental que no tiene por qué hacer concesiones a la realidad. Opté por la física, y lo hice porque era matemática en colores, donde el aparato matemático sí se aplica a la realidad”.

En 1985 tuvo una oportunidad que rara vez se le presenta a un hombre de ciencia: acompañar el proceso de desarrollo de un proyecto educativo fascinante: relanzar el Museo de la Ciencia de Barcelona.

Mientras fue su director científico, el Museo era “un disneylandia de la ciencia”, como los de EE.UU. Poco después la empresa patrocinante –la Fundación La Caixa, de Barcelona– lo ungió Director y puso a su disposición los recursos que le permitieron convertir al museo en un moderno centro de aprendizaje interactivo. “Es otra vida. Antes daba ideas y me volvía –suelta un suspiro nostálgico y sonríe– ahora debo quedarme ahí y ver que esas ideas se lleven a cabo.”

Es autor de “Nosotros y la ciencia” (1980) e “Ideas sobre la complejidad del mundo” (1985), dirige la colección Metatemas –Libros para pensar la ciencia de Editorial Tusquets y preside la Asociación Europea de Museos de la Ciencia, formada por cuarenta entidades similares, “aunque entre ellas –aclara– sólo diez son vanguardistas”. Ha emprendido la tarea con pasión casi devocional. “Una de mis misiones es tratar de reconvertirlos –explica–, ya que buena parte de estos museos no nacieron con la idea moderna de poner al ciudadano en la piel del científico y estimular el conocimiento científico. Por eso mi propuesta va más allá. Intentamos que abandonen el concepto de museo tradicional, incluso la idea moderna de museo, para que sean universidades de ciencia para el ciudadano, lugares donde formar opinión científica, cuya ausencia es uno de los grandes traumas de la sociedad actual.”

Para Wagensberg, experto en desenredar paradojas, en el día a día la gente se encuentra ante una disyuntiva trágica: al tiempo que se siente cada vez más influida por los artefactos de la ciencia y la tecnología, ésta se va alejando cada vez más del conocimiento científico. “En la vida cotidiana –asegura– faltan toneladas de ciencia, y el cuadro no se revertirá mostrando vitrinas de antigüedades, o cosas como el sombrero de Einstein”.

–¿Qué hacer para que cada vez más gente se acerque a la ciencia y la tecnología?

Por falta de tiempo biológico –el método científico se comenzó a articular hace pocos siglos– el ciudadano no ha desarrollado un estímulo equivalente a la sed de conocimientos. El conocimiento artístico y el místico, en cambio, son estímulos que sí han tenido tiempo para germinar y expandirse. ¿Qué mueve a un científico hacer ciencia? La curiosidad, su deseo por entender al mundo. Y por debajo de ese intento por comprender el mundo trabaja una especie de terapia, en la que el científico le hace preguntas a la naturaleza, crea unas condiciones y observa sus reacciones. El problema es que la naturaleza casi nunca contesta. O, cuando lo hace, la respuesta a lo mejor no es la que esperaba. Cuando el científico hace un descubrimiento siente una emoción muy parecida a la del artista, ¿sabes? El desafío, entonces, consiste en conseguir comunicar ese estímulo. Por otra parte, hay que acabar con un montón de mitos sociales. Por ejemplo, es falso que la ciencia sea algo tan complicado que no se pueda comunicar, o que la ciencia sólo sea patrimonio de los científicos. En realidad, no hay ninguna teoría científica que no se pueda explicar de alguna manera. Yo siempre digo que es mucho más difícil explicar un drama de Shakespeare que la Teoría de la Relatividad. Bien explicada, la Teoría de la Relatividad se entiende enseguida.

–¿Qué aportes hace el Museo de Ciencia de Barcelona en ese sentido?

Además de las exposiciones, hay actividades a lo largo de todo el año en que organizarnos cursos para reciclar a docentes de la ciencia en la enseñanza media y a profesionales para que aprendan nuevas técnicas. Hace poco inauguramos una exposición sobre la Amazonia de 1.200 metros cuadrados que ha creado un gran impacto. Aprovecharnos esa atracción para que, alrededor de la exposición, vengan científicos de todo el mundo, no sólo brasileños, para discutir los problemas que plantea la Amazonia y que, por extensión, también aplican a todos los ecosistemas del planeta. La idea es “tironear” a la propia comunidad científica. Porque si a los científicos no se los estimula tampoco se ocupan de crear opinión científica. Ellos van a lo suyo, ¿no? Estas fallas han creado situaciones muy patológicas…

–¿A qué patologías se refiere?

De un día para el otro, los legisladores se dan cuenta de que tienen que hacer leyes sobre el aborto o la eutanasia. Empiezan a exigir definiciones acerca de qué es un sistema vivo, qué es un sistema muerto, cuál es la frontera. Y resulta que ni siquiera había científicos que se hubieran puesto a pensarlo. Luego hay otros temas, como los problemas derivados de la contaminación, la energía, la higiene y la salud, en los que hace falta opinión científica continuamente.

Ciencia caixa– ¿Cómo hace el museo para crear opinión e intervenir en la realidad?

Por ejemplo, creando escenarios de debate. Hace poco tuve que coordinar dos reuniones bajo el lema “El Mediterráneo, ¿está vivo o muerto?”. En una de las jornadas el panel estaba formado por científicos independientes, que no militan en ningún movimiento ecologista; en la otra, integrantes de Greenpeace. Uno de los argumentos en pugna era si el mediterráneo tenía la masa suficiente para ser considerado un mar abierto o si, por el contrario, era una suerte de lago que no podía soportar ciertos ritmos de vertidos. Para extraer petróleo del subsuelo es imposible evitar fugas por las juntas de las tuberías. Unos y otros estaban de acuerdo en que el lapso de residencia de una molécula de agua desde que entra por Gibraltar hasta que vuelve a salir era de cien años. Pero, con la misma información, unos decían que era un charco y otros que era un océano. Para los científicos, el desperdicio es fácilmente reciclable debido a que es digerido por las colonias de bacterias que yacen en el Mediterráneo. Y añadían que las patas hacían las veces de refugio para los peces. ¡Llegaron a decir que había que agradecer a las torres de petróleo de que hubiese más peces! Por el contrario, para los ecologistas aquello era una tragedia: aseguraban que en el proceso de extracción ascendían gases a la atmósfera, y no se podía evitar que los peces sufrieran. Ambos manejaban los mismos datos. Pero hacían interpretaciones totalmente divergentes. Los dos tenían su propia audiencia, que era de intersección vacía… Y no hubo manera de que unos debatieran con los otros. Ni se imaginan la encerrona que les tengo preparada. Pienso invitar a ambas tendencias a un mismo panel para que interaccionen, sin avisarles a una que estará la otra y viceversa. Ya imagino sus caras. Este tipo de iniciativas son válidas y necesarias, porque si nadie se atreve a crear estos intercambios, cada uno se come su propia sopa y se conforman con sus propias palmadas en los hombros.

–En concreto, ¿qué pasos seguir para crear una cierta conciencia e impulsar estas iniciativas, en especial donde todavía no funciona ninguna?

Los medios de comunicación son fundamentales. Afortunadamente algunos están bastante adelantados. Hay muchos periódicos en España, y he visto que aquí también, que tienen suplementos a la ciencia. Es importante, incluso, que las noticias científicas estén entre la información general, al mismo nivel que las otras. Pero eso no es ni mucho menos suficiente, ya que son pequeños estímulos. Imaginemos a periodistas o docentes que quieran realizar algún trabajo sobre el agujero de ozono. ¿Dónde empiezan a informarse? No existe ningún sitio. No pueden ir a la facultad de Física, ya que incomodarán a los científicos, que no estarán para ellos. Tampoco pueden ir a las bibliotecas, pues encontrarán textos demasiado especializados a los que no tendrán acceso. Si en cambio existiera un centro donde funcione una biblioteca pensada para el ciudadano, allí al menos podrán encontrar las primeras pistas.

Todo centro de ciencia, en cambio, juega con un grado de espectacularidad y estímulo que gana ciudadanos acientífícos para la ciencia. Y va sembrando la idea de que uno no puede ser un hombre de su tiempo si no sabe ciencia. Actualmente, a cualquiera le da vergüenza admitir que no conoce a Cervantes. Pero a nadie avergüenza reconocer que no sabe nada de Einstein. Esa es la situación que debemos revertir.

complejidad de la materia viva
La complejidad de la materia viva.

–¿Qué áreas interesan a un físico especializado en sistemas complejos?

Dentro de la complejidad, el paradigma es la materia viva. Un objetivo todavía más lejano podría ser la materia inteligente, el cerebro. Pero hay otros temas de la física importantísimos, como la energía, que también tienen su espacio en nuestro centro. A menudo intento convencer a mis colegas de que los museos de ciencia no deben ser solamente para niños. La importancia de los escolares es incuestionable, pero también deben servir a los adultos. Es el caso de los nuevos materiales. Hasta hace poco, los científicos se limitaban a recoger los materiales que hay en la naturaleza, combinarlos para hacer aleaciones y aprovechar sus propiedades espontáneas según las necesidades. Pero ahora, gracias a la física y la química molecular a esto casi se le ha dado la vuelta. Primero, porque uno puede diseñar materiales “a la carta”, a gusto del consumidor. Podemos hacer una lista de propiedades (algunas pueden ser contradictorias entre sí: por ejemplo, algo ligero y resistente) y crear materiales inexistentes que cumplen esos requisitos.

Toda nueva tecnología permite acceder a nuevos contenidos y da pie a nuevos lenguajes, por lo que también equivale a abrir un ventanal a una nueva era para la creación de conocimiento. Ciencia y tecnología se nutren y estimulan la una a la otra sin cesar, por lo que es muy difícil tomarse en serio el fin del arte (Georg W.F. Hegel, 1989), el fin de la historia (Francis Fukuyama, 1994) o el fin de la ciencia (John Horgan, 1996). La tecnología puede irrumpir en escena con nuevas posibilidades de observar y de comprender. Pero los nuevos lenguajes necesitan su tiempo para madurar. Los primeros automóviles fueron carrozas con un motor atornillado en el hueco que habían dejado los caballos. El cine mudo dudó antes de dejar de ser teatro filmado y el cine sonoro exploró lo suyo antes de lucirse con el sonido; el lenguaje de la arquitectura ha podido El pensador intruso 4as.indd 15 17/02/14 14:30 16 reinventarse con el hormigón armado y con las técnicas de cálculo y visualización de formas... No se trata de añadir pedazos de tecnología fresca a un lenguaje antiguo, sino de inventar un nuevo lenguaje que saque partido de la nueva tecnología.
«Toda nueva tecnología permite acceder a nuevos contenidos y da pie a nuevos lenguajes, por lo que también equivale a abrir un ventanal a una nueva era para la creación de conocimiento. Ciencia y tecnología se nutren y estimulan la una a la otra sin cesar, por lo que es muy difícil tomarse en serio el fin del arte (Georg W.F. Hegel, 1789), el fin de la historia (Francis Fukuyama, 1994) o el fin de la ciencia (John Horgan, 1996). La tecnología puede irrumpir en escena con nuevas posibilidades de observar y de comprender. Pero los nuevos lenguajes necesitan su tiempo para madurar. Los primeros automóviles fueron carrozas con un motor atornillado en el
hueco que habían dejado los caballos. El cine mudo dudó antes de dejar de ser teatro filmado y el cine sonoro exploró lo suyo antes de lucirse con el sonido; el lenguaje de la arquitectura ha podido reinventarse con el hormigón armado y con las técnicas de cálculo y visualización de formas… No se trata de añadir pedazos de tecnología fresca a un lenguaje antiguo, sino de inventar un nuevo lenguaje que saque partido de la nueva tecnología.» Fragmento de El pensador intruso. El espíritu interdisciplinario en el mapa del conocimiento, por Jorge Wagensberg (Tusquets Editores, Metatemas, 2014)

Entre los materiales inventados hay ferrofluídos, superconductores, aerogeles. Si alguien oye que se ha logrado sintetizar cierto tipo de material, sabe que al cabo de poco tiempo lo va a poder encontrar en el museo. Lo podrá ver, lo podrá tocar… Y esto hace que un centro de ciencias pueda brindar un servicio a las empresas, ese otro gran dominio de la sociedad. Lo hemos visto. De pronto viene un ejecutivo preguntándonos por favor dónde se puede conseguir ese fantástico material que tienen ahí. Y a lo mejor todavía no está comercializado, y le damos el nombre del científico que lo ha inventado. Normalmente, los empresarios no consultan la bibliografía científica y se pierden muchas cosas. ¡ Los empresarios no leen a los científicos! Hace poco, se ha calculado que el promedio de personas que leen un paper científico es de 1, 1 %. Y si el 1,0% es el que lo ha escrito, ¡imagínate lo poco que se lee! En el museo, en cambio, el potencial usuario dispondrá del material para experimentar con él. Y si lo puede ver, si lo puede flexionar, ese empresario podrá hacer algo que nunca va a conseguir leyendo una revista.

El lema de estos museos es “Prohibido no tocar”, al contrario de lo que sucede en otros museos. Veamos otra paradoja de este mundo invadido por la ciencia y la tecnología. Si alguien tiene alguna dificultad con el inglés, en casi todas las ciudades hay un instituto británico dispuesto a resolver casi cualquier problema lingüístico. También hay museos de pintura, de arte o de cine. No falta nada. Excepto centros de ciencia. Que no existan es un gran vacío.

-¿Qué otras cosas aprenderemos gracias a esa interacción?

En nuestro centro tenemos grandes salas dedicadas a la experimentación en biología. En España hemos sido pioneros, ya que se consideraba que hacer ciencia interactiva con materia viva podía plantear serios problemas éticos y de mantenimiento. Dimos el puntapié inicial y otros museos ya han recogido la idea. Y hemos demostrado, por ejemplo, que se puede estimular científicamente a los más pequeños antes de que aprendan a leer, a los tres años.

HipopotamoEn una sala a la que le hemos puesto “Click” –una onomatopeya que quiere decir antes y después de que pase algo– tratamos de crear situaciones capaces de concentrar el número de experiencias que puede tener un niño a esa edad. Una experiencia típica la realizan con una maqueta de hipopótamo que pesa 300 kilos; debajo de ella hay una palanca muy larga, y una niña de 5 años puede ver que la levanta con un dedo. Al principio no se explicará por qué, claro. Pero ella se puede ir colgando a diferentes alturas, y enseguida notará que la longitud del brazo de la palanca es un parámetro vital. Lo mejor es que esto lo hace jugando. En realidad, los mamíferos jugamos para aprender. Por ejemplo, se cuelgan 10 niños muy cerca, y esto produce el mismo efecto que si un niño se apoyara en el extremo. Nadie pretende explicarles nada sino, simplemente, se busca que aumente en densidad el número de experiencias que tienen.

Otro espacio, “Toca toca”, consiste en tocar animales repugnantes. Claro: lo de “repugnantes” es en principio, ya que la idea es demostrar que no lo son. Allí hay serpientes, sapos… Hemos logrado cambiar actitudes respecto de los animales sin necesidad de afearlas. Como supongo sucede en cualquier parte, en temporada de vacaciones debe haber familias que abandonan a perros y gatos en las calles, situaciones que crean problemas tremendos. O, al contrario, que recogen animales exóticos, los tienen en sus casas y no los pueden cuidar, y los hacen sufrir. O la caza. El cazador, por ejemplo, libera su instinto de matar, por muchos eufemismos que le quieran poner. Si un cazador no caza una perdiz, cuando vuelve a casa es capaz de correr a tiros a una mariposa. En el ser humano existe la opinión de que la serpiente merece morir por el solo hecho de ser serpiente. Y nosotros hemos reducido el instinto normal de serpiente_de_cascabelmatarlas. O matar aves de presa. En algunos pueblos de Cataluña todavía existe la tradición de colocar sobre los televisores de los bares un ave de presa que mira con sus ojos de cristal a los parroquianos. Si tú le explicas a alguien lo que es una serpiente mientras sostiene una boa de 2 metros en la mano, ¡verás cómo se le abren los poros del conocimiento! Te aseguro que será una experiencia que no olvidará en su vida, y que escuchará lo que dices de otra manera. Desde luego que con los adultos es una causa perdida. A un adulto cazador es imposible cambiarle las costumbres. Si está solo, lo seguirá haciendo. Los jóvenes, en cambio, entran muy fácilmente en esta nueva manera de ver las cosas, y éstos son los que influyen a los propios adultos. Por algunas de nuestras estadísticas vimos cómo cambian estilos y hábitos a favor de adquirir una cultura más científica. Este sistema educativo servirá para que nuevas generaciones puedan decidir sus vocaciones, o a lo sumo sintonicen ciertos programas de televisión, se interesen por un libro…

-¿Han hecho un seguimiento sistemático de estos cambios de actitud?

Continuamente espiamos a la audiencia para ver si se observan cambios de comportamiento a partir del efecto de lo que hacemos. Esto se hace en colaboración con doctorandos o estudiantes que pertenecen a los departamentos de estudios sociales de la Universidad de Barcelona, quienes utilizan nuestras experiencias como labor de investigación. Yo muchas veces me hago pasar por un visitante y escucho y miro. También los videograbamos. Es muy interesante tan sólo para comprobar si funciona el experimento que ponemos a disposición del público.

-¿Cuáles fueron sus primeros temas de investigación?

Desde el principio me inmiscuí en asuntos que traicionaban a la física. Comencé trabajando en biofísica, con materia viva y sistemas complejos, dos temas que aún me interesan. Hasta hace poco, en la física se había investigado mucho en dos límites: en el límite de lo que es invisible por pequeño, como el mundo subatómico o en biología sería la microbiología, y el extremo opuesto, lo que es invisible por grande, como la astrofísica, la cosmología, etcétera. Hoy se abre un tercer frente –con un gran futuro gracias a las computadoras– que es aquello que resulta invisible por complejo, tal el caso de la materia viva. Desde el principio eso es lo que más me ha interesado, y es lo que continúo investigando.

–Hay disciplinas a las que les cuesta emerger más que a otras porque carecen de objeto de estudio. ¿Qué piensa de la exobiología (hoy astrobiología), cuyo objeto de estudio es hipotético? Aunque para algunos la probabilidad es alta, todavía no hay pruebas de que exista vida extraterrestre…

Es un caso muy especial. Por un lado, hay evidencia cero. Pero por el otro, convencimiento máximo. Y ese convencimiento está dado por el tamaño del universo y pura estadística. Hay tantos billones de planetas que pretender que no existe vida fuera de la Tierra sería de una pedantería cósmica colosal. Por lo tanto, pienso que esta contradicción es tan sólo aparente: todos los científicos razonables están convencidos de que existe materia viva fuera del planeta, aunque no exista la más mínima evidencia. En cualquier caso, se trata de una contradicción muy fructífera, porque justifica que la exobiología exista y haya gente pensando en esto.

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Tomas Kuhn.

– ¿Realmente piensa que sólo se trata de una cuestión de probabilidades? A mí me parece que los científicos comenzaron a plantearse la pregunta porque surgía en un contexto sociocultural dispuesto a aceptar esa posibilidad. De hecho, el proyecto SETI nace en un momento de la historia en que la mirada del hombre se dirige hacia el espacio exterior. Y la búsqueda se incrementa a partir del esplendor de cierto tipo de ciencia ficción y encarnarse en mitos como el de ovnis. Es decir, es una pregunta estimulante que emerge de planteos no científicos. En este caso quizá habría que dar la razón a filósofos como Thomas Khun, para quien un marco social dado crea posibilidades a campos como la astrofísica, la exobiología, la radioastronomía…

Sí, aunque no estoy tan de acuerdo porque el interés por la vida fuera del planeta es antiquísimo. Ahora se empieza a articular porque, claro, hemos llegado a la Luna. Pero en ese sentido, creo que esa dimensión cultural hace que haya un interés y un aporte social muy grandes, y es cierto que a través de ese aporte y ese interés a lo mejor haya más recursos para que el científico investigue. Pero existen problemas más inmediatos. Ahora, que acabamos de perder The Observer, pienso en Marte y la típica voluntad humana de colonizarlo. La Tierra nos está quedando quedando pequeña y hay que tener en cuenta que la estrella más cercana, Alfa Centauro, queda a 4,36 años luz. Aquello está muy lejos, y Marte es el único planeta del sistema solar donde se dan ciertas condiciones para albergar vida. Y el planeta rojo aparece como una solución para nuestros problemas de superpoblación y de contaminación.

El hombre siempre ha sido colonizador. Y no sólo el hombre, sino toda la materia viva. Porque el mismo concepto de semilla es en realidad el instrumento que tiene el árbol con la misión suicida de conquistar nuevos territorios. Volando, explorando, nadando… Colón descubrió América, y la civilización europea la colonizó. Ahora, el planeta Tierra necesita colonizar otros sitios. Entre los lugares habitables, el único posible es Marte. Por tamaño, la Luna es demasiado pequeña, y no parece capaz de retener una atmósfera. En Marte, en cambio, la podemos crear tal como se la creó en la Tierra. Harían falta 100 mil años, seguramente. ¡Pero por qué no empezar ahora!

– Y sí, en algún momento habría que empezar…

Claro, si total, al sistema solar le quedan 3.500 millones de años ¿no? 100 mil años, en fin, no parece una cifra tan desorbitada. Ya están planteando crear un microclima para establecer una base pionera en Marte. Y esto es algo que afecta a la exobiología de una manera mucho más directa.

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Proyecto Biósfera II: un fraude de lo más divertido.

–Cuando parecía que ese primer intento sería el Proyecto Biosfera ll, terminó descubriéndose que era un fraude…

Sí, ha sido una farsa. Pero en la idea original, la NASA estaba adentro. Querían crear una burbuja cerrada respecto de la materia, aunque no de la energía. Suponiendo que en Marte se pudiera hacer una estación, esa idea sería buenísima. Yo visité Biosfera II cuando todavía no se sabía que era una estafa y, bueno, no me quiero vanagioriar de ser especialmente intuitivo, pero hay cosas que un científico detecta enseguida. Primero, que los científicos de prestigio habían abandonado el proyecto. Eso me resultaba sospechoso. Me pasó algo parecido a lo que le pasó a José A. Balseiro con el fraude de Ronald Richter en Bariloche (*). Él se dio cuenta cuando vio la biblioteca de Ritcher. “Esto no puede ser, un tío con esta biblioteca nunca logrará la fusión nuclear”, dijo. Era como el “Doctor No” de las películas de James Bond, con isla y todo… Cuando yo vi los personajes que llevaban aquello sentí la vibración de que no era algo científico sino que era algo más parecido a Disneylandia. Hacer que vinieran buses con gente a curiosear… Yo siempre he imaginado que por la noche abrían y les pasaban bocadillos. Al final, debieron confesar que había intercambio de materia, y abandonaron. Esto no quiere decir que la idea haya dejado de ser importante. Lo que ocurre es que la dimensión mínima que ha de tener un volumen para que sea autosuficiente es mucho mayor. No se puede hacer con un local de tres mil metros cuadrados. Para que un proyecto semejante tenga éxito, a lo mejor debería tener una superficie comparable a la de Buenos Aires.

Esto habría que enfocarlo de otra manera, y pienso que, en este momento, en el planeta Tierra hay otras cosas en qué gastar el dinero. Pero al margen de la cosa mística o de la necesidad de que existan otras formas de inteligencia, creo que la exobiología plantea temas que poseen un interés muy directo.

– Hace poco Stephen Hawking dijo que la mejor refutación del viaje en el tiempo es que todavía no nos encontramos con visitantes del futuro. Los que se abren a esta posibilidad han contestado que la ausencia de evidencias puede ser la prueba de que los viajeros deben ajustarse a estrictas normas de no injerencia para no alterar el propio futuro. Las paradojas en torno al sentido del tiempo han generado especulaciones científicas y otras que no lo son tanto. ¿Ha pensado en ello?

Yo tengo una explicación más clara y contundente. Ir hacía el futuro es muy fácil. Lo imposible es volver hacia el pasado, por la propia irreversibilidad del proceso. Y se puede demostrar que es imposible regresar al pasado por un razonamiento que ni siquiera es científico sino lógico: imagínate que puedes ir al pasado e intervenir en él. De algún modo, ya lo hemos conseguido: al escuchar el casette o al leer la transcripción de esta entrevista, cualquiera podrá presenciar el pasado. ¡Claro que esto no tiene ningún mérito! Lo que sí tiene mérito es ir al pasado e intervenir en él. En ese caso, tú puedes ir al pasado, matar a tu padre antes de que conozca a tu madre y tienes una contradicción insuperable. ¿Qué haces ahí, borrando tu existencia? Para mí, entonces, no hace falta discutir más nada. Porque previo al conocimiento científico hay una inconsistencia lógica, y la ciencia está basada en la lógica. ¿Cómo vas a hacer ciencia con una lógica que ya no funciona? El segundo principio de la Termodinámica confirma todo eso.

Walt_DisneyClaro que, si bien puedes viajar al futuro, luego no puedes regresar al presente, porque al hacerlo estarás violando el mismo principio. Ir hacia el futuro, en cambio, es muy fácil: Si te desgastas poco, si no te mueves, te cuidas… Los animales que hibernan hacen eso. Hay tortugas que viven 200 años a base de no hacer nada. Por otro lado hay moscas que nacen como adultos por la mañana y se han muerto antes de que anochezca, y nacen sin aparato digestivo, pues no llegan a alimentarse. Viven el tiempo justo para reproducirse. (Cuando hablo de hibernación, está claro que no pienso en Walt Disney. ¡Lo que han hecho con él es nada más que un helado de Walt Disney! … )

– El viaje al futuro, así planteado, es una cuestión de puntos de referencia…

Es que el futuro no es más que vivir –algo que va a suceder en un tiempo absoluto que no es el tuyo propio. Si hibernas, tu segundo es un segundo mucho más lento que el de afuera. El que se congela realmente está viajando al futuro. El que está afuera vive el presente. Pero utilizando la Teoría de la Relatividad también puedes ir al futuro. Si consigues moverte en un cuerpo que viaje a una velocidad cercana a la de la luz, tu tiempo propio funciona de otra manera. Pero siempre en el mismo sentido: ir al futuro sin regresar.

– Usted insiste en que el concepto de simulación le ha dado otra vuelta de tuerca a las formas de acceder al conocimiento. ¿Este criterio surge con la informática o hay antecedentes?

Es reciente y no existen precedentes. La simulación consiste en manejar a velocidades muy altas grandes cantidades de información. Tanto es así que esto es efectivo hace pocos años, en algunos casos desde hace pocos meses, y en otros todavía no lo es. Del mismo modo que 1a astrofísica progresó con el telescopio y la biología con el microscopio, la simulación progresa con la computación. Algunas aplicaciones son puramente intelectuales. La computadora es el órgano exosomático ligado a la simulación. En física, por ejemplo, un mol de gas tiene una cantidad inconmensurable de moléculas. Nunca habrá un ordenador que pueda manejar semejante barbaridad. En un trabajo pionero muy importante se ha demostrado que con 500 moléculas ya puedes simular el comportamiento de cuatrillones de ellas. Desde luego, hay otros dominios en que ni el experimento ni la teoría pueden ayudar. No hay teorías que permitan resolver situaciones tan simples como el tráfico de una ciudad. Por ejemplo, la entrada a una ciudad por una gran autopista se cierra a causa de un accidente. Aquí hay un problema práctico donde tiende a producirse un colapso. Entonces la pregunta es bien concreta: ¿cómo cambio los semáforos de los cruces para optimizar el flujo de automóviles dentro de la ciudad? No hay una fórmula o una teoría para responder a esa pregunta. Y el experimento es precisamente lo que no quieres hacer: organizar un caos en la ciudad. Y además deberías organizar cientos de miles de caos para escoger el mejor. ¿Qué queda? Queda decir que yo cargo en la memoria de una computadora todos los datos, las calles de la ciudad, las anchuras, los tipos de vehículo, incluso leyes sobre el comportamiento de los conductores (por ejemplo que para frenar necesitan tanta distancia, que algunos se irritarán, que otros intentarán una maniobra ilegal, etc.) y ésta se planteará 10 mil situaciones distintas que elaborará a una velocidad impresionante. Luego, el cerebro propondrá la mejor solución. Eso es simular, no es teoría ni experimento. Entonces, el experto de la ciudad dice: “En opinión del ordenador, hay que retrasar un segundo el semáforo de la calle tal, aquél aumentarlo, etc.” Como la computadora de la ciudad está conectada a los semáforos, los procedimientos se liarán automática mente. Cada accidente es más información que llega al cerebro central del sistema. Éste, a su vez, se alimenta de los nuevos altercados que ocurran. Este sistema se ha implementado en Barcelona. Si bien todavía no está conectado a la red de semáforos, ya está dando ideas.

–¿En qué otras áreas aplica este principio?

¡En infinidad! Fíjate el caso de la ecología. Tienes un bosque enorme, superpoblado de especies. De pronto, algo provoca una perturbación. Cierta especie es afectada por una epidemia, por ejemplo. Si ésta desaparece, el equilibrio del ecosistema será alterado. ¿Qué ocurrirá de ahí en más? Sus depredadores tendrán problemas y se deberán alimentar con otra cosa. A lo mejor, los polluelos que compramos en una granja resultan de esa perturbación. Aquí tampoco hay teoría, pues la teoría se da en las relaciones binarias. Y la simulación logra sondear las alteraciones en una red muy intrincada. El bosque no es invisible porque las especies no puedan verse; lo es porque se establecen relaciones demasiado complicadas. Y sólo el ordenador será capaz de simular el resultado que necesitamos.

(*) En 1948, un supuesto científico austríaco llamado Ronald Richter convenció al gobierno de Juan Perón para que éste lo ayudara a montar una planta piloto de energía atómica en la isla Huemul, en San Carlos de Bariloche. En el proyecto se invirtieron millones de dólares. Tiempo después, la Comisión de Energía Atómica descubrió que todo era un completo engaño.

Descargar El paradigma enchantado, El Ojo Escéptico Nº 15, Año VI, Julio 1996.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

Contacto: aagostinelli@gmail.com
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