Una jueza argentina falló contra la revista Barcelona porque a sus editores “se les fue la mano” con una contratapa publicada en el año 2010 donde los humoristas satirizaron a Cecilia Pando, con lo que cuesta caricaturizar a una vehemente defensora de genocidas. Frente a esta forma de censura no hay que engañarse, el verdadero enemigo de estos extremismos y de los jueces que le siguen la corriente, en el doble sentido del término, no es el sarcasmo sino la inteligencia.
El argumento principal de la jueza Susana Nóvile en Pando vs. Barcelona para condenar a la revista es que la publicación cometió «exceso de sarcasmo». El diccionario de la Real Academia Española informa que el término «sarcasmo» tiene dos acepciones, a saber:
- m. Burla sangrienta, ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata a alguien o algo.
- m. Ret. Empleo de la ironía o burla del sarcasmo con fines expresivos.
Es más que evidente que la contratapa de Barcelona destinada a una apologista del terrorismo de estado practicado por una dictadura brutal encuadra en la segunda acepción, pero Su Señoría logra el milagro de cuantificar o mensurar una acción retórica al nivel de la legítima defensa, que sí tiene tipificados los alcances de un exceso. (O los supuestos excesos de la represión clandestina reivindicada por la señora Pando que, como se sabe, formaron parte de un plan sistemático encuadrado hoy como crímenes contra la humanidad.)
Juan Carlos Onganía fue más expeditivo hace medio siglo cuando, por “La Morsa” dibujada por Landrú, hizo cerrar la revista Tía Vicenta y a otra cosa. Mejor ni pensar qué pasaría sin las bondades del estado de derecho, con Pandos que alaban en nombre de la libertad de expresión atrocidades como el robo de bebés, las torturas y los vuelos de la muerte, accionando sin antiguallas legales contra una revista que se burla, dentro de los mismos márgenes, del primitivismo de personajes así.
«Exceso de sarcasmo». Para ser sarcástico hay que hacer gala de cierta inteligencia. Para ello hay que ponerse a pensar.
El contralmirante Julio Bardi, ministro de Bienestar Social de Videla lo tenía más claro en los tiempos en que había más de 300 campos de concentración y la Junta Militar estaba en el pináculo de su delirio anticomunista.
Vale la pena recordar la frase de Bardi.
“A veces el exceso de pensamiento puede motivar estas desviaciones”, pontificó Bardi sobre «los drogadictos».
Si un miembro del régimen avalado por Pando (o sea, un testigo de cargo de la señora, en definitiva), alega esto y por un minuto lo tomamos por cierto, entonces los de Barcelona son, en el peor de los casos, una banda de fumones.
De ahí que podrían alegar que no hubo mala intención sino alguna influencia non sancta. Y por ende, siguiendo la línea del contralmirante (que es la línea de Pando), no son imputables.
Mientras tanto, y amparándose en códigos y leyes que fueron negados y pisoteados por los hombres que enaltece, Pando se hace de unos mangos, sentando un precedente gravísimo. Jonathan Swift la hubiera pasado mal en esta Argentina de hoy si alguien lo querellaba por «Una modesta proposición» y tenía que someterse al arbitrio de la doctora Nóvile.
[ttshare]Amparándose en leyes pisoteadas por los genocidas, Pando sienta un precedente gravísimo[/ttshare]
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