Dossier Erks (1): un racionalista en Capilla

La crónica que Fernando Jorge Soto Roland hizo sobre su viaje a Capilla del Monte la podría haber escrito un académico rumano recién llegado del Mato Grosso, o un nativo del Titicaca que debe representar la lujosa y tecnológica de Qatar. Pero como quien describe aquel entorno mágico-religioso es un historiador fascinado por los temas que hicieron popular a esa ciudad y a su «montaña sagrada», el cerro Uritorco, la impronta irónica del relato se aleja de ese entorno de ciencia ficción y nos acerca al imaginario del autor, que explora con ojos de turista la vida cotidiana de Capilla, refundada sobre las bases de Erks, una creencia metafísica moderna. Primera nota de una serie dedicada a los personajes, los temas y los libros publicados a propósito de los enigmas que rodean al cerro Uritorco.

el autor y el cerro

Por Fernando Jorge Soto Roland

No soy el primero, ni seré el último, en salir sorprendido de Capilla del Monte. Ese bendito pueblo, enclavado al norte del Valle de Punilla, en la provincia de Córdoba, tiene todo para pasar unas vacaciones entretenidas: cerros, frescos arroyos, bucólicos atardeceres, buena comida, paisajes imponentes y… extraterrestres.

Sabía con lo que me iba a encontrar.

Desde la década de 1980 la localidad era famosa por su intangible energía mística y la capacidad de atraer a una fauna humana por demás sugestiva e interesante. Es que, en torno a su cerro estrella, el Uritorco, se han venido nucleando personajes de toda la galaxia. Incluso intraterrestres, provenientes, como el propio nombre lo indica, del  centro de la Tierra. Como era de esperar, la ronda de peregrinos cósmicos se completó con hippies un tanto anacrónicos, tarotistas, telépatas, contactados, gemólogos, templarios y modernos adoradores de Wotan, muchos de los cuales camuflan sus aviesas intenciones de inaugurar una nueva nación aria (svástica incluida) en pleno corazón del antiguo territorio indígena de los comechingones.

Creo que nadie pudo imaginar en enero de 1986, cuando un supuesto plato volador se posó en las laderas del Cerro El Pajarillo, que aquel tradicional destino de recién casados (durante la década de los ’50 y ’60) terminaría convirtiéndose en uno de los sitios de turismo esotérico más importantes del mundo. De haberlo hecho, seguramente habrían trasladado la famosa formación lítica conocida como “El Zapato” (en la que millares de “mieleros” se fotografiaron en su hormonal paso por el pueblo) a los pies del Uritorco, que es donde hoy buscan sombra decenas de iluminados y visitantes.

Decidí viajar con mi esposa hasta allá, lo cual requería abandonar por varios días la chatura espiritual de Buenos Aires y embarcarnos en un ovni-bus en dirección a las norteñas sierras cordobesas.

Iba cargado de expectativas. Quería vivenciar en carne propia muchas de las experiencias que había leído en libros new age y ver la posibilidad de encontrar la entrada a una misteriosa ciudad subterránea, que los lugareños denominan con el extraño nombre de ERKS (sigla que significa, Encuentro de Remanentes Kósmicos Siderales).[1] Por mi profesión, tenía ya experiencia en escudriñar ciudades perdidas. Había buscado y encontrado, hacía ya años (1998), la mítica ciudad de Vilcabamba “La Vieja” (última capital de los incas tras la conquista española). Pero, claro, Vilcabamba era una ciudadela de piedra. Real. Confirmada en decenas de crónicas coloniales y estudiada (muy poco por entonces) por arqueólogos e historiadores.

ERKS era otra cosa.

el autor y la naveNos instalamos en un coqueto hotel estilo colonial. Un antiguo casco de estancia, remodelado y confortable, levantado en una zona alta de Capilla y desde la cual era posible tener una panorámica inmejorable del Uritorco. Confieso que dejé corridas las cortinas de la ventana más de una noche con la esperanza de ver “algo”, aunque lamento confesar no haber sido testigo de nada sorprendente. Tal vez, las luces que (dicen) sobrevuelan el cerro una vez puesto el Sol aparecieron en ocasión del débito conyugal al que, como esposo agradecido, estoy obligado. Pero en esos casos, como imaginará el lector, cierro las cortinas.

No bien dejamos las valijas en el hotel, la ansiedad me sacó a la calle. Quería recorrer el pueblo, fumar un cigarrillo y sacar fotos. No estábamos muy lejos de la calle principal, famosa a nivel turístico por un motivo curioso: es, desde 1964, la única arteria urbana techada del país.

cahivacherio alienigenaDe inmediato, y a poco de transitarla, el visitante (me refiero a nosotros, los terrícolas) advierte que está hollando una comarca invadida, esta vez sí por seres de otros planetas. Es que son muy pocos los negocios que no tienen, como logo o souvenir, a un ET en la vidriera. Algunos, incluso, exhiben muñecos en “tamaño natural”, de plástico, cartón o yeso. Como todos sabemos, desde los días en que leíamos historietas, los alienígenas son bajitos, verdes, cabezones y con ojos inmensos. Claro que, cualquier bien informada camarera de los muchos bares y restaurantes que jalonan la calle, podrán a uno decirle, como lo sentenció el Gran J. J. Benítez sin que le tiemble la pera, que ése es el estereotipo más famoso de las 3.000 razas extraterrestres que nos visitan desde el tiempo de los dinosaurios. Pero convengamos algo: los petisos son los más simpáticos[2]; en especial cuando se los viste con atuendos tradicionales del norte argentino, promocionando locro, parrilladas, mondongo o empanadas. ¡Es que en Argentina se come tan bien! Tanto que, hasta los alfajores, productos emblemáticos de la provincia mediterránea (en lo personal prefiero los de Mar del Plata), parecen distribuirse desde ovnis, si nos atenemos a la publicidad local. ¿Dónde quedaron los famosos burritos serranos, que antes decoraban el envoltorio de aquellas confituras? Seguramente fueron abducidos, nos diría una señora gorda que se paseaba con un libro de Fabio Zerpa bajo el brazo. O extinguidos por el macabro accionar a algún voraz chupacabras. Vaya uno a saber…

Pero eso no es todo.

gnomso y etsAparte de los mencionados muñecos, hay otros en exhibición, de  duendes, brujas (wicas) y seres elementales de los bosques, cuyos rostros sonrientes la mayoría de las veces no dejan de producir un terror evidente entre los más chiquitos. “No le tengas miedo, que son buenos”, le aconsejaba una madre a su hijo de tres años que, despavorido, buscaba refugio entre las faldas de una sonriente anciana. Pero el pibe tenía razón. Los duendes, de duendes tenían poco. Eran muñecotes de más de 1,70 de altura, que no me hubiera gustado encontrar en un callejón oscuro a las doce de la noche. En cuanto a las “brujitas”, mis lecturas previas habían condicionado bastante la forma de pararme ante ellas. Cualquiera que haya leído a Hansel y Gretel, de los hermanos Grimm, me entenderá a la perfección.

Aún así: ¡qué panzada se hubieran dado en Capilla del Monte los inquisidores del siglo XVII!

Alien cordobesSeguimos caminando hasta toparnos, en una de las cuadras protegidas por esa techumbre de chapas, con un corredor largo, dispuesto a un costado de un viejo edificio convertido hoy en bar. El Paseo Holístico. Así lo indicaba un cartel alargado y azul, con estrellitas blancas y fotos de personas en estado de total relajación. Daban ganas de zambullirse en una de esas camillas y recibir unos reconfortantes masajes en la espalda. Pero los “destacados profesionales” que se anunciaban todavía no estaban. La cosa empezaba más tarde. Al atardecer. Cuando la gente venía de las excursiones y tenía por delante toda la noche para descansar. Pero el paseo no estaba vacío. Los más madrugadores ya habían puesto sus mesitas y se disponían a vender. Era el mes de enero. Había que aprovechar. De algo hay que vivir. Claro que lo que allí se vendía, para un hereje como yo, era sorprendente.

Bajo la sombra de un Buda y media docena de símbolos chinos (el Ying y el Yang por sobre toda las cosas), cientos de “pirámides energéticas” de múltiples colores, “atrapa-sueños”, “piedras sanadoras” de todos los tamaños, sahumerios y velas, aparecían mezclados con imanes para heladeras, cruces egipcias (ankh), pequeñas estatuillas de marcianos y frascos con las misteriosas esencias propias de la aromaterapia. Amén de aros, cadenas, colgantes, brazaletes, hechos todos con gemas que, según decían los cartelitos, tenían propiedades protectoras y curativas.

No me compré nada. Quería reservar el dinero para algunos libros y por eso dejé el famoso paseo y crucé la calle. Había visto antes una librería. Hacia ella me encaminé.

Para un tipo que ha acumulado a los largo de la vida una biblioteca de casi 4.000 volúmentes (a veces la miro y me pregunto ¿para qué?) entrar en una venta de libros no representa nada extraordinario. Uno está acostumbrado. Pero en Capilla una experiencia pedestre como esa puede tomar rumbos inimaginados. Es que pocas veces uno se topa con una librería que concentre en sus anaqueles y repisas tanta… “verdura”.

¡Bienaventurados sean los vendedores de humo porque en Capilla encontraron el Reino de los Cielos!

ets en formolEso debería decir un cartel en la entrada. Pero, claro está, no había ninguno. En su lugar, decenas, centenares, miles de libros new age se apretaban y juntaban polvo junto a la sapiencial obra de María Domínguez y Paulo Coelho. Es algo digno de ver. En no muchos negocios se acumulan títulos tan sugestivos y atrapantes. Y, como para muestra basta un botón, he aquí algunos:  “El tarot de Marsella”, “El Orgullo de los Ángeles”, “Los Códigos Ocultos de la Biblia”, “Desafiando Imposibles”, “El camino de los Trabajadores de la Luz”, “El Poder de la Introversión”, “”Sé la Persona que Quieres”, “Manuel de Ejercicios Pleyádicos”, “Psicología Transpersonal”, “La Enciclopedia de los Gnomos”, “Los Hombres de Negro” (del inefable don Fabio), “De aquí a la Iluminación”, “Las luces de ERKS y las Ciudades Subterráneas”, “Los Sobrevivientes de la Atlántida” y tantos más.

Pero yo buscaba algo diferente. Estaba tras los pasos de un libro que me hablara algo respecto a unas supuestas expediciones nazis al Uritorco en busca del Santo Grial y del extraordinario y poderosos Bastón de Mando de los comechingones. “No, no. Está agotado. Difícil de conseguir”, me respondió la vendedora, una señora muy bien vestida y con cara de estar podrida de escuchar pedidos estrafalarios.

Como es lógico, salí del negocio con el mismo dinero con el que entré.

Entre pitos y flautas, extraterrestres, brujas, gnomos y libros raros, se hizo el mediodía. Teníamos hambre. El aire serrano (o vaya uno a saber qué efluvios extraños) habían despertado nuestro apetito. Y como deseaba comer algo “tradicional”, buscamos un restaurante  que, a primera vista, supuse ofrecería lo que quería. Sin pensarlo demasiado entramos y nos ubicamos en una mesita junto a la ventana.

fernando sotoUna linda niña vestida con ropa hindú se nos acercó y tendió la carta. Era la camarera.

Demás está decir que era un menú sin chivito.

Te dije. ¿Por qué no entramos en ese boliche que tenía un marciano en la puerta, con el cartelito en la mano? Decía parrilla para dos”, me recriminó Verónica. Pero ya era tarde. No me dio la cara para levantarme e irme. Además, ya había atacado la panera.

Terminamos comiendo un plato de arroz con semillas de sésamo, tomate deshidratado, salsa de higos y pan integral. Eso sí, todo a las finas hierbas.

Mal no nos cayó. La comida, aunque no de mi gusto, era de calidad. También los precios. Pero cuando uno está de vacaciones ¿quién se preocupa por nimiedades?

Salimos del restó y nos dirigimos a una agencia de turismo, sita dentro de una galería.

¡Joder!… ¿Quién entiende a los veganos?

Estaba cerrado. Abrían después de la cinco de la tarde.

Caminamos, tomamos otro café. Seguimos caminando, disfrutando del paisaje y de la temperatura.

puertas del cieloLamenté que la agencia estuviera cerrada. Quería asegurar dos ubicaciones en alguna excursión, pero, como dicen en el pueblo, “todo ocurre cuando debe ocurrir”. Y ocurrió que, en una charla informal con el empleado de una confitería del centro, me “desayuné” de algo por demás interesante: una Tour nocturno a un sitio que llaman “Puerta del Cielo”.

-¿Vos sos de Capilla? –le pregunté al camarero que nos atendía.
-No, yo soy de Rosario, pero hace diez años que vivo acá –respondió con simpatía.
-Y en todo ese tiempo –le sacudí sin anestesia-, ¿viste algo raro alguna vez?
-¿Algo raro?
-Si, un plato volador, una luz… No sé, algo…
-Mirá –me dijo tomando confianza y  bajando un poco el tono de voz-, te digo la verdad: nunca vi un corno. En diez años que llevo en este lugar, jamás vi nada extraño. Pero la gente dice que ve. Qué se yo… Me parece que para eso hay que creer en esas cosas. Sin ir más lejos, la semana pasada atendí a dos señoras de tu edad (me mató con eso) que fueron a Puerta del Cielo y me contaron que habían visto de todo.
-¿De todo?… ¿Qué es de todo?
-No sé bien. Hablaron de luces, de energías, de naves…
-¿Y dónde queda ese lugar?
-¿Andás con auto?
-No.
-Entonces vas a tener que contratar una combi. Ellos te llevan. Queda lejos del pueblo y hay que conocer el camino. El viajecito lo venden en la agencia que está a dos cuadras.

A las once de aquella misma noche subimos con mi mujer a una furgoneta con capacidad para unas 15 personas.

Destino: la tan mentada zona de Puerta del Cielo.

Platillo-en-CapillaCompré los pasajes justo a tiempo. Casi nos quedamos sin lugar en el transporte. Por lo que podía percibir, al menos una docena de personas estaba vivamente interesada por celebrar lo que en la agencia me vendieron como una “sesión de curación álmica”. Al principio no entendí de qué iba la cosa, pero el encargado de ventas me dijo: “No te vas a arrepentir. Es una experiencia única. Una excursión espiritual de primer nivel. Son trecientos mangos por persona”.

Puerta del Cielo” estaba en un cerro de casi 1500 m.s.n.m., cercano a Los Terrones (otro sitio de espectacular belleza paisajística y al cual se le adjudican energías poderosas). El objetivo de la travesía (de unas dos horas de ida y dos de vuelta, aproximadamente) era participar en una ceremonia de “sanación álmica”, en el corazón mismo del lugar en donde un gurú de los años ’80 llevaba a cabo herméticas ceremonias de contacto con los intraterrestres de Erks. El especialista que comandaba al grupo, Fernando Martín Caro, es un sujeto delgado, casi enjuto, con barba entrecana y mirada lánguida. Se presentó como un “contactado” y discípulo de Trigueirinho.[3] Venía acompañado de una mujer, su escudera, también ella muy versada en astrología y en el poder de la menstruación femenina, según dijo con mucha seriedad.

Dejamos Capilla del Monte y nos internamos por un camino de tierra apisonada que ascendía y más y más con el paso de los minutos.

Noche en el cerro

Me gusta la noche en el campo y confieso que disfruté mucho todo el trayecto.

No bien hicimos cumbre (jamás olvidaré ese cielo maravilloso tachonado de estrellas titilantes), el Maestro tendió una gran lona sobre el suelo de ripio, en la que todos nos sentamos en círculo. Acto seguido, solicitó que apagáramos todas las linternas y la oscuridad (noche sin luna) nos tragó. Tardamos unos minutos en adaptarnos a las tinieblas. Pero nada debíamos temer: el sanador nos guiaba.

Entonces, tras tocar lo que supuse era un xilofón (en realidad, como advertí más tarde, un cuenco de bronce), y bajo la reververancia del sonido que salió del instrumento, dijo: “Pedimos a los maestros de Erks, nuestros ángeles custodios, que se hagan presentes aquí y ahora. Que descienda una campana de luz de bendición y ampliación de la conciencia para este grupo. Tomamos aire y vamos llenando de luz el corazón”.

Acto seguido hizo que nos presentáramos.

Me sorprendió que muchos de los presentes dijeran que habían recibido un mensaje para concurrir a ese lugar. Recordé de inmediato la película Encuentros Cercanos del tercer Tipo y me sentí como si fuera un espía británico en medio de un batallón de alemanes.[4]

Evidentemente esa gente “quería creer” (como Fox Mulder, el protagonista de la serie Los Expedientes Secretos X).

Entonces el gurú continuó.

Todos saben lo que es Erks. Encuentro de Remanentes Kósmicos Siderales. Ellos son como nosotros, pero sin cuerpos físicos, en otro estado de vibración evolutiva. Estamos en el valle de Erks. Yo podría ahora convocarlos para que aparecieran, pero no lo voy a hacer. No sólo por el susto que se llevarían, sino porque vibratoriamente hay que tener un trabajo previo. Hay que estar preparado. Hay que tener una adecuación vibratoria para entregarse a ese tipo de experiencia.”

En la siguiente hora y media habló sobre la encarnación de las almas provenientes de Orión y de cómo cada uno elige antes nacer la familia en la que va a vivir. Obviamente no dejó de referirse a la reencarnación y las vidas anteriores como origen de los traumas. Se definía como un contactado. Un elegido por la Hermandad Blanca y divulgador de un mensaje de amor y de paz a todo el universo.

En verdad, una parafernalia pseudo psicológica en la que todo se mezclaba con todo. Un pastiche de esoterismo barato (bueno, no tan barato) que únicamente los más iluminados podían llegar a captar cabalmente. Y, por lo que notaba, los únicos burros éramos Verónica y yo.

A 1.500 metros de altura hace frío, especialmente de noche y cuando uno va vestido con remera, pulóver escote en V, bermudas y sandalias.

A poco de sentarnos en ronda, el resto del grupo empezó a sacar camperas, bufandas y frazadas de viaje. Recién entonces me di cuenta de que no había oído correctamente las recomendaciones que diera en agenciero que nos vendiera el tour.

Cuando las linternas se apagaron la oscuridad fue casi total. Tardé unos buenos minutos en adaptar las pupilas y empezar a distinguir el contorno negro de las montañas que nos rodeaban. Era maravilloso. Hipnótico. No vivenciaba nada parecido desde mis días en Huaraz, al norte del Perú, mientras recorría las ruinas de Chavín de Huantar, que también están emplazadas a miles de metros sobre el nivel de la costa.

Fue cuando el “especialista en almas” nos preguntó nuestros nombres, de donde veníamos y por qué estábamos allí. No recuerdo qué mentira dije. No quería quedar mal o ser inmolado en algún secreto altar comechingón. Lo que sí recuerdo es lo que contestaron algunos de mis circunstanciales compañeros de viaje.

Mi nombre es Pablo. Soy de Berazategui y vine con mi hermano gemelo (estaba al lado, pero dada la oscuridad no pude captar el parecido). Estamos acá por una necesidad interna, espiritual. Queríamos conocer este sitio y sentirnos parte de él.”

Codeé a mi mujer y me quedé calladito la boca.

Yo soy Helena. De Rosario. Médica ayurveda. Y vine aquí porque tuve un llamado interno. Algo me dijo el otro día ‘Andá a Capilla’. Así es que saqué un pasaje de colectivo y acá estoy. Tengo muchos desarreglos internos que acomodar. Busco la paz.”

Palabras más o menos todos los testimonios giraron en torno a lo mismo. El único bestia, asalvajado e insensible era yo. Por ese motivo no abrí la boca en toda la sesión. Me limité a oír y mirar (lo que podía). Ah, también a pedirle a la médica si me prestaba un pedazo de la frazadita que se había puesto sobre el regazo. Se me hizo largo. Reconozco que estaba cansado. Tanta palabrería sin sentido y el piso duro del cerro empezó a acalambrarme las piernas. Me acomodaba una y otra vez. No encontraba la postura exacta. Hubiera hecho la posición del loto pero a mi edad, y con toda una vida alejada del deporte, era pedir demasiado.

Me la banqué como un señorito hasta una nueva campanada al cuenco de bronce que el “Maestro” llevada dio por terminada la sesión.

tarjeta

Nos levantamos. Estiramos los músculos, entramos un poco en calor y, linternas de por medio, emprendimos el descenso (a pie) con rumbo a la combi, que nos esperaba en una camino de tierra, a unos 100 metros de distancia.

Fue entonces que oímos unas carcajadas muy fuertes. No eran de nadie del grupo. Venían del otro lado del cerro y en el silencio de la noche se sintieron con nitidez.

Son personas que vienen en autos particulares –explicó el Maestro, antes de que cualquiera le preguntara algo. –Están acá buscando otra cosa. Ellos buscan platos voladores

Sentí un cierto sentimiento de superioridad en esas palabras. Ellos eran, para el gurú, distintos a nosotros. Menos evolucionados. Más inclinados a ver la cáscara que el contenido. Otro nivel de conciencia. Con toda seguridad esos pobres tipos no iban a ser salvados cuando las naves alienígenas vinieran, en el fin de los tiempos, a llevarse a los elegidos que tuvieran sus almas curadas.

Y a mi tampoco.

Una vez instalados en la furgoneta, la “doctora ayurveda” se inclinó hacia adelante y le dijo a mi esposa, que estaba a su lado:

-“Qué experiencia maravillosa, ¿no?… ¿Alcanzaste a ver las luces?

Verónica la miró sorprendida y antes de que le respondiera intervine:

-¿Qué luces? ¿Las que se veían en los cerros de a ratos?
-¡Si! ¿Las viste?
-Si, claro. Eran autos. Las luces de los autos que andaban yirando por ahí…

Entonces me miró, frunció el entrecejo y casi en un ladrido dijo:

-¡No!… ¡No eran autos!

 A mi edad aprendí ya a saber cuándo terminar una conversación.

No respondí nada. No retruqué. No quería entablar una discusión a esas horas, en medio de la montaña, con frío y cansado.

Me acomodé en la butaca. Apoyé mi cabeza sobre el hombro de Vero y dormí todo el viaje de regreso.

Los siguientes cinco días fueron “de otro mundo”. La pasamos genial. Recorrimos nuevos cerros (por la tarde), disfrutamos de la piscina, de una buenas parrilladas (esta vez, sí) y dejamos Capilla del Monte con muchas ganas de volver.

En lo personal, también me traje muchas preguntas. Pero de todas ellas una se repite constantemente. La que me quita el sueño y hace que lea cuanto trabajo serio se edite sobre el tema.

La pregunta es sencilla. Muy corta.

¿Por qué?…
¿Por qué?…

el autor y la nada

NOTAS

[1] Debo reconocer que nunca pregunté por qué escribieron la palabra “cósmico” con K. Lejos de cualquier connotación ideológica o política (que descarto) el término se impuso desde los días en que Ángel Cristo Acoglanis (un supuesto médico sanador) empezó a hablar de los Hermanos Superiores y luces misteriosas que danzaban en plena noche cordobesa, tras escuchar los mantras sagrados que salían de sus labios, poseídos por un entidad (un Maestro) intangible, proveniente de la mentada ciudad intraterrena. En la web centenares de páginas refieren sobre la temática.

[2] Ojo, atenti: dije los verdes, porque los grises… ¡Ah, los grises! ¡Esos sí que son tipos jodidos!

[3] José Hipólito Trigueirinho Netto es un gurú brasileño que dice ser filósofo espiritualista, místico especializado en la transmutación de las almas e instructor espiritual. El lector puede acceder a sus “enseñanzas” con solo poner su apellido en el buscador de Google, que registra al menos 238.000 páginas sobre el tema.

[4] Debo confesar algo: entre mi ropa tenía un pequeño grabador digital y pude, así, grabar toda la ceremonia.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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