El mandril de Madame Blavatsky

Helen BlavatskyCRÍTICA DE «EL MANDRIL DE MADAME BLAVATSKY«
Historia de la Teosofía y del Gurú Occidental. Por Peter Washington

Por Sergio Sánchez Rodríguez

Desde mediados del siglo XIX, con diversos exponentes más o menos exóticos, se fue perfilando lo que algunos han denominado “moderno esoterismo occidental” (más o menos, desde el espiritismo de Allan Kardec en adelante: Madame Blavatsky, Annie Bessant, Charles Leadbeater, Alice Bailey y, en otra dirección, G. I. Gurdjieff y Pedro Ouspensky, entre muchos otros). Ciertamente, los autores de signo tradicionalista (Guénon, Coomaraswamy, Schuon, Schaya, Burkhardt, Medrano, Evola, Pallis, etcétera), consideran que “esoterismo” y “moderno” son términos contradictorios, en la medida en que todo esoterismo estaría implícito en una Tradición Primordial (de la cual las diversas religiones universales serían menifestaciones contingentes) y que, por lo mismo, el mundo moderno es en sí mismo anti-tradicional. Por tanto, para los tradicionalistas cualquier esoterismo que surja de las entrañas de la modernidad sólo puede ser una falsificación o simulacro.

En tal tesitura, conocíamos bien un trabajo de René Guénon sobre Madame Blavatsky y sus epígonos, una apasionante requisitoria titulada El teosofismo. Historia de una pseudorreligión (Editorial Obelisco, Madrid, 1990). Se trata de una obra interesante, en donde se denuncia implacablemente a la Sociedad Teosófica fundada, entre otros, por Madame Blavatsky. En cuanto historia crítica, la obra de Guénon se convirtió en una referencia obligada; sin embargo, son muchos los lectores actuales que han encontrado odiosa su parcialidad.

El mandril de Blavatsky, el libro de Peter Washington, a diferencia de El teosofismo de Guénon, adopta también una mirada crítica, pero no desde el atalaya de una Revelación inmutable allende los siglos, sino desde una perspectiva menos partidaria y más “fenomenológica”, si se nos permite. Aquí la irritación guenoniana es reemplazada por la sonrisa irónica. Mediante un enfoque “sociológico”, histórico y hasta humorístico (en modo alguno son excluyentes), Washington realiza algo bastante más corrosivo y desestabilizador: las pretensiones grandiosas del teosofismo chocan con el ojo secular y escéptico. Pero vayamos por partes.

Washington, más que confrontarnos con la deshonestidad de sus exóticos taumaturgos (los fraudes atravesaron casi Madame Blavatsky s Baboontoda la carrera de Blavatsky), nos muestra su carácter novelesco; más que sus proclamadas habilidades preternaturales, vemos sus poco originales debilidades humanas. La propia Blavatsky sentó las bases. Esta dama rusa estuvo rodeada desde su más tierna infancia de una aureola de misterio. Cierta leyenda dice que, al nacer Helena, se incendió el tocado del sacerdote ortodoxo que asistía a su madre, lo que muchos han tomado como presagio del carácter oscuro de ese nuevo ser que llegaba al mundo. De cualquier modo, lo que el destino mezquinó a Mme. Blavatsky en belleza física se lo compensó en férrea determinación y en dotes carismáticas. Además, poseía un conocimiento enciclopédico de un sinfín de cosas: desde los ritos egipcios de Isis hasta las veleidades iniciáticas de lamaserías recónditas. Un cercano dijo: “posee una cultura vasta, aunque salvaje”. Todo esto, por cierto, deformado con masivas adiciones personales, obtenidas de fuentes dudosas: primero, míticos viajes por Oriente y, después, revelaciones directas de “espíritus desencarnados”.

Es que así era Helena Petrovna. Fascinante, excesiva, manipuladora, erudita y confusa; logró inventarse un pasado misterioso en el Tíbet, carta de exotismo inmejorable para su época, rodeándose de un aura magnética que sedujo a muchos de los que la conocieron. Entre ellos, el famoso coronel Olcott, su acólito permanente, que le profesó siempre una gran admiración (sin perjuicio de que Olcott, un hombre crédulo pero muy inteligente al fin y al cabo, conociera bien las debilidades de su líder). Mme. Blavatsky estableció una clave para la reproducción ad infinitum de las ideas teosofistas (y de todo el ocultismo occidental subsiguiente): postuló la existencia de los Maestros Ascendidos, una Jerarquía Invisible o Hermandad Blanca, rectora de los destinos del mundo. Como es obvio, Mme. Blavatsky estaba en contacto con tales Maestros y era, en gran medida, su vehículo en este mundo. Alegó que sus maratónicos libros le habían sido dictados por tales entidades, mientras se hallaba en trance, mediante el mecanismo de la escritura automática. Así, la historia de la Sociedad Teosófica estará marcada por la fidelidad de la sujeción a los dictados de lo Alto; cada quiebre, deserción o facción interna de la Sociedad se basaría, en lo sucesivo, en alguna comunicación de los Maestros. ¿No nos parece familiar todo eso, sobre todo en el ámbito del contactismo ufológico?

Madame Blavatsky atesoraba un magnífico mandril disecado; el simio llevaba gafas, humana indumentaria y un ejemplar de El origen de las especies de Charles Darwin.

El mandril de Madame BlavatskyEsto ejemplifica el desprecio de Blavatsky por Darwin y la “ciencia materialista occidental”. En alguna medida, ella se sentía llamada a superar el vacío espiritual dejado por un cristianismo exánime, por una ciencia grosera y un espiritismo especioso. Como comenta Washington: “Se había pensado que el espiritismo ofrecía un camino entre las alternativas frustrantes de la pseudociencia y la pseudorreligión, facilitando una auténtica ciencia espiritual (…) Si bien la danza musical de los espíritus podía ser una diversión, no arrojaban mucha luz sobre la vida de ultratumba. Las sesiones fueron un espectáculo, un misterio o un consuelo para los afligidos, pero no tenían un objetivo claro, ni doctrinas positivas ni ritos apropiados ni organización coherente. Se necesitaba algo más. Ese “algo” fue lo que intentó aportar Helena Blavatsky” (p.57). Ese algo fue, en nuestra opinión, la fundación de la Sociedad Teosófica hacia 1875, una suerte de institucionalización de lo oculto, de acuerdo a un modelo tan influyente que hoy día llegamos a perder de vista sus implicaciones. Ningún estudioso actual de las “nuevas religiones” corre el peligro de exagerar este hecho.

Los avatares de la Sociedad Teosófica sobrevivieron al deceso de Blavatsky. Con su sucesora, la fabiana y feminista Annie Besant, muchas ideas germinales de la matriarca rusa adquirirán un sesgo sistemático, a veces agobiante. También será la época en que lo sublime y lo ridículo se exacerbarán al máximo. Besant deseaba consolidar la Sociedad y expandirla hacia la India. Ya en ese momento quedó claro que su dirección obtendría apoyos entusiastas e inesperados… y resistencias feroces. Nunca hubo paz en la Sociedad Teosófica. Las querellas intestinas, abiertas o solapadas, eran recurrentes. Por de pronto, se une a Bessant un personaje extraño, pero bien dotado para la escritura y las relaciones públicas: el ex reverendo Charles Leadbeater. Pocas veces alguien ha sido –junto a la propia Besant- tan prolijo en la descripción de sus innumerables vidas anteriores. En algún momento, la reencarnación –y sus consecuencias- se transforma en el credo oficial de los teosofistas y no pararán de especular sobre ello, complicando cada vez más las enseñanzas de Blavatsky al respecto –un poco más recatadas, si cabe-, incorporando cálculos extravagantes y afirmaciones claramente contradictorias. El texto más representativo de este etapa –sobre la que los teosofistas actuales guardan un discreto silencio- es Vidas de Alción, redactado por Leadbeater.

Leadbeater
Charles Leadbeater (1854-1934)

A lo largo de miles de años, Leadbeter y Annie Besant se habían relacionado con toda suerte de personajes ilustres. Como el alma no tiene sexo, se habían reencarnado como hombre o mujer, muchas veces, a lo largo de los eones. Lo resume sardónicamente Washington: “Leadbeater había sido esposo de Annie, y Krishna(murti), hijo de ambos, en el año 40000 a. C.; mientras que en el año 12000 a. C. Leadbeater se casaba con Francesca Arundale (otra celebridad teosofista) en Perú y tenían como vástagos a Bertrand Keightley y a A. P. Sinnett (el famoso autor de Budismo Esotérico, un clásico teosofista). En otras edades, la señora Besant se casaba con doce esposos a quienes preparaba ratas asadas, y Julio César se casaba con Jesucristo. Las encarnaciones finales son como la apoteosis de una comedia de enredos cósmica, con más de doscientos personajes” (p.133; los paréntesis son nuestros).

Uno de los méritos de Washington consiste en describir esta época de la Sociedad con una abundancia de datos digna de encomio. La ironía se agradece, pues el autor la maneja en dosis exactas, sin ceder jamás a la ojeriza o a la simple deformación caricaturesca: su humor es extrañamente compasivo. El mandril no es un manifiesto anti-teosofista sino una exposición lúcida sobre ciertos aspectos ominipresentes de la condición humana, aspectos que todo partido, iglesia o confraternidad han expresado a lo largo de milenios, pero que en la Sociedad Teosófica se volvieron estentóreos.

Jiddu Krishnamurti
Jiddu Krishnamurti (1895-1986)

El caso de Jiddu Krishnamurti es digno de una extensa monografía. Este maestro espiritual que nos es casi contemporáneo (murió en 1986), estuvo vinculado a la Sociedad Teosófica de principios de siglo, claro que de la manera más radical posible. Pues resulta que, en la Sociedad Teosófica, cundió tempranamente la idea de que aparecería un nuevo Instructor del Mundo, tal como ya lo habían sido Buda, Jesús, Zoroastro y demás figuras sobrehumanas de talla semejante. Pero ahora la epifanía tendría como escenario el mundo moderno. Esta idea fue procesada por Besant, para lo cual tomó a préstamo una cara expectativa de importantes corrientes budistas: la llegada de un “Buda de la Compasión”, el Señor Maitreya, el Buda venidero. Como siempre en el teosofismo, la espera de este ser mítico y extraordinario fue sacada del contexto cultural en que surgió y de acuerdo a moldes que los budistas ortodoxos ni soñaron. Pues bien, cuando Leadbeater descubrió a dos adolescentes indios bañándose en un río, pensó que uno de ellos era el Gran Ser que esperaban. Se trataba de Krishnamurti y su hermano. Prácticamente adoptado por la Sociedad, Krishnamurti comenzó su preparación –asumida por Besant– para su nueva responsabilidad: ser el nuevo Cristo, el nuevo Maestro espiritual de toda el género humano, encargado de fundar una nueva Religión Mundial y un nuevo orden de cosas en todos los ámbitos de la actividad humana. Poquita cosa, ¿no? Vaya tarea que el púber enfrentaba.

El caso de Krishnamurti resume admirablemente lo más llamativo del teosofismo como novela de nuestro tiempo y del libro de Washington como retrato histórico y sátira benévola. Besant ordenó que se estableciera, al interior de la Sociedad, la Orden de la Estrella de Oriente, cuya misión era preparar el momento en que Krishnamurti manifestaría su Divina Misión ante los ojos atónitos del mundo. Pero no contaba con que sería el propio Krishnamurti quien dijera “aleja de mí este cáliz” y desertara de la misión de instruir al orbe (ver video).

El alejamiento del maestro indio, su negativa a ser un líder espiritual de las masas y su creciente escepticismo acerca de la filiación iniciática de la Sociedad, le produjeron a Besant un dolor del que jamás se repondría. Dos cosas llaman poderosamente la atención en este proceso. La primera, la vulnerabilidad de Krishnamurti, su certeza –casi dolorosa– de estar sujeto a los avatares de la naturaleza humana –pese al coro tumultuoso de voces que le decían que era el Supremo Maestro de la era de Acuario. La segunda es la porfía de los teosofistas, a pesar del fiasco; Alice Bailey tomará el testigo y recomenzará, más entrado el siglo XX, las incesantes letanías. Desprenderse de su Maitreya era para estos fieles renunciar a toda esperanza (aunque católicos, protestantes y guenonianos comenzaran tempranamente a identificarlo con el Anticristo). Curioso, pues a Mme. Blavatsky no le había desvelado el asunto. Quizás porque ella sabía lo que sus seguidores después creerían. O quizás porque ella –impostora reconocida– entendía que este mundo ya no puede ser instruido por ningún nuevo Cristo. La comedia se transforma en tragedia. Las lágrimas de Besant contrastan cruelmente con las carcajadas que parecen emanar del mandril disecado. Y si es verdad que el babuino ríe, pues no lo hace sólo por el fiasco de la Estrella de Oriente. Lo hace por todos nosotros. Y también lo hace por sí mismo. Es su secreto. Y es también el que Peter Washington nos revela.

FICHA TÉCNICA:
Washington, Peter (1993), “El mandril de Madame Blavatsky. Historia de la Teosofía y del Gurú occidental” (se puede descargar desde aquí), Ediciones Destino, Barcelona, 1ra. Edición, nov. 1995, pág. 500. Tit. Orig: “Madam Blavatsky’s Baboon”, Martin Secker and Warburg Limited, part of Reed Consumer Books Limited. Michelin House, 81 Fulham Road, London , SW3 6RB

LEER MÁS:

Smoley, Richard; Contra Blavatsky: la crítica de René Guenón a la Teosofía

Guenón, René; El Teosofismo, historia de una pseudo-religión, Leviatán, B. Aires, 1954. Huemul, Buenos Aires, 1966

  1. Hola Alejandro!

    Es la primera vez que participo en tu blog, aunque hace mucho tiempo que leo tus posts y sigo tus intervenciones. Tu racional acercamiento a los temas desde ese intento de ecuanimidad me parece destacable, y tengo cierta afinidad con el modo en que diafragmas sobre algunos tópicos de la realidad que hace que leerte sea un placer. Gracias por eso.

    Por otra parte, esta brevísima reseña sobre la Teosofía (tan divulgada y extendida actualmente a través de su mutación antroposófica) me resultó del mismo modo interesante. No sé si es el resultado de un fenómeno de atención selectiva, pero un altísimo porcentaje de personas a mi alrededor, con cierto andamiaje escéptico (por describir de algún modo su actitud general) le han dado una credibilidad inusitada a este tipo de corriente con una apertura tan extraordinaria como incomprensible para mí.

    De todas formas quería detenerme solo en el último punto al que te referís, y el cual comparto, respecto de la complejidad, la intensidad y lo vasto que resulta explicar a Krishnamurti.

    En este sentido comparto este video en el que se ve a un jovencísimo K, leyendo el discurso (desconozco si antes o después de hacerlo público) de disolución de la Orden de la Estrella de Oriente. Se lo ve risueño, alejado analógicamente del discurso que está proclamando (como si fuera un juego, o como si estuviera actuando). Sospecho que por cierta inquietud ante la cámara o quien sabe…

    http://www.youtube.com/watch?v=GgIpAlpQ3gE

    Más allá de cualquier posición respecto a su figura, el contenido de su discurso me parece brillante. Independientemente de las críticas de Gardner a Krishamurti considero que su modo discursivo funciona, entre otras cosas, como un anticuerpo elemental frente a organizaciones de este tipo, y frente a sujetos sobre los cuales vos tantas veces has alertado.

    Muchas gracias otra vez por tu excelente labor!. Saludos cordiales!

  2. Muchísimas gracias @Eduardo !
    En primer lugar vuelvo a aclarar que esta entrada no es mía, sino de mi amigo, el abogado chileno Sergio Sánchez R.
    Sí, Krishnamurti es el clásico «gurú con onda» precisamente por su discurso «anti gurú».
    Su filosofía es muy atractiva, incluso para espíritus laicos pretendidamente ajenos a la religión. A mi no me extraña tanto que ejerza ese encantamiento porque soy de los que piensan que «la religión está en todas partes». Dios, o como se llame cualquier otro ente omnisapiente que ande por ahí, sabrá por qué creo bastante en esa generalización.
    Destaco el video que me enviaste en el post para que otros lectores no se lo pierdan.
    Un abrazo.

  3. Alejandro, el vicepresidente Henry Wallace fue miembro de la Sociedad Teosófica en Estados Unidos. Leí que cuando fue secretario de Agricultura, envió una expedición al Tíbet, supuestamente para buscar un tipo especial de grano, pero en realidad habría estado fuertemente influido por su pertenencia a la sociedad. Esto se relata bien en el libro «Torneo de Sombras», de Karl Meyer y Shareen Blair Brysac, publicado por RBA en el 2008. ¡Un abrazo!

  4. Pues si el coronel Olcott estuviese vivo u otra vez encarnado(recordemos que era budista y hasta creó la bandera budista), él les diría:
    Los maestros koothumi y Morya eran reales, se les aparecieron a varias personas y constantemente precipitaban cartas de la nada con instrucciones a sus discípulos. Esas cartas son más de 100. Escritas de tal forma que la tinta nace desde adentro para afuera del papel. En esas cartas se adelantaron mucho a su tiempo, dando conocimientos muy avanzados para el siglo XIX.
    Madame Blavatsky no era ninguna ilusa. Se crio en una familia aristocrática Rusa y desde niña se desarrollaron sus «poderes». El caso más sobresaliente es la creación mediante precipitación de unos utensilios para la cocina. Más específicamente una tetera, tazas y hasta una pinza para agarrar los terrones de azúcar. Estos utensilios fueron moldeados desde adentro para afuera, y en el caso de la pinza, esta no tiene marcas de cortes, ni que haya sido moldeado en una forja.
    Además el coronel Olcott no era ningún joven crédulo. Cuando fundó la sociedad Teosófica junto con Helena Blavatsky, tenía 40 años, esposa y tres hijos. Era abogado y amigo del presidente de los EE.UU. Era excombatiente de la guerra civil y un hombre muy respetado en New york. Cuenta en sus memorias, que fundó la sociedad teosófica después de que uno de los «Mahatamas» o «Maestros» de Helena Blavatsky se le apareciera en su casa de New York, cuando estaba a punto de irse a dormir. Es así como dejó todas su vida y riquezas para ir hasta la india, y ayudar a sus Maestros a lograr la hermandad universal. Lo que haya ocurrido después de su muerte no es culpa de él, ni de Helena Blavatsky.
    Ojalá que investiguen de verdad la vida de este hombre(como se debería investigar la de helena blavatsky), y sepan que hubo un hombre bueno que dio su vida por la humanidad.

  5. Y por cierto, el libro es totalmente despectivo hacia Helena Blavatsky, y a todo el movimiento teosófico en general; por más que se lo quiera enmascarar. Porque el título es más que tendencioso, pues en su juego de palabras se compara a Blavatsky con un mandril. Algo que ella no era, y que más bien el verdadero cerebro de mandril fue el que escribió ese libro 🙂

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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