En LOS EXPEDIENTES SECRETOS. El Cesid, el control de las creencias y los fenómenos inexplicables, Manuel Carballal ofrece enigmas, archivos secretos y trémulas conjuras. Pero pocos datos verificables. Una quijotesca aventura que da pie para analizar el papel del periodismo especializado en misterios. ¿Es su estilo novelado un “expediente” que permite disimular la falta de información?
Por Alejandro Agostinelli (2003)
LOS EXPEDIENTES SECRETOS. El Cesid, el control de las creencias y los fenómenos inexplicables. Por Manuel Carballal. Editorial Planeta 2MIL1. Primera edición: marzo de 2001. Cant. de páginas: 497.
NOTA DEL EDITOR / NOVIEMBRE DE 2024:
Ignoro si LOS EXPEDIENTES SECRETOS. El Cesid, el control de las creencias y los fenómenos inexplicables ha sido reeditado, pero como su autor, Manuel Carballal, aun escribe obras en la misma onda, consideré que esta crítica, pese a que tiene más de dos décadas, podría interesar a los lectores jóvenes.
En aquella reseña bibliográfica de 2003, que aquí republico, no me centré tanto en las curiosidades que presenta la personalidad del autor, a quien en aquellos años consideraba amigo, sino, antes bien, en aspectos estructurales, conceptuales y específicos del libro, ponderando el hecho de que éste era presentado como un trabajo de investigación periodística. Para mi frustración, me encontré con un abigarrado cúmulo de disparates, especulaciones tiradas de los pelos y afirmaciones indocumentadas.
Siempre he acusado recibo de cuestionamientos fundados, aclarando que alguna vez acepté correr riesgos (y corregí mi error), otras directamente me equivoqué e incluso enfaticé metidas de pata con un “caí como un chorlito”. Supuse que el autor era de esa madera. Pero fue exactamente al revés: desde que la crítica que leerán fue publicada, no ha desaprovechado ocasión (¡hasta el día de hoy!) para soltar insultos, calumnias y falsas acusaciones dirigidas a mí en lo personal o sobre mi trabajo.
Con los años se iban a acumular los motivos para mantener prudente distancia de Carballal, pero creo que antes de hablar de rencillas de poco interés o de robo (pues sí, también ha saqueado artículos enteros de Dios!, web de la que fui editor, entre otras), algunos preferirán leer ese comentario que el ufólogo gallego jamás nombró ni intentó rebatir, incluso cuando más de una vez le ofrecí la oportunidad de ejercer su derecho a réplica.
Quizá alguien más (yo he dejado de ser lector suyo) me cuente si Carballal ha mejorado luego de alguno de los gazapos que detecté en mi lectura de sus Expedientes. En líneas generales, por lo que anduve viendo, parece que las cosas han empeorado, llegando a esconderse, con más o menos fortuna, en un par de seudónimos tan pronto se ocupó de novelar su presunta infiltración en grupos neonazis o describir su trabajo de topo en “mafias internacionales de tráfico de mujeres”, sendas muestras de periodismo chatarra que han recibido críticas más despiadadas que las mías. Después de todo, mis cuestionamientos estaban enfocados en sus crónicas de marcianos y psíquicos, temas poco apreciados por la crítica generalista y en los que la inmensa masa de lectores tiende a ser poco exigente.
Carballal no aprovechó su derecho a réplica y hoy creo que no lo hizo por falta de argumentos: he notado que el autor ha adoptado el hábito de recurrir al insulto, la tergiversación o la victimización, mañas que terminan siendo un búmeran o acaban siendo recursos poco persuasivos para los lectores críticos (desarrollo este tema al pie del comentario bibliográfico).
Por cierto, mi problema habrá sido el mismo que el de otras personas: cuando en 2018 recibí un enlace de un artículo titulado algo así como “Carlos Castaneda, el peruano que engañó al mundo”, sobre una obra dedicada al famoso antropólogo chamanizado, me dije: “¡Al fin alguien le entra al caso!”. Menuda decepción me llevé cuando descubrí que el autor del artículo ¡y del libro! era el propio Carballal. Vaya, después de leer mi comentario vas a entender por qué se hace cuesta arriba creerle hasta las comas.
Dejo aquí la crítica tal cual fue publicada en el sitio Dios!, en el año 2003. A continuación, presento algunos ejemplos personales de cuál ha sido el comportamiento ético del «colega» desde entonces.
«Para Alejandro Agostinelli, querido compañero en la eterna duda. Lo importante no es lo que creemos, o no creemos, sino el grado de fanatismo con que lo vivimos», leo en la dedicatoria que escribió Manuel Carballal en la carátula de «Los Expedientes Secretos». Simultáneamente, Alejandro Parra, a la sazón portador del libro desde la Península Ibérica, me pide que comente ésta, la última obra de Carballal. «Mmm… ¡Qué compromiso!», me dije. Me sentí atrapado. ¿Por qué? Conozco al ufólogo gallego desde hace más de diez años. Nos escribíamos desde tiempo antes, pero en 1991 coincidimos en un congreso en El Vendrell, cerca de Barcelona, organizado por otro amigo común, Joan Basseda. Yo no sabía tanto de él y al principio parecíamos acordar en todo. Bueno, en casi todo: una noche le dije al pasar que ufología y ufos existían, según mi opinión, porque ¿a quién no le gusta escuchar una buena historia? (Ya sé que el asunto es mucho más complejo; solo le quise exponer un concepto, no una verdad revelada.) «No lo veo así», repuso. «Para mí –continuó– existen al margen de nuestras expectativas». Pensábamos diferente. A pesar de eso, o quizá gracias a eso, simpatizamos. Luego nos volvimos a ver o a escribir de vez en cuando. Hace un par de años, un malentendido nos distanció (Nota de 2024: ver abajo «EL TOPO MÁS FAMOSO»).
La simpatía mutua, para mí, seguía intacta, y así lo confirmó su cariñosa dedicatoria. Todo esto es un fárrago demasiado personal –lo siento–, pero quiero dejar asentado que el peso de esa amistad ahora me preocupa: los humores hispanos son hipersensibles a la crítica y no me gustaría que esa relación condicionara este comentario. Y, si lo hace, prefiero dejarlo claro de entrada (1).
Pero cuidado, que se me entienda bien: no estoy preparando el terreno para destrozar su trabajo ni mucho menos, ya que el apasionado en fenómenos extraños y creencias paranormales agradecerá esta obra, que le servirá para enterarse de muchos pormenores de la cuestión en España, escritos por alguien que se acercó, tal vez menos peligrosamente de lo que nos quiere hacer creer, al punto de vista de los agentes secretos, compartiendo aquí sus experiencias, algunas instructivas y otras sumamente entretenidas.
Mira, Manuel –le confió un inspector jefe–; si a mí me viene un vidente a la comisaría y me dice dónde está Anabel Segura y yo la encuentro donde me ha dicho, lo primero que hago es detenerlo a él. Y luego me va a explicar muy despacito cómo sabía dónde estaba».
Diálogos como éste, diseminados en diferentes capítulos, reflejan apasionantes escenarios tras bambalinas. Por lo demás, Manuel no rehúye a ninguna técnica para hacerse de la información: puede fingirse cliente de una prostituta en La Habana para dar con el paradero de un santero reclutado por los servicios secretos de Fidel Castro (pp. 13-18) o lanzarse al vacío desde 4.000 metros de altura para colarse en un grupo de paracaidistas y ganarse la confianza de agentes del Cesid (Centro Superior de Información de la Defensa), quienes le revelarán informes sobre ovnis del Ejército del Aire que, como no hallará entre los desclasificados, considerará «confidenciales» (p.250). El morbo con que describe las barreras que debe sortear para hacerse con ciertas declaraciones le agrega sal y pimienta a un libro que, sin esos ingredientes, se tornaría insípido: ciertamente, muchos investigadores -los mismos que Carballal sindica como «colaboradores de Defensa en ocultar la verdad» (p. 324)- son capaces de despachar en pocas carillas lo que él necesitó un capítulo entero del libro, tal el caso de sus malogrados intentos por desvelar encubrimientos estilo Roswell en territorio español (2), para desembarcar a conclusiones incontrastables. No resisto el deseo de acotar que las falacias con que descalifica a ufólogos escépticos como Vicente-Juan Ballester Olmos alcanzan un grado de patetismo aún más perturbador cuando, por otro lado, a J.J. Benítez, algo así como el Fabio Zerpa español, lo considera un «investigador» digno del mayor respeto.
¿»ALGO MÁS» O «ALGO MENOS» QUE LA VERDAD?
A diferencia de sus títulos anteriores («Los Peligros del Esoterismo», «El Síndrome del Maligno», «Secuestrados por los OVNIs», «La Ciencia Frente al Misterio» y «OVNIs y Pilotos») éste es el más pretencioso. Tal vez… demasiado. No le teme a ninguno de los grandes interrogantes. «¿Y si además de los videntes usados como desinformadores, los mitos esotéricos como propaganda, las sectas como campo experimental psicológico, o los OVNIs que ocultan pruebas militares, hubiese algo más?», es «la» pregunta.
Pero ¿y si en vez de algo más hubiese… algo menos? Digamos ya mismo que –si hubiera algo más–… no sabe/no contesta. Por el contrario, este libro de Carballal es su mejor intento por rellenar estas cuatro afirmaciones, a las que da por probadas en aquella laaaaarga duda. A modo de juego mental, veamos qué sucede si enfrentamos esas ideas con otras tantas de signo opuesto:
En las siguientes preguntas las bastardillas en negrita son mías:
¿Son los videntes ante todo desinformadores manipulados o… pueden, ocasionalmente, ser aprovechados por algún funcionario vivillo, confiado que tendrá cien años de perdón?
¿Los mitos esotéricos son especialmente utilizados como herramientas de influencia social o… en los orígenes de toda ideología hay un nutriente religioso, mágico o pseudocientífico que no es determinante para poner en marcha movimientos sociales complejos como el nazismo?
¿Es habitual que las minorías religiosas sean campo orégano de científicos sociales chiflados o… sectas sintéticas como UMMO son excepcionales y están condenadas a la extinción?
¿Son pruebas militares las que justifica la existencia de la mitología OVNI o… de vez en vez aparecen uniformados dispuestos a «dejar creer» en platos voladores para ahorrarse explicaciones (sin por ello pretender ocultar nada en especial)?
Para elegir cualquiera de estas opciones hace falta algo más que unas cuantas anécdotas. Además, podríamos preguntarnos si tales disyuntivas tienen sentido a la luz de las evidencias disponibles. Sin ser necesariamente malpensados, cabe advertir que el autor se encuentra recostado en una atmósfera oportuna –la moda conspiranoica impuesta por series como «The X Files» (que, pese a entregar el título de la obra, no aparece mencionada ni una vez)– para dirigir la atención a su especialidad, demostrarnos que «la realidad supera a la ficción», para lo cual no cejará en su empeño por infiltrarse en la «zona prohibida de la verdad». Esa que los gobiernos, los servicios de inteligencia y los militares pretenden ocultar… porque la verdad… ya sabe: está siempre ahí afuera.
UN «ESCÉPTICO» QUE TOMA EN SERIO A ¡URI GELLER!
Al dar vuelta la página 484 de «Los Expedientes Secretos», a uno le queda la sensación de haber acompañado al autor a una aventura que llega a tornarse tan solitaria como quijotesca. No encuentro mejores adjetivos para describir a su esfuerzo por atrapar una «verdad» frágil como una burbuja y quizá tan jabonosa como magnificada. Los testimonios que Carballal presenta son, salvo contadas excepciones, más anecdóticos que documentados, aunque admito que este asunto es materia opinable. Sin embargo, las «verdades» que presenta son sospechosamente escurridizas. En todo momento, el autor parece «a punto» de reescribir la «verdadera historia», aquella que los-villanos-que-detentan-el-Poder-escamotean-a-los-pobres-ciudadanos-víctimas-de-la Gran-Manipulación. Pero, a la vez, los datos que él mismo confiesa necesitar para que sus hipótesis «cierren» se vislumbran en la lontananza, casi siempre bajo la forma de una promesa pendiente de corroboración. Y digo que sus «verdades» están magnificadas porque a menudo agranda hechos o le da aire a personajes impresentables.
En este sentido, Manuel adolece de la costumbre de poner el carro delante del caballo. Veamos un ejemplo. En el capítulo 5, «La guerra de las mentes», donde avanza en su intento por demostrar la utilización de los espías psíquicos por las agencias de inteligencia, empieza citando elogiosamente a Uri Geller (pp.113-122), a quien investigadores como James Randi, Richard Feynman, Martin Gardner y Ramos Perera descubrieron más de una vez con las manos en la masa y acabaron ofreciendo evidencias más que convincentes para retratarlo como un embaucador profesional. Carballal, sin embargo, omite señas biográficas nada menores de Geller (por ejemplo, que antes de declararse psíquico trabajó como ilusionista en Israel) y ensalza las defenestradas investigaciones de Russell Targ y Harold Puttoff. «(Geller) –escribe Carballal– obtuvo críticas favorables de los científicos que lo analizaron y los más vilipendiados ataques de quienes nunca lo analizaron personalmente» (p.117). Reivindicación y descalificación sorprendentes para quienes conocen el otro lado de la historia (3).
Geller le confiesa que la CIA le encargó que «bombardeara telepáticamente» a un ministro soviético durante la firma de un Tratado de Desarme Nuclear (p. 122). Tales declaraciones merecen tanto crédito como su revelación de que John Lennon le regaló un artilugio extraterrestre: «Nunca (lo) he llevado a analizar –le dijo Geller– por miedo a que los científicos me digan que es algo fabricado por el hombre» (p.121). Con todo, Carballal inicia su ronda de entrevistas con gente del Cesid para intentar contrastar las informaciones que le había facilitado el propio Geller. Ahora, ¿qué informaciones le dio el mentalista israelí? En el libro no aparecen: sólo leemos las fábulas con las que desde hace años Geller trata deslumbrar incautos para autoglorificarse.
Aún así, Carballal, siguiendo al sociólogo Marcelo Truzzi, aclara que no le interesa probar si los videntes son efectivos o no, sino si son útiles. «Incluso si son un fraude pueden tener una utilidad práctica», escribe, convencido de que el más estéril fisgoneo psíquico puede lograr milagros tales como la rendición incondicional de un criminal crédulo.
A veces, Carballal actúa como un «racionalista duro» (y es aquí cuando alguien podría aplicar los mismos argumentos que él usa para desacreditar a los escépticos, a quienes ataca por hacerle críticas parecidas a las que formulo en estas líneas). En el capítulo 2, titulado «La policía paranormal», tal vez uno de los más elaborados de la obra, queda claro que los adivinos devenidos en espías no aciertan ni de carambola. Pero, de pronto, abrazándose de historias anecdóticas como las que le confiaron de la «bruja buena» Maritxu o el padre José María Pilón, llega a conclusiones ambiguas, innecesarias y desconcertantes: «Por lo general, salvo contadas excepciones, no creo que tales capacidades, de las que presumen los videntes profesionales, existan» (p.102). ¿En qué quedamos? ¿No cree (en tales capacidades) o… existen «contadas excepciones»? ¿A cuenta de qué el autor revaloriza un enigma tras haberse tomado el trabajo de desbaratarlo? Misterio… (4)
EL LLANERO SOLITARIO PERSIGUIENDO… ¿POMPAS DE JABÓN?
El carácter solitario de las andanzas de Carballal a través de la casuística misteriosa -decir paranormal sería restrictivo- no es un énfasis mío sino del propio autor. «Este libro –escribe en la presentación– es fruto de una investigación individual. El único apoyo que he recibido de servicios, asociaciones, empresas o colectivos de otra índole ha sido… ninguno» (p. 9). Con el correr de las páginas, el lector sabrá que eso que parece una queja es, en rigor, una declaración de principios: «…la ventaja de trabajar solo es que no debes someterte al criterio comercial de una publicación o a la inquisitorial censura que imponen ciertos estamentos oficiales» (p. 265). A Carballal –lo digo con la confianza que me otorga contar con su amistad– le encanta mostrarse como un enfant terrible, pretensión chocante cuando se manifiestan indicios que la contradicen. Carballal declara no comulgar con los ‘mercaderes del periodismo paranormal’ (se supone que el de los que dirigen las revistas esotéricas españolas, aunque las principales son tres y sólo parece tener problemas con una de ellas) ni, mucho menos, con los ‘pseudoescépticos’, como le llama a los investigadores críticos que para él son «sospechosos de colaborar con los servicios de inteligencia» (sic). Y ésta «tercera posición» acaba siendo un gesto políticamente correcto de cara a un lector que creerá estar leyendo un trabajo independiente de aquellas «fuerzas en pugna».
Carballal parece seguir el lema, tan caro a los equisófilos, «nunca confíes en nadie». Su aventura también es solitaria en este sentido: por razones bastante caprichosas, desestima otras fuentes, otros investigadores, otros autores: sus apuntes se refieren a un asunto absolutamente personal y no confronta evidencias divergentes con nadie, a menos que sea para ridiculizarlas. No sólo sigue esta línea en el caso Geller, su psíquico favorito, sino cuando toca de refilón el Proyecto Stargate (p.130), sin mencionar por qué se canceló el programa (5), y tampoco lo hace cada vez que discute un caso OVNI donde, ineludiblemente, adivina la intención de «desinformar» si un investigador que no le cae simpático llegó a conclusiones diferentes de las suyas.
Frente a esas arbitrariedades, uno queda confundido a la hora de imaginar los razonamientos que siguió para valorar la credibilidad de informantes, testigos o presuntos dotados.
Su investigación sobre la intervención de videntes españoles y el fantochesco desembarco de la empresa psíquica norteamericana PSI-TECH durante el secuestro de Anabel Segura, por ejemplo, podría haber sido impecable si no hubiera intranquilizado al lector mencionando que encargó ¡un estudio grafológico! para calibrar la personalidad de uno de los raptores (p.65-66).
Al affaire UMMO (un inquietante fraude donde ufófilos de todo el mundo fueron expuestos a presuntas cartas extraterrestres), Carballal le dedica un apretado capítulo con información poco conocida para el gran público, lo que es de celebrar. Pero el lector avisado no podrá permanecer indiferente cuando afirma que existió «una segunda secta sadomasoquista» creada por José Luis Jordán Peña, el artífice del fiasco, porque… ¡el propio Jordán Peña se lo dijo! No se advierte ningún intento por verificar sus dichos, y lo digo consternado: hace años le sugerí que caía de maduro corroborar la existencia de la alegada secta por la sencilla razón de que Jordán Peña hizo de la mentira una forma de vida (p. 431). Asoman, en fin, las mismas dudas cuando da por buena la sospecha de que el Cesid participó en el montaje ummita basándose en confidencias mínimas, sin una sola entrevista en «on» o documentos que las respalden (pp. 425-438). Y no, la verdad es que cinco frases no alcanzan para sostener que «la génesis del engaño va mucho más allá de una inocente broma, como siempre pretendieron los siniestros pseudoescépticos, y mucho más allá del ‘experimento científico’ que pretende Jordán» (pp.430).
También nos desorientará descubrir que utiliza el libro para enviar contraseñas a confidentes, espías o colegas («A ti te tocará, Serrucho, dar a conocer o no ese documento… Yo me reservo otro video y unos fotogramas del tuyo…) (p.414) [¿?].
A mí me gustaría saber, por ejemplo, si es cierto que, en abril de 1982, un submarino norteamericano proyectó una imagen holográfica de la Virgen frente a la bahía de La Habana en el contexto de una operación de guerra psicológica contra el gobierno comunista de Fidel Castro. O si es verdad que la CIA planificó desestabilizar Cuba propagando la creencia de que Fidel era el anticristo profetizado en el Apocalipsis de San Juan (pp. 235-244). Estas historias suenan a ciencia ficción, pero a Carballal le daría una oportunidad si su única fuente con nombre y apellido no fuese un general, ex viceministro de seguridad de Mongolia, con el que había bebido «un par de vodkas de leche de camella» en el curso de una enigmática expedición Vórtice-99 (?)… aventura siberiana que no volverá a mencionar en el resto del libro. Por defecto, las dudas justificadas acaban contaminando posibles datos fidedignos. Y enfatizo lo de justificadas porque, como en el caso de la «aparición mariana contrarrevolucionaria» del Malecón de La Habana, Carballal parece haber viajado más de una vez a Cuba, oportunidades en las que podría haber procurado testimonios o documentos menos endebles. Pero no, regresó con las manos vacías (aunque no lo confiesa: simplemente se nota). Ergo: la ausencia de otras fuentes obliga a mantener a estos datos, que podrían ser preciosos, en cuarentena.
LA PARADOJA DEL DENUNCIANTE DE CONSPIRACIONES
Al promediar estos comentarios, califiqué a su aventura de quijotesca. Me explico: a lo largo del libro se advierte un casi obsesivo empeño en justificar el título. Me parece rayano en la desmesura acometer una obra de casi medio millar de páginas con el propósito de fundamentar el accionar «manipulativo» de los servicios secretos españoles en las más diversas creencias paranormales, para acabar descubriendo que prevalecen deducciones detectivescas antes que evidencias consistentes. Por cierto, cuesta hallar la clase de datos no ya digamos capaces de desbancar gobiernos sino… de justificar el robo de su computadora (cosa que dice le sucedió poco antes de entregar su manuscrito a la editorial) (p.157).
Carballal «quiere y no quiere» ser espía. Se nota que disfruta viviendo situaciones límite y sabe que ellas le dan miga para que sus crónicas tengan el imprescindible touch dramático. Pero, qué vamos a hacer, su libro no prueba que «la realidad siempre supera a la ficción». A veces, como, en el caso UMMO o la comedia de enredos paranormal alrededor del secuestro de Anabel Segura, sí. Pero otras es decepcionante y el desafío consiste en convertir al desengaño en conocimiento… siempre pasible de un tratamiento casi tan divertido como la mejor ficción (¡lo que pasa es que da trabajo!).
Para terminar, siento confesar que Los Expedientes Secretos no es la obra de autor que me hubiera gustado leer de Carballal: la credibilidad de los datos que salpica aquí y allá en sus abigarradas crónicas –que a menudo tocan demasiados temas a las vez, yéndose por las ramas y desorientando al lector– suelen depender del margen de confianza que decidamos otorgar a sus informantes… casi siempre tan anónimos como los corresponsales del planeta UMMO. Así las cosas, la hipótesis según la cual organismos oficiales como el Cesid conspiran en las sombras manipulando las creencias populares… no cierra: queda pendiente para otra ocasión, en la que -«si nadie se interpone en su camino»-, Carballal revelará todo lo que sabe.
Queda una última pregunta abierta. Si el autor no cumple con lo que el título promete, ¿quién es responsable de que el mundo ignore «la verdad»? ¿Los funcionarios de Defensa? ¿Los soplones rentados, que nunca nadie sabe a quién o a quiénes responden? ¿Las revistas del ramo, eternas aspirantes a aumentar sus ventas? ¿Los escépticos militantes, que explicándolo todo cooperan sepultando verdades más extraordinarias? ¿Carballal, que parece naufragar en el intento? ¿Las cosas siguen igual que antes porque los conspiradores consiguieron derrotar al solitario Manuel en una pulseada colosal? ¿O debemos concluir que los esfuerzos del autor se reducen a novelar sucesos triviales?
Los servicios de inteligencia españoles estarían dispuestos a desechar este último interrogante. Según parece, consideran a Manuel un adversario digno:
Joder, es una pena que seas tan independiente. Tú en el servicio tendrías futuro…», le confió uno de ellos.
Carballal, a renglón seguido, desliza:
La verdad es que no era la primera vez que un agente del Cesid me hacía comentarios parecidos, aunque parece ser que mi individualismo compulsivo no está hecho para el espionaje… Y mis lealtades son para una verdad mucho más trascendente y universal que la soberanía nacional. Lo que no ha impedido que se me hayan hecho generosas ofertas económicas que jamás he aceptado. Sospecho que otros ufólogos españoles sí aceptaron esas proposiciones [económicas]…» (p.322)
En plan de seguirle la corriente, ¿por qué no creer que la obra de Carballal es otra pieza más dentro del tinglado de la Gran Conspiración? Los agentes que actuaron como sus informantes, ¿no estarán tratando de hacerle pisar el palito, forzándolo a creer en aquello que quieren que crea? Estas preguntas –que espero nadie tome en serio– son puro entretenimiento retórico (eso sí, inspiradas en las mismas fuentes: Jacques Vallée, John Keel, The X-Files…). Realmente, no pienso que alguien pueda estar interesado en manipular las creencias de Carballal. Pero el lector, sobre todo aquel que desde el principio tuvo en cuenta el cariño que siento por el autor, imaginará cuánto me costó verme en la obligación ética de plantearme éste, el más serio de mis interrogantes: ¿Carballal denuncia aquí un oscuro complot o… gran parte de su obra es un mero juego de pirotecnia verbal?
Dejo a los potenciales entusiastas de su libro con esta única inquietud.
NOTAS Y REFERENCIAS:
1) Aun así, creo que no existe amistad genuina si no nos sentimos libres de hacer una crítica sincera: la amistad se nutre más de la disidencia que de la apología hipócrita: la crítica complaciente o el disimulo, creo yo, constituyen una falta de respeto al autor, al lector y a nosotros mismos.
2) Confróntese el capítulo 5, «Un arma llamada miedo», con el artículo «Gastronomía de los ‘Roswell’ a la española», por Manuel Borraz, en La Nave de los Locos N° 6, enero 2001, pp-22-
3) Ver Randi, James. «Los fraudes paranormales», Ed. Tikal, 1994 (ver Capítulo 7, «Los Laurel y Hardy de la parapsicología», pp. 143-173). También ver de Ramos Perera, «Uri Geller al descubierto». Sedmay Ediciones. Madrid, 1975.
4) ¿Misterio? Bueno, no tanto: del «nuevo periodismo» español especializado en misterios, aún falta el libro que represente un verdadero corte de manga a los criterios estándar que encorsetan a estas publicaciones. Que los datos hablen por sí mismos, atreverse a cuestionar a las vacas sagradas o desarticular el engranaje de las creencias, parece más difícil que cargarse a unos cuantos falsos misterios… y dejar en el aire a todo lo demás. A Manuel lo aprecio mucho, pero creo que ,si no lo hizo, o si lo hizo a medias, fue porque tomó clases en la misma escuela que enseña a no matar a la gallina de los huevos de oro: ante la duda, conviene perdonarle la vida al misterio –¡después de todo es la que nos da de comer! (A propósito, déjenme decir que –si tal gallina existiera– sería inmune a la opinión e incluso a los descubrimientos de los periodistas).
5) Ver Hyman, Ray; «A Critical Historical Overview of Parapsychology. En Kurtz, Paul (Editor): «A Skeptic’s Handbook of Parapsychology» (99. 3-96), Buffalo, NY: Prometheus (1985); May, Edwin; «Los Institutos Americanos de Investigación. Revisión del Programa Star Gate del Departamento de Defensa: un comentario». En Revista Mexicana de Psicología Paranormal. Vol 1, N° 2. Noviembre 1996 (p-90-113). [Publicado originalmente en Journal of Parapsychology, 60, 3-23, marzo 1996.]
Primera publicación:
Revista Argentina de Psicología Paranormal (RAPP), Número 3-4, Julio-Octubre 2002. Pp. 290-297. Editada por el Instituto de Psicología Paranormal: Buenos Aires, Argentina. Pocos meses después, este artículo fue reeditado en Dios!, portal de las creencias extraordinarias, a cargo del autor de esta reseña.
Poscriptum: Desde abril de 2003 en adelante, Carballal no contestó los mails del autor sugiriéndole que comentara la crítica. Antes de que se publicara, Alejandro Parra, director de la RAPP, también le ofreció las páginas de las revista para ejercer su derecho a réplica. Se ignoran los motivos por los cuales Carballal declinó el ofrecimiento.
EL “TOPO” MÁS FAMOSO: HAZ LO QUE YO DIGO PERO NO LO QUE YO HAGO
Hoy Carballal da entrevistas pero “sin dar la cara” por temor a sus múltiples enemigos, probablemente imaginarios. En verdad, basta googlear su nombre para ver su rostro en videos y fotos, entre ellas una portada de la revista El Semanal donde el titular propone una adivinanza tan obvia que causa más tristeza que comicidad.
Menciono este tema porque Manuel Carballal no tiene piedad para juzgar e insultar a quienes “revelaron” que él era “Antonio Salas”, el seudónimo que usó en tres de sus libros más vendidos. Sin embargo, conmigo cometió una imprudencia que tuvo consecuencias catastróficas. No tanto para mí, lo cual no habría sido tan grave, sino para un amigo a quien le presenté cuando aún, como ahora es obvio, no conocía lo suficiente al gallego.
En 2002, Carballal visitó Buenos Aires. En un café de la avenida Córdoba, le presenté un antropólogo y productor de TV que participaba como observador en una asociación esotérica con inclinaciones nacionalistas. Mi amigo intentaba ganarse la confianza de los miembros del grupo para filmar un documental y, por este motivo, le pidió a “Manu” que no develara su identidad, conmigo de testigo y garante. Para ser escuetos: Carballal publicó su nombre y su fotografía en una revista española sin su consentimiento. De esas que llegan a la Argentina, sí. Enterada la gente del grupo de la publicación, el antropólogo tuvo que marcharse precipitadamente y abandonar el proyecto. El documental nunca se pudo realizar.
Le escribí a Carballal, enojadísimo pero preguntándole respetuosamente cómo esto había sido posible. Demoró días, muchos días, en contestar, retraso que, a esa altura, cada vez me interesaba menos: solo esperaba excusas. Cuando las dio, si bien eran inaceptables (“una chapuza de los maquetadores”, etc.), me resigné a darle una chance. Al tiempo me iba a sorprender con un ejemplar de cortesía autografiado de Los Expedientes Secretos.
EL «TRUCHO» DEL MISTERIO
Me pareció oportuno agregar este «suplemento» para complementar, por si hiciera falta, la información necesaria para quienes alguna vez me preguntaron por qué no colaboraba ni deseaba tener relación alguna con la revista El Ojo Crítico. Pues bien, no conforme con sustraer artículos de amigos y propios de Dios! en beneficio de su sitio web Fraudes Paranormales, el buen “Manu” continuó ejerciendo el pirateo en las primeras ediciones de El Ojo Crítico. Hay más, pero creo que con dos muestras alcanza.
En 2005, el sitio web Fraudes Paranormales ya había pirateado artículos de Dios! y de otros varios sitios dirigidos por respetados colegas. Era vox populi que ese sitio era suyo. Cuando le pregunté por qué no había pedido la autorización correspondiente, de su parte sólo recibí carcajadas e insultos, enfureciéndose aún más cuando negó ser el director de aquella web. Esa excusa podía engañar a cualquiera menos a mí, que durante los años 80 le había enviado mis cartas al Apartado de Correos 1.177 de La Coruña. Para mayor desfachatez, como indicó Luis Alfonso Gámez, esa también era la casilla postal del grupo Fénix, fundado por Carballal en 1983, y la del portal Mundo Misterioso, que él mismo dirigía.