Físico y epistemólogo radicado desde 1966 en Canadá, los estudiantes argentinos lo conocen por La ciencia, su método y su filosofía y el público, por sus críticas contra el psicoanálisis y las pseudociencias. Peor es nada. Pero él es más que eso.
A los 95 años, Mario Augusto Bunge presenta su autobiografía Memorias. Entre dos mundos, que publican Editorial Universitaria de Buenos Aires y Editorial Gedisa el próximo 1 de Octubre a las 19 hs en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, Salón Rojo. En el panel estarán Gonzalo Álvarez, Pablo Jacovkis, Alfonso E. Lizarzaburu, Javier López de Casenave, Gustavo Esteban Romero, Lillian O Connell de Alurralde, Miguel A. Quintanilla y el autor del libro.
Escribí esta mini biografía –con detalles corregidos por el mismo Bunge- para la Colección 200 Argentinos, Revista Veintitrés (2010). Ya era hora de liberarla en Factor.
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Es el filósofo argentino más reconocido en el mundo y, a la vez, el menos reconocido por sus pares en la Argentina: en 1985 dio por primera y última vez una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. De poco le han servido medio centenar de libros publicados, los ocho tomos de su tratado y sus diecinueve doctorados honoris causa para sentirse ajeno, inoportuno o ambas cosas en su país, al que visita cada vez que lo invitan desde 1966, cuando se estableció en Canadá, donde enseñó en la Universidad McGill de Montreal, la más antigua del país.
A Mario Bunge, el mismo que en 1982 recibió el premio Príncipe de Asturias de Humanidades, le gusta recordar que su boletín en el Colegio Nacional de Buenos Aires era más bien un prontuario. “Durante el secundario fui un alumno mediocre en casi todas las asignaturas, y malo en algunas”. Marito captó el autoritarismo medieval de aquella escuela cuando, en primer año, el profesor de Caligrafía anunció que su materia era “la más importante de todas”. Su oposición al disparate le llevó a publicar una revista estudiantil cuya primera portada ilustró con una caricatura de El Mono, como apodó al calígrafo. Durante cuatro años cosechó suspensiones por conversar en clase, no delatar a un compañero y desacatar a los celadores, quienes exigían formar filas cuasi militares. Sorteó la expulsión gracias a su padre, quien se apersonó para rebatir cada amonestación. “Tuvo confianza en mí pese a mis malas calificaciones”, evoca. Fue aplazado en varias asignaturas, en particular Castellano. Su falta: no haber memorizado unos sonetos de Gustavo Becquer. Es que Mario prefería escribir sus propios poemas, cuentos, novelas y dramones. Del Buenos Aires se fue sin que lo echaran: tomó clases particulares durante dos años y rindió exámenes como alumno libre en otro colegio. Eligió sus propias lecturas, asistió a un curso de química en la Facultad, redactó su primer libro –donde ya cacheteaba al psicoanálisis-, y tuvo tiempo para escribir dos novelas. Originales que -“afortunadamente”, dice Mario- se traspapelaron en la noche de los tiempos. De los profesores de aquella etapa sólo recuerda bien al de Literatura Francesa, quien le hizo conocer autores de esa lengua y pudo seguir descubriendo por su cuenta, como a Jean-Marie G. Le Clézio, ignoto –salvo para Bunge- antes de recibir el Premio Nobel de Literatura (2008).
Por entonces, una epifanía le reveló su pasión por la física y la filosofía, vocaciones que iban a acompañarlo toda su vida. “La mejor disciplina es la autoimpuesta, y gracias a los profesores que me desahuciaron en 1935 organicé mi vida. El desempeño escolar no es un indicador fidedigno del desempeño posterior”, insiste en plan de animar a los alumnos bohemios, curiosos y poco disciplinados.
CIENCIA OBRERA
Mario Augusto Bunge nació el 21 de septiembre de 1919 en Florida, provincia de Buenos Aires. Vivió buena parte de su infancia en una zona semirrural. Su formación humanística y política se enraizó en los barrios obreros de Buenos Aires, a los que de pibe recorrió junto a su padre, el médico y diputado socialista Augusto Bunge (1877-1943). Alternó sus días entre tareas agrícolas, buenas lecturas favorecidas por la nutrida biblioteca familiar y las charlas de los amigos de su padre. Ninguno de ellos hablaba de ciencia ni de filosofía. Con todo, Augusto le enseñó las bases de la biología evolutiva a los cinco años de edad. A los 16 descubrió la filosofía. Deslumbrado con la dialéctica porque “sonaba profunda y abarcaba todo”, fue a preguntarle a su padre. “Según el maestro (J.B.) Justo, es sólo abracadabra”, contestó. Siguió con los materialistas y tradujo la correspondencia de Marx y Engels.
Sus lecturas de Bertrand Russell (1872-1970) y dos astrofísicos ingleses, Sir Arthur Eddington (1882-1944) y Sir James Jeans (1877-1946), le sacudieron la estantería intelectual. En 1938 ingresaba en la Facultad de Ciencias Fisicomatemáticas en la Universidad de La Plata.
A los 19 años, fundó la Universidad Obrera Argentina (UOA), donde los trabajadores eran capacitados por tarifas exiguas. Arturo Frondizi (1908-1995), el abogado de su padre, dictaba Derecho Laboral. Mario enseñaba corrientes alternadas y daba un seminario sobre causalidad. La UOA era vigilada de cerca por la sección Orden Social de la Policía Federal. Al fin de cada clase, un agente le exigía al joven rector resumen y conclusiones. Por ejemplo, tras una charla sobre motores, Bunge informaba: “Se trató el ciclo termodinámico y se resolvió que los Diesel son más económicos que sus competidores”. En 1943, el secretario de Trabajo y Previsión, coronel Juan Domingo Perón, clausuró la UOA. Ese día se diplomaron 1.000 estudiantes.
CÁRCEL Y FILOSOFÍA
En 1944, al año de comenzar sus investigaciones en física nuclear teórica, fundó Minerva, la primera revista filosófica que circuló en América Latina. Su objetivo fue “defender el racionalismo de las fuerzas irracionalistas” procedentes de Francia y Alemania. Allí publicó trabajos del filósofo italiano Rodolfo Mondolfo (1877-1976), quien durante su exilio dictó griego antiguo en la Universidad de Córdoba, del matemático español Julio Rey Pastor (1888-1962) y del filósofo Risieri Frondizi (1910-1983), quien sería rector de la UBA.
En las elecciones de 1946, Bunge integró la Unión Democrática. Su oposición al peronismo lo llevó a pernoctar varias semanas en la Penitenciaría de La Plata acusado de incitar a la famosa huelga ferroviaria de 1951. “Yo sólo había buscado firmas para un petitorio que pedía reincorporar a un compañero de la facultad. Ni siquiera viajaba en tren”, dice. En prisión organizó un seminario sobre asuntos varios entre los presos políticos. Allí conoció a Dedos Brujos. “Ambos éramos profesionales: él, carterista, y yo físico. Era el único preso común decente de nuestro grupo”. Cuando Dedos Brujos quedó libre, la policía sopló su prontuario al patrón, aquel reincidió y regresó a la cárcel. Bunge dedicó a Dedos un ensayo sobre criminología y lo recordó décadas después, al inaugurar un encuentro del Instituto de Criminología de la Universidad de Cambridge, Inglaterra. Ese día, Mario se jactó de pertenecer a una familia de delincuentes y de tener una experiencia delictiva y carcelaria de la que carecían criminólogos y penalistas. Su primera vez tras las rejas fue en vísperas de cumplir 17 años, en compañía de su padre y cien invitados a una fiesta por los presos políticos. La policía le robó el despertador, la máquina de escribir, todos los libros encuadernados en rojo y un manojo de cartas en esperanto. Un policía las etiquetó así: “¿Clave?”. En prisión desarrolló su intuición matemática: no le quedaba otra que calcular sin pluma ni papel.
Entrevista a Mario Bunge en 2013 con miembros del Círculo Escéptico Argentino (C.E.A.)
DE FLORIDA A MONTREAL
A su primera mujer, la arquitecta Julia Molina y Vedia, la conoció en un balcón de la Facultad de Ciencias. No le atrajo su perfume ni sus piernas. Aquella elegante mujer leía El discurso del método, de Descartes. Se casaron tres años después y tuvieron dos hijos: Carlos (a) Cantarito, físico atómico, y Mario A.J. (a) Bambi, matemático.
Un docente, el doctor Ernesto Sábato, lo contactó con el físico austriaco Guido Beck (1903-1988), luego director de su tesis doctoral. Su pluriempleo -traductor, redactor y promotor de negocios de destino incierto- y sus clases particulares de física le dejaban poco tiempo. Desarrollar La cinemática del electrón relativista, título de su tesis, le llevó seis años. El día del examen, Bunge llegó tarde y rengueando: horas antes se había lesionado jugando al fútbol con Bambi, su hijo menor. Recibió el diploma en una oficina: la Facultad quiso impedir que el acto de colación de grados derrapara en un incidente político. Un funcionario le explicó que, al no ser afiliado al partido gobernante, se sacara de la cabeza acceder a un cargo docente.
El gobierno peronista le negó el pasaporte, aplazando su posibilidad de viajar a Europa, aunque no a los países limítrofes. En 1953, el físico cuántico David Bohm (1917-1992, Londres) lo invitó al Instituto de Física Teórica de Sao Paulo. Dos años después fue a La Paz para asistir a un curso de física cuántica patrocinado por UNESCO.
En 1957, después de la llamada Revolución Libertadora, Bunge ganó los concursos para dictar epistemología en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y física teórica en la Universidad Nacional de La Plata. Su sueldo (entre ambas cátedras reunía 170 dólares mensuales) a duras penas le alcanzaba para vivir. Tuvo otro revés: el Centro de Estudiantes lo saboteó porque defendía al profesor saliente, quien había llegado a dictar un seminario sobre demonografía. A pesar de eso, sus clases rebasaron de oyentes de otras facultades. Su repertorio didáctico fue innovador desde el principio: en vez de tomar exámenes, Bunge reparte artículos de revistas para discutir, encarga informes y fogonea debates. Así conoció a su mejor alumna, Marta Cavallo. Contra la voluntad de su futuro suegro, quien planeaba para su hija una vida de ama de casa, Mario y Marta escaparon, se casaron y ella pasó de la filosofía a la matemática, doctorándose en la Universidad de Pennsylvania. Hoy es profesora emérita de la Universidad McGill. En Montreal tuvieron dos hijos: Eric, hoy arquitecto con estudio en New York, y Silvia, profesora de neurociencia cognitiva en la Universidad de California, Berkeley.
EL ABUELO REBELDE
En 1963, tras las sangrientas escaramuzas entre azules y colorados y el derrocamiento de su amigo, Arturo Frondizi, Bunge aceptó un convite a la Universidad de Texas, Estados Unidos. De allí se mudó a la Universidad de Temple y de Temple probó en la Universidad de Delaware. Tras la intervención en Vietnam y la invasión a la República Dominicana, en 1965, pidió una beca Humboldt y fue al Instituto de Física Teórica de la Universidad de Friburgo, Alemania, donde escribió Foundations of Physics (1967). Su destino final fue la Universidad McGill, el campus anglófono más importante de Québec, Canadá. Profesor de filosofía desde 1966, a los tres años fundó la Unidad de Fundamentos y Filosofía de la Ciencia. Cuarenta y tres años después, a los noventa años de edad, se jubiló como Profesor Frothingham de Lógica y Metafísica. Cuando supo que el jefe de gobierno de Buenos Aires, Mauricio Macri, piensa distribuir picanas Taser a la policía, responde: “No sabía que fuese tan poderoso ni tan fascistoide. La noticia me ha quitado todas las ganas de afincarme en Buenos Aires”. Cada vez que regresa, los psicoanalistas se esconden bajo la cama. Paladín contra las supercherías, en 1991 alentó la fundación del CAIRP (Centro Argentino para la Investigación y Refutación de la Pseudociencia), disuelto en 2001.
En Filosofía de las ciencias (2008), el último manual universitario argentino dedicado al tema, su autor, el profesor de la Universidad Nacional de San Martín, Héctor A. Palma, no cita a Bunge ni para cuestionarlo. Al revés, cuando un periodista preguntó a Bunge por José Pablo Feinmann, contestó: “No lo conozco”. No importa que científicos destacados como el neurofisiólogo Vernon Mountcastle, quien lo llamó “el filósofo de cabecera del científico activo”, o filósofos como Willard van Orman Quine (1908-2000), elogiaran su sistema filosófico, concentrado en los ocho volúmenes de su Tratado de Filosofía, donde barrena desde la ética a la economía; desde la biopsicología a la matemática. En Filosofía y Letras de la UBA le cerraron la puerta en la cara. En 1993 fue invitado por la UBA a ocupar la cátedra Bernardo Houssay. Dio cinco conferencias, ninguna en el auditorio de Filo: “Dijeron que no había lugar”. Habló en el auditorio de La Nación. De cien presentes, había un solo filósofo.
Guido Beck, su mentor, le enseñó que los científicos no debieran actuar en política. Tras haber escrito solamente sobre física teórica y filosofía teórica, en Filosofía política (2009), Bunge sistematizó su pensamiento político con arreglo a la ética y a la ciencia. En ese libro no sólo trata de comprender y explicar, sino también de ayudar a modificar las aristas más crueles de la realidad (el hambre, la opresión, los fanatismos) y a redefinir el socialismo, “que debe ser democrático, cooperativista e integral”. Integral supone sumar a la dimensión política, el ambiente, la biología, la economía y la cultura. “En síntesis, el ideal sería combinar democracia con socialismo.”.
Su vida desmiente que la rebeldía es una enfermedad que desaparece con la madurez.
Publicación original (descargar en PDF): «Mario Bunge. Nadie es profeta en su tierra». 200 Argentinos, Revista Veintitrés (2010)
Postscriptum: «El último prócer vivo». Mario Bunge, a 100 años de su nacimiento. Por Alejandra Dahia. Revista «Noticias». Septiembre 2019.
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