La asunción del “León Caníbal”: después de hoy, nada será como ayer

No me interesa la ceremonia de asunción del presidente Javier Milei. No porque me resulte indiferente sino porque nuestro país me interesa demasiado y porque, en mi opinión, entramos en una fase desquiciada de la vida política argentina. Ya que soy parte de un medio independiente, decidí expresar algunas ideas antes de explotar. Gracias por leer y, al mismo tiempo, perdón a los que no coincidan conmigo. Pero sólo sé que sospecho poco probable arrepentirme de esto que diré.

Por Alejandro Agostinelli

Tomé la decisión consciente de iniciar este nuevo capítulo de la agenda política argentina dándole las espaldas a la realidad: ayer salí de Buenos Aires y me desconecté. No quise enterarme de nada. Me disculpo porque la política es el tema de este post, pero creo que escapar de la tristeza me hace humano.

No quise enterarme de ningún detalle, de ningún anuncio. No quiero saber nada de nada porque todo lo que va a pasar es, por lo que se anticipó, perfectamente imaginable.

Antes que nadie me lo recuerde, aclaro: ya lo sé. Factor no suele abordar temas políticos –la agenda política no es su prioridad–, pero hasta las conversaciones más superficiales sobre las extravagancias culturales que nos interesan son profundamente políticas. Esta reflexión, entonces, volverá nuestro sesgo político más explícito que lo habitual.

El hombre es, lo seguirá siendo, mal que le pese a unos cuantos ricachones, un sujeto colectivo. Las personas, a diferencia de “la gente de bien” (los “no-chorros”, en Paleolítico Libertario), compaginan su destino interpelando –y tomando decisiones que afectan– a toda la sociedad. Cualquiera puede pisar, por descuido, la mariposa de Lorenz. Y las acciones suponen reacciones: si le declarás la guerra a un paralítico él, con o sin silla de ruedas, hará lo posible por sobrevivir. Se defenderá, por ejemplo. Es parte de la naturaleza humana –esa que sólo detectan seres sensibles.

Basta un mínimo de humanidad –empatía por tus iguales–, para notar cosas que hielan la sangre. Entre las recientes: no me resultó indiferente que un ex presidente envalentonado con las fuerzas juveniles que concitó su nuevo aliado diga, recostado en un sillón de invitado prime-time, que “los chicos libertarios” pondrán el pecho si regresan “los Orcos”, siendo Orcos los paralíticos de cada área. Esa amenaza que aprovecha los ideales de sangre ajena, con una guerra que va a mirar desde su tablet en su reposera en alguna otra parte del mundo, me provocó una sensación que extrañaba. Asco, náuseas. Repulsión. Todos los que saldremos a la calle para defender la salud y la educación pública, los puestos de trabajo, el patrimonio social, cultural y nacional o protestar por el robo de cualquier otro derecho legítimamente conquistado o recuperado, seremos Orcos. Todos, tarde o temprano. Los que nos sentimos humillados por la reivindicación de Milei a la Thatcher. Los que recordamos a los muertos olvidados del ARA San Juan. Los que no permitiremos tanques en la calle para “restituir el orden social”. Todos seremos “Orcos”. Fieros pero fuertes, como los Elfos y los Dragones.

El fin de lo que era público

Los actuales nombres que copan el gabinete de Javier Milei son viejos conocidos. Siendo la materia más acuciante la emergencia económica, no hay que ser muy genial para descubrir que el gobierno está colonizado por  funcionarios que, por junados, despertarían muecas cómicas si no estuviera en juego el destino de seres sufrientes. Sus nombres, sus historias recientes, subvierten el orden natural de la promesa que llevó a Milei a la presidencia de la Nación: “Terminar con la casta”. “Terminar con la podredumbre”. “Hacer algo distinto”. Una serie de consignas que transmitió con eficacia histriónica la necesidad de “dar vuelta” esta historia compartida de postergaciones y fracasos. Lo que votó, en suma, muchísima gente.

Quiero decir que la onda expansiva libertaria ha instalado una profunda corrupción del lenguaje: por más que en los entresijos de ese discurso estaba cifrada la fórmula de una pócima tóxica, cuyas consecuencias quizás no fueron comprendidas por quienes confiaron en sus componentes suicidas (dejar que “explote” la economía para dolarizarla, por ejemplo), pues resulta que no era como lo pintaban. Es falso que con esta “nueva” fuerza política renacerá una esperanza. Es mentira que vamos de cabeza a un paraíso de “la libertad”. Estamos por reingresar, en todo caso, en la Era del Viva la Pepa de los Ricos. Nada de lo que escuchamos es cierto. Volvieron los de siempre con ricino conocido.

Detrás de la inmolación de lo público en beneficio de lo privado no había un “vamos a arreglarnos con nuestros recursos”. Siempre fue un “y… vas a tener que arreglarte como puedas”. Quizá porque pocos, por acostumbramiento, aprendieron a valorar los beneficios de la cosa pública. Vamos a ver qué pasa cuando, una vez más, la pierdan.

En momentos de crisis, ante urgencias vitales, se produce una estampida ante lo que parece novedad. Quizá el riesgo resulta estimulante. Pero “querer creer”, tarde o temprano, no suele dar buenos frutos. Algunos van a descubrir muy pronto que el sueldo o lo poco que ganan por su cuenta para subsistir necesitaba de un Estado presente en Transporte, Hospitales, Escuelas y Universidades públicas. Si antes no te alcanzaba, ahora subsistir será inviable. Será el lujo de unos pocos. La calle se volverá, en breve, una olla a presión. No es una profecía. Es memoria: ya ocurrió.

Ciertamente, la alternativa no garantizaba mejores perspectivas, ni hablar de cambios profundos. La opción oficialista que había quedado en pie auguraba nuevas frustraciones. ¿Cómo confiar en quienes fueron parte del problema? Pero la tibia ilusión de quienes elegimos ese clavo ardiente éramos conscientes de que la otra opción, la que se venía, era cavernícola.

¿Cómo aceptar que la única acepción pronunciada a viva voz de “libertad” fuera la que se les da a los “mercados” (entelequia que enmascara la capacidad de compra de los poderosos) herramientas para que actúen a su antojo? 

¿Cómo imaginar un futuro en un país donde el valor del trabajo iba a ser liquidado por quienes tienen la potestad de poner el precio que les guste, sin regulaciones que le permitan el acceso a la canasta básica a los sectores de menores ingresos?

El tambaleo del “capitalismo progresista” (valga el oxímoron), incapaz de asegurar el estado de bienestar, tampoco activó los resortes de ningún movimiento que ofrezca una agenda social sustentable, racional pero igualitaria, que prevalezca sobre las rutinarias recetas que sólo pueden asegurar más hambre –vistiendo, otra vez, el mono de seda.

Nueva Era Apátrida

Más allá de la economía, el factor que determina todo lo demás, acecha un futuro donde no solo desaparecerán valores que hasta hace poco retenían los “políticos tradicionales”.

Nada de lo que hasta ahora era “nuestro” lo seguirá siendo. Nada de eso importa en la agenda del nuevo gobierno. Toda nuestra riqueza está en jaque. Nuestra riqueza científica. Nuestra riqueza territorial. La riqueza de nuestra diversidad cultural. También nuestra riqueza social: el individuo, el Yo, El Uno, es todo lo que importa. Toda nuestra riqueza estará, una vez más, en venta. Lo demás, se importa. O se vende. No faltan interesados en hacer negocios sin la competencia del Estado. ¿Salud? ¿Ciencia? ¿Tecnología? [Risas.] No habrá oxígeno para las empresas o la industria nacional: serán sepultadas, otra vez, por intereses trasnacionales como BlackRock, por ejemplo.

Todos estos meses donde la palabra de “El Elegido” perforó la membrana social, ese tañido sistemático, apañado por mercaderes mediáticos de alma menesterosa, los mismos que colaboraron para volcar al 55% del electorado a escuchar el “rugido del León” y luego a votar en consecuencia, se traducirá en años de daño, en salarios derrumbados, en millones de puestos de trabajo evaporados, en décadas de inversión en obras edilicias, petrolíferas, culturales destruidas y otra sucesión de eventos catastróficos que serán recordados como uno de los mayores desatinos sociales de la historia argentina reciente.

Por qué pasó lo que pasó

Son muchos los responsables, pero no todos tienen la misma responsabilidad. Con todas las críticas que merece el gobierno que se va, fui testigo del esfuerzo de funcionarios de bajísimo perfil en ámbitos sociales, políticos y culturales que no están entre los oportunistas que corrieron a salvar el pellejo a último momento. Los de alto perfil, en cambio, no estuvieron a la altura de la responsabilidad que les confirió el mandato popular. Están directamente comprometidos con este presente.

También hay factores ajenos, más propios de las ciencias naturales que de las ciencias políticas. La pandemia  fue uno de ellos. La pandemia de Covid entronizó un individualismo mortífero. Fijó en la memoria social el recuerdo de un encierro mal administrado, ya que buenas decisiones preventivas fueron dilapidadas por “distracciones” que dejaron a privilegiados que debieron mostrar un comportamiento ejemplar con el culo al aire.

Empatizo, no sin tristeza, con el sentimiento de desolación de personas vinculadas al quehacer científico, social y cultural, cuyas iniciativas, mejor o peor apoyadas por el oficialismo en retirada, que ahora quedan en manos de sujetos que desprecian la ciencia, la cultura y el valor de la producción social. Personas que intentaron, sin suerte, concientizar sobre las enormes pérdidas que se avecinan.

En el proceso en ciernes no importará la mayor o menor falta de apoyo de tal o cual espacio, sino la invocación de un estado de emergencia que procederá a la supresión de dicho espacio. Más dramática será la situación de las áreas destinadas a la defensa de los derechos humanos. La consigna “Memoria, Verdad y Justicia”, escondida durante el macrismo y restituida por el albertismo, en esta etapa será, directamente, desaparecida: no hay que ser futurólogo para vislumbrar la postergación o cancelación de juicios a genocidas y represores de la dictadura cívico-militar. Como ocurrió con el macrismo, muchos sitios web oficiales dedicados a preservar tesoros culturales, registros únicos destinados a documentar nuestra historia reciente, serán eliminados de la webósfera.

Estamos en los umbrales de una pesadilla siniestra.

Sólo espero que los argentinos maduremos y logremos superar esta experiencia. También deseo que el futuro nos encuentre preparados para enfrentar con inteligencia la reparación del daño y la vuelta a empezar.

Será necesario mucho de todo lo que le faltó a Alberto Fernández.

Coraje cívico, por ejemplo.

Imagen de portada: (c) CULTS «Milei Gatito»

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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